Tan triste como la letra de un tango. Helena es una cantante de tango, un día, dejan de amarla. Su carrera hasta ese momento estable, decae, su salud e intento de suicidio posterior sólo demuestran que su estado es similar al de las letras que en las noches canta en diversos escenarios de la ciudad. Cambiar de habitat puede ser una solución, empezar de nuevo otra. Es así como Helena cambia radicalmente, migra tanto físicamente como en actitud. Los tangos acompañan la acción en todo el metraje, las letras de abandono, tristeza, añorar, hacen de Helena una ejemplo viviente de lo que canta, viaja sola con su canción. Eugenia Ramirez Miori interpreta a la cantante que migra de Buenos Aires a Francia, actriz y cantante de profesión, interpreta un amplio repertorio en las presentaciones o entre quehaceres domésticos títulos como “Yo no sé qué me Habrán Hecho tus Ojos”, “Alma en Pena”, “Quien Hubiera Dicho”, “La Ultima Curda” o “El Ultimo Café”. El bahiense Diego Martinez Vignatti compone su tercer largo como director, presentado en el Festival de Locarno en la Competencia Oficial, ya había trabajado como director de fotografía para directores como Reygadas en Japón o Batalla en el Cielo. La Cantante…es un film cuyo guión parece haber salido específicamente de una letra de tango, la vinculación es notoria, los temas similares, actuales. Se mantiene un quiebre entre lo que sería el pasado y futuro de la protagonista, un punto de quiebre. El mayor atractivo que podría haber tenido el film se ve en cierta manera truncado por los límites vocales y de registro de la actriz principal, un relato plenamente vinculado a lo musical donde la letra es vigente tanto como el ambiente pero no la performance, que no termina de convencer al espectador sobre la grandeza de la cantante demostrada como tal en el relato.
La vida y el canto En su tercer largometraje (segundo de ficción), el director argentino -radicado en Bélgica hace más de una década- Diego Martínez Vignatti logra sortear con convicción los principales obstáculos (¿trampas?) de un proyecto que parecía destinado al fracaso o, en el mejor de los casos, a resultar más de lo mismo: otra película sobre el tango, el exilio y los desengaños amorosos rodada -coproducción mediante- entre Buenos Aires y Europa. Si La cantante de tango tiene, en principio, reminiscencias de las “tanguedias” de Pino Solanas, el joven realizador de La marea logra trascender esa filiación (y también otras, como las de Hugo Santiago o Michelangelo Antonioni) con una película que no sólo trata sobre el tango sino que es un tango. El universo del 2 x 4 no es nuevo para Vignatti, que ya le había dedicado al tema su debut en la realización (el documental Nosotros). En esta nueva película -estrenada en la competencia internacional del Festival de Locarno 2009- se sumerge en la intimidad de Helena Ferri (Eugenia Ramírez Mori, pareja del director y toda una revelación), la cantante del título que ve cómo su ascendente carrera artística contrasta con un desengaño amoroso (su novio la abandona por otra) que la conduce a un derrumbe psicológico que la convierte en una verdadera alma en pena. Entre muchos números en vivo, escenas en cafés y milongas, apariciones varias del mítico cantor Oscar Ferrari (quien murió poco después de terminado el rodaje y a quien está dedicado el film), amores obsesivos (el de ella por su ex pareja, el de un médico francés por ella), búsquedas desesperadas, borracheras con whisky barato, coqueteos con el suicidio, familias unidas por el tango y divididas por el exilio o las contradicciones generacionales, y algún que otro pasaje surreal y onírico (pesadillesco), Martínez Vignatti construye un patchwork narrativo y visual con más aciertos que traspiés. Y, como para minimizar aún más sus carencias y excesos, allí están esos bellos, magníficos planos-secuencia que remiten por momentos al cine de su amigo Carlos Reygadas (Martínez Vignatti fue el director de fotografía de Japón y de Batalla en el cielo) y que siguen de cerca a la omnipresente heroína trágica del film por los escenarios y sus trastiendas, por las calles de Buenos Aires o por las playas grises, ventosas y nostálgicas de Calais haciendo un uso impecable de la pantalla ancha y de las posibilidades de la steadycam. La cantante de tango está lejos de ser una película perfecta, redonda, pero es un film que se arriesga mucho (y acierta bastante). Es una historia que respira cine y que respira tango. Con la sofisticación visual del mejor cine europeo y con el espíritu indoblegable de la milonga porteña.
Primero hay que saber sufrir El filme de Diego Martínez Vignatti se centra en la crisis que atraviesa una intérprete que atraviesa una crisis. Las películas sobre tango son un subgénero complicado para un realizador argentino. Desde que el tango es más pasado que presente, más nostalgia, evocación y metáfora que realidad circundante, muy pocas películas han salido bien de la parada. Hablando de cine de ficción, habría que remontarse a Las veredas de Saturno , de Hugo Santiago y con Rodolfo Mederos, para encontrar una gran película sobre el tema. De entrada, La cantante... tiene tres cosas a favor. Su realizador, Diego Martínez Vignatti, es argentino pero vive en Bélgica, con lo cual puede ofrecer una mirada que, si bien no está exenta de la nostalgia del “exiliado”, tampoco exagera el poder metafórico del género. Otro punto a favor es el haberse concentrado en el tango-canción en lugar de la danza, una zona menos explorada y que funciona, en relación con los contenidos del filme, como coro y comentario. Y el tercero es que Vignatti es un gran director de fotografía (cumplió esa labor en dos filmes de Carlos Reygadas, Japón y Batalla en el Cielo ) y muchos de sus planos-secuencia ofrecen un deleite visual que no es habitual en muchas de estas producciones que suelen apostar por estereotipos. La historia arranca de manera sencilla y luego de va enrareciendo. Helena (Eugenia Ramírez Miori) es una cantante de tango abandonada por su pareja de la que está enamorada. El hecho, en lugar de hacerla sacar sus penas más profundas en su voz, la paraliza al punto que no puede cantar. En medio de todo esto, las clases de canto con el maestro Oscar Ferrari (que murió luego de realizarse el filme) ofrecen una mirada íntima a su preparación como cantante. Tras lo que aparenta ser un intento de suicidio, la película se parte en dos y no sabremos muy bien si una de esas dos partes pertenece al orden de lo onírico. Por un lado ella sigue cantando aquí, tratando de superar sus conflictos, que también incluyen una difícil relación con su padre, un tanguero a la antigua que mucho no respeta su estilo de cantar y su grupo musical. Y, en otro “plano” del filme, ella viaja a Calais, Bélgica, donde conoce a otro hombre (el gran actor francés Bruno Todeschini, igualito a Manu Ginóbili) y empieza a mostrar su talento allí. Si es o no una buena cantante de tangos, es algo que excede esta crítica, si bien la película tiene muchas (acaso demasiada) escenas de canciones en vivo. Cierta fragilidad y debilidad en la voz parecen apropiadas para representar los miedos e inseguridades del personaje, aunque eso no siempre genere grandes performances vocales. El problema que Vignatti no consigue del todo resolver es el de cierto “turismo autóctono” que aparece en la película. Sabe de su talento visual y por momentos lo pone en primer plano aún a costa de irse más allá de lo que pide el personaje o la historia. Pero son problemas, si se quiere, menores, en un filme que sale bastante bien parado de un desafío que ha hecho fracasar a muchos realizadores más experimentados.
Una mujer partida en dos La cantante de tango (2009) es la tercera película del argentino radicado en Bélgica Daniel Martínez Vignatti (La marea, 2007), reconocido por ser el director de fotografía del mexicano Carlos Reygadas. Su nuevo film, estrenado en el Festival de Locarno, es una extraña mezcla de cine europeo con nostalgia porteña que actúa como una exploración hacia los sentidos pero sin alejarse de los sentimientos. Helena es una cantante de tango abandonada por una pareja de la que pareciera no poder desprenderse. El cordón umbilical que la ata a su antiguo amor no quiere cortarse y el desagarro que le provoca el abandono lo transmite a través del tango. Helena no puede o no quiere olvidar para recomenzar y ese proceso es el que el film nos cuenta. La historia de un olvido plasmado en canción. Articulada en dos tiempos cinematográficos, La cantante de tango es un ida y vuelta continuo hacia el pasado y el presente. Viaje que no sólo está determinado por el tiempo sino también por el espacio, Buenos Aires y Europa; el idioma porteño y francés; la música y las palabras que van a marcar a una mujer despechada que huye del espacio físico para olvidar y aún así no puede lograrlo. Martínez Viganatti trabaja la fotografía de un modo tan particular y único que lo que transmite a través de la pantalla es el estado más puro y sentimental por el que atraviesa cada uno de los personajes involucrados en la trama. Una historia de un desamor que deberá cicatrizar para dar a luz un nuevo amor. Y eso es lo que las imágenes reflejan, no hacen falta palabras para expresar los sentimientos pareciera ser la premisa del film. Condición que cumple a rajatablas y que en ningún momento se corre del eje. Decir que esta película no es un tanguera, más allá de que si se canten tangos y de cada uno de los estados por los que atraviesa el personaje de Helena, una extraordinaria composición de Eugenia Ramírez Mori, asi lo reflejen, sería una injusticia. No es un film tanguero si uno busca un relato clásico, lineal, anodino, burgués. Pero el tango no es eso, el tango es pasión, desgarro, abandono, sufrimiento, y todo lo tiene La cantante de tango y mucho más. Por momentos uno siente la presencia de un cine diferente, un cine europeo pero con la nostalgia del arrabal, de la milonga, de lo nuestro. Un film que transmite todos estados más allá de la pantalla y que provocará los mismos amores y desamores por los que atraviesa la protagonista. Un film que se ama o se odia.
El dolor, la distancia, el olvido ¿Cómo se canta el tango? ¿Cómo se filman el dolor, la distancia, el olvido? Para La cantante de tango ambas preguntas parecerían ser una, y en ambos casos la respuesta se busca de modo tentativo, dando en ocasiones con la nota justa y desafinando en otras de modo notorio. Esto es tan aplicable a la interpretación (en términos actorales y vocales) de la protagonista, Eugenia Ramírez Miori, como a la labor del realizador, fotógrafo y coguionista Diego Martínez Vignatti, radicado en Bélgica desde fines de los ’90. Ambos se habían asociado ya en La marea, primer film de ficción de Vignatti y parte de la selección internacional del Bafici 2007. Allí el realizador intentaba develar la interioridad de la solitaria, angustiada protagonista mediante un puro, casi mudo ejercicio de observación. En esta ocasión, Vignatti intenta darle a su acercamiento un marco más narrativo, con un resultado considerablemente más irregular. Más que simplemente cantarlos, desde el momento en que el novio la deja, Helena (Ramírez Miori) parecería ingresar de cuerpo entero en un tango. Atravesando temas y motivos del género, primero sabrá sufrir, luego caerá presa de la melancolía, vivirá, finalmente, el dolor de ya no ser. Hasta que el exilio –esa otra constante tanguera– le permita iniciar un lento e introspectivo proceso de reconstrucción. Proceso en verdad no tan afín al tango, siempre más fascinado por las heridas que por las suturas. Está claro que al film lo anima un afán de modernizar la tradición genérica, en la misma medida en que la reescribe. Una Buenos Aires barrial, arrabalera incluso, rozando en ocasiones lo mítico, coexiste con la ciudad contemporánea. De allí las referencias (reiteradas y literales, por lo tanto banales) a esa Buenos Aires traspuesta que es la Aquilea de Hugo Santiago. Como en el cine de Santiago, rasgos de modernidad cinematográfica (distanciamiento dramático, registro observacional, largos planos secuencia) coexisten con tonalidades costumbristas: una reunión familiar con vino y asadito, algún coloquialismo, un bailongo, restos de lunfardo. Ramírez Miori parece dar con el fraseo justo sólo de a ratos. Cuenta para ello con la ayuda del veterano Oscar Ferrari, ex cantante de la orquesta de Armando Pontier, que hace de su maestro de tango (y que falleció, a los 84, tras finalizar el rodaje). Como su actriz, Martínez Vignatti pasa de momentos ostentosamente fallidos a otros de alta elocuencia visual. Que esto último sea verificable sobre todo en largos y sensuales planos secuencia no es casual. Director de fotografía en sus inicios, Vignatti cumplió esa función en los primeros films del mexicano Carlos Reygadas, incluyendo los majestuosos movimientos de cámara de Japón. Del riñón mismo de esa película parece salido un momento imantado: Helena, recién abandonada por su novio, se cruza con un funeral que, como en un sueño, resulta ser el suyo. Claro que la escena previa, cuando el novio le anuncia que la deja, en un bar llamado Invasión, es corroída por uno de varios diálogos imposibles. Tal vez si Vignatti hubiera contado con su propio Oscar Ferrari, La cantante de tango hubiera mantenido un fraseo más parejo y afinado.
Un drama difícil de entender En su tercer largometraje, Diego Martínez Vignatti procura indagar en los meandros más íntimos de una mujer profundamente enamorada de un hombre que ya no desea continuar con esa relación. Helena es una talentosa cantante de tangos que, obsesionada y torturada por esa pérdida, se va convirtiendo en una mujer sombría que buscará su destino en algún otro país. La trama sigue los caminos que eligió Helena para sobrevivir a esa conflictiva situación y, entre algunos tangos que canta y otros que escucha, tratará de recomponer su existencia. El realizador, sin duda subyugado por algunos films de la cinematografía europea más intelectualizada, no logró del todo conseguir la emotividad pedida por el relato que, a veces, se convierte en un drama difícil de entender. Por momentos melancólica y otras veces demasiado inmersa en un puzzle que cuesta armar, La cantante de tango no sobresale, tampoco, por la actuación ni por los méritos de vocalista de Eugenia Ramírez Miori.
Nosotros no sabemos qué nos han hecho tus ojos. Película despareja si las hay, La cantante de tango mezcla escenas de una belleza sobrecogedora con otras de un lirismo impostado y pretencioso generando un contraste poco común. Con La marea, la segunda película de Vignatti exhibida en un Bafici hace varios años, La cantante de tango entabla una suerte de diálogo a dos lenguas, como si cada película perteneciera a universos fílmicos y humanos diferentes. De la aspereza y rigurosidad casi ascética de la primera a la enorme batería de recursos cinematográficos de la segunda, lo único que parece haber quedado en el camino, conectando como un hilo fino la obra de Vignatti, es el mar y una mujer eternamente en agonía. Eugenia Ramírez Mori, la protagonista de las dos películas, se ve sometida a un sinfín de golpes que la ponen a prueba con una fiereza pocas veces antes aplicada sobre una protagonista mujer, como si Mori fuera una especie de personaje de una película de venganza femenina pero sin llegar nunca a obtener la paz de espíritu que sigue al desquite en ese género. Helena canta y tiene una vida tanguera: es pegada al padre, en la casa de la familia el tango es una institución, le gusta la noche y el alcohol (el vino, pero sobre todo el whisky) y no para de sufrir cuando es dejada por su novio Corrado (que habla como si estuviera recitando una mala poesía con ínfulas de arrabal). La angustia del personaje alcanza algunos picos de tensión muy altos, y en esos momentos (por ejemplo, cuando llama por teléfono muchas veces seguidas a Corrado) la película se vuelve una experiencia dolorosa que nos empuja a ponernos a la par de Helena, a compartir su dolor y su ansiedad. Con una técnica visual de a ratos impecable, Vignatti nos coloca del lado de su personaje con elegancia y sofisticación, como cuando salimos junto con ella al escenario y sentimos el calor del público y el vértigo de los aplausos. Pero La cantante de tango lentamente va cediendo espacio a algunos clichés del peor cine artie, como se puede ver durante los paseos por la costa belga, en las apariciones de la pareja de viejitos, en la escena del médico y el anciano que miran por la ventana (una de las escenas más feas imaginables), o en algún que otro salto de tiempo que parece querer confundir e imprimirle algo de complejidad inútil al relato. Si dentro de su esquema de rigurosidad insobornable La marea ya dejaba ver las costuras de un cine desbalanceado, en la Cantante de tango esta irregularidad se agudiza y deviene el gran problema de la película: por más escenas inteligentes y excelentemente filmadas que tenga (como la de Helena siguiendo a Corrado durante varias cuadras hasta un bar, donde él se encuentra con una mujer), los momentos en los que parece instalarse con más fuerza ese clima de cine pretencioso y con aires de intelectualidad terminan derribando todo lo bueno que Vignatti supo levantar. De todas formas, a La cantante de tango siempre le queda como refugio último la cara de Eugenia Ramírez Mori: con una luz propia que irradia un fulgor imposible de describir con palabras, el rostro de Helena es una de las imágenes más felices y atrapantes del cine argentino en mucho tiempo. Vignatti lo sabe, y por eso le dedica una gran cantidad de primeros planos largos, sobre todo cuando Helena canta con público en los bares, aunque por la forma en que están construidas las escenas, pareciera que cantara solamente para nosotros. Mirándonos gigantesca desde la pantalla, Mori nos habla en tango mientras su cuerpo y su voz se estremecen y, como tocada por una especie de magia, los ojos le brillan.
Dotada de una estilización visual por momentos notable, La cantante de tango se debate entre sus virtudes estéticas y creativas y sus errores conceptuales y de casting. El realizador argentino Diego Martinez Vignatti trabaja en Bélgica hace más de diez años y sin dudas que a través de este film transmite su amor por el tango y sus artistas, destilando un tono evocativo y melancólico que en algunos tramos alcanza cierta envergadura. Pero esas premisas se van desdibujando como consecuencia de un dubitativo guión y de una elección desacertada de la protagonista. Se trata de la atractiva Eugenia Ramírez Miori, que se ocupa aquí de cantar y actuar con la exigente premisa argumental de componer a Helena, una extraordinaria cantante de tango. Existiendo en Buenos Aires tal –y ascendente- cantidad y calidad de cantantes femeninas del género, resulta casi inadmisible su elección para un rol que pone en evidencia su escasa expresividad vocal y tanguera. Como actriz resulta algo más convincente, en la piel de esa mujer no correspondida en el amor que, en otro país, está a punto de cumplir sus máximas metas artísticas. Algunos momentos musicales y personajes interesantes (son buenas las participaciones de Dora Baret y Alfredo Piro, por ejemplo) se suman a los mencionados planos visuales y salvan en parte el film.
Publicada en la edición impresa de la revista.