Desiertos El realizador Ivo Aichenbaum expone en una voz en off rápidamente su llegada al mundo, allí su padre se relaciona con un pasado que conjuga la aventura de un médico en la guerrilla sandinista, y luego una gran ausencia desde Río Gallegos, desde esa Patagonia desértica hacia el desierto de Israel. Ivo emprende así un viaje acompañado de varios jóvenes de origen judío para retomar contacto con esa tierra, pero desde el lugar del extrañamiento y ese es el principal motor de este interesante relato que no detiene su atención en las obviedades para enriquecerse desde la incomodidad de la incerteza. Resulta difícil sintetizar que es La parte automática, porque precisamente la idea central es encontrar en el pretexto del documental el espacio para poner en marcha las contradicciones, por ejemplo, del realizador a la hora de encarar un reencuentro con un padre ausente o tratar de asimilar las tradiciones y la cultura en un país al que le encuentra a veces similitudes con el barrio patagónico donde pasó gran parte de su infancia. El recorrido por lugares parece abrazar la idea de azar y no la del itinerario programado de un turista y la forma desde su contenido adhiere al enfoque despojado de didactismo o bajada de línea en función a alguna causa más profunda, como por ejemplo el holocausto o el conflicto entre Palestina e Israel. Basta una charla con un taxista para reconocer en ese intercambio cultural otra idea completamente distinta de la que puede tenerse de un pueblo enfrentado y que también padece el terrorismo propio y ajeno. Tampoco el director toma partido ni deja entrever un discurso formado u opinión, aspecto que hace de este documental extraño y muy recomendable su mayor cualidad, sin menoscabar un meticuloso trabajo de dirección y la confianza en que a veces tomar riesgos a nivel cinematográfico da sus frutos.
Para Ivo Aichenbaum, la imagen es una incógnita, un problema a resolver, una parte a completar. Su ópera prima tiene fecha de comienzo; el 24 de enero del 2011 cuando sale su vuelo a Tel Aviv, que lo llevará a viajar gratis a Israel a encontrarse con su padre, luego de pasar 10 días con 40 personas recorriendo el pais. En La parte automática, jerarquizado por su paso en BAFICI en la sección cine de vanguardia, lo que se pone en primera persona desde esa partida es una reflexión sobre un viaje, pero también sobre un territorio que ir a buscar, un patria y un padre. Primero, atravesado por su historia personal, el comienzo con el himno sandinista sobre pantalla negra parece anunciar algo, el de “Adelante marchemos compañeros/avancemos a la revolución/nuestro pueblo es el dueño de su historia/arquitecto de su liberación”, da lugar al relato personal de un padre, primero médico en Nicaragua, luego médico recibido en Israel.. Matar al padre (simbólicamente) entra dentro de las posibilidades, pero Ivo elige ir en su encuentro, cosa que no termina teniendo un tono grave para darse cuenta del fracaso de una generación que debió emigrar de Argentina en plena crisis del 2001. ¿Somos los argentinos como plantas silvestres arrojadas a la suerte del viento y la polinizacion natural? En La parte automática, un misterio se revela a tiempo: el fracaso económico y cultural de un padre, y a la vez se pone en práctica lo que un fragmento de La mirada de Ulises materializa: la sensación de estar en un lugar, en un momento y un tiempo, y saber de pronto que ese lugar y todo eso podría no existir. Con cámara preferentemente en mano, planos fragmentados, corrección de foco y fuera de foco, la realidad se construye en La parte automática con objetos insignificantes, usualmente vistos a través de vidrios empañados o con gotas de lluvia. La imagen transfiere el eco de una voz subjetiva, personal, que va a guiar los 62 minutos de narración. En ese sentido la pelicula siempre genera interés. Con una capacidad real de hacer asomar a un espectador desprevenido a una historia personal que puede no ser fascinante, pero está bien contada. Combinando grandes temas del mundo judío como la alfabetización, la guerra, la ocupación de Gaza, la naturaleza errante de ese pueblo, su carácter de prestamistas y banqueros, su actual situación de “guerreros” o su interés por el capital frente a conceptos de comunidad y socialismo, con recuerdos o impresiones de viaje que logran poner todo en contradicción, no sólo en la voz sino en las imágenes mismas. Por ejemplo, y quizás el más claro: a la estatua de Lenin llevada sobre un barco en La mirada de Ulises de Theo Angelopoulos le siguen algunos segundos del padre durmiendo con la boca abierta en un viaje en micro. Puede haber dos imágenes más contrarias?. “La parte automática” viene a reactualizar la mirada del cine argentino sobre las problemáticas de la identidad judía que con diferentes tonos se sucede desde “El abrazo partido“, pasando por “De Besarabia a Entre Rios“, o “Jevel Katz y sus paisanos“, o “Legado“, o “Un pogrom en Buenos Aires, incluso las más recientes Papirosen y Malka, una chica de la Zwi Migdal . Su voz se escapa de lo expositivo cuando puede, y la imagen no es descriptiva sino reflexiva, materiales con los que Ivo Aichenbaum termina realizando uno de los films más libres y menos desprejuiciados de los últimos tiempos. A este “diario de viaje” filmado en 2012 le siguen otros dos: Cabeza de ratón (2013), y Formosa (2014). El segundo, de estreno próximo.
Reencuentro con la patria. El documental de Ivo Aichenbaum es en primera persona porque cuenta su historia: la de un viaje a Israel para reencontrarse con su padre, un argentino que participó en la Revolución Sandinista como médico y dejó nuevamente su país en el 2001 para instalarse en la “madre patria”. El sustrato personal se agrava por la voz en off de Ivo que siempre está presente, que nunca se desapega del relato, uno que es narrado desde un presente distinto al que vemos en las imágenes. El viaje a Israel es el que determina el tono de crónica, el cual se enfatiza desde esos primeros minutos que introducen la historia de su padre en tierras nicaragüenses. Lo que debería ser el vector más fuerte -la búsqueda del padre- es el que menos fuerza cobra en el discurrir de un viaje grupal que Ivo comparte con otros jóvenes, igual que él, visitantes por primera vez en la tierra de sus orígenes. Los fragmentos en el museo de la Shoa o en el Muro de los Lamentos no cobran el espesor turístico ni tampoco el trágico, que servirían en bandeja los puntos más lacrimógenos para muchos documentales. En definitiva, la pulsión de Ivo es el recorrido del camino y no su final, muchas de sus preguntas acerca de su padre surgen in situ, no hay un plan más que el de transitar: el punto central de la indecisión se da con el planteo “no sé qué hacer con un padre”. Las preguntas que aparentan una crítica socavada a las acciones paternas son en realidad más una curiosidad, una expresión en voz alta que por forma resulta decepcionante pero que representa en realidad la falta de respuesta tajante a esos interrogantes iniciales. Israel, además del tinte gris que pinta la voz en off y la temática, es registrada en sus tonalidades más pálidas, siempre parece estar por llover o por caer una tormenta, a pesar de que -como explica una coordinadora en un pasaje del film- allí lluevan en promedio menos milímetros que en el desierto. La eficacia de Ivo para adentrarse y tomar distancia -por más contradictorio que suene- es la fortaleza de su documental personal y de observación: en esa antítesis se ubica el corazón de este trabajo, crónica y huella indicial de un recorrido inconmensurable en muchos sentidos.
Mi papá no es un ídolo Es engañoso definir una película por lo que no es, pero en el caso de La parte automática se impone: tratándose de un documental sobre un chico que viaja a Israel para reencontrar a un padre que lo crió en el sur de nuestro país y volvió a instalarse en la patria de origen después de 2001, y sobre todo de uno que es llevado adelante por la voz en off, grave, reflexiva, del protagonista, es fundamental aclarar que todos los lugares comunes que podrían esperarse de semejante itinerario son burlados uno a uno en esta película que sorprende por su inteligencia. Desde el modo en que evita la tentación de regodearse en posibles tragedias (el Museo del Holocausto pasa como en un suspiro, tanto como la militarización de Israel) hasta el poco énfasis sentimental que se imprime al motivo “búsqueda del padre”, pasando por la velocidad y la eficacia con que se introduce la historia de este hombre que pasó por Nicaragua y por el Partido Comunista, y la posición del hijo al respecto, La parte automática es de una sobriedad inesperada, admirable. Porque hay quizás un centro, una perspectiva que organiza el relato y es la del no saber, la de la falta de certezas que habilita -bienvenida sea- la experiencia: Ivo recorre Israel durante varios días con un contingente de chicos a los que se les dice que no son turistas sino hijos que vuelven a su madre (la secuencia en que una chica lee un texto donde se le da voz a un muro, apelando a la emotividad de los viajeros como nunca lo hace la película, es brillante) y, sin embargo, parece un viaje de egresados. Se trata de un país al que le cuadra la definición de “desierto” por la cantidad de precipitaciones anuales pero siempre parece que está a punto de caer una tormenta. También, Ivo busca al padre pero no sabe bien por qué, o en el proceso se da cuenta de que podía haberlo visto mucho antes pero la verdad (y esta es una epifanía genial que define un poco la película), hay un punto en que el protagonista reconoce que “no sé qué hacer con un padre”. Así, las grandes preguntas -porque son grandes, y porque se hacen con una madurez inédita- surgen del recorrido, de lo que sucede y sobre todo de lo que no sucede allí, y nunca dan la impresión de formar parte de una agenda predeterminada. Casi podría decirse que La parte automática es una historia pequeñísima, una crónica referida desde la decepción, desde descubrimientos que no se corresponden con la intensidad de la búsqueda. Porque esa intensidad no está solo en lo que se piensa, en lo que se enuncia, sino en la forma en que se filma un Israel permanentemente nublado, extrañamente seco y marrón, pero de cielos grises que la cámara parecería querer horadar de algún modo, como si algún secreto se escondiera detrás de la niebla. Pero si en algo es fiel esta película al espíritu del mejor documental es en su modo de estar abierta a lo que se encuentra en el viaje, aunque eso que se encuentra sea o parezca -engañosamente- poco y nada.
Diario de viaje con interrogantes El reencuentro con su padre, argentino exiliado por voluntad propia en Israel desde la debacle de 2001, le permite al realizador plantearse preguntas no sólo sobre ese país de adopción sino también sobre una “generación derrotada”. La parte automática, ópera prima de Ivo Aichenbaum presentada hace más de tres años en el marco del Bafici (el realizador tiene además otras dos películas terminadas con posterioridad), puede ser descripta de varias maneras, pero es, ante todo, un diario de viaje en formato audiovisual. Como en los mejores exponentes de ese género literario –tanto en sus versiones profesionales como amateurs– la descripción impresionista y el tono confesional son esenciales: las imágenes y sonidos que Aichenbaum elige a la hora de construir la narración parten de la intimidad, se reflejan en el mundo y vuelven a su emisor transfiguradas. En el año 2011, el realizador visitó Israel junto a otros jóvenes argentinos de origen judío, travesía que parece cruzar el turismo con la búsqueda de raíces religiosas y culturales pero que, a juzgar por algunos segmentos elegidos como ilustración general, se acerca bastante a la idea de un viaje de egresados para jóvenes adultos. En el fondo, según confiesa su grave voz en off durante los primeros minutos de proyección, el viaje era una oportunidad para el reencuentro con un padre ausente, exiliado por voluntad propia en tierras israelíes desde la debacle de 2001.Esa ausencia, apenas morigerada por algunas visitas esporádicas a la Argentina, es la que el director intenta conjurar en la primera mitad de La parte automática, resultado de un destierro en principio económico que Aichenbaum relaciona de manera oblicua con la diáspora del pueblo de Israel y directamente con el de “una generación derrotada”, la de sus padres. “Yo fui concebido en Nicaragua”, relata al comienzo, luego de que una pantalla en riguroso negro permite escuchar una versión íntegra del Himno de la Unidad Sandinista. Es precisamente la revolución sandinista, en los primeros años ’80 (su padre, comunista consumado, sirvió allí como médico de guerra) la que vuelve desde el recuerdo a iluminar o, al menos, a refractarse en esa otra problemática irresoluble que golpea desde hace décadas el territorio de Israel/Palestina. No es casual que un plácido plano en el centro histórico de Jerusalén se vea súbitamente violentado por el paso de cuatro o cinco cazas en vuelo rasante. “¿Cómo es posible que el pueblo judío se haya transformado en un pueblo guerrero?”, se pregunta una compañera de viaje durante una visita al Museo del Holocausto; la respuesta de la guía del lugar a otra pregunta tiene, en parte, la forma de una excusa. Esa zona ambigua, llena de inquietudes e incógnitas, es la elegida por el realizador como concepto y punto de partida del desarrollo de su film.Hay otras preguntas sin respuestas (¿por qué los kibutz ya no son lo que eran?, ¿qué consecuencias traerán sobre la región esos movimientos populares bautizados por la prensa como Primavera Arabe?) y algún que otro misterio en una película que elige el recorte visual de una cámara fotográfica transformada en aparato de registro cinematográfico. Registro semiprofesional, habitado por un pulso hogareño, pero que, sin embargo, en más de una ocasión se transforma en cine puro. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el breve interludio romántico que Aichenbaum describe con sutileza y sin ocultar una importante carga de melancolía, poco antes del reencuentro con su padre. La chica abandona el departamento y deja a su futuro ex amante en soledad; la cámara, sin cortes de ningún tipo, encuadra objetos de la habitación –libros, fotos, tazas, un cenicero, una cortina– y vuelve repetidas veces a la ventana que da a la calle, quizá con la esperanza de captarla una vez más antes de alejarse del lugar. Hay algoinasiblemente bello y triste en esa secuencia, que el film permite ver con sus fueras de foco y temblequeos intactos, mientras la banda de sonido, sin aderezos, amplifica los sonidos de los mecanismos internos del aparato. Esa búsqueda no exenta de riesgos es la que permite apostar por el futuro de un realizador que hace de la sencillez y la sensibilidad dos de sus cartas más potentes.
Luego de su paso por la sección "Cine del Futuro" del BAFICI 2012, "La Parte Automática" se estrena comercialmente en salas este jueves. Ivo Aichenbaum (en su ópera prima), narra en primera persona, su viaje a Israel, para reencontrarse con su padre (exilado voluntariamente allí desde 2001) en un recorrido organizado por un grupo de turismo cultural judío. Ese viaje propone recorrer territorios durante diez días, antes de que él se encuentre con el objetivo central de su viaje: volver a ver a su padre. La historia del padre de Aichenbaum es atractiva: luchador, militante, de corazón inquieto aunque es cierto que promediando el film, lo sentimos más como un disparador, una excusa, más que un fin en sí mismo (al menos en términos cinematográficos). Lo cierto es que el director, sabe muy bien que le interesa transmitir y parte a hacer ese camino. No duda en traernos desde la palabra, reflexiones propias sobre la idiosincracia e identidad del pueblo judío que va generando en cada momento de su periplo. Hay mucha espontaneidad en los registros, son estos los elementos que le dan a "La Parte Automática" el status de un completo diario de viaje. Charlas, encuentros, sorpresas, diálogos y relatos que van conformando un mosaico de percepciones sobre la actualidad del pueblo israelí y los temas que esta generación de jóvenes tiene que enfrentar. La idea del "tour" del que participa el cineasta era generar cohesión en los miembros de la comunidad y por lo que vemos, la experiencia es interesante de ver. Se percibe valiosa para rescatar la memoria y reestablecer la conexión con la historia de su pueblo, uno de los más castigados en la historia de la humanidad (el Holocausto y su impacto es uno de los temas que se atraviesan en el relato). "Todo en Israel parece estar preparado y pensado para optimizar los recursos, somos los argentinos como plantas silvestres arrojadas a la suerte del viento, y la polinización natural..." se escucha en la voz del director... Cierta agudeza aparece periódicamente para conectarse con sus raíces y los lazos se muestran auténticos. Pero no es el único tema en "La Parte Automática". El amor también es tópico aquí. La problemática con los palestinos también. Todo fluye en este pasaje porque circula desde las anécdotas y registros de los distintos espacios que se recorren. Para quienes están interesados en ese tipo de cintas, hay aquí buen material para compartir, un sincero y abierto diario de viaje sobre una experiencia singular.
La opera prima de Ivo Aichenbaum demuestra en formato de diario audiovisual que para hacer una película no siempre es necesario el presupuesto pero imprescindible el talento: el reencuentro de un padre y un hijo en Israel, después de militancias y quiebres financieros
Un sincero viaje al corazón Para reencontrarse con su padre, que se desempeña como médico en Israel tras su exilio en 2001 por problemas económicos, Ivo Aichenbaum acepta hacer un viaje cultural junto a un grupo de jóvenes judíos. Con una cámara portátil, el realizador registra esta experiencia, conjugando el extrañamiento de un hijo con su padre, y las vivencias de un tour diseñado para crear un sentimiento de cohesión entre visitantes de situaciones disímiles. A partir de una mirada tan crítica como incómoda, el documental muestra una constante exploración de los orígenes del judaísmo y su conexión con los movimientos de izquierda, problematizando temáticas como la herencia, la identidad, la ideología y el amor. La parte automática, cuyo título hace referencia a un juego infantil donde lo lúdico funciona como motor de creación de identidad, recorre sitios emblemáticos de Jerusalén y muestra su cultura, su religiosidad y su cotidianidad. Bello en su forma y en su música (no en vano Ivo Aichenbaum es diseñador de imagen y sonido), el film transita por el peregrinar del viajero, y lo hace mediante formas y colores que se combinan con esa búsqueda que el protagonista se impone. Bien vale, pues, tomar la mano del realizador para hacer juntos este casi mágico viaje.
Mi parte incompleta Dirigido por Ivo Aichenbaum, el documental La parte automática (2012) es el relato personal sobre el viaje a Israel del director para reencontrarse con su padre y también con su identidad judía. Una obra que se dota de una plena subjetividad, intensamente atraída por el diario literario. Construcción desde una sola mirada, pero que logra de manera creciente, momentos álgidos y muy atractivos, aunque otros dispersos y extraños. Ivo inicia contando sobre su padre médico que vive en Israel después del exilio económico del 2001 en Argentina. Un ex militante del Partido Comunista que viajo de joven por muchos países y tuvo muchas aventuras diversas, culturales y políticas. El hecho de viajar también Ivo lo tiene en la sangre. En ese momento decide ir a ver a su padre exiliado. Toma un avión con destino a Israel, la ciudad de su identidad: El judaísmo. De esa forma, y con cámara en mano, emprende un tour junto a otros jóvenes por Israel, para luego meterse en Alemania y Medio Oriente. El film es una propuesta interesante. Sin embargo transita entre dos polos muy marcados. Por momentos desde el vacío mismo y la dificultad de construir un relato concreto y trabajado, en otro se construye de manera precisa y solemne. Como las dos caras de una moneda, produce apego y desapego, somnolencia y atención, vació y reflexión. Si bien puede ser una virtud, estos dos polos lo dejan a mitad de camino. El sabor final es disperso, incompleto, de fragmentos logrados y otros llenos de interrogantes. Lo mejor sin duda viene hacia el final. Todo se evidencia desde el inicio. Las secuencias introductoras mezclan un excesivo uso de la voz oral con imágenes sobre un montaje pausado, casi como si a la película le costara empezar, a pesar de ser muy clara en lo que quiere decir. Por momentos se convierte en una melodía que se salta un compás. Si bien es cierto que no busca caer sobre lo lugares comunes (y eso la hace atractiva), conforme avanza se sienten los dos polos y perciben pasajes traídos para cubrir cierta inconexión. En este punto aparece el interrogante de si el director se podría haber adueñado más del material, jugar con cada parte. Esta impresión surge porque, constantemente, se dan situaciones donde parece ser más subjetivo: Las imágenes dejan en claro una voz y una psicológica fuerte y directa. Ivo termina siendo espectador de su propia historia. Más allá de que el viaje sea fantasmal, absurdo y gris, resulta excesiva la elección de un tour ya que se sabe que es lo menos profundo e idóneo para conocer una ciudad en serio. Ahí es donde el narrador -o la voz personal- parece que surgirá para elevar más el contenido, pero se detiene. O mejor dicho, se salta esos vacíos sujetándose a sus dos matices. Empero, y como se dijo, lo mejor transcurre hacia el final. La historia de amor judeo-alemán, el recuentro con su padre, y los momentos donde todo el fotograma se llena de gris, son los más logrados, ahí cuando el autor da por perdido el propósito inicial y el viaje no debería terminarse.
La clave pasaba por lo personal Los diarios de viaje suelen ser problemáticos en el universo cinematográfico, y más todavía en el género documental, donde no están permitidas ciertas licencias que pueden tomarse en el terreno ficcional. Es difícil conseguir el tono preciso para que la experiencia subjetiva, personal, ese recorte espacio-temporal a través del movimiento interese al espectador, entablando un lazo empático. La parte automática logra estos objetivos sólo de a ratos y no llega a impactar con su propuesta. El film de Ivo Aichenbaum cuenta el viaje del realizador a Israel, donde se reencontrará con su padre, quien trabaja como médico tras abandonar la Argentina debido a la crisis económica del 2001. La travesía no es precisamente directa, ya que en primera instancia formará parte de un grupo de jóvenes judíos que hacen turismo cultural gratuito. Esa será la excusa para ir reflexionando, alternando el distanciamiento con apreciaciones marcadas por lo personal y autobiográfico, problematizando la relación paterno-filial, el ensamblaje del discurso de izquierda, las tradiciones judías, lo heredado y la construcción de identidad, siempre con una mirada donde impera lo fragmentario. Decíamos que La parte automática sólo de a ratos consigue capturar el interés de la audiencia, y eso quizás se deba a que el director no termina de entablar una interacción fluida entre las imágenes y su casi omnipresente voz en off, donde haya un complemento o incluso contraposición realmente efectivos. Hay, en los apenas sesenta minutos que dura la película, una vocación sumamente abarcativa y, principalmente cuestionadora, hasta desencantada sobre los discursos establecidos, a nivel político, religioso, cultural e incluso familiar. Aichenbaum tira palos para todos lados -poniéndose incluso demasiado sentencioso, aún desde la sutileza-, incluso cuando parece ser más conciliador pero, vaya paradoja, su punto de vista interesa más cuando se mira a sí mismo y la forma en que se conecta con los otros, porque hace referencia a tópicos que atraviesan a cualquier individuo. Por eso los mejores momentos son esa mini-historia de amor que surge y se disuelve promediando el largometraje -en un arriesgado desvío que cobra llamativa complejidad- y los minutos finales, donde el cineasta termina de hacer foco en el encuentro -o más bien, desencuentro- con su padre, donde sigue imponiéndose una perspectiva de choque, pero con la lucidez suficiente para entender los dilemas y frustraciones de la otra persona. Ensayo personal como es, La parte automática quizás hubiera funcionado mejor como mediometraje, lo que habría concentrado seguramente la potencia narrativa en el diálogo padre-hijo (con la figura paterna sin voz propia, pero utilizando como vehículo la filial). A veces, es mejor dejar de lado ciertas ambiciones en pos de lo más cercano y universal.
La parte automatica, una interesante opera prima de Ivo Aichenbaum. La parte automática de Ivo Aichenbaum cuenta su historia: Ivo viaja a Israel para rencontrarse con su padre, un argentino que participó en la Revolución Sandinista como médico y dejó Buenos Aires en el 2001 para trabajar como médico en su “tierra prometida, Israel. Pero antes de dicho encuentro, Ivo hace turismo cultural junto con otros tantos jóvenes judíos. Su cámara registra toda esa experiencia para lograr un diario de viaje, que va mucho mas alla de lo turístico y de su padre. La realización tiene un gran cuidado en la imagen y en lo que (y como) se muestra. Si bien, él es quien registra todo y quien decide filmar La parte automática, logra tomar la distancia suficiente para que trabajo sea mas interesante para nosotros, espectadores. Pareciera no tener nada preparado y que todo lo que va filmando y narrando con su voz en off le va sucediendo en su viaje físico, pero también espiritual en esta no tan extraña tierra.
El encuentro con uno mismo La parte automática, opera prima de Ivo Aichenbaum, es un documental que relata en primera persona el viaje a Israel que realiza el protagonista, en búsqueda de repensar su lugar en el mundo y sus orígenes. Con un relato en forma de crónica audiovisual, el director emprende un camino tanto geográfico como al interior de sí mismo, hacia el reencuentro con su padre que vive en Israel desde hace más de diez años. La posibilidad de un viaje cultural gratuito junto a un grupo de jóvenes de la colectividad judía, se presenta como la excusa oportuna para visitar a su padre, exiliado luego del debacle financiero del 2001. Los puntos de unión entre la izquierda y el judaísmo, la ideología y las convicciones políticas son los tópicos que el director pone de relieve en un diario de exploración, acompañado por imágenes grises y melancólicas que intensifican el tono cuestionador y reflexivo de su relato. Ivo comienza un recorrido por las tierras de su progenitor, quien trabajó como médico en la revolución sandinista, dispuesto a la reconstrucción de ese vínculo. Es así como se adentra en estos universos, dándose el lugar para problematizarlos, ya sin percibirlos como dogmas, sino como construcciones que él necesita indagar para acercarse a su padre. El film sumerge al espectador en esa constante búsqueda de identidad que Aichenbaum aborda con inteligencia y sensibilidad. A través de una voz en off reflexiva y el uso de la cámara en mano, el director construye una atmosfera de intimidad, porque justamente lo que le interesa es salirse de la etiqueta de la comodidad, de ese lugar “automático” y dar lugar a algo más auténtico. En este documental, el director confirma que los viajes no son sólo geográficos, y que en muchas ocasiones, uno ya no es el mismo que partió tiempo atrás. La instancia de una segunda oportunidad respecto del vínculo con su padre, tiene consecuencias directas en la construcción de su propia subjetividad. Probablemente lo más valioso de La parte automática sea la gradual búsqueda de sus orígenes que necesita ser resignificada.