El debut detrás de cámara del actor peruano Salvador del Solar (protagonizó, entre otras, Pantaleón y las visitadoras, de Francisco Lombardi) muestra un descorazonado retrato de la Lima que no figura en los folletos turísticos. Esa ciudad gris, cuyas entrañas albergan informalidad, traumas pasados y frustración colectiva, es la de Harvey Magallanes (el mexicano Damián Alcázar), un ex soldado del ejercito peruano que participó en la guerra contra Sendero Luminoso. A Magallanes parece haberle pasado la vida por encima: vive en una cochambrosa habitación, maneja un precario auto que hace las veces de taxi y debe lidiar con la senilidad de un veterano coronel (Federico Luppi), al que asiste como chofer permanente. El encuentro casual con Celina (Magaly Solier), una joven que cuando era menor de edad fue capturada por el ejército y abusada por el coronel, hace que Magallanes vea la oportunidad de aliviar su conciencia y, de paso, sacar a flote su situación económica. Hay una foto, ergo, hay un chantaje. Será el inicio de una serie de situaciones donde la desesperación del protagonista hará que sus métodos sean tan amateurs como el taxi que conduce. Oscilando entre el thriller y el drama, Del Solar traza un ensayo sobre la culpa y las heridas que no cierran, al mismo tiempo que lanza sus dardos sobre la indiferencia de las clases acomodadas. Si bien la película tiene más de un momento interesante (la secuencia en la que Magallanes es extorsionador y víctima al mismo tiempo, por citar alguno), el déficit está en las interpretaciones, tanto las principales (da la sensación de que Alcázar le pudo haber sacado más jugo a su Magallanes y que Luppi está puesto apenas para justificar la coproducción) como las secundarias, que no logran el desarrollo necesario. La catarsis final de Solier redime no sólo a su personaje sino también al propio film.
Cada tanto hay en nuestro país algún estreno latinoamericano que arriba, dentro del marco de las coproducciones en la que Argentina es parte. Esto no sucede muchas veces, pero por suerte, en estos días tenemos la suerte de ver "Magallanes", ganadora de Huelva y con largo recorrido festivalero durante 2015. Una película inesperada para nuestra cartelera pero sumamente valiosa. Pensaba, al terminar su proyección, que el pasaje de la obra literaria (de uno de los grandes escritores del Perú, Alonso Cueto) debe ser uno de los más logrados en mucho tiempo dentro del territorio sudamericano. Una fiel adaptación que potencia las aristas de thriller de "de memoria" que tanto conmueve a los espectadores de la región (y abre las puertas de los mercados internacionales) y que se transforma en una de las grandes sorpresas de esta semana para ver en el Gaumont de Congreso. Dirigida por un debutante, Salvador del Carril, "Magallanes" es el relato de un militar conflictuado (que da título al film), represor y herramienta política del gobierno en aquellos años donde el combate contra Sendero Luminoso recrudecía en las calles, que intenta reparar un hecho del pasado, ayudando a una mujer que fue atacada sexualmente en su antigua unidad. La tarea no es sencilla, porque hay otros oficiales como él que tienen una perspectiva distinta, y recordar, no es algo bien visto en una sociedad que no parece haber sanado sus heridas. Esas cicatrices se avivan ante el menor roce. Es más, esa búsqueda de redención (por así decirlo) del personaje central jugado por Damián Alcázar abre una brecha donde nada es previsible y el tránsito por esa peligrosa cornisa se vuelve más angosto a medida que se avanza en la búsqueda de venganza con quienes abusaban de su poder en esos nefastos días. Para destacar, las actuaciones de Magaly Solier y Christian Meier contribuyen a crear una atmósfera densa, dolorosa y palpable desde cualquier lugar. "Magallanes" es una poderosa sorpresa para nuestro cine latinoamericano. Aporta identidad, pero por sobre todo, construye memoria y de la mejor manera, con un producto honesto que se disfruta de principio a fin.
Salvador Del Solar escribe y dirige esta ópera prima, película peruana en coproducción con otros países latinoamericanos, que estuvo nominada a los Premios Goya (en la categoría en que perdió junto a El clan, de Pablo Trapero). La historia, tan simple como compleja. Magallanes es un hombre que se gana la vida como taxista y de chofer para un ya senil coronel (Federico Luppi) pero el pasado lo encuentra cuando como pasajera sube una muchacha humilde a la que alguna vez conoció, aunque ella no lo reconozca. A partir de ese momento preciso, algo que estaba apagado, o eso creía, se despierta en él y comienza a seguirla e intentar remendar el mal que el coronel le hizo. Es que la historia es oscura, ella fue cautiva durante un año de aquel hombre, un año en el que no tuvo otra opción que ser su esclava hasta que logró escaparse. La película se transforma rápidamente en un oscuro thriller que tiene como protagonista a este Magallanes, que también fue parte del ejército por aquella época, de ahí su conocimiento y presencia sobre lo que le pasó a la joven. Movido por las ganas de remediar ese pasado se ve involucrado en extorsiones e intento de secuestros con el hijo del coronel (Christian Meier). De a poco, algunas verdades comienzan a aflorar, y ahí la historia juega a ponernos en posiciones complicadas. Los personajes están construidos con muchas capas, capas que se van develando de a poco y que van modificando la postura que uno toma al respecto. El protagonista es Damián Alcázar, a quien se lo pudo ver recientemente en la serie El Dandy que emite TNT series, y es quien se luce más no sólo por llevar la película en sus hombros, sino por brindar una interpretación llena de matices y contradicciones. Basada en el relato corto “La pasajera” de Alonso Cueto, la ópera prima de este actor es un film jugado, ambiguo, que logra crear climas tensos y densos. Algunas vueltas de tuerca se veían venir, y algún momento melodramático le hace perder cierta fluidez pero sin dudas estamos ante una propuesta más que interesante, y una muestra valiosa del cine latinoamericano.
Este film narra el encuentro, en un contexto totalmente ajeno al origen del drama, de una mujer que ha sido torturada con su torturador. Él ahora es taxista, antes reprimió con saña a Sendero Luminoso en Perú. Ella es su víctima. El resultado es de una gran tensión, aunque en algunos momentos el tema y la política superficial deslucen lo que, de otro modo, sería un drama más general y complejo. Las actuaciones llevan la mejor parte de la película.
De abusadores y abusados Entre los films acerca de víctimas y victimarios de las dictaduras militares ejercidas en Latinoamérica, Magallanes (2014) es uno de los mejores. En él se desarrollan temas como la memoria, la complicidad civil y el peso del pasado, todo en una misma película que se corre de lugares comunes para centrarse no tanto en lo sucedido sino en los resabios que quedaron en el presente. Magallanes (Damián Alcazar) es un hombre mayor con el peso de la vida en su rostro que cuida a un moribundo anciano (Federico Luppi) en sus tiempos libres. Se gana la vida como taxista cuando un buen día reconoce a una pasajera (Magaly Solier) y se conmueve. No sabemos bien cuál es la relación con ella en ese momento pero entendemos rápidamente que se trata de una herida del pasado imposible de curar para el protagonista. Ella fue víctima de abusos por parte del Coronel (el hombre anciano) y Magallanes fue cómplice del ultraje. En una especie de redención personal, el protagonista busca ayudar a la chica extorsionando al Coronel con una foto del pasado. Mediante una historia de narración clásica y lineal, de fuerte carga emotiva, Magallanes expone una serie de situaciones bastante verosímiles sobre los lugares que ocuparon los ahora civiles en el proceso militar: no todos son víctimas y victimarios, también hay cómplices, torturadores sádicos, gente enriquecida, etc. Un pasado cargado de torturas y abusos –y no sólo físicos- que sigue presente en los testimonios de quienes formaron parte y sus discípulos. La historia es narrada desde el punto de vista del personaje del título, un hombre leal a su jefe que acata sin cuestionar las órdenes recibidas sin pensar en las consecuencias. Un verdugo del poder, capaz de realizar las mayores atrocidades eximiéndose de responsabilidades. Lo que la película de Salvador del Solar muestra es el peso de sus actos en el tiempo, por ende Magallanes es hoy en día una persona traumada psicológicamente e incapaz de sentir deseo, con un recuerdo que lo atormenta de por vida. Magallanes intenta resarcirse, liberarse de su carga si es que aún hay tiempo para hacerlo, y choca con una serie de personajes más oscuros que él. El coronel que padece un tranquilizador Alzheimer que lo excusa de tolerar el pasado. Su hijo, un empresario multimillonario sin ética ni moral, enriquecido con los delitos de su padre, y otro personaje como él, mano derecha silenciosa del poder, que inunda su vida de alcohol para tratar de “soportar” su rutinaria vida actual. De la otra vereda está la chica abusada. Descendiente de pueblos originarios, víctimas de la masacre acontecida. Ella carga la cruz, la culpa y el peso del pasado sobre sus hombros, con una sociedad que le da la espalda económica y afectivamente. También está el policía al servicio de los poderosos, los jóvenes marginales que encuentran en el dinero el único valor social, la dueña de hipotecas sin piedad, etc. En este universo, y más allá de algunos maniqueísmos, Magallanes abre un abanico de situación muy certero, con personajes grises cuyas vidas son tan miserables como verídicas. Sus porvenires se cruzan en las marginales calles de Lima, Perú, presentadas como un residuo de aquellos años oscuros que dejaron una sociedad consumista, vacía de sentido espiritual y valores humanos.
“Magallanes” (2014) es un filme necesario que habla sobre una deuda pendiente en la sociedad: la de hablar con verdad ante hechos que aún duelen. Salvador del Solar coloca en escena la historia de un gris chofer llamado Magallanes (Damian Alcázar) que ve como de un día para otro su pasado vuelve para reclamarle cuestiones en las que fue cómplice por miedo y también por comodidad. Cansado de estar en ese rol, pasivo, decide tomar cartas en el asunto y luego de encontrarse tratando de ayudar a una mujer (Magaly Soler) arma un siniestro plan de chantaje para poder, en parte, acompañarla. Así “Magallanes” va conformando su estructura narrativa para generar uno de los filmes más profundos y reflexivos sobre la dictadura que golpeó a toda América Latina, con el plus de poder enmarcarse en un género particular, potenciando su propuesta. Alcazar, Soler, Luppi y Meier apoyan la narración con grandes interpretaciones. PUNTAJE: 8/10
Extorsión, secuestro, violencia, corrupción, brutalidad, sustantivos propios de una veta del cine latinoamericano que se celebra en casi todos los festivales del mundo, la conocida y exitosa vía de la sordidez. Aquí un taxista (Damián Alcázar) y viejo soldado, aún al servicio de su superior, un coronel interpretado por el actor argentino Federico Luppi, se reencuentra azarosamente con una mujer indígena que fue abusada por él y su superior en tiempos de combate contra el terrorismo vernáculo en Ayacucho. El protagonista que lleva el nombre del título es quien intenta compensar el daño ocasionado en la adolescencia de la víctima a partir del dinero proveniente de un secuestro extorsivo, dinero que serviría eventualmente para que esta mujer pueda pagar las cuotas faltantes de una propiedad en la que tiene una peluquería (y mantener a su hijo discapacitado). El debut del deportista, abogado y famoso actor Salvador del Solar (Pantaleón y las visitadoras) detrás de cámara resulta tan ambicioso como desgarbado: los jump cuts iniciales, cuando Magallanes maneja su taxi, los planos generales en picado para mostrar al personaje durmiendo y los lentos travellings para seguir ciertas acciones lucen como decisiones estéticas decorativas que pueden darle cierto aire de buen cine a este film académico orientado a ilustrar la novela de Alonso Cueto La pasajera y, por consiguiente, delinear una moraleja histórica acerca de la culpa del sector más reaccionario de la sociedad peruana. Magaly Solier en el papel de Celina, víctima del machismo castrense primitivo, apenas tiene lugar en el relato, hasta que en una escena final que está muy por encima del resto de la película la actriz demuestra su talento mientras su personaje expresa toda su indignación y dignidad en quechua.
El relato de un trauma colectivo El film tiene su nudo en las atrocidades cometidas contra la población civil durante el enfrentamiento de las fuerzas armadas peruanas con Sendero Luminoso, en este caso en manos de un coronel que en el pasado secuestró a una chica quechua. Nominada al premio de Mejor Película Iberoamericana en la reciente entrega de los premios Goya (que terminó recayendo en El clan, de Pablo Trapero), Magallanes es una de esas clásicas películas latinoamericanas que suelen ser bien recibidas en el resto del mundo, principalmente en Europa y sobre todo en su poderoso circuito de festivales de cine. Y aunque eso de alguna manera funciona como argumento para explicar no sólo el lugar que el film se ganó dentro de la grilla de los Goya 2016, sino también un itinerario extenso de premios y nominaciones en festivales como los de San Sebastián, Huelva, Chicago o Mannheim, en realidad no le hace justicia al debut como director del actor peruano Salvador del Solar. Porque si bien no deja de ser estrictamente cierto que la película cumple con todos los requisitos tácitos del cine latinoamericano for export (temas sociales propios de la región; revisión de las traumáticas historias recientes que comparten sus países; expresión de las identidades culturales autóctonas que resultan exóticas para la mirada ajena; retrato más o menos sórdido de todo lo anterior), también lo es que Magallanes cuenta con méritos que la sostienen más allá de los prejuicios.Ambientada en la ciudad de Lima, presumiblemente en la actualidad, Magallanes tiene su nudo central, sin embargo, en un trauma del pasado peruano: las atrocidades cometidas contra la población civil durante en enfrentamiento de las fuerzas armadas con la agrupación extremista Sendero Luminoso. Un momento histórico recurrente en la cinematografía peruana. Para confirmarlo, basta recordar los que tal vez sean los dos títulos más reconocidos del cine reciente de ese país en la Argentina, como Las malas intenciones (2011), de Rosario García-Montero, y La teta asustada, de Claudia Llosa, ganadora del Oso de Oro del Festival de Berlín en 2009 y primer film peruano nominado a los premios Oscar. Justamente, con está última Magallanes comparte protagonista, la actriz Magaly Solier, quien en ambas producciones encarna a una víctima de aquella violencia.Sin embargo, esta vez el protagonista principal es un hombre, Magallanes, un ex soldado que continúa trabajando como acompañante del mismo coronel para el que sirvió durante las campañas contra Sendero Luminoso, a quien, ya anciano, el Alzheimer ha afectado gravemente. El conflicto de Magallanes, hasta entonces presente sólo en su conciencia, se manifiesta al llevar en su taxi a Celina, una joven campesina de etnia quechua, a quien durante su adolescencia el Coronel (interpretado por Federico Luppi) mantuvo cautiva en su habitación en aquel cuartel durante más de un mes. Con la potencia de lo reprimido, junto con Celina llegan los remordimientos y un deseo de venganza que Magallanes busca aliviar chantajeando al hijo del Coronel, un empresario exitoso, al que amenaza con revelar a la prensa una foto en la que se ve a su padre joven, sentado en un catre con Celina sobre sus rodillas, casi una niña, ambos semidesnudos. Magallanes es el relato de un trauma colectivo y acerca de la conciencia con que el conjunto de la sociedad lo percibe a través de la historia. Una película sobre la memoria que, sin quitarle el peso a los culpables, se reserva una mirada piadosa para aquellos a quienes el destino les reservó un lugar ambiguo, mucho más amargo: el de ser a la vez víctimas y victimarios.Magallanes tiene momentos de buen thriller, otros en los que se convierte en un drama íntimo potente y algunas escenas de alto impacto, al mismo tiempo que expresa una mirada válida de las cicatrices de la historia peruana. Pero también recurre a elementos estéticos algo anacrónicos (fundidos encadenados; excesos en el uso dramático de la música), se reserva algunos elementos más efectistas que efectivos, y ciertos giros de guión que intervienen de manera demasiado evidente sobre el destino del protagonista. Ahí se trasluce la necesidad de Del Solar por darle a la historia de su personaje un final determinado, como si fuera necesario que el asunto se vuelva todavía más penoso, haciendo que la metáfora sobre la justicia se torne un poco endeble.
Entre el perdón y la culpa En la multitudinaria Lima actual vive Harvey Magallanes, un taxista solitario y resignado a una vida precaria y sin ilusiones. Una tarde asciende a su coche Celina, una mujer que conoció 25 años atrás, cuando él era un soldado atrapado en la pesadilla de enfrentar a los integrantes de Sendero Luminoso, y ella una campesina todavía menor de edad. Ella no lo reconoce, pero él no ha podido olvidarla y tras seguirla a escondidas descubre que la muchacha vive sola y que se halla arrinconada por la presión de una abusiva prestamista que amenaza con despojarla de su peluquería si no paga sus deudas. Magallanes cree hallar en Celina y en sus apuros económicos una posible vía de redención y, posiblemente, una última oportunidad para el amor. ¿Qué hacer para retornar al pasado y ayudar a esa mujer desamparada? Para ello su deseo es conseguir dinero y así se arriesga a chantajear de manera anónima a quien fue su comandante en la zona de emergencia y que ahora lo utiliza como chofer, amenazándolo con revelar su decisiva participación en los hechos que fracturaron brutalmente la vida de Celina. Sin embargo su plan se verá frustrado por una serie de acontecimientos que pondrán en peligro su vida y, lo que es más, se ve rechazado por esa mujer que sólo ha conseguido sobrevivir a fuerza de intentar olvidar el atroz pasado que él representa para ella. Relato sin duda directo y duro sin caer nunca en el panfleto, Magallanes explora la experiencia de volver a encontrar a una persona a la que su vida ha sido destruida. A su vez indaga en la humana ilusión de querer curar las heridas ajenas y propias, además de examinar también la imposibilidad de olvidar y el agobiante impulso de querer seguir huyendo. El novel director y guionista Salvador del Solar explora con hondura la personalidad de sus dos personajes centrales y extrae de ellos un micromundo que revelará el reencuentro entre ambos y de qué manera seguirán rigiendo sus respectivos presentes. Con impecables rubros técnicos y un elenco de indudable calidad -los trabajos de Damián Alcázar y de Magaly Solier sobresalen por su tinte de fuerte dramatismo-, el relato logra lo que se propuso: hablar de la memoria, de la culpa, de la ilusión y del perdón.
Es el pasado que vuelve Drama sobre la tardía redención de un soldado ante un hecho aberrante, es una premiada coproducción Entre la redención y el oportunismo, la posibilidad de ganar un buen dinero y reparar, si fuese posible, una afronta terrible del pasado, Magallanes, el protagonista que le da con su nombre el título a la película, pelea con las pocas armas que tiene. Fue soldado en una época conflictiva en su país, Perú, pero donde pone el foco el filme de Salvador del Solar es en la ética. Cuando Magallanes (Damiám Alcázar, casi perfecto) estaba en la barraca del Ejército, el Coronel (un Federico Luppi hecho una macchietta, lamentablemente) se apropió de una adolescente, Celina (Magaly Solier, de La teta asustada y Madeinusa, creíble) a quien mantenía encerrada. Y abusó de ella. Muchos años después, el Coronel está postrado, y con signos de Alzheimer, y Magallanes es como su chofer. Hasta que un día se cruza y reconoce a Celina, e idea sin que ella lo sepa, un plan. Chantajea al Coronel -en verdad, a su hijo- con contar la verdad, pero desde el anonimato. La coproducción argentino peruana, que perdió con El Clan el Goya a la mejor película iberoamericana, y ganó el Festval de Huelva, no plantea nada novedoso, y no está a la altura, por ejemplo, de La muerte y la doncella, la obra de teatro de Dorfman que Polanski llevó al cine, y en el que los fantasmas del pasado de una detenida generaban una tensión, y más, asfixiante. El problema que surge en Magallanes es que, aunque esté bien narrado, el relato no sorprende jamás. Todos los pasos parecen más o menos previsibles, pero se rescatan el tema y las actuaciones.
EXCELENTE FILM QUE EVOCA, A LA MANERA DE POLICIAL, LA LUCHA CONTRA SENDERO El pasado que vuelve como pasajero
Magallanes (Damián Alcázar) is a former army soldier and right-hand man of a well-known retired colonel (Federico Luppi). They served together in the Peruvian military during the conflict with the Shining Path in Ayacucho, and now he’s his occasional driver on the streets of Lima. One afternoon, he picks up Celina (Magaly Solier), a humble young woman who now runs a precarious beauty salon on the outskirts of the city. Unexpectedly, she brings about stories from a dark past: she was imprisoned and raped for more than a year by the colonel when she was a teenager. Like the colonel, Magallanes met her back then, but Celina doesn’t recognize him anymore. Knowing what would happen if the information about the colonel reaches the media, he pulls out old photographic evidence and decides to blackmail the colonel’s well-off son (Christian Meier). Both Celina and Magallanes struggle to make ends meet so they could use the money. The blackmail operation sounds good, but when set in motion things didn’t go as planned. If there’s one undeniable asset in Magallanes, the debut feature of Peruvian actor-turned-filmmaker Salvador del Solar, that’s the performance of Magaly Solier, whom you probably remember from the Oscar-nominated La teta asustada (The Milk of Sorrow). She quietly downplays most of her scenes, yet her intensity and expressiveness always leave a strong impression. She’s a sorrowful, anguish-ridden woman who shows an entirely different facet once she’s confronted with her painful past. And Solier conveys this transition with assurance and authenticity. Toward the end, an angry verbal outburst in Quechua feels theatrical and over the top, but Solier’s command of the scene makes it believable. Despite its too literal manner, Magallanes works somewhat efficiently as a mirror for the abuses committed by the armed forces in their fight against terrorism. It examines one particular case and yet symbolically addresses them all. It can also be a useful tool to keep the memory alive. As a thriller, it’s well-paced and has some suspense. On the minus side, it’s a highly predictable story with its ideological viewpoint often spelled out for viewers. In addition, most characters have almost no layers, except for some ambiguity you can find in Magallanes’ behaviour and in Celina’s silence. And not for its own good, it’s didactic and at times redundant. Production notes Magallanes (Argentina-Peru-Colombia-Spain, 2015). Written and directed by Salvador Del Solar. With Damián Alcázar, Magaly Solier, Federico Luppi, Bruno Odar. Cinematography: Diego Jiménez. Editing: Eric Williams. Running time: 98 minutes. @pablsuarez
Culpas, silencios y dolor Si bien esta coproducción entre Perú, Argentina y España tiene muchos de esos elementos que hacen al cine latinoamericano festivalero, con explotación de miserias varias y la vinculación con los traumas del pasado, no hay que dejar de reconocerle la tensión que logra como thriller y la determinación sobre la que se construyen algunos personajes, especialmente el de Celina (Tatiana Astengo), una mujer que en su adolescencia fue víctima de múltiples abusos por parte de militares que combatían a la agrupación Sendero luminoso en tierras peruanas. Magallanes explora desde el policial la serie de consecuencias que arrastra una sociedad partida en diversas partes a causa de una violencia institucionalizada que hizo sangrar a un país años atrás. Eso se adivina en el cinismo que portan unos, la culpa de otros, y la frustración y melancolía de esas víctimas acalladas por la historia. El conflicto se da de manera casual: un hombre que trabaja de chofer y asistente para un militar anciano y enfermo, vínculo que mantienen del pasado cuando el primero era soldado y el segundo un jefe castrense, pero que también desarrolla tareas como taxista. Y en uno de esos viajes, se cruza con una mujer que fue, en el pasado, tomada de rehén y abusada por aquel viejo decrépito a quien el evidente Alzheimer que padece le resulta funcional para olvidar lo conveniente. El taxista, Magallanes (de ahí el título), decide que es tiempo de hacer justicia: de saldar deudas con el pasado y proteger a la mujer, montando una extorsión hacia la familia del militar con la cual cobrar un dinero para ayudar a aquella víctima en un presente de bastantes penurias. Es interesante aquí el rol que incorpora el dinero, elemento de poder que pasa de mano en mano generando siempre un ruido de fondo: ¿es posible saldar traumas como estos con una recomposición material? En definitiva, la mirada individual sobre el dinero dice mucho sobre uno mismo. Magallanes, definido por su propia moral, cree estar haciendo lo correcto. A partir de ese quiebre, la película -ópera prima en la dirección del actor Salvador del Solar- comienza a tocar todos los resortes del policial, incluso de las películas de crímenes y trampas. Y hay que reconocerle que antes que uno se termine preguntando por la ética de montar un gran espectáculo alrededor de un tema complejo como este, y que involucra el pasado trágico de varias naciones de la región, el director logra un tono medio que hace disfrutable la sucesión de giros e imprevistos, así como el drama alcanza cierta profundidad desde un punto de vista político, alejando su mirada de lo bienpensante. Hay que decir que Magallanes tiene mucho de Breaking bad en la forma en que incorpora lo geográfico a la trama y lo vincula con sus polvorientas criaturas, por la manera en que trabaja lo delictivo siempre desde un lugar ético (sus personajes raramente alcancen lo placentero), y por cómo lo criminal transita una suerte de espacio off, de bambalinas del resto de la sociedad. Claro está que la música está por momentos demasiado presente invadiendo todos los espacios, hay giros que resultan recursos un tanto de segunda mano, y que no todas las actuaciones alcanzan el nivel de los registros de Damián Alcázar y Tatiana Astengo. Esas imperfecciones son al fin de cuentas, también, deudoras de un espíritu más lúdico y menos académico que es el que persiguen muchas de estas producciones premiables. Magallanes se anima al policial, es sólido en ese aspecto y lo hace con gran profesionalismo (hay una larga secuencia de pago de soborno que es notable), y también a plantar una mirada para nada conformista sobre el presente de una sociedad dividida y lacerada por múltiples heridas que no dejan de sangrar. La coherencia y solidez de Celina termina siendo muy emocionante.
La doble deuda. Magallanes -2015- marca el debut del realizador peruano Salvador Del Solar, exhibe con sutileza y sin panfletos las heridas abiertas de la década del 80, cuando en Perú se combatía al terrorismo de Sendero Luminoso, pero en paralelo se cometían abusos de poder en una población civil rehén de la situación y víctima de la falta de escrúpulos en ambos bandos.
Escuchá el audio haciendo clic en "ver crítica original". Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Película peruana, dirigida por Salvador del Solar que indaga en la impunidad de las fuerzas armadas, el racismo hacia los pueblos originarios y la imposibilidad del perdón. Un taxista, ex militar quiere reivindicarse frente a una mujer que sufrió las peores vejaciones. Con buenos trabajos de Damián Alcázar, Federico Luppi y en especial Magali Solier (a quien también admiramos en “La teta asustada”).
Se presentó esta semana en Argentina -y la pudimos ver en Pantalla Pinamar- la película peruana Magallanes, dirigida por Salvador del Solar en calidad de ópera prima como director de cine y protagonizada por Damián Alcázar, Magaly Solier Romero (Madeinusa, La teta asustada), Cristian Meier y Federico Luppi. Una vez más, el episodio trágico de la historia contemporánea del Perú, el combate y aplastamiento de la guerrilla terrorista de Sendero Luminoso durante las pasadas décadas del 80 y 90, sigue dando potentes historias colaterales para un cine elaborado que se afirma en el panorama regional. La película cuenta la historia de Harvey Magallanes, un ex soldado en Ayacucho, norte del Perú (zona de campesinos que fuera uno de los centros de acción de Sendero…), que se gana la vida como taxista y continúa unido a ese núcleo del ejército, que parece sostener un pacto de silencio y obediciencia. Magallanes se encarga de pasear a su superior, un alto militar ahora senil y en silla de ruedas, acatando todavía su autoridad y la del círculo que lo rodea. Accidentalmente se reencuentra con Celina, una joven mujer pobre y reconoce en ella una historia muy negra de su pasado, un delito imperdonable, que lo llena de culpas y que activa su remordimiento y su necesidad de reparación frente al abuso y la violencia de género del que fue cómplice. La película es muy interesante porque tiene ribetes de cine social y de policial al mismo tiempo. Es muy sólida desde la factura cinematográfica: el guión está bien ajustado y se narra con un ritmo preciso, mediante indicios que van marcando la progresión dramática, en un universo donde prima la dignidad y la fortaleza de la mujer por encima de cualquier otro personaje. Hablamos de cine social por todo el recorrido de la Lima periférica de los cerros que se accede desde el taxi del protagonista, y también por la múltiple condición de vulnerabilidad de Celina: niña, mujer, india y pobre. El parlamento final de la mujer, espetado con tanta potencia en lengua quechua en la comisaría, y sin doblar al español, es un punto culminante desde lo dramático, y también una suerte de manifiesto político. Luego de todas esas palabras (que se oyen, se perciben, se sienten, ý aunque no se conozcan, se comprenden), todo quedará exactamente igual que antes, salvo quizás, la propia Celina, que parece liberada en su propia dignidad, a juzgar por el plano final que cierra el filme. Magallanes se exhibió en el marco del Festival de Cine Pantalla Pinamar 2016, y fue estrenada en Buenos Aires la misma semana, el jueves 10 de marzo de este mismo año.
Cuando el arte es el vehículo para mostrarle a la humanidad sus horrorosos errores El ejercicio lógico y natural de analizar todo lo que se puede ver en el cine es inherente a todos y cada uno de los espectadores asistentes a una proyección. Nadie puede escapar a esa práctica. Del otro lado, hay una o varias razones para poner en marcha el sueño de hacer una película, terminarla, estrenarla y que haga su recorrido. Esas razones quedan plasmadas fehacientemente en el momento exacto en el cual comienzan los créditos finales. A cada cual le corresponderá su conclusión, y en este sentido es saludable pensar la crítica como una opinión. ¿Calificada? No sé. ¿Calificada en qué? ¿Bajo qué subjetividad? Con la obra consumada es imposible volver atrás. Ya está. Pertenece al público y su respuesta en la boletería (en el caso del cine) le dará varios matices, entre los cuales también estará el de la (in)justicia de la distribución u otros aspectos. “Magallanes” podrá ser clasificada de muchas maneras, pero el poderío del relato cinematográfico excede varias veces al poder mediático de las opiniones. Sobre todo cuando la temática se emparienta con la historia, su digestión mental con el consiguiente entendimiento del presente, y la posibilidad de reflexionar mirando el futuro. Los pueblos de Latinoamérica han sufrido excesos de todo tipo, al punto de tener en la génesis de los mismos la impunidad total en aras de su concreción. La intención no es entrar en un dossier de la historia política de Perú, porque tampoco es la idea de éste estreno., lo cual le otorga al guión la virtud de no tener que subrayar nada porque el subtexto avanza por sobre la anécdota. Magallanes (Damián Alcázar) es taxista. No hay dudas de eso. Se mueve con solvencia por las atribuladas calles céntricas de Lima con ese casco histórico fabuloso e inerme al paso del tiempo. El hombre responde a un jefe con quién, además, comparte cierta amistad cómplice (en varios sentidos). Uno de sus clientes fijos es un Coronel (Federico Luppi), de quién es prácticamente su chofer de confianza. Da la sensación que no cualquiera lo lleva en taxi de acá para allá. Pero un día de rutina sube Celina (Magali Solier), dueña de una peluquería en vías de bancarrota luego de una mala inversión en productos de una empresa multinacional que nadie quiere, y pese a parecer una pasajera más, el chofer la reconoce como una de las personas a quién tuvo en cautiverio cuando fue soldado del ejército contra Sendero Luminoso. El juego de compaginación entre planos de la pasajera, el conductor y el espejo retrovisor, funciona a la perfección para instalar la situación, y a partir de allí ocurren dos cosas: La primera, es que el espectador conecta automáticamente a estas dos personas en un acto de amarga intuición. La segunda, es presenciar el presagio de dos soberbios trabajos de actuación sobre los que se sostendrá el relato. Magallanes es taxista, pero con un pasado turbio. Un pasado político (como ejecutor, no como ideólogo de nada) con el cual se ha resignado a convivir todos los días. Un pasado que se le cae encima de repente, impulsado por la inextricable fuerza de gravedad que ejerce la culpa sobre el alma de los hombres. Celina es ahora su ocasional pasajera, pero también fue su víctima. El lugar social que ocupan los protagonistas no es casual. Es como si desde lo escrito nos quisiesen mostrar cómo las capas y capas de vorágine e intento de supervivencia en la ciudad hacen perder el foco. Lo urgente tracciona como motor del olvido, porque si no hay momentos de paz interior, no hay lugar para la reflexión. El pasado está enterrado, pero el dolor de la herida permanece allí y se manifiesta de vez en cuando. El notable guión de Salvador del Solar (también director) trabaja inteligentemente sobre la siquis de los personajes, y gracias a esa astucia nos lleva a mutar varias veces en la concepción de un relato que aborda la culpa, la necesidad de redención, la impunidad, el ejercicio de la memoria, la abolición del olvido en función de la búsqueda de justicia, y la reivindicación de los principios de la dignidad. En ese orden y con una tensión escalonada hacia el monólogo de Celina en dialecto autóctono. En 2016 será difícil de superar una actuación frente a cámara como la que se ve en esa escena. Un mismo cuento puede contarse de mil maneras distintas. Se pude aceptar que “Magallanes” es un relato pergeñado a modo tradicional, pero también que, justamente, es el que mejor le cabe. Así lo pide el contenido. Forma y fondo componen un binomio ideal en este caso. Un desafío para cualquier espectador atento al ejercicio de la memoria y dispuesto a ver cuál puede ser el grado de compromiso cuando el arte es el vehículo para mostrarle a la humanidad sus horrorosos errores.