Melodrama asfixiante Con apabullante fluidez de la puesta en escena, Ripstein y Garciadiego convierten a Emma Bovary en Emilia, un ama de casa desesperada y agobiada por su espíritu y su cuerpo. Se extrañaba, hacía falta en Buenos Aires el estreno de una película de Arturo Ripstein y Paz Alicia Garciadiego. Se necesitaba una dosis fuerte, generosa de pasión, de dolor, de melodrama en el cine latinoamericano, como sólo los autores de Profundo carmesí y de Principio y fin son capaces de inyectar en las venas, como si fuera sangre oscura y espesa. Para quienes conozcan la obra previa de esta inseparable pareja de creadores, que vienen trabajando juntos desde hace más de tres décadas, quizá no haya sorpresas. Su universo sigue siendo –como el de todos los grandes autores, insobornablemente fieles a sí mismos– el mismo de siempre: asfixiante, desmesurado, trágico. En todo caso, se diría que aquí aún más depurado, concentrado en sus espacios, sus personajes, sus consecuencias. Y para quienes no lo conozcan (que pueden llegar a ser muchos, en la medida en que hacía casi una década que las películas de la pareja no llegaban a la cartelera local) debería ser una revelación. Nadie en la región filma como Ripstein, con esa apabullante fluidez de su puesta en escena. Y nadie escribe como Garciadiego, con esos diálogos que parecen puñaladas. “Mala más que mala, lengua de cuchillo”, hubiera dicho de Paz Alicia una de las criadas de Bernarda Alba, de García Lorca. Que Las razones del corazón –que comienza con esa clásica cita de Pascal: “El corazón tiene razones que la razón desconoce”– sea una versión más que libre, libérrima de Madame Bovary, parece apenas una anécdota. Como bien señala Garciadiego (ver entrevista), su guión da vuelta la novela de Flaubert como un guante. O más bien toma ese guante y lo adapta a sus manos, a sus modos, a su tiempo y a su espacio. Convierte a Emma en Emilia, un ama de casa desesperada, como lo puede ser una mujer mexicana de hoy, pero cuya educación sentimental (para seguir con Flaubert) parece haber sido la del cine de su país de los años ’40, con el Indio Fernández como director insignia. Más de una vez Ripstein ha declarado que en su cine el melodrama es un destino manifiesto y Las razones del corazón no hace sino profundizar en ese sino. Por más que ha sido rodada en digital, Ripstein vuelve a un blanco y negro tan áspero y cochambroso como ese edificio de departamentos en el que se ahoga Emilia, asfixiada no tanto por las deudas contraídas y por un embargo inminente de sus bienes más preciados (los muebles, el televisor), sino más bien por una triste, agobiante vida familiar, contra la que no sólo su espíritu si no también su cuerpo –que se retuerce como un escuerzo– parecen rebelarse con un instinto casi animal. Criada por su madre, como ella dice, “en la escuelita de Libertad Lamarque”, Emilia, sin embargo, desatiende y reniega de su hija, por más que la ame más que a nadie en el mundo. Y le pide que la odie: “Mírame y huye, como quien huye de la peste”, le ordena. A su marido, que recién aparece a mitad de la película, queda claro que no lo quiere, que se han jodido mutuamente la existencia. Que antes que a ese hombre tibio, anónimo, gris, ella prefiere aferrarse a la vana ilusión de ese huidizo músico cubano que, con las lejanas melodías de su saxo, parece llamarla desde la azotea y despertar su celo. Estructurada de manera circular, con Emilia primero sola en el centro de la escena, a la que luego se le van sumando sucesivos círculos concéntricos (la agria portera, un vecino tan lascivo como cobarde, los ejecutores del embargo), cada vez más opresivos, como si un lazo se ciñera sistemáticamente sobre su cuello, Las razones del corazón no puede sino golpear con la fuerza de la tragedia. Que a pesar de algunas pinceladas de humor negro (“Sáquele la cama, jefe, eso siempre les duele”, sugiere uno de quienes la embargan) la película alcance esa estatura, le debe mucho no sólo a su director y a su guionista, sino también a la extraordinaria protagonista, Arcelia Ramírez, que parece ir dejando una a una no sus lágrimas –porque Emilia no llora– sino sus entrañas, sus tripas en cada escena. Tal es su entrega, tal es su talento.
¿Un melodrama casi psicótico, inspirado libremente en Madame Bovary? Arturo Ripstein, según dicen, vuelve en forma. Pero la película anterior del maestro mexicano, El carnaval de Sodoma, prácticamente ignorada y ninguneada por la crítica, programadores y público, dejaba en claro que Ripstein siempre estuvo en forma. La claustrofobia se transmite plano tras plano. Casi todo sucede en un departamento roñoso, aunque algunos pasajes importantes tienen como escenario la azotea y las escaleras del edificio. Cuando al comienzo la protagonista parece salir a la calle, se detiene y regresa a su encierro. Siguiendo el solipsismo del personaje, los únicos planos del exterior corresponderán a un par de subjetivas en las que la heroína mira a la calle en espera de su joven amante, que vive en la terraza y toca el saxo como hobbie. La situación de Emilia no es sencilla: su marido es un pusilánime, su hija cuestiona razonablemente su maternidad, su departamento pronto será embargado y quizás ya no le interese ni siquiera su amante. En un impecable blanco y negro, trabajando con elegancia sobre los contrastes de luz y sombras, Ripstein vuelve sobre un tema que conoce a la perfección: la decadencia. No se trata de un accidente sino de una naturaleza, una estructura; de allí que el exterior, es decir, la historia, la comunidad, el presente y la política permanezcan en un gran fuera de campo. Quizás tendríamos que pensar más bien en un teatro de la decadencia psíquica sin circunstancias, sin fuerzas externas que atraviesen a los personajes. Sus desgracias son interiores, pus subjetivo.
La filmografía del mexicano, naturalizado español, Arturo Ripstein se ha caracterizado por los dramas de tintas cargadas, las pasiones desbordadas, las fuertes traiciones y las decisiones tajantes. Su cine retrata suele retratar vidas a punto de colapsar. Si a todo esto le sumamos que gran parte de su obra se basa en adaptaciones de obras literarias, era de esperar que, tarde o temprano, Madame Bovari, la inmensa obra de Gustave Flaubert recayera en sus manos. Claro que hablamos de una versión (muy) libra. La acción se sitúa en el México actual, la protagonista es Emilia (un trabajo excelente de Arcelia Ramírez) una ama de casa que pasa todas las penurias, o así lo ve ella y así nos hace sentir. La vida de matrimonio y madre no la complace en absoluto, al contrario, la agobia; tiene un romance con un vecino saxofonista como para desviar la atención, pero ni aún así se siente satisfecha. Encima, el amante – bastante anodino por lo menos con ella – la abandona y conjuntamente se le avecinan problemas financieros con la tarjeta de crédito; es el mundo que se le viene encima... quienes leyeron Bovari sabrán en qué derivará esto. En esta, su última película que data de 2011, Ripstein se siente a sus anchas, la guionista (y pareja) Paz Alicia Garciadiego diseñó una adaptación a su medida, para que se encuadre tranquilamente en el estilo del director, para que este pueda dar rienda suelta a lo que mejor sabe hacer. Tanta comodidad y ajuste a”a la perfección” no hace otra cosa que caer en el promedio. Filmada con un riguroso, agobiante y pesado blanco y negro, La Razones del Corazón es lo que todos esperan de una película de Arturo Ripstein, hay mucho melodrama, personajes cotidianos atravesados por momentos trágicos, ascetismo deliberado, y rigurosidad en los detalles; pero precisamente lo que no hay es sorpresa, y tampoco la sensación de estar ante el mejor exponente del estilo, aunque cueste creerlo en un estilo personal, algo del todo suena a piloto automático. Muchos/as se sentirán identificados con los personajes, se adentrarán en los profundos y constantes diálogos y frases, y terminarán compenetrándose en el intenso drama; Ripstein no ha perdido su toque de llegada al público en lo absoluto. La fotografía si bien no es preciosista logra detalles precisos y es uno de los puntos fuertes del film pese a que termine por resultar cansadora. Lo mismo sucede con la casi ausencia de banda sonora; sumada a una duración de por más extensa. La intención es traspasar la angustia y gravedad de Emilia, pero se atenta contra la atención del espectador. Quienes amen el cine de su director y no busquen innovación probablemente amen esta cinta; estamos ante una película profunda y artísticamente disfrutable. Los que pretendan una adptación actual de Madame Bovari, o un film que intente bucear en inquietudes nuevas, tal vez salgan con la sensación de haber visto una buena película, nada más (y nada menos) que eso.
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El mundo (y yo) Las razones del corazón (2011), de Arturo Ripstein, es una adaptación de Madame Bovary, célebre novela de Gustave Flaubert. El guión de Paz Alicia Garcíadiegoo ofrece una lectura audaz de Emma (aquí, Emilia), aquella mujer cuyo idealismo hacía que la realidad le resultara más asfixiante. Hacía mucho tiempo que en la cartelera de Buenos Aires no se estrenaba una película tan claustrofóbica, tan concentrada en la mente de un personaje replegado en sus propios conflictos. Las razones del corazón es, antes que nada, una lectura, no una mera transcripción (lo que resultaría por demás tedioso y fallido) de Madame Bovary, novela en donde el malestar palpitaba página a página. En Emilia, la Emma de la película, percibimos que esas falsas bocanadas de esperanza ya están casi extintas, y lo que sobreviene es un penoso recorrido circular por las obsesiones que sellaron el destino de la criatura. Emilia (notable trabajo de Arcelia Ramírez) es un ama de casa que tan sólo desea encontrarse con uno de sus vecinos, un músico cubano. Casi como si éste le inyectara vida, deambula en su descuidado departamento hasta que llega la tarde y escucha el saxofón (su saxofón), cual canto sirenaico que mixtura melancolía y sensualidad. Pero él le pide racionalidad, al menos la necesaria para entender que lo de ellos tan sólo fueron encuentros sexuales, y que hay un marido y una hija que la esperan en su hogar. Racionalidad; nada más distante en la atribulada mente de Emilia. Ella demanda, ruega casi como una devota frente a su deidad, suplica y, al mismo tiempo, se autodestruye. Tamaño cóctel no podría más que devenir en tragedia. Pero mientras que en Flaubert el pasaje hacia la aniquilación nos resulta (más hoy en día, encapsulado en la lectura “realista”) apenas una notación significativa, aquí Garciadiego y Ripstein traducen la existencia de Emma como un melodrama sumamente degradado, sí, pero melodrama al fin. Si la pasión del amante está extinta, tampoco el marido marca autoridad y reclama explicaciones. Así, el universo melodramático de Emilia persiste en un infierno cotidiano en donde la única que parece tener una idea de su dimensión es la pequeña hija, capaz de reclamarle una maternidad más “normal” con un discurso conmovedor y angustiante. Ripstein consigue arrancar momentos de profunda verdad en esos encuentros, una verdad casi ontológica que hace del cine su forma y contenido. Nada más acertado, entonces, que el implacable blanco y negro que nos distancia del relato, y el plano secuencia que envuelve al recorrido de la protagonista en un manto de obsesión y perdición en donde los otros (un vecino lascivo, una portera que parece una bruja) no agregan más que malestar. Además de la hija, no menos fundamental es el rol del marido; nimio, cabizbajo, tan derrotado económicamente como su mujer (que ha malgastado el dinero en lujos vacuos para su amante y ahora está en serios problemas). Los gestos más tiernos llegarán a través de sus dichos y acciones. Que, claro está, aquí sólo pueden percibirse como trillados pero no por ello pierden su costado más humano.
Que viva el amor Tuve la oportunidad de escuchar alguna vez a Arturo Ripstein y a Paz Alicia Garciadiego. Son dos extraordinarios oradores: lúcidos, capaces de contagiar todo el conocimiento que atesoran, de transmitir la aguda mirada que poseen del mundo y del cine. Aquellos que hayan podido seguir sus entrevistas, habrán comprobado cómo destilan sentencias terminales tales como “la vida es jodida” o “me gusta la oscuridad, lo subterráneo y lo oculto”, que jamás son condenadas al aislamiento o al silencio artístico sino que son un estímulo para recrear al melodrama como género y para hacernos saber que, a veces, el infierno es también encantador. Y para eso, contrariamente a los que muchos suelen pensar luego de ver sus películas, hay que ser decididamente optimista. Las razones del corazón muestra una vez más el universo del director, signado por la sordidez, la desolación y la asfixia de los lugares cerrados. No obstante, se advierte (como en sus últimos films) un trabajo de depuración y de mayor obsesión formal: pocos personajes, el sostén de un solo espacio dramático (un departamento), leves movimientos de cámara y el blanco y negro reemplazando el rojo tan característico en toda su obra. El título obedece a una frase de Pascal bastante conocida que se utiliza como epígrafe de esta historia y confirma un procedimiento usual de Ripstein que consiste en leer una fecunda tradición mexicana y popular del género para enriquecerlo intelectualmente. Además de remitir al filósofo francés en su concepción del corazón como alternativa a la razón, la otra referencia es literaria, y se trata ni más ni menos que de la Emma de Madame Bovary, el clásico de Flaubert. Aquí la protagonista es Emilia, una mujer que representa la clásica heroína trágica, desesperada por amor, harta de una vida rutinaria con su marido y su hija, y pasionalmente unida a un amante cubano que no está cuando lo necesita. Producto de esta relación clandestina es la deuda que contrajo y la que le provocará un embargo que funciona como una bomba de tiempo en la trama y en la mente de la mujer. Sin embargo, la adaptación de Garciadiego como guionista es contestataria de la novela, en tanto y en cuanto despoja al personaje de la insatisfacción burguesa y fetichista, para llevarla a otro plano, más popular y reconocible, terrenal, aquel en el que la pasión es un motor que mueve al ser humano hasta las últimas consecuencias. En ese sentido, Emilia es un personaje activo en su desgracia, es capaz de todo e intuye su destino como en las grandes tragedias. Hay un móvil irracional que determina sus actos y que transforma la relación con su amante cubano en el único sentido posible de la existencia. Cuando debe poner en palabras ante los otros (el orden patriarcal y los códigos del machismo) la justificación de su proceder, no escatima en frases directas y sinceras: “no es que no quiera, es que no puedo” o “la vida me duele”. La forma en que hablan los personajes evidencia un magistral manejo de los diálogos a partir del equilibrio entre lo culto (que remite a la tragedia) y lo popular (la experiencia vital), siguiendo en este aspecto a dos maestros con los cuales mantiene filiaciones: Juan Rulfo y Luis Buñuel. En relación con este último, Ripstein ha actualizado y particularizado ese tono esperpéntico de la existencia mexicana, con sus pasiones, delirios religiosos y represiones, una mezcla ideal para el melodrama. Así es que el edificio donde transcurre toda la acción apenas deja entrever algún atisbo de aire hacia el exterior. Puertas adentro se da el choque ente la pasión y el deseo: la claustrofobia espacial deviene en encierro mental y las consecuencias llevan a la fatalidad. Sin embargo, el estallido final, propio de la tragedia, deviene en una lenta agonía donde los personajes masculinos desnudarán sus sorprendentes intenciones verdaderas. La casi inmovilidad de la cámara por esos interiores o pasillos solitarios acompaña la sensación de estancamiento emocional frente a un destino que no se puede torcer. Emilia siente deseo hacia su amante cubano y al mismo tiempo soporta el fracaso de la indiferencia. No se muestra en ningún momento si hubo un pasado idílico, más bien un presente continuo y tortuoso donde las razones del corazón son como la adicción a la heroína: el espacio cotidiano se degrada, se olvida, y la mugre, el alcohol y los cigarrillos canalizan el derrumbe. Lo llamativo es que, pese a todo, el ritmo de la película y su densidad anímica se sostienen a la perfección gracias a las dosis de humor insertas en algunos personajes y diálogos. El montaje, más bien clásico, funciona y es decisivo para disfrutar (una palabra que muchos cuestionarían) este gran melodrama, género que nos dice que el verdadero amor es, tal vez, un caos sentimental.
En Las razones del corazón, Arturo Ripstein, exponente fiel del melodrama latinoamericano, cuenta el descenso a los infiernos privados de una mujer. Hecha a trasluz de Emma Bovary, Emilia Habla con el corazón en la mano, la furia en la boca y la sinrazón en la cabeza. Pero estos personajes relatan con la pasión que caracteriza al dúo Ripstein y su esposa Alicia Garciadiego (guionista y mentora de lo mejor de su obra) no sólo la caída de esta mujer sino la decadencia de su entorno, lo agobiante de su ambiente, la tartamudez de las costumbres adquiridas como normas sociales, los sinsentidos de las instituciones sociales. La película está hecha con retazos de cuerpos, de planos, de contraluces, de espacios. El ruido ensordecedor de la voz de esta mujer es el silencio de otras muchas, su cuerpo replica la angustia cuando se mueve, cuando se contonea, cuando se sienta, cuando camina, cuando se desnuda. Siempre está en movimiento, no puede aquietarse, acallarse, la furia de su interior demoníaco demanda demasiado y ya nada le alcanza, nada la satisface; ni su aplacado marido, ni las demandas de su hija, ni las incomprensiones de su madre, ni la cobardía de su amante. Es mezquina, odiosa e insatisfecha y arrastra consigo las miserias del mundo y de su entorno. Las razones del corazón, Arturo Ripstein, México, 2011 Dice Rancière en Las distancias del cine que el melodrama empieza cuando este se anuda a la ficción real llamada sociedad. Tanto Emilia, como su antecesora Emma Bovary, ambas están sumidas en un universo adulto, en un mundo social “real” en el que no encajan. El melodrama empieza cuando hay padres, esposos, hijos; cuando la institución familiar se pone en juego; lo que hace justamente este género es contrastar ese mundo familiar, social, “real” con los deseos interiores, profundos de las protagonistas. En las películas de Ripstein en muchas de ellas, el afuera no aparece de manera visible, sino que es el gran fuera de campo de la película, es el límite de la puesta en escena, de los personajes y del género. Cruzar este límite es hablar ya de otro género, de otra película, de otros personajes. Por eso, la abundancia de puertas, ventanas y pasillos como elementos de una puesta que no sólo refleja agobio y asfixia en sus interiores densos, sino que además revela cierta circularidad de la que ellos no pueden salir. Los planos secuencia que siguen a los personajes, sobre todo a Emilia que siempre aparece descentrada (en los bordes de cada plano, en los bordes de su propia existencia) los rodean marcando la inefabilidad del destino, la irresoluta angustia, la redondez de los deseos, la manera agónica en que ella rebota obsesivamente en las paredes de su departamento. El debate extremo de la conciencia de Emilia y también el del marido y sobre el final el del amante, son debates que no escuchan al otro, son íntimos privados, asfixiantes, se cierran sobre ellos mismos; son los debates que se reflejan en los espejos del mugroso departamento. Esos espejos, tan caros a los melodramas, son los espacios vidriosos donde la heroína y sus circunstancias intentan reflejarse, donde ella intenta verse, desdoblar su mirada, desprenderse de ella misma y ser otra, ésa la de la imagen en el espejo. Los espejos, los vidrios son reflejos de la vida real, son imitación de la vida y ya lo supieron tanto el maestro Douglas Sirk como Pedro Almodóvar o Luis Buñuel, sólo por citar algunos de los directores que peinan a contrapelo el género y lo arman y lo desarman, transgrediéndolo pero sin olvidar sus raíces. Uno de los argumentos que se esgrimen en contra de Las razones del corazón es que es demasiado teatral pero no siempre es válido este argumento. Hay que tener en cuenta que todo melodrama es teatral desde su origen, sus raíces son teatrales, deviene directamente de la ópera (el reino de la puesta en escena desmesurada) y de la tragedia griega (con su pecado de hybris a cuestas, con su destino inefable de arrancarse los ojos, para no ver, justamente). Otra vez cito a Rancière (sabrán disculpar, cada uno tienen sus obsesiones): “el cine no aparece contra el teatro, sino después de la literatura”. Las razones del corazón no está rivalizando con el teatro, sino que vino después de la gran obra del siglo XIX, Madame Bovary. Arrastra a su heroína egoísta, un poco miserable, ególatra, que no puede nada, sólo reclamar a cada paso y a cada plano que su vida es un infierno. Que es débil, llorosa y es incapaz de resolver su vida, de poner en acción sus deseos, en definitiva, de amar y ser amada. Heroína que detesta haber sido criada en la “escuelita de Libertad Lamarque”, otra heroína detestable. Esta cita de la protagonista es también un guiño del director (o sospecho tal vez que haya sido de Paz Alicia Garciadiego) a toda la tradición de melodramas y sus insufribles y a la vez queribles heroínas pasando por las protagonistas del Indio Fernández hasta las de la etapa mejicana de Buñuel. La razones del corazón es una película rebelde, a contrapelo de modas. Rebelde en un sistema cinematográfico que da pocas chances a propuestas más arriesgadas, rebelde de las modas que adocenan las miradas de los espectadores con estruendo, estallidos y superhéroes agotados. La dupla Ripstein – Garciadiego es coherente, obsesiva y fiel a si misma; pide espectadores activos que respeten una lógica personal de la representación que escapa de cualquier normativa vigente. Un cine perturbador, que cuestiona no sólo a las instituciones sociales sino a las cinematográficas.
Cualquiera, menos yo Las razones del corazón de Arturo Ripstein es una adaptación libre de la novela de Madame Bovary, de Gustave Flaubert. El guión fue realizado sin una relectura del libro, según las propias palabras del director, “únicamente con lo que recordábamos de la novela, lo que nos inspiró”. Cada secuencia es una obra de arte lista para enmarcar. La impecable fotografía en blanco y negro nos revela el contraste de las emociones de Emilia, la protagonista de esta historia. La cámara sigilosa y a paso lento sabe perfectamente dónde ubicarse y deambula por la casa como si fuera un espíritu macabro presenciando los últimos días de Emilia. Ella es esposa de Javier, madre de Isabel y amante de Nicolás, toda su identidad va de la mano de alguien más. Sus cuarenta y pico años le pesan y carga la ropa para lavar en un balde como si cargara una cruz que no la deja avanzar. Además de ser abandonada por su amante tiene problemas financieros, como si no bastara el hastío, la monotonía y la inestabilidad con la que convive esta mujer. Su marido es un hombre trabajador y conformista, su hija una chica de diez años que sabe cómo llenarla de reproches porque cree que carece de instinto maternal. Es interesante la ambivalencia que plantea la película, por un lado el vacío y la falta de sentido y por el otro una existencia repleta de un único y enfermizo motivo: Nicolás, un saxofonista cubano que vive en una pequeña habitación en la terraza del mismo edificio. ¿Una relación patológica o demasiado amor para soportar? Toda la película transcurre en un edificio, recorremos sus pasillos, la entrada principal, la terraza y el estrecho departamento de Emilia, angosto no por sus metros sino por el encierro que significa para ella. El desorden y la desidia de su hogar van de la mano de la anarquía mental que la desborda. Un melodrama en su máxima expresión, teñido de un aire teatral y trágico. Ripstein arrasa como un viento a cien kilómetros por hora y nos deja despojados, aunque con una gran pregunta en mente: ¿cuál es el maldito sentido de todo? La cultura marca un camino a seguir pero esta mujer no puede ni siquiera pararse sobre sus propios pies y mucho menos caminar hacia adelante. Entonces la muerte parece ser la única salida posible. Esta es una película no apta para miradas color de rosa y mucho menos para pasar de manera liviana dos horas de sus vidas, están advertidos. Esta película es para quienes no tienen aprensión de ver reflejada en una pantalla las miserias humanas, aunque no hace falta ir al cine para eso. Como dice Pascal, reflexión que abre la película y cierra este texto: “el corazón tiene razones, que la razón no entiende”.
Las razones del corazón (2011) –sobre una suerte de Madame Bovary sanguínea y contemporánea que serpentea por el interior del oscuro edificio que habita sin saber qué hacer con su vida– fue estrenada en estos días en la ciudad de Buenos Aires y exhibida en una única función en el Teatro La Comedia ante un público numeroso y atento, que celebró con risas algunos pasajes. Cordial, muy dispuesta al diálogo, sorprendida porque el Consejo Municipal de Rosario la declaró Visitante Distinguida y por la timidez de los argentinos para discutir o preguntar en público, Garciadiego nos brindó generosamente un rato de su tiempo para hablar de esta película y de sus experiencias como guionista.
LOS ULTIMOS DIAS DE MADAME BOVARY Madame Bovary, publicada como novela en 1857, es una de las historias más importantes de la historia de la literatura universal. Controversial para su época, Gustave Flaubert tuvo que soportar incluso que lo llevaran a juicio por ofender la moral de aquella época. El libro fue llevado a la pantalla muchas veces, así como también adaptado como ópera. En el cine las versiones más famosas han sido la de Carlos Schlieper en 1947, protagonizada por Mecha Ortiz, la de 1949 de Vincente Minnelli con Jennifer Jones en el rol protagónica y la de Claude Chabrol en 1991 con Isabelle Huppert como Madame Bovary. Una gran producción está anunciada para el 2014, mostrando la clara vigencia de la historia. Pero ahora es Arturo Ripstein quien ha decidido acercarse al libro. Con su guionista habitual, Paz Alicia Garciadiego, como aliada, arman entre ambos una versión muy distinta a todas las demás. La más revulsiva de las adaptaciones había sido hasta ahora la argentina de Carlos Schlieper, porque el director feminista no sentía demasiada simpatía por Emma Bovary y creía que lo único que debía hacer era marcharse y vivir su vida. Ese enojo hizo que boicoteara con humor y subrayados irónicos gran parte de la trama. Minnelli apostó a su clásico personaje soñador y Chabrol con su actriz fetiche arremetió con ferocidad contra la burguesía y sus costumbres. Ripstein es aquí, por encima de cualquier otra cosa, fiel a sí mismo y despliega un film de una sordidez, una claustrofobia y una angustia terribles. Esta angustia, aumentada por el blanco y negro, no le impide alcanzar altos niveles de poesía e incluso rara belleza. Para quien conozca al director, tal vez no haya grandes sorpresas, pero aun así hay que reconocerle un gran pulso para lo trágico. No le importa a Ripstein el comienzo de la historia y se lanza desde el vamos al clímax de la novela y el desastre. Emilia, así se llama aquí la protagonista, está interpretada por una extraordinaria actriz llamada Arcelia Ramírez. Ella le da vida a uno de los personajes más grandes de la literatura y en el México actual logra que Madame Bovary tenga la misma fuerza y vigencia que tuvo cuando en el siglo XIX fue creada por Flaubert.
Ama de casa desesperada Las razones del corazón es una adaptación muy libre al presente de los últimos capítulos de la novela Madame Bovary de Gustave Flaubert. A sus casi 70 años el mexicano Arturo Ripstein (Principio y Fin, Profundo carmesí) dirigió el film; eligió el blanco y negro y esta elección es la que infunde a la obra un tono apremiante, claustrofóbico. Paz Alicia Garciadiego, pareja y habitual colaboradora del director fue la guionista de esta historia y responsable de convertir a Emma en Emilia, un ama de casa desesperada. Hay otros cambios; Charles Bovary en la original es médico y aquí se llama Javier y es empleado de una empresa, los amantes antes eran dos y ahora es un músico cubano. Pero hay elementos que continúan: Madame Bovary no trabaja y vive de ficciones (sólo que en la historia de 1857 pertenecían a libros románticos y en esta versión cinematográfica las fantasías provienen de telenovelas y películas). Un componente que puede parecer nuevo (ya que en esta oportunidad es remarcado) es la fuerte relación que mantiene la protagonista con su cuerpo; un deseo ardiente de contacto físico lo habita. La historia está contada de una forma sumamente teatral -casi por momentos como una especie de monólogo/desahogamiento- que si bien nos acerca a Emilia, por su visceralidad, nos aleja de ella porque roza demasiado la artificiosidad; de todos modos la puesta es impactante ya que coloca al espectador en la infinita desesperación de la heroína, llena de una impotencia que emparenta con la locura. La circularidad de lo que se narra y del espacio, lo que se refleja en el espejo y la travesía de un par de zapatos, son detalles que completan este melodrama trágico. Madame Bovary ha sido llevada en cinco oportunidades a la pantalla grande, las versiones más recordadas son las de: Jean Renoir (1933), Vicente Minnelli (1949) y Claude Chabrol (1991). Para 2014 se está preparando una superproducción en la cual Madame Bovary seria interpretada por Mia Wasikowska (Alicia en el país de las maravillas). La única versión latinoamericana es Las razones del corazón, y realmente es una interesante transposición ya que conserva la esencia del personaje principal pero adopta características tempestivas y jugosas; mucho de esto se lo debe a la brillante caracterización de Arcelia Ramírez quien pone su cuerpo y alma a disposición de Emilia. Las razones del corazón es cruda y deja un sabor amargo principal y simplemente porque acierta en sus gastadas pero sabias palabras iniciales tomadas de B. Pascal: "El corazón tiene razones que la razón no entiende". El plus (+): Hay una referencia polémica a Madame Bovary en Little children o Secretos íntimos película protagonizada por Kate Winslet.
Una muy buena lectura en clave melodramática (pero también, aunque en un sentido algo retorcido, satírica) de Madame Bovary por el maestro mexicano Arturo Ripstein (NB: ¿recuerda que supo estar de moda Ripstein y, de pronto, nadie lo volvió a estrenar?). Esta trasposición a un universo más próximo en el tiempo y el espacio de la genial novela cumple con lo que debe ser una buena adaptación: concretar una lectura posible de lo esencial del texto a través de la imagen. Ripstein cumple con creces.