Vencedores Vencidos Hace un poco más de ocho años la Argentina se estremecía ante la desaparición de una joven de 23 años llamada Marita Verón. El caso podría haber pasado desapercibido como los miles que ocurren en el país o en el mundo, pero fue la lucha de una madre que no se obnubiló ante la tragedia llevando adelante una lucha incansable por desarticular y desenmascarar a quienes se dedican a la trata de personas. Fragmentos de una búsqueda (2009) no es una película sobre Marita Verón sino sobre Susana Trimarco, la madre que no se dejó vencer aún vencida. El documental de Pablo Milstein y Norberto Ludin (Sol de noche, 2002) propone un recorrido visual e ideológico durante un año en la vida de Susana Trimarco, madre de Marita Verón y su lucha diaria por encontrar con vida a su hija, lucha que la llevó a liberar más de doscientas mujeres víctimas de la trata. El documental producido por el periodista Eduardo Aliverti no se mete con el tema de la trata de manera específica, sino que lo hace desde el punto de vista de Susana, su familia y una serie de personajes que van apareciendo de manera casual. La rutina diaria de esta mujer y como lleva adelante su entereza es lo que refleja una cámara que actúa como espía, observando y mostrando los sucesos pero evitando caer en juzgamientos innecesarios que no hacen a la idea central que propone el film. Fragmentos de una búsqueda se corre del lugar común en el que se podría haber caído ante la tentación de mostrar un costado más morboso sobre la trata de personas y que lo podría haber teñido de cierto amarillismo, algo que no ocurre ante la acertada decisión de no correrse del lugar fijado de antemano que es el de cómo es la vida diaria de esta mujer que perdió a su hija y su búsqueda. Algo que suena razonable a través de una serie de pistas que aparecen de manera permanente y que se remarcan como si fuera un film de espionaje, un condimento extra que lo vuelve aún más atractivo. Sin regodearse con el morbo, ni especular con el sensacionalismo, Fragmentos de una búsqueda es el fino retrato de una búsqueda inquebrantable cuyo mayor hallazgo es lograr lo que se propone, sin ningún tipo de pretensión, con la mayor honestidad posible y el mayor de los respetos.
¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué? Algunos de los interrogantes que plantea el documental intimista sobre la desaparición de Marita Verón. Un caso que conmocionó a la sociedad argentina, abrió el debate y posterioriormente resultó en la aprobación de una Ley sobre la “trata de personas” gracias a la movilización de la incansable Susana Trimarco, su madre, quien no se detuvo en la búsqueda de su hija, secuestrada, drogada y mantenida según la información obtenida, en un círculo de trata de personas organizado con vinculaciones de orden policial, fiscales, políticos, en el interior de nuestro país. La cámara atenta, implícita, divide al documental en fragmentos con intertítulos cuyos puntos en común se enfocan en cinco personas, Susana, Daniel (padre), Micaela (hija), el comisario que ayudase en la búsqueda y la misma Marita, cuya ausencia se siente “presente” en todo el relato del film. El documental retrata algunas de las vivencias, recrea situaciones familiares, discusiones, planteos, y enérgicamente acompaña a Susana en descargos contra fiscales, policías, sin denunciar, una cámara atenta que por momentos en esa recreación no resulta convincente sino actuada, con recursos que bien podrían haberse volcado hacia la simple entrevista. La angustia que ocasiona el film yace en los sucesos ya de amplio conocimiento, con el añadido de poder doblar la apuesta al mostrarnos desde el otro lado, otro dolor: el de su propia hija, una niña, denimada en el film como una “niña grande”, presente en cada una de las situaciones que involucraron la búsqueda de su madre, consciente, y dentro de lo más lastimoso que afronta el film al marcar el incierto futuro de ésta niña, producto de su falta. Daniel es mostrado como un hombre que carece de la fuerza que tiene Susana, la falta de su hija lo desmoronó, vive al día, acompaña pero ya ha perdido la esperanza. Susana Trimarco accede a ser filmada, ella siente que aunque el tiempo ya transcurrido debilite las chances, ha de encontrar a su hija con vida, acompañada por el grupo de directores quienes han logrado una labor muy responsable, pasiva por momentos, sin desafío. Susana marca un ejemplo para la sociedad, desde su humilde experiencia propia y ayuda mediante la fundación que organizase a combatir nuevos casos similares o en relación a la trata.
¿Dónde está Marita Verón? El documental, tras la trata de personas. Los difíciles años que atravesó Susana Trimarco, desde que el 3 de abril de 2002 su hija Marita Verón fue secuestrada en la calle y desapareció, fueron de una angustia y una lucha permanentes. Esa batalla, en sus distintas etapas y circunstancias, es la que retrata Fragmentos de una búsqueda , el documental de Pablo Milstein y Norberto Ludin, que fue premiado en varios festivales. El filme empieza con un premio que le otorgan en los Estados Unidos a Trimarco por su labor, que terminó por conseguir sacar a muchas mujeres de prostíbulos en los que estaban siendo explotadas y denunciar una situación tremenda que tiene lugar en la Argentina, haciendo centro –en su caso- en las provincias de Tucumán y La Rioja. El filme sigue, paralelamente, el derrotero de Susana en la búsqueda de su hija, de 23 años al momento de desaparecer, y a la vez retrata la vida familiar de la mujer, en especial la relación con la hija de Marita, Micaela, que ha quedado al cuidado de sus abuelos. De la desaparición de Marita se sabe que está relacionada con la mafia de los prostíbulos, que varias personas la vieron en distintas ocasiones, que estuvo yendo y viniendo entre distintas zonas y que las autoridades policiales y los funcionarios políticos de ambas provincias, más que ayudarla a Susana en su búsqueda le ponían todo tipo de trabas e impedimentos, dejando en claro que esta “trata de personas” se sostiene también gracias a autoridades que miran para otro lado. Documental de denuncia, es cierto, pero más de retrato y observación, siguiendo a la par las vivencias de Susana y su familia (tal como su título lo indica), Fragmentos de una búsqueda es la desesperante constatación de que poco y nada ha cambiado en ese universo hasta el día de hoy. Y que hará falta la lucha de muchas personas como Susana para que esa perversa trama mediante la cual el poder sigue rondando el secuestro y la desaparición de personas se termine en la Argentina.
La resistencia del sentido: fragmentos de un hallazgo Podría haber comenzado esta reseña diciendo que los realizadores de Fragmentos de una búsqueda, Pablo Milstein y Norberto Ludin,continúan desarrollando la temática de los “desaparecidos”, inaugurada en Malajunta (1996). De los “desaparecidos de la dictadura”, a los “desaparecidos de la democracia”; de los “desaparecidos sin nombre, a los desaparecidos cuyos nombres devienen en emblemas de sus propias búsquedas; de los “desaparecidos”, a las “desaparecidas”. Podría haber sugerido que en este gesto de particularización se develan las preocupaciones éticas y estéticas de los realizadores. Pero me pareció insuficiente. También podría haber analizado el papel de la iluminación, de los encuadres y de los escenarios escogidos por la producción, en función del tono narrativo que el documental propone. Incluso, la obstinada fragmentación formal en capítulos, respecto de la cual no estoy muy seguro de que se trate de la mejor estrategia retórica. Pude haber hecho esto, pero me pareció mezquino, en el mejor de los casos. Preferí en su lugar, referir mis impresiones (subjetivísimas, seguramente) sobre el objeto que allí se está documentando, y con el cual el documentalista pretende fascinar a su espectador. Sobre aquello que, según la instancia enunciativa, vale la pena ser nombrado con imágenes, para que se trascienda el puro silencio de las palabras. Siento verdaderamente que el film no trata sobre Marita Verón, o de su secuestro, de la incertidumbre actual respecto de su paradero, de la policía inoperante o sencillamente corrupta. Ni siquiera creo que trata las injustas desigualdades que padecemos los argentinos en relación con la aplicación y eficiencia diferencial de las leyes. Al contrario, pienso que el título refiere menos al objeto buscado que al sujeto que ha ido autoproduciéndose como consecuencia de esa misma búsqueda. Se trata, sin lugar a dudas, de Susana Trimarco. De esa mujer, doblemente madre, y cientos de veces madre, en cada acto en el que recupera del infierno a alguna muchacha que ha sido secuestrada, prostituida y drogada, como su hija. De todas esas hijas que no son sus hijas. De esa mujer que siendo abuela ha devenido trágicamente madre. Si tuviese que destacar un momento del relato, diría que uno de los más conmovedores sucede cuando en una de las entrevistas ella dice: “ya no le tengo miedo a nada”. Creo, sin embargo, que ella sí tiene miedo; está profundamente comprometida con ese miedo. Un miedo esencial: el miedo a la insignificancia, a la deshumanización y a la pérdida gradual del sentido. Kant, en su estudio sobre la moral, sostuvo que sólo llegamos a elevarnos a la categoría suprema de la dignidad cuando nos admitimos como seres humanos, es decir, cuando asumimos la humanidad en nosotros y cuando obramos en su nombre. Pero asumir esta humanidad implica buscar el sentido no sólo de nuestra existencia como sujetos singulares, sino de nuestra existencia socializada en los otros y por los otros. Según esta interpretación, Susana Trimarco no busca encontrar a Marita Verón, sino que, buscando a su hija y a otras hijas, anhela reencontrarse con un sentido que le ha sido arrancado brutalmente. Es la humanidad en ella la que se niega a aceptar la insignificancia. Y es precisamente esa humanidad fundamental la que ella ha ido hallando en cada fragmento de su búsqueda. Esa es la propuesta y la apuesta del relato: una oportunidad de conocer a quien se resiste al sinsentido. Una excelente invitación de volver a sentirnos humanos en la carne revolucionada de su propia humanidad.
Marita Verón, la búsqueda continúa La trata de personas, tema de un documental Susana Trimarco lucha, como lo hacen las luchadoras en serio, por recuperar a su hija, Marita Verón, víctima de la trata de personas, en su caso, de mujeres sometidas a la prostitución. A pesar de no tener respuesta suficiente ni de la policía o de la justicia, lucha porque otras víctimas puedan liberarse de esta nueva forma de esclavitud. Y sigue buscando a su hija. Marita desapareció en democracia, cuando tenía 23 años, el 3 de abril de 2002 en la provincia de Tucumán, donde vivía con su madre y Micaela, su hija de 3 años. Según lo apuntado por el relato de Pablo Milstein y Norberto Ludin, a los pocos días fue vista a tres kilómetros de su casa, tambaleándose como drogada. Después de ese hecho confuso, una prostituta contaría que la joven fue vendida por 2500 pesos a una whiskeria de La Rioja. Susana salió en busca de su hija por todo el país, desafiando a todos aquellos que sospechosamente trataron de obstruir su investigación, convirtiéndose así en un ejemplo de perseverancia. Milstein y Ludlin eluden el didactismo y todos aquellos detalles técnicos o probatorios que son moneda corriente en los informes televisivo de trazo grueso, con subrayado sensacionalista. Para los cineastas es suficiente con retratar a Susana y a su nieta tal como son, una esperanzada en la aparición con vida, no obstante de a ratos víctima también del escepticismo, la pequeña endurecida por una realidad que todavía no logra comprender en relación a su magnitud y mira hacia delante, en tanto sueña con ser profesora de inglés. Elemental pero con algunos buenos momentos (el enfrentamiento del policía honesto, obsesionado con el caso, con quienes intentan tapar lo ocurrido y borrar pruebas, al límite de la locura; la depresión del padre de Marita, que nunca logró salir del pozo), Fragmentos... es un producto que poniendo el tema sobre la mesa con claridad, ayuda a abrir los ojos, cuando es habitualmente ninguneado o tomado con trazo grueso por la TV, con el único fin de lograr rating.
Fragmentos de una búsqueda retrata la lucha de Susana Trimarco, cuya hija, Marita Verón, ha sido secuestrada hace 8 años por grupos que someten a las mujeres a la explotación sexual y permanece desaparecida. La historia de vida de Susana Trimarco, protagonista excluyente de este documental, se ha reducido a la historia de la búsqueda de su hija, Marita Verón, quien ha sido secuestrada hace 8 años por grupos que someten a las mujeres a la explotación sexual. La joven está actualmente desaparecida, y uso este término con toda intención, pues sin dudas los entramados que sostienen estos secuestros, estas apropiaciones de las personas, sus cuerpos, sus deseos y sus identidades, reiteran un modo de operar y mantenerse impunes, que solo se pueden evocar las violaciones a los derechos humanos perpetradas durante la dictadura. La película se construye de fragmentos que dan cuenta de ello y de cómo lo cotidiano ha sido invadido por tal secuestro. La crianza de la hija de Marita, la decadencia del padre, la invariable presencia de tal ausencia en la mesa familiar. Pero también se devela la complicidad de los sistemas policial, judicial y político y de lo extendido de tal modus operandi (Susana ha logrado rescatar cerca de 200 mujeres secuestradas por las redes de trata) como clave para entrever la existencia de un negocio de magnitud, que aun cuando nos duela, nos pasa cerca a casi todos. La película tiene un notable poder de síntesis y evita abusos, repeticiones y golpes bajos. Lo cual es un logro importante para un documental cuya fuente está plagada de dolores y hechos escabrosos. Fragmentos de una búsqueda se convierte ahora en parte de esta búsqueda. La película se convierte, por su propia producción, en un instrumento a favor de la lucha de Susana Trimarco y no solo en un mero reflejo. La película es una instancia para poner en la consideración pública un tema que sigue siendo silenciado: toda mujer prostituida es una mujer explotada, sometida, una mujer cuyo cuerpo, en cada transacción, es convertido en objeto (solo un objeto – sea material o simbólico - puede ser intercambiado por dinero). Al convertirse en un objeto, al despojársela de subjetividad, se produce ese acto tan sutil, pero inevitable, de sometimiento. Día a día, incluso en actos tan sencillos como la degradación de cortar la pollerita, como hace algún multimillonario y multiturro conductor televisivo, esa objetivación, que es la base de la explotación, se repite miles de veces en nuestra sociedad. Cada persona que cree que tiene derecho a disfrutar de los cuerpos ajenos por dinero, vuelve a secuestrar a Marita Verón.