Una vida en 8 mm. “Un hombre lleva toda su obra, que es toda su vida, dentro de una vieja valijita de cuero comprada en la India, en un tren que va de Moreno a General Rodríguez, por el conurbano bonaerense. Son los originales únicos de sus películas, todas en super-8, un formato obsoleto, en vías de extinción, que no permite copias. Esa valija es como el manuscrito de su autobiografía. Se trata de Claudio Caldini, cuidador de una quinta de los suburbios, cineasta secreto”. Con estas palabras de Andrés Di Tella comienza Hachazos. Acto seguido nos narra el primer contacto que tuvo con el personaje en cuestión: una vieja performance en donde Marta Minujín se enterraba viva. Corría el año 1976. El título se refiere a práctica usual entre los distribuidores de antaño, que destruían las películas con un hacha cuando sus permisos expiraban para luego reciclar el acetato. Múltiple y Mutante es el nombre del proyecto que Caldini desarrolló junto a Di Tella, que dirigió este documental. Super 8 y 35 mm son los formatos con los que trabaja el viejo artesano antes perdido, hoy encontrado. Su obra es una instalación de museo única, concreta e irrepetible, ajena al desvanecimiento del soporte que implican las nuevas tecnologías digitales. La precede una herencia familiar de recuerdos filmados que se estanca en 1979, el año en que Caldini decidió escapar a la India. El hombre tenía la habilidad de manipular varios proyectores a la vez, cortando y pegando cintas en el transcurso de la proyección. La cámara era un juguete al que se podía atar a una soga y hacer girar incansablemente. El celuloide era una superficie a la que se podía pintar, manosear, rayar y agujerear. Como resultado, el extrañamiento de la naturaleza más íntima: un amanecer invertido cuyo sol se hunde en la oscuridad, unas sombras extrañas por medio de las cuales una postal cotidiana se torna siniestra. Imágenes ilustrativas de una profusión de cuerpos y objetos reales e imaginarios, merced a unos métodos y unas herramientas hoy extintos. El relato nos retrotrae a la infancia y la adolescencia del protagonista. Para quienes no vivimos esa época nos resulta imposible no asociar el registro filmado de la juventud de los 70 con el horror que sobrevino después. Pelo largo, sonrisas fugaces, caras frescas y ansiosas bajo el sol de verano, y la certidumbre a posteriori de que en poco tiempo nada volvió a ser igual. De esos recuerdos en colores desgastados al presente de Caldini hay un largo trecho. En el momento más terrible de la dictadura se exilió en la India, fue encerrado en un manicomio por sus ataques alucinatorios, regresó a Buenos Aires y vivió en la calle. Hace algunos años consiguió trabajo como cuidador en una quinta del conurbano, donde logró conseguir algo de la paz que necesitaba. Allí, Caldini vive solo junto a su colección de recuerdos, ese equipaje que, al fin y al cabo, es su vida. Hachazos no se propone redescubrir a un genio ni mucho menos, sino tan sólo narrar una historia transformando en contenido la materia de la que, hace ya mucho tiempo, estaban hechos los sueños.
Vivir como se filma y filmar como se vive Hachazos es un documental de Andrés Di Tella sobre Claudio Caldini cuyo resultado es un film hecho en colaboración con Caldini, donde conviven dos estéticas diferentes que responden a la misma creencia de lo que piensan y sienten, que es el cine. No es casual que Di Tella y Caldini se conocieran durante la filmación de “Autogeografía”, una performance de Minujín de 1976, una marca respecto de la relación del arte con la vida. Ambos adhieren a que en el cine como en todo hecho artístico, la historia personal, su autobiografía, se encuentra homologada en la creación. En Hachazos se percibe todo el tiempo una tensión entre el sujeto social y el sujeto textual, una pugna entre representación y construcción, realidad y lenguaje. Lo que posibilita un doble juego entre dos sistemas de lógicas antagónicas: realidad y discurso, vida y obra, que no es ni un reflejo genético de su biografía, ni una ilusión referencial, sino que surge de cruces lingüísticos y culturales sumado a un proyecto creador. Siguiendo a Foucault, en su texto "Las palabras y las cosas" (1985), donde se sostiene que “…el pensamiento en su forma más matinal, es en sí mismo una acción, un acto peligroso.” Aplicado a Caldini, revelaría que como autor no sólo actúa sobre la realidad mediante su obra sino por ende sobre su vida. Llevar toda su obra que es toda su vida dentro de una vieja valija de cuero comprada en la India es más que significativo a la hora de pensar la obra de Caldini y el deseo de Di Tella de analizar mediante este multifacético proyecto su propia relación con el cine. Hay sobradas razones para este proyecto, implícitas y explícitas, personales y colectivas. Caldini es un sobreviviente de un grupo de “antiguos combatientes del cine experimental”, los cuales no han sido relevados en la historia de nuestro cine, y su obra en particular ha sobrevivido todo tipo de avatares guardada dentro de una valija. Dentro del film hemos podido disfrutar de algunas tomas, que como todo film en super-ocho obliga al artista a realizar su propia proyección, ya que no permite copias. Hasta el soporte y su imposibilidad acentúan la relación de la obra con la vida. Ver filmar a Caldini es ver al cine siempre como un experimento cinematográfico, como un acto lúdico, que remite siempre a sí mismo y al mundo que en ese instante lo roza. Un niño que viene jugando hace cuatro décadas luchando como ha podido, con el contexto social y político, que lo ha rodeado, sin claudicar. Di Tella desentierra esta historia, esta persona y esta obra, que comenzó con el juego de un auto=entierro más de treinta años atrás. Espero, que estos restos de vida renazcan con la fuerza suficiente “Porque hoy nací”, como dice la canción, para que estos cineastas en general y Caldini en particular ocupe el lugar, que se ha ganado hace tiempo y pueda continuar trabajando con el poético registro de su subjetividad. Un documental para reflexionar sobre quçe es el cine, y de hecho para disfrutar.
Héroe del Súper 8 El estreno de este documental es sólo una parte de la asociación artística entre el aquí director (Di Tella) y el protagonista (Caldini). Es que en los últimos tiempos estos dos creadores han sumado esfuerzos para concebir además un libro y un espectáculo multimedia que incluye performances en vivo. El objetivo de Di Tella (el más joven, el más conocido, el más "moderno") es claro: reivindicar la figura de Caldini, uno de los patriarcas del cine under, indie, autogestionario y experimental argentino, figura de culto, director "secreto" para la mayor parte del público (incluidos muchos cinéfilos). Di Tella "rescata" (en el doble sentido) a un Caldini recluido en su mundo de viejas y nuevas películas (o como quieran llamar a sus "experiencias") y casi retirado de la civilización, en íntimo contacto con la naturaleza y la soledad (trabajó como casero en una quinta de General Rodríguez). Y aprovecha, claro, este viaje para repensar su propia relación con el cine y buscar nuevas formas y lenguajes. Austera, despojada, individual -como la personalidad del propio Caldini- su obra acumula elementos no sólo del cine sino también de otras artes audiovisuales. Y Hachazos mantiene el espíritu, el tono, el legado del mundo Caldini. Di Tella lo siguió durante más de dos años, entrevistándolo para recuperar recuerdos de sus viajes a la India, de sus colaboraciones con Marta Minujín o de sus experimentaciones estéticas, pero también participando de (y recreando) sus particulares búsquedas artísticas, y revisando su frondoso y ya bastante degradado archivo de viejas latas de fílmico (el documental incluye mucho material inédito). Sin caer en el tributo obvio de este "héroe del súper 8" ni en el culto a la melancolía del "todo tiempo pasado...", Di Tella consigue un retrato que -más allá de algunos desniveles e indecisiones- termina siendo tan atractivo como fascinante.
Desde el otro lado Andrés Di Tella rescata al realizador Claudio Caldini. Fría sinopsis gacetillera: Hachazos es un documental de Andrés Di Tella sobre Claudio Caldini, ícono del cine experimental argentino. Tan cierto como insuficiente. A ver, intentemos de otro modo: Hachazos es el rescate de un artista singular y olvidado, de un personaje rico, errante, misterioso; también, de un modo libre, lírico e intenso de filmar en Super 8. No. Vayamos otra vez, ya sin esperanzas de la capturar lo esencial: Hachazos es un filme que fueron creando juntos, tal vez sin proponérselo, tal vez sin ser del todo conscientes, dos cineastas muy distintos, aunque unidos por el talento y la humildad. Humildad. La de Caldini, que hoy trabaja cuidando quintas y que construyó una originalísima obra cinematográfica sin apoyos, sin quejas y sin vanidad. La de Di Tella, que no nos impone una mirada unívoca sobre Caldini, al punto de que no está convencido de haber hecho un documental sobre él. Tiene, en parte, razón: Hachazos combina antiguas imágenes casi oníricas de Caldini con dudas de Di Tella en off; dialéctica intergeneracional e interpelaciones del supuesto entrevistado al supuesto entrevistador. Hablamos de un filme que exhibe sus dudas: que crece prescindiendo de relatos lineales y omnipotencias narrativas. Como su obra, Caldini parece inasible. “Vos querés retratar al que filmó todo esto, al que ya no soy”, le dice a Di Tella, e incluso le cuestiona su modo de encarar el rodaje. Di Tella no desecha esto en el montaje. Al contrario, lo exhibe como algo central. Gran acierto. Después de todo, el arte de Caldini no está hecho de certezas. “No recuerdo bien mi infancia -dice él-. Es como el cine, como los sueños: uno siente que los recuerda lúcidamente, pero después cae en una nebulosa. Al despertar uno siente que le ocurrió algo maravilloso, algo más intenso que en la vigilia. Después no recuerda nada”. Caldini fue parte de una generación brillante, vanguardista y perdida. Durante la dictadura tuvo que emigrar. Viajó a la India. Perdió casi todo, incluso su razón. Volvió muchos años después. Emprendió una vida errante, en parte fantasmal. Como ya se dijo, ahora sobrevive cuidando quintas. Durante algunos viajes en tren lleva su filmografía, su biografía completa, en una valijita. Volvió, qué bueno, a experimentar con una Super 8. Quemó gran parte de los objetos que le quedaban. Sus goces, sus fantasmas, sus obsesiones perduran en esas llamas, en sus películas, y, como lo entendió Di Tella, no son traducibles a palabras.
El cine por asalto La figura del cineasta experimental Claudio Caldini es recuperada por Andrés Di Tella en Hachazos, un documental que reconstruye a un hombre, una época y una sociedad sin la necesidad de abarcar un todo, permitiéndose desde la utilización de la primera persona tomar una posición de ecuanimidad. Andrés Di Tella es uno de los referentes nacionales de un género que podríamos denominar documental subjetivo, ese que instala su mirada sin pretender que su modo de mostrar sea el único posible y que, continuando el encuadre del cine ensayo, toma esta calificación en su doble acepción: es ensayo porque se completa con los significados que atribuye el espectador a la obra, y porque puede ir acompañado de un error y aprender de este intento fallido. En Hachazos, tal como sucede en trabajos anteriores como La televisión y yo (2003) o Fotografías (2007), el realizador se evidencia como un enunciador. Escuchamos su voz hilvanando el testimonio de Caldini y su imagen se hace presente; no se esconde. Otro rasgo característico es la inclusión de una puesta en escena y la búsqueda de cierta idea de verdad a través de las contradicciones que van surgiendo a medida que la historia avanza. Elementos presentes dentro de un estilo en el que a partir de una historia cualquiera, este casoClaudio Caldini y su cine, desemboca en otra mucho más profunda y abarcativa. Es posible advertir en Hachazos una estructura narrativa fragmentada de la que se van desprendiendo diversos hilos conductores. En la primera parte podemos encontrar la historia del vínculo entre el realizador y el objeto de estudio (Claudio Caldini). En la segunda se hace presente la historia del exilio y el no reconocimiento popular. Mientras que la tercera focaliza sobre el vinculo de Caldini con el cine y la experimentación. Pero todas desembocan en un todo mucho más amplio que la figura del objeto de estudio. La película cuenta, además, con un núcleo de fracaso que se manifiesta recurrentemente y que es el de la imposibilidad de recuperar una memoria completa. Los baches en la memoria de Caldini y la imposibilidad de completar sus recuerdos van ligados directamente a la desmemoria colectiva de la sociedad. Hachazos, ya desde su título nos indica que estamos frente a una ruptura, un cine fraccionado sobre vivencias privadas que pueden compartirse con las del espectador y, a su vez, vincularse con cuestiones políticas, a modo de ensayo autobiográfico. Ensayo que desde lo individual se entrama en lo nacional, que desde una historia doméstica cuenta la historia de todos, con la certeza de que se trata de una composición a través de una memoria frágil, incompleta, sin pretensiones de historia total y que cada uno completará a partir de sus propias vivencias. De la misma manera que lo hace Di Tella.
Un organismo vivo La línea maestra del film es Caldini mismo, a quien Di Tella filma con la clase de distancia afectuosa que se mantiene con alguien que se quiere, pero a quien se teme quebrar. Descartada por demasiado literal la opción del documental sobre leñadores chaqueños, el título de la nueva película de Andrés Di Tella puede llevar a imaginar un film hecho de cortes secos y brutales, en el que cualquier prolijidad habrá cedido su lugar a una violencia de las formas. No hay nada de eso en Hachazos y de hecho no es fácil advertir por qué Di Tella le puso ese título a su opus 7 en el largometraje, presentado en abril pasado en el Bafici y estrenándose ahora en el Gaumont y malba.cine. Hachazos tiene un protagonista y ese protagonista es un verdadero personaje. Se trata de Claudio Caldini, mítico prócer del cine experimental en la Argentina. Tras una época de oro en los ’70, de Caldini se supo poco y nada, de tal modo que Di Tella, que lo tiene por un maestro, partió en busca de su sombra un tiempo atrás. Pero no para develar qué había detrás de esa sombra, como lo haría un documental crasamente periodístico, sino para internarse en ella. Si algún corte abrupto hay en Hachazos, son los que el propio Caldini parece haberse dado a sí mismo en el curso de su vida, hasta fragmentarse en mil pedazos. Pedazos que Hachazos reconstruye, pero como sin proponérselo. La película tiene un tono casual que es muy Di Tella. En algún momento de Hachazos, conectando con el formato de diario personal que el realizador viene cultivando –desde antes incluso que las notoriamente “en primera persona” La televisión y yo y Fotografías–, Di Tella cuenta cómo y cuándo conoció a Caldini. Fue en 1976, poco después de marzo y a propósito del rodaje de un corto en el que Marta Minujin era enterrada a paladas, en bikini. Los títulos finales, rustiquísimos cartelitos hechos a mano, consignan a un Di Tella menos que veinteañero como uno de los que paleaba desde fuera de cuadro. Pero el cartel no dice “Palean”, sino “Arrojan la barbarie”. La relación entre el arte de vanguardia y la política en la Argentina de las últimas décadas es una de las líneas (línea tangente, quebrada, de trazo casi al agua, como todas las de la película) que Hachazos desarrolla. Pero la línea maestra es Caldini mismo, a quien Di Tella filma con la clase de distancia afectuosa que se mantiene con alguien que se quiere, pero se teme quebrar. Tomando algún mate en la quinta de Moreno donde trabaja como cuidador, Caldini cuenta que tenía un miedo pánico de quebrarse, allá en los ’70, cuando la cosa empezó a cobrar temperatura, cuerpos y vidas en Argentina. Se quebró en la India, donde había huido durante la dictadura, buscando seguramente alguna clase de salida espiritual (el documental no lo dice, pero quien va a la India no va en busca de chicas, playa o trabajo) al brete en el que se hallaban, él y el país. Caldini tuvo un brote, tuvieron que internarlo en Nueva Delhi, no sabía quién era ni cómo se llamaba. “Por qué mi nombre no soy yo”, canta Javier Martínez, pero no durante el relato de Caldini: Hachazos no redunda, asocia. “Encima, por un error de lectura de mi DNI, los médicos me llamaban Edmondo, y yo no sabía quién era ese tipo”, recuerda Caldini. No hay película de Di Tella que no tenga humor. Aunque esta vez sean apenas hachazos sueltos: el largo, circunspecto, apenas cicatrizado Caldini no es el chistoso Torcuato Di Tella de La televisión y yo o la exuberante protagonista de Montoneros, una historia. “Cuando volví estuve mucho tiempo sin trabajo, llegué a vivir en treinta y seis lugares distintos en poco tiempos”, cuenta Caldini, cuyo exilio de sí mismo el trabajo de quintero parece haber empezado a suturar. “Porque hoy nací”, canta ahora Javier Martínez. Imposible saber con certeza hasta qué punto a Caldini le pasa lo mismo. Di Tella no lo fuerza a ninguna clase de confesión, juego de la verdad o catarsis. Hachazos no es una investigación, es un diálogo. Como parte de ese diálogo, el personaje hasta puede resistirse a hacer lo que el director le pide. Al final (no por nada la imagen de una mudanza, un viaje, un tránsito), Caldini sigue siendo un enigma. Si los films de Di Tella suelen caracterizarse por un modo de representación que por la ausencia de asertividad podría definirse como “tentativo”, Hachazos es, posiblemente, la consumación de ese modo. Nunca se sabe bien a dónde va y uno simplemente se deja llevar por sus largos y cadenciosos planos secuencia, que parecen marcar el tiempo de una espera, un pausado ritual de (re)conocimiento. Planos llenos de aire, seguidos de otro plano que es siempre una incerteza. Más que una película, un cuerpo que respira, que piensa en voz alta. Un organismo vivo.
Andrés Di Tella recupera la figura y la obra de Claudio Caldini "Hoy adivino qué me pasa/por qué mi nombre no soy yo/por qué no tengo una casa/por qué estoy sólo y no soy./Porque hoy nací, hoy nací", dice el tema de Javier Martínez de tiempos de Manal, que se escucha en dos momentos clave de este documental de Andrés Di Tella que, como sus anteriores propuestas, supera el género. A cuatro décadas, parece escrito para Claudio Caldini, cineasta de vanguardia que con un grupo de amigos de entonces, entre ellos Omar Chabán, Narcisa Hirsch y Silvestre Byron, jugaron como Man Ray en la década del 20 a la experimentación, en tiempos en que el mundo, y en especial la Argentina, estaba por pegar un giro irremediablemente trágico que primero fue cultural y finalmente político. Caldini, con una cámara súper 8, intentó romper con un cine que a pesar de las viejas vanguardias seguía aferrado a estructuras previsibles. Caldini sorprendió. Su puñado de trabajos más o menos cortos podrían, si ahora él decidiera mostrarlos nuevamente, sacudir por amor o por espanto, igual que lo hicieron en su tiempo. Caldini tuvo un curioso derrotero. En aquellos tiempos violentos, y cuando un cineasta amigo fue una de las víctimas de la dictadura militar, lejos de cualquier postura contestataria, marchó al exilio con rumbo a la India ("Me sentía extranjero en mi propio país", reconoce) y tras un largo período en el que llegó a las convulsiones y al delirio, regresó con los bolsillos vacíos y sin contención alguna para convertirse en el casero de una finca en General Rodríguez y ofrecer talleres de creación a grupos de jóvenes. Con sus películas a cuestas, y un archivo donde guarda recortes de revistas, fotos y recuerdos, Caldini recorre el pasado guiado por Di Tella, que encuentra el lenguaje exacto para describir al cineasta experimental, al personaje y su curioso mundo como congelado en el tiempo. Magia, misterio, extrañeza y soledad se mezclan en esta reconstrucción episódica de un personaje con tantos enigmas como certezas. Para Caldini todo pasado es sueño, y como tal, por más real que haya sido vivido, uno puede olvidarlo con extrema facilidad. Para él ".cuando mejor filmo es cuando no pienso". Y volvió a hacerlo en esta oportunidad para tres proyectores sincronizados. Di Tella apenas deja entrever algunas pocas imágenes de las que Caldini atesora. Las protege igual que su entrevistado, en una serie de encuentros que parecen sesiones de análisis sin diván más que fragmentos de un documental. Di Tella intenta ponerse del lado de su interlocutor y hasta imita su inimitable forma de mostrar el mundo. El resultado es perturbador y despierta la necesidad de conocer la obra del personaje que el mismo Di Tella, además, intenta analizar en un libro que complementa al film. Caldini gira, como su cámara. La ata a una cuerda y mientras filma la revolea. "El verdadero Caldini no está", asegura Di Tella. El verdadero Caldini es aquel que quedó en el tiempo, en esa memoria difusa y traidora. "Vivir como se filma, filmar como se vive", concluye Di Tella. Eso es lo que muestra y dice, incluso con la pantalla a oscuras, con el rostro de Caldini apenas visible, o en silencio, y no es poco.
Redescubrir el cine desde la vida Es un filme confesional, sobre dos realizadores, que parecen fundirse, ensimismarse en silencios, en imágenes que transcurren lentas, "perezosas" y misteriosas para el que las observa, pero a la vez resultan fascinantes. Un interesante contrapunto de ideas y sensaciones a transmitir al espectador, es lo que propone el documentalista Andrés Di Tella, en su retrato del cineasta experimental Claudio Caldini. Figura del cine under de hace más de veinte años atrás, Caldini ha hecho a lo largo de su vida cortometrajes en super ocho sin apoyos, sin subsidios, sólo por el arte de dejar que la cámara refleje pensamientos, paisajes abstractos, o personas que al verlas hoy representan un documento insustituíble de la época. Porque a través de ellos, se refleja una forma de percibir la cultura, se observa la moda de hace décadas, los viejos peinados nuevos y se redescubre a una Marta Minujin (a la que Caldini filmó en una performance en la que intentaba enterrarse viva), que nunca perdió su dosis de rebeldía, aún durante la dictadura militar. Caldini convirtió su vida también, según lo expone el filme de Di Tella, en un campo de experimentaciones. Se fue a la India, se perdió en alucinaciones propias de varias décadas atrás, en las que meditar era abstraerse por un largo rato de la realidad y luego regreso y se quedó sin casa y sin trabajo. LA UTOPIA En el momento en que lo redescubre Di Tella vive en una quinta, de la que es casero, en General Rodríguez. También dicta clases y muestra sus películas under, las que despiertan sensaciones raras para el que las ve hoy, por su tratamiento del celuloide, por sus figuras plásticas, por la necesidad del que las ve, de querer descubrir ese "más allá" intangible que es parte de la indescifrable vida de un artista. "Hachazos" es un filme confesional, sobre dos realizadores, que parecen fundirse, ensimismarse en silencios, en imágenes que transcurren lentas, "perezosas" y misteriosas para el que las observa, pero a la vez resultan fascinantes. Este filme convertido en un "biodrama" de Di Tella y Claudio Caldini, permite repensar en parte en lo que se ha convertido hoy el cine y cuánto ha ido perdiendo de la vieja utopía del arte de otra época, de ese sabor artesanal de contar con el tiempo y recursos para filmar lo que se quiere y no lo que imponen los otros.
Retrato de un pionero del cine experimental Con ese título, Andrés Di Tella y Claudio Caldini presentaron en abril último un espectáculo multimedia, ahora presentan este documental, y ya se anuncia el libro en simultáneo. ¿Qué son los hachazos? En el negocio cinematográfico, son los trabajos de destrucción de copias cuyos derechos han vencido, por lo cual ya no pueden explotarse comercialmente y ocupan espacio inútil. Más vale partirlos en cuatro, y al volquete. En forma figurada, también son los golpes que ciertos autores sufren en carne propia, aun cuando la idea de comercio les haya sido siempre ajena. Tal es el caso de Caldini, pionero del cine experimental en Argentina, con otros que a comienzos de los 70 se reunían en el Di Tella, el Goethe, etc., y los sábados en Uncipar, donde eran usualmente mirados con espanto. Ahí decían, por ejemplo, «en ese grupo hay un loco que ató la cámara a una cuerda, la revoleó todo lo que dura un rollo, después se mandó una teoría y nos proyectó el resultado». Ese loco era Caldini. También la ató a una bicicleta, filmó sombras y reflejos que proyectó simultáneamente con tres proyectores contra tres pantallas, acompañando un recital de rock, a veces también rayó la película, en fin, le fascinaba ver qué pasaba con las imágenes. Trató de abrir su mente por ese lado. En la agitación de entonces, para unos cometía el delito de esteticista, y para otros era sospechoso de algo. Sintiéndose mal acá, se fue a la India, pero ahí lo internaron en un hospicio y volvió recién largos años más tarde. De regreso programó ciclos, integró festivales under, dirigió talleres. La gente del videoarte lo declaró ilustre predecesor. Pero, sin dudas, su almacenero pensaba otra cosa. Hoy se las rebusca cuidando casaquintas del conurbano. «Un hombre lleva toda su obra, que es toda su vida, dentro de una vieja valijita de cuero, en un tren que va de Moreno a General Rodríguez. Son los originales de sus películas, todas en Super 8, un formato obsoleto, que no permite copias. Esa valija es como el manuscrito de su autobiografía. Se trata de Claudio Caldini, cuidador de una quinta de los suburbios, cineasta secreto», mitifica levemente Di Tella. El S8 permite copias, el hombre no es tan secreto, y además no lleva toda su obra en la valija, sino alguno que otro rollo, pero el mito funciona. En el documental lo vemos cómo filma de nuevo, repasa conocimientos con un técnico, y discute con su biógrafo, que quiere novelar un poco lo que él, medio ermitaño, prefiere dejar a un lado. La película es algo triste, pero es también una expresión de lealtad. «La primera vez que estuve en una filmación, o algo parecido, fue en una performance de Marta Minujin que filmaba Caldini en S8», recuerda con cariño. Canción de fondo, «Porque hoy nací», de Javier Martínez. Texto para quienes quieran saber algo más, «Historia crítica del video argentino», compilación de Jorge La Ferla, que en 2002 también editó un vhs con los mejores cortos de Caldini.
Los días de un artista solitario El director de este apacible y misterioso documental lo expresa, en algún momento: Claudio Caldini es uno de los secretos mejor guardados del cine argentino. Relegado de la Historia por varias razones: realizador de cine experimental, con toda su producción en formato Super 8, mirado con desdén por cierta crítica por el perfil puramente lúdico de sus obras y por colegas que creían indispensable la adhesión del cine a la militancia política en los años ’70, y desconcertante para muchos espectadores que no saben o no sabrían apreciar la libertad de sus ejercicios audiovisuales. Y, sin embargo (o por todo eso), Caldini demuestra que “el cine puede ser algo distinto”, según reflexiona, con calidez, Andrés Di Tella (1958, Buenos Aires), siempre explorando en sus documentales las relaciones entre hechos de su historia personal y de la historia de nuestro país, o lo que permanece de ellos gracias al material que proveen fotografías, registros fílmicos y recuerdos en voz alta. Hachazos, que se suma a la edición de un libro y la presentación de un espectáculo multimedia para rescatar la figura de Caldini, no se detiene demasiado en sus líricas piezas audiovisuales sino en contar cómo fueron y son sus días. De una juventud con proyectos compartidos con otros cineastas igualmente inquietos (y olvidados) a un viaje a la India, la pérdida de rumbo y de identidad, un regreso sin gloria, años de vida nómade, y finalmente algo de paz alternando el cuidado de una quinta en el conurbano bonaerense con clases particulares y una suerte de vuelta a la profesión. Di Tella estudia afectuosamente a este singular artista, deteniendo su cámara en el rostro de Caldini mientras mira la lluvia (pensando quién sabe qué cosas), lava los platos, revuelve viejos documentos o anda en bicicleta. Cuando la melancolía parece impregnar el relato, asoma alguna escena de Caldini riendo con ganas, inesperadamente. Suele achacársele a Di Tella la tendencia en sus documentales a emplear un punto de vista marcadamente subjetivo, apareciendo en cuadro e, incluso, poniendo en evidencia las dudas y contradicciones que van apareciendo durante la gestación. Hachazos no está exenta de esos riesgos, pero las intervenciones en off del director de Fotografías (2007) y El país del diablo (2009) son breves y precisas, y los titubeos en medio del rodaje parecen adecuados para retratar a un hombre medio inasible, en apariencia muy simple pero profundo y con un pasado complicado. Más objetable resulta la repetición de una canción de Manal y cierto enfriamiento con el que expone la creatividad arrebatada de la obra de Caldini, quien, respetuosamente, acepta casi todo lo que el director le pide (“Es tu película”, admite). Serena indagación, Hachazos desprende algunas ideas que vale la pena tomar, para rumiarlas y discutirlas: el limbo al que fueron impelidos los cineastas que no adherían a posturas políticas revolucionarias en los años ’70 (aunque fueran revolucionarias sus formas de expresarse), y la posible o necesaria correspondencia entre la vida de un creador y su obra. Aunque discutible, importa por acercarnos con afecto la figura de este artista de humildad y claridad conceptual realmente notables. Vale la pena conocer a Caldini -que este año aceptó generosamente participar de una encuesta para Espacio Cine, que puede leerse aquí- a través de este documental, descubriendo las bellas imágenes que era capaz de crear en los momentos más arduos, o la lucidez de sus confesiones, como cuando explica que el cine existe para plasmar lo que sólo podemos ver en nuestros sueños.
Pequeños indicios, eso es lo que deja la película “Hachazos”. Andres Di Tella es el realizador, narrador e investigador de la película. Evidentemente la existencia de Claudio Caldini y su obra han sido, y son muy influyentes, en su vida como artista. La curiosidad por indagar hasta lo más profundo sobre este cineasta lo llevó a escribir un libro llamado “Hachazos” y posteriormente la película del mismo nombre que se estrenó esta semana. Las imágenes de este filme intentan constantemente de emular la obra de Caldini (por no decir adular). De hecho, salvo el comienzo y el final, “Hachazos” se divide en cuatro partes denominadas "Reconstrucción". Cada una de ellas invita al director a contar y mostrar cómo filmó algunas de las tomas de aquellos cortos en paso Super 8 realizados en la década del ‘70. Mientras tanto, la narración de Di Tella oscila entre su admiración por la obra y un recorrido esporádico por la vida de Caldini. Pongamos esto en claro. Si el objetivo del documental fue filmar un proceso muy íntimo sobre la influencia y admiración que un artista puede provocar, seguramente el director de “Montoneros, una historia” (1994) debe estar contento con el resultado de “Hachazos”. Ahora bien, desde el lado del espectador, satisfacer la curiosidad de conocer a Caldini quedará para otra ocasión. Hasta el mismo artista discute con Di Tella sobre el contenido que se está filmando, en ese momento es cuando le aclara que lo que está haciendo es ficción y no un documental sobre él. Por suerte, el sonido y la iluminación son correctos y superan la acústica de las salas en la que se exhiben. Desconocía la existencia de éste realizador de la década del ‘70. “Hachazos” deja en claro (mencionando, más que desarrollando) que Claudio Caldini filmó en Super 8 en esa época; luego se autoexilió en India en donde parece que se volvió loco; después regresó a nuestro país y dejó de hacer cine durante muchos años. Nada más. Apenas un poco de contexto del ámbito en el que se movía de joven (imágenes de Omar Chabán, Marta Minujín y otros artistas contraculturales) y un concepto subrayado varias veces: “Es un cineasta distinto, silencioso, reacio a la vida pública y lo suficientemente reservado como para mostrar lo que filmaba sólo en ocasiones puntuales. “ En este aspecto, “Hachazos” parece hacer lo mismo con lo mucho que su director conoce de la vida del artista después de dos años de estar a su lado. O sea, revelar muy poco de ella y pretender que se entienda todo con algunas imágenes sugestivas. Irónico teniendo en cuenta que en una entrevista a la Revista Ñ, Di Tella responsabilizó a los críticos de no dar a conocer ni revisar la historia de nuestro cine en general y de Caldini en particular. Si fuera cierto, aquí se da una situación parecida: El documental propone una estética, pero pone poca luz sobre la historia del artista en cuestión. Terminada la proyección de “Hachazos”, el espectador sabrá que Claudio Caldini existe y que Andrés Di Tella lo admira mucho. El resto dependerá de estar pendiente de cuándo Caldini (hoy es cuidador en una quinta en la provincia de Buenos Aires) decida viajar con su valija para mostrar lo que filmó (o aquel material que todavia conserva) pues no hay copias de su obra en ningún otro formato y el original (Super 8) es irreversible.
El documentalista e investigador Andrés Di Tella, con el respaldo de otro especialista en el género como Marcelo Céspedes, va en búsqueda de Claudio Caldini, verdadero prócer del cine alternativo y experimental. Detrás de un circunspecto hombre recluido en una quinta suburbana, a veces lozano y lleno de bríos como cuando filmaba en su juventud y otras inexpresivo y distante, se halla oculto un verdadero genio de la imagen. Hijo de un empecinado cineasta aficionado, no ve reflejada su gran estatura artística a través de este film disperso y mal enfocado, que acaso debió haberse llamado El cineasta secreto, como el propio Caldini se auto denomina, en lugar de la inapropiada y nunca explicitada Hachazos. El realizador –lejos de su brillante Fotografías- lo registra en su cotidianeidad mientras busca descifrar las motivaciones de su cine, salpicando fragmentos de su obra en súper-8, formato hoy justamente homenajeado por la dupla Spielberg-Abrams. Pero lo mejor de la película es un final con Caldini en su esplendor exhibiendo una pieza rodada en esos días con tres proyectores simultáneos que va manejando como un director de orquesta. Un breve y extraordinario momento visual y sensorial que el film le debe mucho más a Caldini que a Di Tella. Aún así Hachazos tiene el mérito de sacar del anonimato a un cineasta fuera de serie, merecedor de un ciclo con su obra.
Proyectada en DVD en escasas salas porteñas, este filme documental de Andrés Di Tella cuanta la vida de Claudio Caldini, cuidador de una quinta de los suburbios de General Rodríguez, cineasta secreto que hace años experimentó con las posibilidades que el celuloide y el súper 8 ofrecían. Este recorrido, casi estático por momentos, aprovecha valioso material de archivo, como la película de 1976 en donde Marta Minujín es enterrada viva como parte de una de sus instalaciones artísticas. Los diez años que Caldini pasó sin trabajo ni hogar fijo son apenas esbozados, su presente lo describe apagado e insatisfecho. “Hachazos” es demasiado informal y desprolija para pretender ser un documental que invite a descubrir a la persona detrás del personaje, el estilo es más adecuado para una emisión televisiva que para un eterno filme de 80 minutos.
La vida de Claudio Caldini y su obra casi desconocida en el ámbito del cine nacional conforman el eje central de la película de Andrés Di Tella. Con material de archivo y varias reconstrucciones de la manera de filmar de este cineasta experimental, la película invita al público a familiarizarse con un personaje que dedicó su existencia a la investigación práctica del lenguaje cinematográfico y que, hoy por hoy, pasa sus días cuidando una quinta en General Rodríguez. Di Tella habla en off y su huella sonora abre un sendero narrativo sin el cual el fluir de los planos sería un tiempo a la deriva, sin rumbo. En la película estos planos no se dedican, como podría esperarse, a ilustrar la vida de Caldini sino que sólo rodean su existencia: la casa que habita, sus ideas, sus quehaceres, sus pertenencias. Sin embargo, esas imágenes atravesadas por el silencio, o bien por el escueto diálogo, muestran a la perfección quién es el artista. El director parte su documental por dentro e inevitablemente deja desnuda la dinámica de la filmación. Su juego radica en tratar de evidenciar que lo que vemos es un largometraje. En una escena Caldini se niega a que lo filmen con una valija en la que (se supone) lleva toda su filmografía. Finalmente, la escena de la valija es rodada y se utiliza. Este ejemplo puntual no hace más que graficar la manera en que Di Tella nos invita a la cocina de su película; al dejar de lado la pretensión de transparencia, el director logra predicar que en el cine todo es artificio pero sin volverse tautológico en el intento ya que, aunque parezca ilegible, hay una historia que descifrar. Una mirada somera podría concluir que Hachazos es una sucesión accidental de planos, sin embargo, al adentramos en el universo que este documental construye, dicha hipótesis se torna en algo difícil pero también inútil de sostener porque generalmente en una película nada de lo que se muestra es azaroso. El montaje y otros recursos permiten articular un discurso que rara vez es arbitrario o desinteresado de producir un determinado sentido. En este caso, Di Tella parte desde la historia de vida de un artista logrando una transición que desemboca en la historia de vida de un lenguaje y sus formas de ser y hacerse. Un comentario aparte merece el público. Una sala con susurros, algunos que la abandonaban, mucho acomodamiento y reacomodamiento en las butacas y algún que otro cabeceo hacen pensar en la previsibilidad genérica que el público espera de un film. Quizás jugar con los límites del espectador no sea tan sencillo, después de todo, ¿a quién le agrada que pongan a prueba su tolerancia? Obviamente a nadie, pero Di Tella desliza un halo de esperanza a pesar del record Guinness en mensajes de textos enviados en medio de una función: “Creo que mi próxima película va a ser diferente”.
Publicada en la edición impresa de la revista.
La séptima película de Andrés Di Tella es muchas cosas: un retrato amoroso de un artista, una meditación sobre la contingencia de la identidad, una especulación sobre los efectos invisibles de la Historia en la intimidad de los hombres, un intento discreto pero efectivo de hacer justicia (y por lo tanto darle visibilidad) a la desconocida historia del cine experimental argentino. Sin embargo, esta película sobre Claudio Caldini, un cineasta mítico y figura central del fantasmal género experimental que tuvo su “apogeo” en la década del ’70, no es otra cosa que una película sobre la percepción, o cómo la cámara cinematográfica constituye una suerte de reinvención de la mirada o extensión mecánica del ojo humano que libera el lugar común de la mirada. Basta ver una película sobre margaritas que Caldini filmó tras su regreso de la India, tras una larga estadía (en parte en el ashram de Sri Aurobindo) o algunos planos relámpago sobre bosques, vías de trenes y fuegos, para corroborar el talento de Caldini como cineasta, con una sensibilidad extrema que lo llevó lejos del país cuando no pudo asimilar “el poder por la violencia”. Di Tella esboza una biografía, y para ello adopta un tono contemplativo y poco invasivo, coherente con el ascetismo ontológico de Caldini. Los planos fijos de Di Tella, las remakes dentro del film de algunos films de Caldini, la inserción de fragmentos de fotos y viejas películas de las que sólo existen las copias que viajan en la valija del cineasta son algunos de los materiales genuinos de este film emocionante. “Vivir como se filma, filmar como se vive” y, después de ver Hachazos, mirar como se vive.