Una invitación a liberar el deseo en todas sus formas. Las mil y una es la segunda película de la directora correntina Clarisa Navas, y su estreno llega luego de un importante recorrido por festivales internacionales (tuvo su première mundial abriendo la sección Panorama en la Berlinale y un destacado paso posterior por Jeonju, Lima, San Sebastián, Valdivia, Toulouse y más recientemente Guadalajara). Protagonizada por Sofía Cabrera, Ana Carolina García, Mauricio Vila, Luis Molina y Marianela Iglesia, Las mil y una cuenta su historia entre los monoblocks de la zona de Las Mil viviendas, en Corrientes. Iris conoce a Renata y al instante siente una atracción difícil de explicar. La nueva presencia de Renata incomoda y los prejuicios se derraman. Ante el desprecio, ellas y su pequeño grupo de amigos serán la resistencia queer, haciendo que ese escenario en ruinas se vuelva tan cómplices como riesgosas y que sus encuentros sean luz en la noche barrial. La cámara se comporta prácticamente como un amigo más de Iris, acompañándola junto a sus amigos a través de los monoblocks, transitando una intensa atracción que la sobrepasa cuando conoce a Renata. La franqueza y el realismo con los cuales se cuenta la historia, sumados a la mirada femenina y LGBTQI+, marcan la resistencia en un medio hostil, de la disidencia y del sentimiento de ese primer amor. Las mil y una es una invitación a liberar el deseo en todas sus formas.
Tras su debut en «Hoy partido a las 3» (2017), Clarisa Navas vuelve a otorgarnos una mirada bastante personal sobre la adolescencia en un film que está potenciado por el realismo que la realizadora le imprime al relato al igual que con la crudeza con la que por momentos nos presenta ciertos acontecimientos. «Las Mil y Una» se centra en Iris, una chica de 17 años, que ha sido expulsada recientemente de la escuela y pasa los días y las noches calurosas del barrio Las Mil Viviendas de la provincia de Corrientes pasando el rato con sus amigos, sus primas, y vagando por las calles vacías de la ciudad. Un buen día, Iris conoce a Renata, una muchacha fría y segura de sí misma, de la cual comienza a sentirse atraída. El problema, es que en su barrio corren fuertes rumores sobre el pasado de Renata y todos le aconsejan que no se acerque demasiado. Esta especie de coming of age pone el foco en los vínculos y las relaciones afectivas durante la adolescencia en el seno de una comunidad del interior donde los círculos sociales son más pequeños y donde los rumores circulan fuertemente. Lo interesante de este largometraje, además del profundo sentimiento que le imprime la directora a la narración, tiene que ver con ese registro que recuerda al cine documental donde la cámara se presenta como una especie de testigo invisible y como una persona más del grupo. Ese recurso, que emplea bastante cámara en mano, le da una sensación de realismo que enriquece la experiencia de visionado. Además, la obra trabaja muy bien la cuestión del despertar sexual, así como también la diversidad dentro de la sexualidad. El film además de presentar actuaciones más que convincentes por parte de su joven elenco, se preocupa por desarrollar la personalidad de cada personaje haciendo que resulte totalmente natural sus interacciones y sus vínculos. No solo se trabaja el amor, el sexo, los tabúes que presentan las sociedades más conservadoras del interior que influyen en el accionar de la protagonista (la cual en un principio no quiere reconocer que se siente atraída por otra chica) sino que también se trabaja muy bien la cuestión del prejuicio, la inocencia y por sobre todas las cosas la amistad. La amistad está retratada de una forma tan orgánica y personal que motiva las emociones en el espectador. «Las Mil y Una» es un film efectivo, emocionante y bien narrado que moviliza a reflexionar sobre la convulsionada etapa de la adolescencia, así como también a verla desde una perspectiva más autóctona y actual. Una historia de amor destacable.
Festival de Mar del Plata: “Las mil y una” de Clarisa Navas. Crítica Un nuevo día en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y su modalidad online. Lautaro Franchini Hace 1 semana 0 32 En Corrientes, en la marginalidad del barrio, entre pasillos y escaleras, la juventud experimenta un verano lujurioso. “Las mil y una”, nueva película de la directora Clarisa Navas, dramatiza un lado B de la adolescencia pocas veces visto en la pantalla grande: la homosexualidad. La inocente Iris atraviesa sus 17 años bajo nuevos afectos y deseos. Sensaciones que lucharán contra los prejuicios de la sociedad. Por Lautaro Franchini. En el barrio popular “Mil viviendas”, las noches son íntimas y atrevidas. Las historias y sus personajes se ocultan bajo la luz tenue de las calles. El ruido predomina con unas cumbias de fondo, varios perros ladrando y algún patrullero persiguiendo una moto, pero también, entre tanto barullo, existe el silencio. Al doblar a la esquina, todos se esconden, nadie quiere ser parte del pueblo chico, infierno grande. Dentro de este sub mundo de monoblocks, modesto y humilde, la joven Iris (Sofía Cabrera) divaga tímidamente por el pueblo con su pelota de básquet. Tiene 17 años, fue expulsada de la escuela y pasa la gran mayoría del tiempo junto a sus primos más o menos de la misma edad. La ferviente adolescencia ha llegado, las noches veraniegas y sus climas cálidos seducen e incitan al goce. Las fiestas, la música, el alcohol y el sexo se viven a flor de piel. Lo destacable del film es el foco principal de este relato. La pubertad femenina o masculina puede despertar distintos gustos, placeres o amores. En el caso de Iris, se siente atraída por Renata (Ana Carolina García), una mujer más liberal y sin tabúes. La relación entre ambas buscará llegar a destino, aunque siempre esté condicionada por el entorno conflictivo que atraviesan y los estereotipos de la sociedad. “Las mil y una” propone un camino más personal y desvergonzado. Desde el comienzo, el film nos introduce a lo más profundo de la adolescencia correntina. Una edad que inocentemente florece junto a la curiosidad y el deseo. En esta oportunidad, deseos sin título ni género, solo sentimientos propios y sin barreras. Programación completa de la 35° edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata en https://www.mardelplatafilmfest.com. Puntaje 85/100.
Elogio de la resistencia: En tanto seres hablantes, la sexuación es asunto de invención singular y la adolescencia es un momento fecundo en lo que hace al despertar sexual. Para cada quien se trata de arreglárselas con el goce en el cuerpo propio y con el partenaire. ¿Pero cómo inventar la propia sexuación cuando la fijeza de las determinaciones del entorno social no admite disidencias? En torno a estas cuestiones transita Las mil y una (2020), segundo largometraje de la realizadora argentina oriunda de Corrientes Clarisa Navas. En un entorno eminentemente patriarcal y cuando se vive en condiciones de hacinamiento y de escasos recursos, una sexualidad disidente sólo puede ser vivida a escondidas, en los recovecos que se encuentran en el laberinto de pasillos. Pero al mismo tiempo, la clandestinidad que cobija puede resultar peligrosa cuando se trata de iniciarse en el deseo homosexual. La directora hace de Las mil (barrio de monoblocks vulnerable, en la periferia de Corrientes) un personaje clave en la película, el cual se acompaña de un interesante trabajo con la luz que puntúa, lo que es posible mostrar y lo que se esconde en la oscuridad de sus escaleras, pasadizos y portones. Iris (Sofía Cabrera) se presenta como una rareza. Desgarbada y de formas andróginas, su interés principal es jugar al basquet, viste principalmente ropa deportiva y no porta atributos de maquillaje o accesorios apunten a dirigirse al deseo del varón. Comienza a sentirse atraída por Renata (Ana Carolina García), una joven a quien recuerda de jugar en la cancha de basquet cuando eran más pequeñas. Renata ha vuelto recientemente al barrio, tras separarse de la pareja con quien vivía en Paraguay. El contraste entre ambas jóvenes -la tímida e insegura iniciada y la desenvuelta y directa experimentada- está muy bien trabajado desde la composición actoral y la disposición corporal de cada una de las actrices, plasmándose de manera hermosa en la primera conversación en el colectivo. Allí Iris da cuenta de su impoluta inexperiencia, de su momento de exploración y tránsito hacia una invención sexuada: mira de reojo, se toca la cara reiteradamente y se refiere a sí misma como “un ángel”. Esta nominación es retomada en adelante por Renata cuando le escriba textos o le envíe audios para verla, palabra amorosa que hace entrar en resonancia este film con Carol de Todd Haynes. La directora realiza un agudo retrato del entorno social opresivo y violento, manteniendo una mirada cruda y directa que evoca el realismo de Campusano. En Las mil…, los jóvenes en general no tienen proyección de futuro. Como Iris, la protagonista, muchos ya no concurren al colegio y descreen de la educación como herramienta de progreso social. En este entorno de desencanto que para los varones se reduce a juntarse a tomar alcohol y para las mujeres al destino de la maternidad a temprana edad, el disfrute de la sexualidad, el orgullo de los cuerpos, es la manera de aferrarse a algo del orden de la vida. El acento fuertemente patriarcal del barrio está planteado acertadamente por la directora a través de las experiencias homosexuales de Darío (Mauricio Vila) y Ale (Luis Molina), los primos y aliados de Iris. Lo que ocurre a escondidas permite un relajamiento de lo reprimido; sin embargo se toma al partenaire como objeto de posesión, se practica el sexo de manera violenta o se humilla al diferente entre varios, e incluso se lo viraliza. Se trata de formas de duplicación de la desigualdad de género en el seno de las relaciones homosexuales, donde demostrar el sometimiento del otro varón es una manera de reforzar la identificación viril. Esto asimismo se expresa mediante el chismorreo moralista en torno a Renata (que es sexualmente promiscua, tiene HIV y se droga), impiadoso con las vidas menos favorecidas como las travestis y transexuales del barrio. También se observa la violencia con que los hombres toman a las trabajadoras sexuales, expresando así su odio hacia el deseo femenino que vive a contramano del clásico proyecto familiar heteronormativo. Para Iris, involucrarse afectivamente con Renata implica el desafío de deponer los prejuicios que impone la moral social conservadora y de abrirse paso al despertar homosexual en un ambiente hostil, dispuesto a jugarle las mil y una, como reza el título. Pese a lo adverso, hay pequeños resquicios por donde se cuelan momentos de ternura, de alegría y de unión en la libertad de los cuerpos. Por allí fulgura el luminoso conjuro de la fuerza de las disidencias.
¿Cómo pensar la sexualidad y el deseo en un complejo habitacional en un barrio popular de Corrientes? Afortunadamente hay una directora con un poder de observación que intenta responder a ello y escapa a los formulismos de las típicas historias de amor adolescente o angustias urbanas. Las mil y una (tal el nombre de los Monoblocks) es un espacio laberíntico por el que transitan jóvenes por sus pasillos, por sus recovecos. Entre ellos Iris, una chica amante del básquet, que vive con sus dos hermanos y su madre. Hay un padre, pero solo se escucha. No se lo ve. El interior de la casa bien podría ser extraído de algún texto de Manuel Puig. Los tres hermanos son unidos, se protegen frecuentemente en abrazos de contención, una barrera que arman para cuidarse y para compartir sus aventuras y sus búsquedas sexuales. Alejandro y Darío, de personalidades diferentes, transitan sus experiencias homoeróticas en el barrio. Iris está en eso, en la etapa de descubrirlas, sobre todo cuando aparece Renata, una chica que se mueve como pez en el agua y con la que iniciará un vínculo. Casi con un registro netamente documental y con varios planos secuencia, Navas da forma a una estructura coral donde lo importante no es un conflicto central sino las historias que atraviesan a los personajes, los rituales, los encuentros y el sabor del sexo clandestino que, cuando no es festivo, se ve envuelto en la violencia inevitable (ya sea por parte de la policía como de los vecinos). La cámara sigue a Iris y Renata en sus caminatas, escucha sus conversaciones y se detiene fundamentalmente en los gestos. Hay que decir que la actuación de Sofía Cabrera (jugadora en la vida real) es extraordinaria, un verdadero hallazgo. La manera en que sus manos hablan, la forma en que su rostro dice, le otorga a cada intervención un rasgo diferencial, una fotogenia absoluta. Y en esa captación de un ámbito desde el mismo riñón, la mirada se nota involucrada y lejos de observar con la curiosidad de quienes no parecen entender qué significa vivir en esos espacios. Al mismo tiempo, cada segmento del todo cobra autonomía. Allí están los bailes de Darío, las intervenciones de la madre, los encuentros entre amigas travestis, los cuadernos de Rodrigo, las fiestas sexuales en medio de la noche (sea en la Traumática o en los rincones cuyo telón de fondo es una pared que reza “Jesús te salva”) o el modo en que Iris y Renata se (re)encuentran en un colectivo y que fluye como si de una canción se tratara. Iris “el ángel del barrio” y Renata “la chica de la que todos dicen tiene HIV” serán el pilar en este mundo de vuelos nocturnos, de tensiones sexuales, pero también sociales, donde se juega al básquet en una canchita al mismo tiempo que se escuchan tiros por ahí. Lejos de mostrar esto con el tremendismo televisivo, Navas se concentra en las chicas, en cómo Iris encuentra en Renata un misterio y una especie de Virgilio para que la guíe por el Infierno y el Purgatorio. El Paraíso no se encuentra en los Monoblocks. Y también en cómo Renata busca ese rincón para tener sexo con Iris. Mientras esto sucede, la calle alberga ruidos, colores, la inquietud de la noche, la incertidumbre de las miradas y la desprotección. Frente a ello la mejor alternativa para una cineasta comprometida es ofrecer refugio con imágenes justas y necesarias para abrir nuevas puertas en la representación de la pobreza y de la sexualidad. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Festival sin mar y con buen cine argentino. Puede discutirse si un festival de cine lo sigue siendo cuando queda afuera el gozoso trajín que incluye encuentros presenciales y proyecciones en óptima calidad en inmejorables salas, pero el hecho de haber llevado a cabo el 35º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata de todas maneras, con películas en competencia, estrenos y charlas, resulta plausible. Seguramente los films –a los que se pudo acceder gratuitamente desde la página del festival– ganarían viéndose en funciones con público, con el silencio tenso, las risas o los comentarios en voz baja complementándolos: es de desear que 2021 permita reencontrarnos con esa posibilidad. Pero, al margen de que los encuentros vía youtube con directores como Walter Hill o Albert Serra hicieron extrañar la oportunidad que el festival ofreció en sus últimos años de tener a Jean-Pierre Léaud, Vanessa Redgrave o Vittorio Storaro no detrás de una pantalla sino ahí nomás, en persona, y más allá de la opinión que se tenga sobre los premios entregados (el principal se lo llevó El año del descubrimiento, documental español más valioso por los matices que desprenden sus testimonios que por la forma adoptada por su director Luis López Carrasco para volcarlos durante poco más de tres horas), el festival permitió confirmar que el cine argentino, pese a la pandemia y la crisis económica, goza de buena salud. Entre las posibles objeciones puede mencionarse la ausencia en la programación de cine argentino previo a los años ‘60 (apenas en un libro presentado en el marco del festival, en el que tuve el gusto de participar, puede encontrarse un rescate de figuras como Manuel Romero o Luis Saslavsky), teniendo en cuenta que en los últimos tiempos Mar del Plata supo combinar espléndidamente la historia del cine con lo más nuevo e innovador (y a propósito: resulta curioso que el nombre de quien fuera su director artístico hasta hace dos años, Fernando Martín Peña, no haya formado parte de alguna de las charlas, libros o jurados). MENOS ES MÁS. Si ver en algunas de las películas a personas compartiendo el mate o subiendo a un colectivo por la puerta de adelante causaba una sensación extraña, al mismo tiempo se demostró que es posible hacer cine en circunstancias como las que nos atraviesan durante este año trágico: aunque se hayan realizado antes de la pandemia, varios trabajos evidenciaron cómo la manipulación creativa de material de archivo o la elaboración de una historia de ficción con pocos actores y restringidas locaciones pueden ser suficientes para materializar un cine provechoso. La película argentina que se llevó los premios más importantes fue Isabella, de Matías Piñeiro (de la que ya opinamos aquí): Mejor Dirección y Mejor Interpretación de la Competencia Internacional, en la que también participaron la nueva obra de Nicolás Prividera, Adiós a la memoria (de la que escribimos aquí), premiada por Mejor Guión, y Nosotros nunca moriremos, debut en la ficción de Eduardo Crespo (a quien entrevistamos aquí) que, más allá del premio que recibió de la EDA por el montaje de la casildense Lorena Moriconi, merecía una recompensa mayor. Hubo un film que –tal vez inesperadamente– fue cosechando comentarios entusiastas en redes sociales y terminó ganando el Premio a Mejor Dirección de la Competencia Argentina: Esquirlas, de la cordobesa Natalia Garayalde. Cierta agitación provoca ver este documental que recuerda el estallido de la Fábrica Militar de Río Tercero (pcia. de Córdoba) en noviembre de 1995, el cual, además de provocar siete muertos y centenares de heridos, desnudó oscuros intereses en juego, políticos y empresariales. Recuperando material audiovisual registrado siendo niña, al que suma breves reflexiones en off, Garayalde logra un modesto pero potente ejercicio sobre la memoria y el dolor colándose entre las mezquindades que campearon en los ’90. Si al comienzo asoman inocentes estampas familiares y marcas reconocibles de la época (Cablín, MTV, la pasión por el VHS, una inefable noticia al pasar sobre Zulemita Menem), tras las estremecedoras imágenes de las explosiones y el posterior desastre Esquirlas va adoptando una visión crítica y lúcida sobre ese “lamentable accidente”, tal como lo define en un momento un sonriente y atildado Carlos Menem. El film va entonces de un juego infantil remedando un noticiero hasta significativas declaraciones de los pobladores a auténticos periodistas. “¿Qué poder tiene la gente para tomar decisiones ante tanta acumulación de poder económico?” es un interrogante que formula el padre de la directora y que resuena, una y otra vez, mientras algunas personas se enferman sospechosamente y los juicios no prosperan. El segmento reservado por Garayalde para el desenlace es, indudablemente, uno de sus grandes aciertos. Como Adiós a la memoria y Retiros (in) voluntarios, de Sandra Gugliotta –que tuvo su estreno fuera de competencia y sobre la que escribimos aquí–, Esquirlas es también un film sobre la figura paterna y la fragilidad de la sociedad civil ante los poderes económicos, no sólo en Argentina. En la Competencia Argentina pudo verse además 1982, documental de Lucas Gallo que se limita a reunir partes de la cobertura periodística en TV de la guerra en Malvinas, sin agregar datos ni comentarios (salvo algunos para contextualizar el film, al comienzo y al final). Su propuesta se diferencia de lo que suele hacer la televisión actual con material de ese tipo, ya que no ironiza ni subraya lo que los archivos dicen por sí solos. Aún para quienes hemos vivido ese fatídico año y no nos enfrentamos por primera vez con esas imágenes, provoca escalofríos recordar aquélla Argentina ganada por militares que improvisaban una guerra con la anuencia de la ciudadanía. Ver y escuchar a periodistas como José Gómez Fuentes (afirmando que la guerra le permitiría a los jóvenes soldados “hacerse adultos”) o Pinky (hermosa y afectada como siempre, rechazando con arrogancia dichos de la BBC), aplausos a una marcha militar en un estadio deportivo o íconos culturales como Gardel y Maradona enredados con los efluvios bélicos, sorprende y angustia. Lo discutible de 1982 es que podría haber hecho un recorte más provechoso: ¿por qué Susana Rinaldi interpretando el Himno y no el grupo de artistas populares (de Libertad Lamarque a Norma Aleandro) cantándolo en otro momento del mismo programa televisivo? ¿Con qué objetivo se le da espacio a una misa en Malvinas y no se menciona el discurso ligeramente antibélico de Juan Pablo II durante su visita a nuestro país? DIVERSAS MUJERES. Dentro de la Competencia Argentina obtuvo una Mención Especial Las ranas, con la que Edgardo Castro construye una ficción con espíritu documental, apegado a un realismo descarnado y seco, como en La noche (2016). En este caso, el actor y director sigue los pasos de una joven del conurbano bonaerense que va a visitar a un preso: los preparativos en su casilla atiborrada de cosas, sus viajes en tren y en colectivo, la informal venta de medias en la calle para obtener unos pesos, son registrados por Castro como solazándose con ese ambiente lumpen con olor a asado, porro y cerveza. Fugaces imágenes de un preso alzando a su pequeño hijo en brazos, o de la protagonista fumando y bebiendo una gaseosa en plena noche con ladridos de perro de fondo, son breves pausas en el recorrido por situaciones triviales a las que no se les saca lustre. Bordeando la sordidez (en una secuencia la cámara se detiene a exhibir cómo la mujer guarda un teléfono celular en su propio cuerpo), y sin ahondar en las connotaciones del estado de precariedad que reproduce, con su tercer largometraje Castro vuelve a mostrar cierta marginalidad urbana o suburbana sin un estilo propio. Más vital es Las mil y una, de la joven directora correntina Clarisa Navas, que ganó cuatro premios de los jurados independientes. Filmada enteramente en un barrio de monoblocks de su ciudad (Las Mil Viviendas), acompaña a una adolescente algo reservada y amante del basquet durante su convivencia con dos amigos varones (hermanos entre sí), familia y vecinos. La fluidez del plano secuencia con la que comienza se mantiene casi todo el tiempo en el transcurso de dos horas, durante las cuales la atmósfera taciturna y húmeda del lugar se contrapesa con la frescura de las conversaciones y el desprejuicio con el que se habla (y se intenta vivir) la sexualidad. El film pendula entre la vida que logran insuflarle sus travellings y sus actores/actrices (destacándose el trabajo contenido y ajustado de la protagonista Sofía Cabrera) y cierta tendencia a los estereotipos (esos adultos desmañados, la audacia inquietante de la vecina), más algunas indecisiones formales. En medio de la programación (que abarcó homenajes a Manuel Antín, Fernando Pino Solanas, Edgardo Cozarinsky, María Luisa Bemberg y Rosario Bléfari, y films nuevos como Edición Ilimitada, del que ya nos habíamos ocupado aquí), fueron bienvenidas las pinceladas cómicas, o en todo caso tragicómicas, de Las siamesas, el más reciente largometraje de ficción de Paul Hernández (Herencia, Los sonámbulos), estrenado fuera de competencia. Basado en el cuento homónimo de Guillermo Saccomano, se centra en dos mujeres que viajan juntas a Necochea por una herencia. Son madre e hija, y el dato no es menor, ya que los chispazos de la relación entre ambas son el eje de la película, que podría considerarse una road movie si no fuera que casi no salen del micro. Sinuosamente posesiva la primera, pendiente una de la otra, sus recuerdos y discusiones van desviándose peligrosamente hacia un grado de incomprensión o sometimiento no por habitual (pasa en las mejores familias, suele decirse) menos angustiante. Aunque puede resultar extraño que en el micro pasen una película de Campusano para distraer a los pasajeros, y a pesar de que en el tramo final las acciones se precipitan en busca de un cierre concluyente –menos sombrío que el del cuento original–, Las siamesas evidencia la competencia de Hernández para desplegar la historia de esas mujeres recurriendo a planos de objetos y gestos, o desarrollando charlas graciosas y reveladoras, ayudada por la capacidad de Rita Cortese y Valeria Lois –más Sergio Prina (El motoarrebatador) en un papel secundario– para hacer verosímiles a sus personajes.
La segunda película de quien nos había sorprendido con su ópera prima, Hoy partido a las tres, fue seleccionada para abrir la enorme sección Panorama (parte de las selección oficial) de la 70° edición de la Berlinale. Si es cierto eso de que la segunda película es más difícil de llevar adelante para un realizador que la primera, Navas confirma que es una directora a la que cabe prestar especial atención. Chica conoce chica, no faltará quien se quede con el costado LGBT de la deriva (sin dudas importante, esencial), pero hay algo de la libertad de los cuerpos, de la circulación del deseo y de los sitios donde acaece la acción que hace que esta propuesta mucho más ambiciosa que la de su ópera prima se transforme en una verdadera experiencia que requiere de la gran pantalla para ser apreciada como corresponde. En ese sentido, las cuatro inmensas salas del complejo Cinemaxx (se proyectó de forma casi simultánea en la 4, la 5, la 7 y la 10) fueron el ámbito ideal para lograr -casi literalmente- ingresar a ese mundo tan particular, peligroso y atrayente que conforma Las Mil, barrio en el que creció la talentosa directora correntina. Es que Las Mil es un protagonista más de la película. Sus calles, pasillos, recovecos, baldíos forman parte de la narración tanto como las personas que lo habitan. Llama la atención esa vida que conjuga lo familiar y cariñoso con lo peligroso y hasta fuera de la ley. El hecho de conocer en serio ese lugar seguramente es parte del secreto para ese acercamiento que sólo el iniciado puede transmitir. No hay ajenidad, lejanía o prejuicio. Los peligros generan temor, es cierto, pero también algo de ese cosquilleo o inquietud que tan vecinos son del deseo y el placer. En los interiores, en el ámbito familiar, la cama es el lugar de encuentro, de diálogo; los cuerpos conviven con un poco de impudicia pero la tensión nunca pone en juego el tabú. En las calles el asunto es distinto. Allí algo parecido a un estado de naturaleza hace que lo físico asuma una entidad y presencia que se expresa en el deporte, en el deseo, en el sexo. Quedarse en la etiqueta (que, se entiende, muchas veces sirve para encasillar y, en alguna manera, favorecer la difusión) del cine LGBT es perderse parte de la bella diversidad, de la potente libertad que caracteriza al cine de Navas. Su mirada nos desafía, pone en cuestión los límites. Los límites del deseo al punto de poner en disputa, en litigio, conceptos tan aparentemente indiscutibles como el de la salud. La política (La Política, deberíamos decir) no se hace de discursos ni de lugares comunes: la libertad de elegir qué hacer con nuestras vidas y qué hacer con nuestros cuerpos no tiene límites. O sí, uno solo: no hacer daño a otro. Con los personajes caminamos esos senderos, percibimos su respiración. La cámara en mano nos transporta con ellos. La sensación de libertad (con el peligro que ella conlleva, claro está) nos atraviesa. La mirada de Clarisa Navas nos devuelve un mundo en el que una feliz (¿pero no tan sana?) manera de elegir cada cual su vida impera. Presente y futuro se encuentran en un lugar donde la juventud manda; los adultos, fuera de campo (o casi) evidencian otra energía, ¿otros valores? Es que, sin caer en la distinción maniquea que nos llevaría a La guerra del cerdo, lo cierto es que no todo es luminoso. Junto a esa corriente de los cuerpos, a esa dinámica del deseo, el chisme, el cotilleo, la irresistible tentación de opinar y meterse en la vida del otro opera como fuerza contrapuesta, como ancla que impide levantar vuelo. En ese contexto, Las mil y una es, también, una historia de amor. Una historia de amor única. Como único es el universo que retrata. Una película, unas vidas que sólo pueden existir en Las Mil, Corrientes. Y que sólo pueden ser contadas con la sensibilidad y empatía que la muy talentosa Clarisa Navas posee
Las mil y una es una película claramente por encima del promedio del cine nacional. Dos cosas las elevan notablemente: una es la puesta en escena de una directora brillante que sabe que quiere filmar y cómo hacerlo. Un plan secuencia que funciona sin pretender ser un lujo visual, una elección formal que explica el mundo de los personajes. Virtuosa pero sobria a la vez, así es la película. Y lo otro que la vuelve realmente grande es que respira autenticidad en cada uno de sus momentos. No es una cineasta en un púlpito o leyendo sobre un tema, es alguien que nos sumerge en el mundo de sus personajes, sus ideas, su vida cotidiana, su entorno. Cada interior y cada exterior del film se ven reales en el sentido más completo de la palabra. Iris (Sofía Cabrera), de 17 años, ha sido expulsada de la escuela luego de sus constantes faltas. Su teléfono y su pelota de básquet son su mundo. En un barrio humilde de Corrientes ella vive en espacios reducidos junto a su familia. La descripción de cada personaje es concreta, aun sin explorar en exceso su psicología. El entorno se ve hostil por momentos, más allá de los fuertes lazos entre algunos integrantes de la familia y algunos amigos. Pero aparece Renata (Ana Carolina García), una joven que es lo contrario a la tímida Iris. Renata se lleva el mundo por delante y entonces Iris se fascina inmediatamente. La escena en el colectivo está entre las mejores del cine de esta última década. Las actrices son extraordinarias, aun teniendo estilos casi opuestos. Decíamos que había talento y autenticidad. En una cinematografía de más de cien estrenos anuales, la mediocridad y la repetición abundo, pero Las mil y una justifica el esfuerzo de seguir buscando grandes películas en el cine argentino contemporáneo. Una buena película no tiene país, aun cuando describa a la perfección un lugar específico del mundo. Una verdadera joya que nadie debe perderse.
Un grupo de amigos sobrevive en el barrio “Las mil” que da nombre a la propuesta en las afueras de Corrientes Capital. Detallando la vida de cada uno de ellos, la búsqueda sexual y el acompañamiento entre el trío protagónico, el film se presenta como un entrañable relato de amistad que evita golpes bajos para hablar del amor y la identidad sexual sin subrayados.
En Hoy partido a las 3, Clarisa Navas (aquí la entrevista cuando su película se presentó en el Festival de Mar del Plata )ubicaba la acción entre baldíos y potreros con las chicas derribando prejuicios desde el fútbol, para dar cuenta de la solidaridad, el compañerismo y el amor con algunas pinceladas que eran suficientes para explicar el contexto difícil. En su segunda película la realizadora correntina vuelve a su ciudad, esta vez para internarse en los pasillos del barrio Las Mil Viviendas, entra en universo áspero del barrio, recorre el deseo (sexual, de otros horizontes) y llega al amor que allí también, tiene que luchar para desarrollarse y ser aceptado. En el comienzo el relato está centrado en Iris (la debutante Sofía Cabrera), que juega al básquet, esquiva los agresivos embates de los hombres de su entorno y se refugia en su casa, con su mamá y sus hermanos, con quienes discute cuestiones como la elección sexual y en donde una única computadora es disputada por los chicos para buscar en internet términos como lesbiana, clamidia o directamente ver videos porno. Pero Iris se muestra incómoda tanto en su hogar como en el barrio hasta que conoce a Renata (Ana Carolina Guerra), una chica más grande, con más experiencias vividas y segura de su sexualidad. Realismo social explícito con un cuidado y respeto mayúsculo por sus personajes, Navas describe y cuenta la dura realidad pero se asoma e involucra a las protagonistas en un futuro posible, mejor. Pero primero la asfixia de los minúsculos departamentos atiborrados de gente y objetos, primero la asfixia del barrio amenazante, y también primero la asfixia de las conversaciones entre amigos, conocidos y casi siempre con elementos de tensión. Delimitados los espacios y las condiciones adversas -hay un gran trabajo con el sonido, una pared sonora de voces contrariadas y ruidos desagradables que acompaña a los personajes-, Las mil y una se concentra en la vitalidad adolescente y despliega ternura aun cuando recurre a las herramientas del documental para registrar los encuentros de Iris y Renata. Navas no es una turista jugando al antropologismo, por el contrario, reflexiona sobre su propio relato en tanto se va desarrollando para cuestionar las posibles representaciones de la pobreza y desde allí concentrase en una vida, la de una chica a las puertas de su iniciación sexual que conoce a otra, fuerte y misteriosa, convertida en una referente para moverse en ese mundo hostil pero aun así fascinante. Reseña publicada en oportunidad de la cobertura de la 68° edición de Festival de San Sebastián (2020). LAS MIL Y UNA De Clarisa Navas (Argentina/Alemania 2020) Guion y dirección. Clarisa Navas. Intérpretes: Sofía Cabrera, Ana Carolina García, Mauricio Vila, Luis Molina y Marianela Iglesia. Fotografía: Armin Marchesini Weihmuller. Música: Claudio Juarez, Desdel Barro (Hiedrah). Edición: Florencia Gómez García. Dirección de arte: Lucas Koziarski. Sonido: Mercedes Gaviria Jaramillo. Producción: Diego Dubcovsky y Lucía Chávarri. Duración: 120 minutos.
La libertad La segunda obra de la correntina Clarisa Navas tras Hoy partido a las 3 (2017) se encuadra dentro de una clásica historia de iniciación pero con un nivel de sensibilidad, sutileza y empatía que la convierten en una película sublime. La historia, que se desarrolla en el barrio correntino de Las Mil, lugar donde la directora vivió durante gran parte de su vida, tiene como protagonista a Iris (Sofía Cabrera toda una revelación), una chica más del lugar que transita por esa etapa de la vida donde la adolescencia y la adultez se funden para no saber de qué lado ubicarse. Iris juega al básquet, no bebe alcohol, no se droga y se enamora de Renata, una chica de la que se habla mucho pero poco se sabe. Darío y Ale son sus compinches. Uno abiertamente gay, mientras el otro todavía no sabe muy bien que rumbo tomar mientras aspira a ser escritor. Los tres son bien diferentes en sus personalidades pero juntos componen una triada que resiste los avatares de la vida que se les viene encima. Navas ubica la acción dentro del propio barrio, sin traspasar los límites, un espacio que funciona metafóricamente como el laberinto existencial que transitan los propios personajes a los que una cámara inquieta sigue sin que estos noten su presencia mientras observa sus acciones, sus movimientos, sus conversaciones por momentos corridas de cualquier eje de sensatez. Diálogos que en cualquier otra historia hubieran resultado forzados, pero que acá resuenan con total naturalidad gracias a una estructura narrativa que se aleja de la rigidez y deja a sus personajes actuar con la misma libertad que se respira en la película. En Las Mil y una (2020), que integra la Competencia Internacional del 35 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, no solo se respira libertad sino que esa libertad traspasa la pantalla. Navas filma la vida misma y la convierte en puro cine. No necesita aplicar golpes de efectos para llegar al corazón ni mostrar un catálogo de cuerpos desnudos ni escenas de sexo para lograr sensualidad. Tampoco necesita aclarar lo que se sobreentiende ni que se explique la obviedad. Hay una rigurosa elección en lo que se muestra y como se mustra, aunque muchas veces el fuera de campo diga mucho más que lo que se está viendo. Que la historia de la película hable del amor entre dos chicas o muestre a personajes gays u otros que eligen vestirse de mujer no la hace exclusivamente una película de nicho LGBTQI+, una etiqueta que simplemente se le aplica al hacer un recorte de una parte de lo que cuenta. Porque Las Mil y una es mucho más que eso. Es una película libre en su forma, crítica aunque no lo parezca, sin ataduras de ningún tipo, con un mensaje sutil pero de una contundencia política imposible de soslayar.
35° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata: Las Mil y Una, de Clarisa Navas Alejandra Portela Alejandra Portela Follow Nov 18 · 2 min read El opus número 2 de la directora correntina Clarisa Navas (Hoy partido a las tres) es una de las cuatro películas argentinas que aspira al premio mayor en la competencia internacional de este Mar del Plata virtual y gratuito que comienza este sábado 21 de noviembre. Las Mil y Una viene de obtener el premio a la Mejor película en el Festival de Jeonju y menciones en San Sebastian, Valdivia y en Toulouse. Partició en la sección Panorama en la Berlinale en febrero. Image for post Una historia de periferia de la periferia, su titulo podría aludir a un cuento de hadas improbable o al dicho de las mil travesuras, pero alude al barrio Mil Viviendas, un sitio de monoblocks de la ciudad de Corrientes donde vivió su adolescencia la directora. Como en Hoy partido a las tres, Navas demuestra su voluntad documentalista marcando la constante presencia de la cámara, movediza e inquieta, insistente en la persecución de sus personajes que buena parte de la película caminan por los pasillos de ese lugar laberíntico que bien podría ser de cualquier conurbano del país. La sucesión de buen número de planos secuencias alargan las situaciones de encuentros en la calles, diálogos improvisados en los que se cuelan cobrar por sexo, o rumores sin base alguna. Pero si en la calle la cámara documenta, en los interiores ficcionaliza y estetiza utilizando planos más cerrados y cortos donde las cosas (muchas cosas siempre) se presentan a modo de tapiz, de horror vacui (en la cocina o en la habitación de Darío). La protagonista Iris, mira el mundo que la rode acon su ojo de iris y de ángel (cuando le preguntan de donde sale su nombre ella dice debe ser lo del ojo), mundo del que forman parte sus amigos, los chicos del barrio y Renata de quien se dice que tiene hiv pero nadie lo confirma. Mas cuestiones del sexo que de amor entran en juego en la vida de estos adolescentes auque uno de ellos escribe una larga definición de amor que Iris escucha atentamente Algo extensa tal vez, La Mil y Una gana en algunas situaciones (como la madre que sale a defender a un caballo cuyo dueño le pega latigazos) e imágenes nocturnas de fotografía impecable, y gana mucho mas hacia el final cuando irrumpe una tropilla de caballos por las calles nocturnas de las Mil Viviendas llevándose por delante tanta literalidad y dando lugar a algo de fantasía en un mundo tan difícil El 3 de diciembre se estrena por Cinear Tv. Funciones online dentro del Festival: los días 23, 24 y 25 de noviembre.
Las mil y una (Competencia Internacional) Segundo largometraje para la correntina Clarisa Navas que de a poco va transformándose en uno de los talentos más importantes de la cinematografía argentina. Todo aquello tan prometedor que surgía en "Hoy partido a las 3" se termina de convertir en certeza en esta magnífica pintura adolescente que ocurre en el barrio correntino Las mil viviendas. • Con Iris a la cabeza, como esa basquetbolista que tras cada pique va construyendo su identidad. Con sus primos, tratando de sobrevivir desde lo queer en un ecosistema de masculinidades violentas. Con Renata, la que elige elegir sin importar lo que piense el resto. Pero por sobre todo, con ese barrio, donde los cuerpos se entrecruzan, donde el deseo fluye, donde la violencia asalta, donde el sonido de un beso puede verse interrumpido por el de una sirena policial. Hay una búsqueda por parte de Clarisa Navas de romper con esa mediación inescindible respecto a darle voz a aquellos que no suelen tenerla. En dinamitar esa absurda romantización de lo popular o de su antítesis, el aleccionamiento. En lograr que el barrio hable por sí mismo. Que hablen su cuerpos, que hablen sus vínculos, que se exprese el deseo de la forma más pura posible. • Posiblemente la dirección sea la piedra angular de este relato. En esos planos secuencia, en esas tomas largas recorriendo el terreno, en esa cámara fija que se inmiscuye en la privacidad. En saber captar qué dicen y qué no cada uno de los personajes que irrumpen la escena. "Las mil y una" logra involucrarnos desde cada uno de nuestro sentidos. Tiene la capacidad de hacernos sentir que estamos ahí, sumergidos en una atmósfera compleja donde puede lo mejor y lo peor pasar. Con Iris, con Renata, con Darío, con Ale. 120 minutos donde el mundo de los personajes pasa a ser nuestro mundo. Donde sus deseos, sus peligros y sus violencias, se vuelven parte de nuestra vida.