Marcos Roldán (Carlos Portaluppi) es un enfermero que trabaja hace 20 años en la sala de cuidados intensivos de un hospital durante el turno noche. Su apacible rutina cambiará con la llegada de un compañero más joven y sociable, Gabriel (Ignacio Rogers), que a pesar de demostrar una admiración profunda por Marcos, su presencia se va tornando cada vez más incómoda. Ambos enfermeros esconden un oscuro secreto que se relaciona con prácticas poco éticas en aquel lugar y solo exponiéndose a sí mismo el protagonista logrará desenmascarar a su par. «La dosis» nos plantea un thriller psicológico, enmarcado dentro de un drama médico, que va creciendo en suspenso con el correr del metraje, a medida que la relación entre estos colegas se va intensificando. Existe un duelo de personalidades, de roles y de posturas que pondrán en peligro a todos los que los rodean y hasta a sus propias vidas. El clima que construye el film desde el primer momento hasta su final es clave a la hora de desarrollar esta historia. Mucho tiene que ver con el contexto del hospital, donde el minuto a minuto cambia las reglas del juego, con un sonido ambiente que amplifica esa sensación de malestar y desesperación que se vive dentro de una terapia intensiva, como también con los giros dramáticos que son bastante impactantes y sorprendentes. Aunque creamos que podemos anticipar algunas resoluciones, la película termina dándole una vuelta de tuerca a la trama que nos dejará más que satisfechos. A esto se le agrega la impecable labor de su protagonista Carlos Portaluppi, quien compone a este enfermero dedicado, piadoso, que cuida a sus pacientes como si fueran su propia familia. Es callado, sigue una rutina, y su vida pasa por su trabajo, el resto de sus aspectos están bastante descuidados. Su contracara es Ignacio Rogers, que aunque comparte la visión de su mundo lo hace con un argumento mucho más perverso. Pero al ser sociable, comprador y servicial, solo el protagonista notará sus intenciones. El trabajo que realizan sobre la personalidad de cada personaje está muy bien elaborado, como también la relación tóxica que van construyendo poco a poco. Sus miradas, sus diálogos y sus gestos denotan una tensión latente y constante. Ambos actores hacen un gran trabajo para componer sus papeles, logrando perturbarnos e inquietarnos. Lorena Vega termina de conformar este trío de enfermeros, con una actuación sólida y comprometida. Su personaje mantiene una buena relación con ambas partes y descreerá de los rumores que corren. El resto del elenco está compuesto por Germán De Silva, Alberto Suárez y Arturo Bonin, en papeles más pequeños pero relevantes para que distintos hechos se desarrollen. Por otro lado, la película no solo cumple a la hora de entretener al espectador y tenerlo pegado a la pantalla durante la hora y media de duración, sino que también pone en el tapete temáticas interesantes y no tan tratadas en el cine nacional, como la eutanasia, la etica profesional, el trato hacia los pacientes internados, la responsabilidad que tienen los enfermeros en sus manos, la perspectiva de una persona que convive entre la vida y la muerte todos los días, entre otras cuestiones. Esto generará una reflexión en el público entre lo que está bien y lo que está mal y aquellos límites difusos que serán un punto atractivo para debatir. En síntesis, la ópera prima de Martín Kraut resulta una grata sorpresa dentro de los estrenos nacionales, brindándonos un thriller psicológico sólido, perturbador e intenso que se sustenta por un dúo protagónico interesante y que realiza una gran trabajo de composición, un clima que va creciendo en tensión y giros inesperados. Un director que vamos a tener que tener presente de ahora en más.
“La Dosis” de Martín Kraut estrena en Cine.Ar. Crítica. Jugar a ser Dios. Este jueves a las 22 horas Cine.Ar estrena la cinta de terror psicológico ambientada en una Unidad de Cuidados Intensivos. Por Bruno Calabrese. Polimeni entrevista a Carlos Portaluppi por el estreno del film La Dosis de Martin Kraut | RadioCut Argentina Marcos Roldán (Carlos Portaluppi) es un enfermero que sirve dentro de la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) de una clínica. Hace 20 años que cumple servicios dentro de la misma, el más experimentado dentro del plantel. Dedicado a su trabajo casi las 24 horas del día, encuentra en la clínica una forma de escapar de su triste y gris soledad de su descuidado hogar. Junto a él trabaja Noelia (la siempre efectiva Lorena Vega), una joven enfermera que funciona como consejera y único lazo de sociabilidad por fuera de lo laboral. Dentro de la clínica Marcos es amo y señor, es candidato principal para ocupar el puesto vacante de Supervisor de Área, además de manejar la hora de morir de algunos pacientes terminales, a los cuales, por piedad, les aplica una dosis de medicación que les provoca la muerte. Todo su universo tambalea cuando arriba al lugar, Gabriel (Ignacio Rogers), un nuevo enfermero carismático y confianzudo, que demuestra una profunda admiración hacia él. Marcos percibe algo raro en Gabriel, por lo cual la relación entre ambos se vuelve incomoda, a pesar que el joven se muestra como alguien servicial (se ofrece a llevarlo a la casa en el auto, lo invita a tomar cerveza). Pero todo empeora cuando Marcos se da cuenta que Gabriel practica la eutanasia con pacientes, lo que hace que los responsables del centro médico (Alberto Suárez y Arturo Bonín) comiencen a investigar, dado el aumento de muertes dentro de la UCI. El director nos mete desde el primer plano en la angustiante realidad de la Unidad de Cuidados Intensivos. Quien haya tenido la desgracia de visitar una, enseguida sentirá la tremenda atmósfera que se vive dentro del lugar y se sentirá parte de la misma. Los sonidos de fondo de los respiradores y de los pulsómetros aumentados funcionan como una perfecta banda sonora dentro del profundo silencio del lugar, una constante del film en casi todo su trayecto. Las actuaciones de Portaluppi y Rogers potencian ese realismo. La soledad de Marcos se ve reflejada de manera perfecta, con pequeños detalles como comer simplemente una lata de arvejas o las persianas siempre bajas de su departamento. Pero el principal dilema moral se presenta cuando encuentra en Gabriel una especie de alter-ego que hace que comience a presentar algunos conflictos internos con su decisión de terminar con la vida de algunos pacientes cuya muerte es irreversible. ¿Es placer o piedad la razón que conduce a cada uno de ellos a realizar el acto de inducir a la muerte de sus pacientes?. Gabriel demuestra una extraña sensación de placer cada vez que decide aplicarle una inyección de aire a los moribundos pacientes, algo que a Marcos lo pone en jaque, ya que el entiende que la piedad es su lei-motiv para realizar la eutanasia. Pero ese conflicto el director lo plantea de manera directa con la primera escena, cuando el experimentado enfermero decide revivir a una paciente que los doctores dan por muerto, para luego el aplicarle la dosis letal por la noche como una forma de sentirse dueño del lugar demostrando ser él quien decida cuando le llegue la hora a los pacientes de la UCI. Marcos juega a ser Dios dentro del lugar, le gusta ser el quien decida sobre los demás. Pero ese lugar se ve amenazado con la llegada de Gabriel, y es ahí donde explota el principal conflicto, en esa relación enfermiza que nace entre ellos dos. Dos personajes que competirán por el poder de decidir por la vida de los demás, que convertirán su relación en algo tóxico y siniestro que hacen de la “La Dosis” un sórdido thriller psicológico con un profundo dilema moral sobre el uso de la eutanasia. Puntaje: 80/100. Actuación Arte Fotografía Guión Música Un sórdido thriller psicológico con un profundo
Carlos Portaluppi e Ignacio Rogers se lucen en el duelo que Martín Kraut imaginó para su primer largometraje, La dosis. Los actores de reconocida trayectoria encarnan a dos enfermeros que se permiten adelantar la muerte de pacientes (presuntamente) terminales a su cargo, en el marco de un enfrentamiento progresivo y al principio solapado. Las personificaciones del experimentado Marcos y del joven Gabriel resultan determinantes para que el realizador novel cumpla su cometido: invitar a reflexionar sobre la eutanasia desde las perspectivas ética, legal e incluso comercial. Tal como anticipa el fotomontaje devenido en afiche, el largometraje cruza y superpone a sus protagonistas. El encuentro ambientado en una Unidad de Terapia Intensiva y en algunos pocos exteriores expone las coincidencias, diferencias y rivalidad entre los enfermeros, y habilita un abordaje consecuente con la complejidad del tema propuesto. La cobertura mediática acordada a un caso real inspiró esta ficción. Algunos espectadores la asociamos con sucesos similares y con otros films sobre médicos o enfermeros que se arrogan la vida y/o la muerte de sus pacientes: por ejemplo Hable con ella de Pedro Almodóvar, en algún punto La piel que habito del mismo director y You don’t know Jack de Barry Levinson, con Al Pacino. Quienes seguimos a Kraut desde su trabajo fotográfico en los ex centros clandestinos de detención (las imágenes correspondientes ilustran el libro Derechos Humanos: justicia y reparación, que su padre Alfredo escribió con el juez de la Corte Suprema Ricardo Lorenzetti, y fueron expuestas a fines de 2011 en la sede de la Cámara Federal de Apelaciones) encontramos cierta relación de continuidad entre aquella incursión por los tugurios de nuestra última dictadura y el ejercicio cinematográfico que desembarcó ayer en el circuito CINE.AR, ocho meses después del pre-estreno mundial en la sección Bright Future del 49º Festival Internacional de Cine de Rotterdam. Por lo pronto, los verdugos del Estado terrorista también decidían sobre la vida y la muerte de personas a su cargo, encerradas en espacios que algunos cínicos llamaban «de recuperación». En esos centros también hubo discusiones y rivalidades en torno al destino de las mujeres y hombres internados, algunos desahuciados. Kraut también se desempeñó como fotógrafo para el Centro de Información Judicial y actualmente es reportero gráfico de la revista Anfibia. La experiencia adquirida en estos medios resulta palpable en la explotación visual de la UIT recreada en una vieja sala que el Hospital Israelita cedió para el rodaje. En este espacio y en el interior del auto de Marcos, el realizador libera en cuotas la tensión entre los protagonistas y desmenuza la relación que uno y otro mantienen con la muerte. Mientras retrata a sus dos enfermeros, Kraut critica la lógica comercial del sistema de salud. La escena inicial recuerda el criterio económico que prima a la hora de tratar a los pacientes… y de pagar al personal, aspecto reforzado con los almuerzos y cenas del personaje a cargo de Portaluppi. Quizás aquí el realizador peca de explicitud. Dicho esto, La dosis resulta una tarjeta de presentación auspiciosa. Habrá que seguir de cerca los próximos pasos cinematográficos de su autor.
Marcos (Carlos Portaluppi) es un enfermero que trabaja en la Unidad de Cuidados Intensivos de un hospital, es más bien reservado y se toma muy en serio su trabajo, que lo hace lidiar con la muerte a diario. En el comienzo de La dosis, Marcos salva a una paciente en coma de que la den por muerta, no es que sirva de mucho porque la mujer seguirá en coma y eso se lo echa en cara el médico participante. Marcos tiene experiencia y es respetado pero no le sobran los amigos en el hospital. La película arranca mostrando esa vida diaria dentro del área y algo de la vida personal de Marcos, que acaba de ser abandonado por su pareja. El tono es el de cierto costumbrismo oscuro pero lentamente cambia al llegar al hospital un nuevo enfermero. Gabriel (Ignacio Rogers), es más joven, dice que esta es su primera experiencia y que es enfermero porque su madre le hizo amar ese trabajo, sus historias le sonaban “como películas” y el nuevo integrante del cuerpo de enfermeros toma a Marcos como mentor. El costumbrismo va quedando de lado, la relación entre ambos se va transformando en algo más oscuro cuando Marcos nota cosas raras y que de repente aumenta el número de pacientes que en lugar de mejorar terminan en la morgue. La situación no pasa inadvertida para las autoridades del hospital, que de inmediato recibe una comisión investigadora que interroga a los involucrados y ya estamos de lleno en un thriller. También hay que decir que el hecho de que Marcos lleve siete años sin tomar vacaciones y que su cabeza no lo ayuda a concentrarse, transforma todo el clima en algo que puede ser irreal. El debut de Martin Kraut cómo director es una película interesante mientras va creando el clima que lleva al desarrollo de la historia en un thriller y toca temas que son interesantes y ríspidos como la eutanasia. Las actuaciones de Portaluppi y Rogers como los dos enfermeros involucrados en la intriga ayudan mucho a que el interés no decaiga. Cuando el clima de suspenso afloja y llega el momento de las definiciones decae un poco pero La dosis es un buen debut y deja abierto el crédito para lo que viene. LA DOSIS La dosis. Argentina, 2020. Guion y dirección: Martín Kraut. Intérpretes: Carlos Portaluppi, Ignacio Rogers, Lorena Vega, Germán De Silva, Alberto Suárez y Arturo Bonín. Fotografía: Gustavo Biazzi. Música: Juan Tobal. Edición: Eliane D. Katz. Dirección de arte: Juan Giribaldi. Sonido: Manuel de Andrés. Vestuario: Roberta Pesci. Producción: Pablo Chernov / Alina Films. Duración: 93 minutos.
Dentro de las diferentes propuestas de lo que podemos denominar como thriller psicológico, no es fácil encontrar aquellas que no terminen encallándose en los estereotipos propios del género o que no puedan resolver / mantener el planteo inicial en forma correcta y dispersen u olviden sus intenciones iniciales. Por suerte, nada de esto sucede con el sólido trabajo de Martín Kraut, “LA DOSIS”, que es uno de los muy recomendables estrenos nacionales que se propusieron en la plataforma www.cine.ar/play en estos tiempos de pandemia y aislamiento. Ya desde las primeras escenas, la puesta en escena irradia un clima enrarecido y un nervio que hace añorar inmediatamente, haberla podido disfrutar en una sala y en pantalla grande, sensación que no aparece frecuentemente en todos los estrenos de estos últimos meses y que justamente se genera al darnos cuenta que estamos ante uno de los grandes productos del cine nacional de este año. Una unidad de cuidados intensivos en donde Marcos Roldán (un excelente y medido Carlos Portaluppi que juega perfectamente al filo de lo que su personaje necesita) es un enfermero desde hace más de 20 años y dedica enteramente su vida a su trabajo, es el centro del planteo que toma Kraut en su guion para instalar la tensión que se genera en ese espacio de lucha entre la vida y la muerte y donde más allá de lo que indican los médicos, él quiere jugar a impartir cierta justicia divina. Su único vínculo en lo social por fuera de lo laboral parece estar circunscripto a su compañera de piso Noelia (Lorena Vega una vez más exacta, con su fuerte presencia en pantalla), situación de delicado equilibro que comienza a resquebrajarse y cada vez más velozmente, cuando irrumpe en el servicio un nuevo enfermero, Gabriel (Ignacio Rogers de “Esteros” y “La protagonista”), con el carisma, el empuje y la fuerza que el deteriorado mundo interno de Marcos ya no puede ofrecer. El guion de Kraut parece trabajar en paralelo dos líneas bien diferenciadas que amalgama perfectamente para que el ritmo de thriller y el ambiente de ambigüedad e incertidumbre, vayan invadiendo la historia. Por un lado aparece esta figura de Gabriel que va penetrando abusivamente en la vida de Marcos, bajando todas las barreras y rompiendo algunos límites, la figura de ese típico personaje que se va apoderando vampíricamente del espacio y la vida del otro en donde rápidamente quedará en evidencia un trastorno psicológico y un notable desequilibrio. La personalidad carismática y seductora de Gabriel hará que frente al resto de sus compañeros, esta situación pase desapercibida. Pero, al mismo tiempo, irá dejando en evidencia a un Marcos cada vez más angustiado, siendo el disparador y potenciando ese espiral descendente hacia el abandono y el descuido en el que se va viendo cada vez más sumergido. Justamente aparece entonces esa segunda línea de trabajo del guion, con algún ribete hitchcockiano: la de un hombre común que dentro de sus cánones morales, aparece atrapado en circunstancias extraordinarias que lo ponen en el foco de las sospechas, sin poder encontrar un punto de defensa. Es ahí cuando Marcos intentará desenmascarar por sus propios medios y develar ciertos datos sobre la identidad y el pasado de Gabriel, frente a una amenaza latente de los responsables del centro médico (Alberto Suárez y Arturo Bonín) que inician una investigación al percibir un notable aumento de muertes dentro de la Unidad. La química y el contrapunto eléctrico que se genera entre Portaluppi y Rogers permiten un efecto multiplicador al clima asfixiante y angustiante al que nos somete Kraut planteando ese coqueteo con la delgada línea entre vida y la muerte, donde aparecerán la moral, la ética personal y profesional y el ambiente hospitalario como un marco que, por sí mismo, genera un clima de asfixia adicional al que aporta la propia trama. Dos personajes que en principio parecen tan opuestos –y que compiten no solamente desde un espacio profesional sino que la figura de Noelia queda peligrosamente atrapada entre ellos, triangulando la tensión y desatando una pulsión sexual agazapada-, comienzan a sostener un contacto desde la negrura y las sombras de sus propias personalidades y esa ambigüedad con la que se manejan los climas de “LA DOSIS” genera un de los más efectivos aciertos para poner en jaque esta idea que aparece en forma omnipresente de “jugar a ser Dios”. Un notable ejercicio de thriller psicológico que evita cualquier lugar común dentro del género y que no busca resoluciones complacientes, de modo de generar en el espectador más incomodidad que empatía y ahondar esa sensación de incertidumbre que se sostiene a lo largo de toda la trama y que se corona en notables trabajos de actuación y una precisa dirección de Kraut que evidentemente augura una excelente carrera desde esta ópera prima notable.
La dosis, ópera prima de Martín Kraut, es un thriller inspirado en una noticia real: dos enfermeros uruguayos que aplicaron eutanasia a varios de sus pacientes. Se estrena en Cine.Ar TV y en Cine.Ar Play. Marcos (Carlos Portaluppi) es un enfermero cincuentón que trabaja desde hace años en el turno noche de una clínica. Su vida monótona y solitaria sufre un sobresalto con la llegada de un nuevo enfermero: Gabriel (Ignacio Rogers), un joven que, al igual que el protagonista, esconde perversos secretos. Es así como estos colegas comenzarán una suerte de relación enfermiza, tóxica, donde constantemente sus secretos amenazan con salir, de una vez por todas, a la luz. La tensión entre ellos se incrementa cuando en el hospital realizan una auditoría y dan con una alarmante cifra que muestra un aumento en la tasa de mortalidad del sector. El debate por la eutanasia, la muerte digna, es algo que fue in crescendo en el último tiempo. Es una cuestión que tiene tantos adeptos como detractores. Martín Kraut pone esta discusión sobre la mesa. Si bien hay una mirada crítica sobre enfermeros que “juegan a ser Dios” (se juzga su accionar y las decisiones que toman), existe un planteo respecto a qué tan malos o equivocados realmente están, cuando, en algunas ocasiones, son los mismos pacientes quienes les piden que acaben con su sufrimiento. Como thriller psicológico, La dosis nos mantiene, como espectadores, siempre atentos y alertas a todo lo que ocurre. La tirantez entre sus protagonistas es tan fuerte que es difícil despegar los ojos de la pantalla. Constantemente nos hace preguntarnos qué va a pasar a continuación. Se consigue crear un clima tan tenso que, por momentos, el debate principal (la eutanasia) queda en un plano completamente secundario. Las actuaciones también son un punto para destacar. Tanto Carlos Portaluppi como Ignacio Rogers logran traspasar la pantalla. La evolución que tienen sus respectivos personajes a lo largo de la trama se ve reflejada en el trabajo actoral de cada uno de ellos. Basta con observarlos unos pocos segundos para comprender qué pasa por la cabeza de sus personajes. La dosis logra mantenernos atrapados como espectadores. El drama y la tensión constante hacen que sea difícil despegar los ojos de la pantalla. Además, plantea un debate interesante y muchas veces ignorado: la eutanasia.
Cine.ar: La dosis, estreno thriller médico-psicológico de Martín Kraut La ópera prima de Martín Kraut nos plantea un enfrentamiento tácito entre dos personajes que se muestran firmes y seguros (por su oficio o por sus ideales), pero cuya interioridad moral se va descomponiendo y resquebrajando a lo largo de este thriller médico-psicológico, protagonizado magistralmente por Carlos Portaluppi. Image for post El personaje interpretado por Portaluppi se llama Marcos Roldán, un enfermero de alrededor de cincuenta años que transita sus días con penosa cotidianeidad: trabaja desde hace más de 20 años en el turno nocturno de cuidados intensivos en una clínica, vive en un departamento en deplorables condiciones y se alimenta a base de latas de arvejas. Es un tipo agrio y solitario que, no obstante, vive y trabaja con una sospechosa tranquilidad. Todo cambia con la llegada de Gabriel (Ignacio Rogers), un nuevo enfermero que comienza a trabajar en el mismo pabellón que Marcos: un joven entusiasta que se muestra afable y cordial pero que esconde penumbrosos secretos. Marcos los irá descubriendo poco a poco, a medida que la trama nos va envolviendo en un clima oscuro y tenebroso, de aprisionamiento y asfixia en esos espacios grises hospitalarios, donde la muerte es cotidiana y la corrupción política y moral resulta ser más frecuente de lo que parece. El cineasta Martín Kraut nos introduce por momentos en un verdadero clima de terror camuflado en la perversión que se advierte en la mirada de los personajes (esa frialdad de Marcos genera misterio e incomodidad, así como las expresiones inquietantes de Gabriel), en una narrativa que pone en juego ese desequilibrio emocional en los primeros minutos: Gabriel llega a esa clínica con un objetivo bien definido, y sabemos que ese enfrentamiento (que llegará a ser competencia) con Marcos, su colega superior, llevará al extremo esa íntima relación maestro-discípulo que se va tejiendo. Se trata de un planteo muy habitual y repetido en tramas de este género y estilo (basta con recordar un caso argentino reciente: Tesis sobre un homicidio -2013- de Hernán Goldfrid, protagonizada por Ricardo Darín), pero que siempre funciona en términos dramáticos. Lo esencial en este tipo de relatos es el contexto espacial: en este caso, el hospital como ambientación tenebrosa cumple un rol fundamental y funciona a la perfección para representar alegóricamente el encierro y el ahogo interno que empiezan a padecer esos personajes. No se puede decir mucho más de este estreno reciente (que se puede ver por Cine.ar Play hasta el viernes de manera gratuita) puesto que implicaría revelar detalles primordiales. Estamos ante una buena película que puede no llegar a convencer del todo en su segundo acto, debido a que se vuelven explícitas esas tensiones latentes que se venían construyendo de manera progresiva y solapada, pero a la vez se trata de algo que era inevitable. Desde luego, el vínculo tóxico, enfermizo, cuasi-patológico de los protagonistas, viene a plantear interrogantes y debates que trascienden la ficción (como afortunadamente sucede con estos films nacionales que parten de un realismo próximo y extremo que, en este caso, se atreven a coquetear con lo paranormal y lo terrorífico). La mirada aguda de Martín Kraut queda expuesta, porque si bien el conflicto de sus personajes se desarrolla de manera interna e implícita, todo en algún momento explota y queda al descubierto. La perspectiva crítica de La dosis se atreve a poner sobre la mesa debates incómodos y delicados como la eutanasia. Es por eso que, incluso en sus momentos más débiles y un tanto forzados, esta película se resignifica: por su ineludible vínculo con la realidad que nos rodea. La dosis (2020) se puede ver hasta el viernes gratuitamente por Cine.ar Play, luego con un valor de $30.
Marcos (Carlos Portaluppi) es un enfermero de planta de una clínica privada. Su área de trabajo es cuidados intensivos, allí pasa largos turnos atendiendo a pacientes complejos. La primera escena de la película -una reanimación- se encarga de mostrarnos a Marcos como el salvador, una responsabilidad que ejerce dentro de su micromundo. Es su decisión determinar quién vive y quién muere. Matar es un trabajo que Marcos realiza de manera silenciosa, sin dejar rastro y expresando compasión hasta lo último, un practicante de la eutanasia que responde a pedidos y súplicas de quienes atiende. Todo está en orden en el espacio de Marcos hasta que llega Gabriel (Ignacio Rogers) quien como una infección empieza de a poco a invadir el mundo de Marcos, su espacio, la gente que lo rodea, sus turnos y hasta su forma. La dosis es la ópera prima de Martín Kraut, un thriller acertado que se mete en la piel y la cabeza de estos peculiares enfermeros. En este caso, en el mundo de la salud privada, porque quienes pueden pagar tienen o “reciben” otro tipo de atención, algo que sutilmente expresan los pacientes cuando están siendo atendidos. La película asienta de forma firme los diferentes estratos que ejercen en la terapia intensiva de este lugar: los médicos como aquellos que no pueden ser molestados, los enfermeros que deben realizar todas las tareas y lidiar con pacientes difíciles que parecieran buscar pelea constante, los del laboratorio, el director de la clínica, los familiares y el día a día reflejado en una rutina que no puede ser ejercida por cualquiera. Durante el desarrollo de la película hay simbología y escenas que revisitan el concepto religioso y de Dios: Marcos cuestiona accionares médicos y trabaja para “enmendarlos” porque a fin de cuentas es él quién pasa tiempo con los pacientes, y en consiguiente quien hace caso a sus pedidos; por eso se adjudica el derecho de obrar cuando ya “no queda nada más por hacer”, aunque la única frase que verbaliza frente a las mortalidades es: “se podría haber salvado”. El lugar de trabajo -la unidad de terapia intensiva- funciona como un limbo entre la vida y la muerte para reivindicar los accionares de Marcos. Un espacio donde, si bien Marcos no es el supervisor, es quien termina de alguna forma controlando lo que sucede; un derecho adjudicado por el tiempo, la desidia institucional y la falta de empatía de otros. Es bajo la mirada del personaje de Gabriel cuando La dosis comienza a mutar como película y su retrato cotidiano de la vida hospitalaria se vuelve una narración de terror y desesperación tanto desde el lado de quien trabaja como de quien yace en una cama en terapia intensiva. La relación entre Marcos y Gabriel es de poder y está en constante tensión, lo que hace que el suspenso en la película funcione bien manteniendo la atención en el qué pasará. El suspenso y la sensación de miedo están presentes a lo largo de toda la película, no solo porque es fácil reconocer y sentirse identificado por los espacios donde transcurre la ficción sino porque además hay un juego de incertidumbres y de lados: quienes están internados y quienes deben ser atendidos. La fricción entre ambos mundos trabaja una tensión constante que funciona hasta el final.
HOMBRES COMO DIOSES CON AGUJAS Mientras miraba La dosis, no pude evitar pensar en que ciertos actores argentinos tienen un physique du role que se ajusta a la perfección para interpretar a servidores públicos. Por supuesto que una opinión así invita a caer fácilmente en los estereotipos, a pensar que para algunos oficios existe un aspecto predeterminado, y de ahí estamos a un paso del prejuicio y de la estigmatización. Sin embargo, si evitamos cierta sensibilidad progre y nos quedamos con que existen personas con “cara de policía” (o de médico, o de taxista, lo mismo da), y llevamos esa afirmación al terreno de la interpretación, es posible encontrar al actor ideal para encarnar a tal o cual personaje, y trabajar desde ahí. Hay quienes buscan despegarse de esta ecuación, otorgando roles a actores que en principio no tienen nada que ver con el papel, y dependiendo del caso (del talento delante y detrás de la cámara, pero también de una opinión colectiva sobre la credibilidad de ciertas cosas, del tipo “no me creo a Jim Carrey tatuado y malo en Número 23”), los resultados pueden sorprender o fallar estrepitosamente. Dos ejemplos al azar, tomados de películas que vi en el último tiempo: desde el vamos, la presencia de Michael Peña como Roarke en la nueva versión de La isla de la fantasía no generó ningún entusiasmo, y verlo confirmó que nada tenía que ver con ese personaje. En cambio, el intercambio de roles entre Robert De Niro y Bill Murray en Una mujer para dos (De Niro haciendo del fotógrafo miedoso, Murray haciendo del mafioso), resultó tan inesperado como arriesgado, pero dio lugar a un contrapunto de lo más estimulante. Toda esta cuestión también se imbrica con las distintas corrientes actorales, las técnicas, y la manera en que cada intérprete trabaja para llegar a la mejor forma de representación… pero es irse demasiado lejos (y este párrafo ya se alejó bastante, es una digresión que espero el lector pueda perdonar). Porque el punto, al fin y al cabo, era el de señalar cuán acertada fue la decisión de ubicar a Marcos, un enfermero serio y taciturno, en la piel de Carlos Portaluppi. Es fácil imaginarlo como parte de cualquier guardia porteña, con su aspecto desvencijado y ese tono de voz entre y amable y agresivo, harto de todo pero aún así profesional. La película de Martín Kraut es, en esencia, el retrato de la tensión entre dos hombres. Uno es Marcos, que como dijimos, es enfermero. De pocas palabras, dedicado, lleva años trabajando en la Unidad de Cuidados Intensivos de una clínica, y esa profesión es prácticamente todo lo que tiene. Lo demás es una casa bastante dejada, en la que vive solo. Toda la vida previa de Marcos hasta ese momento queda en off, pero intuimos que lo que vemos es lo que hay: un hombre de aspecto enorme, pero frágil, cuya labor en la clínica es lo único que parece mantenerlo con vida. Una rutina monótona pero segura, que de repente se ve amenazada por la llegada de Gabriel (Ignacio Rogers), un enfermero joven que no solo desajusta su trabajo, si no que surge como un rival inesperado: en secreto, Marcos aplica una inyección letal a los pacientes que ya no tienen esperanza, y Gabriel hace lo mismo. “La diferencia es que yo lo hago por piedad, y él lo hace por placer”, dirá en un momento Marcos. El problema ético de esa diferenciación va a servir de fondo para el verdadero móvil del relato, que es la dinámica perversa en la que se van a ir enredando los dos enfermeros. La presencia de Portaluppi es la que sostiene una película que se ocupa de crear un clima frío y cerrado (el de la vida en la clínica), y que la mayor parte del tiempo lo consigue; sin embargo, el suspenso poco a poco se va diluyendo, hasta desembocar en una resolución que apunta a explicitar un subtexto apenas enunciado (el lado queer de la historia), y que recuerda en su ejecución al final de Muerte en Buenos Aires, la mucho más lograda película de Natalia Meta. Mientras Portaluppi se integra con su personaje y se muestra consistente a lo largo del film, lo de Ignacio Rogers es un poco un enigma: a veces pareciera actuar muy mal, y otras veces pareciera que esa inestabilidad, que pone a prueba lo creíble, fuera la máscara con la que su personaje oculta su verdadera naturaleza. De la manera que sea, esa inconsistencia le juega en contra, porque terminamos viendo al psicópata conceptual, el que posiblemente se planteó en el guion, pero difícilmente al de carne y hueso. Siendo justos, La dosis no es una mala película, sino más bien fallida. Kraut filma con solvencia, sin los excesos formales que a veces acechan a una ópera prima; un trabajo en el que priman los planos fijos, con una fotografía que utiliza los tonos sórdidos de la vida hospitalaria (o de la representación que el cine ha hecho de ese espacio, donde conviven el profesionalismo y la enfermedad). Los dilemas éticos alrededor de la eutanasia quedan saludablemente fuera del interés principal del film, que prefiere construirse como un thriller antes que dar un discurso. Lo mismo sucede con el detrás de escena del negocio de la salud, y la burocracia de las instituciones médicas; apenas un contexto, un telón de fondo para hablar de dos hombres con distintas maneras de sobrevivir a su soledad, y con uno de ellos resbalando hacia la locura. Lamentablemente, lo que la película propone no consigue ser suficiente, y la expectativa comienza a desvanecerse. Lo que queda, en definitiva, es un film discreto, un arranque interesante para Martín Kraut, pero no mucho más. Una experiencia que, aunque menor, tampoco nos hace desear esa dosis que termine con la agonía.
Marcos Roldán (Carlos Portaluppi) es enfermero de la unidad de terapia intensiva de una clínica. En la primera escena lo vemos salvar a una paciente en las puertas de la muerte, cuidar a los enfermos con dedicación, ejercer la piedad como un pequeño dios en la Tierra. Sus noches transcurren en la oscuridad de la sala, entre medicamentos y respiradores; sus días en la soledad de un departamento descascarado, con el mal sabor del abandono. Pero un día llega a la clínica Gabriel (Ignacio Rogers), un nuevo enfermero joven y primerizo, dispuesto a aprender de Marcos y a seguir sus pasos. Todos y cada uno de sus pasos. La dosis se sitúa en ese contorno que separa a Marcos de su némesis, esa figura que le disputa su lugar y sus méritos. La estrategia de la película consiste en situar el terror en ese universo cotidiano, en alimentarlo de los miedos y deseos silenciados de Marcos, de los huecos de esa vida solitaria que el nuevo enfermero llena con sus escurridizas intenciones. Sin embargo, la puesta en escena transita por carriles previsibles, las dualidades que sugiere el argumento no terminan de inquietar los diseños de las escenas, las revelaciones se juegan casi a contrapelo de ese clima ominoso que había definido el comienzo de la historia. Es Portaluppi quien sostiene verdaderamente la ambigüedad de la mirada, quien trasmite con precisión las angustias e inseguridades de su personaje, quien trasluce en su gesto la transformación de lo conocido en extrañado. Basta con verlo parado en la puerta de terapia intensiva, sin palabras ni reacciones, como la verdadera aparición de esa sombra que lo sigue a cada paso.
El proceso creativo nace en 2012, cuando, en Uruguay, una noticia impacta a los medios: se conoce la historia de dos enfermeros, que compiten entre sí, exponiendo sus motivaciones y miserias, al momento de aplicar la eutanasia a dos de sus pacientes. Sobre este caso no resuelto y la investigación policial en la que desembocó, Martín Kraut escribe un guión propio que también se basa en casos acontecidos alrededor del mundo (en Alemania, Japón, España y otros países). Este largometraje es la ópera prima de este joven director, y aborda la falta de emoción empática, la manipulación y la reacción calculada que persigue un objetivo. Buscando correr el límite de aquellos que concebimos como piedad y encendiendo la polémica, nos inserta en este laberinto moral en forma de thriller y platea un debate. La búsqueda por transmitir esta serie de inquietudes, otorga a “La Dosis” una factura loable. Reformulando el caso en el cual se inspirara, nos coloca en el centro de un dilema que examina el sistema de salud y el uso de la eutanasia. De peculiar abordaje narrativo, se aparta de otros relatos que han abordado la temática desde la ficción, invitándonos a generar nuestra propia mirada, como espectadores, frente a las distintas posiciones que pueden adoptarse acerca de la elección de vida.
DESPOJOS VISCERALES Con la mirada levemente perdida y el cuerpo alicaído, Marcos Roldán advierte cómo se le escabullen la carrera y el resto de vida al otro lado del vidrio, en esa unidad de cuidados intensivos que tanto recorrió durante 20 años. Lo que antes era experiencia y profesionalismo, de pronto, se convierte en ocaso y descuido. Ahora, se asemeja a un espectro que deambula entre las lúgubres instalaciones del hospital o engulle solo la lata de arvejas diaria. “Tenía las venas muy finitas –intenta excusarse cuando Gabriel entra a la oficina–. Nunca me pasó”. Éste pretende consolarlo, sin embargo, el reflejo de un paciente en la camilla proyectado sobre el torso del hombre –en una suerte de mundo lejano– acentúa el sentimiento de quiebre. A Marcos no le queda más nada, mientras que el nuevo enfermero promete juventud, simpatía, cordialidad; incluso, luce más alto que él en la escena, como si se impusiera tácitamente una renovación natural. Ya desde el inicio de La dosis, el protagonista es despojado de los lazos afectivos y de la zona de confort hasta volverse preso de alucinaciones y trucos mentales. Los cajones y muebles vacíos del departamento dan a entender el abandono reciente y su sistema emocional termina en jaque tras la llegada del compañero comprador y el emergente triángulo entre ellos y Noelia, colega y amiga. Cuando ambos frentes lo sumergen por completo en la soledad, el director embiste otra vez quitándole también su secreto, el último vestigio identitario. Descubierto y aturdido, Marcos se transforma en testigo y cómplice de las decisiones arbitrarias de Gabriel y no puede escapar de la red de juegos de dobles y espejos, engaños, ambigüedades, jeringas letales, sinfonías de los aparatos médicos, luces tenues y pasillos desiertos. Inspirado por una noticia de 2012 en la que dos enfermeros utilizaron la eutanasia en varios pacientes en Uruguay, Martín Kraut confecciona su ópera prima como una versión libre sostenida en superposiciones de capas de sentido, proyecciones translúcidas y una paleta de colores oscura para crear puntos comunes y de desdoblamiento entre Marcos y Gabriel. La creencia de salvación o condena, que roza las fronteras permanentemente para descubrir las similitudes entre los hombres. O las batallas implícitas entre maestro y discípulo para encarnar / poseer lo del otro cargadas de incógnitas e ilusiones. Y la idea de muerte que sobrevuela durante toda la película a través de reconfiguraciones de sentido como el desposeimiento, el fin de un trabajo o de una época, una mudanza, el abandono, la soledad y el fallecimiento propiamente dicho. Un entramado turbio con múltiples pasadizos falsos que enmaraña realidad con imaginación; un desplazamiento del eje que amenaza con revelar aquello más profundo para no volverlo a ocultar. Por Brenda Caletti @117Brenn
Marcos Roldán (Carlos Portaluppi) es un enfermero que trabaja desde hace muchos años en la misma clínica en el turno nocturno dentro del pabellón de terapia intensiva. Marcos tiene bajo control la situación y en algún aspecto hace lo que quiere. Pero llega Gabriel (Ignacio Rogers), un enfermero más joven y entusiasta, que cambiará toda la rutina y el secreto que Marcos guarda podría quedar expuesto. Gabriel se muestra amable, demasiado amable, en un comienzo, pero esa es la manera de entrar en confianza, luego mostrará su verdadero juego y tendrá el destino de Gabriel en sus manos. Esta narración claustrofóbica que cuenta un vínculo perverso y peligroso, es lo que hace de La dosis una película diferente al promedio del cine nacional, con un guión inteligente y una idea de lo que se quiere contar que nunca es perezosa o desganada. Se nota el deseo de construir un mundo y contar una historia. Con recursos muy simples, la película logra un clima y contar una historia.
Relaciones tóxicas En su debut cinematográfico, Martín Kraut logra un verosímil para una trama que coquetea constantemente con elementos de terror y suspenso, aunque de ese verosímil depende pura y exclusivamente de la entrega de su reparto. En ese sentido, Carlos Portaluppi junto a Ignacio Rogers consiguen transmitir esa relación entre sumisa y manipuladora que, llevada a los extremos, explota en un más que interesante juego del gato y el ratón. Y todo se hace mucho más tensionante porque se desarrolla la trama de suspenso en el contexto de una sala de terapia intensiva. La mayoría de los pacientes se encuentran en estado terminal. Reciben el cuidado protocolar estándar y no mucho más. Para Carlos, la terapia forma parte de toda su rutina, afuera del hospital prácticamente no encuentra lugar ni siquiera sentido a su existencia. Por eso, la llegada de Gabriel, un enfermero más joven y dispuesto a modificar el entorno, le genera un verdadero obstáculo y la sutil pérdida de liderazgo a la vez que la vulnerabilidad frente a las autoridades y directivos. Todo se precipita rápidamente cuando comienzan a ocurrir situaciones de enorme ambigüedad en el marco de lo laboral y el círculo de desconfianza hacia Gabriel se ensancha a niveles de asfixia para Marcos y su inestable emocionalidad. Sin entrar en un lugar de ética o la llamada bioética en relación al manejo médico de enfermos terminales, tanto el personaje de Marcos (Carlos Portaluppi) como el de Gabriel (Ignacio Rogers) poseen una mirada muy singular ante situaciones límites y desde ese pequeño espacio la película no aborda ningún tipo de planteo o reflexión para sumergirse de lleno en el vínculo tóxico entre ambos. La dosis es un buen ejemplo de ejercicio de estilo, aunque un prometedor comienzo seguido de una mitad aceptable – interesante decisión de no haber caído en el facilismo del retrato de el Doctor Muerte -se va desdibujando en los últimos tramos del film pero jamás alcanza los niveles de películas fallidas como suele ocurrir cuando delante se presenta de forma tan transparente el reflejo de un género y la historia de la manipulación psicológica.
Malas influencias ¿Cuál es el atractivo de películas en las que psicópatas tienen un rol protagónico? Hay infinidad de proyectos a nivel internacional, no así en el cine local que, a la excepción de El Ángel (2018), se le suma La dosis (2020) de Martín Kraut para dar revancha en un brillante ejercicio de horror cotidiano y suspenso. Película de género, de fórmula, con todo ya sabido pero con mucho más por conocer, el preciso guion que adapta al uso nostro el formato, descansa en cierto costumbrismo asociado a la precariedad del aparato de salud local que no hace más que reforzar las premisas de su historia y así atrapar al espectador. La dosis cuenta cómo la llegada de Gabriel (Ignacio Rogers) un nuevo enfermero a un equipo de trabajo ya establecido en una Unidad de Terapia Intensiva de una clínica, desestabiliza el control que Marcos (Carlos Portaluppi) tenía en ella, sus aspiraciones de ser el nuevo supervisor y sus deseos en su vida privada también. Marcos transita los pasillos y recovecos del hospital como si fuera su casa, conoce a todos los pacientes y con ellos entabla una relación muy cercana, al punto de vincularse íntimamente con cada uno de los procesos que atravesarán en ese lugar de recuperación o partida. Junto con Noelia (Lorena Vega) conforman un team que siempre da más de lo que les piden, al punto de, por ejemplo, pasar más tiempo del establecido por contrato allí, redoblar la apuesta ante un posible fallecimiento, olvidarse de alimentarse, o hacerlo de mala manera (latas de arvejas) y tener, siempre, el mejor gesto con el otro. De Marcos conoceremos poco de su afuera, porque el guion se reserva información, un viejo departamento en el que es abandonado y el medio de transporte público que toma, pero si sabemos más del adentro de la clínica, conociendo detalles de ciertos mecanismos de “ayuda” a los pacientes que brindará en la oscuridad y soledad de la noche, algo que el recién llegado descubrirá también. Cuando Gabriel comience a seducir a todos y todas, y a urdir sus propias movidas, entre ambos se configurará un juego de competencia demoníaco, de gato intentando atrapar al ratón, con una sucesión de muertes que alertarán a los responsables del lugar y que pondrá en vilo a ambos hasta límites insospechados. La dosis demuestra que aunque muchas veces estén las reglas y puntos planteados, una nueva vuelta de tuerca de guion, sea por escenarios, temática o, como en este caso, brillantes interpretaciones, aquello que ya vimos puede volver resignificado desde la experiencia conocida. La noche, el silencio y soledad de la terapia intensiva, el estar de un lado o del otro, salud o enfermedad, vida o muerte, acompañar a Marcos en su derrotero laboral que pude finalizar hasta con su propia vida, climas opresivos, tensión asfixiante, potencian una historia en la que el verosímil que construye es tan vivido que abruma e imposibilita una salida. Carlos Portaluppi en una actuación potente, secundado por un Rogers seductor y convincente, que despliega su estrategia arrasando con todos, Vega, con oficio preciso y acertado, y participaciones de Arturo Bonín, Alberto Suárez, Germán de Silva, Maitina De Marco y Julia Martinez Rubio, entre otros, que ofrecen el contexto perfecto para que el debut cinematográfico de Martín Kraut sobresalga, con esta guerra entre dos hombres, que más allá de entretener y cumplir con lo prometido, dispara reflexiones sobre cómo la profesión puede distorsionarse y desde ese lugar generar un peligro para todos.
Este thriller psicológico, ambientada en una Unidad de Cuidados Intensivos, muestra un profundo dilema moral sobre el uso de la eutanasia. El film fue estrenado este año en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam. Ha participado en festivales en Corea (BIFAN Bucheon Int. Film Festival), Canadá (Fantasia International Film Festival), y próximamente, participará en el Taoyuan Film Festival de Taiwan y en Estados Unidos.
Suspenso para todos "Avanzando lentamente, en un ambiente decaído, el suspenso se desarrolla con una trama simple, generando la tensión suficiente" La dosis (2020) Marcos es un enfermero con experiencia. Trabaja en el turno nocturno de una clínica privada provincial. Es aplicado y profesional, pero tiene un secreto: en algunos casos extremos aplica la eutanasia. Gabriel, un nuevo enfermero, sacude el sector: es joven, inteligente y hermoso. Seduce a todos. Pronto descifra el secreto de Marcos tomando progresivamente el control de su vida. Marcos se retrae hasta que descubre que Gabriel también mata, pero caprichosamente. Esa revelación lo obligará a confrontar a Gabriel, Marcos sabe que solo al exponer su verdadera identidad podrá detenerlo. Si bien, el film no se caracteriza por ser ambicioso, tanto la propuesta artística, como así también la fotografía, mantiene un ambiente constante y transmitir el mensaje buscado. Por otra parte, el diseño de sonido se arriesga, logrando la empatía del espectador. La dirección conduce la mirada, mantiene el suspenso y el ritmo. Todos los aspectos técnicos tienen un elemento en común, y es la sutileza. Con pocos elementos logra contar un relato de forma correcta, y así generando un suspenso que por momentos provoca confusión e intriga. Por su parte, las actuaciones no son su fuerte. Sin embargo esto le juega a favor, ya que entran en concordancia con la propuesta estética. "La dosis podría verse como una película “cerrada”, donde todo cumple su función, sin plantear nada nuevo, pero haciendo muy bien su trabajo." Calificación: 7/10 Título original: La dosis Año: 2020 Duración: 93 min. País: Argentina Dirección: Martin Kraut Guion: Martin Kraut Música: Juan Tobal Fotografía: Gustavo Biazzi Reparto: Carlos Portaluppi, Ignacio Rogers, Lorena Vega Productora: Alina Films Género: Thriller | Thriller psicológico
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