Cuando poco es mucho Ganadora del Premio Especial del Jurado, y del Premio FEISAL en la Competencia Internacional del 14º BAFICI; la ópera prima de Maximiliano Schonfeld, Germania (2012), cuenta la historia de una familia de ascendencia alemana que vive en una pequeña aldea de Entre Ríos y tiene que exiliarse. Entonces, todas las miradas del pueblo se posan sobre ellos. Germania es una película pequeña, que pretende poco pero que logra mucho. Una historia simple, concentrada en un mundo intimista y focalizada en retratarlo. La protagonizan personajes que hablan más con las miradas y los gestos que con las palabras y entonces no dejan espacio para las dudas. La puesta en escena tiene un ritmo rural que para algunos puede resultar moroso, pero los que consigan entregarse y dejarse llevar por el suceder apacible de las imágenes disfrutarán con los atardeceres entrerrianos y los cantos corales alemanes. Técnicamente correcta, la fotografía simple de Soledad Rodriguez muestra lo que se necesita ver y aunque no peca de preciosismo extremo contiene ciertas imágenes para el recuerdo. Como aquellas vistas en perspectiva del gallinero o el plano del amanecer con el que inicia la película. Un apartado especial merece el montaje sonoro, el cual aporta mucho a la creación del clima y a la identidad de Germania. Anticipándose a los nuevos escenarios, los momentos musicales creados por Jackson Souvenirs son a la vez conector de las acciones y telón de fondo para que ocurran. Aportan, además, emoción y carácter guiando al espectador en el mundo sutil y misterioso en el que la historia transcurre. Para sacarse de encima la ciudad y descubrir que con poco se puede contar mucho, sin la necesidad de caer en el regodeo estilístico de lo visual para contar una historia mínima.
Campo adentro El desarraigo y la pertenencia aparecen trabajados en esta ópera prima de Maximiliano Schonfeld, Germania, film que integrara la Competencia Internacional del último Bafici, sin grandilocuencia ni subrayados innecesarios para teñir al relato con un aletargante ritmo y una impronta visual muy personal, que siembra la información a cuentagotas para dejar que los personajes desde su silencio y el juego constante de miradas construyan la historia. El protagonismo del relato recae en una familia alemana del Volga, en un campo de la provincia de Entre Ríos (de donde es oriundo el director), que debe abandonar sus tierras y su producción avícola para comenzar de cero en otro lugar dejando atrás toda una tradición y un pasado que parecía mucho más próspero que el presente opaco que se avecina y que llevó a la quiebra de la empresa familiar. Brenda y Lucas (Brenda Krütli y Lucas Schel), ambos hijos adolescentes, deben acompañar a su madre viuda en el duro tránsito hacia lo incierto con la sensación de que cierta maldición los acompañará donde quiera que vayan. La información que llega de manera ambigua sugiere la presencia de un virus que diezma la población de gallinas o el agua saturada de cloro. Schonfeld se vale del recurso de la metonimia cinematográfica eligiendo metódica e inteligentemente qué partes mostrar para dejar el espacio de construcción del todo sin apelar a golpes de efecto y con la absoluta confianza en sus imágenes, aunque tampoco descuida los aspectos relacionados con los dos jóvenes en conflicto permanente al tener que abandonar su círculo de amistad y en el que se desliza cierto amor prohibido entre los hermanos, elementos dramáticos que aportan a la trama la tensión necesaria que sintoniza perfecto con el clima opresivo del film. Germania es una propuesta audaz, sutil desde el punto de vista narrativo y con su propio universo y mirada muy particular, que por momentos la asocia con el tipo y estilo de cine del mejicano Carlos Reygadas más en lo que a tono se refiere y al distanciamiento entre la cámara y la acción.
Esta ópera prima del joven director entrerriano Maximiliano Schonfeld -premiada en la Competencia Internacional del último Bafici y en los festivales de Hamburgo y Praga- narra la historia de los integrantes de una familia que vive en una pequeña aldea de alemanes del Volga, una comunidad ubicada en su provincia natal que conserva intactas las tradiciones ancestrales y hasta el dialecto Wolgadeutsche. Los protagonistas están a punto de abandonar el lugar, ya que su granja, dedicada principalmente a la explotación avícola, está a punto de quebrar. No hay demasiadas explicaciones, aunque un virus o el agua clorada podrían ser las causas de la debacle. Pero ése no es el eje principal del relato, sino el punto de vista de los dos hijos adolescentes: él (Lucas Schell) debe despedirse de sus amigos y, en el caso de ella (Brenda Krütli), definir también su futuro en medio de un amor "prohibido" y un embarazo. Película climática, de atmósferas melancólicas y por momentos opresivas (las imágenes de las gallinas y pollos que van muriendo), Germania ofrece en su trasfondo algunas lúcidas observaciones sobre las relaciones en el seno de esa comunidad bastante cerrada y anclada en el tiempo (será inevitable la comparación con Luz silenciosa, del mexicano Carlos Reygadas), aunque el foco está puesto en el contradictorio universo adolescente, en la represión interna de los personajes y en la sensación de pérdida (de derrota). Si bien la puesta en escena no alcanza a potenciar todas las ideas que se esbozan y el director opta tanto desde lo visual como de lo musical por un registro algo frío, solemne y distanciado, se trata de un film bello, sutil, sugerente, arriesgado y, en definitiva, valioso.
Llega el crepúsculo a una granja litoraleña Es curioso que Germania, ópera prima del realizador argentino Maximiliano Schonfeld, se estrene el mismo día que Amour, de Michael Haneke. Si algo trabaja el film de Schonfeld (Crespo, Entre Ríos, 1982) es la idea de latencia, que sostiene en buena medida la obra entera del realizador austríaco-alemán, hallando su máxima y más elíptica expresión en La cinta blanca. La diferencia es, en tal caso, que en Haneke lo que late es el mal, lo siniestro, lo perverso. Mientras que en Germania –si bien cierta forma de perversión no deja de estar muy presente– hay una mirada más dirigida a lo contemplativo, al puro registro de una situación, que a lo acusatorio o admonitorio, como en el realizador de Caché. La otra coincidencia, claro, es que tal como su nombre lo indica, la comunidad litoraleña en que transcurre Germania es de origen alemán. Que tal vez sea lo que en buena medida explica la latencia, tanto en Schonfeld como en Haneke: lo que late es siempre lo reprimido. Y a la hora de las represiones, el protestantismo –religión predominante en el país de Martín Lutero– suele ir a la cabeza. Están instalados en el país desde hace más de un siglo, pero los vecinos de Santa Rosa siguen hablando en alemán. Más precisamente en un dialecto proveniente de la zona del Volga, que es de donde emigraron. “¿Por qué estamos hablando en dialecto?”, le pregunta la adolescente Brenda (Brenda Krütli) a su hermano Lucas (Lucas Schell), y luego siguen la conversación en castellano. Cosa que su madre viuda (Margarita Greifenstein) no hace jamás. La relación con el idioma de procedencia –y por lo tanto con las tradiciones, los antepasados, y, del otro lado, con el presente, la comunidad de adopción– señala un primer corte generacional al interior de la familia protagónica. Otro corte parece indicarlo el escaso apego que por las tareas de la granja (se trata de una comunidad campesina) muestran Brenda y Lucas, a quienes es difícil imaginar sucediendo a sus mayores. Los adultos se reúnen a bailar polcas en el club de la zona, los jóvenes interactúan con los cogeneracionales del lugar. Los varones, jugando al fútbol en los alrededores. Brenda, compartiendo el partido de truco que juega el peón al que sigue a todas partes, por razones que ya se develarán. Los criollos la ignoran, por mujer, por “gringa” o ambas cosas. Es un día especial en la vida de Margarita, Brenda y Lucas: la muerte de sus gallinas, aparentemente por consecuencia de una peste indefinida, y la promesa de la soja, del otro lado de la frontera, hacen que ése sea su último día en Santa Rosa. Esa peste, el desconcierto de los aldeanos y la ausencia de veterinarios parecen hablar de una forma de decadencia. Decadencia concreta o metafórica: Schonfeld trabaja, con pericia, sobre ambos planos a la vez. Que Brenda y Lucas se celen (“¿así que saliste con una puta anoche?”, pregunta ella, envenenada como una novia) y en algún momento se rocen más que cariñosamente, habla de otra forma de decadencia, la endogamia. Endogamia que su madre parece presta a replicar, peinando amorosamente a su cuñado y bailando con él. Esa es la zona “más Haneke” de Germania, que tras su participación en Competencia Internacional del último Bafici ganó dos premios, incluido el Especial del Jurado. A diferencia de Haneke, Maximilano Schonfeld –cuyo padre se crió en un pueblo muy semejante a Santa Rosa– parece más interesado en el instante presente que en lo que vendrá. De allí que no haya aquí suspenso o sensación de amenaza, como en el realizador de Funny Games, sino contemplación y elipsis. Las escenas son extendidas, filmadas en planos largos y protagonizadas por actores que hacen del hieratismo una forma de opacidad. Actores de la zona: de allí que sus personajes se llamen como ellos. En lugar de opacidad, cierto tono ambarino destaca la notable fotografía de Soledad Rodríguez. Predominan sombras, amaneceres, atardeceres. No simplemente por los ritmos de la vida agraria, daría la impresión, sino como modo de comunicar los inicios y finales que marcan ese día. Las sombras tal vez sean las de aquello de lo que los protagonistas no hablan.
Cine de sugerencias para contemplativos Le falta fuerza al guión, y tensión a la historia, que casi no existe, pero tiene sus aspiraciones este cuadro de un último día en las afueras de un pueblo perdido. Fotografía bien cuidada hecha con mínimos elementos, edición sonora todavía más cuidada, clima particular, que en partes delata cierta influencia del mexicano «Stellet lich», vulgo «Luz silenciosa», sobre todo en los tiempos y la ambientación. Aquel se ubica en una comunidad menonita de Chihuahua y está hablado en plautdietsch. Y éste en una aldea entrerriana de descendientes de alemanes del Volga y alterna el castellano con el wolgadietsch. Durante mucho tiempo ésa fue la única lengua practicada en Aldea Spatzenkutter, Aldea Protestante, y otras nacidas en Entre Ríos a fines del Siglo XIX, y todavía hoy los viejos la hablan cotidianamente. Gente trabajadora pero cerrada, desdeñosa de los «schwartz» locales, se fue abriendo con los años e hizo crecer la ciudad de Crespo, convirtiéndola en Capital Nacional de la Avicultura. Pero después vino el declive y su único orgullo en los tiempos recientes ha sido el defensor Gabriel Heinze. Esta película se limita a darnos una pintura de ese declive. Advertimos los restos de una granja avícola venida a menos, parece que por algún virus. Los pollos y gallinas ya dan lástima. La madre está trabajando muy ocupada en su casa, que debe abandonar. El hijo adolescente está ociando desocupado en el campo, que también abandona. La hija adolescente tampoco hace nada útil. Deben despedirse y los vecinos se retraen, como suele retraerse la gente frente a los fracasados. No pasa mucho más, aunque se sospecha otro drama inmediato, el embarazo de la chica por un amor prohibido. Cine de sugerencias, de climas y desarraigo. Envuelve al público contemplativo, aburre al otro, que agradece su brevedad. Dura 75 minutos.
Del desarraigo a la pérdida La "opera prima" de Maximiliano Schönfeld intenta ser un reflejo de lo que sucede, con algunos de los descendientes de los alemanes del Volga que emigraron a Entre Ríos. Muy sólidas actuaciones de Lucas Schell y Brenda Krütli. La "opera prima" de Maximiliano Schönfeld, nacido en Crespo, Entre Ríos, en 1982, intenta ser un reflejo de lo que sucede, con algunos de los descendientes de los alemanes del Volga (que llegaron a Rusia por un plan de Catalina la Grande), que emigraron mucho después a esa provincia argentina. "Germania" es un filme de ritmo lento, de clima melancólico y sus personajes, bastante silenciosos, parecen acostumbrados a trabajar en tareas rurales. La película está ambientada en Santa Rosa, Entre Ríos, en la que los descendientes de la lejana inmigración hablan en su mayoría en alemán, pero sin ignorar el castellano. Es una historia de despedidas, del comienzo de una inminente y nueva etapa, la que se anuncia a través del posible traslado de localidad, que deben asumir sus protagonistas, Margarita (Margarita Greifenstein), la madre y Lucas (Lucas Schell) y Brenda (Brenda Krütli), sus hijos adolescentes. El padre murió años atrás. UN RARO VIRUS La granja de la familia, por alguna extraña razón, se encuentra en estado de deterioro. Una supuesta peste, hizo que el criadero de gallinas del que vivían, prácticamente no funcione más. Las aves, en su mayoría murieron, no se sabe bien por qué. El cura del lugar, habla de un hecho bíblico. Esa situación hace que la madre y sus dos hijos, se desconcierten y vivan una constante sensación de desarraigo, la que se acentúa aún más, cuando no llega la llamada telefónica de una prima, que supuestamente, les iba a conseguir casa y trabajo en otra comunidad llamada "aldea brasilera", en la que viven de la cosecha de soja. Esa mudanza obligada que experimentan Margarita y sus hijos, hace que se revean hechos del pasado. Ella busca consuelo en su cuñado. Brenda sufre el tener que despedirse de un joven trabajador de la zona, a la vez que tiene que lidiar con su hermano Lucas, por el que experimenta una perturbadoras sensaciones. "Germania" tiene un estilo naturalista, una narración simple y muy sólidas actuaciones de Lucas Schell (Lucas) y Brenda Krütli (Brenda), los hermanos.
Finalmente llega a salas comerciales, "Germania", ópera prima de Maximiliano Schonfeld, ganadora del Premio Especial del Jurado, y del Premio Feisal en la Competencia Internacional del 14o BAFICI; Premio Especial del Jurado en Fresh Film Fest Praga, Mejor opera prima en Hamburgo, y seleccionada en los festivales de Chicago, Gotteborg, Río, Nantes y Toulouse, entre otros. Schonfeld, elige contar una historia cercana, de desarraigo, incomunicación y ruralidad. La enmarca en un escenario bello, fotografiado con solvencia y envuelto en una atmósfera sugerente y cansina. La historia que presenta es la de una familia alemana del Volga, radicada en una zona rural de Entre Ríos, que debe enfrentarse a la circunstancia de dejar su chacra y volver a su tierra. Lo que se presenta a priori como una tarea sencilla, no lo es. Los miembros de la misma, tienen parte de idiosincracia local, pero su escencia, es europea, lo cual los transforma en seres callados, llenos de secretos y gran vida interior. Si, es una historia de crisis y destrucción (en cierta manera), de reflexiones en silencio y mucho lenguaje corporal pero el corazón de la historia descansa en la problemática de los dos hijos de la pareja principal: roles jugados por Lucas Schell y Brenda Krutli. Ellos llevan adelante gran parte de lo emotivo del relato, la despedida de los amigos por un lado, y el destino de un amor que podría tener consecuencias, con un posible embarazo, por el otro. La historia, plagada de silencios y frases en alemán, transcurre lentamente como la hora de la siesta en cualquier pueblo del interior: se toma su tiempo para desarrollarse. Hay cierta rigurosidad estética que impera y los protagonistas se mueven en torno a ese precepto. Para el espectador corriente, no festivalero, "Germania" es un film quizás un poco árido. Los conflictos están (de hecho, las mejores escenas se dan en la larga noche del festejo en esa fiesta que va cerrando la película), pero se van presentando de manera un poco lejana e impersonal. Podría pensarse que va a tono con el espíritu teutón, pero, cinematográficamente, la hace más fría al público. En síntesis, una historia singular, pequeña, contada con pocos elementos, subordinados a una disciplinada estética pueblerina muy bien fotografiada. Recomendable, si les gusta el cine independiente y de autor.
Del lat. Germanus: hermano Germania es un film rodado íntegramente en Entre Ríos -ciudad natal del director- que cuenta una historia, en apariencia sencilla, pero que condensa varias cuestiones como el duelo, la muerte, la partida, la familia, el amor y los amigos. Todo esto dentro del contundente marco que encierra la colonia de los alemanes del Volga: los algunas veces llamados Volksdeutsche, que conservan el idioma, la cultura y las costumbres religiosas. El film narra cómo cada miembro de una familia –cada una con sus tiempos- transitará su último día antes de partir obligado de la colonia a causa de la quiebra de una granja que se dedica principalmente a la cría de las gallinas -que están muriendo por causas desconocidas-. La cámara se encargara de evidenciar, de forma nostálgica, cómo dos hermanos llamados Brenda y Lucas se despiden de una comunidad que les da la espalda. Los primeros planos mudos, los paisajes campestres junto con una panorámica eterna de las costumbres y ritos completan el background de los personajes, devastados al evidenciar el quiebre de una estructura. La atmósfera asfixiante que va generando el film comienza a acercar a esa familia que vemos tan lejana: la madre, firme, entre valses, polcas y coros en alemán trata de sostener una partida angustiante. Entre tanto, Brenda intenta enfrentar a su amor criollo, que no parece estar en su misma sintonía, mientras sigue el paso de su hermano mayor, Lucas. Éste se muestra íntegro ante esta situación tan violenta que están padeciendo. Su personaje también es el encargado de mostrar de alguna manera los lazos entre lo ruso/alemán (algo que los atraviesa) con lo argentino, y, sin discusiones ni largos parlamentos, refleja la fragmentación dentro de una comunidad en la que los adolescentes escapan al dialecto y los mayores se aferran cada vez más a él. Germania es un film que, dentro de su simpleza, sostiene diferentes tópicos interesantes siempre dentro de la misma atmósfera suave e intrigante. El film fue estrenado en la Competencia Internacional del 14º Bafici, galardonada con el Premio Especial del Jurado y el Premio Feisal, además del Premio Especial del Jurado en el Fresh Film Festival de Praga. También fue seleccionada en el Festival de Hamburgo, el Festival Internacional de Chicago y el Festival de Gotteborg, entre otros.
Raíces, con olor a tierra fresca Premiada en la última edición del BAFICI, la bella película de Schonfeld destila honestidad. La vida en el campo tiene sus bemoles, y más si los que viven allí son campesinos que trabajan la tierra o, como en el caso de Germania, viven de la crianza de aves, y no son dueños de hectáreas. Los protagonistas de esta película, premiada en el último BAFICI, son inmigrantes, descendientes de alemanes en Entre Ríos. Son gente de pocas palabras, pero de miradas fuertes. Saben lo que quieren, y si no, apuestan por descubrirlo. La granja está a poco de quebrar -las gallinas se mueren-, por lo que hay que emigrar. Y los que más sufren son los adolescentes. Hay amistades que pueden quedar truncas, y hay amores complicados que pueden tener finales no deseados. No es ésta una película de mera observación, sino un trabajo sobre el amor, la necesidad de establecer vínculos ciertos, concretos -la falta de raíz, la emigración de la familia es más que una simple alegoría-, trabajada con una iluminación y un aprovechamiento del campo visual inusual. Maximiliano Schonfeld trabaja con sensibilidad tanta su puesta como el manejo de los actores no actores, haciendo creíble, con un registro entre la ficción y la mirada documental, lo que les sucede a los personajes. La gran apuesta de Schonfeld es saltar por sobre la valla que sería relatar cómo se relacionan en una comunidad que se supone cerrada -no como los amish de T estigo en peligro, más en la línea de Luz silenciosa, de Carlos Reygadas- y desmenuzar los vínculos.
Amanece en Entre Ríos. En medio del campo tres juegan como chicos. Son de una pequeña localidad de esa provincia. El día está comenzando para transformarse en el último para una familia de alemanes de la zona del Volga que viven allí. La Madre (Margarita Greifenstein) y sus dos hijos, Brenda (Brenda Krutli) y Lucas (Lucas Schell) van atravesando de apoco la sensación de abandono por el desarraigo obligado. Hay una razón por la cual deben dejar todo y enfrentar una nueva forma de vida. En principio, son dueños de una granja avícola y de otros animales que están muriendo por razones desconocidas. Un planteo interesante por parte de Maximiliano Schonfeld. En especial para aquellos espectadores que no necesiten muchas explicaciones, o mejor dicho, que no se hacen las preguntas habituales cuando una ficción se presenta ante sus ojos. Preguntas instintivas, naturales que nacen frente a una obra cinematográfica y se relacionan al armado y entramado de casi todo lo que rodea a los personajes. ¿Por qué están allí? ¿Qué pasó? ¿Qué los lleva a reaccionar de determinada manera? ¿Qué los motiva a ser de una manera y no de otra? ¿Cómo llegaron a esta situación? ¿Adónde van? (¿Sigo?) Las preguntas ya no parecen tener validez en esta parte de la historia de nuestro cine. Es una época en la cual la propuesta se acepta como es y cada uno construye su propio mambo, su propia historia e interpretación. Como si fuera uno de esos libros de “elige tu propia aventura”. Ni siquiera hablamos de simbolismos o metáforas. Se puede filmar un primer plano de un tipo metiéndose el dedo en la nariz durante cinco minutos y compaginarlo con un plano entero de un panadero sacando bizcochos del horno. La interpretación es subjetiva, pero la decisión de no contar qué hace ese tipo ahí y todas las preguntas anteriores, es del director. En la contemplación de planos largos, tanto de los escenarios naturales como de los rostros de los NO actores, es donde aparentemente hay que buscar las respuestas en “Germania”. Por cierto, la utilización del sonido ambiente del campo es un elemento interesante, junto con planos generales bellamente filmados. Como si la naturaleza siguiera su curso más allá de los problemas humanos. La utilización de no actores se entiende como una búsqueda de naturalidad despojada de algunos vicios. Claramente, un arma de doble filo dada la inexpresividad de todo el “elenco”. Está clara la situación por la que atraviesa esta familia, sin embargo hay apenas segundos aislados donde se puede vislumbrar emoción con lo que les pasa, con lo cual se pierde gran parte de esta mirada minimalista hacia el núcleo familiar. Aún en alemán, los diálogos salen forzados. Una cosa es decir palabras y otra actuar una ficción. Honestamente me tiene un poco cansado el ahorro presupuestario en este sentido. Son contadas con los dedos de una mano las veces en las que prescindir de actores para contar una historia funciona. Pero no me quiero ir por las ramas porque “Germania” tiene virtudes cuando se trata de poner algo de uno a la hora de establecer una relación con el arte. Tampoco es bueno el delivery con todo masticado.
Tras haberse presentado hace 10 meses en el marco del BAFICI 2012, donde fue premiada al igual que en otros festivales del mundo, se estrenó Germania, la ópera prima de Maximiliano Schonfeld. Film sugestivo y bellamente fotografiado, es una realización atípica en la filmografía nacional, más desde lo que se muestra que por la forma de narrarlo. Rodada en Entre Ríos, de donde el director es oriundo, sigue a una familia de alemanes del Volga en una pequeña aldea mientras realizan un duelo íntimo a la espera de la partida. Los motivos de la mudanza no quedarán claros. Hay una peste, o algo que tampoco se termina de definir, que afecta a los animales de la granja que se van muriendo. Schonfeld prefiere lo no dicho, el sobreentendido, y presenta a una mujer y sus dos hijos -la relación entre los hermanos tampoco está del todo expuesta y parece contener algo de prohibido- en las horas de la despedida, cuando tienen que dejar atrás todo lo que conocen en una suerte de huida de un pueblo que los evita. Germania cae en la contemplación y la sugerencia excesiva, pero se libra de tropezar por correr el foco de atención hacia las sensaciones de los jóvenes. Opresivo, el último día de Brenda y Lucas tiene el peso de la cotidianeidad de un pueblo firmemente conservador, con un fuerte respeto por la lengua madre y la tradición. Un film climático, con una bella paleta de colores ocres, supone un rico retrato del cómo es crecer en una pequeña aldea alemana en la Argentina, más allá de que la claustrofobia narrativa haga demasiado pesados sus escasos 72 minutos.
Despedida a la alemana En Entre Ríos hay una pequeña comunidad alemana donde una familia debe mudarse debido a que su granja está en quiebra. A través de un relato extremadamente pasivo y contemplativo se narran las diferentes aristas que acompañan la forzada salida. Una trama que intenta buscar una profundidad enfatizada en la indolencia de los protagonistas pero termina siendo simplemente una película frívola y apática. Una madre y sus dos hijos adolescentes (varón y mujer) componen esta película en la que hay una fuerte sensación de que los lazos sentimentales entre los familiares, el pueblo y las amistades no están del todo desarrollados y al tratarse de una película sobre la despedida, no hay nada dramático en la partida. Incluso, la ausencia del padre, un tema poderoso, tampoco presenta peso ni consistencia. Aquí todo se extiende más de lo que debería y, en ocasiones, incluso hace de momentos irrelevantes que no cuentan nada, largas secuencias con miradas al vacío. No obstante, "Germania" hace de la cotidianidad de la aldea alemana un ente sumamente interesante, ya sea de la vida en el campo a las reuniones sociales. Un aspecto que le agrega una esencia singular que la distingue de otras películas. Una lástima que la película no logre encausar ese factor en algo productivo.
La ópera prima de Maximiliano Schonfeld. Una familia que pertenece por tradición a los alemanes del Volga debe abandonar la aldea que habita por razones misteriosas que alimentan supersticiones entre sus vecinos. Es el doloroso adiós de un grupo familiar que se siente marginado. Interesante manera de mostrar esa relación íntima entre humanos y su paisaje.
Los paraísos perdidos Cerca del pueblo de Crespo, Entre Ríos (de donde parecen surgir cineastas de abajo de las baldosas), vive una comunidad de inmigrantes alemanes del Volga que siguen manteniendo el idioma (dialecto, en realidad) y las costumbres de un siglo atrás. GERMANIA , de Maximiliano Schönfeld, narra el último día allí de una familia que tiene una granja y que, por la complicada situación económica, decide buscar mejores horizontes. La madre y los dos hijos son el centro de la acción en este filme contemplativo -con un inevitable aire a LUZ SILENCIOSA y otro a LA CINTA BLANCA, además de una leve similitud con el universo de perversión provinciana del cine de Lucrecia Martel- que intenta describir las realidades emocionales de estos dos adolescentes -y su complicada relación fraterna-, además de mostrar la vida en esa comunidad. Por momentos ese carácter descriptivo se torna en el verdadero eje central del filme, que es más retrato que relato, más interesado en mostrar hábitos y costumbres del grupo que en dar pistas sobre la compleja serie de relaciones familiares que se ocultan bajo esa apariencia de apacibles rutinas: canciones, encuentros con amigos, el trabajo cotidiano, la mudanza y las despedidas. Minimalista en estilo, de tono siempre bajo y planos largos, GERMANIA es un filme austero y ensimismado, como sus protagonistas, que hablan poco y la mayor parte del tiempo diciendo sus textos con la menor inflexión y entonación posible, especialmente cuando hablan en alemán. Si un tema recorre a la comunidad es la idea de que esta familia -y el pueblo, junto con ella- podría ser víctima de algún tipo de maldición bíblica, algo que los adultos de la familia toman muy seriamente, especialmente por la peste que está atacando a los animales y por algunas desgracias que vivieron en el pasado. Eso, además de la crisis, parecería ser el motivo de la partida. En GERMANIA, los choques culturales aparecen todo el tiempo pero nunca se los presenta como tales: ellos siempre han vivido así y tener sus propios grupos musicales y hasta escuchar cumbia en alemán parece lo más natural y normal del mundo, casi un derivado de la polka que escucharán y bailarán luego en una fiesta popular. Ese es un punto a favor del filme, que no hace de esa rareza algo llamativo o sorprendente. Es así como viven y listo. Son los chicos quienes, intentando cruzar esa frontera invisible, se ven obligados a lidiar con otro tipo de emociones. Los hermanos son, cada uno por su lado y también juntos, los verdaderos protagonistas del filme, navegando entre la tristeza por tener que partir y dejar a los amigos, y por el carácter prohibido de su relación, algo que queda evidente apenas comenzado el filme y se deja en claro promediando el relato. No será el único secreto que guardan los personajes en el filme, como se verá hacia el final. La película trabaja muy fuertemente por el lado del sonido, generando climas permanentes, una suerte de abstracción sensorial alejada de todo realismo y usada especialmente en situaciones incongruentes, como en el baile en el club social, musicalizado por Jackson Souvenirs en un tono más propio de una película de David Lynch. El naturalismo de los ambientes y la extrañeza sonora generan un clima absolutamente propio. GERMANIA es una película bellísima en su forma, con cada plano largo en tono ocre/sepia transformado en una especie de foto antigua, recuerdo instantáneo, actualidad y a la vez pasado, algo que está en sintonía perfecta con el espíritu de una película acerca de un paraíso perdido. O, acaso, de uno que nunca existió.
Exorcismo rural La ópera prima de Maximiliano Schonfeld está hecha de cuidadosos injertos, tal como esa pequeña "Germania" que se instala en la provincia de Entre Ríos como un artificio extraño: suerte de homenaje extático a la naturaleza, drama indie adolescente y thriller abstracto y colectivo, el filme pone en escena a una madre y dos hermanos descendientes de una estirpe del Volga que viven su último día en la aldea, cuando una peste y el avance de la soja acechan a la economía de la granja familiar. Esa lógica de montaje encapsulado, casi oculto sobre el cual Germania despliega su ánimo lánguido y contemplativo, es el que se desplaza también a las imágenes, a esos planos largos y estáticos, por momentos preciosistas (la fotografía no deja de registrar el vuelo circular de los insectos, que rodean a los exteriores rurales como recortándolos circularmente, convirtiéndolos en pinturas barrocas), por momentos naturalistas, por momentos marcianos (como en ese rastrojero de ritmo lento que avanza por un camino de tierra acompañado de una música terminal, casi monástica). Y al lenguaje: tanto el subtitulado dialecto germánico como el castellano parco que hablan los protagonistas del filme resultan ajenos, incómodos, fuera de lugar. Esa coexistencia de universos disímiles (que también fuerzan comparaciones amplias, con el cine religioso-rural de Carlos Reygadas y Bruno Dumont, por ejemplo, pero también con los íntimos percances provincianos de las nuevas generaciones que no encajan en ningún lado, como los de La Tigra, Chaco) refuerzan esa noción de una entidad reprimida, un sustrato revulsivamente auténtico que es tanto esa peste que diezma a las gallinas (secretas, ominosas y físicas protagonistas de la película) como el incesto ambivalente entre los hermanos, sugerido en sus roces corporales o cruces verbales. Es ese núcleo vedado, innombrable y pudorosamente enfermo lo que le da valor al debut de Schonfeld, lo que ata los cabos de ese planteo entre afectado y documental. Toda la cinta es en ese sentido un fin de época, una urgencia por exorcizar un mal desconocido.
En vísperas de la disolución En el bucólico entorno de una aldea entrerriana, entre cantos corales religiosos y suaves puestas de sol, la ópera prima del joven director Maximiliano Schonfeld puede entenderse como una breve, atípica y bella alegoría con resonancias apocalípticas. Relato íntimo de un microcosmos rural, “Germania” también puede leerse como un ensayo acerca de la extinción de formas de vida tradicionales en el interior argentino, donde los campesinos emigran y dejan sus raíces ante la promesa de cultivar soja (mirada puntual, actual y sociológica) pero sin dejar de ser un siempre inquietante relato saturado de otros significantes universales. El film narra cómo cada miembro de una familia integrada por una madre viuda con dos hijos adolescentes transitan las vísperas que preceden una partida obligada, a causa de la quiebra de su granja, donde los animales están muriendo por la degradación del ambiente (se habla de un virus o del exceso de cloro en el agua). Cada uno vive de forma diferente el duelo que implica dejar sus afectos esenciales. Por un lado está el punto de vista de los dos jóvenes hermanos Lucas y Brenda, generacionalmente más desapegados a las rígidas costumbres, que manifiestan su apertura en el uso del lenguaje que, en el caso de la madre (Margarita), jamás se sale de su dialecto proveniente de los inmigrantes del Volga finisecular. Dentro de su minimalismo, el film sostiene una ambigua atmósfera tan suave como intrigante. No es una película de mera contemplación, sino que acumula interrogantes sobre vínculos esenciales como el amor, la soledad, las raíces y el desarraigo. Con una impronta visual muy personal, se suministra información muy retaceada, para dejar que los personajes desde su silencio y el constante juego de miradas construyan la trama. Así abundan largas panorámicas mudas y primeros planos sin demasiadas palabras pero cargados de tensión donde late la endogamia, la represión y la búsqueda religiosa o sexual. La obra tiene un registro entre la ficción y la mirada documental. El director avanza su relato confiando en sus imágenes, eligiendo qué partes mostrar para solamente sugerir el espacio de construcción del todo. La película capta aspectos interesantes de la cotidianidad de la aldea alemana: las muchachas en el tractor o desplazándose entre los fardos; los jóvenes jugando entre los cultivos como si fuese un mar; el baile en el pueblo; las partidas de truco; los picaditos de fútbol; el interior de los criaderos de aves vistos desde una perspectiva desnaturalizada. El espacio como poética Sin caer en preciosismos, la fotografía contiene muchas imágenes para el recuerdo con planos que aprovechan a fondo la profundidad de campo y contienen casi siempre el desarrollo total de una escena. El director consigue un complejo equilibrio entre lo explícito y lo implícito, entre la información que continuamente la película agrega desde los diálogos y aquello que se desarrolla bajo la superficie, lo verdaderamente importante, esa tragedia en sordina que sufren los protagonistas, y que contrasta con el hábitat idílico que los rodea. El espacio físico y la intimidad de los personajes interactúan multiplicando los significados, realzados por un uso virtuoso del sonido y de la luz. Mucho del clima original de “Germania” se debe a su particular montaje sonoro: los momentos musicales conectan acciones y también se superponen sobre la banda sonora original de lo que se muestra, como en el baile de pueblo donde pasa de escucharse una polca tradicional a misteriosos acordes electrónicos de reverberancias cósmicas. En cuanto a la reprimida tensión sexual que atraviesa todas las relaciones (donde el incesto es una posibilidad siempre sugerida) también se apoya en climas generados por la música en off, de inquietantes cuerdas, que reflejan la turbación de los protagonistas. En un marco muy poco recorrido por el cine nacional, casi siempre focalizado en centros urbanizados, el filme es también una experiencia estética de otro orden para el espectador citadino, no solamente porque hace de la ambigüedad un planteo narrativo, sino por lograr que la captación del espacio se convierta en una verdadera poética.
Publicada en la edición digital #248 de la revista.