Crónicas norteñas Casi en las antípodas acuáticas de Caja cerrada (su film sobre el trabajo en un buque pesquero que estuvo también en la sección Cine del Futuro, pero del BAFICI 2008), Solá se traslada ahora hasta el árido norte para describir las vivencias de Rodrigo, un muchacho que se gana la vida como mensajero de pueblo (va en moto dando recados casa por casa). Sin embargo, luego de una procesión religiosa, el personaje viaja por tres meses hasta una salina para ganarse unos pesos como trabajador golondrina. Allí, en esa nueva locación, es donde la contemplativa película -rodada en bellos, largos, casi hipnóticos planos en su mayoría fijos y en blanco y negro- adquiere su real dimensión. Riguroso documental observacional (aunque Solá se permite incluir algunos diálogos, pequeñas ficcionalizaciones y hasta "retratos posados" de los empleados de la salina que no hacen "ruido"), Mensajero nos propone un viaje a una tierra y su gente sin lugares comunes, pintoresquismos ni subrayados porque confía -y hace bien- en el poder de sus imágenes.
Un documental hipnótico El segundo film de Martín Solá, es un documental con una anécdota muy pequeña que la hace andar: Rodrigo, un joven del norte argentino, que quiere ir a trabajar a las salinas para ganar dinero, pero en el camino es parte de una peregrinación religiosa que lo lleva por los cerros. Mensajero muestra su posterior llegada a las salinas y el comienzo de las actividades de recolección. Pero si bien esto genera algunos cruces interesantes desde lo temático, el film subyuga y gana territorio en la impresionante fotografía y el trabajo de encuadre. Lo interesante que tiene la película es que a partir de esta pequeña anécdota, y aún mostrando algo que aunque no conozcamos podemos intuir, como puede ser una procesión o el trabajo en las salinas, el director logra construir una película artificial e hipnótica. Sublime resulta el trabajo fotográfico de Gustavo Schiaffino, obteniendo una textura que en el cine nacional han logrado muy pocos (ahora recuerdo lo hecho por Esteban Sapir en Picado fino a partir la fotografía de Kino González). Como decíamos, cada encuadre parce una foto fija, y sólo algunos leves movimientos de manos o cuerpos nos recuerdan que estamos viendo cine. Por ejemplo las imágenes de nubes que van cubriendo los cerros durante varios minutos, meten al espectador en un trance que lo transporta a ese lugar. Si bien alejado desde lo genérico, Mensajero aplica un estilo visual que el cine comercial en la Italia del ‘50 ó ‘60 realizaba con hombres como Mario Bava o Victorio Storaro. Este documental fusiona acertadamente el trabajo de Solá con el de Schiaffino, haciendo que ningún campo sobresalga del otro y logren un conjunto muy atractivo de ver.
Postales del norte La película Mensajero (2011) tranquilamente podría haber sido una exposición fotográfica porque su director, Martín Solá, toma de excusa una historia mínima –el trabajo en las salinas- para producir una estética del norte argentino mediante el uso del blanco y negro, la composición simétrica en cada plano y los contrastes entre luces y sombras. Rodrigo es el mensajero de un pequeño y humilde pueblo de La Puna. Entre los trabajos posibles en la comunidad, el más cotizado es el realizado en las salinas al que decide abocarse en un mesiánico viaje donde se funden los cuerpos humanos con el paisaje de montañas. A partir de una serie de planos en su mayoría fijos, Mensajero logra captar la grandilocuencia del escenario natural y lo funde con el rústico trabajo humano. La naturaleza se impone planteando un tiempo y espacio específico dentro del cual el hombre deberá subsistir. Así, las nubes invaden el cuadro hasta provocar un fundido en blanco que marca el tiempo del relato y da paso a otro espacio. Martín Solá, realiza una construcción plástica de la imagen, proponiendo cuadros estéticamente bellos del norte argentino. El trabajo de composición promueve un estado onírico del tiempo y espacio, desde una simetría en el cuadro inquirida por la posición de cámara mientras que el contraluz entre luces y sombras, marca el viaje del protagonista que comienza en la oscuridad de su vivienda para salir al luminoso mundo de las salinas. Mensajero dimensiona aquello que cuenta, como si la historia se viera distorsionada y perdida en ese alucinante espacio natural. Martín Solá, capta su perfección en la elaboración detallista de una estética adecuada a las circunstancias.
La mirada impávida Hay dos largos travellings que definen Mensajero, este documental observacional del realizador Martín Solá: el primero recoge el testimonio vivo de una procesión en el camino de la Puna y va de derecha a izquierda descubriendo a cada paso ininterrumpido los cuerpos que marchan en fila detrás de la figura de la virgen que encabeza la procesión. Este traveling en movimiento recoge en la profundidad de campo y en el fondo un paisaje desolador que por contraste con la esperanza de la fe sintetiza de alguna forma una idea conceptual, que hace a los hombres dentro del imponente universo de la naturaleza; a lo nimio por sobre lo deslumbrante cuando se trata de pensar el vitalismo sin la presencia humana en un paisaje que deja atónito a cualquiera que lo atraviese con una mirada lúcida como la de Solá. El segundo travelling se realiza desde el vagón de un tren, donde la cámara fija en la ventana descubre el camino que pasa por detrás y va de izquierda a derecha contrariamente al anterior. Camino de búsqueda de Rodrigo, personaje de Mensajero, quien abandona su rol de transmitir en el pueblo los mensajes para buscar suerte en el trabajo golondrina de las salinas. Otra esperanza que se revela en un escenario de desolación como el del desértico norte argentino en locaciones de Salta y Jujuy a las que Solá llegó con una cámara para descubrir aquello que el polvo y el viento ocultan con su presencia; que a veces parece tapar absolutamente todo y otras remover las voluntades de aquellos que funden sus cuerpos con el paisaje y se entregan a la naturaleza desde su aspecto más hostil y crudo. La estética de Mensajero tiene la virtud de la fotografía con un excelente tratamiento de la imagen blanco y negro y los planos fijos como base para crear atmósferas hipnóticas donde sobran las palabras y abundan los silencios. Ya desde Caja cerrada, presentada en el Bafici 2008, Martín Solá ensayaba una mirada muy personal y despojada de todo esteticismo para retratar de primera mano los oficios y a aquellos que los llevan a cabo dejando un protagonismo absoluto al testimonio más que a sus inquietudes formales. Mensajero es la muestra palpable que se puede observar un paisaje interior muy rico y profundo sin dejarse atrapar por el paisajismo y la grandilocuencia.
De la oscuridad hacia la luz "Creo que no hay argumento sin búsqueda formal y no hay búsqueda formal sin argumento", ha dicho en su momento Martín Solá, el director de este particular largometraje que se estrena en el Malba luego de su paso por la sección Cine del Futuro del Bafici, un espacio dedicado básicamente a la experimentación (en la edición de 2008 de ese festival había presentado también su ópera prima, Caja cerrada, dedicada al trabajo en un buque pesquero). Y es cierto que su cine refleja con solidez el equilibrio planteado en ese axioma. La película tiene como nudo la historia de Rodrigo, un joven que reparte mensajes de puerta por puerta en una pequeña comunidad de la Puna, en el norte argentino, y que decide migrar por un tiempo hacia una salina para enrolarse como trabajador temporario. Ese viaje es la excusa para que Solá documente con lirismo y originalidad la subyugante belleza de un paisaje sugerente, único. Mensajero puede observarse como un contundente poema visual, pero no cede ante la tentación del preciosismo. El minucioso trabajo del director permite construir también la narración de un pasaje: de una vida cotidiana rutinaria signada por la oscuridad hacia la luz cegadora de la salina, donde la exigencia del trabajo, de todos modos, no ahorra hostilidades. Filmada enteramente en blanco y negro, Mensajero se beneficia con el notable trabajo de fotografía de Gustavo Schiaffino, que logra texturas francamente ensoñadoras y al mismo tiempo evita el riesgo de la postal. Solá aprovecha muy bien ese trabajo, combinándolo con un manejo de los tiempos que incentiva la imaginación del espectador, que puede acompañar el viaje del protagonista desde su propia perspectiva. Esa enorme libertad que otorga la película termina por potenciarla y ennoblecerla.
Voz nueva y personal en el documental argentino Tres años después de su ópera prima, Caja cerrada (2008), el documentalista argentino Martín Solá cambia en su segundo largometraje ambiente y estética, pero se mantiene fiel a un estilo cercano al documental de observación. Cercano porque hay más bifurcaciones que dogmas en Mensajero, film que reemplaza el ámbito acuático de su anterior esfuerzo –rodado a bordo de un pesquero cerca de las costas de Barcelona– por la sequedad de una salina del noroeste argentino. El tema central, el núcleo del cual irradian el resto de sus reverberaciones y ramificaciones, sigue siendo el trabajo; trabajo manual, mecánico, esforzado, repetitivo, explotado. Pero si en Caja cerrada la consciente adhesión a la observación casi no le dejaba lugar a otra clase de recursos, en Mensajero Solá se permite varios desvíos ficcionales (al menos en su modo de exposición narrativa) y un uso de la fotografía en blanco y negro que lo acerca por momentos al ethos de un James Benning: un concepto mentirosamente fotográfico, que hace de las mínimas o mayúsculas variaciones en el plano uno de los ejes de su cualidad contemplativa. Hay dos extensos planos-secuencia que parecen sostener el andamiaje del film, como si se tratara de pilares visuales. Uno de ellos divide la película en dos mitades y registra durante varios minutos el pasaje de nubes bajas con el imponente marco de un cordón montañoso. Hay algo vagamente místico en esa imagen, sensación corroborada y potenciada por la utilización que hace Solá de una procesión religiosa como contrapunto del peregrinaje laboral del protagonista. Mensajero, que participó de la competencia Cine del Futuro en el Bafici 2011, abre con un plano de Rodrigo, excusa dramática del documental, un joven cartero que decide abandonar su precario rol para ir en busca de unos pesos extra en la faena intensiva de una salina. Mientras prepara su partida, un grupo de habitantes de la zona ultima los detalles para la romería anual. El realizador propone allí ese segundo tour de force de la puesta en escena, un largo travelling lateral –bello e hipnótico– que recorre de punta a punta al grupo de peregrinos. Esa imagen será más tarde contrapuesta a un plano equivalente: a bordo de un tren diésel, el rostro de Rodrigo se destaca en primer plano mientras el cambiante paisaje, detrás del vidrio, sirve como telón de fondo. O viceversa, porque tal vez sea el paisaje el protagonista principal, al tiempo que Rodrigo absorbe y es cambiado por éste. Una de las obsesiones centrales de un film por cierto obsesivo, a tal punto que semeja un sueño recurrente, es la relación entre hombre y naturaleza, entre espacio exterior e interior, entre hábitat y habitante. Luego de la llegada a las cercanías de la salina, la explicación del capataz describe las frágiles condiciones del gremio como si se tratara de beneficios laborales. Y luego se impone el salar, infinito y bochornoso, ofreciendo el producto de su vientre a los anónimos jornaleros. Apenas poco más, porque Mensajero lucha y se resiste a las convenciones tanto del film de denuncia social como a las del documental descriptivo. Hay una clara intencionalidad poética en las imágenes y el ritmo, lo cual le otorga al film las alas necesarias para volar y, al mismo tiempo, disgregar y desenfocar su narración. El juego planteado por Martín Solá –egresado del Observatorio, la escuela barcelonesa de cine documental– no posee reglas rígidas y exige del espectador una participación activa, reduciendo el rol congénito de receptor para demandar un ida y vuelta intelectual, emocional y, fundamentalmente, sensorial con las imágenes y sonidos que provienen de la pantalla y alrededores. Sepa el espectador, de todas formas, que no hay nada “difícil”, ninguna superficie dura de horadar, en los poco más de cuarenta planos que Mensajero despliega en 85 minutos de proyección. Más bien todo lo contrario: es un film abierto y generoso que reafirma la presencia de una voz nueva y personal en el cine documental argentino.
Una lograda fábula sobre la fe El documental se apoya en imágenes poéticas de montañas, salinas, espejos de agua y paisajes del noroeste argentino. Un joven aplaude en la puerta de una construcción colonial en la Puna y grita “¡Mensajero!”. Al rato, un monje abre la puerta y el mensajero le avisa el cambio de horario de una procesión. También le cuenta que ese es su último recado, porque piensa probar suerte unos meses trabajando en las salinas. El monje bendice su elección y se despiden. Al director Martín Solá ( Caja cerrada ) le alcanza este primer diálogo, a casi diez minutos del inicio de Mensajero , para presentar el viaje que emprenderá el protagonista Rodrigo y también cuál será el tono de un relato donde, casi sin diálogos pero atestado de imágenes deslumbrantes, trabajo y religión van mezclándose todo el tiempo. El cineasta vuelve literal esa combinación sin necesidad de palabras, en admirables imágenes en blanco y negro del noroeste argentino, cuando cielo y tierra se confunden en el vagabundeo de las nubes por la montaña. Mensajero está repleta de planos como estos, donde la cámara transmite una sensación pictórica al quedarse embelesada con una imagen un tiempo prolongado. El movimiento se produce dentro del plano, ya sea por los nubarrones, el vaivén en el reflejo del agua, el paleo en la salina o una topadora cargando un camión con sal, sin que la cámara ose conmoverse. Estas decisiones formales de Martín Solá son alegóricas en Mensajero , porque el viaje que emprende Rodrigo y sus razones importa mucho menos que el movimiento interior del protagonista. El cineasta expresa el atribulado camino de Rodrigo hacia la iluminación, resaltada gracias a esa economía de colores de la película, en la progresión entre la oscuridad de los planos iniciales de Mensajero y la luz que brilla en las salinas en los últimos minutos. La película se apoya en el magnetismo poético de sus imágenes para construir una narración ensoñada donde el relato rara vez avanza gracias a la palabra. Como cielo y tierra en las seductoras imágenes de Mensajero , ficción y documental también se funden hasta volverse indivisibles en su narración. No es difícil descifrar a qué registro pertenecen buena parte de las imágenes de Solá, pero es una tarea insustancial en una película que, con muy poco, construye una fábula sobre la fe y, al mismo tiempo, documenta la precariedad del vivir en el norte argentino. El cineasta se transforma en ese mensajero de pocas palabras, que no le otorga tanta importancia al contenido del mensaje como a la manera de transmitirlo.
La fotografía es lo mejor de experimento fílmico “Mensajero” Esta película en blanco y negro, ambientada en la puna salteña, dura apenas 77 minutos. A algunos le parecerá el doble, a otros le resultará una experiencia hipnótica, ajena a los parámetros del tiempo. La excusa argumental es más que mínima. Es ínfima. Tanto, que a mitad de la proyección ya se perdió. Un joven llega en moto a una casa vieja, para avisar el cambio de fecha de una procesión (¿?), y su próximo cambio de actividad. «Mañana me voy hasta diciembre». «¿Y por cuánto tiempo te vas?» El sol pega muy fuerte en esos lugares. Al joven lo vemos en viaje, en charla con alguien que, sentado a la mesa, le explica el oficio de salinero, y por último alcanzamos a verlo en el salitral con otros peones. Ahí la película lo deja de lado y sigue una rato más hasta terminar sin su protagonista, el supuesto mensajero del título. Se puede especular que hay otro mensajero, alegórico, pero ya entraríamos en terrenos inciertos. Para «espéculos», el desenlace nos prepara algo mejor. Del resto, cabe anotar a una viejita sentada en su telar, mientras suelta algunos pensamientos sobre su condición de creyente, el travelling de unas personas que caminan apuradas como si se les fuera el colectivo (tal vez procesantes queriendo llegar a las primeras filas), largos viajes en estanciera y otros vehículos, largos planos fijos de salineros inmóviles con su pala mirando a cámara, salvo uno que se cansa de estar posando, y un larguísimo pero fascinante viaje de una nube que viene por entre dos cerros, hasta cubrirlo todo. Asimismo impresionante, la enorme nube que se espeja en el también enorme salar inundado del verano. Autor de este experimento, Martín Solá, que antes hizo en Cataluña un documental sobre pescadores de alta mar, «Caja cerrada». Autor de la fotografía de «Mensajero», Gustavo Schiaffino, que antes trabajó con el poeta Gustavo Fontán en «La orilla que se abisma», «La madre», «Elegía de abril», «La casa», y también con Echeverría en ese dibujo exquisito que es «La máquina que hace estrellas». Ver ahora su trabajo en blanco y negro, en un digital que parece puro celuloide de los 60, es un deleite. A la salida tendrían que vender el libro de fotos.
Martín Sola y un film que se enamora de sus personajes y el paisaje que los contiene. Un intento distinto, experimental, que fascinará a quienes solo quieren imagen y dejará afuera a quienes buscan historias, argumentos y personajes
En épocas en las que los géneros del cine se mezclan, se relacionan y acaso se amalgaman, Mensajero, entre otros ejemplos de este año, se suma al intento de contar algo sirviéndose principalmente de imágenes casi documentales. El “casi” es justamente aquello que marca la diferencia entre la búsqueda y la acción narrativa planificada. También es donde el director se apoya para dejar la sensación de haber visitado un lugar y registrado hasta el más mínimo detalle...
Tras pasar por la sección Cine del Futuro en el BAFICI, se estrena en el MALBA esta película a la que la arbitrariedad de la clasificación por géneros ha llevado a encuadrar como documental. Mensajero difícilmente encaje en esta simplificación, ya que, más allá de que el film contiene una intención narrativa que incorpora elementos ficcionales (ya sabemos de las derivas del documental y su relación con el cine de ficción)...
Publicada en la edición digital #244 de la revista.