El amor en tiempos de redes sociales Tras su paso por la sección Cine del Futuro del BAFICI 2011 se estrena este film dentro de un ciclo organizado por la distribuidora Tren Cine, que proseguirá con el lanzamiento de Tilva Ros (el 19/7) y Gabi on the Roof in July (el 2/8), siempre en una de las dos nuevas salas ubicadas en el subsuelo del Centro Cultural General San Martín (Sarmiento y Paraná). A continuación, reproducimos una breve reseña de Flores del mal publicada durante el BAFICI 2011: Podría decirse que Flores del mal es una película de amor posmoderno, o de cómo se desarrolla el encuentro amoroso en las sociedades desarrolladas contemporáneas. Gecko (Rachid Youcef) es un chico de origen árabe en Paris, dedicado a Facebook y a desplazarse mediante un baile bastante acrobático, desde su departamento al hotel donde trabaja como botones. Anahita (Alice Belaïdi) es una muchacha iraní en su primera visita a la ciudad, que sigue obsesivamente por Internet la evolución de las protestas en Teherán durante las últimas elecciones. Una historia simple, que contiene muchos elementos actuales: ese amor con cierto desapego que hoy viven los más jóvenes, el desarraigo y las migraciones, los (largos) tiempos muertos centrados en el baile y, sobre todo, el tremendo poder de las redes sociales.
La vida en tiempos de Internet Flores del mal (Fleurs du mal, 2010), no en vano parafrasea en su título al poema del escritor francés Charles Baudelaire ya que funciona como una libre interpretación cinematográfica moderna del mencionado texto provocando una ruptura en la forma y el contenido. Gecko (Rachid Youcef) es un joven botones de hotel que vive libremente en la ciudad de París y cuyo hobby pareciera ser el baile. Anahita (Alice Belaïdi) una chica iraní que se hospeda en el hotel donde Gecko trabaja. A la muchacha la inunda una terrible y solitaria tristeza que será el motivo de su estadía parisina. En Teherán una serie de manifestaciones estudiantiles ponen en peligro la vida de miles de jóvenes y Anahita fue enviada casi obligada a Paris por su familia que la quiere mantener alejada del peligro. Gecko y Anahita se encontrarán en vivo y luego por chat para vivir una historia de amor, aunque esta sea sólo pasajera y llena de contradicciones. Mientras internet los una la vida real los separa. David Dusa ofrece una historia minimalista con solo dos personajes pero con una solvencia narrativa y cinematográfica más que interesante. En Flores del mal combina la ficción con el documental para contar un relato de amor pero también la historia de la represión estudiantil sufrida en Irán hace unos años atrás. Para eso anexa a la trama las redes sociales por donde Anahita se comunicará con sus amigos en Irán y verá todo lo que sucede a través de videos reales subidos a Youtube. La liviandad de lo que podría ser un film romántico, en el que chocan dos culturas, toma otro valor al funcionar como una película que también denuncia mostrando una dura realidad. En contraposición a la realidad iraní Youtube es el medio elegido por Gecko para mostrar su baile. La pasión que lo hace sentirse vivo. Y es en esta contradicción en donde el realizador pone en conflicto la utilización de las redes sociales. Estas sirven para cuestiones banales como mostrarse a los demás por el simple narcisismo propio, pero también pueden cumplir el rol de dar a conocer un hecho de violencia que de no ser por ese medio sería invisibilizado. Internet puede entretener pero también puede tener un valor social y esa termina por ser la paradoja planteada por Dusa. Dicho caso también funciona como una analogía del cine o al menos del cine que el cineasta se propuso. Flores del mal narra lo que podría ser una banal historia de amor que es mucho más que eso. Es una revolución cinematográfica que como su homónimo en la literatura abre un nuevo estilo cinematográfico donde la ficción se fuciona en realidad.
Cruces étnicos y culturales Situado en París, el de Dusa es a la vez una historia de amor adolescente y un film político, una comedia juvenil y un melodrama en tiempo presente, un relato clásico y uno que, con la mayor modernidad, se abre en todas direcciones. El es musulmán, ella no. Lo raro es que la iraní es ella, no él, que es francés. Francés de segunda o tercera generación: por algo se llama Rachid. La inversión del lugar común, los cruces étnicos y culturales, hacen de Flores del mal un film mestizo. No sólo en términos identitarios. Opera prima del joven realizador húngaro David Dusa, Flores del mal mezcla tonos, lenguajes, medios, formas y formatos. La mezcla, el mestizaje, son parte de la historia personal de Dusa, que nació en Budapest, vivió en Suecia y en Sudáfrica y estudió cine en Gotemburgo y París. Exhibida en Cannes y en la sección Cine del Futuro de la edición 2011 del Bafici, situada en París y hablada en francés, Flores del mal es a la vez una historia de amor adolescente y un film político, una comedia juvenil y un melodrama en tiempo presente, un relato clásico y uno que, con la mayor modernidad, se abre en todas direcciones, acogiendo los estímulos más diversos. Con el estreno de Flores del mal quedan oficialmente integradas a la cartelera porteña dos nuevas salas de exhibición cinematográfica, ubicadas en el bajo plaza del Centro Cultural General San Martín (ver aparte). Rachid se despierta a la mañana, navega en su compu, se cambia para ir al trabajo y de pronto comienza a retorcerse con los más simpásticos (espásticos y simpáticos) pasos de breakdance (¿se seguirá llamando así o se le dará otro nombre ahora?). No sólo eso: hace todo el recorrido, de su casa al trabajo (trabaja de botones en un hotel) entre saltos, cabriolas, acrobacias y bailoteos. Eso que se llama parkour, pero aplicado a la vida cotidiana. Rachid es una esponja: sale al balcón, ve el embotellamiento de la autopista (vive pegado a ella, como podría ocurrirle en Buenos Aires a algún vecino de la calle San Juan), va a la compu y googlea la palabra “embotellamiento”. “Grandes embotellamientos en Irán”, dice una de las referencias. Es junio de 2009, en el país de los ayatolás acaban de celebrarse elecciones presidenciales y el pueblo entero está en la calle, protestando contra lo que consideran fraude electoral y manifestando en verdad, por primera vez en semejante número, contra el gobierno integrista. Como el Principito de Saint-Exupéry, Rachid parecería no saber nada de antes: todo lo aprende ahora. Cuando se cruza en un pasillo del hotel con una chica cubierta con su hiyab, y ella dice de dónde viene, Rachid comenta: “Ah, el país de los embotellamientos”. Los papás de Anahita, seguramente burgueses, laicos y progresistas, alejaron a la hija no de los embotellamientos, sino de los incidentes callejeros, desensillándola en París hasta que aclare. Para Anahita, no hay en París nada más valioso que una buena conexión (“güifí”, dicho en francés), que le permita seguir por YouTube los enfrentamientos entre manifestantes y policías y mantener vía Twitter el contacto con parientes, amigos y compañeros de universidad, enterándose de que los uniformados acaban de entrar a palazos allí. El extraplanetario Rachid no sabe lo que es Twitter y su fe musulmana no le permite tomar vino. Pero sí viajar (dice haber estado hasta en la China), navegar por la web (desde que conoce a Anahita se la pasa escribiendo “Irán” en el buscador de Wikipedia) y subir a la red sus videos de bailes, que son verdaderamente buenos (los bailes; los videos son una simple camarita encendida). Flores del mal tal vez sea un cruce entre Melody y This Is Not a Film, la película que Jafar Panahi grabó en el período de su prisión domiciliaria. Filmada en digital con una cámara cassavetiana (móvil, inquieta, eventualmente temblorosa) y apropiándose de material de YouTube, algunos elementos de Flores del mal pueden hacer algún “ruido”. Rachid no parece un gran viajero ni tampoco el huérfano callejero que se supone que es. La actriz Alice Belaïdi responde cabalmente al viejo truco de la chica linda y algunas referencias cuajan más que otras. Que Anahita cite el hedonismo libatorio de Omar Khayyam basta para recordar que hay un Irán sin rezos, chadores o Corán. Que le haga leer a Rachid en voz alta a Baudelaire, en cambio, será narrativamente útil como signo de puente cultural, pero la poesía de Baudelaire no parece tener mucha relación con su mundo o el de Rachid. Sin embargo, la dinámica visual, el mestizaje, la libertad narrativa, el modo en que las escenas respiran, el carácter esponjoso del relato (que no es sólo de Rachid) hacen de Flores del mal lo que más importa: un film que, a diferencia de quienes caen en las calles de Teherán, está vivo.
La película es una historia de amor y pero también es la historia de dos personas, de un país y de un momento. Cierta lógica estética parece haberse adueñado del cine independiente de este siglo, con lo cual el efecto repetición tiende al hartazgo. En este film todo lo que se trae de esa construcción a esta altura repetida sufre una suerte de intervención por parte del director, David Dusa, pues la historia de dos jovencitos que se conocen de casualidad en París y se aman, es atravesada estéticamente con youtube, twitter, facebook y una interesante disrupción corporal permanente. Su práctica que tanto puede considerarse un trastorno obsesivo compulsivo como un arte callejero, está a cargo de Gecko, el bailarín que como botones de un hotel, enamora a una bella iraní obsesionada por conectarse con lo que ocurre en Teherán, donde las revueltas verdes posteriores a las elecciones presidenciales de 2009 están siendo violentamente reprimidas. La película es una historia de amor, pero es la historia de un momento. Y es aquí donde mejor juega sus cartas el director, en sostener un entorno omnipresente, aun en la intimidad. Lo que construye ese entorno es la realidad política, la modernidad tecnológica, las posiciones de clase – que no funcionan como límite, pero si como contexto – la identidad subjetiva de los personajes. Y por sobre todo, diluida pero eficaz, la noción posmoderna de las identidades múltiples. ¿Miss Dalloway o Anahíta? ¿Gecko o Rachid? (nombre que apenas se pronuncia y pasa casi desapercibido). Esa lógica de imágenes icónicas de las redes sociales y la identidad personal como problema, trae en la película otras referencias. ¿Qué oculta la identidad negada de Gecko? ¿Cuánto sentido adquiere la diferencia de clase en París si se rastrea también sus propios orígenes marcados en sus nombres? Dusa hace explícito todo en relación con Anahíta y oculta todo en relación con Gecko. ¿Orgullo y vergüenza como cuestiones de clase de los musulmanes en París? Esto subyace bajo una historia de amor, de una chica y un chico que se encuentran y se aman. En París, como no podía ser de otra manera.
La vida en tiempos de Internet: El amor, el exilio y la guerra. El filme del director David Dusa es presentado como parte del ciclo 3 que realiza la productora de cine Tren. Flores del mal es una historia moderna, en la era de Internet. Una obra que refleja la realidad de los jóvenes hoy, donde el consumo de Internet, el acceso a la información desde cualquier dispositivo y la hiperconectividad son parte diaria de estas nuevas generaciones (y de las no tan nuevas también). Dusa nos trae la historia de Gecko, un joven francés que trabaja en un hotel y que lo hace solo para pagarse Internet y viajar. Ha tenido una triste historia familiar y detrás de una sonrisa contagiosa, hay un gran bailarín. Un hiperkinético que no para de saltar, tirarse al piso y disfrutar de lo que hace, esté donde esté, sea el lugar que sea. Un día conoce a Anahita , una iraní exiliada que gracias a la tecnología sigue de cerca los acontecimientos de su lugar. Allá hay enfrentamientos civilestras las elecciones y está preocupada por sus familiares y amigos, por cada video que se sube a Youtube sobre los acontecimientos de Teherán más se acrecienta su miedo y su culpa por estar en un país libre donde puede caminar alcoholizada por la calle sin que eso sea motivo para que la maltraten o torturen. Entre Gecko y Anahita nace el amor y en esa ebullición de pasión, van aflorando los problemas y necesidades de cada uno, los miedos y preocupaciones, como así también las diferencias culturales y sociales. Dusa logra ensamblar muchas imágenes de archivo con la ficción que está contando, las usa de marco, como elemento del relato, las hace propias y las resignifica. Usa mucha cámara en mano que dan más realismo a la historia. Cien minutos efectivos sobre un momento en la vida de estos jóvenes, donde el amor, la libertad, la culpa, el dolor y la guerra se entrecruzan a cada momento; y donde es muy difícil es ser feliz cuando del otro lado del mundo hay mucha gente sufriendo. Un mensaje alentador, una película optimista, una obra política y cultural enmarcada en un contexto muy actual y reciente. Las redes sociales como epicentro de la comunicación donde existe la posibilidad de subir un video de un chico bailando, o imágenes cruentas (prohibidas en sus países) sobre enfrentamientos o guerras. Los usuarios hacen ese contenido y lo suben, las banalidades o no forman parte de Internet y eso es algo que Dusa utiliza como otro elemento potente para profundizar su relato, para hacernos participes de las realidades paralelas que existen y que están a un solo clic de nosotros.
Cannes English Bookshop es una librería inglesa que está a tres cuadras del teatro Lumiére. Tiene una sección de libros de cine muy acotada, pero la selección es siempre arriesgada. Allí pude comprar el año pasado, ni bien salía de imprenta, el libro que editó James Quandt para el Film Museum sobre Apichatpong Weerasethakul. También, en esa ocasión, estaba a la venta y de la misma editorial, el libro sobre James Benning. Dado que las esperas al sol, a veces parado o sentado, para ver una película En Cannes van de una hora a una hora y media, tengo el hábito de comprar un libro que me acompañará mientras el tiempo se diluye en la espera. En esta ocasión, el título elegido fue Film Theory: an Introduction through the Senses, de Thomas Elsaesser y Malte Hagener. Es un libro extraordinario, de lo mejor que he leído en años, y una pieza literaria ideal para acompañar al maravilloso The Material Ghost, de Gilber Perez. En ese libro se puede leer: “Si se mide la importancia que han llegado a tener en el siglo XXI la imagen movimiento y el sonido grabado, existe, finalmente, otra razón probable para concentrarse en el cuerpo y los sentidos: el cine parece haber dejado atrás su función de <<medio>> (para representar la realidad) para convertirse en una <<forma de vida>> (siendo entonces una realidad en sí y con derecho propio)”. La aseveración parece ser una síntesis perfecta de Flower of Evil, de David Dusa, un film exhibido en una de las secciones menos conocidas de Cannes: Acid (Asociación para la distribución independiente). El film de Dusa es un film menor, pero quizás se trate de uno de los pocos ejemplos exitosos en donde la imagen cinematográfica se conjuga y dialoga perfectamente con otros sistemas de producción y distribución de imágenes. Aquí, el cine, el Ipod, You Tube, y otros sistemas audiovisuales se combinan coherentemente en el relato. Flower of Evil, cuyo título remite lógicamente al libro de Baudelaire, es una película literalmente viva sobre el amor adolescente entre una joven iraní recién llegada de su país y un joven parisino, cuya mayor virtud consiste en bailar Breakdance en las calles, de lo que se predica una agilidad física extraordinaria. Su modo de transitar lo real es una prolongación de su baile: se mueve por el espacio como si su cuerpo no tuviera gravedad y el aire fuera una pista en la que patina con su esqueleto. Se conocen por Facebook, y a partir de allí no dejan de estar juntos. Lo que Flower of Evil permite visualizar es cómo la subjetividad juvenil está inscripta en un orden audiovisual desterritorializado (perdón por la palabra)l. Dusa es inteligente, pues piensa y no juzga. Aquí, la digitalización de los actos cotidianos más que enajenar y privatizar la identidad constituye lo que más arriba Elasesser y Hagener llaman “una forma de vida”. Los jóvenes se conocen por la web. La joven usa su Iphone para seguir al momento todos los acontecimientos políticos de su país. El film permite intuir un sistema electrónico de información clandestino. Al instante, los videos sobre la represión callejera en Teherán están disponibles en la Web. En una escena romántica, los chicos bailan en su casa y es él que sostiene su teléfono mientras de ese “juguete” técnico se reproduce la música que bailan. Es una forma de vida en donde las tecnologías electrónicas de mano son una extensión de la identidad. Lo genial del film es que esta forma de vida no está en contraposición a un estilo ya pretérito pero no por ello superado, nacido con la imprenta, es decir, una invención del universo de Gutemberg, cuyas criaturas dependían del libro como práctica esencial para dotar simbólicamente el contenido de sus vidas. En efecto, la iraní le hará saber que Omar Kahayan es para su gente lo que para los franceses es Baudelaire. &sourceFile=image-10665 En el 2010, las películas latinas que se ven en Cannes giran también en torno al amor, o más bien estudian o intentan aproximarse a su reverso: el desamor. Año bisiesto, de Michael Rowe, transcurre durante todo el mes de febrero. Una periodista joven, quien colabora para varios medios, cuando no escribe coge. Su cama es un cuadrilátero multitudinario: pasan muchos hombres y no vuelven. Quizás ella espere un poco más de sus amantes, una caricia, un ademán menos mecánico. Hasta que un día, entre uno de los tantos con lo que tiene sexo, habrá de encontrar un compañero, lo que no significa un amor establecido o una relación estable. Sin música extradiegética y con un impecable trabajo sobre los encuadres, los planos, más bien cerrados y fijos, pueden llegar a ser asfixiantes, pero justifican el pathos del film, un interesante ensayo sobre el instinto de muerte, aquí vinculado con una práctica sexual extrema: el sadomasoquismo, extraña táctica por la cual la protagonista en la hipérbole del castigo y el flagelo hallará un reparo y modo de volver a pensarse. Con reminiscencias a Viva el amor, de Tsai Ming liang y a Batalla del cielo, de Carlos Reygadas, el sexo es casi siempre un estimulo biológico y una neutralización de una carencia ontológica. Si no cogen, no son nada. La provocación es una regla, y todo está permitido: cachetear, atar, cortar, mear. Y sin embargo, Año bisiesto no llega a ser por eso un film cínico. El giro final constituye un toque dialéctico: la aparición de Eros. Octubre, de los hermanos Diego y Daniel Vega, es todavía más sórdida que Año bisiesto. El escenario no es el Distrito Federal sino Lima, la capital del Perú y una ciudad que a juzgar por el retrato del film, no evidencia bienestar. Aquí el personaje no es una periodista sino un prestamista, quien además continúa una tradición familiar. En algún momento, una prostituta le dejará una criatura recién nacida. Quizás es su hija. Inconscientemente misántropo, el protagonista habrá de aprender a vincularse no solamente con su “hija”, sino también con una mujer que lo desea, un “socio” que le demuestra afecto e aun con las furcias. Una vez más, existe una preferencia por los planos cerrados, que formaliza la experiencia solitaria del personaje. Los Vega deciden también no mover su cámara. Los planos son fijos, la luz tenue, y no habrá en toda la película ninguna pieza musical, excepto por los acordes que se escuchan en una procesión religiosa que remite al paganismo característico de la cultura precolombina del Perú. Uno de los pocos planos abiertos del filme. Aquí también el sexo es mecánico y reptil. Es sexo bestial, y casi siempre pago. En efecto, lo más poderoso del film peruano es mostrar cómo la sintaxis de la conducta humana es mediada y constituida por el dinero y el sexo; es decir por un papel de un poder inexplicable, cuyo misterioso poder excede a la película. ¿Economía libidinal? El dinero, el único Dios vivo sobre la Tierra, rige todo, incluso el instinto, al menos eso sucede en la vida de algunos peruanos, obligados a vivir en las sombras. Fotos: 1) Año bisiesto; 2) Los hermanos Vega.
Lelouch lo hizo mejor hace 50 años Un film francés para adolescentes, «Flores del mal», sobre el difícil romance de un nieto de inmigrantes musulmanes y una hija de exiliados iraníes, se estrenó primero en la sala 2 del CCSM (allá en el quinto subsuelo) y luego on mayor número de pasadas en el cine club Buenos Aires Mon Amour. Autor, un húngaro formado en Sudáfrica, Alemania y Francia, David Dusa, debutante igual que sus guionistas y sus dos intérpretes. La acción se ambienta en 2009 en Paris. La joven está todo el tiempo mirando desde la computadora las manifestaciones contra el proceso electoral iraní y la consiguiente represión que hay en su tierra. Vive preocupada por sus amistades, y un poco avengonzada de hallarse en lugar seguro. Mientras, el pibe está todo el tiempo moviéndose con pasos de hip hop, bailando en la via pública y otros lugares, trabajando como botones de hotel y, lógicamente, buscando en Internet cualquier información sobre ese raro país de donde viene una chica tan linda y tan seria. En verdad, ella no es tan seria, y se ocupa de despabilarlo imponiéndole las poesías de Omar Jayyam, el celebrador del vino, y Charles Baudelaire (de ahí el título del film). Ella tiene actitudes que el otro quizá no se esperaba. Ojos occidentales pueden verlos cercanos, pero, por empezar, se trata de una acomodada persa laica y un laburante franco-magrebí religioso. El resultado, entonces, dependerá de la fuerza del amor, la intención del autor, y el peso de los jueguitos visuales, musicales y estilísticos que llenan la pantalla y buscan entretener a la platea. Todo está contado en un gran patchwork de géneros, tonos y estilos diversos, con extenso material de youtube envolviendo los sentimientos de la parejita despareja de difícil futuro. Entretenida, incisiva y a la vez inocente, más rara que buena, interesará, precisamente, a los buscadores de rarezas, y también a algunos estudiosos de la sociedad contemporánea. Dicho sea de paso, hace ya medio siglo Claude Lelouch también empezó con una vocación similar de unir historias sentimentales, entornos de actualidad, lucimientos técnicos, cambios contínuos y personajes contrapuestos (una dama y un canalla, un gato y un ratón, etc.). Pero tenía más fuerza, y más talento.
Imágenes de nuestro mundo El Cinéfilo Bar presentará hoy en su ciclo de estrenos argentinos un filme de sorprendente actualidad para los cordobeses: Hacerme Feriante, ópera prima de Julián D’Angiolillo, es un documental de estética observacional que se mete en los entresijos más profundos de ese universo tan particular que es La Salada (y que se encuentra a punto de llegar a nuestra ciudad). Al modo de grandes documentalistas como Frederick Wiseman, lo que se propone aquí D’Angiolillo es revisar el funcionamiento integral de una institución, en este caso ilegal y bastante demonizada, lo que podría haber dificultado la empresa: lejos de ello, D’Angiolillo parece haber logrado un acceso privilegiado a este mundo, y si bien no puede llegar a registrar todos los rincones del fenómeno, sí consigue componer un fresco bastante elocuente y revelador sobre la feria de ropa y artículos “truchos” más grande de la Argentina (de las mayores de Latinoamérica). El modo observacional quizás sea la forma documental más cinematográfica por excelencia, porque se trata siempre de una apuesta radical por la imagen, pues intenta capturar la realidad sin ningún tipo de intervención externa a la cámara (como si fuera una “mosca en la pared”). D’Angiolillo es coherente con su elección y jamás cede a la tentación de los modos periodísticos: Hacerme Feriante es un recorrido por el presente y el pasado de la feria sin ninguna explicación en off, sin entrevistas ni otra intervención del director. Cuando necesita explicitar algo, D’Angiolillo recurre a la tecnología: como si fuera su propia investigación, muestra en la pantalla de su computadora las denuncias periodísticas sobre las irregularidades de la feria, aunque las contrastará con algún testimonio de la red de redes. Claro que a continuación se meterá de lleno en este universo, sin emitir juicios ni arriesgar hipótesis, dejando esa tarea al espectador, pues a lo sumo ofrecerá un método comparativo a través del montaje. Veremos así el pasado ilustre del predio donde está instalada la feria como un gran balneario popular, con fotos de suficiente elocuencia como para testimoniar una época política e histórica (la iniciada por el primer peronismo); que podremos contrastar con el presente, que D’Angiolillo registra en su máxima amplitud: no sólo recorriendo los pasillos laberínticos de la feria, sino también (y antes) los talleres de confección de ropa, las cuevas de copia y producción de películas truchas, las asambleas de los integrantes de la feria, sus negociaciones con los representantes del Estado, etcétera. Lo hará, a veces, como si verdaderamente la cámara fuera un insecto (con planos heterodoxos sobre un carrito por ejemplo), aunque lo importante es que podremos vislumbrar un gran sistema vivo, de espíritu cooperativista y social, muy alejado de aquella imagen que nos transmitieron los medios. Un filme bien de su tiempo es Flores del mal, del joven director húngaro David Dusa, que hoy se estrenará el Cineclub Municipal Hugo del Carril (ver Agenda). Naturalmente político y filosóficamente pop, el filme de Dusa es un retrato inigualable de la juventud moderna, que acaso esté llamado a despertar cierto furor entre los espectadores de esa edad (como ya lo hiciera hace unos días Los amores imaginarios, de Javier Dolan, también en el cineclub). Su eje narrativo es un amor juvenil entre un joven parisino, que trabaja de botones en un hotel y es un experto bailarín de hip-hop, y una estudiante iraní que se encuentra de viaje en la capital francesa, aunque en su país se ha desatado una violenta revuelta estudiantil que será reprimida con furia por las fuerzas del orden. La pareja recorrerá todos los estadios del romance, que se complicará por el conflicto que genera en la protagonista la situación que viven sus compañeros de la universidad: lo interesante, empero, no es tanto el derrotero amoroso sino el modo en que Dusa integra los diversos lenguajes audiovisuales en su relato, testimoniando el carácter multimedial de la juventud contemporánea. Rachid y Anahita conciben a la tecnología como una segunda naturaleza, y su forma de acercarse al mundo es a través de una pantalla (ya sea el Ipod, el celular o la computadora, que usan no sólo para enterarse de lo que sucede en Irán). Se intuye que también para el director es así: Dusa apela a todos los formatos audiovisuales sin pruritos éticos ni estándares cinéfilos, con un espíritu libertario pero por momentos irreflexivo, pues detrás puede latir una idea problemática, que todas las imágenes son iguales. De allí que el trazo grueso y el golpe de efecto aparezcan de tanto en tanto (sobre todo en las imágenes de la represión en Irán) y se integren sin ruido al relato, que además busca bajar línea a través del montaje. La estética de videoclip, que atraviesa todo el filme, entra dentro de esta misma visión: es la forma que tienen estos jóvenes tanto para construir una identidad como para pensar su tiempo histórico. Por Martín Iparraguirre
Publicada en la edición digital de la revista.