El documental de Ximena González es un duro film sobre el caso de Julián, un niño guaraní que padece una grave enfermedad en el corazón Los médicos quieren operar, al tiempo que el jefe espiritual de su comunidad aborigen plantea un tratamiento diferente en el interior de su aldea. El resultado será una disputa que alcanzará el terreno legal, con médicos que por medio de una orden judicial quieren intervenir al pequeño, y las personas de la comunidad guaraní, que por sus propias creencias y ritos se oponen y pretenden llevárselo con ellos. De esta manera, González expone el choque de ambas culturas mostrando las dos caras de la situación. Mediante el recurso de la voz en off, construye a lo largo del film el relato de la vida de Julián a partir de los testimonios de distintos doctores y médicos, que rememoran la historia del niño. También la directora emplea material de archivo para mostrar cómo distintos medios audiovisuales y periodistas cubrieron el tema (ya que fue un caso paradigmático que alcanzó estado público en el 2005) a la vez que manifiesta una evidente crítica a los medios masivos de comunicación, que en un principio se hicieron eco de la noticia, pero al poco tiempo el caso quedó olvidado. La película también muestra la inocencia y el asombro que atraviesan los padres de Julián, Leonarda y Crispín, que además de ser muy jóvenes, en algún punto también son como niños que descubren determinados elementos propios de la cotidianeidad en la ciudad, como por ejemplo el contacto permanente con la televisión, algo que ellos no habían experimentado previamente. Un documental fuerte, cargado de imágenes poéticas y también angustiantes, que desliza una crítica social y genera un debate interesante en torno a la medicina y las culturas indígenas.
¿Quién tiene la verdad? En Mal del viento (2012) la realizadora Ximena González construye un relato sobre el choque cultural que se establece entre una tribu guaraní y el hombre blanco a partir del caso de Julián, un niño de cuatro años con una grave enfermedad que se encuentra entre la vida y la muerte, mientras en paralelo se debate entre las creencias populares y la medicina. Julián era un niño de cuatro años proveniente de una tribu guaraní cuyo estado tomó relevancia pública cuando la justicia ordenó que se lo trasladará a un hospital de Buenos Aires para ser operado del corazón. Esto no hubiera sido un conflicto si no fuera porqué su familia y demás integrantes de la tribu se oponían a que Julián sea atendido por profesionales, sosteniendo que debía ser curado por espíritus ancestrales. La documentalista no solo focaliza el conflicto en la situación de Julián sino que abre el abanico para provocar un debate acerca de que es lo correcto, y si lo correcto para unos también lo es para los otros. Una jueza ordena que Julián sea trasladado a un hospital para así recibir la atención médica correspondiente. Su familia cuestiona la orden pero la acata y el niño es atendido por los mejores profesionales del país. Pero esto no alcanza y Julián muere. ¿La jueza actuó de manera acertada al obligar sacar al niño de su hábitat y no recibir los rituales que según la tradición debía cumplir? Preguntas con respuestas abiertas que movilizarán indistintamente a cada uno de los espectadores, pero nunca provocando indiferencia. Lo más acertado de este documental de observación es lo que genera y la forma elegida para hablar sobre como muchas veces no se respeta la creencia del otro, pensando que una forma de actuar no es la correcta y la otra sí. Verdades encontradas que se oponen de manera sistemática de acuerdo a quien es al emisor y el receptor, provocando un choque cultural donde siempre pierde el más vulnerable. Mal del viento peca de ser un poco largo en su metraje, algo que termina por volver el relato moroso y reiterativo, sobre todo en la excesiva utilización de imágenes televisivas. Aunque tal vez sea una impresión subjetiva, porque como dijimos en todo momento lo que para unos está bien para otros está mal, y viceversa. Al fin de cuentas, la verdad absoluta no existe ni en la vida, ni en el cine...y mucho menos en la crítica.
El sistema sanitario es uno de los muchos problemas que deben afrontar los pobladores de las regiones más humildes de la Argentina. Faltos de médicos y de enfermeras, esos hombres, mujeres y niños intentarán curar sus dolencias -provenientes casi siempre de la mala alimentación y de sus condiciones infrahumanas de supervivencia- acudiendo a quienes, apoyados por antiguos ritos, harán lo posible por salvar vidas. Julián, un niño de la comunidad indígena Mbya Guaraní de la provincia de Misiones, es un ejemplo de esa desidia de las autoridades. Cuando finalmente el pequeño es trasladado e internado en un hospital de Buenos Aires, los médicos le diagnostican una severa enfermedad cardíaca que necesita una inmediata cirugía. Sus progenitores, que confían más en el líder espiritual de la comunidad, se niegan a que los "médicos blancos" realicen esa intervención y piden su regreso a la aldea para restablecerlo allí a través de sus antiguas formas curativas. La directora Ximena González fijó su mirada y su cámara en este episodio en el que los medios de comunicación, los médicos, los funcionarios y los caciques hablan por Julián, que espera una decisión encerrado en una habitación del hospital. El tiempo pasa, la solución no llega, y Julián y su familia, lejos del monte y completamente solos, continúan su agonía. Con una fotografía por momentos impactante en su deseo de captar cada uno de los gestos de sus protagonistas, Mal del viento se convierte en un llamado a la solidaridad, a la comprensión y al amor que necesita la infancia en sus momentos más dolorosos.
Lo primero que debo decir de "Mal del Viento", es que es un documental fuerte. Luego de terminada su proyección, es difícil no sentir el peso de la tragedia encima, como impresión... física. Pero más complejo es definir cuantas ideas se entrecruzan a la hora de analizar el fenómeno cultural descripto con el seguimiento del caso "Julian Acuña". Para quienes no conocen la historia, Julián era un niño mbya guaraní de 3 años, de la zona del El Soberbio, en Misiones. Sus padres (Crispín y Leonarda), no lo veían bien y decidieron llevarlo a un hospital local para su atención. Luego de estar un par de días internado allí, y ante el cuadro que no mejoraba, ellos deciden volver de vuelta a su comunidad con su hijo, dado que según su visión, la medicina blanca no estaba surtiendo efecto. Al producirse este hecho, la jueza Alegre decide intervenir e internar al niño en el hospital de pediatría Ramón Madariaga, para ser enviado a Buenos Aires pronto (al Gutierrez) donde se le diagnostica una cardiopatía congénita. Una vez que el caso cobra impacto mediático, Ximena González, quien estaba trabajando con el grupo Documenta, decide hacerse cargo de la propuesta de seguir el caso y mostrar, a través de la imagen y las palabras, la compleja problemática intercultural planteada en el conflicto. Julián pasa tiempo en nuestra ciudad internado y la directora, está junto a él. Autorizada por sus padres, ella elige acompañar, observar, conmoverse y participar, silenciosamente, de toda la trama que se va tejiendo en relación al gran versus de la película: respeto por las creencias de la cultura aborígen o apego a la alquimia del mundo moderno dominado por los blancos? Está en juego la vida de un niño pero... se debe aceptar la decisión de los padres o hay que agotar los medios desde la fría concepción citadina de que nada funciona mejor que nuestra medicina? y podemos ir más lejos aún: ¿qué tipo de historia construyen los actores sociales de esta etapa posmodernista? ¿Es posible conciliar las visiones de dos culturas posicionadas asimétricas en esta época (dominadora-dominada)? González va armando su relato con imágenes de archivo, secuencias de pasillo en hospitales, algunos cortos testimonios y mucha observación de la trama vincular madre-hijo. Esto va generando en el espectador mucha movilización al ver el cariz de la situación. No encontraremos (al menos, este cronista no lo ha hecho), respuestas que nos cierren en este análisis documental. Sí, (y más allá de la dolorosa partida física de Julián, que aún hoy, conmueve) muchos interrogantes. Preguntas que mercen ser tenidas en cuenta para volvernos una sociedad más justa y con memoria. Debates que sólo aparecen, mediáticamente, cada tanto, pero que no ocupan lugar en el tiempo que vivimos. Bienvenido entonces el poder cuestionar la autoridad que creemos ostentar. Será la hora de volver sobre nuestros pasos y buscar en esa dirección. Desde esa perspectiva, "Mal del viento", es un punto de partida válido y consistente.
Desencuentro de dos culturas La documentalista Ximena González acompañó con la cámara el proceso que llevó al niño a transitar el esperanzador paso hacia su operación por una cardiopatía congénita y el desgarrador final que significó su muerte. A lo largo de 2005 la documentalista Ximena González acompañó con su cámara a la familia de Crispín Acuña (20), su mujer Leonarda Vázquez (17) y Julián Acuña (3), el niño aborigen, que padecía de una cardiopatía congénita (según los médicos) y por una orden judicial, fue traído de su Misiones natal, a nuestra ciudad. Se lo operó exitosamente en el Hospital de niños Ricardo Gutiérrez y más tarde su dolencia se complicó, por lo que murió en junio de 2006. Esa familia pertenece a la comunidad guaraní de Pindó Poty, ubicada a doscientos kilómetros de la provincia de Misiones, en un paraje conocido como "El soberbio". El pequeño Julián había nacido el 26 de julio de 2002, en el hospital del lugar. A los tres años, una descompensación obligó a llevarlo al hospital de pediatría de Oberá y los médicos aconsejaron llevar al chico a Buenos Aires. COMO UN SUEÑO Cuando los padres le cuentan la situación a la gente de su comunidad, el Opyguá, líder espiritual de la aldea guaraní, dice que soñó que al cuerpo del chico ingresó un espíritu y alojó cinco pequeñas piedras en la cavidad del corazón. Luego de este comentario, los padres regresan con el niño a su casa, para que sea tratado con la medicina aborigen. Pero hasta el lugar llega un patrullero con la orden de una juez y la familia es obligada a trasladar al chico al porteño hospital Gutiérrez. Cuando los médicos, le dicen a los padres que se debe operar al niño, Pablo Villalba, líder espiritual de la comunidad Mbya, les pide a los médicos, que permitan que el chico regrese a su provincia, que se lo va a curar con la medicina de su pueblo. Luego de una reunión el comité de bioética del hospital porteño, se decide operar al chico, pero sin la venia de los padres. UN INTERROGANTE El postoperatorio es bueno, a Julián se lo ve jugar y los médicos indican que puede volver a su provincia. Más tarde en el chico se repiten los síntomas, se lo interna nuevamente en Oberá y de Misiones se lo traslada otra vez a Buenos Aires. En el Hospital de Niños, a finales de 2005 los médicos dicen que ya no se puede hacer nada y el chico regresa a Misiones. El pequeño Julián Acuña, que durante su estadía porteña se convirtió en una noticia mediática, fue víctima de un choque entre dos culturas, la propia y la del "hombre blanco", como la llaman los aborígenes. Este es el interrogante que deja abierto este contundente documental, de planos cortos, precisos, que la directora Ximena González concreta con valentía, dejando que su cámara se convierta en testigo de un hecho profundamente doloroso.
Un caso muy conocido,que tuvo amplia difusión, el de Julián un niño de la comunidad indígena Mbya Guaraní, que es internado y traído a Buenos Aires por una orden judicial para operarlo de un tumor en su corazón. El guion y la dirección de Ximena González apuntan al constante choque de culturas entre el poder de los blancos -como ellos llaman a quienes no son sus pares- y el líder espiritual que reclama curarlo con su medicina en el lugar de origen. Una interesantísima visión, donde las imágenes nos plantean contradicciones, esperas, interrogantes.
El latido de una creencia La tradición y la ciencia se cruzan, la vida de un niño está en juego, las creencias populares desafían a la razón. El debate y la polémica proliferan por doquier. La realizadora Ximena González enfocó Mal del viento, su opera prima, en un caso de confrontación cultural entre las creencias indígenas y la medicina tradicional. Es el caso de Julián Acuña, un niño de tres años de la Comunidad Mbya Guaraní (provincia de Misiones), quien fue trasladado de urgencia desde Oberá hacia Buenos Aires. ¿El motivo? Un terrible diagnóstico: su corazón tenía varios tumores y debía ser operado. Allí comenzó el raid medicinaljudicial en el cual la realizadora invirtió un año de trabajo de campo y reflejó dos mundos tensos. Por un lado, la orden de realizar la intervención quirúrgica y, por el otro, la negación de Leonarda y Crispin (los jóvenes padres de Julián) quienes se negaron en un comienzo a operación. Ellos confiaban en Julio Villalba, el líder espiritual de su pueblo, quien “soñó” con una piedra en el corazón del pequeño y le sugirió a la pareja que lleveran al niño a la aldea para curarlo con los yuyos de monte. Mientras tanto, la Justicia y los médicos capitalinos “retuvieron” al pequeño en el Hospital de Niños hasta que finalmente se realizó la operación. Y la repercusión mediática estuvo latente a la evolución del caso. Mal del viento aprovechó la cobertura televisiva del caso como material de archivo. Los planos fijos (externos e internos) del hospital, el seguimiento de los minuciosos cuidados al bebé en el nosocomio y un constante registro de Leonarda, quien no abandona a su niño en ningún momento, son alguno de los focos de este documental. La película se torna repetitiva, y algo extensa en su metraje, ante las excesivas tomas al chico (con mucho sonido ambiente en la habitación) y el rostro de la inocencia e ingenuidad de su madre (quien no habla español) y parece estar más compenetrada en la salud de su pequeño que su padre. A él a veces se lo ve distante, pendiente de la tecnología urbana: el teléfono celular, la TV y otros artefactos a los cuales en la aldea no tienen acceso. El asombro y desconcierto de Leonarda y Crispin se emparenta con la inocencia de su hijo. El documental no emite juicio de valor sobre el uso de la medicina autóctona o tradicional, Mal del viento escucha las dos campanas, logrando un relato intimista notable sobre todo en el seguimiento de la madre, quien con sus cortos 17 años, no deja de mirar a cámara y prolonga un profundo silencio, entre la congoja y la resignación. Pega fuerte saber que ella se abrazó a su hijo para evitar que el niño fuese operado. No se ve, pero uno de los relatos lo cuenta. En este filme hay que imaginarse muchas cosas, ya que los testimonios son en su mayoría en off y sin identificar a los entrevistados. Así Mal de viento ensambla el guión de una historia que se desarrolla con un cierto carácter intuitivo. El peor de los finales llegaría un año después de la operación, desde la espesura selvática. La noticia es manejada por la realizadora sin golpes bajos, con metáforas. La lluvia, el cielo plomizo, la intensa niebla misionera y su contraste con ese suelo rojo profundo. Y otra vez los testimonios de los médicos. Pero esta vez, contando que se hizo lo que se pudo
Otro documental realizado por una mujer, Mal... cuenta la historia de un niño perteneciente a una comunidad indígena que debe ser operado, una intervención a la que sus padres y toda la comunidad se oponen. El conflicto tiene tanto aristas culturales como éticas, e involucra a toda clase de actores. La mayor falencia de la película es su estilo, que recuerda demasiado a la televisión de denuncia; aún así, el tema y la historia mantienen la atención de modo constante.