Con el miedo a otra parte Blumhouse Productions es una de las grandes productoras del mundo de películas de género. Bajo sus hombros tienen films como La noche del demonio (Insidous), Sinister y la saga de Actividad Paranormal (Paranormal Activity). Y si bien la mayoría de ellas lejos están de ser películas de calidad cinematográfica, en gran medida cumplen con el propósito de generar el susto y resultan entretenidas. Hasta que llega a los cines La resurrección del mal (Havenhurst, 2016) para romper con este esquema, la cual se trata de una película mediocre en todos los sentidos. La historia se sitúa en el hotel residencial Havenhurst en Nueva York, el cual es administrado por una señora bastante mayor (Fionnula Flanagan) cuya función es alojar allí a adictos a diversas materias (alcohol, drogas, prostitución) en proceso de rehabilitación. La única condición es que no recaigan en esos hábitos, de lo contrario serán desalojados. Jackie (Julie Benz) llega al hotel luego de pasar por una adicción al alcohol, pero su verdadero motivo del alojamiento es realizar una investigación acerca de lo que sucede allí. Allí se encontrará con Sarah (Belle Shouse), una niña vecina quien le recordará a su propia hija. No mucho más que eso. En principio algo de la trama nos acerca a El juego del miedo (Saw, 2004) donde el mal sanciona la lujuria, indecencia y todo lo que remita a actos inmorales. Pero lejos de lo que sucede en esa saga, en La resurrección del mal no existe (o al menos no se da a conocer) alguna motivación para atentar contra sus víctimas. No encontramos tampoco durante sus 80 minutos una coherencia en la trama: por momentos se indaga sobre el terror psicológico, en otros sobre la culpa que siente Jackie por su pasado y en otras oportunidades se vuelve un caso policial. En conclusión, no nos ofrece nada nuevo y es posible que tampoco lo intente. Toda la película es un cúmulo de lugares comunes sin sorpresas o con un toque de originalidad. Ni siquiera es posible construir empatía con los personajes: nada de lo que les pase nos interesa demasiado.
El susto del volumen Las películas de miedo de Blumhouse Productions - la fábrica de las Actividad Paranormal, La noche del demonio, La noche de la expiación, Sinister - son todas mediocres y prescindibles hasta que llega algo como La Resurrección del Mal (Havenhurst, 2016). Entonces se hacen extrañar. Con lo derivativa que se ha puesto la producción de la Blumhouse, aunque sea podemos contar con sustos que se nutren de la puesta en escena y requieren un poco de esmero. La Resurrección del Mal no tiene ni eso. El nivel de creatividad de la película nunca pasa de mostrar una figura que se escabulle fuera de foco - o está muy cerca o muy lejos de la cámara - al compás de un agresivo estruendo. Ése es el primer y último susto del film. En el medio hay más de lo mismo, además de algunas escenas de tortura, que dan más asco que miedo. 80 minutos es demasiado. La historia está situada en Nueva York, en el hotel residencial Havenhurst, que por fuera parece el edificio de El bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968) y por dentro el hotel de Barton Fink (1991). Havenhurst es regentado por una viejita (Fionnula Flanagan) que aloja a adictos en proceso de rehabilitación en su edificio con la condición de que no recaigan en sus viejos hábitos, so pena de ser “desalojados” misteriosamente. Todo esto huele al esquema de El juego del miedo (Saw, 2004), en el que el mal castiga la inmoralidad, aunque los amos de Havenhurst no tienen ninguna motivación en particular ni discriminan a sus víctimas con penas irónicas. La protagonista es Jackie (Julie Benz), que llega a Havenhurst director de Alcohólicos Anónimos y pasa el resto de la película haciendo averiguaciones obvias sobre lo que está ocurriendo en el lugar. Se le une una niña vecina, Sarah (Belle Shouse), lo cual activa una serie de flashbacks de lo más pedestres sobre la hija de Jackie. Sarah es la principal culpable de la mayoría de esos momentos molestos en los que una sombra corre al son de un molesto estruendo, y tiene la misma mirada de consternación ya esté quemando los panqueques del desayuno o escondiéndose de su padre violador. No se hace querer, pero para el caso, ¿quién en esta película lo hace? Sobre los puntos a favor de la película, podría destacarse la dirección de arte, que es más o menos gótica, y la inquietante presencia de Fionnula Flanagan, pero hay tantas otras variables que las desbaratan que casi ni vale la pena mencionarlas. No parece haber un tono consistente. A veces se quiere jugar por el terror psicológico, a veces por la repulsión visceral, y en medio de todo hay una especie de cuco genérico que parece salido de otra película directamente. La única consistencia son los mencionados sustos de la banda sonora, los cuales se vuelven de lo más irritantes. El film está producido, escrito y dirigido por Andrew C. Erin. Se inspiró en la historia de H. H. Holmes, un infame asesino que a fines de siglo XIX construyó un hotel lleno de trampas y pasadizos secretos en el cual mató, se estima, hasta 200 personas. Desde hace años Martin Scorsese y Leonardo DiCaprio están preparando la versión cinematográfica. Más vale esperar a esa película, aún si no se hace nunca.
DESAPARICIONES A GRAN ESCALA La cuota de terror de la semana que llama la atención porque lo que parece de posesiones demoníacas, espíritus malignos y otras yerbas, tiene en su argumento una explicación lógica que cierra sin cabos sueltos. Toda una curiosidad. La acción se desarrolla en un edificio de Nueva York, el Havenhurst del titulo original, donde van a para los adictos en recuperación que se “benefician” por la bondad de su dueña en colaboración con el estado. Pero una mujer torturada por que su alcoholismo provocó la muerte de su hija, comienza una búsqueda de una amiga que como otros desaparecen misteriosamente. Un edificio con secretos que es mejor no revelar que tiene un cierto recuerdo leve de la saga “El juego del miedo” (comparte algunos productores). Un entretenimiento honesto.
La resurrección del mal es un hábil exponente del terror más artesanal El comienzo es impecable, con un rostro familiar para los seguidores del cine de terror (Danielle Harris) tratando de escapar de una muerte segura. La escena nos muestra la seguridad y la convicción con la que se trabajan aquí materiales vistos una y mil veces. Esta artesanal producción clase B aparece concebida como un thriller (la protagonista, alcohólica recuperada, busca con la ayuda de un policía los pasos de su amiga desaparecida) que deriva hacia el terror y alcanza en muy contadas ocasiones un tratamiento propio del gore extremo. La escenografía es propicia: un señorial edificio que recibe a adictos aparentemente curados que no imaginan seguir allí bajo condena. La narración es prolija, con logrados climas y el recurso constante (pero no cansador) de asustar a través de puertas y trampas que se abren o se cierran en el momento más inesperado. Los responsables del film parecen más determinados en mostrar cuánto quieren al género que en marcar diferencias con otras (muchas) producciones similares.
Detrás de las paredes Ante todo, es necesario aclarar que La Resurrección del Mal (Havenhurst, 2016) es una clara y perfecta mezcla entre El Juego del Miedo (Saw, 2004) y Hostel (2005). En toda la “espectacularidad” que nos brinda (los logrados sets de filmación y efectos visuales), la película de Andrew C. Erin no plantea nada nuevo. Su guión ya fue escrito y desarrollado en otros films, pero aun así tiene elementos atractivos que mantienen al espectador cautivo. Havenhurst es un viejo complejo de departamentos de estilo gótico, en el corazón del distrito histórico Tudor de la ciudad de Nueva York, que alberga a más de 3.000 residentes necesitados de ayuda social. La única regla para vivir allí es llevar una vida decente. Jackie (Julie Benz) es una ex adicta al alcohol recién rehabilitada, que hereda la misma habitación que su amiga desaparecida Danielle (Danielle Harris). Allí radica el misterio: ¿Qué le pasó a ella? ¿Dónde está? ¿Por qué se fue? Con la ayuda de un detective amigo (Josh Stamberg) y una niña solitaria (Belle Shouse) que vive bajo la sombra de su padrastro, Jackie tiene un doble desafío que encarar: por un lado, vencer a sus demonios internos que la atormentan todas las noches; por el otro, descubrir más acerca de su misterioso y nuevo hogar. No podría decirse que La Resurrección del Mal es sólo una película de horror. Tiene mucho de thriller psicológico, suspenso y buenos toques de gore. Atrapa además por su ritmo bien llevado y un trabajo actoral correcto, destacándose por demás Fionnula Flanagan con su particular expresión que pudimos disfrutar en films como Los Otros (The Others, 2001). La película, que tiene la duración justa para su género híbrido, no será lo mejor del año, pero sin dudas resultará interesante para los fans del cine de horror más pochoclero, aunque no cae en ese terror tonto y predecible del que tanto estamos acostumbrados. La Resurrección del Mal -por suerte- es una película más “inteligente” que lleva al espectador por otros caminos; algunos más relacionados con lo sugestivo, otros más literales. El resultado es un film inquietante.
Todo lo esperable del terror de baja calidad. Tenía potencial, pero no logró aprovecharlo. Siempre es difícil concluir una historia, sobre todo si es de terror. Cuando explica demasiado, pierde el misterio y deja de dar miedo. Cuando explica muy poco, nadie queda convencido y hasta puede parecer poco pensado, zonzo o estúpido. A veces los actores son geniales, la premisa es espectacular y tienen presupuesto como para tirar por la ventana, pero esa espina que es el final de la trama puede, si está mal hecho, dejar a la obra en el horrible limbo de películas de horror que nadie recuerda. En Havenhurst esta conclusión está cantada desde el principio, pero eso no hace menos incómodo al momento de revelarla. Es difícil decir si este método es más o menos efectivo en la confección de un guión convincente. Jackie (Julie Benz) hace un gran esfuerzo para mantenerse sobria. Muchos años atrás, a causa de su adicción, su hija falleció en un accidente automovilístico. Su amiga Danielle, que estaba en una situación parecida, desapareció bajo circunstancias misteriosas. Para investigar, Jackie decidió mudarse al edificio en el que su amiga vivía y conseguir la ayuda de un detective (Josh Stamberg). La dueña, Eleanor (Fionnula Flanagan), está feliz de recibir a gente en recuperación, pero tiene estrictas reglas en cuanto a la reincidencia: mientras los inquilinos no vuelvan a caer en sus vicios, tendrán un lugar. Sarah (Belle Shouse), una joven vecina, le hará entender a Jackie que cuando alguien es desalojado conoce un destino peor que el de tener que buscar departamento nuevo. Havenhurst cuenta con pocos nombres reconocibles. Podría decirse que sólo uno de los productores ejecutivos hizo algo exitoso: Mark Burg es conocido por su trabajo en casi toda la franquicia de El Juego del Miedo (Saw, 2004) y la sitcom Two and a Half Men (2003). La dirección estuvo a cargo de Andrew C. Erin (From Darkness, 2011), que también creó el guión, junto a Daniel Farrands. El desempeño de los actores está cerca de ser horrendo. La protagonista es Julie Benz, conocida por su papel en la serie Defiance (2011). La siniestra dueña del edificio es Fionnula Flanagan, que casi repite su papel de señora misteriosa en la película de terror The Others (2001). La más joven del elenco es Belle Shouse, que tiene una carrera corta pero prometedora. Las acompaña Josh Stamberg, conocido por ser Jay Parker en la serie cómica Drop Dead Diva (2009). El uso de los recursos del terror (gore, sobresaltos, violencia, etc) es poco inteligente y siempre anunciado: así reduce fuertemente su efecto y, sumado a lo pobre y predecible de la trama, se obtiene una película que entretiene un poco pero no lo suficiente. El trailer que la precede es poco menos que terrible. Cuenta absolutamente todo, sin dejar lugar a la imaginación o a la propia película. No es extraño que haya surgido de un producto tan descuidado y flojo.
Aburre más que perturba A lo absurdo de las escenas se suma lo grotesco de la pesquisa por descubrir al Mal. El morbo puede llegar a límites insospechados. Tanto como lo ridículo de algunas situaciones. Y cuando estas dos oraciones confluyen en una sola película, se obtiene La resurrección del mal, la película de terror de cada jueves, que es precisamente morbosa e igualmente ridícula. Jackie (Julie Benz) es una ex adicta, como tantos otros que han pasado por la residencia de estilo gótico enclavada en Manhattan. Allí mandan a adictos cuando se han recuperado de las drogas o el alcohol, pero también pedófilos. El lugar es lúgubre, aunque tiene lamparitas, veladores y todo tipo de artefactos para aplacar la oscuridad, sin temor a facturas siderales de luz. Jackie tenía una amiga, y el verbo es correcto, ya que Danielle muere espantosamente apenas abre el filme. Jackie será la misma huésped, ante la ausencia de Danielle, que para todos desapareció, no murió. La pesquisa no sólo toma ribetes absurdos, irrisorios y grotescos -el edificio tiene tres torres, pero nunca hay nadie en ningún lugar; Jackie intuye que la dueña los mata, y encima se lo dice; un policía amigo que llega, claro, tarde-, todo conspira con un mínimo grado de credibilidad. Lo peor, o quizá lo mejor para el publico morboso, es que hay un menor acosada entre los huéspedes de esta residencia que habría que clausurar, no por perturbadora, sino por aburrida.
Se desarrolla en el “Hotel residencial Havenhurst” en Nueva York, quien lo administra es una señora entrada en años (Fionnula Flanagan), que pretende que quienes se alojan allí salgan de la prostitución, el alcohol y las drogas. Pero un día llega al lugar Jackie (Julie Benz, “Dexter”) para realizar una investigación y se encuentra con oscuras figuras del pasado. Contiene cierto toque de terror psicológico y se va mezclando además con el policial. No tiene sorpresa, cae en lugares comunes y los personajes son poco creíbles. Entretiene por momentos.
Otro filme más de terror, y van... En éste caso todo transcurre dentro de un edificio, el que le da el nombre original al filme, situado en pleno centro de la ciudad de Nueva York. Siendo justos se debe decir que si hay algo positivo en la cinta es el manejo de la cámara, el montaje y las actuaciones de las dos protagonistas, en primer lugar la dueña de casa, Eleonor (Fionula Flanagan), una siniestra ancianita tan sádica y cínica como el Coronel Hans Landa de “Bastardos sin gloria” (2009). La historia comienza cuando Jackie (Julie Benz), el otro punto alto de la actuación, personificando a una joven con sus propios demonios interiores ha sufrido, y todavía está en duelo sin resolver, la muerte de su pequeña hija. Habiendo caído en el alcoholismo, ya dada de alta y en recuperación, se aloja en el edificio, uno de los pocos que recibe a pacientes recuperándose de adicciones. Pero el lugar tiene sus reglas: vivir acorde a las buenas costumbres de manera decente, sólo cumpliendo esa regla podrá permanecer el tiempo que desee. Paralelamente sabemos que su elección está dada por otros motivos, pues ahí mismo su amiga Danielle (Danielle Harris) con su novio han desaparecido. Ella le pide al detective Tim (Josh Stamberg) la ayude en la resolución de la misteriosa desaparición. Un policía que se podría llevar el gran premio a la inoperancia. Pero nada es lo que parece en esa antigua mansión. Alojada en la misma habitación que su amiga, Jackie hace contacto con Sarah, (Belle Shouse), una niña a la que los padres en eternas peleas la tienen muy descuidada. Todo esto sucede en los primeros 10 minutos, ahí se produce la primera aparición del objeto aterrador, antes, por supuesto, un estallido sonoro hace amedrentar al espectador, y la cinta pierde el clima que había ido construyendo hasta ese momento, de muy buena manera y con elementos más proclives al suspenso que al terror berreta que termina por imponerse. La narración deriva en una mala mezcla de la saga ”El juego del miedo” (son los mismos productores, 2004/2010, 7 en total) y cualquiera de la infinita lista de cine de terror en que la casa pasa a ser un personaje, con sus recovecos, pasadizos y puertas secretas. Para que esto suceda el espacio donde transcurren las acciones debería ser mostrado en función permanente y como personaje que se precie de tal en esa situación. En esta producción está sólo para generar sorpresa, sobresalto, y justificar las posibles acciones del personaje, sujeto promotor del pánico. Lo que instala rápidamente es lo ridículo, cuando no inverosímil, y sólo queda hasta el final una vuelta de tuerca demasiado anunciada, como previsible. Por lo que de vuelta....nada. De tuerca menos