Reconciliables diferencias Así como en otro estreno reciente (el film turco Los tiempos de la vida), en Mar negro el disparador de la historia es el conflicto que en muchas familias genera el cuidado de los ancianos. Aquí, la veterana Gemma (gran interpretación de Ilaria Occhini, premiada en Locarno por este trabajo) sufre la muerte de su marido y los hijos deciden contratar a Angela (Dorotea Petre) una joven inmigrante ilegal rumana para que la cuide en un departamento de Florencia. Gemma está dolorida, enojada, resentida y, por supuesto, su víctima no puede ser otra que la dócil y bienintencionada Angela, que apenas balbucea algunas palabras en italiano y tarda en encajar con la idiosincracia de su nuevo país. Entre la tiránica patrona y la joven que no puede permitirse perder el trabajo (poco a poco, iremos conociendo su precaria situación en Rumania) la situación resulta siempre tensa, cruel, casi de sometimiento. La película -que tiene algunos elementos que remiten a Como la sombra, de Marina Spada- adquiere un rumbo bastante previsible (surgirán ciertos rasgos de humanidad en la señora italiana, algunas confesiones de la joven inmigrante y, así, se irá abriendo un hueco para el entendimiento mutuo), pero al menos el debutante Bondi sortea buena parte de las convenciones de la corrección política que suelen imperar en este tipo de historias. Las actuaciones de las dos protagonistas, ciertas pinceladas socioculturales (como la cobardía y los prejuicios de los vecinos respecto de los inmigrantes) y el tono cuidado, nunca altisonante, por el que opta Bondi hacen de Mar negro un film valioso.
Las aguas divididas Esta coproducción italiana, francesa y rumana es la ópera prima de Federico Bondi, quien cuenta con un importante background en el ámbito de comerciales, video clips, cortos y documentales. El film es uno de esos pequeños proyectos independientes financiados con pocos recursos y que logran hacerse camino en los festivales internacionales ajenos al circuito masivo comercial, para así llegar al gran público. Dos mujeres son las protagonistas de esta historia. Una anciana italiana y la muchacha rumana que la cuida, recién llegada a Italia. Ambas conviven en la misma casa y aprenden a conocerse hasta que llega una noticia desde Rumania, y la joven debe partir hacia el Mar Negro -que da título al film- a buscar a su marido, perdido misteriosamente. Así es como encuentran un motivo para emprender juntas un viaje de auto conocimiento y poder entonces sobrellevar la soledad que transitan. Mar Negro (2008) está conectado en forma directa con la propia vida del director. Buceando un poco en su propia infancia y a manera de autobiografía, desata y desnuda el alma de estos personajes. Allí encuentra la riqueza humana que esos relatos de su niñez despertaban en su ilusión e imaginación. Dos cualidades que combina el cine, junto con la inteligencia, claro está, otra virtud que Federico Bondi hace presente para ser imprevisible, sumamente efectivo y natural en su narración. Es en esta esencia personal (que podremos aventurar viendo el film, pero que conoceremos con certezas si nos adentramos en la historia de vida de este director) donde la dimensión privada y el tono íntimo permanece invulnerable, carente de artificio, inundada de franqueza, de estado virgen, de sentir sin filtros. Esta dirección de estilo va forjando un cáliz dramático que se fortalece en cada escena y un equilibrio actoral necesario para asumir en estos dos personajes principales dos miradas diferentes de un mismo mundo, esa ambigüedad de lo real que termina atrayendo los polos y camuflándose en similitudes. Con puntos en común con las recientemente estrenadas Goodbye Solo (2008, Ramin Bahrani) y Los tiempos de la vida (Pandora’s Box, de Yeşim Ustaoğlu) el film deja ver las carencias que viven a diario los inmigrantes, en este caso en la Europa occidental. Es de elogiar la simpleza y la profundidad con la que Federico Bondi plantea una problemática que por una cuestión demográfica y socio cultural (la pirámide de la edad en Europa se inclina cada vez más hacia una población adulta) es cada vez más palpable. La dificultad del cuidado de los ancianos por parte de sus propios hijos reside en las exigencias extremas, el caos imperante y la vorágine contrareloj que la vida moderna impone. Mar Negro también es una mirada, incómoda y nada complaciente de nuestra sociedad sobre sí misma. Esa sociedad que margina o coloca sobre ellos el manto de la duda a los que son distintos, minusválidos, ancianos o extraños a un lugar. En este terreno también proporciona un ámbito para la discusión cultural. Estas dos mujeres que en apariencia pueden tener poco en común, establecen un lazo amistoso muy fuerte, mostrando los mundos paralelos de una Europa dividida políticamente, casi desde su raíz. Y en este ejercicio de mutuo descubrimiento, ambos personajes van barriendo sus incertezas, afianzando su confianza, revelándose contra el mundo y solidificando su amistad en base a afecto y solidaridad.
Nada es lo que parece Drama italiano de Federico Bondi. Dos mujeres, una anciana que acaba de enviudar y una joven rumana, inmigrante ilegal en Italia, a la que contratan para cuidar a la señora en su departamento en Florencia, son las protagonistas de Mar negro, opera prima del italiano Federico Bondi en la que abundan clisés en el retrato de ese choque de caracteres, pero que poco a poco va remontando la cuesta hasta arribar a un no menos clásico final de previsible entendimiento. Gemma (Ilaria Occhini, veterana actriz, premiada por este papel en el Festival de Locarno del año pasado) vive amargada y culpando al resto del mundo de sus pesares. Por supuesto que ve con malos ojos a la recién llegada, que reemplaza a otra mujer a la que hizo despedir. Pero en la historia de Angela verá reflejada la suya, sus sueños postergados, el deseo de sobreponerse a las adversidades. Algún manejo en el que el maniqueísmo se hace evidente impide poder considerar a Mar negro una obra acabada. Es en las actuaciones de Occhini y Dorotea Petre (mejor actriz en Un certain regard en Cannes 2006 por Como celebré el fin del mundo) donde mejor se recuesta el director. A la primera impresión de que Gemma es insufrible y Angela todo candor le va ganando la apuesta de que nada es lo que parece si se escarba en los corazones de las protagonistas. En eso sí, Bondi acierta, pero para ello hay que pasar casi una hora de relato. Tal vez el hecho de que la historia que cuenta se basa en hechos que le tocaron vivir de cerca (Gemma es en verdad su abuela, y Angela, la persona que la cuidaba) lo haya obligado a idealizar de más algunas cuestiones. Eso es lo que, como un boomerang, le juega en contra al realizador nacido en Florencia, como la nona.
Un punto de encuentro entre dos desconocidas Mar negro es tan elocuente como detallista. Las primeras imágenes son elocuentes. Ninguna posibilidad de entendimiento puede haber entre esa anciana gruñona y quejosa cuya figura aparece del otro lado del parabrisas, apoyándose en el hijo y caminando con dificultad hacia el automóvil y la joven rumana recién llegada a Florencia, humilde pero resuelta, que la ve acercarse. Una apenas puede con sus huesos, acaba de enviudar, se niega a dejar la casa de siempre y no tiene sino reproches para el hijo, que vive lejos, en Trieste: necesita compañía permanente. A la otra, que cubrirá ese vacío, le sobran esperanzas: tuvo que separarse de su amado marido, pero cualquier sacrificio vale la pena si consigue ahorrar los euros suficientes para volver y concretar el sueño de tener un hijo. Las dos mujeres están solas y todo las separa: la edad, la lengua, la cultura, el prejuicio que subsiste, velado o manifiesto, en este tiempo de migraciones. Son demasiadas barreras. Sin embargo, habrá un punto de encuentro: suele haberlo cuando se deja de ver al otro como un desconocido y se lo reconoce en su individualidad; entonces se descubre lo que hay en común: al fin, la Rumania pobre de la que viene Angela se parece mucho a la Italia de posguerra que Gemma conoció en su juventud. Y hasta es posible que el lugar del muro que las separaba lo termine ocupando un espejo, y que las dos imágenes empiecen a parecerse, como las de una madre y su hija. Claro que esta evolución del vínculo supone un largo proceso cuyos progresos se manifiestan en gestos mínimos, en detalles, en la superación de las pequeñas miserias domésticas, en la lenta comprensión del lugar del otro. El debutante Federico Bondi lo entiende y por eso busca esas señales en los rostros de sus actores -Ilaria Occhini, admirable; Dorotea Petre, una revelación- y en el rigor de un relato sobrio, delicado y preciso, sin golpes de efecto ni apelaciones sentimentales, y por eso mismo más intenso y conmovedor. El retrato íntimo es lo primordial, pero hay también un expresivo tratamiento del ambiente, que incluye certeros apuntes sobre una realidad europea en etapa de cambios.
Una amistad sin fronteras La patrona es italiana y su empleada doméstica, rumana. ¿Pueden hacerse amigas estas dos mujeres? Deberán, un poco porque el guión lo impone y otro poco porque una de ellas es bastante más imprevisible de lo que a primera vista parece. Metáfora transparente del reconocimiento del otro, no es difícil entender que en tiempos de migraciones masivas, segmentación social y corrección política, a lo largo del último par de décadas el cine haya recurrido, con creciente insistencia, al motivo de la amistad entre opuestos. Ese leitmotiv puede aparecer tanto en un western (Danza con lobos) como en una comedia (Mejor imposible), pero tiende a ser, sobre todo, material de dramas de los considerados “serios”, desde Gran Torino hasta Las flores del cerezo, pasando por Estación central, Visita inesperada o Contra la pared. Reaparece ahora en Mar Negro, ópera prima del florentino Federico Bondi, en la que una vecchia signora algo venida a menos y su doméstica, emigrada rumana, terminarán haciendo un largo viaje juntas. El viaje: he aquí otra figura sumamente frecuentada por el cine contemporáneo, a la hora de darles a los opuestos una meta compartida. Con serios problemas de salud y movilidad, la septuagenaria Gemma, recién enviudada (Ilaria Occhini), necesita de una chica en casa, que la ayude a resolver lo que ella ya no puede. Claro que necesitarla es una cosa y aceptar que la necesita, otra. Tal vez por eso, desde el momento mismo en que conoce a Angela (la actriz rumana Doroteea Petre, a quien pudo verse en el film de ese origen Cómo celebré el fin del mundo), la señora arrugue la cara, proteste cuando la otra va al baño, se queje de su pronunciación y se empeñe en llamarla con el nombre de la doméstica anterior. Viendo los caprichos de Gemma, sus arrebatos de irritabilidad y su maltrato a toda orquesta, no es difícil comprender que la antecesora de Angela se haya mandado a mudar. Recién llegada a Italia, junto al Danubio Angela dejó un marido, trabajador en una fábrica de porcelana. Además de eso, el evatest acaba de darle positivo. Resignación y valor para Angela, entonces: no hay nada que necesite tanto como algunos euros. Aun así, cuando no soporte más a la tirana, estallará. ¿Pueden hacerse amigas estas dos mujeres? Deberán, un poco porque el guión lo impone y otro poco porque Gemma es bastante más imprevisible de lo que a primera vista parece. No porque se vaya sensibilizando de a poco, como suele ser regla en esta clase de películas, sino por su bipolaridad, que la lleva a amenazar con el bastón a la pobre empleada por cualquier estupidez y un rato más tarde ponerse a charlar con ella como si fueran viejas amigas. No es tan raro, entonces (aunque sí un poco improbable), que cuando se entera de que Angela debe volver a su país porque el marido está desaparecido, primero le recrimine, con todo el egoísmo del mundo, y poco más tarde esté haciendo las valijas para acompañarla. ¿Tal vez sea que, como el personaje de Clint Eastwood en Gran Torino o el protagonista de Las flores del cerezo, la señora descubre que quiere más a la extraña que a sus propios e ingratísimos hijos? Por suerte, Mar Negro evita ese otro lugar común: el hijo de Gemma se porta con su madre mejor incluso de lo que lo haría el espectador. Producida por la nativa de Milán Marina Spada (realizadora de Como la sombra, premiada en Mar del Plata y estrenada aquí el año pasado), el problema principal de Mar Negro es que, en su corrección sin sobresaltos ni accidentes, su única pretensión parecería ser la de cumplir con aquello que se espera de ella, confundiendo narración con la lisa exposición de un asunto. A quien esto le baste sabrá apreciar el contraste de estilos entre Doroteea Petre –sobria, mínima, delicada– y su oponente Ilaria Occhini, de expresividad visible y operística, debida seguramente a su formación teatral.
El austero encanto de las pequeñas emociones “Mejor hacer una cosa y arrepentirse que no hacerla y también arrepentirse”, sentencia Gemma (la estupenda Ilaria Occhini) cerca del final de este film, ópera prima del joven cineasta florentino Federico Bondi. Ella, una anciana de mal carácter que tampoco se lleva demasiado bien con su pasado, está en Rumania acompañando a Angela (Doroteea Petre), la muchacha rumana que se encarga de cuidarla. Una frase inesperada para el espectador, que en el principio de la película observa una relación obligada, nacida de la incapacidad de Gemma de encargarse sola de sus propios asuntos, y por consiguiente plagada de gritos, mandoneos y reproches de parte de la anciana, que a primera vista parece una Miss Daisy en Clonazepam. Pero llegará el entendimiento –y el cariño– entre ambas. Y en tránsito a esa meta se irá la película. Un camino amable, atravesado por la necesidad de Angela –que vive en Florencia, trabajando duro para cumplir el sueño de poder formar una familia con su esposo, aún en Rumania– de prosperar, y el anhelo de Gemma de domar sus demonios interiores (es notable cómo Occhini, con gestos mínimos, construye un personaje multidimensional). Bondi retrata la relación contrastando caracteres (Angela endulza las crispaciones de Gemma y ésta va adquiriendo seguridad), y también enfrentando sus realidades. Lo que le sirve, de paso, para comentar cómo la prosperidad de la Europa rica –atención a la escena en la que Gemma se enfrenta al racismo de su vecina– se aleja cada vez más de lo que sucede en los países del Este. Angela ensaya en Italia algo así como un simulacro de vida (se junta con otros inmigrantes, relojea a un apuesto compatriota), pero está siempre distraída, con su cabeza en Rumania, a la que volverá junto a su patrona, cerca del final. El acierto está en recortarlas de su entorno, para dejarlas solitas en el centro de la escena, sin distracciones. Su falencia radica en su corrección política –disimulada en el tono y en la realización austera– y en una falta de nervio que ni siquiera subsana la extraordinaria Occhini.
Gemma es una abuela de carácter difícil, viuda y con un dolor inmenso en el alma. Angela es una joven inmigrante ilegal rumana, con una amplia vocación de servicio, pero también con llagas en su corazón. La vida las une en la ciudad italiana de Florencia, adonde Angela llega contratada por los hijos de Gemma, con la difícil misión de cuidarla y contenerla. Ese complejo vínculo irá mutando a partir de un hecho clave. Es que la muchacha rumana debe viajar urgente hacia el Mar Negro para hallar a su marido, quien desapareció sin dejar demadiadas huellas. Y deciden ir juntas a buscarlo en un viaje arriesgado pero inevitable. La soledad de la anciana y de la muchacha es el punto de encuentro, bien elaborado narrativamente por el director Federico Bondi, quien a pesar de ser su debut, supo bucear entre los momentos dramáticos sin recurrir a golpes bajos o lacrimógenos. El filme también ahonda sobre el tema de la ilegalidad en Europa y ofrece una mirada crítica sobre cómo se trata la ancianidad en las sociedades modernas. Otro de los puntos altos del filme de Bondi son las interpretaciones de Ilaria Occhini (Gemma) y Dorotea Petre (Angela), quienes se cargan la película al hombro con sutilezas expresivas y una síntonia actoral que crece a la par del vínculo de los personajes.
La posibilidad de acercarse al otro La opera prima de este director actualiza una anécdota familiar, y lo inserta en el clima de rechazo a la inmigración imperante en Europa. Una anciana queda al cuidado de una empleada rumana, y juntas deberán hacer un viaje que las unirá. En los últimos meses diferentes cinematografías nos han permitido acercarnos a historias que tienen como protagonistas a personajes que ya han entrado en la vejez, que nos son mostrados en su relación familiar y con el medio social, que nos llevan a conocer su mundo personal. Así, en un cruce de voces generacionales, podemos recordar Mil años de oración de Wayne Wang, Algún día comprenderás de Amos Gitai, Las flores del cerezo de Doris Dörrie, Los tiempos de la vida de Yesim Ustaoglu, entre otros. Sin olvidar el film argentino de Carlos Sorín, tristemente ignorado, La ventana, film de raíz chejoviana que nos lleva a seguir muy de cerca los últimos días de la vida de un hombre. A diferencia del cine estadounidense, gran parte de otras cinematografías se ha proyectado a obras de un gran perfil humanista, frente a sociedades abiertamente despersonalizadas y con una tendencia a borrar su memoria histórica. Huelga señalar que siempre, en algún lugar, aún en el poderoso país del norte, pese a la diferencia abismal de oportunidades, siempre hay realizadores, creadores, que resisten desde sus espacios alternativos. Pero lamentablemente parte de esa obra no tiene circulación en otras latitudes. De origen italo rumano, la opera prima en el campo del largometraje de Federico Bondi, Mar negro permite enmarcarse en estas primeras consideraciones. Y lo hace no sólo en relación con esta etapa de la vida, sino además con uno de los hechos más cruciales de las nuevas políticas europeas: las que remiten a la cuestión inmigratoria. Y más aún en un país como Italia donde los nuevos decretos apuntan a considerar al indocumentado como un delincuente y a quien lo aloja como cómplice. Es en la zona de la Toscana, espacio en el que Florencia asoma con toda su historia, donde transcurre este singular, minimalista relato, que se apoya, igualmente, en una experiencia de vida del propio realizador. Pero el hecho de estar ambientada allí, en ese espacio alejado del gran centro urbano, no lleva a su director a seguir una vía turística. Por el contrario, elige los espacios familiares, domésticos, en ese vínculo que comenzarán a transitar una anciana, reciente viuda, con su asistente, una joven de origen rumano que se encuentra allí por diferentes razones. Bondi, ya con algunos cortometrajes, partió para la escritura del guión con Ugo Chiti de una experiencia de orden familiar. Y es que la motivación partió del recuerdo de una situación que comenzó a crearse entre su abuela y una joven extranjera que la acompañó hasta el último momento de su vida. Desde esta perspectiva, se nos va a plantear como un viaje que ambas mujeres no sólo atravesarán literalmente sino como una metáfora de lo que deben afrontar juntas, frente a obstáculos e imprevistos. El título del film, Mar negro, es un permanente fuera de campo, es el que se nos sugiere a través del relato de esa otra mujer que ahora comienza a aproximarse a la anciana mujer. Ese lugar está en esa otra dirección, en aquella otra orilla a la que ambas se acercarán. Film construido en base a ciertos supuestos y marcadas elipsis, Mar negro dibuja un montaje de rostros y gestos, de actitudes en elocuentes planos cerrados. La recién llegada, contratada por el hijo de la anciana, que sólo puede desplazarse con ayuda de un bastón, será considerada por ésta como una temida extranjera. En los primeros momentos del film, todo irrita a la señora Gemma: ciertos hábitos, su dificultad con el idioma, su manera de ser. Ante su hijo que habita en Trieste, de igual manera poco afectivo, lejano, Gemma paulatinamente permitirá que Angela le otorgue un nuevo sentido a su vida, con sus particulares altibajos que nos van describiendo sus propias contradicciones. Desde los títulos de presentación, el film se va abriendo en dos espacios cuya metáfora es la figura del río. Dos espacios mediados y separados por una frontera, dos culturas diferentes. Film de bajo costo, realizado en el marco del cine independiente, que se inscribe en el llamado "cine independiente europeo", Mar negro es una coproducción que va marcando el conflicto inicial que se da entre dos mujeres de diferentes culturas, edades, visiones del mundo. Angela es el nombre de la joven extranjera, ella tiene una historia personal que debe resolver. Desde el inicio del film, la presencia de este orden está presente en el film en ese río que deberá volver a surcar. Desde ese barrio suburbano de Florencia hasta el espacio familiar de Angela, ya en Rumania, ambas han podido recorrer un camino de conflictos y de comprensión. Uno podría pensar, desde algunas muy lejanas resonancias, en el multipremiado film de Bruce Beresford de 1989, Conduciendo a Miss Daisy, en los días posteriores a la Segunda Guerra en los que una viuda aristocrática se resiste a aceptar en un primer momento a su asistente, un atento chofer negro. Actriz de gran trayectoria teatral, Ilaria Occhini fue merecedora del premio a la mejor actriz por su actuación en este film en el Festival de Locarno. Su acompañante es Doroteea Petre, actriz de origen rumano que señala el carácter de coproducción del film. Mar negro es un film que elude explicaciones y nos lleva a recorrer con una mirada profunda los universos de dos personajes que, en su inicio, están marcados por una fuerte tensión de rechazo. Un film que es en sí mismo un viaje que apunta a un conocimiento mutuo a través de poder escuchar al otro, de detenerse en sus gestos.
Opuestas y complementarias Dos mujeres de distintas nacionalidades, una italiana y la otra rumana. Dos roles opuestos. La primera es Gemma (Iliaria Occhini), la dueña de casa y la segunda es Ángela (Dorotea Petre), su empleada doméstica. Ante la reciente pérdida de su esposo, Gemma necesita la compañía de alguien. Ni su edad ni su salud le permiten manejarse libremente. Es entonces, que su hijo contrata a Angela, quien al llegar a Italia se entera que esta embaraza, mientras su esposo sigue trabajando en Rumania como operario de fábrica. Gemma es hosca, malhumorada, impaciente y prejuiciosa. Ángela es sumisa, discreta, servil y paciente. Necesita trabajar y no le queda más remedio que aguantar las ofuscaciones de su patrona. El tiempo de la convivencia hará lo que todos esperamos: la armonía de la relación entre ambas, la amistad que surgirá por distintos factores y el conocimiento interior de ambas personalidades. La ópera prima de Federico Bondi, transita por una historia que plantea, desde el inicio, la manera de desatar los nudos del conflicto. El film se construye a través de un relato fluido, prolijo y paciente, para desarrollar este juego de relaciones opuestas y complementarias con muy buenas interpretaciones. Pero no hay más que eso. Le faltó aquello que no esperábamos, la sorpresa que condimenta lo llano.
Mar Negro es una típica historia europea: dos mundos que se encuentran, Gemma, una vieja italiana cascarrabias (Ilaria Occhini) y su ayudante, Angela (Dorotea Petre), una joven rumana que apenas habla el idioma local. En un principio, su relación es áspera, pero luego se hace más cercana y ambas mujeres comienzan una relación casi simbiótica de necesidad mutua. Cuando el marido de Angela, Adrian (Vlad Ivanov), no conteste sus llamados, su mujer querrá desesperadamente volver a Rumania para descubrir su paradero. Gemma, sintiéndose incapaz de quedarse sola y atraída -en parte por exotismo, en parte por deseo de vivir lo que no pudo hacer en años más juveniles- por la ruralidad y la simpleza (o la pobreza, si se quiere) rumana, parte en travesía por el Danubio junto a Angela. El film, dirigido por Federigo Bondi y escrito por él y Ugo Chiti (quien también escribió el guión de Gomorra), comienza mediocremente con una historia remanida, aunque la película se torna más interesante cuando se muestran ciertos aspectos de la comunidad de inmigrantes rumanos y, claro, Rumania en carne propia. La fotografía de Gigi Martinucci opera también positivamente, enseñando al espectador paisajes muy similares al litoral argentino. Esa parte de Europa, Rumania, que no muchas veces la hemos visto (aquí en esta página se han reseñado tres filmes sobre este país: PA-RA-DA, 4 MESES, 3 SEMANAS Y 2 DÍAS e INLAND EMPIRE), es sin duda otro costado que recién últimamente los directores están explotando, porque, más allá de la dictadura de Ceacescu, surge el interés de relatar cuál es la relación de este país con la Comunidad Europea, que parece llevarse todo por delante... aunque sigan hablando de Ceacescu. No obstante sus virtudes, Mar Negro no logra salirse de esa historia pequeña, ya gastada, de la vieja y la joven extranjera. Claro que el filme es más sutil que otros, pero a gran parte del público no le resultará demasiado sorprendente ni su desarrollo, ni sus conclusiones.