Género Prolífico y audaz como pocos, Pécora sigue haciendo sin descanso cortos, medio y largometrajes en los que combina su pasión por el cine clásico, por la fotografía, por la literatura, por lo narrativo y por lo experimental. Aquí, se mete con el vampirismo (y el canibalismo) a partir de la historia de cuatro amigas depredadoras que conviven en una decadente mansión. Súpero 8 + blanco y negro + color + efectos que remedan la estética (y las copias gastadas) de las primeras películas mudas. Pécora juega al (y con el) cine, apelando a todas sus posibilidades estéticas (las texturas y los contrastes de las imágenes) y un relato cuyo tono y climas remedan a los de los surrealistas. Una buena decisión la de incluir en la sección Vanguardia y Género del último BAFICI los 35 minutos de Las amigas, que son, efectivamente, tanto de “vanguardia” como también de “género”.
Las harpías En Las amigas (2013), un grupo de harpías acecha las plataformas de tren de Buenos Aires, atrayendo víctimas a su escondite para poder canibalizarlas. La película no posee mucha más narratividad que su propia premisa, así que sólo queda admirar el resto del mediometraje por sus méritos pictóricos y la sutil gramática audiovisual con la que se cuenta. Filmada íntegramente en 8mm y presentada en su mayoría en blanco y negro (con el ocasional virado al rojo sangre), la cinta retrata la vida de las epónimas amigas, cuatro mujeres de narices ganchudas y facciones carnales que son identificadas como harpías en la única línea de diálogo de toda la película, que explica que como inmortales se han aburrido y buscan colmar su sed de carne, de sangre y de deseo insaciable. Por lo demás, la película es silente, y de hecho busca emular al cine silente de antaño con un montaje desprolijo, saltos de eje e intensos primeros planos en los que las harpías lucen toda su voracidad, interpelando al espectador como solían hacerlo las vampiresas del cine mudo estilo Musidora o Theda Bara. Por otra parte, su decrepitud es palpable (la película comienza con imágenes de grietas y rasgaduras) y las composiciones grupales recuerdan a los esperpentos de Goya, complotados en alguna pintura negra. Las actrices designadas son una decisión de casting perfecta. Más que actuarla, canalizan la bestialidad de sus personajes, ayudadas por planos detalle de bocas y lenguas y sombras que se extienden en las paredes cual Nosferatu. La película será “muda” pero la banda sonora recibe un cuidado igual de delicado: relamidas, gemidos, risitas, mordidas y demás sonidos guturales y viscosos dan relieve a las bacanales de las amigas/harpías. La ausencia de diálogo, o para el caso del sonido directo, resalta la importancia de estos sonidos incidentales como un instrumento más para pintar el friso de la película en tan poco tiempo y tan efectivamente. De vampiros se ha dicho mucho en el cine estos últimos tiempos, y este experimento del orfebre de cortometrajes Paulo Pécora cava su propio nicho dentro del género. Parte de una idea interesante, la cuenta con originalidad y graba uno o dos instantes de genialidad, todo en un plazo de tiempo en el que muchos otros cortometrajes han ido y venido sin dejar nada en particular.
Espectral y fantasmagórica, entre el cine surrealista de los años ’20, el terror a la europea (de Dreyer al giallo italiano pasando por la Hammer) y de ahí a los revulsivos freakshows de David Lynch, este mediometraje de Paulo Pécora filmado en Súper 8 se centra en un grupo de amigas/vampiras que viven en un caserón y desde allí acechan a presas propias y ajenas, transformando todo en baños de sangre y saliva. Inquietante y enigmática, por momentos complicada de seguir y en otras atrapante, LAS AMIGAS podría ser vista como una secuela o respuesta, en versión arty/experimental aMUJER LOBO, de Tamae Garateguy, que tiene a tres mujeres (acá son cuatro) entre vengativas y desquiciadas como protagonistas (y hasta comparten una actriz, Mónica Lairana, dueña de una intensidad inimitable). Un filme de horror avant-garde que decididamente no es fácil de ver (está en las antípodas estéticas del otro filme de vampiros en esta misma competencia, VAMPS), crece mucho gracias a sus sugerentes planos de la ciudad, su montaje afiebrado y una música que por momentos pone los pelos de punta. Si bien en este caso se pasó por unos minutos al mediometraje (el filme dura 35 minutos), Pécora sigue demostrando acá ser uno de los cortometrajistas más originales y creativos del país.
Pesadilla suburbana Antes de que se plantee el desconcierto frente a las criaturas que se ilustran en Las amigas, de Paulo Pécora, es bueno saber que no tiene nada que ver con el vampirismo, aunque comparta varias cosas en común. En realidad se trata de lamias, personificaciones mitológicas conocidas tanto por su insaciable apetito sexual como de niños. Una vez saldada esa duda, la cuestión de este mediometraje es explorar las posibilidades de que estas criaturas habiten en un espacio urbano moderno. En su línea experimental, uno encuentra ocasionalmente algún hallazgo formal, pero termina limitándose a lo descriptivo y se regodea en ello, sin profundizar en la posibilidad de contar una historia que nos permita acercarnos al horror que se describe. Filmada en 8mm y con un predominio del blanco y negro, visualmente provoca extrañamiento entre planos cerrados y las actuaciones, donde se impone un registro teatral. Esto puede tornarse un problema con el verosímil, ya que gran parte del corto reposa en las actuaciones antes que en las posibilidades visuales del cine. Hay dos excepciones: la primera es la secuencia en la que las lamias van poniendo una a una las herramientas que eventualmente utilizarán sobre una niña (siendo clave el montaje y el sonido) y la segunda ocurre en el perturbador final, donde la iluminación y el color juegan un papel vital. Hipotéticamente, uno puede plantear que el uso del blanco y negro y el color responden a un patrón: en la secuencias en blanco y negro vemos cómo actúan las lamias “hacia afuera” (y por ende veremos cómo seducen y como se alimentan de sus víctimas) mientras que en las secuencias en color vemos cómo actúan “hacia adentro” (y por lo tanto veremos su interacción y sus rituales). Sin embargo, por momentos Las amigas se estanca en sus búsquedas y, a pesar de su brevedad, se extraña un punto de vista que nos meta de lleno en una historia con un punto de vista más sólido y que otorgue mayor suspenso. En todo caso, un ejercicio interesante que no logra salirse de esta definición.
Exponente del más puro cine independiente, este mediometraje de Paulo Pécora realizado en Super 8 combina el blanco y negro y color entre otros aciertos. Se va a poder ver en agosto en el Borges. Paulo es productor, guionista, realizador, distribuidor de todas sus películas, mayormente de corta duración. Cada uno de sus proyectos, que son muchos (ver el ciclo que le dedicó el Arte Cinema a sus cortometrajes) implican un esfuerzo de producción de una coherencia de las condiciones de autogestión y de la propuesta estética como pocos realizadores actuales. Sus dos largos El sueño del perro, estrenado comercialmente y Marea baja, que pudo verse en el pasado Pantalla Pinamar, transcurrían en el Tigre. Este año compitió en la sección Vanguardia y Género en el último BAFICI con Las amigas, film que retoma, como en 8(ocho), el tratamiento de lo femenino. Estas mujeres se pierden en un deseo de carne y sangre, fantasia masculina por excelencia desde la literatura romántica y el terror gore (incluido el clase B argentino de los años 70) El lado perverso, depredador de la mujer clánica que finalmente terminarán comiéndose entre ellas. Destaco el montaje de Goyo Anchou en el que fluyen como en latidos las primeras imagenes de las fachadas de edificios derruidos, las de la ciudad, sus puentes, sus calles y las multiples ensoñaciones de las 4 amigas-vampiras; y el tratamiento musical de Alan Mumenthaler dando un diseño sonoro tanto a lo terrible como a lo ingenuo todo en un punto justo. El tratamiento de la imagen está relacionada indudablemente con el modo de textura del super 8, del que Pécora, junto con Ernesto Baca (Ver Mujermujer) es su “trabajador” más insistente. Sin romper nunca con lo narrativo de la imagen, sin hacerla abstracta ni azarosa (salvo algunos planos hacia el final), siempre parte más bien de una construcción muy “adecuada” del plano compositivo, cosa que enrarece aun más el uso del propio dispositivo cinematográfico, artesanal y subjetivo. Toda una experiencia Las amigas, en el corazón de la vanguardia cinematográfica argentina, que se puede ver en el Centro Cultural Borges desde este martes. Se va a proyectar junto con El nombre de los seres, de Goyo Anchou, y músicos invitados.
Atractivas. Sensuales. Letales. Tres palabras que describen a las cuatro “amigas” de esta historia. Entes que viven en el recoveco de una ciudad, alimentándose de personas —sin importar si son adultos o niños—, pero padeciendo la abulia que sólo deben experimentar los condenados a vivir por siempre. En 35 minutos, Paulo Pécora rescata la esencia de las mejores historias de vampiros, empezando por la elegancia y el salvajismo, y al mismo tiempo, le escapa a varioslugares comunes: ellas no lucen colmillos ni ojos diabólicos sino que parecen mujeres comunes, y tampoco hay estacas ni intentos de Van Helsing. Aquí el fuerte está puesto en los climas y en la presencia de estas enigmáticas y feroces mujeres, entre las que aparece Mónica Lairana, pareja y musa del director...
La carne de la existencialidad El manifiesto despojo de la mitología para internalizar en los personajes de Las amigas cierta iconografía relacionada con el vampirismo es el principal atributo de este mediometraje de Paulo Pécora. La ausencia de diálogos pero no así de la utilización de una banda sonora compuesta por sonidos característicos –estridencias, ruidos, gemidos- implican por un lado el reconocimiento desde el punto de vista cinematográfico al lenguaje del cine mudo con ciertas búsquedas estéticas hacia el lado del expresionismo alemán por ejemplo pero también como recurso de una puesta en escena que apela a los aspectos compositivos de la imagen desde lo pictórico. El Buenos Aires derruido, sucio y lúgubre impone una extraña atemporalidad en pantalla en un relato que atraviesa la condena de la inmortalidad. La metonimia cinematográfica pareciera ser el recurso narrativo que prevalece y sobre todas las cosas una forma de definir a los personajes a partir de particularidades y la austeridad narrativa que hacen a sus características físicas y fisonómicas sin la idea de la estigmatización explícita, pero sí de resaltar la monstruosidad en sus rostros o en fragmentos del cuerpo como las manos en contraste con la intangibilidad de las sombras. En la progresión dramática que va desarrollando el relato de Pécora, protagonizado por Mónica Lairana –actriz y musa del director-, Natalia Festa, Gladys Lizarazu, Ana Utrero junto a Andrés Passeri, se intercalan secuencias donde predomina la sensualidad y un erotismo cuidado con otras escenas jugadas hacia los aspectos del salvajismo o la bestialidad que no puede estar ausente en un film habitado por monstruos. El deseo, la sangre y la carne o mejor expresado la carnalidad son los elementos que motorizan la acción pero siempre lo que subyace a esta presentación preliminar es algo más profundo conectado con la veta existencial y el cuestionamiento hacia la inmortalidad, tópico explotado por todo el cine de vampiros, a lo que se suma el paroxismo del deseo carnal como fin sin importar el medio. Hay buenas imágenes que llegan a convencer desde el punto de vista estético y teniendo en cuenta el escueto tiempo de desarrollo de este cuento tal vez en algunos pasajes se pierde la síntesis de conceptos que afectan al conjunto de la propuesta.
Top-notch experimental Argentine filmmaking One of the most thought-provoking sections of the last edition of the Buenos Aires International Festival of Independent Cinema (BAFICI), held in April this year, was Avant Garde & Genre, which gathered experimental, groundbreaking features that went beyond preconceived boundaries. Paulo Pécora’s Las amigas and Ignacio Masllorens’s Hábitat are two cases in point. In case you haven’t seen Las amigas and Hábitat at the BAFICI, you now have the chance to do so for they are being screened at the Centro Cultural de la Cooperación (Ave. Corrientes 1543) on Thursdays at 7pm throughout October. Las amigas (Paulo Pécora, 35 mins, 2013). Four girlfriends live together in an abandoned mansion, worn out by tediousness: they are immortal vampires whose lives are nothing but a series of repetitive scenes that have been taking place forever — and will keep on taking place forever too. And these are different vampires too: they talk very little, they don’t really relate to one another, they’re kind of disgusting and don’t do much to hide it. Shot entirely on Super 8mm, and starring Ana Utrero, Mónica Lairana, Gladys Lizarazu y Natalia Festa, Las amigas, by Argentine filmmaker and journalist Paulo Pécora (El sueño del perro, Marea baja), is a rare, most appealing medium-length film that addresses its nominal theme (the universe of deadly female vampires) at the same time it reflects upon the nature of the film medium, about its possibilities, its scope. It’s also the type of film that enters your system and stays in there for a long time. It is narrative, meaning there’s some kind of a story with a conflict, characters and development, and yet you are not likely to remember it as such. It’s more of a surrealistic experience where you wander among a series of images, sounds, fragments, textures, special effects, lights and shadows that creatively create moods and atmospheres for an entire world to exist in. Pécora resorts to black and white, but he also goes for colour as master of horror Dario Argento does, driven by passion and confidence — and with plenty of deep red. High contrasted images mix together with more opaque ones that evoke the air of silent cinema as the enveloping sound design adds yet other sensorial layers. An inspired poetic rendition of lust, sex and death, Las amigas boasts the influence of US experimental filmmaker Maya Deren (Meshes of the Afternoon), Carl Theodor Dreyer, the Hammer horror films and, yes, David Lynch too. But it doesn’t mimic them, it’s not an empty exercise in style. Instead, it’s about taking some bits from these masters to resignify them in a different context, that of an urban Buenos Aires in a suspended time. Despite the influences, Pécora sings his own song. Hábitat (Ignacio Masllorens, 40 mins, 2013). Picture a seemingly endless series of 13-second static shots of Buenos Aires very early in the morning, without a single person in sight. The scenario is literally deserted (though there’s a dog in one shot). The first shots are in the deepest spot the city can offer, where there’s some nature left. Then it’s the turn of avenues, streets, houses, buildings, corners, facades, trees and parks. Eventually, the interiors of ordinary places appear: a factory, a shopping mall, an apartment, the subway. It all looks so different without any people at all. It looks like Buenos Aires and yet it doesn’t: it could be a city anchored somewhere in a lost universe where life has ceased to exist. It’s a surreal city, not like that of Pécora’s in Las amigas, but surreal nonetheless. And it also shares an air of eeriness, although in the city of Masllorens the sun shines bright on even if it seems everybody is dead somewhere out of the picture – surely that’s another reason that makes it creepy. Like Las amigas, Hábitat is a first rate cinematic experience. It’s a journey with no destination and no purpose that just invites you to get lost in the city you thought you knew. It’s beautifully filmed, with a clear eye for composition and visual design and a great understanding of how things can look like when we look at them in a different way. It’s also an architectonic document, but not one made of generic post cards and standardized beauty — on the contrary. Just like it shows the exteriors of things, their surface, it evokes their essence regardless of shapes. It’s observational and contemplative, but it seldom drags. With the healthy influence of US filmmaker James Benning, Ignacio Masllorens also avoids following a predetermined blueprint on how to make a film about a place with no people — and make it cool and arty. He just takes the initial premise, adds his own imprint, and executes it perfectly.