Historias de la Argentina profunda El cordobés Santiago Loza no para de filmar y, de hecho, casi no hay festival local en el que no presente una película nueva. Luego de la seguidilla de Artico, Rosa Patria (ganadora de la competencia argentina 2009) y La invención de la carne, ahora el director de Extraño se unió con el santafesino Iván Fund (también presente en el BAFICI pasado con la fallida La risa) para rodar esta inquietante, sensible y desgarradora película que combina documental y ficción (uno de los mayores méritos es disolver casi por completo los límites entre ambos registros) en un retrato de la Argentina profunda, ese país que no miramos (y que, por lo tanto, el cine nacional tampoco mira demasiado). Tres asistentes sociales de distintas generaciones, experiencias y sensibilidades (las magníficas Eva Bianco, Victoria Raposo, Adela Sánchez) llegan a un paraje perdido (creo que de Santa Fe) para hacer un relevamiento sobre las múltiples necesidades alimentarias y sanitarias en barrios más que humildes, donde el hacinamiento, la desnutrición, la falta de trabajo y la descontención son moneda corriente. Contra todo pronóstico, Loza y Fund no caen en el miserabilismo ni en la denuncia recargada y demagógica vía bajada de línea (las imágenes y los testimonios de primera mano son más que elocuentes y suficientes) y logran fundir lo puramente documental (las visitas a las zonas carenciadas) con lo ficcional (las vivencias íntimas, no menos duras, de las tres protagonistas). Si la película -cuando promedia el relato- empieza a repetirse un poco en su faceta antropológica con las sucesivas vistas a los asentamientos, los directores dan un vuelco sobre la media hora final en la que el relato crece en emoción e intensidad con los distintos quiebres y reacciones de estas increíbles mujeres. Más allá de los logros expuestos en el terreno dramático y narrativo (la película casi nunca pierde su naturalidad y credibilidad), Fund y Loza no descuidan en absoluto los aspectos formales: la imagen en HD, el trabajo de fotografía y cámara, la edición, el sonido y la musicalización son en todos los casos de primerísimo nivel y suman para lograr un acabado técnico que no hace otra cosa que potenciar el resultado final de esta primera joyita de la competencia argentina de esta edición.
Loza se ha convertido en un verdadero prodigio cinematográfico. En poco menos de 6 meses ha estrenado 3 películas de forma comercial y una más en el BAFICI. Además de las anteriores Extraño y 4 Mujeres Descalzas, que, acaso siguen siendo lo mejor de su obra. Co dirigida por Fund (La Risa) se da la mano con la segunda película de Loza. Tres mujeres viajan al interior del país para hacer encuestas sobre condiciones sociales y proveer de medicamentos y vacunas, a familias pobres, marginalizadas, cuyos jefes de familia se encuentran desempleados, y deben mantener a muchos hijos en general. La película se puede dividir en dos: una parte documental, en donde verdaderas familias que viven (se supone) en la frontera del norte de Santa Fe y Santiago del Estero relatan sus penurias, pero sin caer en un tono demagógico, sino informativo a estas tres enfermeras (tres actrices), y por otro, una película de ficción, donde se muestra como va impactando la información que van adquiriendo estas tres mujeres (una de 30, otra de 40 y otra de 50) a medida que van pasando los días, explorando el perfil humano de las mismas: la convivencia mutua, la presión del clima, la relación con los pobladores locales. Estos tres personajes bien diferenciados (como sucede en las obras de Loza) no proyectan abiertamente (y especialmente entre ellas) sus preocupaciones y malestares tanto físico como psicológicos. Hay un clima de tensión bien construido en las escenas nocturnas. Tanto los personajes como las interpretaciones están muy bien construidas. Son profundas, distantes, austeras pero a la vez identificables. Ambos directores tratan de hacer un aporte a personas reales desde la ficción, lo cual hace reflexionar sobre que importante es llegar con el cine (sea ficción, documental o algo en el medio) a lugares que no siempre llegan las cámaras y la TV. No se trata de una película innovadora, ni una obra maestra. Con sutilezas narrativas, información precisa, Los Labios es una propuesta que quizás funciona mejor en el concepto que como producto cinematográfico, que habría sido un poco más lograda incluso, si los realizadores, no se entusiasmarían tanto con alargar tanto algunos planos secuencias. Media hora menos, podría haber de hecho de esta película, un film más logrado.
Santiago Loza continúa su carrera de director de cine y teatro, reinventándose con cada uno de sus films. Notoriamente generó proyectos de cine con una gran inspiración teatral, luego trabajos experimentales de cuestionable resultado y a partir de allí incursionó en el documental. Los Labios es un co-proyecto junto a Ivan Fund, destacado en cámara. En el film, vincula la narración de una historia lineal junto con gran parte documental. El viaje de tres mujeres empleadas para realizar tareas de censo, ayuda médica y abastecimiento a un municipio muy precario de la Provincia de Santa Fe. Cómplices en sus tareas, pero de muy distinto carácter, cada una conlleva sus propias intenciones, edad y mal pasar, de tres maneras completamente distintas. Un lugar precario donde los momentos gratos escasean, la triste realidad de nuestras tierras en las que conviven la pobreza, la desnutrición, enfermedades y falta de trabajo esencial para el desarrollo humano y cultural. El trabajo de las mujeres no es sencillo, la ayuda que no llega y aquella que sí lo hace, no siempre de la mejor manera como es el caso de la recepción de medicamentos vencidos, los relatos documentados de aguda crudeza brindan un nexo con la ficción. Un ejemplar trabajo, presentado en exquisito HD.
Algo por cambiar Premiada en Cannes y en el BAFICI Los labios (2010), dirigida por el binomio compuesto por Iván Fund y Santiago Loza, propone una nueva mirada sobre las formas narrativas utilizadas en el cine. En éste caso, lo hace a partir de un conflicto realista casi documental en la que puesta y realidad se unifican para dar cabida a un relato furioso sobre la indigencia social y la marginalidad en una Argentina olvidada. Tres mujeres se dirigen hacia un pueblo perdido en medio de la urbe, ellas se dedican a curar, investigar, ayudar, a hacer lo que pueden y las dejan. Esas mujeres casi sin recursos hospitalarios nos irán llevando a través de un recorrido casual por las falencias en el sistema de salud y de la seguridad social de un país que por momentos suena a contradictorio. La cámara vertiginosa de Iván Fund y el extremo cuidado estético de Santiago Loza se funden en un relato que, sin ser de denuncia, termina por poner en el banquillo de los acusados las faltas y equívocos de una clase dirigente preocupada por cierta banalidad superflua, aún sin proponérselo y es ahí en donde radica la verdadera inteligencia del film. Los labios está compuesto de dos relatos. Uno ficcional conformado por el trío protagónico de mujeres que llevarán adelante por medio de la entrevista el segundo relato conformado por otras mujeres que contarán sus historias verdaderas. Una vez más se quiebran los límites entre ficción y documental dando lugar a un género hibrido, inclasificable, que justifica la existencia del cine como vehículo social. Sin sensiblerías, sin tendenciosidad, con sólo una cámara y una historia, Los labios vuelve a mostrar que con talento se puede acceder la verdad sin caer en el patetismo de lo amarillento. Un cine comprometido con la ficción y con la realidad.
De todas las cosas de la que es capaz esta pelicula sería posible elegir aquella menos inocente, la menos evidente, la más política, la más angustiante, o cualquier otra. No sería posible, eso sí, quedarse con una sola: hay tal entramado en esta historia de tres mujeres, contratadas por la municipalidad de un paraje de la provincia de Santa Fe, para realizar un relevamiento de asistencia social, tal densidad que lo que la imagen misma denota condensa lo que es la película. Nada en Los labios hace suponer que la realidad es sencilla. Lo único sencillo y claro es la gente, la pauperización, la falta de trabajo y la desnutrición. Todo lo demás es complejo. Por eso, quizás la cámara de Loza y Fund elige el primerisimo primer plano. Lo suficientemente asfixiante como para que ni el espacio, ni el tiempo corran lógicamente. Lo suficientemente humano como para sentir la cercanía de los cuerpos, preocupados por otros cuerpos, hasta en el acto de maquillarse para salir a comer en la parrilla del pueblo. ¿Cómo constituir un documental de problemática social desde una mirada excluyentemente femenina, sin que esa mirada lo defina todo?; sin que el espectador pueda saber de dónde vienen esas mujeres o quiénes son, cuando en realidad todo lo que son, lo son en función de eso que les propone esa nueva realidad que viven. Una película austera cuando se pone en registro documental y sorprendentemente compleja cuando se aproxima a los bordes de esos universos femeninos que parecen sostener hogares, además de sostenerlo todo.
El oro y el barro Logrado cruce de ficción y documental, sobre tres mujeres que hacen asistencia social en el litoral. Los labios , acaso el filme menos “extraño” de Santiago Loza -en este caso en dirección conjunta con Iván Fund-, es un filme bastante extraño. No por ser críptico, como otros trabajos del director de Extraño , Cuatro mujeres descalzas , Artico y La invención de la carne , sino por estar concebido como un cruce delicadísimo de ficción y documental. La idea no es novedosa: sí el resultado, que arrastra al espectador, con profunda naturalidad, en un viaje por las relaciones y las necesidades humanas. Al comienzo de Los labios , tres mujeres que no se conocen viajan en micro a través de la noche. Luego sabremos que su destino es una barriada pobre en el litoral, donde ellas asistirán y sobre todo le darán la palabra a gente marginada. La primera sorpresa -para el espectador y para ellas- es que el Estado las hospeda, si se le puede llamar así, en un hospital en ruinas, que está siendo demolido. A través de una puesta bella y precisa, y de un guión tan claro como flexible, los realizadores combinan el trabajo de las tres actrices (brillantes Eva Bianco, Victoria Raposo y Adela Sánchez, premiadas en Cannes) con el de pobladores de la zona, que cuentan sus historias o las inventan. Imposible saber qué es ficción y qué realidad: tal vez, en esa interacción basada en una improvisación con rumbo, los protagonistas no tengan (ni necesiten tener) una respuesta. Lo cierto es que, debajo de su barniz de simpleza, la película llega a distintas capas emocionales sin apelar a bajadas de línea, golpes bajos ni pedagogías. Los labios tampoco condesciende a la miserabilidad ni el tremendismo: cada persona humilde responde desde la contundente naturalidad de su vida cotidiana. El efecto sobre las tres protagonistas, y la creación de vínculos entre ellas, y entre ellas su entorno, funciona a través de gestos, de actitudes mudas: acierto de la dirección y de las intérpretes. Los labios tiene además una dolorosa belleza, y peso artístico y antropológico, sin lastres ni subrayados. En la última parte, cuando la historia aparenta tener alguna derivación sociológica, los directores optan por la catarsis de las mujeres: por mostrar el modo en que las tres se van fundiendo, cada una a su manera, con su entorno. Ya no son, ya no podrían ser, una otredad: “las asistentes”. Luminosamente, ya son parte del barro.
Sobre encuentros y fusiones Si las primeras imágenes de las protagonistas y su viaje posterior tienen un aire documentalista, a partir del momento en que ponen pie en suelo santafesino estos tres personajes de ficción pisan decididamente terreno documental. Meterse al río a jugar con los chicos de la zona. Resbalar en el barro, enchastrarse el vestido y que no importe: tal vez sea ésa –en sentido metafórico, al menos– la verdadera meta del viaje que, al comienzo de la película, emprende el trío protagónico de Los labios. Fundirse en el paisaje y en el otro, sin dejar de ser uno. No por nada Coca, Noe y Luchi trabajan de asistentas sociales, una profesión que, en países que todavía no han logrado poner la economía por completo al servicio de su gente, sirve, si no para reemplazar los deberes del Estado, sí al menos para que el desentendimiento no sea total. Para eso viajan Coca, Noe y Luchi hasta un pobre paraje de la provincia de Santa Fe: para tomar contacto con la gente, atender sus necesidades más impostergables, preparar informes que tal vez –con suerte y viento a favor– alguien lea algún día. El gesto de las tres, que suele andar entre la severidad y la melancolía, hace pensar que son las primeras en temer que tal vez la visita sirva de poco. Pero ese poco hay que hacerlo, y para eso están ellas. La película argentina más singular de las presentadas en el Bafici 2010, ganadora de un premio a Mejor Actuación (compartido por las tres protagonistas) en la sección Un Certain Regard del pasado Cannes, en Los labios pueden entreverse rasgos de la obra previa y posterior de sus dos realizadores, Santiago Loza e Iván Fund. Pero el resultado es distinto a cualquier película de ambos. Tiene su propia personalidad, va hacia otra parte. La más veterana Coca (Adela Sánchez), la intensa Noe (Eva Bianco) y la algo más inexperta Luchi (Victoria Raposo) son, sí, tres mujeres lozianas. Solitarias y no libres de angustia, como la gestante soltera que encarnaba Valeria Bertuccelli en Extraño, como la prostituta de La invención de la carne. Tres mujeres “descalzas” que solidarizan sus soledades, como hacían, en un departamento semivacío, las cuatro del título homónimo. Si las protagonistas son de Loza, la cámara es, inconfundiblemente, de Fund. Aunque algo más moderados en cantidad y cercanía, la abundancia de primeros planos revela la mirada de ese fanático del fragmento que es el director de La risa y Hoy no tuve miedo. La discontinua, aireada construcción de las escenas también parece propia de Fund. Lo mismo que el indiscernible título: se ve tan poca risa en La risa como labios en Los labios. Pero Los labios no es un poco de Loza + un poco de Fund, sino una película en la que –el juego de palabras es demasiado tentador para no probarlo– Fund tiende a fundirse con Loza, en la misma medida en que ambos se funden con lo real. Si las primeras imágenes de las protagonistas al encontrarse en la terminal de ómnibus y el viaje posterior tienen un aire documentalista, a partir del momento en que ponen pie en suelo santafesino estos tres personajes de ficción pisan decididamente terreno documental. Sus encuentros con los pobladores, sus interrogatorios médicos y sociales, las respuestas de la gente del lugar, los informes que elaboran y se oyen en el off: todo eso pudo haber sido parte de un documental y de hecho lo es. Con una salvedad: tal como se ocupan de aclarar los realizadores (ver entrevista), la gente del lugar sabía que las entrevistas eran “falsas”, que las asistentas eran de ficción. Se prestaron a ese juego, haciendo de sí mismos para una película que no es del todo un documental, pero nunca deja de serlo. Una segunda salvedad: al contrario de lo que suele suceder en los documentales “temáticos”, por obra de la puesta en escena –el modo en que la cámara se relaciona con ellos, la atención que les dedica, la libertad que les da en el encuadre–, Loza y Fund logran reconvertir “casos” en personajes. Ni uno solo de los entrevistados –las dos nenas tímidas, el changarín sin empleo y su hija, el anciano subalimentado al que deben cargar, la chica embarazada y su madre, que parecen una única y doble entidad– deja de serlo. Pero Loza y Fund no son ingenuos. Saben que por mucho que ansíe fusionarse con la gente a la que asiste, todo aquel que cumpla una tarea social siempre tendrá un grado de desfase respecto del entorno. Es por ello que, en paralelo con la película sobre la pobreza, la marginalidad y la falta de atención circula una segunda película, la de Coca, Noe y Luchi. Por más que sufran privaciones semejantes a las de sus asistidos (notable, la idea de alojarlas en un hospital derruido, metáfora viva de la falta que no pueden reemplazar), ellas cargan con una mochila ficcional hecha de soledades, angustias, deseos reprimidos (todo ello muy propio de las mujeres de Loza), que afloran en la larga escena culminante. Seguramente la más vívida, inquieta e imprevisible que el cine argentino haya dado en mucho tiempo, en un boliche que recuerda a las viejas pulperías se toma cerveza, se charla, se baila, se chichonea. Un galán de pueblo canta completo, con enorme gracia, un tema de Manolo Galván, mientras en un rincón una chica se descompone, de tanto deseo atravesado.
Historias de la Argentina postergada La dicotomía entre estado ausente y estado presente se rompe al entrar en el territorio de Los labios, multipremiada ficción que coquetea permanentemente con el registro documental, para hacer hincapié básicamente en el concepto de la salud pública. Iván Fund, quien volvió a sorprender este año en el Bafici con su opus en solitario Hoy no tuve miedo y que ya se había destacado hace unos años con su ficción La risa, se une al experimentado director argentino Santiago Loza (Extraño, Rosa patria) para adentrarse en el Santa Fe profundo siguiendo el trabajo e investigación de tres médicas (Eva Bianco, Victoria Raposo y Adela Sánchez) que llegan para relevar las problemáticas sanitarias de los lugareños marginados y en condiciones de absoluta desidia y pobreza. Así, acompañadas por la aguda pero no asfixiante cámara tomarán contacto con las diferencias culturales y sobre todas las cosas con un puñado de historias que enfrentan la adversidad y transmiten esa pureza de las pequeñas cosas. Sin caer en un miserabilismo morboso ni golpes de efecto que fuercen situaciones para el llanto fácil, los realizadores consiguen hacerse tanto partícipes como volverse invisibles gracias a un rodaje que encuadra sin artilugios ni artificios una realidad que muy pocos conocen y muchos pretenden desconocer. Sin embargo, el mayor mérito recae sencillamente en que nunca se abandona el terreno de la ficción, como así tampoco la temática que se pretende reflejar. Lejos de buscar una plataforma cinematográfica con una posición política, Iván Fund y Santiago Loza consiguen hablar de la política a través de sus imágenes de una elocuencia pasmosa que refleja cada una de las historias de la argentina postergada.
Una especie de Extraño meets La risa, Los labios es una enigmática y potente mezcla de dos universos cinematográficos, el de Santiago Loza (que ya va por su sexto largometraje) e Iván Fund, cuya ópera prima La risa fue, para el que escribe, una de las mejores películas del Bafici 2009. Lo que más asombra es la capacidad que tienen ambos directores de armonizar dos propuestas estéticas tan disímiles en una única visión sólida y coherente: al ya conocido extrañamiento del mundo que opera Loza y que termina por configurar un cine por momentos extraterrestre, se le suma la exploración cercana y obsesiva de Fund, que examina a los personajes y a los objetos en sus espacios y zonas más recónditos. El resultado es una película en la que, detrás de su historia áspera compuesta de detalles cotidianos y pequeñas miserias, anida un film intrigante, rico en gestos y hechos incomprensibles que arañan el delirio. El genio de Loza y Fund está en haber encontrado un universo irregular, hecho de pequeñas fracturas por las que se cuela lo insólito en medio de la rutina más ordinaria de un pueblo del interior. A ese pueblo llegan las tres protagonistas: sus visitas a las regiones marginales de la comunidad toman la forma de verdaderas expediciones hacia lo desconocido en las que es posible hallar relatos de vida, pobreza, ignorancia o incluso hasta algunos destellos humanos cegadores, como ocurre con las chicas de la primer casa a la que asisten, (las nenas demuestran una simpatía y una frescura emocionantes). A su vez, los informes que realizan con las estadísticas sociales correspondientes no hacen más que expandir esa grieta entre el mundo conocido y el otro subterráneo que pugna por salir a la superficie: sus relevos de información, fríos y rutinarios, relatados por la voz en off, contrastan enormemente con su trabajo comprometido y con la riqueza y complejidad de los seres con los que tratan. La voz en off que lee esos informes, acompañada por el contrapunto necesario de las imágenes, parece estar hablando ya no de una zona de provincia marginal, sino de una colonia humana en otro planeta. También el humor es una disrupción de ese orden tan precario: una cargada generalizada a un remisero o una imitación de Manolo Galván son los signos de un resquebrajamiento apenas perceptible pero que está allí y que se abre paso a través de los planos, como las máquinas que vienen a demoler el hospital abandonado donde se quedan las tres mujeres. El final, un estallido de primitivismo misterioso e indescifrable, que deja ver los signos de una belleza atávica e inquietante, al que solamente nos queda acercarnos desde el asombro, opera un desgarro último e irreparable en la pretendida normalidad de la comunidad: si nos dijeran que esas imágenes fueron registradas hace miles de años o que provienen de otra galaxia, sería difícil no creerlo.
“Los labios”: para amantes de los medios tonos Santiago Loza e Iván Fund, cada uno por su lado, se han mostrado particularmente hábiles para crear climas y hasta sugerir trasfondos con los más mínimos elementos, sobre todo el primero, que ya tiene varias obras acumuladas. No para público general, cabe avisar, sino sólo para aquel que busca el detalle del medio tono distinto y que, por eso mismo, no saldrá defraudado. Hay un matiz: el medio tono de Loza tiene un particular sentimiento, que lo distingue del simple juego de estilo y otros males típicos del ambiente snob donde se muestra esa clase de novedades. En este caso, los elementos mínimos son tres actrices de su taller, dos semanas apenas de rodaje, las afueras de un pueblo del norte santafesino (donde Fund pasó su infancia y tuvo la idea de esta obra), y una serie de escenas más o menos improvisadas con gente del lugar. Las actrices desarrollan pequeñas situaciones cotidianas de otras tantas asistentes sociales, enviadas por algún organismo para registrar necesidades, y tratadas con farisaica cortesía por un representante del lugar, que las aloja entre los restos de un viejo hospital en demolición. Entre ellas puede que pase algo, que una se sienta a disgusto sobre todo en relación con otra, o no. A los autores les interesa sugerir situaciones, y hasta ahí llegan. No muestran mayores resoluciones. Pero está lo otro: en el antedicho registro de necesidades están las personas del lugar, que, sin dudas, saben que esto es sólo una película, pero aceptan comportarse como si las actrices fueran realmente asistentes sociales haciendo una inspección sanitaria, y sueltan lo suyo con una naturalidad impresionante. Esa mezcla de ficción y realidad se va haciendo indisoluble ante nuestros ojos. Se nos graba la forma apacible, cordial, con que las gentes simples muestran su orgullo y preocupación por sus criaturas, y las asistentes tienen, cada noche más marcada en el rostro, la inquietud y el dolor ante la suma de enfermedades endémicas, la cantidad de remedios vencidos que envían las autoridades, y el calor, y el malestar. Lindos paisajes del monte, una tormenta, un novillo corriendo suelto por el camino, son breves pinceladas de un relato que apenas se esboza, y que tiene su climax en una fiesta de bar, las tres mujeres entre parroquianos que intentan arrimarse, y en algún caso llegan a buen puerto (ejemplo de natural seducción, el galán lugareño, de oficio bailantero, que despabila a una de las mujeres, ignorante del malestar de otra). El día siguiente, bueno, es realmente otro día. Sensorialmente, es como el espectador percibirá lo que ha cambiado. Dos mil dólares, nomás, llevó hacer esta película, recuperados con un subsidio que alcanzó para pagar al escaso equipo y repartir un «pago por actuación» entre las familias entrevistadas. Aparte, las tres actrices recibieron un bonus inesperado, e inmejorable: el premio conjunto a la mejor intérprete en la Quincena de Realizadores de Cannes, el año pasado.
Santiago Loza colaboró en el guión de La risa, la película de Iván Fund, e Iván Fund fue colaborador artístico de Rosa Patria, el documental sobre Néstor Perlongher que presentara Loza en 2009. Líneas, aristas, ángulos del trabajo de cada uno se cruzan y se complementan, por lo que es absolutamente lógico que codirigieran LOS LABIOS y produjeran una de las películas argentinas que mejor se acerca al interior del país, además de llevar en sus imágenes una austera poesía donde no tienen espacio los reclamos altisonantes. En LOS LABIOS tres mujeres dedicadas a la salud y a la asistencia social, trabajan en un paraje donde la pobreza no es sinónimo de indignidad, y trabajan para esa gente quizás dejándose a un lado a ellas mismas, metiendo el cuerpo en el barro si es necesario para sacar algo en limpio. Si La risa era una película notable por su estudio sobre la juventud en la Argentina actual, y las películas de Loza pequeños retratos del mundo interior de ciertos seres, LOS LABIOS conjuga lo mejor de ambos (la observación de caracteres de Loza y el depurado oficio de cámara de Fund) y redondea, si no la mejor, una de las mejores apuestas del cine nacional en esta edición del BAFICI.
Con un estilo notoriamente documental, Los Labios es un film intimista y a la vez enriquecido con profundas implicancias sociales, que reúne en un mismo objetivo a los cineastas Santiago Loza e Iván Fund. El primero tiene en su haber una filmografía muy peculiar que incluye títulos como Extraño, Cuatro mujeres descalzas y el espléndido documental Rosa Patria, mientras que el segundo estrenó recientemente su primer largometraje, La risa. Este trabajo en conjunto ofrece una mirada muy particular sobre tres asistentes sociales que viajan a una indeterminada comunidad del país para escuchar y aconsejar a seres desabastecidos, con muchos niños a su cargo a los cuales crían con muy pocos recursos. Tres mujeres que atraviesan por esa misión en condiciones precarias pero con un redoblado espíritu solidario, y que a la vez deben sobrellevar una buena convivencia entre ellas. A medida que llevan a cabo sus entrevistas se aceptan y se relacionan mejor con el contexto, mientras que un par de ellas descubren escondidos, y quizás nuevos, sentimientos. Un final de celebración y distensión corona un trabajo expresivo encomiable, que cuenta con un trío de actrices estupendas (Eva Bianco, Victoria Raposo y Adela Sánchez), que, rodeadas de auténticos pueblerinos, convencen al espectador que son realmente asistentes sociales sorprendidas por la cámara en medio de sus tareas.
Narrar la carencia “Uno se vive preguntando cómo y para qué hacer cine”, reflexionan Iván Fund y Santiago Loza, codirectores de la notable y emocionante Los Labios. Tras consagrarse ganadora del premio a mejor director de la Competencia Argentina del BAFICI 2010 y del premio a las mejores actuaciones femeninas en la sección Un Certain Régard del Festival de Cannes del mismo año, se estrena en el Malba y la Sala Lugones, acompañado de una retrospectiva de la obra de Loza. Tal vez contradiciendo cierta tendencia de un cine de observación, de pretendida objetividad, quienes dialogan (al unísono) con HC más abajo –Iván Fund y Santiago Loza- no se presentan como meros operadores audiovisuales que miran aquello que filman con distancia científica. Al contrario, son dos filmmakers apasionados que meten las patas en el barro para imbuirse del mundo que tomarán como objeto en su película, sudan a la par de ese tejido de relaciones del pueblo del Norte Argentino que retratan. Los labios es –antes que el dato sociológico que pueda leerse en su superficie- un intenso mosaico de cuerpos, rostros, miradas y texturas físicas que se revelan a los ojos del espectador no sin cierto señalamiento inédito: “así nunca fuimos observados”. Cuenta Iván Fund, que la historia que daría origen a Los labios “surgió de la experiencia de una prima que trabaja como asistente social y había vivido una historia que se asemeja en lo anecdótico: un grupo de mujeres que son enviadas a una zona inhóspita y alojadas en un hospital abandonado.”
Los otros Siempre se habla de los otros, a menudo se usa una mayúscula, el Otro, lo que denota una existencia radicalmente diferente respecto de quien habla en nombre de un grupo distinto. ¿Cómo filmar la otredad? ¿Cómo filmarla cuando, además, es equivalente a los desposeídos? La compasión es tan asimétrica como la desconfianza y el desprecio. Iván Fund y Santiago Loza parecen tener el secreto. Por un lado, la concepción de Fund según la cual la cámara es la extensión de su brazo implica un constante impulso por "tocar" la otredad: la mano y el rostro; o dicho de otro modo: tres médicas y una población al norte de Santa Fe donde las bondades del progreso ni siquiera son una promesa. Por otro lado, Loza, cuya obra se ha caracterizado por una inquietud sensible por el encuentro entre los hombres, ha insistido sobre la carencia como una condición universal del espíritu: todos necesitan de otro. Los labios es una película de ficción de naturaleza documental. Las tres actrices (la gran actriz cordobesa Eva Bianco, Victoria Raposo y Adela Sánchez, quienes ganaron en Cannes 2010 el premio a la mejor interpretación) son tres médicas. Sus pacientes son los auténticos miembros de una comunidad santafesina. Ellos se interpretan a sí mismos. Sus relatos, sus padecimientos, sus esperanzas no son una ficción, pero nunca lo sabremos del todo. Poco se dirá sobre el pasado de las tres médicas, pero en la interacción cotidiana se podrá intuir algo de sus personalidades. La psicología se revela en la conducta, aunque Fund y Loza parecen más interesados en la solidaridad e intimidad femeninas, un subtema del que predica el título del filme. Los labios habla una lengua extraña para el cine argentino. No es una película demagógica, ni de denuncia, y menos aún un relato narcisista de clase. Sus planos evidencian que la Argentina periférica es una suerte de escombro. La demolición y la escasez son la regla. Pero Los labios es misteriosamente luminosa. Su pertinente perspectiva política se puede verificar en una escena extraordinaria en donde una de las médicas, después de una fiesta, se despertará en la cama de un hombre que (cantándole) la llevó a su casa. El sexo quedará en fuera de campo, pero la toma de conciencia de la médica al mirar alrededor y entender en un instante las condiciones de vida de su amante fugaz condensa la lucidez de la película. Y después llegará el bellísimo plano final en donde los niños de la zona y las médicas juegan en el barro a la orilla de un río. Lo inconmensurable y la distancia con la vida de los otros quedarán estéticamente suspendidos por unos minutos. Es una esperanza razonable, incluso hermosa.
EL SOPOR DE LAS OBRAS MAESTRAS Así como un thriller altera con golpes musicales o una comedia asegura su risa con chistes flatulentos, una obra maestra hace cabecear al espectador un par de veces. Suponemos que un plano estático abre ontológicamente aquello capturado por la cámara. También creemos que gracias a 1 minuto sin cortes de la cara sufrida de un actor, ese actor encuentra su dasein cinematográfico. No jodan, estas manías laurelnobistas arman un catálogo nocivo que contrapone Arte con Entretenimiento. El cine se desorienta y psicosomatiza monstruitos como Lisandro Alonso. Santiago Loza tiene mucho de esto aunque Los Labios sea su película más dinámica. Su película más aburridamente dinámica. Aunque el realizador no tiene la culpa; el cine profundo marca sus propias reglas y estas reglas son derivados de las condiciones de producción. Si se tiene poca plata y mucho menos tiempo de rodaje, ¿qué otros climas creamos?, ¿de qué se valdría un director si no es de la potencia actoral o de la poesía exprimida de un paisaje? La morosidad de las obras maestras es proporcional a su falta de presupuesto. Los Labios exhibe esta ecuación ejemplarmente. Te aburre sin permitirte negar su calidad actoral o la destreza cocainómana del camarógrafo. Está todo lindo, como si antes de filmarla la hubiesen convertido en un clásico del género obra maestra. Al preguntarnos cómo es posible que las actrices sean tan poderosas, hay que considerar que el rodaje de un largo en apenas dos semanas lleva a un estrés peor al sufrido por las médicas de la historia. Eva, Adela y Victoria hacen una traspolación anímica cambiando imaginariamente los motivos cuando Santiago grita acción. Y en cuanto a los registros documentales, encajan porque el montajista mecha un insert cada vez que el entrevistado mira a cámara. Le sumemos a esta ecuación el ataque superyoico de Los Labios mostrándonos a los desposeídos del interior… ¿Qué hacemos además de tomar conciencia y entristecernos por el mundo injusto? ¿Desde qué otro lugar pensamos a las protagonistas si no es desde la valentía o el heroísmo? Perdón si esta desmitificación es mala onda. Hubieron escenas que me gustaron como la aparición de fantasmas o el corte de luz. Me gustaron porque son escenas preparadas desde otra lógica; imagino acá a Santiago Loza más confiado de sus habilidades fílmicas y no tan arrojado al milagro asegurado de cualquier obra maestra. Qué sé yo, tómense un café y vayan a verla.
Cuando llegan a la pantalla grande las películas que pertenecen al llamado Cine Independiente Argentino surgen los conflictos a la hora de darles una sala, y muchas veces estas películas valen la pena ser exhibidas en grandes salas y que todo el público tenga la posibilidad de verla, pero lamentablemente esto sucede muy pocas veces, los espectadores por lo general se inclinan a ver otro tipo de historias y no tanto estas que les puedo asegurar merecen ser vistas y también obtener una mayor difusión. Casualmente hace una semana se estreno "Un tren a Pampa Blanca" la opera prima de Fito Pochat, donde a través de este documental conocemos como un grupo de voluntarios brindan asistencia médica en las localidades más necesitadas del Norte de Argentina y qué bueno que por lo menos existan personas asi tan generosas que ofrecen su tiempo y su amor. Ahora se estrena “Los labios” que se presentó en la última edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires y sus directores fueron premiados junto con la película, (premio de la Asociación de Cronistas Cinematográficos Argentinos) y se verá en Cannes, evento que comienza el 12 de mayo, donde aspira, junto a Carancho de Pablo Trapero y La mirada invisible de Diego Lerman a llevarse alguna mención. En este documental se mezcla la ficción, ellas son tres trabajadoras sociales Noe, Luchi y Coca, (Eva Bianco, Victoria Raposo, Adela Sánchez), que no se conocen, viajan al interior del país para hacer encuestas sobre condiciones sociales, entregar medicamentos y vacunas, a familias muy humildes, marginalizadas, muchas carente de todo, los jefes de familia se encuentran desempleados, y algunos deben mantener a muchos hijos, donde hay desnutrición, situaciones poco felices y lo sorprendente para los espectadores es donde deben hospedarse estas mujeres. Estas tres mujeres se diferencian por tener edades diferentes, una de 30, otra 40 y otra 50, la convivencia entre ellas no es del todo fácil, como en cualquier ser humano se dificulta a la hora de compartir y de relacionarse, el clima también influye y algunas noches no son del todo agradables. Sus realizadores lo manejan sin golpes bajos, se eligió bien la música, solo se expresa a través de las imágenes y las vivencias, eligen en diversas escenas realizar primerísimo primer plano, es emotiva, creíble, conmovedora, es muy bueno el trabajo de: edición y sonido, la musicalización, fotografía y cámara, el elenco lo conforman los habitantes de San Cristóbal, una ciudad al norte de Santa Fé, excepto las protagonistas, una de las fallas esta en detenerse tanto en algunos planos y por lo demás le sobran unos minutos.
Una de las características del cine es darle visibilidad a espacios que usualmente se escapan a nuestros ojos. Santiago Loza e Iván Fund se adentran en un pueblo de Santa Fé para mostrar con gran potencia uno de esos rincones del interior a donde ni siquiera llegan las promesas. Las protagonistas son tres asistentes sociales (Noe, Coca y Luchi) de generaciones y motivaciones distintas, que viajan a la zona para hacer un relevamiento. Cuando llegan al lugar, un hombre de la municipalidad las lleva a donde van a hospedarse: un hospital en ruinas, poderosa metáfora sobre el estado del sistema sanitario en ciertos lugares del país. Desde allí, las mujeres transitarán todos los días la distancia que las separa de los asentamientos para hablar con la gente del lugar sobre sus condiciones de salud, sus hábitos de higiene y sus prácticas cotidianas. Los labios articula su relato a partir de una serie de entrevistas con personas que enumeran sus necesidades frente a la cámara. Las que preguntan son actrices, las que responden son personas reales que hacen de ellas mismas. En esta paradoja la película encuentra gran parte de su sustento. No se trata del mero ejercicio de oscilar entre la realidad y la ficción, cruce cada vez más visitado en el cine contemporáneo. En esta película el recurso logra romper la distancia que muchas veces se genera cuando un cineasta prende la cámara en una situación de pobreza o marginalidad. En esos casos pareciera que el director atiende a lo que observa desde la compasión y, por lo tanto, termina encarando una suerte de explotación de la miseria. La superación de esta distancia no es solamente mérito de las actrices sino también de los entrevistados que, con enorme conciencia del juego en el que están participando, aclaran varias veces que lo dicho es totalmente sincero. Hay en esas declaraciones una intuición que va más allá de lo que cualquier guión puede predecir y que obliga a las actrices a adaptarse constantemente. La cámara de Iván Fund se acerca a los rostros tratando de no molestar y en esa acción hay un intento claro de encontrarse con los otros. En Los labios los personajes rara vez están completamente solos, siempre están yendo hacia otros o siendo acompañados por otros. El trío protagónico experimenta sus más grandes momentos cuando forma una especie de fuerza colectiva, intensa y femenina; cuando se bañan y se maquillan entre sí o cuando caminan juntas al atardecer por las calles de tierra. Por eso incomodan tanto los planos cerrados de ellas en el hospital viejo, las caminatas durante la noche de la mujer más joven o el baile de la escena final (no es menor el hecho de que las tres protagonistas hayan sido premiadas de manera conjunta a la categoría mejor actriz en el Festival de Cannes de 2010). Gracias a esas imágenes registradas con sutileza, Los labios se aleja de cierta solemnidad que caracterizaba a las anteriores películas de Santiago Loza y constituye una obra lírica que no teme ensuciarse con el barro.