Apuntes para la democracia Suenan las chicharras de noviembre en Plaza de Mercedes. El pequeño Hipólito anda por el campo con la foto de su madre, en busca del padre que se fue. Se llamaba como él y era radical. Hipólito, de Teodoro Ciampagna, reconstruye el ambiente político de Córdoba en 1935 con una trama en la que la perspectiva del niño potencia los hechos históricos. En ese sentido, su búsqueda resulta el símbolo de una conquista mayor. Tomás Gianola interpreta al joven doctor Marcelo Frías (“pichón de Sabattini”) que llega al pueblo para fiscalizar las elecciones. El actor compone un personaje taciturno, tímido, pero de convicciones inquebrantables. Hijo de un conservador (Luis Brandoni?), Marcelo abraza la causa del radicalismo contra el fraude y las prácticas mafiosas. Su desembarco en Plaza de Mercedes responde a las directivas de su mentor, Pedro Vivas (Pablo Tolosa), ferviente defensor de la democracia. Tolosa sostiene, en un sigiloso segundo plano, el personaje que sigue de cerca al muchacho y encabeza la avanzada para que ?Amadeo Sabattini llegue a la gobernación. La película de Ciampagna tiene claridad narrativa, arma el relato de líneas puras: el pueblo y su gente; la pugna por el poder; las mujeres y el niño; la tragedia y el precio de las convicciones. Los actores juegan los roles sin la grandilocuencia a la que suele asociarse la reconstrucción histórica. Hay en los personajes gestos sencillos pero contundentes alrededor de la gesta de la votación como síntesis de la lucha por la democracia. El niño Lucas Gamarra aporta ternura y sabiduría en el modo de observar el mundo adulto, plagado de secretos, rencores y muertos que votan. Además del elenco en el que también se destacan Enrique Liporace (notable Don Argüello), Analía Juan, Maura Sajeva, Franco Muñoz y Maximiliano Gallo, Hipólito es una película bellamente lograda, en la que cada primer plano busca identidad y las locaciones tienen fuerza documental. La fotografía y el montaje de Santiago Seminara; el diseño de arte de Lilian Mendizábal e Isabel Riberi; la música original de sonoridad sinfónica, compuesta por Jerónimo Piazza acompañan el concepto de la película. El cine puede ayudar a comprender la historia y evaluar sus protagonistas con ojos contemporáneos. Aquellos hechos vergonzosos de noviembre de 1935 están en la memoria de Plaza de Mercedes. Hipólito rescata a los hombres y mujeres que padecieron la violencia de los facinerosos de turno. Hipólito , “el niño de la votación”, es una apuesta de Ciampagna, que se hace cargo de su propio discurso, en uno de los lugares donde comenzó a escribirse la turbulenta historia colectiva del siglo 20.
La mirada inocente El cine cordobés viene pisando fuerte, tras el estreno de De Caravana (2010), el jueves pasado, llega a los cines la épica Hipólito (2010, ópera prima de Teodoro Ciampagna cuya trama se articula como un thriller político. Hipólito, cuya producción demandó cinco años, está ambientada a mediados de los años '30 tras el golpe de Estado que derrocó al presidente argentino Hipólito Yrigoyen. Con una impecable reproducción de época, el film se encuadra como un film de género para recrear una serie de acontecimientos históricos sucedidos en el año 1935, pero desde la visión de Hipólito, un niño huérfano de 10 años. Por la temática electoral de fondo y la siempre latente sospecha de fraude, Hipólito se asemeja a la recientemente estrenada El dedo (2010) de Sergio Teubal, aunque ambas narran acontecimientos históricos con ópticas y estéticas diferentes. Mientras Teubal se juega por el absurdo, Ciampagna lleva el conflicto hacia el thriller. En los dos casos los resultados son brillantes y convincentes y a pesar de las diferencias históricas y temporales –una ocurre en 1985 y la otra en 1935-, el conflicto resulta ser el mismo y de una vigencia absoluta. Hipólito, que integra un tríptico de producciones cordobesas financiadas con un plan de fomento local junto a las ya mencionada De Caravana y El invierno de los raros (2010), de Rodrigo Guerrero, está casi protagonizada en su totalidad por actores locales como el niño Lucas Gamarra, sobre el que recaerá todo el peso de la trama. Además de contar con participaciones especiales de reconocidas figuras como Luis Brandoni y Enrique Liporace, entre otros. Teodoro Ciampagna ofrece una mirada diferente sobre la historia argentina utilizando elementos del cine de género clásico pero desde una nueva perspectiva mucho más fresca, con un gran tratamiento visual y, claro está, con buenos aires serranos.
¿Nuevo Cine Cordobés o Viejo Cine Argentino? Tras el estreno porteño de De caravana, llega una semana después Hipólito. Si en el primer caso exaltábamos la frescura, el desparpajo, la capacidad de sorpresa del film de Rosendo Ruiz, aquí nos encontramos con una épica histórica bastante solemne, obvia y adocenada. Ambientada a mediados de los años '30 en una Córdoba dominada por la represión y el fraude electoral de los sectores más conservadores que imponen el terror a sangre y fuego con tal de sostenerse en el poder, esta ópera prima está narrada desde el punto de vista del niño (un huérfano de 10 años) del título. Técnicamente impecable (con una sólida reconstrucción de época y una indudable pericia formal), Hipólito no propone nada demasiado novedoso desde lo narrativo ni desde una marcación actoral algo torpe (los diálogos tampoco ayudan demasiado). Así, este exponente del Nuevo Cine Cordobés remite a antiguos vicios del Viejo Cine Argentino. Una pena.
Publicada en la edición impresa de la revista.
Un film cordobés que retrata la madurez antes de tiempo, en un clima El cine cordobés está entrando con muy buen pie en las pantallas locales. Tras el estreno, la semana anterior, de De caravana , llega ahora Hipólito , una ambiciosa producción que demuestra las bondades de actores y técnicos de aquella provincia. Esta vez, el novel director Teodoro Ciampagna decidió insertarse en el tema histórico, a través de una trama que asocia la candidez de un niño que vive en un pequeño pueblo cordobés con las dificultades políticas que, durante 1935, tuvieron como escenario a aquella localidad.Hipólito, el protagonista, tiene siete años y sólo sabe dos cosas de su padre: que es radical y que se llama igual que él. Es época de elecciones y es, también, el momento en que el niño tendrá oportunidad de hallarlo. La búsqueda de Hipólito (un muy buen trabajo de Lucas Gamarra) se irá tornando cada vez más difícil y así, entre conspiraciones, deseos de que la libertad sea la mejor arma y la obstinación de la gran mayoría de los pobladores por poder votar sin amenazas, el muchachito será testigo de una serie de circunstancias que lo harán madurar antes de tiempo. El realizador contó para su cometido con un excelente equipo técnico (las reconstrucciones de época apoyan con enorme solvencia el transcurrir de la trama), mientras que el resto del elenco, del que sobresalen las labores de Luis Brandoni, de Tomás Gianolla y de Enrique Liporace, aportan credibilidad a este film.
Tejes y manejes en la cocina del poder Las novedades cinematográficas de los últimos jueves cargan a Hipólito de una significación particular. Tercera película nacional de época estrenada en ¡dos! semanas (las otras son Fontana, la frontera interior y La patria equivocada), se trata, además, del jamón del medio entre el arribo de la felicidad hiperkinética de De caravana y la reposada observación de El invierno de los raros, las otras dos patas sobre las que se levanta ese fenómeno de contornos artísticos y estilísticos incipientes, pero con nombre y apellido en actas, que es el Nuevo Cine Cordobés (NCC). El entrecruzamiento se refleja en un tono oscilante entre la gravedad impostada y la sequedad de un thriller, todo atravesado por una óptica casi antropológica de la cultura y geografía local. Opera prima del aquí también productor y coguionista Teodoro Ciampagna, Hipólito transcurre durante 1935, plena Década Infame, con los conservadores haciendo del fraude una rutina electoral. En ese contexto crece el gurrumín del título, bautizado así como su padre abandónico y –claro está– radical hasta la médula. Los correligionarios bregan por la limpieza de los sufragios provinciales de ese año. Para eso deben reclutar numerosos fiscales de mesa a distribuirse a lo largo y ancho de la provincia, entre los que estará el flamante abogado Marcelo Frías (Tomás Gianola). Enlistado menos por iniciativa propia que por obra y gracia de un compañero, de cómoda posición económica gracias a su padre (Luis Brandoni, interpretando a... un conservador) y con férreos nexos vinculantes con el poder, le toca en suerte el pueblo del pequeño del título, Plaza de Mercedes, donde la corrupción y la fanfarria proselitista pergeñada por el poder de turno están a la orden del día. La escena inicial tiene la voz en off de Hipólito describiendo someramente su árbol genealógico y las particularidades de su historia. La aletargada rutina, foto de su madre; el mencionado padre ausente, la tutoría a cargo de una tercera; sumatoria de elementos que configuran una invitación tácita a creer que ése será el punto de vista del film todo. Pero el guión, escrito a cuatro manos por Ciampagna y Javier Correa Cáceres, elude esa opción y elige centrarse en el derrotero del involuntario fiscal. Derrotero por demás previsible, si tiene en cuenta la parábola moral que describe: de la indiferencia política al compromiso y descubrimiento de los avatares de la voluntad, con discurso inspirador y flirteo con personaje femenino incluido. Pero, curiosidades del cine, el viraje tonal es primero defecto y después virtud. Impecable en sus rubros técnicos, Hipólito sale de su letanía cuando, pasada la hora inicial, abraza el thriller y hunde –por fin– la nariz en los tejes y manejes de la cocina del poder. No es casual, entonces, que la película alcance su punto máximo a fuerza del suspenso creciente del tercio final. Todo lo anterior no impide que Ciampagna eche luz sobre la que quizá sea la primera marca de agua del NCC: la creación de historias genéricas y universales mediante la apropiación de especificidades. Si De Caravana narraba enredos policiales y amoríos interclasistas sin soltarle la mano al fernet, el cuarteto y al argot cordobés, Hipólito se vale de escenarios geográfica y políticamente locales para abordar tensiones sociales y políticas. Y lo hace más allá de su propia confusión.
De conservadores y radicales La película permite conocer a un muy interesante director Teodoro Ciampagna, mientras que junto a la solvencia de Luis Brandoni y Enrique Liporace, aparece un estupendo niño actor: Lucas Gamarra. La sospecha de fraude electoral siempre formó parte de la historia argentina, de todas las épocas. En este caso se trata de lo ocurrido en la provincia de Córdoba, en 1935, cuando se enfrentaron conservadores y radicales y lo que quedó como saldo fueron varios muertos. Sobre ese entretejido social, Teodoro Ciampagna, el director concreta un filme que se vuelve un testimonio de la Argentina y está inspirado en un hecho real ocurrido en la localidad de Plaza de Mercedes, en la que se rodó parte de esta muy bienvenida producción cordobesa, la segunda por estos días dada a conocer en nuestra ciudad, ya que la primera fue "De caravana" que se estrenó el pasado jueves. "Hipólito" sigue los pasos de lo que ocurre alrededor de un niño que lleva ese nombre, él que es huérfano de padre y sólo sabe de él, según lo que le dice su madre, que tenía su mismo nombre y era radical. CAUDILLO DE PUEBLO El niño vive en la casa del caudillo radical del pueblo, un hombre que tiene una almacén de ramos generales, que se encarga de doctrinar a la gente del pueblo de la importancia del voto, aunque vivan amenazados por el ejército y los conservadores de la provincia. En medio de esa puja de poderes, el niño y el hijo de un abogado radical que vive en Buenos Aires, tratan de ir abriendo sus propios caminos personales, los que a veces están lleno de obstáculos e incertidumbre, o en otros casos, el peligro es tal que sólo quedan librados a la buena de Dios. La película permite conocer a un muy interesante director Teodoro Ciampagna, mientras que junto a la solvencia de Luis Brandoni y Enrique Liporace, aparece un estupendo niño actor: Lucas Gamarra.
Hito radical tiene quien lo recuerde Sobre un singular tiroteo entre radicales y policías durante las elecciones provinciales de 1935, habla esta obra, la primera película «de época» enteramente realizada por gente de Córdoba. Aún más: se filmó en la zona de los hechos, ya que no en el lugar exacto. Plaza de las Mercedes y demás pueblos de alrededor (Monte Crispín, Maquinista Gallini, Santiago Temple, Obispo Trejo, La Para, la Tordilla, El Tío, etc.) brindaron armas, ropas, autos, todo lo necesario para que tuviera sensación de verdad. Por cierto que la tiene, ése es uno de sus grandes méritos. Esto pasó de veras, en las complementarias del 17 de noviembre de ese año. Dos semanas antes había sido el primer llamado a las urnas, pero en ciertos pueblos que denunciaron fraude hubo que votar de nuevo. Ya se sabe, eran los tiempos del fraude patriótico. El asesinato de un diputado socialista, el atentado contra un dirigente radical, las apariciones del «tren fantasma» desde el cual tiroteaban a los pueblos donde había ganado el radicalismo, eso estaba pasando, y don Amadeo Sabattini mandó «cuidar las urnas». Sus hombres lo entendieron al pie de la letra, se armaron, incluso llevaron al campeón de tiro Carlos Moyano, y cuando la policía de Plaza de las Mercedes quiso basurearlos, pasó lo que tenía que pasar. Unos dicen que Pedro Vivas, apoderado del Partido, bajó del auto escopeta en mano. Dicen otros que el comisario los recibió a balazos. Al final murieron dos radicales y siete policías, nada menos. Y ganó Sabattini. Córdoba fue así «la isla democrática en medio de la década infame». De quienes pelearon esa mañana, Santiago del Castillo y Argentino Autcher después también fueron gobernadores, este último ya por el Partido Peronista. Esa es la historia, y la contamos porque en la película apenas se entiende. La escena de los tiros está buena, pero todo lo que lleva hacia ella suena algo confuso, errático, aparte de medio lento y solemne. Pero la escena, ya lo dijimos, está bastante buena. Dirección de arte, fotografía, música final, utilería, vestuario, salvo algún detalle menor, son dignos de elogio. Peluquería no, y a la dirección de actores le faltaron unas semanas. Más tiempo todavía le faltó al guión, que se anuncia centrado en el niño del título, vira hacia un joven abogado pacifista de nombre emblemático, y pierde la oportunidad de tensionar los momentos previos a la acción. Termina acusando a los radicales de violentos y tramposos, aunque es probable que el público justifique con entusiasmo tales métodos habituales en nuestra historia. Así al menos pasó con «Quebracho», donde Lautaro Murúa, como líder radical de esa época, encabezaba una rebelión de peones armados.
Una de instrucción cívica El polvorín político en la Córdoba de 1935, con radicales y conservadores enfrentándose para llegar al poder, en tono aleccionador. Con una producción cuidada, buenas intenciones y un puñado de actores conocidos cumpliendo diversos roles de peso (Luis Brandoni, Enrique Liporace, Daniel Valenzuela, que parece enquistado en los papeles de violento y/o corrupto) Hipólito transcurre en la Córdoba de los años ’30, cuando otra dictadura militar estaba instalada en nuestro país y las elecciones de noviembre de 1935 en aquella provincia resultaron un polvorín. El título del filme es el nombre de un niño, a quien su padre ausente se lo puso en honor a Hipólito Yrigoyen, presidente de la Nación y símbolo radical. El chico tampoco tiene madre y una mujer lo ha criado, mientras él aguarda el regreso de su padre. Comparaciones o alegorías al margen, la trama no sigue tanto a Hipólito sino a Marcelo Frías (Tomás Gianola), joven radical que va a Plaza de Mercedes, donde los conservadores hacen de las suyas (léase fraude, apremios ilegales y otros etcéteras) para ganar las elecciones. Frías es hijo de un importante dirigente radical (Brandoni), pero en el pueblo chocará sus ideales con ciertas realidades del lugar que un puntero zonal (Liporace) no podrá hacerle entender. “Las palabras ayudan, pero no alcanzan”, o “Vamos a ir más despacio, pero hay que ganar como sea” son frases que chocan con el idealismo de Frías hijo. Dirigida por Teodoro Ciampagna, algunos diálogos que a fuerza de sentencia pierden su mérito intrínseco no restan demasiado a un filme que busca aleccionar y defender los valores democráticos. A veces, parece demasiado destinado a un público joven.
Una épica política La marcha del cine cordobés sigue sin desmayos, y el segundo estreno de los tres largometrajes financiados por el Gobierno de la provincia, con fondos del Instituto Nacional de Cine, ya demostró que, cuando existe difusión, el público local responde al convite: el estreno de Hipólito, la película de Teodoro Ciampagna, reunió en sus primeras dos funciones a aproximadamente 800 personas, número que debe ser el mayor récord del Espacio INCAA Km. 700 (donde el filme se volverá a proyectar únicamente hoy y mañana, en los horarios de las 19:30 y 21:30; también se puede encontrar en los complejos Dinosaurio y desde el jueves en el Gran Rex). Hay sed de cine en Córdoba, y sobre todo talento para esperanzarnos, como lo demuestra el filme Yatasto, de Hermes Paralluelo, que se trajo un par de premios del Bafici, aunque lo importante es su calidad, que la pondrá sin dudas entre las mejores películas del año cuando se llegue a estrenar en nuestros cines. Por ahora, vale disfrutar del momento y apostar al cine local. Hipólito es un filme importante para Córdoba. No porque se trate de una obra maestra, de esas películas imprescindibles para una cinematografía, sino simplemente porque a su modo confirma que también se puede hacer cine de gran producción en la docta, un cine de aires clásicos en este caso, que aspire a recrear momentos cruciales del pasado. El eclectismo es la marca de lo que algunos aventureros llaman el “nuevo cine cordobés”, y acaso Hipólito pueda considerarse la otra cara de El invierno de los raros, filme local ya estrenado, cuya voluntad experimental era evidente. Todo lo contrario es Hipólito, acaso un ensayo de apropiación de ciertos géneros clásicos norteamericanos, sobre todo el melodrama histórico y el thriller político, cuya resolución tiene sus más y sus menos. La reconstrucción de época está sin dudas en el balance positivo, así como también su planteamiento formal, que demuestra la capacidad técnica que ostentan los directores cordobeses, hasta ahora el denominador común de todas las películas conocidas. Sin embargo, Hipólito es un filme desnivelado, con algunos buenos momentos y otros decididamente menores, donde el comentarista arriesga que faltó experiencia, tal vez hubo errores en el guión, en la construcción dramática de algunas subtramas, o en el trabajo en la sala de montaje. La opinión, como siempre, corre por cuenta de quien firma la nota; es muy recomendable que el lector la contraste en la sala de cine, enfrentado a la película en cuestión. El Hipólito del título es un niño huérfano de siete años (Lucas Gamarra), habitante de Plaza de Mercedes, que en las elecciones de 1935 se escurrirá en el cuarto oscuro de su pueblo para tratar de encontrar a su padre, que sabe radical, aunque lo que descubrirá será otra cosa: cómo la policía local obliga a votar por el partido conservador. Es el inicio de la “década infame”, y el filme intentará funcionar desde entonces como ejemplo micro de lo que ocurriría en los años posteriores. La intervención de un joven abogado fiscal, Marcelo Frías (Tomás Gianola), hijo de un líder conservador (en luminosas apariciones de Luis Brandoni) y verdadero protagonista (y eje moral) del filme, obligará a repetir las elecciones quince días después, y la película acompañará entonces su campaña democrática, junto a los radicales, llamando a votar en paz y sin emular las prácticas fraudulentas de sus adversarios. Pero son años convulsionados, y la prédica idealista de Marcelo se topará no sólo con el poder mafioso de los conservadores y sus fuerzas de choque, sino también con la cultura de violencia de la política local, en la que los radicales no tardarán en caer. Paralelamente, se desarrollará una tímida historia de amor entre él y la madrastra de Hipólito, una trama amenazada por los acontecimientos. Épica de aires redentores, Hipólito es una película evidentemente contemporánea, que juzga el pasado desde una posición semejante, y cuya lectura moral se asienta en su protagonista, que ostenta un mensaje republicano a veces explicitado de forma demasiado obvia. Hay un aire de tragedia novelesca que surca toda la película, enfatizado por una banda de sonido casi omnipresente, muchas veces innecesaria pues subraya lecturas que se deberían desprender por sí solas de las imágenes. Las actuaciones son correctas, a pesar de cierto sesgo teatral que se puede descubrir en algunos protagonistas, un síntoma de nuestro cine joven (que se nutre de las escuelas de teatro) difícil de manejar, y que a veces genera cierto aire de artificialidad más propio de la televisión. El planteamiento formal, sin embargo, muestra una alta conciencia cinematográfica: los encuadres precisos, la utilización de la profundidad de campo, ciertos planos generales, u otros planos en picado y contrapicado, revelan la capacidad formal de Ciampagna. Así como también el uso del sonido. El pasaje más logrado tiene lugar en el momento culmine del suspenso, en el inicio de un tiroteo, filmado de manera notable. No todas las tramas están resueltas del mismo modo, y aquí finca una debilidad del filme, que acaso peque de querer abarcar mucho: la historia romántica (y el propio Hipólito) queda en segundo plano, tal vez era innecesaria, y el suspenso se diluye entre tantas vueltas. Claro que son pequeños reparos a un filme valioso, de un director talentoso, que recién empieza y tiene mucho para dar.