El trabajo de ensamblaje se vuelve el contexto de la historia de Jimena en el sur argentino. Dirigida por Micaela Gonzalo, «La chica nueva» plantea un camino hacia la identificación y al sentido de pertenencia, junto con una realidad que atraviesa al país.
Impactante ópera prima que desnuda la crueldad del mundo laboral en donde todos somos descartables. El contexto elegido, una fábrica de ensamble del sur, le sirve a la directora para hablar de una realidad dolorosa y cada vez más asfixiante para sus protagonistas.
Jimena es una chica que, como buena parte de su generación, vive sin posibilidades de progreso. Luego de la muerte de su madre y de quedarse sin casa, deambula por la ciudad con un destino tan lejano como utópico: llegar a Río Grande, donde vive su hermano, y lugar que a ella ilusiona con un futuro dentro de alguna de las empresas de fabricación y ensamblado de artefactos electrónicos. El viaje es largo, los apremios económicos son muchos, y el hermano de Jimena recibe con cierta frialdad a su huésped, con la promesa de brindarle techo por “unos días”. Con perseverancia, ella conseguirá trabajo en una de las tantas industrias en Tierra del Fuego. Con un tratamiento común a otras películas que exploran la falta de posibilidades de la juventud, la singularidad de La chica nueva radica en vincular la mirada a los jóvenes con el entorno social de una fábrica (la cooperativa ex Audivic, donde tuvo lugar el rodaje), pero fundamentalmente explorar las relaciones entre humanos como de la construcción de la lógica del poder. Micaela Gonzalo busca, de la mano sólidos trabajos de las actrices Arenillas y Anganuzzi, instalar la problemática del empleo de baja calidad existente en la Argentina, sustentada en un discurso de reivindicación obrera en esa fábrica que va al paro unida a una mirada al abandono de la juventud contemporánea. Lo consigue mediante una fotografía fría, el ulular del viento austral y una geografía que metaforiza -y agiganta- la soledad de sus protagonistas.
Jimena (Mora Arenillas) está en una situación desesperada a sus 20 y tantos. Después de la muerte de su madre, no tiene dinero, no tiene lugar donde vivir, duerme donde puede y sobrevive gracias a pequeños hurtos, objetos robados que vende por lo que le den. Como última salida ante una situación insostenible viaja (colada, ya que no tiene para pagar un pasaje) hacia Río Grande, Tierra del Fuego, a ver a su medio hermano Mariano (Rafael Federman) con la esperanza de empezar de nuevo en otro lugar. Allí consigue empleo en la fábrica de ensamble tecnológico donde también trabaja Mariano y, si bien empieza a hacer algunas amistades entre sus compañeras de trabajo y a reconstruirse un poco, también se enfrenta con el rostro feo de la explotación. Recién llegada es puesta en la línea de montaje, probando la calidad de los celulares. El clima frío y hostil de la zona se acompaña bien con el ambiente ascético y mecanizado de la planta. A esto se suma el panorama conocido del sistema de la explotación capitalista: la exigencia de mayor productividad por el mismo sueldo, el riesgo por la permanencia de los puestos de trabajo, la intransigencia de la patronal, la bronca y los miedos de los trabajadores. El conflicto se agudiza y en algún momento estalla, y en esta situación, Jimena tiene que optar. El primer largometraje de Micaela Gonzalo es una combinación de coming of age con comentario social, una mixtura que se despliega de manera natural en la medida que su protagonista empieza a reconocerse y retomar su identidad al mismo tiempo que va descubriendo que los lazos sociales y solidarios son fundamentales para su propia construcción. En ese panorama las opciones que a Jimena se le presentan son dos claramente diferenciadas: La salida individual, el salvarse solo, representada por su hermano Mariano que consigue y vende mercadería electrónica a pedido, alguna que trae de Chile, otra que saca de la fábrica, y está esperando la oferta de retiro voluntario para ponerse su propia importadora. La otra es la salida colectiva, la que llevan a cabo varios de sus compañeros, llamando a la unidad y a la lucha a través de medidas de fuerza contra el abuso de la empresa. Las respuestas no son fáciles. Y ciertamente no para Jimena, quien viene de una situación muy precaria, que no hacía tanto vivía día a día y luchaba apenas por la supervivencia. En esa disyuntiva hay un evidente tironeo. Su hermano que pretende que colabore con él en sus negocios, incluso los no muy legales, y que además la pretende persuadir con la posibilidad de que con el dinero obtenido ella se ponga una peluquería, que sería lo más parecido que tiene a una vocación. Por otro lado, Jimena hace nuevos lazos en la fábrica y empieza a insertarse en una red solidaria, que la hace ver que otra salida, aún difícil, es posible. En esta encrucijada el film de Micaela Gonzalo toma una postura política clara. La realizadora no la disimula pero tampoco convierte a su película en un panfleto. Esto lo logra en cierta medida porque los discursos políticos más abiertos, que los hay, están puestos en algunos de los trabajadores, mientras la protagonista va reaccionando a estos de manera más intuitiva. Gonzalo opta más bien por una reacción empática con los personajes, inclusive por aquellos cuya postura no comparte, sin juzgarlos con severidad, sino mostrarlos como víctimas de un sistema que no solo los explota sino también los enfrenta. Hay algo en La chica nueva que remite al cine de Laurent Cantet o al de los hermanos Dardenne. Eso está presente temáticamente, tanto por el lugar que da a al trabajo en la organización de la subjetividad y la disposición a poner a sus personajes ante disyuntivas éticas. Pero también hay algo en su puesta en escena, sobria, dinámica, urgente. Jimena construye, o reconstruye su identidad en la medida en que decide. La realizadora también decide y toma una posición. El canto que se deja escuchar cada vez más insistente en la última escena da cuenta de ello. LA CHICA NUEVA La chica nueva. Argentina. 2021 Dirección: Micaela Gonzalo. Elenco: Mora Arenillas, Rafael Federman, Jimena Anganuzzi, Luciano Cazaux, Laila Maltz. Guión: Micaela Gonzalo, Lucía Tebaldi. Fotografía: Federico Lastra. Música: Fernando Bergami. Montaje: Valeria Racioppi. Sonido: Nahuel Palenque. Dirección de Arte: Mirella Hoijman. Producción: Eva Lauría. Producción Ejecutiva: Mariana Luconi, Valeria Bistagnino. Duración: 78 minutos.
Jimena viaja a Río Grande, isla de Tierra del Fuego, al encuentro de su medio hermano Mariano. Casi sin dinero para el pasaje, se las arregla para llegar con la única esperanza de que esa región fabril la reciba. El viento, el frío, y el complejo contexto de crisis económica son el marco donde Jimena desarrollará su empatía y pertenencia en relación a las personas que la rodean para por fin reconocerse. Tratando de imitar la estética, estructura y temática de los Hermanos Dardenne, sin lograrlo en ningún momento. No alcanza con filmar cámara en mano, tampoco enarbolar temas sociales, cuando lo que falla de entrada es el guión. Los directores belgas saben muy bien como realizarlo, por eso sus guiones no incurren en incoherencias, incongruencias ni inverosimilitudes.
La Chica Nueva es una película que funciona como espejo del momento actual de la Argentina y que, en el marco del frío sur argentino reflexiona sobre la clase trabajadora y de como el individualismo o el "sálvese quien pueda" termina por debilitarla
"La chica nueva": de lo individual a lo colectivo. La protagonista es una joven solitaria que en un momento de su precaria vida deberá tomar una decisión difícil, de orden ético. Jimena anda en problemas. En la peluquería en la que trabajaba el dueño la sorprendió pasando la noche en el local, y la echó sin más. Desde que ocurrió “lo de su madre” no tiene dónde ir, y como no tiene dónde ir marcha a Río Grande, Tierra del Fuego, donde vive su medio hermano, a quien prácticamente no conoce. Como tampoco tiene plata se cuela en el portamaletas del ómnibus, y llega penosamente. Cuando llega se encuentra con que el hermano no es muy amable (a ella tampoco le sobra conversación), pero la deja quedarse unos días en su casa. En la isla hay una sola fuente de trabajo, en la ensambladora de celulares y televisores, y allí va a parar Jimena. Pero el trabajo en la fábrica resulta tan poco estable como el resto de las cosas de su vida, y deberá hacerse una con sus nuevas compañeras para defenderse de la explotación. La chica nueva va de lo individual a lo colectivo. Jimena (la excelente Mora Arenillas, que ya había llamado la atención en Invisible, 2017) es una chica solitaria, sin amigos ni novio o novia a la vista. Su hermano, Mariano (Rafael Federman) se corta por la propia con un contrabandeo de celulares traídos desde Chile, y cuando no le funciona termina votando en contra de un paro, porque por razones personales le conviene que la fábrica siga funcionando. La fábrica le da a Jimena un grupo de pertenencia, y también la posibilidad de una relación con una compañera (Jimena Anganuzzi), que desde que Jimena llegó la mira con intensidad. Mariano la involucra en un negocio peligroso, para saldar una deuda que tiene con unos tipos pesados, y Jimena deberá tomar una decisión que es de orden ético. El nudo de la película (que transcurre en 2017, cuando se prepara el Mundial de Rusia) son las medidas de fuerza emprendidas por los empleados de la fábrica, que ante el escalamiento de la represión por parte de la patronal (les bajan el sueldo, el gremio no tiene paritarias, despiden a mitad del personal) terminarán por tomarla. Allí, lo que hasta entonces era la historia personal bastante desgraciada de la protagonista se vuelve social y política. Son muchas las que están como ella, no es la única que padece. Opera prima de Micaela Gonzalo, La chica nueva es una película tan seca como sus protagonistas, y como el paisaje que los rodea. Los diálogos son escasos y cortantes, Jimena habla para adentro y Mariano, mordiendo las palabras. Los cortes son directos (montaje de la experimentada Valeria Racioppi). Las elipsis abundan. La narración es minimalista, dejando huecos en el relato. Un “antes” fuerte, del que se sabe poco, un “durante” que se construye mediante indicios y un “después” igualmente fuerte, que queda abierto. Aunque marcado por esa consigna que alude a la unidad de los trabajadores. Cuando la cosa se pone intensa (gendarmería, gases, tiempo contra reloj) y Jimena se ve obligada a correr y desplazarse, la cámara la sigue con travellings desde atrás, que recuerdan el estilo de los hermanos Dardenne. Hasta que para, y se une. Y al que no le gusta, se jode.
La chica nueva es la ópera prima de Micaela Gonzalo, que escribió junto a Lucia Tebaldi, y fue nominada a Mejor Película en el Festival de Cine de Torino. Y está protagonizada por Mora Arenillas, Rafael Federman, Jimena Anganuzzi, la cara más conocida por su larga trayectoria en el cine independiente argentino, Luciano Cazaux y Laila Maltz, entre otros. La historia se centra en Jimena (Arenillas), una joven que viaja a Río Grande para vivir con su medio hermano Mariano (Federman), que le consigue trabajo en una fábrica de ensamblaje de celulares. Y allí se suma a la lucha junto a sus compañeras para conservar los puestos de trabajo en el marco de una crisis económica. En primer lugar es necesario destacar la estética neorrealista, filmando en esta ciudad fueguina para contar una problemática real, como es la de las fábricas tomadas por sus empleados, siendo este uno de los diversos temas que aborda, siempre desde el punto de vista de su protagonista. Pero el problema es que no es el único, sino que es uno entre otros tantos, entre los que se encuentra también una relación amorosa con Martina (Anganuzzi), que debido a su corta duración no se desarrolla con mayor profundidad. Pasando del primer acto al clímax de manera abrupta. Así como tampoco funciona la fotografía, debido a un abuso de los primeros planos, que deja fuera de cuadro el contexto para privilegiar las expresiones de los personajes, en lugar de alternarlos de manera armónica. Sacando así un mayor provecho tanto de los planos secuencia realizados con cámara en mano, que, a pesar de la desprolijidad de algunas imágenes, le otorgan un dinamismo funcional a su estética. En conclusión, La chica nueva es una película que no funciona, a pesar de su puesta en escena neorrealista, porque aborda demasiados temas en poco tiempo, sin profundizar en ninguno. Desaprovechando tanto una trama interesante como la posibilidad de mostrar un problema actual que afecta a una gran cantidad de trabajadores de nuestro país.
El despertar de una joven mujer que observa y aprende, estudia y elige, parte del desamparo y de a poco encuentra no solo su lugar de pertenencia, sino también su espacio ético. Lo que propone la directora Micaela Gonzalo, autora también del guión junto a Lucía Tebaldi, es mostrar el camino recorrido por una adolescente que parte del peor desamparo. Vivir en condición de calle, situación en la queda a la muerte de su madre. Como puede, con algún pequeño robo incluido, junto lo necesario para viajar a Río Grande en Tierra del Fuego, donde vive su medio hermano con quien no ha tenido prácticamente una relación. No hay afecto verdadero para comenzar una relación, si un principio de obligación, molestia y utilización para un hombre joven con tratos mafiosos y al margen de la ley, en paralelo a un trabajo en blanco, en fábrica que ensambla teléfonos, donde le consigue un puesto a la chica. El crecimiento de “la chica nueva” en manos de la talentosa Mora Arenillas, incluye toda la gama de sentimientos, el encontrar su propia voz en un rol casi sin palabras, pero siempre elocuente. Los apuntes de una realidad precaria, las protestas, la violencia, un fresco de un tiempo y una situación conocida. También es bueno el desempeño de Rafael Federman. Un film que une lucidez, profundidad y sensibilidad para una mujer en crecimiento.
La información se filtra por hendijas breves, los diálogos son escuetos y justos. De allí aprendemos que la soledad del personaje de Mora Arenillas deviene de una reciente orfandad y un viejo abandono paterno, características que donan a su vida callejera en Buenos Aires de un cariz lastimoso y a su huida al sur de total verosimilitud. Arenillas es un ser herido que huye, pero no como esos animales que se refugian en la soledad de una madriguera a lamer sus heridas, ese estadío parece ya haber sucedido y estar escondido en el fuera de campo del pasado. La chica va hacia adelante y enfila su futuro hacia un hermano, un trabajador de una fábrica de celulares de Río Grande, en los bordes fueguinos del fin del mundo.