Jason Bourne va a la guerra. El director y actor de "The Bourne Supremacy" y "The Bourne Ultimatum" vuelven a reunirse en este film bélico que bien podría confundirse por un nuevo capítulo de la saga Bourne. Matt Damon interpreta a Roy Miller, aunque tranquilamente podría ser un alias de Jason Bourne sirviendo en el ejército. A principios del 2003, recién iniciada la guerra en Irak, el oficial Roy Miller es asignado para buscar Armas de Destrucción Masiva en ese país. Pero en los lugares que le ordenan investigar no hay señales de ADM. Miller comienza a cuestionar la veracidad de la información que recibe del Gobierno acerca de la ubicación de estas armas y pronto descubrirá una conspiración política planeada con el objetivo de justificar la guerra en Irak. El guión escrito por Brian Helgeland ("L.A. Confidential", "Mystic River") presenta un relato de ficción atrapante, basado en un hecho real conocido: las mentiras impulsadas por el Gobierno de Bush acerca de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, que luego sirvieron como justificación para iniciar la guerra en ese país. "Green Zone", a pesar de haberse promocionado como un estreno pochoclero, no tuvo éxito en los Estados Unidos debido a que el género bélico no atrae al público de ese país. Además, representa una crítica al Ejército y Gobierno Norteamericano sobre su accionar en Irak, algo que a los ciudadanos no le gusta que le recuerden. Ellos prefieren la imagen de héroes que se muestra en "The Hurt Locker". Paul Greengrass continúa con el característico estilo de dirección de sus dos trabajos anteriores (esa cámara en mano que sacude y una rápida edición), combinando además distintos géneros para lograr mucho más que un film de guerra. Acción, suspenso, drama, no le falta nada. Matt Damon ya ha demostrado que el traje de héroe de acción le calza perfecto. Si bien el oficial Roy Miller que interpreta aquí es igual a Jason Bourne, al menos se repite con un personaje ya probado que funciona perfecto. Lo acompaña un buen elenco, Greg Kinnear ("Little Miss Sunshine") como "el hombre del gobierno", Brendan Gleeson ("In Bruges") como un funcionario de la CIA, Amy Ryan ("Gone Baby Gone") como una periodista y Jason Isaacs ("Harry Potter and the Order of the Phoenix") como el oficial Briggs. Quien haya disfrutado las dos últimas "Bourne", sin duda también lo hará con "Green Zone". Entretenida e imperdible, una excelente película, recomendada por alguien que no suele disfrutar el cine de guerra.
Un marine (Matt Damon) destinado en Irak durante la invasión para derrocar a Sadam Hussein y reemplazarlo por un gobernante títere, trata de descubrir las armas de destrucción masiva que justificaron la intervención militar americana. Obviamente no las encuentra y como está dispuesto a revelar el asunto, los más pesados del gobierno de Bush lo quieren boletear. Por increíble que parezca, esta es una peli de acción, tiros, patadas y piñas muy crítica con la política exterior yanky. Está basada en un libro llamado “Vida imperial de la Ciudad Esmeralda”, que documentó las ridículas imposiciones culturales y de forma de vida que los ocupadores quisieron establecer sin éxito en Bagdad. La peli también muestra esto, pero se tira más para la trama de espionaje y acción lógicamente. La dirigió Paul Greengrass, el mismo que hizo con Damon “La supremacía Bourne”, un experto en este tipo de pelis: por más obvio que el asunto nos parezca a los que no somos yankys, el film está muy bueno y vale la pena.
El verdadero drama en Iraq Frenético thriller dirigido con mano sabia por el siempre confiable Paul Greengrass, quien anteriormente nos deleitó con otras obras como United 93 (2006), The Bourne Supremacy (2004) o The Bourne Ultimatum (2007), con ésta última merecedora de la mejor calificación. Ahora llega con un drama bélico muy realista sobre los días posteriores a la invasión estadounidense en Iraq, generando un clima excelentemente caótico y propicio para la acción que allí se da lugar. No hay exceso de belicosis, y, cuando se habla, se habla en serio (bien a lo Greengrass, aunque el guión no sea suyo). Pero, principalmente, y lo que más se agradece, es que se reprueba la belicosis. A diferencia de la propagandística y edulcorada The hurt locker (2008), ganadora -pero no merecedora- del Oscar 2010 a Mejor Película, Green Zone manipula la información de una manera muchísimo más cuidada, con la intención de no caer en el peor error que caracterizó a la sobrevaloradísima cinta de Kathryn Bigelow: la ambivalencia de la hipótesis. Greengrass, con su ya reconocida cámara en mano, practicamente intenta documentar cada segundo de lo que sucede en la Zona Verde -desde los entramados políticos que encaminaron una de las más reprobables movidas del gobierno de George W. Bush, hasta las mismas instalaciones del lugar, haciendo un contraste genial respecto a la situación sociopolítica que se desata fuera de los muros-, con el fin de exponer la idea inequívoca de lo que sucedió en aquellos meses del 2003 que marcaron un hito en la historia. A la fórmula Bourne (Damon-Greengrass) no se le escapa una. Damon nuevamente está soberbio en su papel (ya se está convirtiendo en el favorito de este blog, en lo que a intérpretes contemporáneos se refiere, por su camaleónica forma de adaptarse a cada personaje), aunque se reconocen ciertos rasgos (¿adrede?) de Jason Bourne. Por su parte, el dire apunta cada ítem de la composición visual a su tésis, como un todo que termina definiéndose -o diluyéndose suavemente- en las secuencias de acción tan bien rodadas, como las de las dos escenas iniciales. Y hacemos hincapié en la "tésis" argumentativa porque, si la comparamos maliciosamente con la reciente ganadora de la inocente Academia hollywoodense, claramente ésta última sale perdiendo. Cuando The hurt locker aplaude a esos héroes que están resignados a tomarse la "droga del hombre" que es la guerra, Green Zone intenta apartarlos del campo de batalla, poniéndolos en situaciones más humanas e icónicamente superiores a la inquieta cámara de Bigelow. La forma en la que el Jefe Roy Miller (Damon) va encontrando las respuestas, sin caer en la típica "verdad-absoluta-del-protagonista-inocentón", es un claro ejemplo de esto que se menciona. Y el desenlace de la película es otro excelente ejemplo, con el secuestro y el comunicado de prensa mostrados en montaje paralelo, denostando una calidad narrativa superior a la interesante pero unidireccional propuesta de Bigelow. Ya dejando de lado la comparación a la que se presta el género y el guión, y que además permite aclarar que la cinta no recibió buenas respuestas en Estados Unidos precisamente porque, tal y como lo dijo un colega, los ciegos ciudadanos norteamericanos "prefieren la imagen de héroes que se muestra en The Hurt Locker" (a lo que yo agregaría que más bien es lo que les quieren imponer desde las campañas propagandísticas), pasamos a hacer valer los dotes del último trabajo de Greengrass. Se destaca el diseño de arte, creando esas locaciones tan reales para alterar el orden de una manera muy creíble y aplaudible. Como decíamos, la escena inicial con el bombardeo a Bagdad de fondo (¡qué oportuno ese zoom-in, Paul!), es genial, y también se destaca el hecho de que casi no hay banda sonora, lo cual impregna aún más de realismo la trama bélica. Pero lo que más se aprueba es el ya mencionado contraste entre lo que sucede dentro del muro y en la resistencia. Greengrass juega al desentendido filmando la conversación en la piscina del hotel, o la de la habitación de la reportera del Wall Street Journal, para que uno diga "mirá vos, qué lujazo es ese lugar", mientras secuencias anteriores muestran al ejército estancado en un tránsito provocado por gente que ruega tanques de agua para subsistir. Aquí, los tiranos son los visitantes, no los locales. Aquí no hay escenas en las que una anciana lugareña engaña a un capitán en su mercado mientras esconde una bomba; aquí, en busca de defender la integridad de su país, un lugareño filtra información a un soldado extranjero que aún así parece de confianza. Aquí cada fotograma está impregnado de desesperación basada en la crisis humana que supone la invasión estadounidense (planos aéreos al barrio de Adhamiyah), buscando dejar expuesta la soberbia tiranía de la Autoridad Provisional de la Coalición (plano aéreo al Palacio Republicano), no de desesperación por estar "Oh! atrapado en este infierno..." (véase "El infierno de los beligerantes"). También se yuxtapone esa enmarañada demostración de la complicidad de la prensa, tan culpable como los impulsores de la movilización, algo que además de arriesgado se materializa como oportuno, ya que no intenta hacer de eso un descubrimiento de la pólvora como sí pasó con el burdo recurso de la cita de Chris Hedges en el comienzo de la ahora inferior película que ponemos en comparación. Green Zone no sólo enaltece la imagen de Greengrass como realizador realista y frenético buscador de la documentación de su mundillo ficticio, sino que además, mientras se juega como un producto creíble y atractivo por su factura técnica y sus buenas secuencias de acción, demuestra que algunos ya galardonados todavía deben aprender mucho sobre incursionar en el género bélico. Y, si bien se le puede atribuir mucho de la saga Bourne (el reparto se adapta muy bien pero conserva la escencia de ésta última), y le cuesta empezar, mantiene un toque indiscutido de originalidad puesto a merced de los defensores de una verdad política muy cuestionada por cuestiones del mismo tipo. He ahí su poca repercusión a nivel global. No aprendemos más...
El buen soldado La “zona verde” es el oasis de 10km2 en el centro de Bagdad donde se han asentado las fuerzas armadas de EEUU y donde transcurre La ciudad de las tormentas (Green Zone, 2010), en los primeros días de la invasión del 2003. El director es Paul Greengrass, realizador bretón especializado en la “dramatización de hechos reales” con Domingo Sangriento (Bloody Sunday, 2002) y Vuelo 93 (United 93, 2006), y quien también supo desembarcar en Hollywood como el director de la saga Bourne. Greengrass importa su emblemático estilo documental -cámara en mano, montaje rápido- para adaptar Vida Imperial en la Ciudad Esmeralda, libro no ficticio acerca del lado más turbio de la ocupación americana en Medio Oriente. El resultado es un film político y controversial disfrazado de “cine de acción”, con Matt Damon al frente como un soldado que comienza a sospechar y develar acerca de los verdaderos motivos detrás de la guerra. Tal vez la historia acapare un tercio en materia de acción, casi toda reservada para la climática persecución que da género a la película. El resto se sostiene sobre Matt Damon y sus idas y vueltas entre la zona verde y “la roja”, es decir, el resto de Bagdad. Mientras no busca armas en la roja, la verde lo tiene rebotando entre oficiales, agentes y periodistas varios (Greg Kinnear, Brendan Gleeson, Amy Ryan) cuya moral recorre una gris gama de corrupción. La ciudad de las tormentas se atreve a señalar -y prácticamente declarar- a gritos lo que otras películas de símil índole no se han atrevido a decir: Syriana (2006), El reino (The Kingdom, 2007), Red de mentiras (Body of Lies, 2008) y Vivir al Límite (The Hurt Locker, 2009) se dicen polémicas, pero bien conforman un cómodo lugar en el harem de su industria, romantizando la realidad y pintándola de blanco y negro. Rayan lo genérico o lo propagandístico. No les importa tanto la enfermedad general como la anomalía, la noticia amarillista que no habla por nadie y puede ser fácilmente controlada y explicada. El cuasi-documental de Greengrass habla de cosas que, a estas alturas, todos conocemos, aceptamos y estamos al tanto. Bienvenida su honestidad, aún si ya conocemos la historia. Sólo en la ilusa EEUU puede resultar chocante. Allí ha causado su cuota de controversia, siendo rotulada “anti-americana” y “apátrida”. Parece sobrevivir en la medida en que se la aprecia como una película de acción, sobria y realista, removida la hipérbole confusa y sensacional del superhombre Jason Bourne. La ciudad de las tormentas simplifica cuestiones, no da lugar para la ambigüedad y en más de una cuadra corta esquinas. No será por inocencia. La necesidad de un héroe que se halle en el epicentro de todo lo que acontece y tenga la capacidad de conectar los puntos nace en la economía narrativa, no en la inocencia. Por lo demás, es el punto de giro en ciertas convicciones que todos hemos estado esperando un buen ejercicio de suspenso y tensión, y un alivio si lo sostenemos a la luz de la realidad que refleja.
En una entrevista para la revista Film Comment, el director inglés Paul Greengrass sentencia: “Realmente pienso que mis cuatro películas recientes –las dos últimas de Bourne, Vuelo 93 y La ciudad de las tormentas– son en algún sentido películas sobre la primera década del siglo XXI. Todas giran en torno a la ascendencia de Bush”. Greengrass es el mejor director de secuencias de acción en la actualidad. Su entrenamiento como documentalista para la televisión inglesa le ha otorgado un sentido del timing y una capacidad exquisita para escuchar anticipadamente el azar que, puesto al servicio de coreografiar una escena de acción, es capaz de esculpir sobre el caos movimientos colectivos virtuosos. En efecto, los últimos 30 minutos de La ciudad de las tormentas puede verse tanto como una batalla heterodoxa y una magnífica persecución por las calles de Bagdad como un prodigio formal en donde el espacio deviene en entidad dramática. La película gira en torno a una mentira política: la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Damon es Roy Miller, un militar de rango encargado de buscar el “Grial” que justifique una invasión. Son los primeros meses en la tierra de Hussein. La película confirma otra sospecha: la expedición “demócrata” al Golfo Pérsico tuvo poco que ver con refrendar los valores cívicos de Jefferson y Whitman. Se trataba, más bien, de controlar las reservas de petróleo y consagrar la hegemonía estadounidense a escala planetaria. Miller tendrá dudas: “Vine a encontrar armas y salvar vidas, y no hallé nada, y quiero saber por qué”. Al final de su periplo expondrá el candor del buen americano: “¿Qué sucederá la próxima vez cuando pidamos que confíen en nosotros?”. Patrióticamente, los funcionarios, la prensa y la milicia prefirieron imprimir la leyenda; Greengrass pondrá en boca de un lugareño el derecho de los iraquíes a decidir por ellos mismos su destino político. Pero las buenas intenciones son insuficientes. El semblante de Damon como un Bourne en Bagdad va transfigurándose en un Ryan reencarnado en la tierra de Alá y del petróleo. El agente implacable y trastornado, un síntoma de la época, cambia de piel. Así, el impecable héroe americano regresa, y es precisamente en la salvaguarda de su figura inmaculada en donde se deposita la esperanza de una nación conducida por bandoleros. Una creencia ridícula, tan inverosímil como las armas que sólo existieron en el imaginario perverso de los ideólogos de la Casa Blanca.
Contra la ingenuidad A la lista de interesantes directores que este año pasaron en la Argentina directo al dvd, Spike Jonze (Donde viven los monstruos), Wes Anderson (El fantástico Sr. Zorro) y Steven Soderbergh (El desinformante), todos con películas por demás atractivas -incluso en el caso de Soderbergh de lo mejor de su carrera-, tenemos que sumar ahora a Paul Greengrass quien con En la ciudad de las tormentas no pudo llegar a los cines a pesar de venir de un éxito como la saga Bourne, y tener a Matt Damon nuevamente implicado en una trama que fusiona lo político con la acción. Digresión: algo malo está pasando en la distribución de cine en el país no podemos ver esto en una pantalla grande y sí tenemos que ver cosas como Asesinos con estilo, por ejemplo. En la ciudad de las tormentas cuenta con guión del reconocido Brian Helgeland y es una adaptación del libro de Rajiv Chandrasekaran, Imperial life in the Emerald City: inside Iraq’s Green Zone. Se centra en el oficial del Ejército norteamericano Miller (Damon), quien se empecina en encontrar la verdad acerca de la denuncia del Gobierno de su país sobre la existencia de armas químicas en Irak. Esto, que justificó una invasión, es desmontado por Greengrass con los elementos propios del thriller, lo que permite que el film sostenga su carga de denuncia con una fluidez asombrosa: su mano y su cámara, siempre en movimiento, nerviosa, pero puesta al servicio de la narración, es lo que distingue a este film por encima de otros ambientados en Medio Oriente. Básicamente el film, lo que dice, es que el Gobierno norteamericano mintió, que en Irak no había armas químicas, que tenían la información real de fuentes confiables, que prefirieron distorsionar la verdad y que manipularon a la prensa para justificar un acto bárbaro. Si bien se puede acusar al film de no decir nada nuevo, que lo que denuncia ya se ha leído o escuchado por ahí, lo interesante es que si bien sobre el final deja plantada la posibilidad de que la verdad salga a la luz -en ese sentido es utópico- no lo hace sobre la traición a la lógica de sus personajes: aquí no hay malvados que toman conciencia de sus actos y obran en contrario. Cada uno, Miller, el hombre de Washington Clark Poundstone (Greg Kinnear) o el de la CIA Martin Brown (Brendan Gleeson) son consecuentes y siguen su moral y su ética, sea del color que sea. Contra el típico cine bélico llorón y ambiguo de Hollywood, que cuestiona el sistema a la vez que justifica la guerra, En la ciudad de las tormentas deja planteados una serie de dilemas en el territorio de la moral unido a la construcción cívica: “¿cómo nos van a creer cuando realmente digamos la verdad?”, se pregunta Miller. No de gusto entre Brown y Miller se chicanean acerca de “no ser ingenuos”. El ojo documentalista de Greengrass presta tanta atención a la acción, lo físico, como a los dilemas existenciales de estos hombres. Y si el film funciona en los dos frentes, aún cuando sobre el final se vuelve decididamente uno de suspenso y acción -una película de género-, es porque desde la dirección se sostiene todo con una lógica de fierro. Si algo sabe ser el cine de Greengrass, es sólido y compacto. Una de esas muestras de cine bélico llorón y ambiguo podría ser Red de mentiras, de Ridley Scott. Allí, el director apelaba a un cinismo descomunal para decir que la guerra se manejaba a distancia, y construía uno de esos héroes imposibles -en el mal sentido- con Leonardo DiCaprio. Aquí, conocedor de los códigos del cine clásico, Greengrass sabe que precisa a un héroe convencional para ser lo más clarificador posible: el Miller de Damon es un tipo de acción, pero honesto y confiable, cuyo pecado más grande haya sido, tal vez, creer que era posible una invasión sobre las bases de la libertad. El final, en dos planos -la discusión entre los iraquíes y la cara de Poundstone-, resume de manera precisa el resultado de la acción norteamericana en aquella región del mundo. Si bien puede ser considerado políticamente correcto, el film de Greengrass reparte adecuadamente la carga de culpas y construye un orden donde la política y la prensa, y con ellos el ciudadano, son socios en la confusión general de la que se nutren las desgracias universales.
Busqueda inútil Busqueda inútilMatt Damon y Paul Greengrass, el equipo responsable de las vertiginosas La Supremacía de Bourne (The Bourne Supremacy, 2004) y Bourne: El Ultimátum (The Bourne Ultimatum, 2007), regresan con un thriller bélico que funciona como un catálogo de todas las mentiras que la administración Bush y sus cómplices utilizaron para justificar la invasión a Irak. La Ciudad de las Tormentas (Green Zone, 2010) hace foco en la inútil búsqueda de “armas de destrucción masiva”, los atropellos contra la población civil, la manipulación de los medios de comunicación y las disputas dentro de las fuerzas de ocupación. Los engaños se tapan una y otra vez con más y más sangre...
Durante la ocupación de Bagdad, en el 2003, el subteniente Roy Miller y su equipo serán los encargados de recorrer el desierto en busca de armas de destrucción masiva. A poco de avanzar en la misión, el escuadrón y su jefe comienzan a notar que se encuentran inmersos en un plan contradictorio. Seguido de cerca por un inquietante corresponsal extranjero durante toda la misión, en medio de un clima enrarecido, plagado de órdenes y contraórdenes, chapaleando entre espías y traidores, Miller va descubriendo que en esa guerra no tradicional que están librando, de pronto el amigo y el enemigo se confunden. La guerra de Irak ha dado lugar ya a una profusa filmografía, que va desde el testimonio descarnado a la parodia. Lo que aquí se narra es la adaptación de Brian Helgeland del libro de Rajiv Chandrasekaran. Matt Damon está lejos de Jason Bourne, en una peripecia que mezcla la acción con la ironía y la locura. Una mirada diferente. No pasó por los cines. Estreno en Dvd.