Filmada en Leones, provincia de Córdoba, y presentada en el Festival de Mar del Plata, esta ópera prima de Andrea Braga, un italiano que estudió y es docente en la escuela de cine creada por Eliseo Subiela, arranca con el regreso de un fiscal a su pueblo natal para investigar una serie de misteriosos crímenes. Como en el cine negro clásico, el protagonista debe resolver los casos y al mismo tiempo lidiar con algunas cuentas pendientes de un pasado no tan lejano: la relación con su hija y su exmujer no es la mejor, y ese malestar personal empieza a combinarse con el derrotero de una investigación complicada en la que aparece una trama de corrupción relacionada con el abuso de agroquímicos. Legítima defensa es una película lúgubre y cargada de la tensión que tienen los buenos thrillers. Braga ya la tenía en desarrollo cuando se encontró con un documental italiano sobre los problemas ambientales que causan algunos químicos utilizados en el campo. Las buenas performances de los protagonistas (el uruguayo Alfonso Tort, Javier Drolas y Violeta Urtizberea, alejada de su faceta más habitual de comediante pero igual de solvente) son puntos de apoyo sólidos para una historia cuyo clima denso se sostiene de principio a fin.
Alfonso Tort, siempre efectivo, está al frente de una propuesta que desanda los pasos de un hombre al que el pasado reciente lo persigue determinando los pasos de una investigación policial sin solución.
“Legítima defensa” de Andrea Braga. Crítica. Un thriller pampeano. Pocos géneros polarizan más a la audiencia que el thriller, el público los ama y los consagra como obras maestras o los detesta profundamente. Por lo que requiere una valentía particular, la mera intención de hacer una película de este estilo. Sin embargo Andrea Braga pareciera no atemorizarse ante esta idea y realiza “Legítima Defensa”. Un thriller espeso, cuyo estreno es el próximo jueves 23 de febrero. Si algo sabe muy bien Eduardo, es que la frase “pueblo chico, infierno grandes”, encierra varias verdades. Escapa del lugar donde nació y se crió, para esconderse en el anonimato ofrecido por las grandes urbes. Allí se convertirá en fiscal y tendrá una hija con una pareja de la cual ya no forma parte. Pero como un bumerang, su pasado vuelve a atormentarlo cuando varias mujeres aparecen asesinadas en su pueblo natal. Lo que a priori parecía una película del subgénero “hombre vuelve a su pueblo”, inmediatamente se transforma en una oscura investigación de asesinatos. Tanto los pensamientos como los sentimientos del fiscal protagonista, se encuentran protegidos dentro de él como la caja negra de un avión. Lo cual lo hace poco permeable a la empatía del espectador. Se debe a que no la busca, ni la quiere, quien observa sus acciones está invitado a acompañarlo en la aventura solamente. No le interesa ser juzgado y mucho menos comprendido, sus acciones hablan por él. Una cámara curiosa, de movimientos precisos capta todo lo que sucede. Atenta a todos los detalles, una cámara casi fincheriana. En una trama que se anima a tratar la problemática de los agroquímicos y su contaminación. Además de varios subtemas que terminan generando un efecto enredadera, donde si bien todo parece en orden, no se termina profundizando mucho en nada. Los pequeños pueblos del interior del país se prestan para mostrar una realidad sórdida y aterradora, y Andrea Braga lo explota a la perfección en “Legítima defensa”. Cocinada a fuego lento, esta experiencia recompensa a quien sabe esperar. Si te gustan los thrillers densos y oscuros, esta película es para vos.
Es el debut de Andrea Braga como guionista y director en un policial cargado de tensión y de suspenso, desde el principio al fin. Un fiscal con muchos conflictos familiares, un solitario hombre de la justicia que regresa a su pueblo natal para resolver crímenes siniestros. Allí se encontrará con sus amigos, el jefe de policía y su esposa. Mientras la sangre y los secretos parecen intrincados, mezclados con obsesiones personales, de a poco se descubre un verdadero ecosistema de corrupción, de dolores escondidos y la verdadera tragedia de los estragos producidos por los agroquímicos y quienes deciden utilizarlos silenciado voces y conciencias. Alejandro Tort es el intérprete ideal para ese hombre torturado por sus acciones y recuerdos. Muy buena las labores de Violeta Urtizberea y Javier Drolas.
"Legítima defensa": el drama de un hombre con culpa En el curso de una investigación de asesinatos aparece una empresa cerealera que cuenta con un largo historial de enfermedades y muerte. Legítima defensa es una película coherente. Coherente en tono, estilo, actuaciones, tiempo de duración de cada plano. Habrá quien piense que es demasiado grave y sin duda gravedad no le falta, así como un tono ominoso que tiene que ver con lo que sucede. Pero ¿quién determina qué es demasiado, justo o demasiado poco? Lo determinan, en tal caso, las intenciones y el conjunto de la puesta en escena, que aquí se ajustan en función del relato. Policial con dos investigadores que puede recordar a exponentes escandinavos del género y sobre todo, por su tonalidad dark, a True Detective, a diferencia de la serie escrita por Nic Pizzolatto, la ópera prima de Andrea Braga le ahorra al espectador las pomposas disquisiciones filosóficas. Aquí la cosa es más práctica, más factual. Eduardo Pastore (Alfonso Tort) es un fiscal que debe (y quiere) volver a su ciudad natal para investigar un asesinato, luego dos y finalmente un tercero. Es raro, porque los cuerpos aparecen con sangre pero sin signos de lesiones (aquí hay una pequeña trampilla a la que hay que pasar por alto). Como todo investigador, Eduardo se investiga a sí mismo, y en esa investigación interna ocupa un lugar prominente el modo en que abandonó la ciudad y su familia. Junto a él funge un amigo, el joven comisario Ramiro Sartori (Javier Drolas) y la pareja de éste, Paula (Violeta Urtizberea), que buscan un hijo sin conseguirlo. De pronto aparecerá, en el curso de la investigación, una empresa cerealera que cuenta con un largo historial de enfermedades y muerte, como consecuencia de fumigaciones ilegales. Cuando se habla de tono debe entenderse también el tono de la fotografía, en clave baja, y de las vestimentas, oscuras, frecuentemente amarronadas, lo cual comunica tanto o más que cualquier diálogo o giro de la trama el clima triste y derrumbado del relato. Un detalle de puesta en escena -el tono de la fotografía y los atavíos- que no suele tenerse frecuentemente en cuenta, y que aquí hace al todo. Tanto como ciertos detalles: el sentido de una de esas esferas de cristal que puestas boca abajo dejan caer nieve falsa, muta trágicamente en función del relato. Es loable también el modo en que Braga “corre” el film del género policial, eliminando tanto el uso de armas como la visión de los muertos, que son mencionados pero nunca vistos. De este modo, lo que queda es el drama de un hombre que siente culpa, y de una ciudad en cuyo seno se halla instalada una empresa criminal. Tal como en realidad sucede aquí y ahora, en la Argentina y en el mundo.
THRILLER=DENUNCIA Como se percibe en los primeros minutos de Legítima defensa la vida profesional de Eduardo (Alfonso Tort), fiscal, no se compadece con su devenir afectivo. La relación con su hija no es la mejor y entre cavilaciones y preguntas sin respuestas la opera prima de Andrea Braga presenta su conflicto inicial que de inmediato se verá aumentado cuando el personaje se anoticie de dos muertes en su pueblo natal. En ese comienzo el film desovilla sus dos tramas paralelas, anexadas entre sí: la confluencia de aquello público (las muertes a investigar) junto con el terreno privado (el retorno del personaje a su lugar de origen), donde deberá reencontrarse con dos viejos amigos: Paula (Violeta Urtizberea) y Ramiro (Javier Drolas), ahora convertido en comisario de ese paisaje en tensión. Estimulante inicio el de Legítima defensa, adscripto a la vertiente policial fúnebre y solemne donde el recurso de una luz contrastante actúa como protagonista de varias escenas. Son los momentos donde la trama refiere al policial desde las adyacencias del género y no desde la exhibición de sus costuras más reconocibles. En ese paisaje acorde a la remanida frase de “pueblo chico, infierno grande”, Legítima defensa describe sin enfatizar las idas y vueltas de un contexto donde se ocultan demasiadas cosas y los secretos están a punto de estallar. Entre susurros y voces tenues, como si pidieran permiso o tuvieran miedo de revelar aquello que se olfatea en el lugar, la historia recae en una sutil descripción psicológica de los tres personajes centrales, unidos entre sí por el pasado y ahora asfixiados en un presente tumultuoso. El giro dramático que adquiere el film en su segunda mitad, aclarando ciertos conceptos ahora sí de forma poca sutil, no favorece el interés de una historia hasta ahí sustentada en la investigación a cargo del fiscal. Se dirá, y con razón, que la información que responde al conflicto inicial – un ecosistema ilegal que se basa en el uso y abuso de agroquímicos – revela las miserias de funcionarios y de un contexto al que le importa poco y nada la vida de los lugareños. Pero, justamente, esa aclaración del conflicto público perjudica a una trama que hasta el momento se sostenía en hipótesis y preguntas aun sin respuestas. Desde allí hasta el desenlace, Legítima defensa trabaja desde las convenciones del policial de denuncia, aferrándose al a-b-c narrativo de en esta clase de historias desplazando u omitiendo las tipologías de sus tres personajes centrales en sus zonas más cálidas pero también oscuras. En ese cambio de rumbo de la trama la película elige un tono de informe periodístico que invalida aun unas últimas imágenes filmadas en ralentí de fuerte impacto emocional. Ocurre que Legítima defensa es un film partido en dos, sutil y subrayado en dosis similares.
Eduardo (Alfonso Tort) huyó de la vida de pueblo para hundirse en el anonimato de la gran ciudad y dedicarse a su trabajo como fiscal. Separado de su mujer, con una relación complicada con su hija adolescente, su presente no parece ser mucho mejor que ese pasado que eligió dejar atrás. Y va a complicarse aún más cuando una serie de extraños asesinatos lo obligue a volver al pueblo para colaborar con la investigación que lleva adelante Ramiro Sartori (Javier Drolas) un viejo amigo, ahora convertido en el comisario a quien se le encargo la investigación, tratar de resolver el caso y también se ha convertido en el marido de Paula (Violeta Urtizberea), dato no menor. Ese reencuentro supondrá una recuperación de los lazos afectivos, de trabajar sobre el abandono, de hecho hay una insinuación de un pasado entre Paula y Eduardo, pero se queda ahí. El filme se construye a partir de esas dos tramas, la investigación y las relaciones afectivas. Su retorno al pueblo instala la deuda afectiva que dejo atrás, sumado a su necesidad de recomponer la relación con su hija. La investigación supone encontrar al asesino de las dos jóvenes amigas
Legítima Defensa es una película que aborda la corrupción y el abuso de poder en el contexto rural argentino, con un elenco sólido y una dirección efectiva.
Presentada en el festival de cine de Mar del Plata, Legítima defensa (2021) es un policial negro argentino que se inscribe en la mejor tradición nórdica del género. La película contiene ante todo una estética opresiva que marca el tono y atmósfera del relato. El protagonista es el fiscal Eduardo Pastore (Alfonso Tort) quien deja a su hija adolescente (Sofía Saborido) para trasladarse a Morante, el pueblo de su infancia, donde ocurrieron unas extrañas muertes ( los cuerpos aparecen con sangre pero sin heridas). En el lugar se reencuentra con Ramiro (Javier Drolas), ahora comisario, y su mujer Paula (Violeta Urtizberea). El pasado regresa de manera tan oscura como la trama de crimen que se revela. Como si se tratara de la serie escandinava Sorjonen (Bordertown), el film está más interesado en mostrar el viaje interior del protagonista y en cómo la investigación repercute en él, que en secuencias de acción resolutivas. Su relación con su hija será clave para transformar su nostálgico pasado en un presente de mayor luminosidad. Estamos ante un policial expresivo desde la puesta en escena, que convierte en claustrofóbicos hasta los espacios exteriores. En ese trabajo la dirección de fotografía de Guillermo Saposnik es notable, anulando los colores cálidos por otros fríos y generando cierta bruma espesa en el ambiente que se traslada a la investigación. Los agrotóxicos funcionan de contexto para la película. Son la causa del mal en la zona pero también el síntoma de la enfermedad física y moral que atañe a los personajes. En ese entramado turbio de connotaciones siniestras relacionados a los grupos de poder, el protagonista debe depurar sus culpas personales para limpiar su alma. Legítima defensa resulta atractiva por su singularidad y espesor dramático. Es un film expresivo de climas y sensaciones, que invita a sumergirse en su espesa propuesta para identificarse con su agobiado protagonista.
Eduardo Pastore (Alfonso Tort) es un fiscal que vuelve a su pueblo para investigar una serie de asesinatos. Lo esperan dos viejos amigos: Paula y Ramiro, actual comisario. La investigación avanza y en el camino, descubren un sistema corrupto basado en el abuso de agroquímicos. Este policial oscuro en todo sentido, comienza entonces a mostrar también como una historia de denuncia. Una especie de Barrio chino de vuelo limitado. Las actuaciones apagadas coinciden con el tono y la solemnidad de todo el conjunto produce más indiferencia que toma de conciencia, con tantos lugares comunes que no queda mucho margen para disfrutar de los personajes y los fantasmas que arrastran a lo largo de sus vidas. Mucho menos de la trama policial.