Muchos tal vez no la hayan oído nombrar jamás, pero la colección de libros Goosebumps (llamada Escalofríos en Latinoamérica) es la segunda más vendida de la historia, detrás de la saga de Harry Potter. Y según nos cuenta Wikipedia, su autor, R. L. Stine, es conocido nada menos que como el Stephen King de la literatura infantil. Hace cuatro años, esta serie bibliográfica tuvo su primera versión cinematográfica y ahora llega la secuela, en lo que parece el inicio de una larga franquicia. El tono sigue siendo el mismo: una comedia juvenil con ingredientes fantásticos y de terror liviano. La historia no se basa en alguno de los libros en particular, sino en el universo de Escalofríos en general. Y la mayoría de los personajes de esta segunda parte son nuevos, salvo por el propio R. L. Stine (interpretado otra vez por Jack Black, que tenía peso en la anterior y ahora sólo hace una breve aparición). Ahora los protagonistas son dos preadolescentes que por accidente le dan vida a Slappy, un siniestro muñeco de ventrílocuo que tiene poderes mágicos y los usa para transformar en criaturas reales a las máscaras y la decoración de Halloween (por algo se estrena en esta época). Junto con la hermana mayor de uno de ellos, los chicos intentarán detener a este Chirolita pariente de Chucky antes de que destruya el pueblo con su ejército de monstruos y brujas. Al estilo de Stranger Things, hay un homenaje al Steven Spielberg ochentoso y sus bandas de chicos pueblerinos en bicicleta dispuestos a la aventura. Y también a ese mecanismo de Jumanji por el cual lo que sucede en el juego (en un libro, en este caso) se vuelve real. Así, con una aceitada fórmula, este producto cumple con el objetivo de entretener, y no mucho más. En esta misma línea de comedia fantástica juvenil, todavía está en cartel La casa con un reloj en sus paredes (también basada en un reconocido libro infantil y con Jack Black en el elenco), que es más recomendable que ésta.
A primera vista, entre Escalofríos y esta segunda entrega hubo un descenso de categoría de los nombres involucrados en la mayoría de los rubros de los créditos (y la estrella más cara, Jack Black, bajó su participación a pocos planos). Todo eso, sin embargo, no debería necesariamente representar una baja en la calidad. Por ejemplo, la repetición creativa de Danny Elfman podría haberse reemplazado con mayor frescura, y los exabruptos gestuales de Black interpretando al autor de sustos juveniles R.L. Stine podrían haberse pulido con mayor homogeneidad. Pero no: menos no siempre es más y a Escalofríos 2 se le nota la falta de nobleza de sus materiales. Mostrar algunas bicicletas y niños y adolescentes no nos lleva directamente a Los Goonies ni a la tradición de Spielberg. Las locaciones, la promesa de fantasía y algunos diálogos iniciales de comedia de buen timing no son suficientes para disimular un armado de capítulo televisivo (y no de La dimensión desconocida o Alfred Hitchcock presenta) en el que se explican con demasiada claridad los elementos de esta aventura de Halloween en el que cobran vida muchos monstruos y calaveras y en el que -error de errores- se detienen el suspenso y el apuro de los personajes para hacer una secuencia de montaje -para una pantalla muy chica- con unos disfraces. Si todo es tan mecánico se pierden la potencia del relato, la magia y también los escalofríos. Y el verdadero monstruo amenazante pasa a ser el tedio.
El monstruo es el tedio La continuidad de Escalofríos (2015) está a la vuelta de la esquina y esta historia de aventuras fantásticas se vuelve a repetir. Con giros muy similares a la primera, Escalofríos 2 intenta establecerse como una saga cinematográfica. Ari Sandel (Cuando nos conocimos) es el encargado de tomar la posta que dejó Rob Letterman. La historia se centra en Sonny Quinn (Jeremy Ray Taylor) y su fiel amigo Sam Carter (Caleel Harris). A esta dupla se incorpora la hermana mayor de Sonny, Sarah Quinn (Madison Useman). Los dos niños son los encargados de desechar la basura de la antigua casa que solía pertenecerle a R. L. Stine. En ella encuentran un baúl con uno de sus libros con cerradura adentro. Obviamente la llave está escondida en el mismo baúl y abren el libro. Aparece uno de los monstruos escrito de sus cuentos, el malvado muñeco Slappy (voz de Jack Black), él cuenta con poderes que serán modificados a conveniencia de la trama. Antes que nada, habría que analizar el por qué de una secuela a Escalofríos. Pareciera ser que en muchas producciones lo único importante es el rédito económico, olvidándose de el contenido cinematográfico. Más allá de ésto, a pesar de no estar “mal”, la película no funciona de ninguna manera. No genera un universo interesante, sino el mismo que el de la entrega anterior, no hay cambios en los antagonistas y el relato se vuelve sumamente predecible. Las actuaciones están bien, pero no tienen un reto muy grande. El guion explica cada cosa que sucede ante los ojos del espectador, por lo que vuelve el relato un contenido sin sorpresas. Por otra parte, la fotografía y los efectos visuales mejoraron con respecto a la primera. Pero decisiones en el guion siguen empeorando el film, por ejemplo: estableciendo a un único villano, por lo que el resto de los monstruos no tienen peso ni generan inquietudes o que las calabazas cobran vida y de repente tienen alas. También cometen un error en la comedia, ninguno de los gags son divertidos, parecen escritos por una máquina de clichés. Como broche de cierre, Jack Black prácticamente no aparece (a pesar de hacer la voz de Slappy), al parecer el famoso actor se quiere hacer a un lado de la saga a pesar de interpretar al creador de los libros R. L. Stine.
En 2015, Goosebumps vio la luz y parecía querer establecerse como una de las nuevas sagas que cautivaran a ese púbico que todavía no llegó a la adolescencia, pero tampoco están en la niñez. Con una historia llena de clichés que no terminaba de atrapar o interesar al espectador, daba la sensación de que ese era el fin. Pero no, ya está aquí la segunda parte que nadie pidió: Goosebumps 2: Haunted Halloween.
Es una secuela de la exitosa película del 2015, que se basa en una historia de Robert Lawrence Stine, conocido comercialmente como el Stephen King de los niños, vendedor de 400 millones de copias en el mundo. Claro que comparada con la anterior película, ya no esta el factor sorpresa y aparece poco un actor imprescindible como Jack Black que no figura en los títulos y encarna al autor. También, para quienes vean el filme subtitulado, hace la voz de Slappy el muñeco de ventrílocuo que unos niños regresan a la vida, y que planea tomar el poder desde el laboratorio abandonado de Tesla, después de haberle dado movimiento y maldad a todas los esperpentos y calabazas de Halloween del lugar. La acción gira en torno de dos amigos y la hermana mayor de uno de ellos que deberán combatir y vencer al muñeco. La primera parte del film, con el descubrimiento del personaje malévolo y las desventuras de los chicos está mas logrado. Luego ingresa en una realización estándar, de lenguaje televisivo que entretiene moderadamente a grandes y chicos.
Otro capítulo de miedo Detrás Escalofríos 2: Una noche embrujada (Goosebumps 2: Haunted Halloween) hay una legión de fanáticos que siguen esperando nuevas historias encarnadas por actores que adapten lo mejor de los libros de R.L.Stine y del espíritu pulp fiction. Si en la primera entrega cinematográfica (porque hay muchas adaptaciones televisivas), la impronta de los cuentos breves se transmitía en un relato simple y efectivo en donde se presentaba a Stine (Jack Black) y a los adolescentes que descubrían su secreto y verdadera musa inspiradora de las historias, en esta oportunidad, el mayor hallazgo no es otro que rememorar un cine pasatista de los años ochenta, plagado de monstruos, arañas gigantes, fantasmas y que apunta a un público familiar, desandando aventuras con dosis de humor. En este film de Ari Sandel y con guion de Darren Lemke y Rob Lieber, hay tres jóvenes que verán cómo los preparativos de una nueva jornada de Halloween terminarán en una pesadilla para el pueblo al cobrar vida todos aquellos ornamentos y decoraciones que se han desplegado sobre las casas. Esta repentina transformación responde a la llegada, una vez más, de Slappy, el siniestro muñeco ventrílocuo que funciona como nexo entre el mundo de los muertos y el de los vivos, y que al ser invocado -por error o queriendo- despliega el caos en cada instancia que aparezca. Dividida en la clásica estructura argumental de tres actos, tal vez en el primero, antes de la presentación del conflicto central, falte un desarrollo fuerte sobre las características y psicología de los personajes protagónicos. Mientras los tres niños intentan comprender el motivo de por qué el pueblo se ha transformado en un pequeño infierno, la respuesta al motivo de la propagación de plagas impulsa el segundo acto con una capacidad dinámica que agiliza la acción. La llegada de Stine hacia el final, además, trata sobre las posiciones particulares sobre el miedo, el terror, la ansiedad o la angustia. Escalofríos 2: Una noche embrujada a diferencia de su predecesora, prefiere dejar de lado cuestiones más profesionales y diálogos profundos para embarcarse en una aventura al estilo Sherlock Holmes, en donde las premisas se cumplen, sumando una mirada interesante sobre el bullying, hogares monoparentales y multiculturalismo, entre otros, tiñendo todo de terror, light, para hacer una interesante puesta al día de películas sobre amigos que resuelven un caso y superan los obstáculos.
En lugar de Escalofríos 2 el título de esta película tendría que haber sido Slappy: The Movie, ya que el memorable muñeco maldito creado por el escritor R.L Stine esta vez cobra un protagonismo absoluto. Sin discusión, el personaje favorito de la franquicia literaria Goosebumps que contó con su propia saga donde eventualmente se casaba y tenía hijos. Tengo un enorme cariño por Stine ya que crecí literalmente con las novelas de la serie Fear Street en los años ´80, que eran un poquito más picantes que las de Goosebumps que surgieron después, aunque también son muy divertidas por las innumerables referencias al cine de terror clásico. Muchas veces el estudio Sony hace desastres a la hora de adaptar obras populares que vienen de otros campos artísticos, pero en este caso es justo destacar que hicieron todo bien. Escalofríos 2 es una película que probablemente hubiera visto dos veces en el cine cuando tenía 11 años. La continuación evoca el espíritu de lo que fue The Monster Squad en 1987, de Shane Black y Fred Dekker y al mismo tiempo captura perfectamente la esencia de las obras de Stine, quien tiene un cameo al final de la película, al mejor estilo Stan Lee. La trama ofrece una aventura de terror para chicos que tranquilamente podría haber sido un libro más de la franquicia Goosembumps. Pare el deleite de los fans el muñeco Slappy en esta oportunidad acapara la atención del conflicto con algunos momentos muy divertidos. El reparto de chicos que protagonizan la nueva entrega es muy bueno y todos llevan adelante la trama con solidez. El director Ari Sandel, quien reemplazó a Robert Letterman (que actualmente trabaja en Pokemon; Detective Picachu) mantiene la impronta visual y narrativa de lo que fue la primera película y consigue brindar una propuesta muy entretenida. Los veteranos del género seguramente descubrirán el guiño al Halloween de John Carpenter durante la presentación de la nueva protagonista. La diferencia principal con la entrega previa y esto es lo único para objetar, es que la nueva trama tiene menos referencias literarias a las novelas de Stine y Jack Black en el rol del escritor lamentablemente aparece cinco minutos. Aparentemente el actor tendría más protagonismo en una próxima entrega de acuerdo a la que se da a entender en el final de esta continuación. En resumen, Escalofríos 2 es una muy buena adición a las adaptaciones audiovisuales del mundo de R.L.Stine.
“Escalofrios 2: Una noche embrujada”, de Ari Sandel Por Ricardo Ottone R.L. Stine es un escritor que es además una marca. Sus novelas de terror, mayormente incluidas en la serie de libros “Escalofríos” (Goosebumps) dirigidas a un público infanto-juvenil venden millones de ejemplares y ya tuvieron adaptaciones en el sentido más clásico del término con las series de televisión Escalofríos de 1995 y Las Aventuras del Suspenso (The Nightmare Room) de 2002. En 2015 la idea de llevar la exitosa franquicia Escalofríos al cine se llevó a cabo de otra manera. Ya no se trataba de adaptar un determinado relato sino de poner en escena su universo, entendido como una dimensión particular, un patio de juegos habitado por los monstruos clásicos del imaginario compartido por todos (hombres lobos, momias, zombies, brujas, hombres de las nieves, muñecos que cobran vida) Un lugar con forma de pueblo pequeño protagonizado por niños y adolescentes y donde el propio Stine no es solo el autor, ni siquiera un presentador al estilo de Alfred Hitchcock o Rod Serling, sino un personaje que habita ese mismo escenario e interactua con sus creaciones, las cuales tienen con él una relación que no es precisamente de gratitud. Razones no les faltan para sentir rencor por un creador que juega a su vez de carcelero. En aquel primer film de 2015 la clave estaba en la combinación de entretenimiento ATP, el elemento nostálgico de unos monstruos reconocibles, unos cuantos guiños a clásicos del género y un toque de autoconciencia. Jack Black interpretaba a Stine de manera totalmente libre, con una composición histriónica y extravagante que no pretendía retratarlo tal cual es por medio de la imitación sino crear una caracterización alejada del Stine real, que tanto allí como en la presente secuela aparece haciendo pequeños cameos. Esta secuela dirigida por Ari Sandel, quien viene de dirigir un par de comedias románticas teen, cambia los protagonistas que esta vez son un trío compuesto por dos niños y una hermana adolescente. Cambia también el escenario aunque sólo en apariencia (como si todos los pueblos chicos fueran intercambiables). Los que vuelven son los monstruos que insisten en su afán de escaparse de las páginas al mundo cotidiano de los humanos. Los conduce nuevamente el carismático Slappy, muñeco de ventrílocuo con ansias de poder, líder carismático y megalómano en conflicto con su propio autor. Nuevamente las referencias son al cine de terror infantil-juvenil de los años 80, a directores como Joe Dante, Fred Dekker o Tom Holland, con películas como Gremlins (1984), Escuadrón antimonstruos (1987) o La hora del espanto (1985) y también a series como Eeerie Indiana (1991) y películas de Halloween como Abracadabra (1993, Kenny Ortega) . Los lugares y personajes son los típicos: el pueblo, la escuela secundaria, el baile del colegio, la noche de brujas, las madres (sin padre), los matones y los vecinos raros. Y lo fantástico y sobrenatural que se despliega, se sale de control y amenaza con apoderarse de todo. Como es habitual, los protagonistas perdedores no tienen otra opción que tratar de salvar al pueblo. Toda esta serie de elementos es mezclada y pasada por un filtro amable donde el propio Slappy es como una versión suavizada de Chucky, el muñeco diabólico (1988, también de Holland) y se explotan los monstruos clásicos en su versión infantil y festiva, más como un recurso de complicidad que de terror propiamente dicho. El film anterior tendía lazos en ambos sentidos: niños con ganas de sustos relativamente seguros y adultos nostálgicos. Esta secuela opta por un tono más infantil donde las citas y los guiños están pero son menos. Escalofríos 2 es una película amena que cumple con el objetivo de entretener con medios conocidos aunque es más obvia y previsible que su antecesora. Los clichés de los cuales el Stine personaje se avergüenza y señala como defectos de juventud pasan de ser un chiste o un guiño a ser parte del carácter del film. La mirada irónica ya no lo es tanto, quizás porque los protagonistas son más chicos o porque el personaje de Stine, responsable en la primera de la autoconciencia del relato, tiene esta vez una participación anecdótica, casi de trámite. La noche de brujas es un escenario conocido y transitado que juega de excusa para que las criaturas fantásticas de juguete y cartón pintado cobren vida y se sumen a sus colegas salidos de los libros para subvertir el orden apacible del pueblo. Su espíritu es análogo al que la película propone: una fantasía de feria con sustos de cotillón que necesita para su disfrute de un espectador niño o que tenga la indulgencia de hacer de cuenta que lo sigue siendo. ESCALOFRIOS 2: UNA NOCHE EMBRUJADA Goosebumps 2: Haunted Halloween. Estados Unidos. 2018 Dirección: Ari Sandel. Intérpretes: Jack Black, Wendi McLendon-Covey, Madison Iseman, Jeremy Ray Taylor, Caleel Harris, Chris Parnell, Ken Jeong. Guión: Darren Lemke, Rob Lieber, basado en los libros: R.L. Stine. Fotografía: Barry Peterson. Música: Dominic Lewis. Edición: Keith Brachmann, David Rennie. Producción: Deborah Forte, Neal H. Moritz. Producción Ejecutiva: Timothy M. Bourne, Tania Landau. Dirección de Producción: Rusty Smith. Distribuye: UIP. Duración: 90 minutos.
Una mala historia junto con un flojo guion hacen de esta secuela algo olvidable. En 2015 llegó la primera película basada en la obra de R.L. Stine contando todo desde un punto de vista con muy poco terror, pero si con una buena mezcla de humor y aventura, lo necesario para que la peli no chocara estrepitosamente con sus fallas en guion y demás. En esa primera entrega, la trama desarrollaba que los libros originales escritos por el mismísimo Stine, interpretado aquí por Jack Black (Tenacious D), cobraban vida y todos sus monstruos aterrorizaban a la población de Madison, un pequeño pueblo a las afueras de Nueva York. Gracias a la ayuda de un grupo de adolescentes, los monstruos encabezados por el terrorífico muñeco Slappy se vieron derrotados y todo parecía volver a la normalidad. Todo parecía haber terminado ahí con este intento de reboot de estas historias, pero… Hollywood lo hizo de nuevo y llega Escalofríos 2: La noche Embrujada (Goosebumps 2: Haunted Halloween). En esta oportunidad, el único libro de Stine que no fue incinerado fue uno al que tenía como protagonista al ya mencionado Slappy en el que él conquistaba el mundo y dicha conquista comenzaba en Halloween. Esta vez, otro grupo de jovencitos deberán emprender una batalla sin igual contra la maldad plástica de Slappy e intentar volver a salvar a la humanidad de las peores pesadillas que se puedan imaginar. Partiendo de la base de que esta secuela no es para nada necesaria, hay varios aspectos que se pueden analizar en ella. En una primera instancia, si hay algo que la primera logró hacer era entretener por su dinámica ágil y su historia simplona pero fácil de seguir e involucrarse. Escalofríos 2, logra tirar todo eso a la basura y parece olvidarse fácilmente de todo lo bien que pudo hacer en la entrega anterior. Un guion absurdo lleno de fallas por todos lados, una historia para nada buena y actuaciones que dejan mucho que desear son los tres ítems que hacen de esta, una muy mala película. El director en esta oportunidad, Ari Sandel, no solo termina de dejar en claro que ningún susto real saldrá de la pantalla, sino que también logró que tomo el humor que transmitía la peli original, se esfumara como si nada. Si una película que juega a dos puntas, intentando combinar de la mejor manera humor y terror no logra ninguna de las dos, hay algunos problemas en puerta. Al margen de estos problemas, también hay una reutilización de las mejores escenas de la primer película que si fueron efectivas. Casi como un refrito de lo mas ordinario, se observan situaciones de una semejanza llamativa pero cambiando los protagonistas. Es imposible no poder comparar a esta segunda entrega con la original, sobre todo porque casi que no le da importancia a lo ocurrido en la primer película. Uno de los errores más grande de todos, es la sobre utilización del mismo antagonista, pobre Slappy, llega un momento en el que ya no solo no da miedo, sino que da pena. Otra cosa que podría aprovecharse mejor es la calidad de los efectos, ¿por qué utilizar tanto CGI (de mala calidad) cuando se pueden usar efectos prácticos? No esta mal de vez en cuando olvidarse de la pantalla verde y crear situaciones un poco más originales, como lo hacía la serie original por ejemplo. Las actuaciones en la peli, tienen varios problemas a la hora de encarar esta historia. Primero que nada, hay que resaltar que del elenco original, solo vuelve un solo actor, Jack Black. El resto de los personajes, pareciera que nunca hubiesen existido y esta franquicia empieza a apoderarse del rotulo de “antología”, algo que debe manejarse con sumo cuidado y más, sobre todo, cuando los personajes varían tanto en la calidad de las películas. Esta segunda no solo no tiene ningún actor conocido, sino que además dejan muchísimo que desear a nivel individual. El único otro actor que comparte el termino “conocido” junto con Black es Keon Jeong (Leslie Chow en la trilogía de ¿Qué pasó ayer?) pero tiene un papel de tercer orden y bastante flojo. El resto de los protagonistas: Madison Iseman y Wendy McLendon-Covey no solo no pueden lidiar con el pésimo guion que inevitablemente las atrae hacía la mediocridad, sino que también es la perfecta comparación de alguien que quiere y no puede destacar (Iseman) y alguien que pareciera no importarle que puede llegar a pasar (McLendon-Covey). El resto del elenco, que tampoco no es tan numeroso, deambula durante los 90 minutos del film y prácticamente no hacen nada. Eso también va para Jack Black, que ya puede unirse al club de Meryl Streep y Jeff Goldblum, como los actores que menor participación argumental y mayor tiempo en publicidad han tenido en el año, lo peor de todo, es que esos pequeños lapsos en donde participa Black, es de lo mejor de la peli. Escalofríos 2 no solo no es igual de entretenida que su predecesora sino que arruina la primera impresión de la original. Una mala historia junto con un flojo guion hacen de esta secuela algo olvidable y lo peor de todo es que la franquicia tiene todos los números comprados para hacer una trilogía. Para lograrlo, deberán esmerarse un poco más y darle un rumbo prolijo a lo que quieren.
La primera "Escalofríos" (2015) era una divertida comedia fantástica familiar sobre seres sobrenaturales que invadían el mundo al escapar de los manuscritos donde su autor, Jack Black, los tenía convenientemente bajo candado. Entre ellos se destacaban especialmente un Yeti descontrolado y un perverso muñeco de ventrílocuo, que es justamente el culpable de la catástrofe que experimenta un pueblito durante una Noche de Brujas. La mezcla de criaturas incluye unas brujas típicas de la efeméride y unas malévolas pastillas de goma, además de algunos coloridos insectos gigantes. Los efectos especiales son de primer nivel, pero el factor humano aquí no es demasiado atractivo, ya que los protagonistas son tres chicos, no muy carismáticos, mientras que Jack Black que no está en los créditos principales- apenas aparece en las graciosas escenas finales. También aporta la voz del muñeco, algo que se perderá en la versión doblada al castellano. Con todo, el conjunto es razonablemente entretenido. No más.
Secuela del éxito de 2015, basada en los best Sellers de R. L. Stine, "Escalofríos 2: Una noche embrujada", de Ari Sandel, redobla la apuesta sobre el terror infantil. En los años ’80, durante el gran auge del terror estilo Clase B, surgió también el boom de las películas infantiles que difumaban los límites con el terror. El caso más popular quizás sea Gremlins (con sus mellizos Critters), pero también podríamos hablar de "Monsters Squad", "Shrunken Heads", y hasta las infames "Trolls" 1 y 2. En 2015, "Escalofríos" de Rob Letterman había logrado volver a traer ese espíritu de forma similar para la nueva generación, aprovechando una base de novelas populares asegurada. R.L. Stine es considerado el Stephen King para niños, por su proliferación en la pluma, y por su vertiente a las historias de terror, en este caso, inclinadas al público pre adolescente. En los ’90 era imposible visitar la góndola de novelas juveniles y no encontrarse con estos libritos pequeños, de tapas coloridas y grafitadas, que simulaban alguna viscosidad con colores en contraste, y nos invitaban a adentrarnos en historias de terror bien clásicas, pero protagonizadas por púberes. Si tenías menos de 15 y ya te interesaba el género, seguro sucumbiste a la tentación de tener unas cuantas de esas novelas. Escalofríos sorprendió para bien, lograba capturar en exacta medida la esencia de las novelas, el espíritu del terror infantil de los ’80, con la tónica de los tanques actuales (quizás en exceso de CGI) y la ingeniosa vuelta de tuerca de incluir al propio Stine (interpretado por Jack Black) como un personaje. Público y crítica respondieron satisfactoriamente, y por ende, tres años después, llega la esperada secuela que mantiene el mismo juego, aunque con algunos cambios. En principio, Rob Letterman (acostumbrado a las comedias infantiles) dijo adiós y llegó en su lugar Ari Sandel, que tiene en su haber dos comedias adolescentes que bien vale la pena descubrir "The Duff" y "When We First Met". "Escalofríos 2: Una noche embrujada", es su primera oportunidad para medirse en una producción a gran escala. También hay cambios en los protagonistas. Sarah (Madison Iseman) vive junto a su hermano menor Sonny (Jeremy Ray Taylor), y su madre Kathy (Wendy McLendon Covey), y espera poder entrar a la universidad de Columbia. Junto a su amigo Sam (Caleel Harris), Sonny decide juntar algo de dinero con un emprendimiento retirando chatarra a domicilio. Uno de sus clientas, quizás el único, resulta ser una mujer mayor que los convoca a una casa abandonada en la cual, a cambio, pueden quedarse con cualquier cosa que encuentren el hogar. Allí, entre ruinas y gatos embalsamados, Sonny y Sam encuentran un muñeco ventrílocuo, además de un libro cerrado con llave. Por supuesto, la casa fue el primer hogar de R. L. Stine, el muñeco no es otro que el pérfido Slappy, y el libro es la primera novela del escritor, Halloween encantado. Slappy, que no tarda en demostrar sus habilidades telepáticas, y de alguna forma para cumplir deseos, piensa en tener una nueva familia; y cuando Sarah y Sonny lo rechacen, su plan será utilizar el libro para llevarlo a la realidad, revivir a todos los monstruos de una tienda con homenajes a Escalofríos, y así crear su Halloween eterno y tener su propio familia monstruosa. Si el argumento no es del todo original, lo cierto es que no necesita serlo para cumplir con la premisa de puro entretenimiento terrorífico para pre adolescentes que se proponen. A diferencia de su antecesora, Escalofríos 2: Una noche embrujada genera un mayor clima de homenaje al terror clásico. La primera escena ya nos hace acordar a "Scream", y desde ahí, no para. El diseño de los monstruos, si bien sigue siendo en CGI, tiene la intención (en su mayoría) de simular ser efectos prácticos, o artesanales. Hasta Slappy cambió un poco su aspecto para parecer más una marioneta real; y entre la enorme cantidad de monstruos hay muchas figuras reconocibles, no solo por los seguidores de las novelas de Stine. Si bien ni sueñen con encontrar sangre, o muertes, "Escalofríos 2: Una noche embrujada", se las ingenia para generar unos cuántos sustos y hasta algunas imágenes algo perturbadoras (sin spoilear, algo que sucede con Kathy, es digno de una de terror real). Jack Black vuelve a repetir al personaje del escritor, pero se siente que fue incorporado a último momento, no tiene (casi) participación con el resto del elenco, y su intervención es más bien escasa, y sólo excusa para algo que acá no diremos. Igual, no deja de ser Black, y sus pocos minutos le alcanzan para desplegar carisma. Madison Iseman (que ya había hecho de Jack Black en Jumanji 2), Jeremy Ray Taylor (el gordito que todos amamos en It), y Caleel Harris (de Castle Rock), tienen muchísimo carisma como para ganarse a la platea, y hasta resultan mejores que los anteriores protagonistas, algo más clichés. La veta humorística corre por cuenta de Mc Lendon Covey, Chris Parnell (algo desdibujado al principio), y Ken Jeong. "Escalofríos 2: Una noche embrujada" se apoya menos en el gag directo, y recurre a la diversión a través de la propia historia. Con espíritu vintage pero clima moderno, con buena dosis de terror ATP, y mucho respeto a los clásicos y originales, tenemos a una digna secuela que iguala o supera lo que ya antes estuvo bien.
Toda segunda parte tiene como desafío superar a la primera, o al menos introducir sutiles cambios como para marcar cierta diferencia. Escalofríos 2: Una noche embrujada podría haber sido una atractiva secuela para adolescentes, pero la película dirigida por Ari Sandel, basada en los libros infantiles de R. L. Stine, carece del desparpajo visual, de la soltura narrativa, de la gracia de los personajes y del sentido de la aventura de la primera. Si Escalofríos (2015) recurre a los efectos digitales para sorprender y entretener, acá los efectos son más analógicos, casi como en las películas de terror de antes, cuando no existían las computadoras y los actores y actrices se tenían que disfrazar de monstruos. Quizás esto puede ser un punto a favor, ya que no hay saturación de imágenes digitales. Pero no reside ahí el problema del filme, sino en su falta de rigor, de ingenio, de matiz. La nueva historia es más predecible, con gags que no hacen gracia y escenas y diálogos que subestiman al espectador joven. El protagonista es el muñeco de ventrílocuo llamado Slappy, que cobra vida después de que unos niños, Sonny y Sam, abren un misterioso libro en una casa abandonada. Hay también una madre que nunca se entera de lo que pasa y una hermana mayor que se une a los niños para deshacerse del muñeco. Al principio, Slappy parece amistoso, ya que ayuda a los chicos con algunos problemas que no pueden resolver. No obstante, el muñeco muestra muy pronto su verdadera intención: formar una familia. Ante la negativa de los niños, Slappy decide darle vida a la noche de Halloween, ayudado por una torre de Tesla. Es así que objetos inanimados se convierten en monstruos con vida: brujas, hombres de la nieve, calabazas parlantes y tarántulas gigantes empiezan a invadir el barrio. R. L. Stine vuelve a estar interpretado por Jack Black, aunque sus pocos minutos en pantalla no aportan mucho. Otro punto negativo es que la película se parece a un capítulo de esas típicas series de televisión de canales infantiles. En la primera Escalofríos, los personajes del libro salían a la realidad; acá son los personajes de la realidad los que se meten en el libro. Es decir, en la anterior la ficción influía en la realidad, y acá la realidad influye en la ficción. La película tiene algún momento de suspenso logrado, e intenta decir algo sobre el horror que significa la página en blanco. Pero le falta creatividad para cumplir su propósito.
IMAGINACIÓN LIMITADA La primera entrega de Escalofríos era una película bastante atendible, que sabía leer buena parte del imaginario creado por la saga literaria de R.L. Stine y aplicarlo al espectro cinematográfico con fluidez, con un relato donde la autoconsciencia del material original era productiva y no meramente reproductiva. El resultado era un film que poseía ligeros pero pertinentes toques de suspenso y terror, aunque en esencia era una aventura familiar fantástica, con personajes bien diseñados y un Jack Black como la perfecta encarnación de Stine. Por lo que había generado la primera parte era que se podían tener expectativas razonables con Escalofríos 2: Una noche embrujada. Sin embargo, lo que se ve es decepcionante: un film con un desarrollo argumental digno de un directo a DVD –en el peor sentido- aunque con un nivel de producción un poco más decente. Hay una especie de repetición del esquema original, con dos jóvenes amigos descubriendo un libro que le da vida a un muñeco de ventrílocuo, que a su vez tiene sus propios planes para darle rienda suelta a un conjunto de criaturas monstruosas en plena Noche de Brujas. Y si esa repetición ya implicaba riesgos de agotamiento de la fórmula, ninguno de los personajes trae algo mínimamente original o atractivo. Durante los primeros minutos, Escalofríos 2 amaga con ser una comedia familiar decente, aprovechando lo que aportan los talentos de Wendi McLendon-Covey, Chris Parnell y Ken Jeong en roles de reparto. Sin embargo, cuando tiene que empezar a trabajar con la materialidad de la aventura, lo fantástico y lo desconocido, toma una gran cantidad de decisiones equivocadas, cayendo en arbitrariedades varias, acumulando estereotipos y recurriendo a chistes tan fáciles como poco efectivos. Además, a la puesta en escena le falta vigor, movimiento y dinamismo, con lo que la película va deshilachándose progresivamente, y ni siquiera la breve aparición de Black retomando su papel de Stine la salva. La decepción que es Escalofríos 2 se profundiza aún más si tenemos en cuenta quién está detrás de cámara: Ari Sandel había tenido un muy buen debut con The DUFF y su siguiente film, Cuando nos conocimos, aún con sus fallas, no dejaba de ser interesante. En ambas películas el realizador había evidenciado cariño y atención por los personajes, lo que compensaba fallas narrativas o situaciones redundantes. Sin embargo, en Escalofríos 2 ese cariño no llega a aparecer en la dimensión requerida, porque todo parece hecho en piloto automático, sin imaginación ni personalidad. En consecuencia, solo queda una secuela redundante e incapaz de generar empatía, donde lo que se impone es el aburrimiento.
Esta segunda entrega de la saga literaria es sólo anticipatoria de lo que vendrá cinematográficamente hablando, siempre y cuando la taquilla lo demande. El problema principal es que aquello que muestra al principio, en relación al relato y la presentación de los personajes, todo se empieza a diluir con el correr de los minutos hasta llegar al aburrimiento. No sólo por la previsibilidad que se instala involuntariamente como eje central, sino por los vaivenes del mismo texto que pierde el horizonte sobre el público que va dirigido. En cuanto a los personajes, sólo se repite de manera demasiado fugaz el encarado en R.L.Stine, claro que su misma presencia es la que finalmente anticipa la tercera entrega, ya que es el autor del libro del cual sus ellos cobran vida, casi una copia desde la idea de “Jumanji” (1995). El espacio físico en el que se desarrollan las primeras escenas, la casa abandonada, la presentación de los personajes principales, dos adolescentes casi púberes y la hermana mayor de uno de ellos como los héroes y, por supuesto, el antagonista Slappy, un muñeco maldito que cobra vida, con poderes mágicos. Son los mejores momentos de la película, sus destinatarios son del mismo grupo etáreo. Inicialmente se establece una proposición a la imaginación del espectador, sumándole elementos de aventura y refrendados por diálogos realistas, inteligentes y graciosos. Pero todo se acaba de manera prematura y precedente al primer punto de quiebre, antes del primer atisbo del supuesto conflicto. A partir de ahí es que se desenfoca, por momentos parece dirigido a niños de menos de 10 años, luego a infantes de 5 para abajo, y termina por no estar dirigido a nadie. Otro problema que presenta es que tiene mucho de estructura en tanto acciones de los personajes y estética televisiva en tanto imagen. La historia es sencilla, todo transcurre en la noche de halloween, el pueblo pasa a ser amenazado de ser destruido y los tres personajes tienen en su poder el libro, el elemento que sirve para detener el Apocalipsis. El final es sabido antes que se apaguen las luces de la sala, pero que también se pueda anticipar cada acto es su mayor contrariedad.
Esta vuelta cuenta solo con un cameo de Jack Black (“Escalofríos”), su desarrollo gira en torno a tres amigos, primero Sonny Quinn (Jeremy Ray Taylor, “It”) y Sam Carter (Caleel Harris, “Una casa de locos- serie de televisión) se encuentran en una casa abandonada y siniestra, allí encuentran uno de los libros de Stine, titulado “Haunted Halloween”, guardado en un misterioso baúl. Fortuitamente liberan al muñeco Slappy y a partir de ese momento vivirán situaciones terroríficas Sonny, su hermana Sarah Quinn (Madison Iseman, “Jumanji: Bienvenidos a la jungla”) y Sam. Ahora el libro le da vida a los distintos personajes de Halloween acechando la ciudad, las situaciones que van sucediendo irán sacudiendo un poco a los espectadores, se mezcla la comedia, la acción y el terror, llena de efectos especiales, personajes delineados entre ellos como el que compone Jeong (“¿Qué pasó ayer?), muy divertido, una historia que resulta entretenida e ideal para sus seguidores. Tiene alguna similitud con Los Goonies”, llena de aventuras y niños en bicicletas.
Goosebumps vuelve a la pantalla grande con una secuela que busca mantener el espíritu de su predecesora.
Juego sádico y poco vuelo para la imaginación Aunque no se trata estrictamente de una película de terror, Escape Room: Sin salida viene a ocupar ese lugar en la cartelera de esta semana. Y pese a que algunos aires de familia permiten vincularla con la saga El juego del miedo, esta película también se mantiene a una distancia prudencial de las principales características que convirtieron a aquella en una franquicia exitosa. Ambos universos comparten la idea de un juego sádico, en el que un grupo de personas encerradas debe aceptar y respetar las reglas en busca de sobrevivir. Pero mientras en El juego del miedo se utilizaba ese disparador para reproducir de modo explícito las aberraciones que sus jugadores eran obligados a cometer unos contra otros en busca de la supervivencia, en Escape Room prima la idea de equipo en donde los miembros deben colaborar para superar cada desafío. Esas diferencias, que desde aquí se consideran argumentos que juegan a favor de Escape Room, son las que al mismo tiempo permiten suponer que en caso de convertirse en saga –una decisión nada improbable–, difícilmente consiga reportar a sus creadores los mismos y suculentos dividendos. La trama reúne a personas que, aunque son bien distintas entre sí, comparten la necesidad de enfrentar un reto. Una súper inteligente alumna de física que debe superar su introversión; un exitoso agente de negocios que parece tenerlo todo, pero necesita la adrenalina del desafío; un joven descastado a quien el sistema le niega oportunidades de progreso. Y así hasta completar el cupo de seis personajes en pugna, quienes reciben la misteriosa invitación para participar de un Escape Room: un juego de ingenio en el que un grupo es encerrado en un cuarto con un tiempo límite para resolver el enigma de cómo salir de él, a partir de pistas ocultas en su interior. Los pobres descubrirán por las malas de que acá la cosa es más jodida que los trucos de Houdini. Los protagonistas irán superando los desafíos de cada habitación, que en realidad son trampas mortales, y algunos de ellos irán perdiendo la vida a medida que avanzan. Si bien el recurso de ambientar a cada cuarto y algunos de los retos propuestos resultan de un interés aceptable, otros en cambio rizan el rizo más que la peluquera de Shirley Temple y se pasan de la raya del verosímil. Aun así, toda esa parte proporciona un entretenimiento sino digno, al menos pasable. Pero las vueltas de tuerca finales no resultan nada sorprendentes y acaban precipitándose en la cajita de lo que cualquiera podría haber imaginado. Y nadie paga una entrada para salir de la sala con la sensación de que uno mismo podría haberlo hecho mejor.
Critica emitida por radio