Cuerpo a cuerpo Este proyecto, que tomó la forma de un mediometraje de poco más de 50 minutos, nace de adaptar al cine un espectáculo de teatro-danza creado por Onofri Barbato en el Centro de Experimentación y Creación del Teatro Argentino de La Plata. Rodado en el mismo lugar y casi sin salir al exterior más allá de un par de planos y otro que se extiende al propio Teatro Argentino, ubicado arriba de este oscuro subsuelo, consiste en una serie de figuras coreográficas de un grupo de jóvenes de orígenes humildes que Mitre y su DF Fernando Lockett han decidido filmar poniendo la cámara muy cerca de la acción, en medio de este grupo de bailarines no convencionales que hacen una serie de movimientos que podrían ser una especie de versión subterránea y tecno de Amor sin barreras bailada por los actores de P3ND3J05, de Raúl Perrone. Recorriendo el escenario y recorriéndose con el cuerpo y las miradas, los actores de este acto casi tribal, una suerte de “termitas” que parecen atacar por debajo el “elefante blanco” que podría ser el lujoso Teatro Argentino, se mezclan en una especie de rito pagano, una religión misteriosa que surge de lo profundo de la noche. Sí, como Los salvajes, pero en versión musical (o algo así), en el grupo se producen divisiones, acercamientos y rechazos, expulsiones físicas y empujones, formaciones que recuerdan un scrum de rugby o que tienen algo de entrenamiento de box. Lo esencial para acercarse a este proyecto es notar su plasticidad, su permanente movimiento, la manera en que el ojo se posa en el detalle y en lo específico, en cómo las cuestiones sociales que deja entrever la obra quedan ahí, sin subrayar, para tomar o dejar. Si bien no alcanza a pegar sobre el final un estirón audiovisual/emocional que podría catapultar a la experiencia a zonas aún más intensas, esta intrigante y poderosa película de jóvenes marginales (otra abstracción del Nuevo Cine Argentino, como la de Perrone, que transforma en sombras chinescas a los personajes que antes trataba de entender psicológicamente en, por ejemplo, Pizza, birra, faso) se ofrece a muchas lecturas. Una que me intriga es que estos personajes le podrían servir a Mitre (y, en su extensión, a su productora La Unión de los Ríos, la misma de El estudiante y Los salvajes) para pensarse a sí mismos como esas criaturas del subsuelo dispuestas a salir por ese foco gigante de luz y colarse en las sillas elegantes y el escenario suntuoso del teatro de arriba. Para eso, claro, habrá que sacar de su lugar a varios de sus demasiado acomodados habitantes ¿Será ése el desafío? ¿O seguir haciendo ruido desde abajo?
Cuerpo y alma Luego de El estudiante (2011), Santiago Mitre apuesta por un film completamente distinto. Filmado en colaboración con Juan Onofri Barbato, Los Posibles (2013) mixtura la danza y el cine. Y la unión es más que positiva. A muchos ha desconcertado que, tras El estudiante, Santiago Mitre haya dejado de lado al relato narrativo para sumergirse en una propuesta tan experimental. Que, además, lo pone en el rol de “co-director”. Su compañero es un coreógrafo, algo que permite explicar por qué Los Posibles funciona desde su matriz cinematográfica y obtiene el lucimiento de sus magnéticas, vibrantes coreografías. Hasta ahora, la videodanza era una disciplina artística relativamente nueva, “para entendidos”. Es posible que este film, rodado con una elogiosa factura técnica, permita ampliar la recepción de este tipo de obras. Lo que también es singular es el hecho de que los bailarines sean un grupo de adolescentes del centro de integración social Casa La Salle. A puro vértigo se entregan en un frenesí de movimientos, en los que lejos de entregar modelos coreográficos clásicos proliferan formas más contemporáneas e inspiradoras. Hay un concepto tribal en la puesta en escena, que alterna coreografías individuales o de dúos con otras grupales. La música acompaña este esquema y, sumada a la entrenadísima cámara en comunión con la luz, consigue impactar al espectador. Al menos, a aquel que esté dispuesto a sumergirse en este goce cinético. En su función más social, Los Posibles demuestra que se puede lograr integración sin necesidad de apelar a formas artísticas que porten un contenido de denuncia. Qué duda cabe que el arte puede poner en vidriera al enorme talento de estos jóvenes. En lo estrictamente artístico, la película da cuenta de una álgida situación artística que vive la danza contemporánea en nuestro país que, desde finales de los ’90 a esta parte, entrega notables creadores de universos tan personales como sugestivos. Aquí, hay un trabajo corporal creativo y riguroso, que oscila entre la construcción de un espacio enrarecido, por momentos siniestro, y una “otredad” en la que conviven lo extraño y el homoerotismo (los que danzan son todos varones). Lo mejor es no cerrarse a una interpretación; conviene dejar que el intelecto fluya luego de la proyección.
La cámara toma a un hombre de espaldas, asomado a un balcón mirando hacia otro lado, hacia adelante. No es mucho lo que se puede ver de los alrededores y de hecho, desde este inicio y hasta el final de Los posibles, no importa tanto lo que pasa alrededor como lo que sucede adentro y se descubre en esa espalda primero en reposo y después en un estado opuesto a él. Como todas las espaldas y los brazos, las piernas, las manos y los pies en movimiento, en furioso transcurrir sobre un escenario despojado de objetos, pero repleto de danza y artistas que transmiten allí algo que comenzó como una puesta de danza teatro y se transformó en un film impactante. Dirigido por Santiago Mitre, realizador de El estudiante , y Juan Onofri Barbato, coreógrafo y responsable del grupo de danza contemporánea Km 29, el film es una versión para cine de la obra del mismo nombre. Aunque en apariencia poco tengan que ver las narrativas de El estudiante y Los posibles, hay una idea sobre el relato y la mirada, algo esencialmente cinematográfico que ambas propuestas comparten, un aire de familia visual al que contribuye el inspirado trabajo de edición de Susana Leunda y Delfina Castagnino, esta última también responsable del montaje de El estudiante . Claro que aquí lo que se cuenta, lo que se muestra, corre por cuenta de siete artistas, la mayoría de ellos formados por Onofri Barbato en el centro de día Casa Joven La Salle de González Catán, que la cámara capta en el ejercicio de utilizar su cuerpo para descubrir en él códigos secretos que se despliegan como un mapa frente a los espectadores. Estos son hombres en conflicto consigo mismos y con el afuera, hombres en tensión y con una misión: transmitir una belleza que pasada por las herramientas del cine termina siendo hipnótica. Los p osibles es una experiencia única que celebra la experiencia de danza teatro original de la que al mismo tiempo se despega para construir un hecho artístico difícil de describir, a veces hasta incómodo de mirar, pero que se graba en la memoria de quién deje de lado prejuicios y preconceptos y se anime a verlo.
Narrar desde el movimiento y el sonido El film, que prescinde del lenguaje oral, está basado en una obra coreográfica creada por KM.29, grupo autogestivo de danza moderna surgido en González Catán. Y los directores deciden meterse en el ojo del tornado de la danza para filmar en primer plano. No es fácil expresar en palabras lo que transmite una película tan potente como Los posibles, de Santiago Mitre y Juan Onofri Barbato. La dificultad tiene que ver con lo extraño del objeto cinematográfico que representa, proveniente de ese universo que a priori parece tan apartado que es la danza. No es aquí el mejor lugar para reconstruir la relación entre estas dos artes escénicas, pero sí puede decirse que Los posibles no es un musical estilo Hollywood, que no es comparable a la reescritura en clave de baile que hizo Leonardo Favio de su propio clásico en Aniceto, ni es Pina, de Wim Wenders. Pero tampoco es videodanza ni un documental sobre un cuerpo de baile, ni se la puede reducir con el estigma simplista de ser danza filmada. Tal vez lo más cercano a una definición que puede hacerse de este film consiste en decir que se trata de un relato que, prescindiendo de todo lenguaje oral, consigue narrar desde el puro movimiento y el sonido. Los posibles es baile y es música, pero combinados de un modo que, lejos de acercar al espectador al ballet de alta gama, lo arroja miles de años atrás en la historia, para conectarlo con el sentimiento tribal de hombres danzando en torno de una hoguera, al compás de los golpes sobre el parche de un tambor. Antes de ser película, Los posibles es una obra coreográfica creada por KM.29, grupo autogestivo de danza moderna surgido del trabajo realizado por algunos docentes en el Centro de Día Casa Joven La Salle, de González Catán, uno de los barrios más humildes al oeste del conurbano. Cuando comenzó el proceso, los bailarines ahí formados eran chicos que recibían asistencia social en ese centro, y la obra es una creación grupal de maestros y alumnos. Los posibles se representó con éxito durante varios años en el Teatro Argentino de La Plata, el más importante de la provincia de Buenos Aires. Todos los detalles en la genealogía de Los posibles hablan de su valor, y el trabajo de Mitre y Onofri les hace honor a los antecedentes. El relato comienza con varias escenas en las que hombres jóvenes solos, de espaldas a cámara y en primer plano, se hallan en diferentes paisajes suburbanos: un monoblock, el costado de una ruta, la ruta misma. Están inmóviles pero enseguida, como obedeciendo a un llamado sordo, cada uno se pone en marcha. La acción se traslada al interior de una construcción de concreto, de apariencia despojada y racionalista. El lugar, amplio y rodeado de galerías abiertas en diferentes niveles, tiene algo de arquitectura industrial, como de fábrica abandonada. En una de esas galerías aéreas, los jóvenes alternativamente se agrupan y separan, pero nunca de modo inconexo. Hay algo orgánico en el contacto que mantienen entre ellos a través de la mirada, de los roces de la ropa y de la piel, pero sobre todo hay una tensión física que se palpa en el ambiente inclusive como espectador, desde la sala del cine. De golpe todo estalla, una explosión de movimiento, de sonido y también de color: si la primera parte se desarrolla en un blanco y negro contrastado, casi expresionista, con un sonido ominoso y desplazamientos contenidos, ahora todo es energía liberada en espasmos que responden al latido de una batería que replica el espíritu industrial del lugar. Más adelante, un travelling notable retratará en detalle ese espacio, que no es sino el sótano de una magnífica sala de teatro, descendiendo por un ascensor que conecta ambos mundos. Como si se tratara de una versión futurista de El fantasma de la Opera, los protagonistas bien podrían ser una horda de artistas descastados, bailarines zombies condenados al reducto marginal de las catacumbas del Coliseo. Mitre y Onofri toman distancia del original teatral y lejos de asumir el lugar esperable del espectador, poniendo su cámara por fuera de la acción, deciden meterse en el ojo del tornado para tener el primer plano del músculo tenso, el detalle del sudor sobre la piel, la proximidad del gesto vivo en cada rostro, y desde ahí dar cuenta de los vínculos que los protagonistas van forjando. Aun así se extraña la inclusión de más planos generales que permitieran contemplar el organismo total de algunos desplazamientos, cuya riqueza muchas veces no termina de percibirse en su compleja plenitud. Del mismo modo puede resultar incómoda la escena final, que al revelar la realidad simple que habita tras los protagonistas de una obra deslumbrante, no hace sino pinchar el globo de lo fantástico para tomar un atajo hacia un realismo tal vez innecesario. Ninguna de estas objeciones desmerece el trabajo cinematográfico realizado por este grupo de artistas unidos que han conseguido hacer del baile una película digna de verse.
Diálogo entre dos disciplinas En 2011, el coreógrafo Juan Onofri Barbato y su grupo Km29, estrenaron por pedido del Centro de Experimentación y Creación del Teatro Argentino, de La Plata (Tacec), la coreografía ‘Los posibles’. La obra se dio a conocer en la sede del Tacec, que funciona en el complejo platense y al año siguiente se mostró en el Centro Cultural San Martín. Fue en ese momento cuando el cineasta Santiago Mitre -de quien se vio su promocionada película ‘El estudiante’-, se interesó por este trabajo de danza, creado por Barbato y sus bailarines, que en su mayoría pertenecen al Centro de Día Casa Joven la Salle, de González Catán, que trabaja en disciplinas artísticas con chicos en situación de calle, o con distintas problemáticas sociales. A partir de esta asociación entre el coreógrafo y el cineasta, ‘Los posibles’ en versión para cine, que es la obra que se vio en teatro, reinterpretada estéticamente, a través del cruce entre dos disciplinas, la de la danza y la del cine. ‘Los posibles’, es un sugestivo y contundente trabajo que explora la forma y el contenido a través del seguimiento que la cámara hace de los cuerpos de los bailarines en ese misterioso espacio arquitectónico que es el Tacec, del Argentino: un lugar con paredes de cemento a la vista despojado y con dos niveles. CUERPOS QUE HABLAN El filme no tiene diálogos, son los cuerpos de los bailarines los que parecen hablar entre sí sugiriendo formas, contenidos, atracciones, rechazos, o transmitiendo extrañas sensaciones al espectador, a partir, por ejemplo, de un joven metido en un gran cilindro bañado de luz blanca intensa. En ‘Los posibles’ no se cuenta una historia, o refiere a una anécdota. Como muchas obras de danza contemporánea, su contenido es abstracto. Puede verse a los jóvenes detenerse en el espacio, observar, correr, comunicarse a través de los movimientos, unirse, separarse, mirar o simplemente dejar que brazos y músculos se desplacen lentamente ante la cámara. La película no puede leerse como un documental, porque no hay datos de sus responsables, sólo se muestra la obra coreográfica filmada en el lugar en el que fue creada. Lo interesante de la propuesta es para quienes la hayan visto en el teatro, es que en cine, la cámara de Santiago Mitre, al recortar planos y espacios, sugiere nuevas instancias que invitan a reflexionar sobre las formas, el espacio y los contenidos estéticos que son capaces de transmitir un grupo de jóvenes en una especie de cuadro en movimiento con un atractivo fondo musical. ‘Los posibles’ es una atractiva e inquietante propuesta cinematográfica experimental que intenta abrir un diálogo con el espectador, a partir de la unión de dos disciplinas artísticas.
Después de su celebrada película “El estudiante”, Santiago Mitre codirige con el coreógrafo Juan Onofri Barbato y el resultado es un fascinante registro de estos bailarines, pibes del centro de Día Casa Joven Lasalle de González Catán. Sus cuerpos en movimiento, la danza que expone su talento, el clima, la inteligencia de los directores, hace que esta película resulte una obra de arte.
Llega al público un documental energético, ideal para los que buscan impactos desde lo físico y el ritmo. En la Sala Lugones y en un solo horario (22 hs), durante 6 noches, a partir del jueves pasado puede verse"Los posibles". Tuvimos la suerte de verla en el último #BAFICI (donde la prensa la aplaudió y mucho) y es el nuevo opus de prestigiosísimo Santiago Mitre junto al coreógrafo Juan Onofri Barbato. Seguramente es de las pocas veces que en la pantalla local vemos tanto despliegue de fuerza, coordinación, amor por la danza y convicción. Qué es "Los posibles"? No estaríamos faltando a la verdad si decimos que es el registro de un grupo de danza en una frenética coreografía de casi una hora de duración. Tampoco, si decimos que implícitamente (al inicio y al final), hay más para ver y sentir. El conjunto de integrantes que concurren a este ensayo y que realizan espectáculos, son jóvenes de una zona muy desprotegida del conurbano bonaerense y lo que impacta, es ver la entereza en lo que hacen, la entrega y el timming. El baile permite canalizar anhelos, esperanzas y poner afuera todo aquello que marca sus vidas. Y si bien el recorte es limitado, creanme que funciona. El registro es frenético: hay un DJ que marca el paso y un nutrido grupo de adolescentes haciendo una puesta impactante en un sitio ideal para verla (un viejo warehouse). Este trabajo documental, además, está estupendamente fotografiado, destila ritmo y transpira sudor. Se lo percibe. Tiene física propia. Es importante saber que la adaptación del espectáculo de danza alumbrado por Onofri junto a este grupo de chicos que llegaron a la Casa La Salle, un centro de integración en Gonzalez Catán (kilómetro 29) fue estrenada en el Tacec de La Plata y luego llegó a la sala AB del Centro Cultural San Martín. "Los posibles" es la muestra de que el arte contiene, proyecta y potencia la vida de la gente. Gran vibración en cada fotograma y un derroche de movimientos que no podés dejar de ver.
Después de ese enorme debut en solitario que fue El estudiante, Santiago Mitre vuelve a la codirección en Los posibles. Para este mediometraje, Mitre se juntó con el coreógrafo Juan Onofri y los dos trasladan al cine la deslumbrante obra de danza del grupo KM29. A Los posibles le alcanza con poco menos de una hora para transmitirle al espectador esa euforia que irradian los cuerpos en movimiento continuo de los bailarines. Los posibles regala la oportunidad de vivir una experiencia muy distinta a la acostumbrada en una sala de cine.
Hace ya muchísimo tiempo que las artes se inclinan hacia lo interdisciplinario y a la colaboración entre diferentes lenguajes en una misma obra. A pesar de que Los posibles se presente como una versión en cine de un espectáculo de danza, trasciende esta denominación y logra una síntesis superadora gracias al fluido intercambio de los elementos cinematográficos con los del movimiento. La película encuentra sus propios puntos de vista de la puesta en escena y de las coreografías, por lo que no hay una preocupación por ser sumamente fiel a la obra original, y esta libertad que la cámara se otorga en relación a lo que la rodea es la piedra angular del mediometraje. Así, muchos de los encuadres descomponen en primeros planos los movimientos de alguna parte del cuerpo de los bailarines, provocando un efecto en el que se deja de pensar en que lo que se está viendo es un hombro o una espalda, para comenzar a admirar esa forma por sí misma que, desarraigada de su totalidad, se vuelve autónoma gracias a la cámara. La escenografía y la iluminación, conservadas tal como fueron planteadas en la obra de danza, son otros recursos con los que la película se permite experimentar: la secuencia en la que se muestra una gran placa circular iluminada sobre la que se ubica un cuerpo de perfil, primero en un plano muy cerrado que va abriéndose de a poco para revelar la totalidad de la escena, sumada al sonido de un dialecto ininteligible más extraterrestre que humano, es un momento que habilita el imaginario del género de terror y que nos retrotrae a una estética visual asimilable a la de Encuentros cercanos del tercer tipo. En la vereda opuesta a esta pulsión por la fracción de la imagen, un gran acierto es el uso de los planos de referencia no sólo para dar una idea del espacio sino también para construirlo; así, el espacio en el que se encuentran los bailarines queda dividido en un arriba –deshabitado, luminoso– y un abajo, en penumbras, pero lleno de vida y movimiento. De esta manera, Los posibles genera nuevas series de sentido que juegan a confundir o a correr los límites de las expectativas previas que se tienen sobre una película que pretende plasmar una coreografía de baile. Además, cada lenguaje va aportando sus virtudes en sincronía y, por ejemplo, el dispositivo cinematográfico le permite a la danza abandonar ese punto de vista único, frontal y generalmente lejano desde el cual los espectadores la observan, mientras que la coreografía, montada en un subsuelo que funciona como un detrás de escena, habilita que la cámara trabaje con la premisa de un espacio que, desde el vamos, se encuentra ubicado en un fuera de campo. Los posibles no cuenta ninguna historia o, por lo menos, ningún relato lineal. Sí es cierto que sin decir una sola palabra dice mucho, pero es poco probable que eso que dice esté directamente ligado con la solemnidad de un encriptado mensaje social. También es innegable que muchos pasajes de la película se prestan a esta interpretación, el ejemplo más obvio es esa oposición entre un arriba y un abajo. Sin embargo esa dimensión social, que es a la vez presencia y ausencia, sólo se puede inferir por datos que se encuentran por fuera del mediometraje, es decir, por su contexto de producción que, por otra parte, merece ser nombrado: Los posibles se empieza a cocinar en Casa Joven, un centro educativo para jóvenes en riesgo de exclusión ubicado en González Catán, donde Juan Onofri da un taller de iniciación a la danza. Con algunos de estos pibes del riesgo –tan frecuentes por estas latitudes– y dos bailarines profesionales, Alfonso Barón y Pablo Kun Castro, se forma el grupo de danza Km29 y se monta esta obra que, un tiempo después, encuentra una nueva vida en su pasaje al cine.
El director de El estudiante presenta, en esta ocasión junto al coreógrafo Juan Onofri Barbato, una película completamente diferente, un semi documental con una duración menor al de un largometraje convencional. El título Los posibles está compartido en realidad con el que lleva una obra de danza moderna de Onofri de características muy particulares. Un espectáculo elaborado a través de la conformación de un grupo de jóvenes de zonas barriales y suburbanas con altos stándares de desarrollo y dinamismo físico. El film cruza el cine con lo escénico, y la cámara va espiando y registrando los cuerpos en movimiento sin quedarse estática, casi acompañando la danza y esa estética marginal, gimnástica y laboral. Los desplazamientos eléctricos o cadenciados de estos siete artistas, que en todos los casos buscan la originalidad del lenguaje corporal, van alcanzando mayor intensidad cuando se incorpora la música en vivo, partiendo esencialmente de una batería a la cual se van agregando otras sonoridades. Un final en el cual el grupo se distiende y conversa animadamente al retirarse del predio, se contrapone con la presencia solitaria de un miembro que continúa danzando, en una suerte de competencia con su sombra. Notable la música de Ramiro Cairo para una pieza fílmica atrayente e inusual.
Santiago Mitre – el aclamado realizador de El Estudiante – se alía con el coreógrafo Juan Onofri Barbato para llevar al cine Los Posibles, obra de danza que éste último había realizado con un grupo de adolescentes del centro de integración social Casa La Salle. Esta especie de coreografía fílmica se desarrolla entre imponentes planos que detallan la marginalidad de un sitio que parece ser del espacio y el virtuosismo de un grupo de jóvenes artistas que exponen un movimiento dancístico tan físico como impactante. A través de una cuidada fotografía, el film pareciese inmerso en un universo estéticamente futurista (cada bailarín – en apariencia - parece un replicante de Blade Runner), en tanto que cierta esencia contrasta con un sitio casi desolado, de antaño, en dónde se desarrolla el acto y la expresión artística que al compás de la ascendente musicalización, va desarrollando la película. Los Posibles es una obra enigmática, de una importante belleza visual entre conceptos como el delirio, el éxtasis y la simpleza; quizás el único inconveniente del film de Mitre y Onofri Barbato sea que por momentos se torna un tanto denso, pero en términos generales, resulta una película interesante y una propuesta diferente dentro del cine actual.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
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Ilusión y movimiento Santiago Mitre, inquieto después del éxito de El estudiante, cambia por completo y codirige junto al coreógrafo Juan Onofri Barbato Los posibles, una propuesta inusual de llevar a la pantalla un muy particular espectáculo de danza, alejándose de cualquier intento de registro clásico. El resultado es una experiencia hipnótica. Un grupo de seis bailarines en un sótano. No hay más que eso, o quizás sí. Los bailarines vienen de la Casa La Salle, un centro de integración social ubicado en González Catán. La compañía de danza se llama Grupo KM29. Los rostros de cada uno sugieren un pasado que nunca se hace explícito. Decíamos en notas anteriores sobre películas del BAFICI que P3Nd3JO5 se sostiene en su poética visual y Viola se concentra en la fuerza de sus palabras. Dos maneras opuestas pero igualmente válidas. Mitre recorre también ese camino en su propia obra yendo de la palabra en El Estudiante a la pura y energética plasticidad de Los Posibles. En ese retrato certero de la tensión de los cuerpos radica toda la su fuerza.
Publicada en la edición digital #253 de la revista.