Vidas atravesadas por el teatro. El teatro –con su bagaje de juego y simulaciones–, la dificultad de definir una vocación, los chispazos de los vínculos familiares, el acogedor paisaje cordobés: si estos elementos relacionan el último largometraje de Matías Piñeiro (Todos mienten, Viola, Hermia y Helena) y el debut como director del montajista y productor Martín Sappia, ambos son, a su vez, bien diferentes. Con Isabella (parte de la Competencia Internacional del 35º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata), Piñeiro vuelve a armar un delicado tablero de cruces y enredos entre personajes interesados en repetir o representar textos de grandes autores. Aquí se trata de Medida por medida, de Shakespeare, la pieza teatral que dos amigas y el hermano de una de ellas intentan desentrañar, entre ensayos, idas y vueltas. Esto último es casi literal, ya que las jóvenes suelen conversar andando por soleados parajes cordobeses (incluso acarreando un cochecito con un bebé, de cuyo padre nada llega a saberse), y porque narrativamente Isabella toma forma a partir de un astuto engranaje, con la ficción teatral confundiéndose ocasionalmente con los sentimientos de los personajes. La belleza parece ser el eje: en las palabras, en la bifurcación de los tiempos, en imágenes que siempre se ofrecen serenas, radiantes, encantadoras. Sin dudas, el trabajo de fotografía de Fernando Lockett ayuda a que la manipulación de piedras y papeles de colores, planos como los de pies descalzos bajo el agua cristalina de un arroyo cordobés, los fragmentos de un film portugués (que pudo haber sido cierto o soñado) y los preparativos de los fulgurantes decorados para una función teatral, conformen un conjunto visualmente cautivante. Y aunque algunos diálogos sean expresados con esa mecanicidad habitual en el cine de Piñeiro, María Villar, Agostina Muñoz y Pablo Sigal saben restarle solemnidad, imponiendo su fresca presencia. Un flanco débil de este juego de espejos es que el artificio termina excluyendo posibles acercamientos a la realidad: Mariel (Villar) dice dedicarse a cuidar chicos y escribir para una página “sobre temas generales” y necesita pedirle dinero a su hermano aduciendo “Tengo que organizarme, no tengo suerte”. Atribuir problemas económicos a la falta de organización o de suerte resulta insatisfactorio en un film argentino actual, objeción que no podría hacérsele, por ejemplo, a La vendedora de fósforos (2017), de Alejo Moguillansky. Mucho más melancólico es Un cuerpo estalló en mil pedazos (que integra la Competencia Argentina en el mismo festival), documental que sale tras las huellas del artista y arquitecto cordobés Jorge Bonino de manera singular: no hay fotos ni imágenes documentales del mismo hasta que asoman algunas en el desenlace, quienes lo conocieron dan su testimonio sin aparecer ante la cámara (sólo se escuchan sus voces en off), se acompaña el periplo de Bonino sin limitarse a ilustrar lo que se cuenta. Ya desde su movilizador comienzo –con un largo travelling mientras se arroja el duro dato de cómo Bonino terminó sus días–, se advierte el cuidado de Martín Sappia para abordar los matices de una vida compleja. La acariciante voz en off de Eugenia Almeida va contándonos hechos, dudas, anécdotas: “Dicen” repite una y otra vez, provocando la sensación de estar contándonos una historia, leyendo en ciertas ocasiones textos escritos por el propio Bonino (en notas que se escuchan mientras se ve un plano dentro de otro, o también en cartas enviadas a amigos). Sin abandonar nunca el blanco y negro, Un cuerpo estalló en mil pedazos recorre fulgores y angustias de este “Jacques Tati argentino”, como alguien lo define. Cuando no hay certezas sobre un incidente reúne las distintas versiones sin darle un cierre al enigma, como su repentina zambullida en el río Sena. Tal vez haya cierto exceso de palabras o de duración, y se desestime alguna referencia valiosa (su fugaz actuación en Piedra libre, de Torre Nilsson, brindó uno de los sacerdotes más desvariados que se han visto en el cine argentino, más allá de lo que debió decir en esas breves escenas), pero el honesto trabajo de Sappia tiene méritos de sobra, uno de los cuales es su perspicacia para vincular la información con diversas imágenes y sonidos. Como cuando se nos cuenta de sus dubitativos pasos al volver a Córdoba mostrando a chicos entrando y saliendo de las aulas de una escuela, o cuando se oyen vidrios rotos mientras comienzan a asaltarlo problemas psiquiátricos.
Isabella es, de alguna manera, una película sobre los distintos estados que atraviesa Mariel. Su deseo de convertirse en actriz, su paso por la maternidad, el anhelo de reencontrarse con su hermano y la ambigua relación que entabla con Lucía, su compañera de teatro. Podemos agregar que también trata sobre el deseo o no de ocupar ese espacio simbólico que es el del personaje shakespereano –Isabella-, el cual más allá del debate moral que se le juega, fluctúa entre la duda y la acción. Trata sobre esto, pero al mismo tiempo su verdadero contenido, no es deudor de este precario punteo. Sabido es que Matías Piñeiro (aquí la entrevista) tiene un modo de construir la narración que debe más al ritmo que al contenido de lo que está representando. De alguna manera, podríamos decir que es este devenir, así como la manera de compaginar sus escenas y secuencias, lo que va edificando la trama. Pero podemos ir un poco más lejos y afirmar que es esta dinámica la que termina por ubicar a la construcción misma de la ficción como uno de los temas centrales de sus propuestas. Porque en última instancia, sea lo que fuera que se narra, siempre encontramos ahí una reflexión sobre el dispositivo narrativo y la puesta en escena. Parte de sus estrategias, es tomar a la literatura como disparador inicial. Esta operación está desde El hombre robado (2006) –cuyo título toma prestado el del quinto capítulo de Adriana Buenos Airesde Macedonio Fernández– a Hermia & Helena (2016) que retoma Sueño de una noche de verano de Shakespeare. Pero el cruce con otras formas de representación no se agota en la confluencia entre cine y literatura, sino que se extiende a la histórica relación cine y teatro (a las mencionadas podemos sumar Rosalinda (2010) así como al vínculo cine y radio (La princesa de Francia, 2014). Podría afirmarse que, felizmente, Isabella no escapa a esta dinámica. Es evidente que el camino elegido por este cineasta está lejos de haberse agotado, condición que se refuerza por el hecho de que siempre trabaja con el mismo equipo y elenco. Isabella logra ser novedosa gracias al efecto mismo de la repetición de un patrón. En este caso, vemos dos disparadores provenientes de otros lenguajes artísticos que logran marcar el flujo de los acontecimientos. Por un lado, la obra de teatro de Shakespeare, Medida por medida, y por otro, la reflexión en torno de las artes visuales. A medida que la paleta de colores (arrancando por el púrpura) se va desplegando, en conjunción con decisiones que hacen a la puesta en escena (la del film, pero también la teatral dentro del film), las acciones y las motivaciones de los personajes van cobrando forma. El procedimiento parece ser sencillo pero lo cierto es que Isabella no es simplemente una película de corte rohmeriano (como casi todas del director) sino que opera como una unidad compleja que se parece más al funcionamiento de un reloj de precisión. Los tiempos narrativos se encuentran escindidos y por tanto el pasado, el futuro, así como el presente cero de la narración se van intercalando. Esto va forzando que el espectador deba armar ese rompecabezas de piezas temporales y espaciales. Pero no es un ejercicio fatuo ni forzado ni tedioso, sino todo lo contrario. En esa nueva cronología que vamos armando en nuestro pensamiento, es en donde la trama realmente cobra sentido y en donde el espectador encuentra una enorme satisfacción. Al comienzo de la película solo vemos un plano púrpura al tiempo que se escucha la voz en off de Mariel afirmando que este color es el de la ambigüedad y el equilibrio. Efectivamente, mezcla de rojo y azul, el púrpura es por momentos un rojo enfriado y por otros, un azul entibiado. Este sentido encaja a la perfección con el ritual que lleva a cabo la protagonista que consiste en elegir doce piedras, que son de alguna manera doce deseos que uno debería transitar o bien doce ambigüedades. Si al querer lanzar una piedra al agua la duda de esa acción que uno visualiza es demasiado poderosa, la piedra no puede ser lanzada porque uno no está preparado para producir una acción sobre ese deseo. En caso contrario, si uno logra lanzarla, la piedra en el agua se convierte en una promesa de compromiso de una acción. Este ritual o juego aparece de manera reiterada en diversas secuencias y funciona más como un comentario más que como una metáfora de lo que se está narrando. En síntesis, Isabella es una hermosa película sobre la ambigüedad y duda que inevitablemente se cruzan en el camino y sobre las acciones y decisiones que tomamos en relación a nuestro deseo de ocupar o no el papel que queremos representar. En un punto es el dilema de Isabella en Medida por medida. Pero en la narración de Piñeiro, deseo-duda-acción, no siempre siguen una secuencia cronológica esperable, ni la acción debe necesariamente vincularse con la proyección de un deseo (¿éxito?) inicial. ISABELLA Isabella. Argentina, 2020. Guion y dirección: Matías Piñeiro. Intérpretes: María Villar (Mariel), Agustina Muñoz (Luciana), Pablo Sigal (Miguel), Gabi Saidón (Sol), Ana Cambre (Ana), Guillermo Solovey (Marcos), Tom Cambre Solovey (Tom) y Alberto Suárez (Angelo). Fotografía: Fernando Lockett. Edición: Sebastián Schjaer. Sonido: Mercedes Tennina. Dirección de arte: Ana Cambre. Producción: Melanie Schapiro. Duración: 81 minutos.
"Isabella": un cine del equilibrio formal Tal como en un momento formula la protagonista, Piñeiro prefiere siempre el desvío, la tangente, la elipsis, los espacios entre plano y plano y secuencia y secuencia, a las líneas rectas, las continuidades evidentes, los sentidos transparentes. El color púrpura, “que refleja la ambigüedad y el equilibrio”. Un juego con doce piedras, que mueve a quien las arroja a interrogarse sobre la decisión y la duda. Una figura de tres rectángulos, uno dentro de otro, todos ellos en el espectro del azul al rojo. Espectro que incluye por supuesto el púrpura. Los fondos de los títulos de crédito, en la misma gama. Todo en los primeros minutos de Isabella induce a pensar en pistas, claves, indicios de un orden que presidiría el opus 8 de Matías Piñeiro (incluyendo dos cortometrajes previos y sin contar el más reciente Sycorax, posterior a Isabella), que es la quinta de sus “shakespereadas” (ver más abajo qué es una “shakespereada”). La palabra “tangencial” tal vez resulte una primera llave para ingresar al mundo de Isabella y de la obra entera del realizador. Tal como en un momento formula la protagonista, Piñeiro parece preferir siempre el desvío, la tangente, la elipsis, los espacios entre plano y plano y secuencia y secuencia, a las líneas rectas, las continuidades evidentes, los sentidos transparentes. Aunque, como lo indica la omnipresente figura del rectángulo, las líneas rectas abundan aquí, tanto en sentido literal como conceptual. Pero son rectas quebradas, interrumpidas, encerradas en un juego de cajas chinas, que genera la ilusión de que no están allí. Un rectángulo está en equilibrio, como el color púrpura, y todo plano cinematográfico es un rectángulo (a menos que se lo corte en varios). El de Piñeiro es un cine del equilibrio formal, en el que todo está pensado: la composición de cada encuadre, el desglose en planos, el modo en que se reparten los volúmenes en ellos, la relación entre diálogos e imágenes y el sistema de ecos, espejos, refracciones, repeticiones y leves diferencias entre un motivo (visual, de construcción, temático) y otro. Cada una de las siete “shakespereadas” (la serie se completa con Sycorax y la próxima Ariel) se relaciona de algún modo (de algún modo indirecto) con alguna comedia de Shakespeare. En el caso de Isabella se trata de una escena específica de Medida por medida. La escena en la que la protagonista ruega al corrupto juez Angelo la libertad de su amado y éste le pide, como si se tratara del mismísimo Demonio, que entregue algo a cambio: la virginidad. “No estoy dispuesta a hacer lo mismo que Isabella”, avisa Mariel (María Villar), una actriz de carrera un poco a los saltos, a quien ahora se le presenta la oportunidad de cumplir, en una inminente puesta teatral, el rol protagónico de la obra de Shakespeare. Como en el juego de las doce piedras, Mariel deberá elegir. Si va a volver a actuar o seguir trabajando en cambio como escenógrafa. Rol en el cual se empeña, por supuesto, en una maqueta que contiene tres rectángulos, uno dentro de otro, iluminados por luces que van del azul al rojo. Pasando, como es obvio, por el púrpura. Piedras del juego y piedras que pintan Mariel y su socia. Líneas que se cruzan: uno de sus hermanos le consigue audicionar, a otro necesita pedirle plata. Para llegar a éste lo hará a través de su amante, Luciana (Agustina Muñoz), que también es actriz y a quien Mariel conoce de antes. Luciana también se postulará, claro, al papel de Isabella. Eso desatará entre ambas una guerra de rivalidades. Guerra sorda, como todo en el cine de Piñeiro, un sistema de corrientes que circulan por debajo o detrás de lo visible. A diferencia de las shakespereadas previas, ligeras, musicales, luminosas y corales, circulares algunas y abiertas otras, Isabella tiene una protagonista única, y asume el color de ésta. Un color que no es el púrpura (ah, las falsas pistas en Piñeiro) sino algo más oscuro, más encerrado. Encerrado por dentro y por fuera: como el rectángulo más pequeño, Mariel está presa de otros rectángulos. Está presa de cada plano, que ahora no huye hacia delante, como en las anteriores, sino que queda fijado en el espacio. Allí, dentro de ese espacio, Mariel hallará su deseo y la frustración de su deseo, quedando más encerrada que nunca.
Premiada en Mar del Plata 2020 y con una mención especial del Jurado en Berlín, esta nueva película de Matías Piñeiro, parece una nueva entrega de las “las shakespereadas” sus películas anteriores que elaboran ficciones contemporáneas basadas en roles femeninos creados por William Shakespeare. Sin embargo aquí la complejidad y el interés por los destinos de las mujeres de hoy son desafiantes, distintos y muy atractivos. El destino de Mariel, la actriz en busca de conseguir un trabajo, a través de un casting comprometido, se muestra en toda profundidad con saltos temporales. Se evidencian la desesperación que se mezcla con manejos familiares, encuentros casuales que son provocados, relaciones complejas y temas tan interesantes como la vocación, la maternidad, los problemas económicos, las angustias existenciales. A la protagonista la veremos embarazada, con chicos, sin hijos, entusiasta, suplicante, enredada, valiente y vacilante a la vez. Todo un caleidoscopio intrigante y muy bien logrado. Grandes actuaciones de María Villar y Agustina Muñoz.
Matías Piñeiro nos presenta la quinta entrega de una serie de películas que exploran los roles femeninos en las comedias de Shakespeare. Estos relatos no son adaptaciones per se, sino reinterpretaciones, variaciones, subversiones de aquellas míticas obras. «Isabella» explora una obra no tan conocida de Shakespeare, titulada «Medida por medida». El largometraje sigue a Mariel (María Villar), una actriz de Buenos Aires que intenta obtener a lo largo de dos años de audiciones el papel de Isabella, la heroína de la comedia «Medida por medida». En el camino, tendrá que afrontar una crisis personal tanto vocacional como afectiva y emocional, donde jugarán un papel preponderante las ideas/conceptos de frustración y éxito. Esto lo veremos tanto en sus cruces esporádicos y fortuitos con Luciana (Agustina Muñoz), una antigua compañera de teatro, que parece estar siempre un paso por delante de ella pero que también enfrenta sus propios miedos y dudas. Por otro lado, también se explora la relación de Mariel con su hermano y ciertos conflictos que la van alejando de su juventud para adentrarla cada vez más en la etapa adulta, con cuestiones tales como problemas económicos, la maternidad, el éxito y el fracaso y las desilusiones que puede traer aparejada la profesión elegida. Probablemente «Isabella» sea la película más desafiante y experimental de esta serie de Shakespeare planteada por Piñeiro y es que el largometraje se presenta con una estructura anárquica y desordenada donde vamos yendo y viniendo en varias líneas temporales para meternos de lleno en los problemas que atraviesa la atribulada actriz. Esto hace que la película traiga consigo un grado de interés bastante atractivo ya que el espectador va uniendo poco a poco las piezas del rompecabezas y transitando por los distintos estados de ánimo de la protagonista. Es curioso que si bien es la más «experimental» en sus formas también es la que más cuida los conflictos de sus personajes y el drama en general (algo que por ahí no pasaba tanto en «Hermia & Helena»). Piñeiro logra captar la atención del espectador en su relato más desafiante pero justamente haciendo que cada uno pueda reconstruir su propia versión de lo que sucedió. Todo eso mezclado con la abstracción ocasionada por los momentos en que la protagonista está dejando atrás el pasado para abrirle paso al futuro por medio de su propia obra. Ahí entran en juego los colores (especialmente las tonalidades de violeta) para reflexionar sobre las dudas, los miedos y aquellas cuestiones que nos paralizan y no nos dejan avanzar. «Isabella» representa todas esas cosas y muchas más, comprendiendo un viaje sensorial y emotivo distinto para cada persona. Un trabajo bastante elocuente sobre la obra de su director, pero también saliendo un poco de su zona de confort para brindar una experiencia desafiante y distinta. Una grata sorpresa de Piñeiro.
Otra gran shakespereada de Matías Piñeiro Se nota que Matías Piñeiro disfruta lo que hace. Y eso es muy difícil de mentir, de engañar, da actuar. Incluso en el cine, artificio por excelencia. Ya en "Todos mienten" (2009, mi descubrimiento del director… y perdón por el juego de palabras, muy pertinente, por cierto) estaba presente ese placer por lo dicho y lo ocultado, por los contrastes entre el contenido y las formas. Y claro está, un espíritu lúdico abierto siempre al descubrimiento. En su nueva “shakespereada” (como bien las denomina el autor), la protagonista Mariel (María Villar) está preparándose para una audición para interpretar a Isabella en Medida por medida. Inconvenientes y necesidades la llevan a acercarse a su hermano para tratar de lograr su cometido y, a esos fines, qué mejor que encontrarse “casualmente” (aunque ello le lleve 15 minutos de entrar y salir de la pileta a la que sabe que va Luciana) con la amante de aquel. Actriz también, Luciana opera como extraño espejo deformante que la lleva a preguntarse si la actuación es efectivamente lo suyo. Puesta en escena y repetición de la obra, análisis de ella y del proceso creativo, juego de reflejos en el que los espejos no respetan del todo la realidad. ¿Qué realidad? El ir y venir en el tiempo, el cambio en los cuerpos, relaciones y paisajes, nos llevan movidos por la intriga y el placer. De ese modo que sólo el director de las también hermosas Rosalinda (2010), Viola (2012), La princesa de Francia (2014) y Hermia & Helena (2016) sabe hacer. No hace falta esperar a los títulos para saber que estamos ante una película de Piñeiro. Sí es cierto que, más allá de ejes temáticos y formales, el realizador siempre mantiene un equilibrio entre continuidad y ruptura. En su nueva shakespereada la explosión de colores (el diseño de imagen, de principio a fin, es absolutamente hermoso) sorprende tanto como aquel subterráneo que permitía viajar de Norte a Sur por todo el continente en Hermia & Helena. He leído por allí que Isabella (2020) es una película experimental. No comparto esta afirmación. ¿Tan mal nos han hecho las series que cualquier disrupción en la estricta lógica causa-efecto que todo lo que nos saque de la deriva telenovelesca deba llevar aquella etiqueta? Si la última película de Matías Piñeiro es experimental, lo es menos en el sentido en el que habitualmente usamos este adjetivo cuando hablamos de cine, que en la puesta en valor del ensayo, de la experiencia. Claro que para la real academia eso también tiene que ver con el experimento; pero aquí el ánimo de búsqueda o investigación no se relaciona con el hallazgo de algo, con la confirmación de una hipótesis. El cine de Piñeiro se basa en el propio placer de la experiencia.
Nueva caja de muñecas de Matías Piñeiro con la que cierra sus «shakespereadas» (así las nombra el), y que, en este caso, con inteligencia, potencia las premisas del relato
Mariel (María Villar) quiere interpretar el papel de la heroína Isabella en una obra basada en Medida por medida, de William Shakespeare, pero para eso debe atravesar un riguroso proceso de casting que incluye no solo improvisar una escena sino también exponerse de una manera bastante íntima, en primerísima persona. Entre inseguridades, indecisiones, angustias, dilemas y problemas económicos, la protagonista no se termina de convencer del todo de que ese proyecto sea lo mejor para ella. El personaje de Isabella ya ha sido encarnado en una versión anterior por Luciana (Agustina Muñoz), una actriz con bastante más confianza, experiencia y trayectoria que ella. No son precisamente rivales (Luciana maneja otros proyectos como rodar una película en Portugal y hasta la presiona para que se presente a la audición y consiga ese trabajo), pero esa vieja compañera que ahora reencuentra una y otra vez funciona como un espejo incómodo para Mariel. Como tercer vértice del triángulo está Miguel (Pablo Sigal), hermano de Mariel, amante de Luciana y administrador del proceso de casting de la obra. Cuando parecía que Matías Piñeiro iba en camino de ampliar la base de sustentación de sus películas con historias y narrativas más clásicas y accesibles, Isabella resulta su film más radical, abstracto, introspectivo, críptico e inasible hasta la fecha. De hecho, elude cualquier tipo de relato tradicional para apostar por constantes saltos, por romper la cronología con un permanente pendular entre los pasados, el presente y los futuros de sus criaturas. A Mariel la veremos indistintamente delgada, embarazada de siete meses y medio y ya con niños en un juego temporal que el catálogo de la Berlinale comparó con las experimentaciones en la materia de íconos franceses como Alain Resnais y Jacques Rivette. Entre el silencio sagrado de las salas de teatro y las ruidosas calles urbanas, entre la naturaleza virgen de las sierras cordobesas y el vértigo de Buenos Aires, Piñeiro propone, construye, diseña un sistema de espejos, de dobles, para abordar cuestiones como la vocación, el deseo, el éxito (y la frustración que muchas veces genera perseguirlo), las miserias del arte, así como las dificultades que atraviesan mujeres fuertes a la hora de sobrellevar los prejuicios y condicionamientos sociales. Bella como el color púrpura que aquí preside la narración, misteriosa y fascinante como las piedras que ejercen una atracción magnética, contradictoria como las mujeres que la protagonizan, Isabella es una película compleja y exigente que nos sumerge en los terrenos menos explorados y por lo tanto más inquietantes del cine contemporáneo.
Consecuente con su particular universo artístico, Matías Piñeiro continúa la saga cinematográfica “Las Shakespeareadas” con una nueva entrega inspirada esta vez en Medida por medida, una de las obras más difíciles de catalogar del célebre poeta, dramaturgo y actor inglés. La protagonista de esa pieza clásica, que tiene a la lealtad como uno de sus asuntos claves, es Isabella, mujer angustiada por la sentencia a muerte de su hermano Claudio, obligada por las circunstancias a tomar una postura incómoda. Y el personaje que encarna María Villar en este film que ya fue exhibido en Nueva York, Gijón, Viena y la Competencia Internacional del 35° Festival de Mar del Plata, donde obtuvo los premios a Mejor Director y a Mejor Actriz (para Villar), es Mariel, una actriz que intenta conseguir el papel protagónico en una versión porteña de la obra y por casualidad se encuentra durante su proceso de preparación con Luciana (Agustina Muñoz), antigua compañera de teatro con la que mantiene una relación ambigua: ¿es su cómplice o una enemiga velada? Igual que Medida por medida, el nuevo largometraje de Piñeiro -un director argentino inquieto, imaginativo y muy valorado en el circuito de festivales internacionales que últimamente ha establecido bases de operaciones en los Estados Unidos y Portugal, pero sin desconectarse nunca de su país- se resiste a las clasificaciones: tiene el tono de una comedia ligera, pero también da cuenta del inestable día a día de los que se dedican a la actuación. Funciona muy bien como pequeño relato de cámara cuando se desarrolla en interiores y desborda de belleza cuando se apoya en el hermoso paisaje de la provincia de Córdoba. En el delicado juego de pares antagónicos que propone la película -debilidad/fortaleza, luz/oscuridad, decisión/indecisión, frustración/consumación- está cifrado su espíritu: un equilibrio sostenido por opuestos, un mecanismo especular en el que los dilemas morales de las protagonistas se reflejan en los que pueblan el argumento ideado hace siglos por Shakespeare. El contraste entre el bullicio anárquico de la ciudad y la pasmosa paz de un entorno bucólico también acentúa esa inclinación por las dualidades que revela la narrativa de Isabella, que tiene además un complemento decisivo en su vigorosa aventura formal: la utilización de los colores como un significante potente y sugestivo. Piñeiro es plenamente consciente de que la imagen es el concepto primordial del cine y lo asume siempre con rigor e inventiva. En el extenso sistema de ecos y resonancias que su obra ha establecido con las comedias de Shakespeare, sigue refinando su discurso y agregándole capas: ahora, el amor entendido como amenaza de opresión, el uso discrecional del poder en los ámbitos regulados por jerarquías (incluso cuando se trata de contextos teóricamente más “relajados” como el artístico) y el acecho de la incertidumbre, un principio que parece regir la deriva de sus personajes, simbolizada en ése púrpura que domina la paleta de Isabella. Un color que se resiste a la definición precisa y categórica, que admite matices e interpretaciones y que no por casualidad ha teñido oportunamente al cine de Piñeiro.
Isabella, de Matias Piñeiro (Competencia Internacional). Nunca es tarde para llegar al fantástico mundo Piñeiro de las reversiones shakesperianas. Probablemente esta no sea la más indicada para la iniciación, puesto que se trata de una de las mas ambiciosas narrativamente. "Isabella" se inspira en el clásico "Medida por medida" al contarnos la historia de Mariel y Luciana en su aspiración por el papel protagonista de la obra de referencia. Película llena de sutilezas y detalles increíbles, de decisiones e indecisiones, de seguridades e inseguridades. Como una especie de rompecabezas, Piñeiro juega con las temporalidades construyendo de a poco una película circular. Indefiniciones que bailan al son ese color púrpura que no alcanza a ser ni rojo ni azul y de personajes que rivalizan y se amigan a la vez. Muy disfrutable.
Tras pasar por la Berlinale y el Festival de Mar del Plata del año pasado, tiene su estreno en salas Isabella, sexta entrega de la saga que su director Matìas Piñeiro denominó "Las Shakepeareadas". Se trata de una serie de ficciones cuyo eje es un grupo de actores intentando adaptar al teatro una pieza del autor inglés. Al igual que en sus anteriores trabajos, volvemos a ver castings, ensayos, escenarios, recelos entre compañeros y demás situaciones del ambiente de las tablas, solo que en esta oportunidad Piñeiro se vale de una puesta visual que enriquece -y mucho- a la película.
Matías Piñeiro es una leyenda entre los críticos de cine. A pesar de tener una filmografía prácticamente desconocida en salas comerciales, ha sido valorado por los especialistas como pocos directores de cine de los últimos años. El romance entre sus películas y estos críticos sigue intacto, siendo Isabella tan festejada y elogiada como sus títulos anteriores. No me toca a mí ser parte de esa alegría comunitaria, al menos no con este nuevo film del director. El título alude a un personaje de la comedia Medida por medida en un nuevo trabajo de intertextualidad con la obra de William Shakespeare. Ejercicio aplicado en un formato minimalista que le copia algunos recursos a Bresson, otros a Rohmer, y nunca llega a ser ni Bresson, ni Rohmer, ni Shakespeare. Se notan las ideas en un cine que puede ser interesante en la teoría pero definitivamente no lo es en la práctica. Un film que funciona exclusivamente bajo el amparo complaciente de ciertos ámbitos pero que no está a la altura de los planteos. Su director parece estar haciendo una tesis sobre William Shakespeare, construida para el mundo académico, no para la pantalla de cine. El material parece interesante, pero su aplicación no. A pesar de parecer una versión moderna y libre, se escapa de la tradición para quedar atrapado en otra cárcel que limita a la película y la vuelve un objeto de estudio, no de disfrute. El personaje protagónico, Mariel, es interesante y todo el tiempo parece que la película encontrará el rumbo, pero no lo hace. Esta actriz en busca de un rol, entre el éxito y el fracaso, es una heroína interesante que, como la película, no termina de cerrar. El intencional distanciamiento del director produce un abismo entre la película y el espectador. Un film cuyo consumo no puede salir, ni por accidente, del mundo cerrado al que pertenece.
Presentada el año pasado en la Competencia Internacional del Festival de Cine de Mar del Plata. “ISABELLA” se suma a la galería de realizaciones de Piñeiro que giran en torno a la figura de las heroínas shakesperianas y que se entremezclan con el mundo del teatro y la actuación. En esa ocasión, la pieza teatral elegida es “Medida por medida” en la que se reflexiona sobre la misericordia, lo sacrificial, la gratitud y la entrega a través de la historia de dos hermanos: Isabella y Angelo. En la obra original, Isabella es la hermana de un condenado por haber dejado embarazada a una mujer soltera y tendrá la posibilidad de salvar a Angelo siempre y cuando se entregue carnalmente al juez que tiene a cargo el caso como “pago” para salvarlo de la terrible sentencia. En este juego de espejos típico de las realizaciones de Piñeiro, conoceremos los detalles de la obra a través de una puesta teatral en proceso de producción. Allí, dos actrices intentan audicionar para el rol principal de Isabella, una de ellas particularmente implicada con la protagonista, dado el vínculo que mantiene con sus hermanos, con sentimientos encontrados respecto de los lazos filiales que, dada su propia complejidad permiten diferentes tomas de posiciones. Piñeiro suma entonces a Isabella a la larga lista de heroínas shakesperianas que ha sabido filmar en “La princesa de Francia” “Viola”, “Hermia & Helena” o “Todos mienten”, princesas literarias que en forma autoreferencial también se mencionan en los diálogos, a lo largo del filme. Lo que se convierte como la marca propia de autor y la singularidad de su cine, que tantos otros directores buscan sin suerte, es al mismo tiempo una forma limitante, una especie de “trampa” en la que Piñeiro parece plagiarse a sí mismo y volver otra vez sobre un dispositivo creativo que calca y pega en un mismo molde, una forma de presentación de su discurso teatral / cinematográfico que, para quienes ya se han acercado a su cine en sus filmes anteriores, puede sonar algo reiterativo y ya visto. De todos modos “ISABELLA” no solo presenta un texto reflexivo e inquieto que demuestra una vez más la atemporalidad de los textos de Shakespeare de plena vigencia, sino que además cautiva por el trabajo de fotografía a cargo de Fernando Lockett quien frente al planteo que hacen las protagonistas sobre la luz púrpura que se presenta como oportunidad para la toma de decisiones, aprovecha para jugar con los colores y mostrar imágenes potentes y de una profunda belleza. Las dos actrices que se disputan el papel son: Mariel (María Villar), insegura, dubitativa, con problemas vinculares con sus hermanos –justamente uno de ellos dentro de la producción de la obra- y Luciana (Agustina Muñoz) que se presenta con una personalidad más segura y con mayor trayectoria, que provoca un mayor desequilibrio en Mariel quien se siente en inferioridad de condiciones, cerrando el triángulo con Miguel (Pablo Sigal) hermano de Mariel que en tren de confesiones entre ellas, descubren que es el amante de Luciana. Piñeiro recurre hábilmente a una fragmentación temporal, rompiendo toda cronología y dejando solo algunas marcas para que el espectador pueda seguir la narrativa que se propone en tres tiempos. Aumenta la audacia de su puesta con la mirada que hace dentro del propio universo teatral, por ejemplo frente a las audiciones, donde incorpora el uso de la Cámara Gesell con toda la riqueza de significados que este dispositivo implica. María Villar y Agustina Muñoz conocen con exactitud el universo del director, ya han trabajado juntos en realizaciones anteriores con lo cual se adaptan con suma naturalidad a este universo y se entregan a las diversas experimentaciones que propone Piñeiro frente a los textos shakesperianos, luciéndose sobre todo cuando por medio de ciertos objetos proponen cambios en los tonos de sus personajes y demuestran todo su potencial y su ductilidad, aunque algunos tramos suenan algo declamados. “ISABELLA” aun con sus reiteraciones dentro de la unión de la dupla Piñeiro-Shakespeare, sigue siendo un filme interesante por su planteo disruptivo, críptico y pendular y una propuesta atractiva y diferente.
El cine de Matías Piñeiro era un cine del espacio. Sus películas estaban hechas de escenas con personas en constante movimiento a las que la cámara seguía casi siempre con una una gracia prodigiosa que se sumaba a la de los intérpretes, en especial de las actrices, columna vertebral del elegante cuerpo piñeireano. La excusa que propiciaba esos bailes disimulados podía ser la lectura y discusión de textos de los founding fathers argentinos, de obras de Shakespeare, o la existencia de algún plan o traición en progreso que enfrentaba a los protagonistas y los empujaba a la sospecha y a la gestión de complots discretos, además de a las escaramuzas románticas de ocasión. En los últimos años algo de esa estructura fue mutando y la película que sintetiza el cambio es Isabella, que ya no hace un cine del espacio sino que narra un nudo de historias a través del tiempo. Mariel (María Villar), aspirante a actriz, su hermano ausente y la amante de él se cruzan o separan en distintos momentos, se distancian, acercan o reconcilian. El relato complica las cosas a voluntad: de una escena en el presente se pasa a una que sucede en distintos momentos del pasado o del futuro, muchas veces sin explicación. Las situaciones, sin embargo, resuenan unas en otras, y la historia se vuelve una suerte de rompecabezas que invita a ser reconstruido. El teatro y la actuación siguen siendo los universos de referencia, pero esta vez aparecen vistos desde un lugar ligeramente distinto a las películas anteriores: el ánimo es menos lúdico que dramático. El tono se transfiere a la mayoría de las escenas: ya no estamos en una de sus comedias luminosas sino en un territorio desconocido, ligeramente agreste, en el que cuesta un poco más moverse, un poco como le pasa a Mariel cuando sigue con dificultad a Luciana (Agustina Muñoz) en sus excursiones a la naturaleza. Seguimos dentro del ciclo de las shakesperadas, pero el clima, la tonalidad, es otra, como se encarga de recordarlo la película a través del uso del violeta y sus declinaciones cromáticas. Ese giro, de todas formas, no ciega al cine del director a los placeres de la observación y la palabra que fueron la cifra de su cine. La superposición de fragmentos de historia y tiempo deja la libertad suficiente para explorar el pulso de la historia más allá de su cronología, como se ve en los planos en los que se muestra a Muñoz caminando apurada por las calles de Córdoba, eludiendo peatones y apurando o reduciendo la marcha según lo exija el tránsito urbano. No hay utilidad narrativa en esos momentos, ignoramos el destino o las razones del personaje, solo queda el placer de filmar a una chica que camina rápido por la ciudad. Hablar de un cine del tiempo es también decir montaje. Las escenas que mejor recordamos de las películas de Matías Piñeiro son casi siempre largas, o que por lo menos hacen sentir su duración, en las que vemos transformarse a los personajes o a los vínculos que mantienen, u observamos cómo una obra de teatro se desenvuelve, avanza o retrocede y, a veces, recomienza. Pero Isabella, como si el director se impusiera una prueba de habilidad, está obligada a trabajar necesariamente alrededor del corte. El resultado es un objeto cinematográfico nuevo que trata de sostener la ludicidad que las películas anteriores explotaban dentro del plano. El juego ahora hay que buscarlo menos al interior de las escenas y más los emparejamientos de tiempos, en las conexiones narrativas que permiten los diferentes usos de una piedra, o en los vasos que comunican un drama personal con un texto escrito hace siglos. El poder cambia de manos: la cámara de Fernando Lockett debe aprender a moverse dentro de los límites impuestos por el director, mucho más estrictos que en el pasado. La dispersión narrativa se acomoda a medida que la película avanza. Los hechos y los objetos que alguna vez estuvieron recubiertos de algún misterio explicitan ahora su rol en la trama. Se insinúa un juego de inversiones acerca de la actuación y la vida, el cine y el teatro. Una audición hostil adquiere la forma de un confesionario, un conflicto familiar provee la anécdota de un monólogo sobre hermanos y la actuación del monólogo ofrece una clave de sentido biográfica. El abandono de la interpretación como profesión lleva al teatro por otros caminos como la escritura de una obra o la gestión de un teatro propio. La amalgama de estos dislocamientos la proporcionan, como siempre, María Villar y Agustina Muñoz, planetas alrededor de los cuales orbitan Pablo Sigal, Julia Martínez Rubio o Gabi Saidón, que conforman esta nueva versión del sistema solar de Matías Piñeiro, del que podríamos decir perfectamente que es un director de actores si no lo fuera también de tantas otras cosas.
CAMINOS SINUOSOS Matías Piñeiro sigue adaptando desde el más libre albedrío la obra de William Shakespeare, aunque tal vez nunca como en esta Isabella se haga tan explícito el trabajo de montaje y desdoblamiento que hace el director. Una actriz se presenta al casting para una puesta en escena de Medida por medida y la película se quiebra temporalmente en una lógica narrativa que escapa a la linealidad y la cronología. Incluso, unos rectángulos de colores, que son un leit motiv de la película y de una obra que está montando la protagonista, funcionan como representación de ese armado del relato, que se ensambla en la cabeza del espectador. Esa explicitud en el trabajo de montaje y desdoblamiento es tal vez uno de los puntos en contra de la película, que se vuelve de esa manera un ejercicio más intelectual que emocional. Y no es que el cine de Piñeiro no haya tenido desde siempre una estructura férrea que demuestra un trabajo de puesta en escena súper elaborado, pero aquí los personajes se observan un poco presos por formas que los superan y los comprimen. Se extraña, por tanto, esa chispa que el director ha sabido manejar en otros films, que lo acercaba a un tono más farsesco. Isabella por el contrario es una película más explícitamente de tesis. De todos modos Piñeiro sigue siendo uno de los directores que mejor filma diálogos en el cine argentino, aunque como decíamos anteriormente aquí se vuelve un poco más introspectivo y pierde algo de la ligereza y el humor sutil. Pero para el cine nacional, su cine no deja de ser una rareza: alejado de las poses y las exasperaciones de mucho cine festivalero, Piñeiro avanza sin la urgencia de los discursos urgentes. Puede que como aquí los dilemas de “la gente del arte” puedan resultar un poco superficiales, pero cuando esos dilemas se vuelven carne y dudas como en el rostro de María Villar, la película crece y se vuelve angustiante en el buen sentido. Isabella es una película sobre las decisiones y los caminos sinuosos que a veces necesitamos recorrer para llegar a un ideal personal. Tal vez algunos de esos caminos sinuosos son los que emprende el director en esta película.
El filme se abre con un maravilloso plano general de un muelle envuelto por el cielo en la hora mágica. Un joven que vemos a lo lejos, realiza un ritual que no podemos más que adivinar, tal cual la voz femenina en off lo describe es “el ritual de las doce piedras”. Cada piedra es la posibilidad de dudar ante una certeza, y las variantes son dos, o cada piedra cae al agua, o una duda te detiene quedándote con una piedra en la mano. Esta introducción deja sobre la superficie – y sobre fondo del filme – un esquema de juego y los personajes se entregarán a esa dinámica de la pregunta a través de todo su relato. En ese conocido fluir/devenir de las vidas en los caracteres de su cine, conocido por los que ya han de saber del cine de Piñeiro y sus formas narrativas derivativas. Aquellas que se alimentan de las dudas existenciales de alguno de sus individuos/cuerpos que circulan siempre imbuidos en las aguas móviles y llenas de incertidumbre, aquellas que son las aguas inciertas de la vida misma en su universo cinematográfico. Siempre hay algo que está en proceso, una obra, una película, un estado de gestión que se mezcla entre las vidas de unas mujeres y de otras, pero ante todo en el centro está Mariel y al mismo tiempo Isabella, el carácter femenino central de la obra “Medida por medida” de William Shakespeare que ella encarna a través de toda la película. “Yo que predico la palabra, puedo desdecirme”, son algunas de las palabras significativas que afloran de los labios de nuestro personaje componiendo a la Isabella shakespereana. Isabella, la joven novicia enfrentada a una duda radical, entre su vida, los mandatos divinos y la vida lujuriosa de su hermano ha de ser un pecador carnal y deberá ser condenado a muerte. Pero Isabella, la virtuosa, se debate entre su devoción y su lealtad. El conflicto, la duda y el juego de valores morales puestos en jaque, que son el centro dramático en toda la obra teatral, aquí subyacen en un estado de dilema casi permanente. El deseo y la duda conviven construyendo una ambigüedad continua, van y vienen, hacen que el filme se despliegue como las ondas que arman las piedras en el agua.
En su película formalmente más ambiciosa y compleja, el realizador de «Viola» parte de la competencia entre dos actrices por un rol en una pieza de William Shakespeare para hacer una exploración temporal y geográfica sobre los vaivenes de una relación. Desde el jueves en la Sala Lugones y el MALBA. En su sexto largometraje tras casi quince años del estreno de su opera prima EL HOMBRE ROBADO, el realizador argentino pega un cierto giro a su carrera, uno que de alguna manera lo lleva a recorrer un camino un tanto más experimental y abstracto que el utilizado hasta ahora pero sin renunciar ni a sus temas, ni a su cercanía con el universo de Shakespeare ni a sus preocupaciones formales más notorias. ISABELLA, en ese sentido, se propone exploraciones temporales y geográficas que transforman a la película en un experimento en el que las habituales referencias «rivettianas» que suelen mencionarse a la hora de hablar de su cine podrían trocarse por las de Alain Resnais, ya que la película tiene algunas reminiscencias de MURIEL o hasta EL AÑO PASADO EN MARIENBAD. Con la obra «Medida por medida» de por medio, ISABELLA (que es el nombre de la protagonista de esa comedia no tan comedia de Shakespeare) se centra en una suerte de competencia entre dos actrices por quedarse con ese rol en una puesta teatral de la clásica pieza. Mariel (María Villar), necesitada de trabajo aunque con miedo de volver al ruedo actoral, se prepara obsesivamente para la particular audición que tendrá que hacer para conseguirlo. En paralelo, Luciana (Agustina Muñoz), una actriz un tanto más exitosa que ella, ha rechazado ese mismo papel para irse a filmar una película en Portugal. Además del rol en cuestión, entre medio de ambas está el hermano de Mariel, que es amante de Luciana, y al que su hermana no ve y desea reencontrar. Pero paradójicamente la relación entre ambas no parece ser ni tensa ni de competencia. Más bien al contrario: Luciana quiere que Mariel tome el papel que ella dejó y la ayuda para atravesar la audición que consiste –además de actuar una escena de la obra– en escribir un texto personal ligado en este caso a su hermano, entre otras cosas. De a poco, y a partir del uso de separadores con distintos tonos y colores, vamos viendo que la película empieza a saltar en el tiempo de una manera no necesariamente lineal. Mariel está embarazada y no consiguió el papel. Luciana ya ha regresado y es ella la que está por hacer la obra. Mariel hace la audición. Luciana filma una película. Mariel ya es madre. Y así. En una serie de conjugaciones temporales que pueden ser un poco confusas pero que funcionan más como moods que como estrictas y claras líneas narrativas, vemos como la relación entre estas dos mujeres se profundiza y complica, se une y se separa. Siempre con la obra de por medio –las escenas en las que ensayan ambas o la audición de Mariel son las partes estrictamente «shakespeareanas» del film, aunque su espíritu, como en toda la obra de Piñeiro, lo contiene en todo momento–, ISABELLA se presenta como un ejercicio un tanto más experimental en su carrera, pero uno que a la vez tiene un eje claro y central como es la relación ambigua entre estas dos mujeres, que comparten profesión y, en cierto modo, un hermano/amante en el medio. Colabora mucho en la elegancia de las transiciones que propone la película la edición de Sebastián Schjaer y la fotografía de Fernando Lockett, habituales colaboradores del realizador. Con sus habituales diálogos fluidos –el ensayo entre Villar y Muñoz de una escena de «Medida por medida» es de un notable espíritu lúdico– y su gusto por las conexiones misteriosas dentro de tramas un tanto complejas, el realizador de VIOLA hace una suerte de paso lateral en su carrera, que quizás parecía ir en busca de una mayor «accesibilidad» para meterse aún más en las profundidades no solo del universo «shakespeareano» sino de la propia esencia de ese fascinante e inasible arte al que llamamos cine.