Una historia sencilla La coproducción argentino paraguaya Guaraní (2015) aborda el vínculo entre Atilio y su nieta, radicados en Paraguay. Un relato íntimo, “pequeño”, que no se excede en sentimentalismos y aborda las tensiones culturales. La vida en un pueblo de Paraguay transcurre sin sobresaltos. Así lo percibe una preadolescente que ansía reencontrarse con su madre, mientras su abuelo Atilio (un viejo cascarrabias, pero finalmente querible) espera que el nieto que está por llegar sea un varón. La nieta, claro, sabe que ese deseo responde a su necesidad de inculcar su lengua y su cultura, a la que ella es un tanto reticente. La cuestión de género, como se ve, resulta esencial para comprender el delicado y un tanto forzado vínculo entre ambos. El director Luis Zorraquin se toma su tiempo para esbozar una justa imagen de la vida fuera de la ciudad, con el río como un protagonista más. La película está en gran medida hablada en guaraní, pero eso no implica ningún tipo de exotismo. Por el contrario, uno de los aciertos de Guaraní es su nivel de observación, la forma en la que con detenerse en gestos y miradas se pueda construir un mundo sin caer en pintoresquismos. Se trata de un modelo que alcanzó su mejor nivel en Las Acacias (2011), aquel film consagrado en Cannes que también tenía a la ruta y a los espacios no urbanos como centro neurálgico de las tensiones entre los personajes. Zorraquín (co-guionista junto al también director Simón Franco) trabaja a partir de un enfoque impresionista; esboza un estado de situación para indagar, luego, cómo funciona eso en diversos encuentros personajes entre la nieta y el abuelo. El relato se detiene en algunos elementos centrales, como la negativa de Atilio a escuchar el castellano, o las motivaciones de ella para alejarse de la cultura guaraní. Y el viaje –bastante accidentado, por cierto- que ambos emprenden para llegar a la casa de la madre/hija funciona como un “punto de conciliación”, un espacio de transacciones en el que las diferentes culturas son expuestas, aún en sus contradicciones. El resultado final se ve un poco resentido por algunas secuencias que reiteran la información, y que restan un poco de la llegada emocional que de la primera mitad del film. Suma, y mucho, una delicada banda sonora y un muy buen desempeño de Emilio Barreto y Jazmín Bogarín, una joven actriz a la que habrá que seguirle los pasos.
Al otro lado del río El río Paraná es tan protagonista de esta historia como sus dos personajes principales: Don Atilio (Emilio Barreto) y Iara (Jazmín Bogarín), su nieta, quienes parten hacia Buenos Aires en busca de un posible nieto que por fin rompa con el maleficio para Don Atilio con sus hijas embarazadas de niñas.
Las últimas (y escasas) referencias del cine paraguayo que tenemos en Argentina vinieron de la mano de 7 cajas y Luna de cigarras (la primera, un pequeño fenómeno de taquilla y permanencia en la cartelera). Aquellas películas, deudoras del vértigo de Quentin Tarantino y Guy Ritchie, contrastan con una propuesta mucho más reposada y climática como Guaraní. El film está dirigido por Luis Zorraquín, un argentino que, por su trabajo de publicista, visitó frecuentemente Paraguay y se impregnó de su historia y su cultura. Mucha de la idiosincrasia del país limítrofe está puesta en Atilio (Emilio Baretto), un anciano que vive con varias de sus hijas y su nieta Iara (Jazmín Bogarín) en un rancho junto al río. Fundamentalista del idioma guaraní (de ahí el título) y apegado a las tradiciones locales, Atilio va de orilla a orilla en su desvencijado bote transportando licores y otras cosas no especificadas (¿contrabando?) en compañía de Iara. Ella, en plena pubertad y un poco cansada del agrio carácter de su abuelo, recibirá una carta de su madre desde Buenos Aires, donde trabaja, en la que anuncia que tendrá un hijo varón. La noticia es recibida con alegría por Iara, pero aún más regocijo siente Atilio, que por fin tendrá asegurada la descendencia masculina. Pero la alocada idea de que el bebé nazca en Paraguay hará que Atilio arrastre a Iara rumbo a Buenos Aires para traer a su hija de vuelta. A través de Atilio, Zorraquín deja colar durante el viaje algunas referencias a la Guerra de la Triple Alianza y a viejos mitos guaraníes, además del machismo imperante en esa región. Para Iara, en tanto, el periplo significará una oportunidad para madurar a la fuerza. Esta road movie de opuestos complementarios (abuelo y nieta también en la vida real) evoca a Las acacias (2011) no solo por su similar recorrido (aunque aquí vivirán situaciones más accidentadas), sino también por la excelente fotografía (mérito de Diego de Garay) que acompaña a las no menos notables interpretaciones. Bienvenidos los matices del cine paraguayo.
VIAJE DE CONOCIMIENTO Una coproducción argentino-paraguaya, dirigida por Luis Zorroaquin. En una historia de viaje todo está planteado. Un abuelo orgulloso de su cultura que se niega a hablar castellano e impone el guaraní en su casa y en su vida de relación, que vive con sus hijas y nietas se entera que en Buenos Aires, a 1.100 kilómetros de distancia esta por nacer su hijo varón. Por eso emprende un viaje con su nieta adolescente para que ese bebe sea criado en las tradiciones que son su razón de ser. En ese trayecto se reconcilian dos mundos distintos y una aceptación. Bien actuada, con climas logrados e inteligencia.
Una película simple, sencilla, directa y sutilmente emotiva, con algunas reminiscencias de LAS ACACIAS, la opera prima de Zorraquín cuenta la historia de una preadolescente que vive en un pequeño pueblo de Paraguay junto a su abuelo. La chica quiere viajar a Buenos Aires a ver a su madre, que se ha venido a vivir a la capital, y que está embarazada. El conflicto entre ellos está dado por la necesidad de la tradición guaraní (que el abuelo respetaa al punto de no queres hablar castellano) de tener un descendiente varón en la familia, algo que hace que en principio el abuelo no sea demasiado paciente con la niña. Finalmente ambos emprenden el viaje a Buenos Aires por distintos medios, parando en el camino y encontrándose con situaciones complicadas que los irán acercando de a poco. Zorraquín y el guionista Simón Franco (director de la muy buena BOCA DE POZO) van mostrando no sólo la relación entre ambos sino el contexto en el que habitan, mientras narrativamente la película avanza, un poco por río y un poco por Tierra, con la cadencia de un cuento para lo que finalmente es una narrativa coming of age de la protagonista. Una pequeña y lograda película nacional que tal vez no innove demasiado dentro de un subgénero ya transitado en el cine local reciente (CIENCIAS NATURALES es otro ejemplo de película de similar tono y temática), pero que se acerca a su tema y a sus personajes con discreción, humildad y mucho respeto. Lejos de cualquier impostura o exceso melodramático y cerca del corazón de su historia y de las criaturas que la habitan.
Historia sensible, sin sensiblerías "¿Por qué tuviste que irte, mi lindo amor?", dice en su lengua la polca paraguaya que se escucha en esta historia de un viejo cascarrabias, obligado a vivir en soledad con su nieta. "Amanece y anochece mientras miro el camino por el que te fuiste/ y no te puedo ver, ¿dónde será que estás?" Pero él sabe dónde está su hija, y un día empuña el timón de su lancha, más achacosa que él, y allá va: "Allá donde termina el río". Desde la frontera donde se las rebusca como pasero y pescador, hasta Buenos Aires, donde vive la hija, ése es su plan de viaje. ¿Qué lo decidió? La noticia del próximo nacimiento de un nieto varón. Al fin, un nieto varón. Y quiere traerse a la hija de vuelta, para que el chico sea paraguayo y no argentino. "La sangre no sabe que los países se dividieron", protesta la nieta cuando ve que acá también se habla guaraní. Y es cierto. Uno lleva la sangre de sus mayores donde sea que esté viviendo. Si lo sabrán los tres millones de paraguayos que viven en Argentina. Si lo sabrán los nietos de gallegos, judíos e italianos. La nieta, la lancha que un día dice basta, y algunas cuantas peripecias del camino, le van advirtiendo al abuelo, quizá más bien le van recordando, ciertas cosas igual de importantes. Terco, cabezón, pero no va a ser el mismo cuando vayan llegando al tercer cordón del Conurbano (lo que desde lejos muchos suponen Buenos Aires). Linda historia, sensible sin sensiblerías, de cariño controlado, buenas observaciones, algunas curiosidades, como la selección de hojas de tabaco chaqueño (una changa que nuestros personajes toman en medio del camino), el grato paisaje litoraleño, la música de fondo y la revelación de dos intérpretes dignos de aprecio: el veterano Emilio Barreto y la jovencita Jazmín Bogarin, que compone una preadolescente muy creíble, siempre discutiendo con el "atrasado" del abuelo. Autor, Luis Zorraquín, argentino que ha trabajado largos años en Paraguay. Coguionista, Simón Franco. Auxilio necesario, Laura Avila, Tania Simbrón, traductora del guión al guaraní, porque, detalle importante, casi toda la película está hablada en esa lengua. Con subtítulos, por supuesto. Coproducción de Z+F Cine y Salta una Rana con la asunceña Puatarará Films, mayormente rodada en las cercanías de Isla Cerrito, apenas afectada por unos pocos saltos de montaje (evidencia del enorme trabajo que fue hacerla), esta película vale la pena.
Cuando las fronteras están dentro de uno Un abuelo (Don Atilio) y su nieta (Iara) deben realizar un viaje inesperado que los lleva de Paraguay a Buenos Aires. En el camino iniciático que ambos personajes emprenden, van encontrándose con diferentes personas, algunos ayudantes y otros no tanto, pero que sin embargo no logran disuadir a ese abuelo empedernido de ir en busca de su hija (la madre de Iara), quien ha quedado embarazada en la Capital argentina. Este hecho se presenta como el conflicto de Guaraní, ya que no sólo permite cambiar la rutina y la inacción de los personajes principales, anclados en ese pueblito fantasma junto al Río Paraná, sino que consiente del mismo modo poder expresar el gran imaginario (generalmente negativo) sobre Buenos Aires y los porteños que circula no sólo en una gran cantidad de países vecinos, sino también en muchas provincias del interior del país. Al mismo tiempo, este hecho que nunca llegamos a presenciar en la película (no vemos a la madre de Iara, ni el reencuentro entre ambas) nos permite reflexionar sobre la gran desigualdad social que Argentina y Latinoamérica como territorios extensos presentan: Buenos Aires sigue siendo el sueño de realización de muchos provincianos y ciudadanos de países limítrofes, cuando en realidad cada país, provincia, pueblo, región o como quiera denominarse debería presentar igualdad de condiciones de trabajo y desarrollo como las que en el inconsciente colectivo parecería atribuírsele a Buenos Aires, aunque este inmenso territorio también presenta sus contradicciones sociales. Paralelamente a estas temáticas que el film aborda, el hecho de que el viaje sea emprendido por un abuelo y su nieta, permite también evidenciar el conflicto generacional que se presenta en el seno mismo de las familias, sobre todo aquellas como las del film, que mantienen la posta de la tradición cultural y social que su entorno les determina (“los hombres deben surcar el río y la mujer debe quedarse en la casa”, expresa Don Atilio; la vivienda humilde y arcaica en la que viven amontonados seis familiares; hablar expresamente en guaraní y no en castellano; entre otros hábitos). Este orden tradicional que presenta esta familia va a ser cuestionado y trasgredido por la nueva generación representada por Iara, quien va al colegio, estudia, escucha música en inglés con sus auriculares, tiene celular y contacto con “el otro mundo”, el de Buenos Aires, mediante las cartas y regalos que su madre le envía por correo. Este choque generacional es mostrado de manera inteligente, con diálogos avispados y llenos de un humor sutil pero muy efectivo, que ensalza la ternura que se genera hacia ese abuelo, que se muestra tosco y poco amoroso, pero que quiere y cuida de su familia de la forma que puede y sabe. La película se encuentra muy bien filmada, con una gran dirección de fotografía a cargo de Diego de Garay, quien realiza tomas largas que permiten apreciar un paisaje desolado y rutinario: un río inmenso, árboles, barcos, cantinas y despensas de pueblo, etcétera, que se presentan por momentos como complementos de la introspección del viaje interior que cada personaje va realizando durante el camino o, todo lo contrario, permiten remarcar la desconexión de esos personajes con los lugares a donde van arribando. Este elemento, junto a la dirección a cargo de Luis Zorraquin y las profundas y pertinentes actuaciones de la dupla protagonista, permiten hacer del film un relato a disfrutar, ya que no sólo muestra paisajes y rutas de viajes que llenan al espectador de ganas de “agarrar la mochila” y emprender viajes, sino que también ofrece un conmovedor acercamiento a las relaciones familiares, los conflictos que en las mismas suceden, las diferencias generacionales, los buenos sentimientos y el compañerismo. Se aclara en este punto -porque, creo, enriquece aún más la historia- que los actores principales Emilio Barreto (Don Atilio) y Jazmín Bogarín (Iara) son abuelo y nieta en la vida real además de serlo en el film, lo cual brinda un tono más conmovedor a la composición de los personajes. A modo de cierre de esta tímida y breve reflexión, resaltar que la película está casi por completo hablada en lengua guaraní, lo cual celebro humildemente desde esta Buenos Aires húmeda y lluviosa, ya que es un reconocimiento político, cultural e ideológico por parte de los realizadores del film, a ese pueblo originario que vive y lucha por ser reconocido en su autonomía de las culturas oficiales y hegemónicas de los estados nacionales que muchas veces aplacan las voces de minorías étnicas como esta. Esto se denota tanto en la lengua guaraní predominante en casi todo el film, como en algunos diálogos donde se cuentan y reivindican leyendas guaraníes tradicionales, además de circular subyacentemente a lo largo del film, la idea de Sudamérica como única nación y no como un conjunto de estados nacionales separados por fronteras, no sólo territoriales sino también sociales y culturales. Destacan aquí entonces las palabras pronunciadas por Emilio Barreto, alias Don Atilio, durante la presentación del film: “si los economistas y los financistas no nos van a unir como hermanos a ambas naciones (en referencia a Paraguay y Argentina), entonces que nos una el arte y la cultura”.
Larga travesía por el río Guaraní es de esas películas que escapan a la grandilocuencia, al sentimentalismo, pero que en su austeridad y en su recato logran -a fuerza de honestidad- llegar a buen puerto en términos narrativos, dramáticos y emotivos. La heroína de este debut en el largometraje de Luis Zorraquín es Iara (Jazmín Bogarín, toda una revelación), adolescente de 14 años que vive en Paraguay con sus tías, sus primas y su abuelo Atilio (Emilio Barreto), un septuagenario rígido y conservador, orgulloso de sus tradiciones guaraníes. La madre de Iara vive en Buenos Aires y en una de sus cartas le informa que está embarazada y que no puede visitarla. Atilio -un pescador que maneja una lancha destartalada- se enterará del asunto e iniciará la larga travesía por el río hacia la Capital. El barco pronto queda inutilizado, pero la dupla seguirá a pie, en auto, en micro y en tren. La película aborda de manera algo superficial y por momentos un poco obvia demasiados temas (las diferencias generacionales y de clase, las contradicciones entre la cultura guaraní y la argentina, el machismo y la discriminación hacia las hijas mujeres, el despertar sexual adolescente, las leyendas de los pueblos originarios), pero jamás cae en la demagogia, la bajada de línea ni el pintoresquismo. Estas encantadoras historias mínimas (aunque más que con el cine de Carlos Sorín el film tiene varias similitudes con Las acacias, de Pablo Giorgelli) encuentran en la seguridad y sensibilidad de Zorraquín, en la belleza de las imágenes en pantalla ancha y, sobre todo, en la nobleza de sus dos opuestos protagonistas los argumentos suficientes como para constituirse en una de esas óperas primas que cada año enorgullecen al cine argentino, aquí asociado en muchos aspectos con el paraguayo.
Amar las raíces Para contar una gran historia no hay nada mejor que contar una historia pequeña. Eso sucede con “Guaraní”. La coproducción paraguayo-argentina, dirigida por Luis Zorraquín, que a través de un relato simple cala en lo más profundo con un mensaje que realza el amor a las raíces. Pero eso es el disparador para hablar de una larga lista de temas y valores, que van desde la fuerza de los vínculos familiares, el trabajo, la dignidad y la hospitalidad, hasta el choque de culturas y los prejuicios. Todo narrado desde el nexo entre un abuelo y una nieta. El es Atilio, un pescador paraguayo, machista y testarudo, que defiende su labor diaria tanto como el idioma guaraní y su deseo de tener un nieto varón. Ella es Iara, una chica de 14 años, en pleno despertar sexual, que vive con su abuelo a la vera del río, a 1.100 kilómetros de su mamá, que trabaja en Buenos Aires. La rutina de este vínculo familiar y laboral entre abuelo y nieta se modifica cuando Iara se entera que su madre espera un hijo, y que será varoncito. En formato de road movie, comenzará un derrotero por viajar hasta Buenos Aires para dar con esa mamá embarazada. Pero los intereses son distintos. Porque mientras Iara quiere conocer a su hermanito, don Atilio quiere traerlo para el Paraguay para que aprenda la lengua y las costumbres guaraníes. “El hombre ha nacido para surcar el río”, dirá Atilio. Y al atravesar ese cruce permanente de culturas entre Argentina y Paraguay, Iara afirmará “La sangre no sabe de divisiones de países”. “Guaraní” se corre del eje de las películas comerciales. Y su mérito es que, con muy poco, cuenta demasiado y hace un pleno en las fibras sensibles.
Luis Zorraquín logra en la sensible “Guaraní” (Paraguay, Argentina, 2015) un entrañable relato acerca del choque cultural y existencial entre dos personajes que, a pesar de sus diferencias, se necesitan a diario para completarse. Un abuelo y su nieta comparten diariamente rutinas de trabajo, pero a su vez, en cada compartir la jornada, van forjando un vínculo en el que el autoritarismo del hombre y la rebeldía de la joven, serán necesarios para que la dinámica de la propuesta avance y no quede en meros enunciados. Trasladando a través de un pequeño bote, viejo, arruinado, mercadería de Paraguay a Argentina, Don Atilio puede mantener cierto nivel de vida, austero, medido, y a la vez sostener el hogar en el que vive junto a su familia. Con su nieta, una joven adolescente que se desvive por tratar de estar a la moda, escuchar música y continuar con sus tareas escolares más allá de acompañarlo en cada uno de sus viajes. Entre ambos hay un abismo, porque Atilio, castrador, misógino, sólo quiere que su nieta continúe a la sombra de él, para evitar, en su pensamiento, quizás, aquello que le pasó al resto de su descendencia, la que, inevitablemente, fue condenada a la postergación de sueños y expectativas por una incipiente sexualidad que terminó en embarazos precoces y el hacinamiento familiar. Distanciado de la madre de la niña, cuando se entera que la joven mantiene una correspondencia epistolar con ésta, pondrá el grito en el cielo, y más aún cuando perciba que la joven, en su afán de mantener o imponer su espíritu rebelde, comience a cuestionarle todo. Zorraquín va narrando de manera contemplativa la propuesta, logrando que las imágenes sólo sean el contexto para que los personajes interactúen. Su progreso a lo largo del metraje del filme es poder generar un clima narrativo contenedor, en el que las minimalistas actuaciones, naturales, frescas, desestructuradas, pueden, además, potenciar el clima intimista que impregna todo “Guaraní” En cada reclamo del abuelo, en las exigencias de seguir manteniendo vivo su idioma, y en los reproches que la nieta comienza a hacerle, el filme termina por presentarse como un viaje iniciático y épico del dúo protagónico, en el que ambos terminarán transformados y llenos de nuevas oportunidades ante los obstáculos que se les van presentando. Una cuidada puesta en escena, al igual que una lograda fotografía, pueden ir potenciando el guión que trabaja sobre ideas como el choque de generaciones, el enfrentamiento de ideales, la postergación de expectativas y anhelos, pero que, principalmente, refuerza la sensibilidad ante sus personajes. Zorraquín ama a Atilio y su nieta, a pesar de las características negativas y retrógradas del hombre, y de los caprichos de la niña, y en esa pasión que siente por ellos, termina por regalar una entrañable historia de búsqueda, pérdida y encuentro, necesaria para consolidar un tipo de cine intimista que exige que el espectador sintonice desde el minuto cero con la propuesta. Como primer filme posee algunas lagunas narrativas, y algunas secuencias que, por la inexperiencia, terminan por ensuciar el resto del filme, pero aún así, con sus falencias, “Guaraní” tiene un potencial ineludible para narrar y presentar a sus protagonistas.
Se estrena Guaraní, co producción entre Argentina y Paraguay que plantea un viaje entre un abuelo y su nieta. Búsqueda de identidad, cultura y hermosos paisajes. Los viajes compartidos pueden servir para aprender y conocer, no solamente un terreno nuevo, sino a la persona con la que se viaja. Guaraní se podría simplificar como una road movie pero también como una aventura introspectiva de dos personajes, que a pesar que viven juntos nunca se conocen a fondo. Don Atilio es un pescador que usa su bote para trasladar pasajeros y mercancía entre las diferentes fronteras del Río Paraná. Se niega a hablar en castellano y prefiere el guaraní como única lengua. Lo ayuda su nieta, Iara, de 14 años. Mientras que la adolescente comienza a abrirse paso al mundo y elegir su propio camino, encontrar su propia identidad, Atilio parece un personaje atado al pasado, las costumbres y sus reglas. Cuando Helena, la madre de Iara , que vive en Buenos Aires, les anuncia que va a tener un nuevo hijo –el primer varón- Don Atilio se lleva a la nieta hasta la capital argentina con el propósito de que ambos puedan convencer a Helena de que el bebé nazca en Paraguay y conservar, así, la sangre guaraní. Una narración lineal pero simple, sin golpes bajos ni de efecto, como tampoco escenas sentimentales forzadas, son el mayor fuerte de esta ópera prima. El cruce entre dos generaciones con distintos puntos de vista construyen tensión constante, pero que no deja de lado un punto de vista humano; la inteligencia del guión de Zorraquín y Simón Franco –director de Tiempos menos modernos- es no tomar partido por ninguna de las dos fuerzas. Desde la aceptación de la edad hasta una sutil coming of age, pasando por la radiografía realista de la explotación laboral durante el difícil trayecto que Atilio e Iara deben atravesar para ganar un billete que los lleve a destino. Sutil y entretenida, cuidada en cada encuadre, contemplativa e inteligente, Guaraní es una película sobretodo sensible, sin intensiones de ser sensiblera. La mínima anécdota es una excusa para descubrir la riqueza de la cultura guaraní y sus mitos. Sus protagonistas son Emilio Barreto y Jazmín Bogarín. Entre ambos hay química y se nota la huella de llevar, ambos con la sangre del lugar donde transcurre la historia. La banda de sonido es una gran compañía de cada escena. No es invasiva pero tampoco está de fondo. Ayuda a generar un universo donde no solo se mezclan generaciones, sino también culturas compartidas por dos naciones. Se podría atribuir cierta ingenuidad en el tono, pero la ausencia de un drama solemne, reemplazado por sutiles toques de humor, la convierten en un film bello, disciplinado, cuidado y enriquecedor. Dos culturas se saludan, cada una en su idioma, y con una geografía similar. Pero el cine trasciende fronteras y así como “un bebé cuando nace –dice Iara- no reconoce los límites nacionales”, el arte es otra forma de comunicar un lenguaje universal. Guaraní da fe que no importa de que lado del río se está, cuando el relato es bueno y está bien narrado se convierte en un vehículo potente y esencial. Hay que remarla, pero el resultado final es una notable pesca.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los domingos de 21 a 24 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.