Devorador de almas. El terror como género continúa ampliando su espectro y hoy La Posesión (From a House on Willow Street, 2016) funciona como un ejemplo perfecto de esta diversificación, tanto por lo inusual del país de origen como por los ingredientes que intervienen en la propuesta en sí: sin ser una maravilla del séptimo arte, esta interesante producción sudafricana resulta difícil de definir en materia estilística ya que va mutando a lo largo del metraje, lo que en términos prácticos es una de las características distintivas y más sanas del horror, casi el único rubro cinematográfico en el que aun hoy se siguen superponiendo registros para dar vida a experiencias -en mayor o menor medida- de naturaleza múltiple/ híbrida. En tiempos donde la mayoría de los cineastas adopta una sola premisa con frutos por lo general mediocres, resulta más que bienvenida la actitud de dejarse llevar por la “sed de combinar”. La historia comienza con una banda de cuatro miembros, compuesta por Hazel (Sharni Vinson), Ade (Steven John Ward), James (Gustav Gerdener) y Mark (Zino Ventura), que secuestra a Katherine (Carlyn Burchell), hija de un distribuidor de diamantes, con el fin de pedir un suculento rescate. Por supuesto que la empresa desde el vamos sale mal porque nadie de la familia de la chica contesta las llamadas de los captores o acusa recibo de un video que grabaron con Katherine encadenada, circunstancia que los obliga a volver a la casa de la abducida para chequear qué ocurre. Allí encuentran a los padres en su dormitorio y a dos sacerdotes en el sótano, todos asesinados de manera brutal. Luego, al examinar filmaciones de la propia Katherine y de un intento de exorcismo, la banda descubrirá que el responsable máximo es un tal Tranguul, un espíritu del averno que devora almas torturadas. Como señalábamos anteriormente, la película se transforma a medida que avanza aunque consigue mantener una singular coherencia entre las transiciones de cada caso: arranca como una heist movie con elementos de thriller de invasión de hogar, a posteriori deriva en un típico film de posesiones que incorpora toda esa dialéctica de “miedos maximizados e individualizados” a la Galaxy of Terror (1981) y Event Horizon (1997), y finalmente termina en la línea de una epopeya de entidades religiosas y todopoderosas, para colmo anexionando detalles propios de los relatos de zombies. El guión de Jonathan Jordaan y el también director Alastair Orr, a partir de una historia original de Catherine Blackman, recupera el impulso furioso y deforme de la clase B de décadas pasadas para construir una trama algo predecible pero muy dinámica, capaz de atrapar al espectador desde el inicio. A decir verdad las actuaciones son un tanto erráticas y los que mejor salen parados son Ward y las dos señoritas, Vinson y Burchell, dentro de un convite humilde y sincero que utiliza de manera juiciosa su presupuesto y hasta ofrece unos CGI bastante bien realizados con motivo de la secuencia final y de esas “extremidades” símil serpientes que emergen de la boca de los posesos. Si bien la primera mitad funciona mejor que la segunda parte, La Posesión se las arregla para entretener y dar forma a una odisea que logra revitalizar -con algo de ironía- un viejo concepto del horror, aquel centrado en el hecho de que sólo los que realmente sufrieron poseen la experiencia suficiente para sobrevivir los embates del destino (los cuatro raptores acarrean un pasado trágico, por ello son comida fresca para Tranguul). Orr apuntala un trabajo digno que sabe cuándo y cómo martirizar a sus protagonistas…
El tema es una banda que decide secuestrar a la hija de un comerciante en diamantes para pedir el brilloso rescate. Pobrecitos ellos se llevan a una chica poseída por un fortísimo demonio que ya despanzurró a su propia familia. Así que el teléfono para pedir el rescate no lo contesta nadie. El más pequeño de los problemas. Y luego la posesa se dedicara a hurgar en los secretos de cada uno de la banda, los asustará con muertos vivos y los transformará en monstruos que tienen una repugnante lengua de calamar. Muchos gore, golpes de efecto, luces apagadas y efectos violentos. El argumento es apenas una escusa para mostrar escenas técnicamente bien hecha con el solo objetivo de asustar.
Sangre y tripas a montones La Posesión (From a House on Willow Street,2017), dirigida por Alastair Orr, es una película de terror que cuenta la historia de una banda criminal que durante seis semanas traza un plan para secuestrar a Katherine (Carlyn Burchell), hija de un empresario joyero. Al irrumpir en la casa para cometer el hecho se encuentran con símbolos diabólicos y extraños, y una vez allí irán descubriendo que la chica en cuestión oculta un secreto de lo más oscuro y que sus vidas corren riesgo. A priori la trama del film es bastante interesante porque se desenvuelve de manera rápida y dinámica pero poco a poco va perdiendo fuerza y llega a ser lenta por momentos y con un final bastante predecible. Sin embargo el punto más alto de la cinta está en la parte técnica, es decir, que son los efectos especiales y el maquillaje hacen que las cosas sean más creíbles para un género de terror como este, lo cual es muy importante. Las actuaciones son correctas pero tampoco les ayuda el poco desarrollo de personaje, siempre en este tipo de películas lo que importa son mostrar tripas y sangre lo más gore posible y causar una reacción en el espectador, y en algunas escenas La Posesión lo hace. Para ser una película de bajo presupuesto y con todo lo que eso implica, en cuanto a la realización de la misma, La Posesión, la cual se estrenó el pasado 24 de marzo en Estados Unidos y recién en la Argentina este próximo jueves 27 de Abril, cumple con las expectativas de quien se interese en verla.
La posesión trabaja una temática que en el último tiempo el género de terror repite con regularidad. Otra vez nos encontramos ante una historia donde los villanos del relato terminan siendo las víctimas de las personas que intentan perjudicar. Hace poco la cartelera ofreció una premisa similar en No respires, de Federico Álvarez que tenía muy buenos momentos de suspenso. La película del director Alastair Orr trabaja una historia similar con la particularidad que incluye elementos sobrenaturales, relacionados con las posesiones demoníacas. A diferencia de muchas películas del género que llegaron a la cartelera en los últimos meses esta producción presenta un reparto de actores decentes y es una obra cuidada de los aspectos visuales. El director optó por una estética que remite a los filmes de la saga Saw y las escenas violentas están bien elaboradas. Lamentablemente desde la narración no consiguió evadir los numerosos clichés que presenta el argumento. La ambientación del relato es muy buena pero en ningún momento consigue que el argumento resulte aterrador. De todos modos no deja de ser un atractivo collage de subgéneros donde las historias de fantasmas, posesiones demoníacas y la violencia del slasher se combinan en un mismo conflicto. Si bien no es una obra relevante dentro del cine de terror, para los amantes del gore y las producciones clase B puede resultar entretenida.
La de terror de la semana viene de Sudáfrica. En Ciudad del Cabo, unos ladrones organizan el robo que les cambiará la vida, una serie de diamantes de una oscura mansión. Pero cuando entran, allí hay una mujer extraña a la que secuestran y tratan con crueldad y dureza. No se entiende bien el porqué de nada, excepto por el hecho de que son así de violentos. Y porque el secuestro sirve para pedir un millonario rescate. La posesión parte de una buena idea: la víctima es en realidad el verdadero peligro. Esa chica de ojos rojos es así de extraña porque, sí, está poseída por el demonio. Una posesa rocker. Hay una puesta algo torpe, efectos de sonido machacones y una narración apurada, pero cuando las cosas se pongan pesadas para ellos, entre seres con lenguas gigantes y muertos vivientes, también unos buenos sustos.
Poca novedad para una tosca propuesta Empieza como un policial: una bandita prepara un secuestro extorsivo. Parecen más bien modelos de una marca de ropa de tercera línea, pero se las ingenian para raptar a una chica, que -dicho eso con un buen chiste- claramente no estaba muy cómoda en esa casa. Claro: la secuestrada está poseída. Buen comienzo, al menos con un pequeño twist genérico en la catarata de terror adocenado que se produce en muchas partes del mundo y también, como en este caso, en Sudáfrica. Después de ese momento hay algo así como una hora de imágenes chapuceras, montaje tosco, cualunquismo argumental y gente muerta y/o en vías de hacerlo, ojos reventados y otras delicias que olvidaremos en pocos minutos.
Muchas veces creo haber repetido por acá que es encomendable cuando una película tiene buenas ideas pero no terminan de sostenerse, usualmente por falta de fondos económicos. From a House on Willow Street es una de dichas producciones, un cóctel de suspenso y terror que nunca termina de cuajar, ya sea por efectos mediocres o simplemente una falta de compromiso de parte del director por crear algo diferente en base a conceptos algo novedosos en el género. Dirigida por Alastair Orr -quien tiene en su haber varios horrores genéricos-, la cinta encuentra a un cuarteto de forajidos liderados por Hazel (Sharni Vinson, la heroína de la genial You’re Next), que pretenden lograr un golpe maestro y forjarse un futuro fuera de los alcances de la ley. Para ello deciden secuestrar a la hija de un magnate y hacerse con unos valiosos diamantes. Pero lo que el minucioso plan no les dijo es que secuestrarán a una muchacha que tiene una carga algo sobrenatural dentro de ella. Será cuestión de tiempo para que las cosas se descontrolen… Y cuando lo hacen, ahí es donde From a House… aburre. Poco a poco el galpón industrial que hace las veces de guarida del grupo se ve plagado de visiones escalofriantes e infernales, todas conectadas con los protagonistas y un vergonzoso error de su pasado. Lo que comenzó como una interesante cruza entre un thriller de secuestros y el horror de la posesión se convierte en un puñado de sustos de manual, donde ni siquiera los efectos prácticos sangrientos pueden subsanar una trama que no va a ningún lado. Ahí es donde entran las ideas novedosas que mencionaba antes. Mediante un video-diario que los ladrones tomaron de la casa de la secuestrada se enteran de la historia detrás de la posesión, un baldazo de exposición narrativa que de haberse presentado de otra manera hubiese funcionado sobriamente. Lo que sigue es un depliegue de todos los recursos a mano para el acto final explosivo, donde lenguas demoníacas y cantidades ingentes de fuego en pobrísimos efectos digitales aplastan los pocos y aplaudibles retoques de maquillaje que salvan ciertos momentos. Aparte de Vinson, el trío de masculinos en pantalla hacen un trabajo medido y servicial, mientras que la poseída Katherine de Carlyn Burchell sale más que bien parada con su interpretación, aportándole mucha fisicalidad a su personaje. La idea en el centro de From a House on Willow Street origina una mezcla de géneros que, de haberse encarado de otra manera, podría haber resultado fascinante. Por desgracia, los buenos momentos dentro de la hora y media de película se pierden en toneladas de exposición y efectos de producción mediocres, donde se nota que el proyecto se le fue de las manos al director y simplemente hizo lo que pudo para llegar al clímax, que abandona al espectador sin dejarle mucho a cambio, tal cual lo hace el último personaje en pie al final de la película. Otra oportunidad desperdiciada…
Una posesión sudafricana Aqui hay algo nuevo: terror sudafricano. Curiosamente la trama elude lo que podríamos llamar "color local", aunque de todas maneras en la trama de "La posesión" hay diamantes, demonios y rituales africanos, aunque básicamente el planteo es del típico argumento sobre un golpe criminal que deriva en un asunto sobrenatural. Una banda de secuestradores profesionales hace el minucioso seguimiento, durante seis semanas, de una chica que se convertirá en su víctima, dado que su padre esconde una fortuna en diamantes mal habidos, obviamente el botín del secuestro. Pero cuando llega el momento de concretar el asunto, hay una serie de situaciones extrañas, que empiezan con luces que se prenden y apagan con intermitencia, y siguen con el hallazgo de que en la casa donde vive la secuestrada y su familia no queda nadie para pedir el rescate, salvo cadáveres en estados horripilantes y una serie de apariciones espantosas. Este film tiene varios problemas, empezando por el hecho de que se toma en serio eso de estudiar un mes y medio a una familia y perderse detalles gruesos como el de una posesión demoníaca da para el chiste-, a lo que hay que agregar cierto desorden narrativo. Eso sí, hay una generosa dosis de gore y los efectos son excelentes.
La posesión, de Alastair Orr Hace apenas un par de meses comentábamos el estreno de un film, Intrusos, con un planteo argumental al que zumbonamente rotulábamos como “a los cacos le salió el tiro por la culata”. A este planteo al que todavía no nos animamos a llamar subgénero pertenece La posesión, el film que hoy nos ocupa, y en ambas de lo que se trata es de poner en escena situaciones en donde un grupo de malvivientes irrumpe en un hogar presuntamente indefenso para darse cuenta de manera inesperada y desagradable que la víctima es más peligrosa que ellos. Si la primera estaba además encuadrada dentro de las Home Invasion Movies, está ultima lo hace dentro del de las películas de secuestro particularmente los secuestros que salen mal. Y si le buscamos la vertiente sobrenatural que es la aquí explotada tampoco le faltan antecedentes. No antecedentes ilustres claro, porque una película como Susurros de terror (2007) pasó sin pena ni gloria, pero sirve para darse cuenta que la idea tampoco es nueva. Los secuestradores son una banda de cuatro liderados por una chica, Hazel (Sharni Vinson), que después sabremos que tiene razones más personales que las supuestamente estratégicas para elegir el blanco. Lo mejor que se puede decir de tal grupete es que se lookean con entusiasmo, y que con sus peinados modernos y ropas cancheras, podrían tranquilamente pasar por una banda de rock alternativo. Eso sí, como secuestradores son bastante ineficientes. Para justificarse ante sí mismos (y ante el espectador) y además justificar la movida se nos presentan como en una situación desesperada. Antes de salir al rudo Hazel les (nos) larga un “es nuestra última chance de vivir una vida normal” que suena muy poco convincente, más aún que viendo lo que gastaron en tecnología no parecen estar tan de última. La victima en cuestión, Katherine (Carlyn Burchell, que está bastante bien como una especie de Barbara Steele en jogging) es la hija de un millonario comerciante de diamantes que desde un principio se ve bastante perturbada. Su pinta y la forma de aparecérseles, además del el ambiente enrarecido de la casa ya les grita a sus captores en la cara que deberían desconfiar de la situación apenas entran. El problema es que ellos no se apiolan pero el espectador enseguida se da cuenta que está todo mal con esa gente y que parece que se están llevando secuestrada a Linda Blair directo desde la cama de El Exorcista, así que queremos suponer siendo bien pensados que los realizadores no iban por la sorpresa. Una vez que llevaron a la rehén al lugar de cautiverio, una fábrica abandonada, se van a empezar a dar cuenta que no fue una buen idea, que la víctima está poseída por un demonio y que ellos están justo en su camino de salida. A partir de ahí (en realidad de mucho antes) todo se vuelve previsible y vamos con las escenas de manifestación demoniaca, zombificación, visiones de pesadilla y muertes horribles. Como los secuestradores son además bastante exasperantes, el pasaje de victimarios a víctimas y la necesaria identificación se hace muy cuesta arriba y lo que sucede es que van cayendo sin que a uno le importe demasiado. La locación de la fábrica abandonada le va a dar al film una atmósfera de tonalidades cobrizas y un ambiente oscuro, sucio y herrumbroso que debería acompañar el relato. Todo es bastante obvio y hasta el recurso pobre de que se enteren (y nos enteremos) de lo que había pasado previamente con Katherine a través de unos tapes de video que encuentran de casualidad demuestra por parte de los autores una actitud bastante perezosa. Otra muestra de que aquí los secuestradores no son los únicos indolentes y el secuestro no es lo único fallido. LA POSESIÓN From a House on Willow Street. Sudáfrica. 2016. Dirección: Alastair Orr. Intérpretes: Carlyn Burchell, Zino Ventura, Sharni Vinson, Steven John Ward, Gustav Gerdener. Guión: Catherine Blackman, Jonathan Jordaan, Alastair Orr. Música: Andries Smit. Edición: Alastair Orr. Duración: 88 minutos.
EL PROBLEMA DE LA INSEGURIDAD No sería esta la primera película que intenta colarse en el terror demoníaco partiendo desde otro género, más específicamente del policial, terreno muy fértil para que la adrenalina fluya de otra manera y capte la atención del espectador hasta que la historia se convierta en lo que quiere ser. En el caso de La posesión (traducción anodina si las hay para el subgénero, a estas alturas) cumple con esa premisa de plantear el escenario de un hecho policial -en este caso el secuestro de una joven- que se les irá de las manos cuando la víctima no sea alguien fácil de manejar, al menos en este mundo. El director olvida las sutilezas y nos presenta un intento criminal violento sin demasiado sentido, sobre todo porque quien parece liderar y a la vez haber originado intelectualmente el crimen, es más bien complaciente con su víctima y hasta le explica el porqué de su proceder. El resto de los pandilleros son toscos, aunque parezcan preocupados por su estética y se ponen como locos ante cualquier eventualidad inicial sin ninguna razón práctica o justificación. Claro que dichas eventualidades pasan a hacerse cada vez más serias y van de las apariciones espectrales y visiones inquietantes a las acciones directas de esas ilusiones para dañar al grupo. Cuando piensen en hacer algo para revertirlo será tarde, ya que la víctima de su secuestro es quien origina el mal que los aqueja. El problema más grande que tiene la película es la coherencia, algo que pierde en la misma proporción en la que intenta captar la atención. Cuesta engancharse al principio por lo torpe de las acciones y cómo son presentadas, a pesar de que no parece faltar presupuesto en esta producción sudafricana. Si bien la protagonista Sharni Vinson viene de destacarse en un personaje digno en la bien valorada Cacería macabra, aquí se derrocha su intensidad y termina siendo poco disfrutada su participación. La chica poseída y los rufianes no están del todo mal, pero en ningún momento se los puede tomar en serio, quizás por sus líneas en el guión y lo poco sensato de lo que sucede a su alrededor. Cuando todo esto intenta encausarse en una explicación de manual, a través de una serie de videos, ya es un poco tarde para tomarse en serio al bodoque. Y más cuando esa explicación parece ser un permiso irrestricto para que el demonio o lo que sea que posee a más de un cuerpo a partir de allí, tenga unos límites a su accionar bastante extraños. Por ejemplo, es capaz de detener balas a lo Magneto de X-Men o Neo de Matrix y ejercer un dominio telekinético de lo que lo rodea pero no de quitarse un simple grillete, y al mismo tiempo puede recibir un palazo por la cabeza y ser afectado como un mortal más. Luego los poseídos -contagiados y de inmediato comportamiento típico de zombies- exhiben unas lenguas con protuberancias para atacar a su víctima pero se demoran en hacerlo una eternidad, y se ponen a jugar como si el equipo de fx estuviese orgulloso del resultado en pantalla y necesitara mostrarlo para que no quede ninguna duda. El final no se hace menos lamentable y aunque se trate de una película breve, desearemos con pasión que no se repita la experiencia, y que si tiene que haber secuestros se filmen con cierta seguridad de lo que se quiera contar.
Unos criminales raptan a una joven, hija de un mercader de diamantes, para pedir un rescate. Pequeño problema: la joven en cuestión, poseída por una entidad malvada, hizo que no haya nadie para pagar. Bueno, sí, los propios criminales. Versión terrorífica de “El rescate del Gran Jefe Rojo”, con algo de “Depredador”, tiene mejores intenciones que aciertos formales. Una rareza llegada de Sudáfrica, cinematografía que casi desconocemos por completo.
Está claro que cuando algo puede salir mal, lo más probable es que salga mal, y aunque lo intentemos no hay vuelta atrás para remendar el hecho y que todo vuelva a fojas cero. Porque esto es lo que sucede en ésta producción sudafricana del director Alastair Orr, que le da otra vuelta de tuerca y cambia la perspectiva de la convencional historia de la casa invadida por espíritus malignos. Pese a ser una narración clásica de las películas de terror, que nos mantiene en vilo hasta que aparece el monstruo de turno y luego vemos las luchas con sus víctimas, aquí entra en juego otro condimento original, que no está instalada en el sótano de la casa o detrás de las paredes sino en las propias almas atormentadas de cada uno que se cruce con el demonio Tranguul. Ellos, la banda de criminales liderada por Hazel (Sharni Vinson), son cuatro personas que planean capturar a una chica que vive en una mansión con sus padres y pedir un rescate que los salve económicamente para siempre. Al ejecutar el plan se llevan a Katherine (Carlyn Burchell) y la esconden en un sótano tenebroso de un galpón abandonado, cuando comienzan los problemas y las sorpresas, que descolocan a los delincuentes y no entienden el por qué. Aunque lo intenten tapar, borrar de sus cabezas, las pesadillas de cada uno de los secuestradores los persiguen a todos lados y se encontrarán peleando con el devorador de las almas atormentadas. Con un ritmo vertiginoso, que casi no da respiro, porque suceden continuamente cosas que los personajes intentan sortear, va in crescendo el relato, con la utilización de los clichés y artilugios conocidos por todos, donde la noche es un protagonista esencial e iluminarse con linternas permanentemente le aporta una cuota de incertidumbre y misterio al no poder ver qué es lo que se oculta en la oscuridad. Porque, en definitiva, cada uno de los secuestradores se tiene que enfrentar a sí mismos, cara a cara con los traumas que sobrellevan y que puede ser más duro, difícil y escabroso que combatir a un ente del más allá.
Este film se inspira en el conocido “caso Vallecas” ocurrido a inicio 1990 cuando una adolescente muere unos días después de haber estado en contacto con una ouija junto con sus compañeras de colegio en el sótano del mismo. Se sentía la presencia de elementos paranormales, a los que no se les encontraba una explicación lógica, hallaron manchas, puertas que se abrían solas y la policía termina aceptando que algo paranormal se aloja en el lugar. Luego a través del flashback los espectadores van recabando más información, momentos demoníacos, humor, bien logrados los tonos oscuros, presencia del mal, al público lo sacuden los ruidos y gritos, se generan los climas, cuenta con la buena fotografía de Pablo Rosso (saga REC). Hay que destacar la actuación de la joven Sandra Escacena (Veronica), mientras el resto del elenco lo hace correctamente: Bruna González (Lucía), Claudia Placer (Irene) e Ivan Chavero (Antoñito). Un film que utiliza todas las fórmulas de terror y termina resultando ideal para los seguidores del género.