La historia sin fin Verdadera proeza dentro del panorama de la producción actual, La película infinita (2017) se convierte en un documental imprescindible que rastrea obras malditas de la cinematografía nacional para ubicarlas en el lugar que merecen, o, al menos, permitirles que se exhiban donde tienen que ser vistas, el cine. Leandro Listorti, cual arqueólogo, estuvo durante años detrás de mitos y leyendas urbanas que atraviesan la producción fílmica local. Los proyectos perduran en la oralidad y en el rastreo de los mismos, es donde obtienen un sentido diferente más allá de la obsesión de la pesquisa. Listorti los resemantiza, encuentra las latas con el fílmico y selecciona algunos fragmentos de películas configurando un nuevo relato, imposible, duro, áspero, pero que se ubica a en la categoría de evento dentro de la experiencia colectiva y cinematográfica. La edición de Felipe Guerrero (Oscuro animal), además, posibilita un juego en el que el espectador debe reconstruir la ruta y el camino hacia ellas, y detectar índices a partir de la utilización precisa y minuciosa de fragmentos inéditos de los films. Obra abierta, entonces, la multiplicidad de significantes imposibilitan una lectura lineal y unívoca, transformando cada proyección en una nueva posibilidad. Como si fuera un “Elige tu propia aventura”, Listorti apela a un espectador con conocimiento, y si no fuese así quien lo encuentra, le ofrece algunos disparadores para que la infinidad de su película continúe luego de ser exhibida. Si se quiere una interpretación rápida, un procedimiento, de doblaje de algunas escenas por sus protagonistas, una mujer (Rosario Bléfari) que transita barrios y puertos de Buenos Aires, arma un escenario posible dentro las miles de posibilidades que se pueden llegar a presentar y pensar. El hilo conductor de ese relato será la desaparición de alguien. Desaparición que funda el sentido de La película infinita, aun sabiendo que en ella nada está colocado arbitrariamente o al azar, pero que en la pérdida de presupuesto, de elenco, de financiación, terminaron momentáneamente con las películas. La continuidad de este nuevo relato puede provenir desde una caminata frente a cámara, un travelling, un sonido que nexa contextos, no materiales, o un destello de color en el lugar equivocado, pero que unifica la trama. Hay una obsesión por aquello que moldea la infinitud de la propuesta. No son simples los proyectos con los que se nutre de materia prima el director. Y si Lucrecia Martel sobrevuela la película, por ejemplo, no es porque ella participe directamente de algún fragmento escogido, sino porque dos proyectos malditos, la interpelan y refieren desde la pantalla. El Eternauta (1968) de Hugo Gill y Zama (1984) de Nicolás Sarquís, fueron dos obras que la autora trabajó, en el primer caso la estuvo por adaptar y en el segundo finalmente, con todos sus obstáculos, pudo concretar. Ambos estuvieron perdidos, pero Listorti llegó a ellos, y los presenta, como un tesoro, un botín que también refiere a lo efímero de una industria que abraza y expulsa con la misma facilidad a aquellos que la integran sin permitirles terminar sus obras.
Las listas de películas que jamás llegaron a existir suelen ser fascinantes. Sea por problemas de presupuesto, por el contexto sociopolítico, un buen número de producciones quedan sin concluir. De hecho, la mayoría no pasan de los storyboards. Incluso es habitual en Hollywood, y varios directores consagrados padecieron esa situación. El Napoleónque iba a dirigir Stanley Kubrik es un ejemplo paradigmático. Y casos como el de la adaptación de la novela Duna por parte de Alejandro Jodorowsky y Superman Lives, de Tim Burton, dieron pie a documentales. Y Terry Gilliam estuvo durante años en esa área por su demorada versión del Quijote. Argentina también tiene una buena cantidad de proyectos inconclusos, tanto a nivel industrial como del lado de la independencia. En La Película Infinita, Leandro Listorti recopila gran parte de ese material. Con narraciones ocasionales de Rosario Bléfari y Edgardo Cozarinsky, la película está conformada por escenas (algunas sin sonido), pruebas de cámara y otros fragmentos de films perdidos u olvidados, de diferentes épocas, géneros y presupuestos. Se suceden imágenes de producciones ambiciosas, como el primer intento de adaptar la novela Zama, de Antonio Di Benedetto, por parte de Nicolás Sarkis en 1984. Desfilan planos de Ceibo y Taba, la que iba a ser la ópera prima de Santiago Calori (periodista y director de Un Importante Preestreno). Surgen partes de películas a cargo de Mariano Llinás, Martín Rejtman y Alejandro Agresti, probando que hasta los cineastas nacionales con más prestigio pasaron por esa situación. Un caso especial es el de El Eternauta: se ven secuencias de la versión animada de 1968, dirigida por Hugo Gil, y también por allí es posible descubrir algo de la anunciada y nunca producida adaptación de Lucrecia Martel. Listorti no agrupa cada fragmento según un orden establecido (recién al final, durante los créditos, figuran los títulos de los films utilizados), y tampoco le imprime un intento de narración clásica, sino que hay un caos buscado desde el principio. De esta manera, funciona como una experiencia cinéfilo-sensorial para devotos del séptimo arte. La Película Infinita podría haber sido un documental rutinario acerca de films que lo lograron ser, y hubiera quedado un trabajo muy interesante y valioso. Sin embargo, Leandro Listorti eligió un camino diferente. El resultado no es para todo el público, y hasta puede terminar siendo abrumador, pero gana en audacia y originalidad.
La película infinita, de Leandro Listorti Por Gustavo Castagna Restos de películas que no fueron, fragmentos que parecían perdidos, de un pasado ya lejano, de otras décadas, de otros cines y de mundos diferentes. Listorti se apropia de algo que no llegó a ser y lo convierte en material novedoso desde un lugar donde se fusionan el historiador y el restaurador. No hay cabezas parlantes ni textos explicativos, no hay lugar para los lamentos sino para la reconstrucción de un paisaje que se perdió y que en menos de una hora resucita desde las ideas de un director. A la manera de Sucesos intervenidos (2014), emprendimiento colectivo sobre aquel mítico noticiero, La película infinita emplea esos materiales para darles una nueva dirección: por momentos caótica y dispersa, en otros sustentado en una narración que apela al “collage ordenado”, los fragmentos de una docena de títulos entre cortos y largos construyen un rompecabezas cinéfilo repleto de fantasmas, de sensaciones antes que de certezas, de infinito continuo pero también de inminencia de pantalla en blanco, de lugar fantasmal y de vacío eterno. Mirando este extraño trabajo de Listorti, que provocará euforia e irritación en dosis similares, recordé el final de Irma Vep de Olivier Assayas con esos curiosos efectos especiales que surcan el rostro y el cuerpo de Maggie Cheung hasta llegar a la pantalla-fantasma. En el recorrido de Una película infinita, que a su manera es una película de fantasmas, se permite la mirada quirúrgica del cinéfilo: imágenes de una joven Ana Katz, de La neutrónica explotó en Burzaco de Agresti, de aquella primera versión de Zama dirigida por Nicolás Sarquís, de Ángel Magaña en El juicio de dios de Hugo Fili. Luego, con los créditos finales, aparecerán los nombres de Llinás y Rejtman, entre otros, y una “maldición” que parece rondar por el nombre de Antonio Di Benedetto ya que dos “frustradas” adaptaciones de su obra se visualizan en el trabajo de Listorti. Sin embargo, también el catálogo del cinéfilo ansioso queda en blanco y la película infinita ahora sí terminará para que los fantasmas se vayan a descansar. LA PELÍCULA INFINITA La película infinita. Argentina, 2018. Dirección: Leandro Listorti. Producción: Paula Zyngierman y Leandro Listorti. Montaje: Felipe Guerrero. Diseño sonoro: Roberta Ainstein. Producción ejecutiva: Paula Zyngierman. Productor asociado: Gustavo Beck. Con las voces de Rosario Bléfari y Edgardo Cozarinsky. Con: Rosario Bléfari, Héctor Alterio, Ana Katz, Pepe Soriano, Jazmín Stuart, Charo López, Julia Elena Dávalos, Ángel Magaña, Romualdo Quiroga, Alba Mujica, Mario Pardo, Joaquín Bonnet, Yael Ken, Damián Dreizik, Roberto Bonomo, Osvaldo de La Vega, Alejandro Ocón, Rita Armani, Jorge de La Riestra. Duración: 56 minutos.
La película infinita está conformada por escenas de películas argentinas que nunca terminaron de filmarse o fueron proyectos cancelados solamente habiendo llevándose a cabo algunas pruebas de cámara. Un recorrido por el que se puede conocer lo que hubiese sido Zama (1984) de Nicolás Sarquis, La Neutrónica explotó en Burzaco (1984) de Alejandro Agresti, dos versiones de El Eternauta, la animada de 1968 de Hugo Gil y la de Lucrecia Martel de 2009, entre otras. Leandro Listorti, director del film, quien trabaja como archivista en el Museo del Cine, recopila esos momentos que quedaron truncos y el editor Felipe Guerrero se encarga meticulosamente del montaje ya que no es un documental sino que está más cerca del cine arte. La película infinita es un interesante proyecto que irónicamente dura 54 minutos y es un viaje al mundo del cine argentino de las últimas cinco décadas.
La invocación del concepto infinito que estampa el cineasta va desde la mirada que uno puede darle, la cual no tiene límite ni final, aunque toda obra no es infinita, ese conjunto de ideas que alguna vez aspiraron a la pantalla fueron proyectos cancelados, interrumpidos a medio camino o por diversas razones jamás concluidos. Verán una historia sobre lo que no fue. “La película infinita” es un documental de creación en blanco y negro/ color, dirigido por Leandro Listorti, con trozos inconexos de cintas argentinas montadas de forma en la que quedan exactamente regulados los momentos de apertura y cierre. Como a través de un espejo roto, los restos de aquello que en su instatnte no pudo ser vuelven a la vida para brindar imágenes tan oblicuas y fascinantes como las de un sueño. Fragmentos que sirven para construir esta especie de historia paralela del cine. Se centra en lo maravilloso que es mirar y escuchar, y la necesidad de querer que nos cuenten una historia. Pretende, también, concientizar sobre el estado de los materiales y las consecuencias. Una narrativa extraña, que te sumerge entre lo onírico y el realismo, la inclusión de diferentes historias, en un conjunto bien ordenado. La misma es un complejo mecanismo cinematográfico que parece creado siguiendo el Método Frankenstein, ensamble de una serie de films inconclusos, un viaje entre la ceración y el olvido, donde Listorti los reúne, los transforma, para ser llevados otra vez al cine con un nuevo destino en común. Entre el material descartado que fusiona el film encontramos los dibujos animados de “El eternauta” (1968) realizados por Hugo Gil, “El ocio” (1999) de Mariano Llinás y Agustín Mendilaharzu, y “El juicio de Dios” (1979) de Hugo Fili. En síntesis, es un relato fragmentado con recursos de documental y ficción que, debido a sus elementos, es una excelente opción para que inspeccionen los cineastas. Por supuesto no se trata de pensar en el concepto de narración en el sentido más clásico, por lo cual para el resto de los espectadores es la posibilidad de asomarse a un tipo de película que no suele tener tanta exposición. Se encontrarán con una cinta de carácter ecléctico, con una gama amplia de temas donde cada espectador podrá encontrar su propio largometraje. Tal vez en esa posibilidad de permanente relectura radique el carácter infinito al que se alude desde el título, aunque paradójicamente se trate de una película bastante corta.
La mexicana María Cristina Alemán lo explica muy bien en el sitio web del Festival Internacional de Cine de Morelia. En inglés, la expresión Found footage remite al material audiovisual presentado fuera de su contexto original. A diferencia de las imágenes creadas para una obra en particular, éste es –según dicta la traducción literal– un “metraje encontrado” en algún archivo público o privado, y reutilizado con la intención de resignificarlo. A esta categoría pertenece la nueva obra de Leandro Listorti, La película infinita. De hecho, el co-equiper de Albertina Carri a la hora de montar la impresionante Cuatreros esta vez amalgamó fragmentos de largometrajes nacionales que quedaron truncos. Por ejemplo, El juicio de Dios de Hugo Fili, Sistema español de Martín Rejtman, La neutrónica explotó en Burzaco de Alejandro Agresti, la versión de Zama que Nicolás Sarquís intentó dirigir tres décadas antes que Lucrecia Martel, la adaptación animada del Eternauta a cargo de Marco Bertolini y Hugo Gil. A partir de esta propuesta, el realizador, docente y actual titular del área técnica del archivo del Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken revierte la suerte adversa que les tocó a esas producciones también llamadas huérfanas: de inconclusas, y por lo tanto sin posibilidad de estreno, a conformar un homenaje singular a la condición imperecedera e inagotable del séptimo arte. Esta película es tan infinita como el trabajo de archivista. A menos que nuestro país deje de producir cine (a veces agita este temor el devenir del INCAA en manos del actual Gobierno), la obra de Listorti podrá actualizarse ad æternum con la incorporación de fragmentos de nuevos proyectos fallidos para quienes miran el cine bajo una lupa exclusivamente comercial, reveladores para quienes lo entienden como expresión cultural e histórica. Ante esta versión de 54 minutos de duración, algunos espectadores imaginamos el cuidado que se les dispensó a las cintas encontradas en las instancias de reconocimiento, clasificación, limpieza, reparación, eventual digitalización, montaje. Desde este punto de vista, el trabajo de Listorti resulta tan admirable como aquél que realizó para la mencionada Cuatreros. Resulta inquietante la proyección de estos metrajes sin el audio original, y en cambio con una mezcla de música, silencios y las voces de Edgardo Cozarinsky y de Rosario Bléfari (que se dobla a sí misma). Como Sergio Wolf en Viviré con tu recuerdo, aquí también algunos espectadores intentamos leer labios, por ejemplo, aquéllos de Ángel Magaña en El juicio de Dios, de Pepe Soriano durante una prueba de maquillaje, de la Coca Sarli en quién sabe qué contexto. De ésta y de otras maneras, el público participa del esfuerzo restaurador. Por eso, y porque cita a otros autores, la película de Listorti es –además de infinita– una obra colectiva.
Este filme ensayo del realizador, crítico e investigador toma materiales y escenas viejas películas argentinas abandonas o inconclusas para contar una suerte de historia oculta o paralela del cine nacional. Va los domingos a las 18 en el MALBA. El multifacético Leandro Listorti (LOS JOVENES MUERTOS) combina en LA PELICULA INFINITA dos de sus pasiones cinéfilas: la investigación sobre material de archivo y la realización cinematográfica. A partir de ese found footage que tiene como característica principal proceder de películas argentinas inacabadas o no estrenadas, Listorti crea un rompecabezas que es a la vez un collage y una historia sobre un cine que no fue. Desde la malograda ZAMA, de Nicolás Sarquis, a proyectos iniciáticos de Martín Rejtman, Mariano Llinás y Agustín Mendilaharzu, pasando por imágenes de películas desconocidas y cuyos títulos se revelarán sobre el final (la verán allí a una muy seductora Isabel Sarli), la película de Listorti parece plantear casi una coda o una breve historia alternativa del cine argentino armada a partir de retazos, sobrantes, todo aquello que fue filmado y que, por distintos motivos, no llegó a verse en la pantalla. Imágenes que muestran que bellas escenas o grandes momentos no siempre necesitan una historia clara que los acompañen y que miles de ellos yacen perdidos en ese limbo de las películas que no fueron. Listorti no trata de armar una falsa trama que las conecte ni intenta organizar los planos en función de temáticas o figuras visuales específicas, sino que dedica su tiempo a cada una de ellas (Rosario Bléfari hace un curioso tour de force actoral con asesinato a quemarropa y todo) y permite que el espectador complete lo que, supone, allí puede faltar. Impacta, sin dudas, ver algunos planos de ZAMA, de Sarquís, especialmente luego de ver la de Lucrecia Martel. Si uno se deja que su imaginación viaje a partir de lo que sugieren esas escenas no es difícil pensar que estaba allí también el germen de otra gran película.
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Después de su reciente paso por la Competencia Argentina del 20 Bafici, se estrena La película infinita de Leandro Listorti. Retazos de filmes que no fueron vuelven para dar vida a un objeto único y nuevo. En La película infinita el montaje cuenta más que lo que lo hace siempre. Cuenta una trama y cuenta como parte primordial de las herramientas utilizadas cinematográficamente. Ensamblando fragmentos de filmes cancelados o inconclusos y hasta storyboard o pruebas de vestuario y maquillaje (de Sarquís a Llinás, de Martel a Rejtman y muchos más), Listorti arma una narración extraña y rarificada que estructura un film onírico al que la sucesión imbricada por el montaje da forma. Frankenstein argentino que mezcla rostros conocidos (Rosario Bléfari, Pepe Soriano, Isabel Sarli, Ana Katz, Jazmín Stuart, Ángel Magaña, Damián Dreizik, etc.) que atraviesan años y se reúnen en otra cosa distinta a la de sus fines originales, La película infinita da continuidad orgánica a pedazos inconexos y diversos a partir de una búsqueda que pone en alianza colores y blancos y negros y caminatas y cruces del pueblo a la ciudad, sin sonidos o con voces en off que no sabemos tampoco si pertenecen a las imágenes sobre las que se proyectan y, especialmente, sin pretender una finalidad cerrada ni incuestionable. Puede que el espectador cinéfilo se pierda en querer descubrir nombres de actores y actrices y de películas cuando claramente el juego es dejarse llevar por lo que ahora se cuenta en un nuevo revivir ante nuestros ojos asombrados.
Archivista, realizador e investigador, pero sobre todo artista, Leandro Listorti reune en esta película fragmentos de otras películas, argentinas todas, que no se concluyeron, que quedaron truncas, que planearon como sueños sin cuajar. El resultado, que no pretende la cronología ni el análisis sino la recuperación de un tiempo no perdido sino posible, es un ensayo poético donde todo el cine (argentino, pero universal) juega a existir. Infinito: porque no se terminó y porque, ahora plasmado, puede ser eterno.
¿Qué pasa con el material filmado cuando una película argentina queda inconclusa? Lo más probable es que quede olvidado, guardado para no ser visto nunca más. Gracias a una idea muy original de Leandro Listorti, algunos de esos planos y escenas que quedaron perdidas ahora son parte de un nuevo film, La película infinita. Listorti es especialista en archivo y trabaja en el Museo del Cine. Fue encontrando fragmentos de películas que no habían podido terminarse por distintos motivos y decidió juntarlos en un film que le da valor a la recuperación de estos materiales destinados al olvido. Los fragmentos pertenecen a películas de Mariano Llinás, Martín Rejtman, Mariano Pensotti y Nicolás Sarquis; algunas de las imágenes recuperadas están en color y otras en blanco y negro; son más cercanas o más lejanas en el tiempo; aparecen actores reconocidos de distintas generaciones como Pepe Soriano, Héctor Alterio y Ana Katz. El director encontró la forma de combinar todo en un solo film que genera curiosidad y fascinación. Si cada parte muestra algo concreto que se rodó y permite imaginar cómo hubiese sido la película para la que fue filmada, el montaje elegido le da un nuevo sentido en relación con las otras partes, dejando latente la posibilidad de otras combinaciones. La película es infinita porque encierra a otras que existen como una potencialidad.
Después de mostrarse largamente en el Malba, llega al Gaumont la película de Leandro Listorti, director, crítico e investigador, que ha realizado un trabajo original, una reflexión sobre el cine, las pérdidas, la nostalgia de lo que no fue y todavía permanece. Tomó materiales, escenas de viejas películas inconclusas, abandonadas, inacabadas, no estrenadas. Y con esas escenas, tomas de maquillaje, sin un relator, ni un hilo conductor, ordenó un recorrido que provoca en el espectador muchas sensaciones. La necesidad de saber, de interpretar, de descubrir un significado oculto, de enorme seducción e interés. Como si esas escenas (minuciosamente detalladas al final de la película) que contienen entre otras un intento de versión de “Zama” de Nicolás Sarquis, proyectos de Martín Rejtman, Mariano Llinas, Agustín Mendilaharzu, con rostros conocidos comos los de Pepe Soriano o Angel Magaña o Rosario Bléfari. Un rompecabezas fascinante que contiene climas, escaleras, momentos sombríos o luminosos, como secretos confesados a medias, susurros inteligibles pero que nos atrapan desde el comienzo al final. Material descartado, proyectos que no fueron, un cine que no existió pero que aquí cobra vida y nos permite fantasear a cada espectador con una trama propia y única.