Sensible mirada al mundo aborigen Los ritos del pasado, así como los viajes, marcan la senda de una etapa hacia otra viviendo la experiencia de la muerte simbólica y del renacimiento. El director Darío Arcella se detiene en este documental en radiografiar todo ello teniendo como protagonistas a los yshir, pueblo indígena del Chaco paraguayo donde los ritos de iniciación de los niños hacia el mundo adulto se realizan durante tres meses en el monte, alejados de las familias. Así aprenden la cultura y los valores éticos, morales y naturales, y crecen en la vivencia sagrada de la unidad entre el individuo y su grupo. De vuelta a la comunidad ya son hombres, algunos de los cuales deberán emigrar con tristeza hacia las ciudades para poder sobrevivir frente a la pobreza que les brinda su lugar de origen. Con una cámara que fija su atento ojo en esos hombres y mujeres aferrados a ancestrales tradiciones, el realizador va puntuando esas ceremonias que, al son de típicos instrumentos, transforman a los niños en hombres a pesar de que en los últimos años la presión ejercida por la cultura occidental redujo el espacio vital y las antiguas actividades de ese grupo étnico. La amplitud del frondoso monte es el escenario en el que se desarrollan esas ceremonias que hablan de espíritus lejanos, de bailes incansables y de la necesidad de que las costumbres por las que siempre han luchado no desaparezcan para siempre. La ceremonia pone al descubierto todo un micromundo en el que los ancianos, como sabios maestros, van inculcando a los jóvenes el valor del pasado que, para ellos, es también presente. Las coloridas vestimentas y el son de la música se entrelazan con la poética que impera en esos seres que deberán dejar su lugar para insertarse en la civilización, aunque siempre desean volver a su lugar de nacimiento. Bello en su fotografía y en su solidario mensaje, el film transporta a los espectadores hacia un espacio casi perdido en el tiempo, espacio que los yshir desean que nunca desaparezca del todo.
Ritos del pasaje Segunda parte de una trilogía realizada con los pueblos originarios, La ceremonia (2014) retrata desde lo observacional un rito iniciático que marca el pasaje de la niñez a la adultez. En el Chaco paraguayo habitan los Yshir, pueblo que mantiene la tradición de realizar un viaje iniciático de tres meses con aquellos niños que dejaran de serlo para convertirse en adultos. Alejados de su familia aprenderán valores éticos, morales y naturales. ¿Pero hasta cuando la presión del mundo global va a permitir que estas tradiciones se sigan manteniendo? De la misma manera que lo hizo en Crónicas de la gran serpiente (2011), Darío Arcella vuelve a incursionar en las entrañas de los pueblos originarios con una película donde la voz son las propias imágenes. Mientras que en la primera eran los propios descendientes del genocidio quienes llevaban el relato, ahora son los Yshir y aquellos que participan en la ceremonia de iniciación. Arcella sigue durante todo el periplo a los protagonistas de la historia, a quien vemos salir niños y volver convertidos en hombres. Y no por el cambio corporal sino por el mental. La cámara actúa como si fuera un participante más, sin inmiscuirse ni alterar los hechos, Solamente observa y actúa como un intermediario para mostrar y poder mantener viva (aunque sea a través de la imagen) la tradición. Ya sobre el final el relato hace foco en diversas familias Yshir que fueron emigrando hacia grandes ciudades, dispersándose y alejándose cada vez más de las tradiciones ancestrales. Ciudades donde ceremonias como éstas ya no tendrán ningún tipo de sentido.
Darío Arcela dirige este documental de valor antropológico, de los Yshir, etnia de el Chaco paraguayo, y sus ceremonias vitales.
Postales de una cultura ancestral en extinción En “La ceremonia”, Darío Arcella muestra el rito de pasaje de los niños yshiros, en el Paraguay profundo. "La ceremonia" (Argentina-Paraguay-Canadá, 2014). Dir.: D. Arcella. Documental. ¿Qué sabemos de Eshnuwerta, o Ashnuwerta, la madre de los pájaros de la lluvia benigna, la señora de la tormenta de azul oscuro, que vinculó a cada tribu con un animal según el grupo de dioses ahnapsoros que esa misma tribu hubiera matado en antiquísimos tiempos? ¿Y de Nemur, el de la famosa maldición, señor de los bosques, encargado de vigilar el cumplimiento de los ritos y aplicar los castigos, que hizo nacer el gran río soplando un caracol? ¿Y qué son el konsaho, la harra? ¿Qué son, todavía, los yshiros, llamados chamacocos por otros pueblos? ¿Cuántos son, cuántos quedan? ¿Qué es ese dialecto que hablan, que parece japonés, ajeno a la dulce lengua guaraní, y cuántos lo hablan en su absoluta pureza? Reivindicador de las culturas indígenas, Darío Arcella visitó muchas veces a lo largo de siete años la comunidad de Karcha Balut, allá en lo alto del Alto Paraguay, bordeando el Mato Grosso, en lo profundo de América del Sur. Lo que ahora nos muestra son los aspectos iniciales de una vieja ceremonia que aún se mantiene en esos lares: el momento en que los niños de la aldea son enviados al monte para que vuelvan convertidos en hombres. Así era: los chicos se quedaban como tres meses solos, y podían volver recién cuando conseguían cazar algún animal digno de compartir con los demás pobladores. Esta última exigencia parece algo en desuso últimamente, debido a la creciente falta de animales. Hoy la madurez también significa otra cosa: irse a la ciudad, trabajar de albañil, de vendedor de yuyos, o encargado de seguridad para mantener la familia, aunque uno se muera de nostalgia. Estudiar, para defender a la tribu en esa otra selva que son las leyes y las oficinas. El documental muestra también esto, así como un largo viaje en barco, pero se centra en lo otro que se va perdiendo: la alegría de los disfraces y los chicos con los viejos, los recuerdos de otras infancias, el tiznarse la cara, la carne repartida para todos, los cánticos arcaicos a lo largo de toda la noche bajo las estrellas, los amaneceres de un rojo intenso, la vida en común, la expectativa de las madres, entre asustadas y orgullosas. Los mayores hacen algunas declaraciones. No explican nada, y la película tampoco lo hace. Las explicaciones sólo las reciben los chicos en el tobich, el lugar sagrado del monte, ahora que han sido iniciados. Mientras, a lo lejos, se alcanza a ver un remolcador empujando una carga enorme de contenedores.
El bosque de la madurez Muestra el drama del pueblo Yshir, con su lucha para mantener vivas costumbres y ritos en el Chaco paraguayo. “El escenario es el drama”. La frase, adjudicada a Albert Einstein, es la idea con la que abre la película La ceremonia. Aplicada quizá de manera caprichosa al documental de Darío Arcella, podría funcionar también como sentencia para explicar la construcción de esta historia, que muestra el drama del pueblo Yshir, su lucha para mantener vivas costumbres y ritos en el Chaco paraguayo, su lugar. Un escenario, un drama, con buena fotografía y colores poderosos, cuyo retrato no alcanza a redondear el poder que se adivina en la belleza de esta historia. No siempre alcanza con el escenario para tener drama. Como el título lo dice, el filme se enfoca en una ceremonia, rito ancestral de iniciación para los jóvenes de la comunidad, que deben subsistir en el monte durante tres meses para asumir su paso a la adultez. Un relato mítico de un pueblo de ancianos que recuerdan sus raíces, su cultura, su añorada relación con el río, la pesca, en el pueblo Yshir. La falla quizás esté en la difícil lectura que exige la explicación de esta historia con su contexto, inseparables, irremediablemente superpuestas en un esfuerzo por transmitir una cultura que choca contra la complejidad. Por un lado el rito, la Diosa que guía a los jóvenes iniciados, llevados al bosque en busca de su disciplina, de consejos. Por el otro el éxodo, el viaje inconcluso de los aborígenes. Por momentos parecen actores los miembros de la comunidad, un mérito de Arcella, que sueñan canciones dictadas por sus dioses y bailan con atuendos típicos, pintados. “Lo que más recuerdo es que una persona, para ser hombre, debe tener coraje. Dormir allá, solo, en el bosque. Enfrentar tus temores y saber superarlos, solo”, dice uno de los ancianos, y vuelve inevitable la odiosa y descontextualizada comparación con la infancia actual, reino del consumismo, con la pregonada adolescencia eterna, otras ceremonias, que sorprenden cada Día del niño, que contrastan cada vez más con aquéllas, las del paso a la adultez.
Conocer las distintas culturas abre puertas para una mejor convivencia Hemos remarcado varias veces la importancia de los documentales y por carácter transitivo la existencia de documentalistas, que por suerte en nuestro país abundan, se agrupan para cobrar más fuerza a la hora de difundir sus trabajos. El presente es injusto con la distribución y exhibición de este material y los cánones culturales hacen que poco público entienda que se puede hacer un lugar para los “Mininos”, y otro para intentar descubrir diferentes propuestas, máxime si la tecnología y la inquietud de los responsables de las mismas posibilitan retroceder en el tiempo. Andar el camino de vuelta para entender con cuanto y con cuantos podemos convivir. “La ceremonia” centra su razón de ser en registrar un rito de esos que se ven mucho en la ficción. Cualquiera que recuerde la secuencia inicial de “300” (Zack Snyder, 2004) tendrá en la memoria el ritual que Leónidas vivía para pasar de la niñez a la adultez. Lo tiraban al bosque y si sobrevivía a las inclemencias del tiempo, la falta de comida y abrigo, y a un terrible lobo, el pibe podía volver tranquilo y orgulloso a Esparta y convertirse en guerrero. Si sacamos todo el efectismo y nos trasladamos a la comunidad de los Yshir en el Chaco Paraguayo veremos qué tan cierta es la existencia de estos rituales y qué tan profunda es su significancia. Así entonces, la dirección de Darío Arcella “acompaña” a jefes, madres, padres, y fundamentalmente a los hijos, para mostrarnos cómo éstos son guiados hacia un monte en el cual, luego de permanecer allí un tiempo, se fortalecerá para siempre la mancomunión con la naturaleza (aprendiendo el respeto y el agradecimiento hacia ella), el espíritu de convivencia (y por qué no de equipo), y la pérdida o asimilación de los temores. La percusión y los cantos van metiendo una suerte de trance místico que sólo puede ser apreciado con conciencia ancestral. El espectador es invitado a una muestra cabal de la diferencia de valores entre las sociedades. Una escala que dan ganas de experimentar. Se aprecia y agradece el sonido directo de Martín García Serventi como también la pericia especial en la dirección de fotografía de Osvaldo Decurnex quien inteligentemente hace que su cámara esquive las “quemazones” de luz natural de exteriores como si los recorridos hubiesen sido ensayados previamente. El otro de los aciertos es la paciencia de la compaginación: Dailos Batista Suárez confía en su decisión de cortar lo menos posible el metraje para lograr la mayor naturalidad posible, y se adivina cierta desazón al tener que hacerlo y dejar material afuera, pero de esta manera el acercamiento a la realidad se vive con mayor pureza. Mario Blaser, catedrático de múltiples universidades y especialista de notables conocimientos, pone su investigación antropológica al servicio de los detalles y probablemente haya sido una gran pieza del engranaje, porque esta película fue realizada por un equipo que merece solidificarse para los próximos proyectos. Acaso conocer bien las distintas culturas de nuestro planeta pueda ser una puerta para una mejor convivencia. Si esta utopía fuese practicable, películas como “La ceremonia” son la llave.