No es casual que sea la "Vidala de la soledad" la primera canción que se escucha en este intento de retratar las múltiples facetas de Mercedes Sosa, ya que es la soledad el rasgo que Rodrigo Vila, director y guionista, y Fabián Matus, productor y principal impulsor del documental, además de hijo de la artista, han elegido como rasgo dominante del relato. Porque aunque recorre su vida desde los días de la infancia en Tucumán, los primeros pasos de una carrera artística que tendría capítulos decisivos en Mendoza con el Nuevo Cancionero y en Cosquín gracias al empuje de Jorge Cafrune y que conocería después innumerables triunfos y no pocos contratiempos, incluidos el exilio, la persecución y la censura, el documental busca sobre todo hacer hincapié en la mujer, en ese ser frágil y tímido, de infinita sensibilidad, al que acompañaba una íntima soledad más allá de la firmeza con que supo defender sus convicciones y de la valentía con que afrontó muchas adversidades. El retrato es necesariamente complejo, tantas son las facetas de su personalidad, y al componerlo valiéndose de las propias palabras de Mercedes, de los testimonios de sus colegas artistas, de sus familiares y amigos y del rico material de archivo, parte de él inédito, sus realizadores se encontraron ante "un rompecabezas de un millón de piezas", según palabras del director. De ellas prefirieron aquellas que la mostraban exponiendo sus pensamientos y sus sentimientos, sin que ello signifique que el film pretenda ir más allá de lo que la propia Mercedes quiso revelar alguna vez sobre sí misma ni que se ceda a la sensiblería. Paralelamente, y con algunas intermitencias, se exponen aspectos más personales de la vida de la artista (sus dos matrimonios, el primero no muy dichoso con Oscar Matus; el segundo, con el tan cariñosamente evocado Pocho Mazzitelli), los primeros viajes, la persecución política, las amenazas, el exilio y su regreso triunfal con los recitales del Ópera en 1982. La misma prudencia que exhiben los autores al acercarse a la intimidad de la artista también se percibe en la elección de los fragmentos musicales: se ha evitado recurrir al repertorio popular que aseguraría la inmediata adhesión de la audiencia; importa el significado que tienen los temas elegidos, ya por lo que dicen, ya por la circunstancia en que Mercedes los canta. Y obviamente hay entre ellos muchos de los que la convirtieron en la mayor representante del canto popular en nuestro país, y, como dice el merecido título, en América latina. También son múltiples los aportes que suman los testimonios. De la grandeza de Mercedes como artista, de su compromiso político, de su lucha contra todas las formas de dictadura, de los sufrimientos del exilio y también de sus memorables triunfos hablan con afecto, admiración y respeto León Gieco, Pablo Milanés, Chico Buarque, Isabel Parra, Teresa Parodi, David Byrne, Milton Nascimento, Víctor Heredia, Julio Bocca y muchos otros, pero también su nieta Araceli, sus hermanos Cacho y Chichi, sus amigos Jacqueline Pons, que la albergó en París (segmento que incluye un encuentro con Piazzolla y Atahualpa y una grabación casera y admirable de "Los mareados") y el psiquiatra Juan David Nasio. Y, por supuesto, Fabián. Es, en fin, un homenaje ponderable. Un retrato a la altura del personaje.
Retrato de una artista de mundo El documental dirigido por Rodrigo H. Vila cuenta con los testimonios de colegas y familiares de la cantora además de un invalorable material de archivo. Los hilos conductores son la voz de la propia tucumana y el relato de su hijo. A través de entrevistas a distintas figuras como Pablo Milanés, León Gieco, Milton Nascimento, David Byrne, Isabel Parra, Teresa Parodi, René Pérez y Víctor Heredia, entre muchos otros, la película de Rodrigo H. Vila deja en claro que el título del documental es un acierto y los testimonios afectuosos y llenos de respeto por Mercedes Sosa no hacen más que corroborarlo. Sin embargo, si el film se limitara a convocar a músicos de distintas latitudes para que hablen sobre la figura de la cantora, con un mayor o menor acierto a la hora de elegir a quién entrevistar, sería uno de los tantos documentales que se apoyan casi exclusivamente en una buena agenda de producción. Por el contrario, Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica consigue mucho más a la hora de concretar su aspiración de lograr un retrato completo de la tucumana. Uno de los aciertos definitivos de la puesta es que el relato tiene como hilo conductor la voz de la propia Mercedes. Se adivina un enorme trabajo de búsqueda de archivos, un recorrido que contó con el aporte invalorable de Fabián Matus. Y es Fabián quien entrevista a músicos, a sus tíos, a las amigas de su madre, a su psiquiatra, siempre con la voz y las imágenes de la "mami" contando en decenas de reportajes su infancia, los comienzos en la música, el nuevo cancionero, el compromiso político, el exilio, los amores contrariados, el alcoholismo, las pérdidas, la soledad. Desde su infancia en Tucumán con su padre trabajando en un ingenio por monedas, mientras que su madre la llevaba junto a sus hermanos al Parque 9 de Julio "para que no sintiéramos el olor a comida, porque a la noche nos moríamos de hambre", hasta el reconocimiento como artista del mundo, una voz atravesada por su tiempo, engrosada por las luchas, las causas justas, la apertura a nuevos sonidos, la enorme generosidad. Sin embargo, el documental no es una elegía a la figura de Mercedes, o sí, en tanto la retrata tan humana en sus momentos de gloria, pero también en sus inseguridades, en su timidez casi patológica, en sus momentos de quiebre cuando cuenta que Oscar Matus, el gran amor de su vida, la abandonó. O el exilio, luego de una carta-amenaza de la Triple A, una herida que llevó por el mundo y que nunca se cerró del todo. Es probable que en la fascinante vida de la artista haya material para muchas películas, pero no es errado conjeturar que lo que logran Matus y Vila en Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica se aproxime bastante a un retrato definitivo.
De la fragilidad, la fuerza Con un material de archivo extraordinario, el documental devuelve la fragilidad de la figura de Mercedes Sosa. Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica combina semblanza y revelación. Por suerte -en realidad, por pericia de sus realizadores- la revelación se impone. Mercedes Sosa no necesita del panegírico: su obra lo hace estéril y redundante. La mayor fuerza de esta película, de Rodrigo Vila y Fabián Matus, hijo de Sosa, es mostrarnos la fragilidad de una figura que, más allá de su música -a la que sería inútil agregarle adjetivos-, corre el riesgo de solidificarse en bronce. Para bien o para mal, el carácter mitológico de la cantora, como ella prefería que le dijeran, está asegurado. La voz de Latinoamérica, cuya estructura es bastante convencional, echa luz -en sus mejores tramos- sobre la endeble condición humana: la pobreza y el hambre de la infancia en Tucumán; la tortuosa relación de Sosa con Carlos Matus y el divorcio (“No nos separamos. Me dejó por una mujer del coro IFT; la odio hasta hoy”); la persistente soledad, el terror a los escenarios, el exilio, las muertes de seres sus queridos (como la de su amado Pocho Mazzitelli); la honda depresión de los últimos años. Su arte, desde luego, funciona como contracara luminosa. O mejor: como el exorcismo capaz de expulsar a una endemoniada desdicha. No es casual que la película empiece con la bellísima, desgarradora, nada gastada Vidala de la soledad, de Ana D’Anna y René Vargas Vera. Ni que el punto más emotivo del filme sea la secuencia en que Pablo Milanés la invita a cantar Años, mientras ella, sentada en la platea del Luna Park, retirada por problemas físicos y anímicos, intenta devolverle el micrófono, antes de lanzarse a cantar en medio del público, mágicamente intacta. El documental enhebra la voz de Fabián Matus, alma mater del proyecto, con la de su madre, en off, que parece hablar en el presente, como si participara desde el más allá de su elegía (algo similar ocurre con Luca Prodan en el documental de Rodrigo Espina). Matus, siempre suelto, conversa con familiares y amigos. Y entre estos amigos están, por nombrar a unos pocos ilustres, Chico Buarque, Pablo Milanés, David Byrne, Milton Nascimento, Charly García. El material de archivo es extraordinario, a veces estremecedor. Basta con mencionar -para no revelar demasiado- el audio de Mercedes Sosa cantando en un living parisino Los mareados, acompañada por Astor Piazzolla, en una de esas reuniones en las que también participaba Atahualpa Yupanqui. Las partes musicales, que obviamente abundan y muchas veces sorprenden, sólo nos defraudan por terminarse. En el plano sociopolítico, el filme es más obvio, menos osado, más centrado en la construcción del arquetipo del artista comprometido, sin fisuras ni contradicciones, ni declaraciones tan ricas como la que ella hace sobre su acercamiento a la religión: “Yo, por si acaso, creo en Dios”. La voz de Latinoamérica nos refuerza nuestra creencia, sin por si acaso, en Mercedes Sosa.
Una cosa de la tierra Documentar la vida y obra de Mercedes Sosa es una difícil tarea, porque como informa el director Rodrigo Vila, “es tan rica que es tan ficción como documental”. Y de hecho, la película Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica (2013) se concentra más que en la vida o en la obra, en el legado mítico y popular del paso de la cantante por este mundo – o más bien, por Latinoamérica. La Negra es recibida y celebrada alrededor del mundo, pero si como dice ella “el pueblo es el autor de la canción”, está intrínsecamente conectada a su tierra. El documental, filmado a partir del fallecimiento de Mercedes Sosa a lo largo de tres años, sigue a su hijo Fabián Matus en una gira en la que se entrevista con los conocidos de su madre, desde viejos compinches de su nativa Tucumán, pasando por los amigos que la recibieron durante su exilio en Europa (donde se acuñó el honorario “Voz de Latinoamérica”) y una amplia selección de artistas latinoamericanos con los que compartió shows, grabaciones e historias: Pablo Milanés, Milton Nascimento, Teresa Parodi, León Gieco, Fito Páez y Charly García, entre muchos otros. ¿Cómo se define entonces el legado de Mercedes Sosa? El documental mete mano a todas las opiniones, por más incoherentes que sean, acaso para construir un tótem increíble de la artista. De ella alguien dice que es la Edith Piaf de Latinoamérica. Otro dice que es la Ella Fitzgerald. O la Joan Baez. ¿Es folklore o no es folklore lo que canta? Aún sobre este punto no todos están de acuerdo, por más que la respuesta parecería ser obvia. El único argumento coherente que el documental presenta es que Mercedes Sosa fue y sigue siendo la epónima voz de Latinoamérica. ¿Por qué este juicio? Sus canciones lamentan el genocidio del toba y las guerras que pisan fuerte (se las oye de a fragmentos a lo largo de la película), pero la alegoría continúa al ilustrarse su vida: Nacida donde “todo era pobrísimo”, madre adoptiva de la poesía de la artista suicida Violeta Parra, censurada por “comunista” en 1965, reprimida ya en épocas de Dictadura con una carta que dice “Reflexione” (se ve el documento horrendo), encarcelada por su arte militante, exiliada de su tierra y finalmente de regreso en vísperas del advenimiento de la democracia, la vida de Mercedes Sosa está a la altura de su obra. Los instantes finales de la película construyen astutamente una imagen moderna de La Negra, grabando junto a René Pérez de Calle 13 y entrevistando a un emocionadísimo Abel Pintos, que la recuerda con lágrimas que hasta entonces no se han visto en los rostros de los otros artistas. Tanto mejor, en cuanto despierte el interés por Mercedes Sosa en las generaciones más jóvenes, y su vida y obra permeen el paso del tiempo. La película es un digno tributo, como dice su director, “linda o fea pero necesaria”.
La frágil mujer detrás de la gran cantante ¿Cómo aproximarse a un personaje tan reconocido y querido como Mercedes Sosa? O, más aún, ¿qué decir que no se sepa sobre ella? Fabián Matus, hijo de la cantante e impulsor del proyecto, y el cineasta Rodrigo Vila ensayan una respuesta en Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica. Compuesta en partes iguales por material de archivo y entrevistas a artistas que compartieron escenario con ella (desde Pablo Milanés, Víctor Heredia y León Gieco hasta Fito Páez y Charly García), el documental hurga en los secretos personales de la cantante, develando a una mujer exitosa y adorada, sí, pero también aquejada por una profunda soledad. El film reconstruye cronológicamente la vida de “La Negra”. El inicio es, entonces, su infancia rodeada de amor y pobreza extrema. “Mamá nos llevaba a la plaza para que no oliéramos comida”, dice uno de los hermanos a su sobrino Fabián, que también oficia como entrevistador y narrador en off. Luego seguirán sus primeros pasos en concursos y unidades básicas, el surgimiento de su carrera en Mendoza junto al guitarrista, compositor y primer marido Oscar Matus, la vida en Buenos Aires, el exilio a mediados de los años ’70 y el regreso con gloria al Teatro Ópera en 1982. Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica gana en espesura y complejidad cuando explora las facetas más personales de la cantante, mostrándola por momentos como un ser frágil y solitario, aquejado por el dolor del destierro y la pérdida de varios de sus seres más queridos. Todo esto ilustrado por decenas de entrevistas a familiares, amigos, colegas y seres queridos, además de un valiosísimo material de archivo que incluye cartas e imágenes inéditas. Así, Matus y Vila (director de Cantora, un viaje íntimo, sobre la grabación del disco homónimo de la tucumana) construyen un documental tradicional y sin grandes hallazgos en su facturación, pero que resulta interesante y atractivo por la grandeza de su protagonista.
Lo primero que hay para decir sobre Mercedes Sosa: La voz de Latinoamérica es que se trata de un documental para todos los gustos, y probablemente todos salgan con la misma sensación del que escribe. Puede (debe) ser vista por quienes siguieron la carrera de La Negra, y también por quienes desconocen de quien se trata; por un público adulto o un público joven; por quienes sentimos admiración por esta enorme artista y la música folklórica en general y por quienes son ajenos al estilo musical; nadie se va a quedar afuera, y esa es su gran virtud. Sobre la idea de Fabian Matus, hijo de la cantante que además oficia como productor y entrevistador frente a la pantalla (o con voz en off), el director Rodrigo Vila – en su ópera prima en largometraje – logra lo que pocos documentalistas consiguen, traspasar las barreras del género. A pesar de tener una construcción simple y directa (la necesaria), estamos frente a una historia de vida, frente a un documental musical, y también frente a un drama y frente a una comedia. Todas esas son las sensaciones que despierta durante sus casi dos horas de duración, de la emoción al llanto y de ahí a la gracia, siempre en boca de la propia artista o de quienes mejor la conocieron hablando de ella. No se trata del primer trabajo sobre la artista, existen un número de documentales con Mercedes Sosa como figura (recordar el local Como un pájaro libre), pero probablemente sí sea el mejor de ellos. Aquí se sigue una línea cronológica, desde su Tucumán natal hasta sus últimos días – aunque en verdad, por una cuestión de respeto no se habla demasiado sobre su última etapa, mas bien se evoca su recuerdo –, y ahí esta ella como si no se hubiese ido contando su propia historia como ningún otro la podría contar. Se tratan, lógicamente, de diferentes entrevistas realizadas a lo largo de toda su carrera, pero bien podría ser Mercedes Sosa que oficia como presentadora. Inteligentemente cada “nueva etapa” es presentada con una canción entonada por la protagonista, lo que da pie a la voz en off de Mercedes, material de archivo importantísimo (y alguno inédito o desconocido para la gran mayoría), y las entrevistas que el propio Matus realiza a sus tíos y a otros artistas que la acompañaron. Más allá del cuidadísimo y muy valioso aspecto técnico que mantiene el documental, lo cual lo hace muy agradable de ver; el mayor logro está en su guión que logra capturar a la mujer detrás de la artista pero siempre poniendo en primer plano el aspecto público: lo que Mercedes dijo en vida, acá no hay revelaciones escandalosas, sí facetas más desconocidas, pero que nunca negó. La Sosa fue una mujer que sufrió mucho, tuvo vivencias que dejaron marcas imborrables, y el fantasma de la depresión estuvo siempre al acecho; todo eso está en el documental, pero lo que es fundamental, contado por la propia persona, lo cual enfatiza más la emoción... Así como la vida le puso grandes obstáculos, siempre pudo reponerse y entregar lo mejor de sí, esa es la enseñanza de su recorrido. Matus y Vila son conscientes que la homenajeada experimentó gran parte de la historia del país, por eso, "Mercedes Sosa: La voz de Latinoamérica" funciona perfectamente además como un trabajo histórico, todo el dolor desgarrador, las buenas etapas narradas con muchísima gracia y ternura como solo ella despertaba, los procesos de cambio, fueron registrados y desfilan frente a cámara para el espectador. Mercedes Sosa basó su carrera en ser una artista integradora, se animó a correrse de los límites del folklore tradicional y cantó con músicos de todos los géneros; lo mismo hacen Vila y Matus, quitan solemnidad, logran apertura, y así consiguen que este documental se transforme en una suerte de representación de lo que La Negra Sosa fue en vida. Este documental, la reafirma lo que todos sabemos, lo que Mercedes representa para todos nosotros: una artista excepcional (única) que está instalada en la memoria colectiva de su pueblo. Y aquí se hace justicia a esa imagen. Tamaño homenaje.
Una cantora de todo el mundo El filme, estructurado como un documental, registra la trayectoria de la gran Mercedes Sosa, fallecida en 2009. La película cuenta sus inicios en su Tucumán natal y como ella misma dice: "hija de un matrimonio pobre, pero con una familia maravillosa", inicia una carrera increíble al ganar un concurso en LV12, una radio local de su ciudad, San Miguel de Tucumán, ocultando el hecho a su padre que no simpatizaba con la idea de una carrera artística para su hija. NUEVO CANCIONERO Luego de participar en el "Manifiesto del Nuevo Cancionero" con Armando Tejada Gómez, Oscar Matus, su primer esposo y otras importantes figuras, su repertorio acentúa la búsqueda de una música nacional de contenido popular y se centra en la situación de América latina y las luchas por la tierra. "Mercedes Sosa: La voz de Latinoamérica" abarca un completo registro de imágenes y sonidos, con reportajes realizados por su hijo Fabián Matus, tanto a sus parientes y amigos tan queridos, como a figuras internacionales de la música. Así desfilan Chico Buarque, Pablo Milanés, David Byrne, Milton Nascimento, Isabel Parra, Charly García, Víctor Heredia, León Gieco, Fito Páez, Teresa Parodi y Abel Pintos, entre otros. LA OPORTUNIDAD Desde 1965, su consagración en el Festival folklórico de Cosquín, de la mano de Jorge Cafrune, que le da la oportunidad; el rumbo de su carrera toma un giro definitivo, que va a pasar por el exilio político. Amenazada en la década de 1970, por el grupo La Triple A, se exilia y paradójicamente logra la definitiva consagración internacional. Chico Buarque, su gran admirador, destaca la difusión que hace de las canciones de la chilena Violeta Parra. Un lugar especial en el filme es para el recuerdo de doña Emma, la madre de Mercedes, su segundo esposo Pocho Mazzitelli, fundamental en su repertorio y en su vida y por supuesto, su adorado hijo Fabián. El recital de Pablo Milanés con su invitación a Mercedes Sosa para cantar "El tiempo pasa", presenta una secuencia de sentido valor emocional. La película es un valioso testimonio que permite disfrutar de lo mejor del repertorio de esta cantora universal y recordar su voz y su presencia, que, indudablemente, cambió el panorama de la música popular en la Argentina.
Emociona limpiamente el film que Mercedes Sosa se merecía Mercedes Sosa merecía su película, y llegó dos años y medio después de su muerte, de la mano de su único hijo Fabián Matus. Conocida en su faceta de cantante y de ciudadana comprometida en causas políticas y sociales, públicamente se sabe mucho menos respecto de sus cuestiones más íntimas. En ese sentido, este documental que es el debut como director de Rodrigo H. Vila, hasta ahora dedicado fundamentalmente a la producción, será sin dudas una experiencia muy valiosa, especialmente para los que admiraban a "la Negra" tucumana. El film tiene un formato de documental clásico. Se suceden las imágenes de archivo y los testimonios de amigos, músicos y parientes que fueron importantes en la carrera de la artista. Los materiales seleccionados son abundantes y, en varios casos muy raros aun para los conocedores profundos de la historia de la cantante. Hay montones de registros sonoros. También son muchas las personas que aportaron su palabra: Charly García, Fito Páez, David Byrne, los hermanos y nietos de Mercedes, amigos que la albergaron en su exilio francés, viejas amigas de Tucumán y Mendoza, Pablo Milanés, Chico Buarque, Julio Bocca, Abel Pintos, René Pérez, Teresa Parodi, Víctor Heredia, León Gieco, Isabel Parra, etcétera. Claro que podría haber más, y hasta podrían reclamarse algunas ausencias, pero viendo el armado final puede decirse que, los que están, dan buena cuenta de los aspectos más humanos de la artista homenajeada. El relato de la película está a cargo de la propia cantante y de su hijo Fabián. Se van repartiendo esa posta de contarnos una vida llena de vicisitudes personales, de experiencias dolorosas y emotivas, de exilios y retornos, de pobreza y gloria, de pérdidas y logros. Las palabras de Matus y de Mercedes, intercaladas con imágenes de archivo, van hilvanando así una historia en la que no hay manera de escapar a la emoción. El recuerdo de los dos hermanos, el llanto espontáneo de Pintos, la alegría de Fito Páez, el recuerdo cariñoso de Charly y tantos otros, son momentos de la película que golpean en lo más profundo del espectador pero que, inteligentemente, no llegan jamás al golpe bajo.
Chronicling Mercedes Sosa’s journey New documentary focuses on artist’s life and personal and social issues If you take a close look at it — from a distance, in a detached manner, if you will — there are many good things to be said about the new documentary Mercedes Sosa: la voz de Latinoamérica, released today in Argentina as a testimony of the life and deeds of the emblematic folk musician with a social commitment. Compiled by documentary-maker Rodrigo H. Vila, Mercedes Sosa... relies heavily on archive material to weave a consistent narrative — a detailed account of the musician’s journey from anonymity to triumph at the Cosquín Festival and international stardom seldom seen by any Argentine folk performer. And it is precisely this profusion of documentary material — well chosen and carefully edited, with each fragment skillfully segued onto the next — that allows Vila to tell a story as complex as Sosa herself. Indeed, in spite of her public image as a leftwing-leaning artist fully aware of her convictions, Sosa, like any other human, was full of contradictions and doubts, and one of the merits of Vila’s documentary is the unflattering, in your face approach he chooses to portray the subject of his documentary. While Vila could have taken the easy road — that is, a downright glorification of Mercedes Sosa as an artist with an unflinching belief in humanitarian causes — he wisely resorts to documentary footage that conveys her moments of hesitation, of doubt and uncertainty. As widely known by audiences familiar with her music and her trajectory, Sosa had to go into exile during the last military dictatorship, and upon her return played a series of unforgettable concerts at the Teatro Opera. Those concerts are preserved for posterity as albums and video tape recordings, as are countless Sosa appearances at different concerts here and abroad. It was around that time that Sosa decided to cross over to fusion with rock and pop musicians with whom she performed on stage and cut several albums. Vila’s Mercedes Sosa: la voz de Latinoamérica, is rich in testimony — both Sosa herself and her musings on life and her fond memories of her early career and old friends, and interviews with the people who met her and knew her well as an artist and as a friend. The new friends she made during her crossover phase take pride of place in Vila’s documentary. Those were, in many cases, unlikely pairings: Brazilian singer-songwriters Chico Buarque and Milton Nascimento, Argentine rockers Charly García and Fito Páez, World Music guru David Byrne, Chilean poet-musician Isabel Parra. This is the “static” part of this documentary, the rest is a personal and professional journey — Sosa’s own — which in turn reflects the painstaking work of Vila and Fabián Matus (Sosa’s son), who toiled for three years to make a film that functions as a dialogue between subject and audiences. Taken literally, Mercedes Sosa: la voz de Latinoamérica, is not a biopic proper: it’s an artistic endeavour that creates a huge musical and visual impact. Apart from focusing on her music and her personal life, Vila’s film traces Sosa’s commitment to social and political causes, presenting her, at times, as a visionary who perceived all the possibilities that Latin America has to offer by way of political union among member nations. In Mercedes Sosa: la voz de Latinoamérica, Vila emcees a 90-minute plus reunion with Sosa, her extraordinary musical legacy, her fond memories of her childhood and young years, when she struggled to have her voice heard. Art was the means through which Sosa expressed herself. In keeping with Sosa’s legacy, the approach chosen by Vila and Matus is artistic, focusing on the beauty and wisdom of Sosa’s life rather than hammering home a message that would have become trite and unsubstantial.
El alarido ancestral del subconsciente Sobre una idea de Fabián Matus, hijo y manager de la Negra Sosa, Vila esculpió un documental en el que caben no sólo la inmensidad de sus canciones, sino también la soledad, la fragilidad y el dolor de su vida difícil. Ella canta y todos quedan impávidos. Inmóviles. Ella habla, y cuenta que una vez su madre le tocó el hombro sin estar, como si quisiera darle el último adiós, mientras ella cantaba la frase indicada. “Estaba sola yo, y sentí que atrás había alguien... y me doy la vuelta, así, y no había nadie. Y bueno, al otro día me cuentan que mi mamá había caído en un coma”, dice ella. La versión de “Vidala de la soledad” que sigue a la secuencia no sólo explica el momento, sino que lo doblega mediante una profundidad emocional difícil de alcanzar, a menos que se trate de ella, claro... de Mercedes Sosa. La toma inicial del documental La voz de Latinoamérica hubiese bastado en sí misma para que aquel registro, aquel poder, aquel peso caiga con toda su especificidad, de una vez y en un puñado de eternos minutos, pero el logro de sus hacedores (Fabián Matus, su hijo, y Rodrigo Vila, director) fue sostener tal tensión, reproducirla durante casi dos horas, a través de pasajes de similar magnitud. Similar, pero no igual, porque en esa vidala inmune al paso del tiempo se trasluce ideal lo que Vila y Matus no quisieron soslayar: la soledad, la fragilidad, el dolor, lo vulnerable de Mercedes, su difícil vida, porque el devenir va y vuelve en torno a tal momento. Lo recuerda. Lo estructura. Lo retorna en su eje. Lo resignifica a través de su canto, sus pensamientos, sus recuerdos. Lo traduce en una sensación que su amigo y psiquiatra, Juan David Nasio, traduce como “el alarido ancestral del subconsciente”. De aquí parte el todo. De una vidala que la determina, tal vez más acabadamente que otras versiones que –paradojas de la vida– trascendieron mejor la prueba de la historia, o las fronteras (“Gracias a la vida”, “Canción con todos”, “Volver a los 17”, “Como un pájaro libre”, “Dueño antiguo de las flechas” o “Cuando tenga la tierra”). La define en sí, al cabo, y conforma un hilo emocional, una estructura de sentimiento que se resignifica en otros momentos clave: la vez que Pablo Milanés, en medio de un recital y sin previo aviso, le hace cantar una versión de “Años”, desde su butaca, en un momento difícil para su vida (había estado un año sin cantar en público); el archivo fotográfico y fílmico que “desclasifica” la familia Pons, responsable de albergarla en París durante el exilio, que la muestra cenando junto a Atahualpa Yupanqui, Astor Piazzolla y Jairo, y, lo que es más, visitando una versión de “Los mareados”, con el acompañamiento estelar del gran Astor en percusión casera; el estallido de Abril en Managua; el recital que dio en el Teatro Opera en febrero de 1982, durante la última dictadura militar; los siete whiskies que se tomaba por noche después del abandono de Oscar Matus; la “patriada” de Jorge Cafrune cuando la presentó en el Cosquín ’65, sabiéndola censurada por la comisión; la carta-amenaza original que le manda la Triple A en 1975; su rechazo a reunirse con Isabel Martínez y la ironía: “Ella debe estar ocupada en asuntos importantes”, o textuales propios, que la vuelven hacia atrás en el vaivén de la vida y a la vez explican su jugado destino: “Nos producía mucha angustia el hambre y verla sufrir a mamá. (Ella) nos llevaba al Parque 9 de Julio, para que no sintiéramos olor a comida, porque nos moríamos de hambre a la noche”. Fragmentos que delatan a Mercedes vista por sí misma, a través de sus circunstancias. Tal revelación configura el principal eje narrativo del documental, pero a su vez hay una otredad que la completa. Una apropiación que hace cada quien: León Gieco, cuando dice que ella es como “nuestra Mick Jagger, nuestra Paul McCartney, nuestros Rolling Stones y nuestros Beatles juntos”, o Víctor Heredia, que va al input: “Si hubiera que pintar América, que retratar América, tendría el rostro de Mercedes”. O Chico Buarque, pensándola como un símbolo de libertad. Un universo de testimonios que se extiende a sus hermanos Cacho y Chichi Sosa, cuya charla íntima con Matus en una casa austera de San Miguel de Tucumán –empanadas y vino mediante– ubica a Mercedes en un marco espacial pocas veces visto. Y así, un derrotero de miradas que también contempla las de Teresa Parodi, Pablo Milanés, David Byrne, Milton Nascimento, René Pérez, Isabel Parra, Charly García, Abel Pintos o Julio Bocca, y podría haber contemplado las de Silvio Rodríguez –que sólo aparece en una charla durante el primer viaje de Mercedes a Cuba, en 1974–, Luis Alberto Spinetta o Caetano Veloso.
Dirigido por Rodrigo Vila, el documental tiene la difícil tarea de resumir la historia de una mujer excepcional, de una artista única. Su propia voz con confesiones duras, sus hijos, su familia, sus amigos, momentos únicos de emoción desbordada, documentos que estremecen. El resultado será apreciado por todos sus admiradores en el mundo entero.
La peli bien podría ser En busca de Mercedes Sosa. Su hijo, Fabián Matús, realiza un recorrido por la vida de La Negra desde sus comienzos en Tucumán y luego por todos los periplos atravesados desde los cincuenta hasta su fallecimiento. La vida no es una sóla. Co-dirigida por Rodrigo Vila y Fabián, el documental va buscando a Mercedes Sosa a través de los testimonios que su hijo recoge por Argentina, Brasil, Francia y Estados Unidos. Esa reconstrucción de esas típicas que vemos en Citizen Kane y así. Contar la vida de Mercedes es contar la historia de un país. Esta idea que arroja una de las entrevistadas, no quiero decir que Teresa Parodi, pero ponele, es una buena guía para la película en donde se trazan paralelismos entre la vida política de Argentina y la situación en Latinoamérica con la vida artística de Mercedes Sosa. Esta línea que se sigue nos va encontrando con momentos y aspectos distintos de la cantante pero no siempre en orden cronológico estricto. No se está yendo a ningún lugar en particular sino que se tiran pincelazos de una persona que por su vida e historia es imposible de resumir en dos horas de peli. Otra que un mito Desde Charly hasta Víctor Heredia, aparecen distintas personalidades de la música argentina y extranjera que dan cuenta de la importancia que tenía La Negra para ellos y el lugar que le dan en la historia de la música y política. También aparecen amigas y la mucama que trabajó en su casa hasta el final. Pero nada de esto termina siendo meramente solemne. Estos recuerdos están cargados de amor y anécdotas muy graciosas además de los entreveros que su vida tuvo. Hay un crisol que se ve a lo largo de la peli y eso está muy bien porque no quieren venderle al espectador un mito, (como hay tantos chantas por ahí que sí lo hacen). Sino que buscan, desde su lugar, mostrar a una artista que se hizo mito pero que también fue humana, mujer, madre, cantante, amante, esposa y exiliada. El proyecto Fabián Matús comenzó con esta idea en la época en que Mercedes Sosa fallecía allá por el 2009. Él pretendía transmitir un legado, pero quizá el legado está en la música que la gente por todas partes reconoce y no haga falta un largometraje para ello. Fabián Matús dijo que para él, todo el proceso de investigación fue más un aprender, re-econtrar y reconstruir la vida de su madre. Cómo la entrevistaban en otros países del mundo y la imagen que dejaba. Así comenzó a trabajar con Rodrigo Vila. A investigar y elegir qué parte de la vida de su madre mostrar y cuál no. Estaban obligados a resumir en esas dos horas demasiadas experiencias. El propio reconoció que la época que vivieron en Uruguay con Mercedes Sosa fue muy importante pero que no pudieron incluirla en la película y así varias cosas más, como siempre sucede. Conclusión La película es un lindo acercamiento a la vida de Mercedes Sosa, quizá esta ayude a que aquellos que no tengan muy presente la puedan re encontrar desde otro lugar, quizá más humano. El subtítulo de la peli es La voz de Latinoamerica, frase que asumo, sale de las palabras de Teresa Parodi mientras es entrevistada por Fabián Matús, Si pensás en una voz de latinoamérica, pensás en Mercedes… Nada mal.
Canciones y momentos El propósito era ambicioso e indudablemente difícil: reunir en poco menos de dos horas el material necesario para rendirle un justo homenaje a esta cantante argentina popular y querida, respetada internacionalmente, que supo ser la voz de los nativos y excluidos de nuestra tierra pero que, también, interpretó canciones brasileñas con dulzura y tangos con temperamento. Las dificultades del director debutante están a la vista en la estructura misma de su documental, que va y viene tomando imágenes y testimonios de aquí y de allá, yendo del pasado al presente y de un país a otro procurando descubrir aspectos íntimos de la artista. La valoración del resultado depende que se vea el vaso medio lleno o medio vacío. Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica puede enorgullecerse del curiosísimo material de archivo que ha logrado rescatar y poner a disposición de los espectadores, lo que comprende filmaciones, grabaciones de audio, cartas y fotografías, consiguiendo presentir algo de la intimidad de la cantora (término con el que le gustaba definirse). Escucharla cantar entre amigos europeos Los mareados (que más tarde grabó) o verla en algún sencillo festejo de cumpleaños, permiten conocer a la persona por sobre el personaje, tanto como los datos que asoman –a veces contados en primera persona por la propia Mercedes– sobre su primer marido Oscar Matus, su posterior compañero Pocho Mazzitelli, sus padres, hermanos, vecinos y amistades. Haber convocado a su hijo Fabián Matus para cumplir la función de enunciador-entrevistador es otro acierto, no sólo por la sensación de familiaridad que implica su relato sino, incluso, por su cálido tono de voz. Igualmente valioso resulta el rescate de momentos significativos, como cuando recibió de Pablo Milanés (inesperadamente y desde el escenario) una invitación a cantar que le permitió salir de un período de alejamiento de la profesión por problemas de salud. Los testimonios recogidos en distintos puntos de Argentina, Brasil, Francia y EEUU evidencian que hubo un trabajo de investigación respetable y serio. Pero, al mismo tiempo, se han tomado decisiones discutibles. No parece justificado, por ejemplo, que Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica se ocupe tanto de todo lo que rodeó a su carrera en los años ’70 (incluyendo amenazas, prohibiciones y exilio) descartando mucho de lo realizado desde la vuelta a la democracia en adelante. Una explicación posible es la de elevarla como modelo de artista comprometida con causas nobles, pero por esa aspiración se dejan de lado contradicciones en las que hubiera sido interesante bucear. ¿Esa mujer de familia peronista y perseguida por comunista es la misma que a partir de los ’80 adoptó posiciones políticas más conciliadoras, apoyando a Ricardo Alfonsín cuando dejó la presidencia o a Palito Ortega cuando compitió con el general Bussi por la gobernación de Tucumán? ¿O tal vez esa actitud de congelar la trayectoria pública de Mercedes en el glorioso recital en el Teatro Ópera de Buenos Aires (1982), sin avanzar demasiado, responde a la intención de no entrar en zonas ideológicamente más inciertas? ¿Por qué mostrar la humilde casa que habitó durante su infancia y no dónde vivió en los últimos años? El film tampoco se detiene en los cambios que fue atravesando su repertorio, cómo elegía las canciones, qué discos suyos fueron los más exitosos o en los que puso más de sí, etc. Comparaciones perezosas dichas por los entrevistados (“era nuestro Mick Jagger”, “la Ella Fitzgerald argentina”, “la Edith Piaf de Sudamérica”) reemplazan reflexiones más profundas sobre su personalidad como intérprete. Por otra parte, una sensación de documental for export se desprende de la elección de ciertas figuras en detrimento de otras. Sólo eso explicaría por qué aparecen René Pérez Joglar (de Calle 13) y Shakira –apenas participantes en la última producción discográfica de la tucumana, un proyecto de honestidad dudosa–, o Julio Bocca, o por qué se le brinda tanto espacio a Fito Paéz (que habla de sí mismo) o a David Byrne, mientras ni siquiera son mencionados Cuchi Leguizamón, Manuel Castilla o los Carabajal, autores de Balderrama y otros clásicos de nuestro folklore que Mercedes Sosa divulgó. Tampoco Ariel Ramírez merece demasiada atención, aunque juntos hayan hecho discos trascendentes como Mujeres argentinas (1969) y Cantata sudamericana (1972). En tanto, los saltos cronológicos pueden confundir al espectador desinformado (cuando habla del Movimiento del Nuevo Cancionero, Mercedes hace referencia al cine argentino y no queda claro por qué). Por supuesto que no era fácil incorporar todos los elementos importantes de su vida llena de anécdotas, ni dibujar con precisión los alcances de su valor como artista popular, pero no hubiera estado mal recordar su actuación en Güemes, la tierra en armas (1972, L. Torre Nilsson) en vez de recurrir repetidamente a fragmentos de Mercedes Sosa, como un pájaro libre (1983, R. Wüllicher) o, más aún, destacar que sus versiones de distintos temas suelen cantarse y escucharse en escuelas y actos populares, casi como himnos. Si algo se propuso Vila (y se puede decir que lo ha logrado) es hacer que su documental resulte ameno y emotivo, aunque para esto último haya insistido en la soledad de la cantante o apelado al llanto de su hermano extrañándola. Dejando entrever algunos matices más allá de su propósito apologético, a Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica le cuesta, finalmente, salirse del habitual formato del documental didáctico-televisivo, como lo demuestra la ilustración de la canción de León Gieco Cinco siglos igual con imágenes que le dan un sentido demasiado digerido.
En medio de una ausencia artística y humana que aún se siente, y a poco más de tres años de su fallecimiento, su hijo, apoderado y sostén Fabián Matus y el cineasta Rodrigo H. Vila llevan adelante la realización de un trabajo fílmico que da testimonio sobre la trayectoria, el sentir y las repercusiones humanas que alcanzó la excepcional cantante. Mercedes Sosa, la voz de Latinoamérica, título simple, casi obvio, pero a la vez concluyente, define el espíritu elegido para retratar una figura mítica, que representó a nuestro país más allá del continente latino. Otras partes del mundo atestiguaron su expansivo e inusual talento, más aún luego de su destierro, que en el film ocupa una porción significativa del metraje, recorriendo, a través de testigos entrañables en su vida e imágenes documentales de enorme valor, sus pasos por tierras europeas. Resultan inquietantes las escenas correspondientes a las amenazas y restricciones que sufrió en esa etapa de su carrera, recreadas sin enfatizar en los hechos, sólo exponiéndolos con creatividad visual y ajustados relatos. El antecedente de Como un pajaro libre, film de Ricardo Wullicher que ofreció a comienzos de los 80 un vibrante alegato acerca de la efervescencia popular que producía la Negra en un pueblo devastado, en vísperas de dejar atrás la peor de las dictaduras; contrasta con la visión de Vila, más serena y reflexiva, ubicada en otro momento de la historia y ya sin ella entre nosotros. Su temple, sus ideales, sus grandezas, pesares, terquedades y afectos están conmovedoramente presentes. El relevamiento de su inolvidable cancionero no recurre a sus páginas más trilladas, y a este buen tino se suman las sentidas palabras de sus hermanos, los reales y los de la vida; como León Gieco, Pablo Milanés, Charly García, Victor Heredia y Fito Páez, entre otros y otras.
La fuerte personalidad artística de Mercedes Sosa podría haber sido, paradojalmente, el gran inconveniente para plasmar su vida en una película. Rodrigo Vila, guionista y director de este filme, fue impulsado por Fabián Matus, hijo de Mercedes, para realizar este documental que tiene mucho de homenaje, pero muchísimo más de revelación de una mujer que a pesar de su fragilidad siempre fue fiel a sus convicciones populistas y por ellas luchó férrea e incansablemente desde los escenarios. En la pantalla puede verse un excelente material de archivo desde el cual la misma Mercedes, y muchos de sus célebres colegas y amigos, van describiendo situaciones que componen en el espectador la figura de la mujer que mediante sus canciones reclamaba al mundo el lugar que debe ocupar Latinoamérica. La personalidad de todo artista está compuesta por vida pública y vida privada, pero Vila y Matus se acercan a ambas con mucha discreción, no hay nada en este filme que Mercedes Sosa no haya querido contar sobre ella misma, y así transmite su intensa emoción al espectador cuando habla de sus maridos y su madre, cuenta sobre sus comienzos o narra las persecuciones políticas que sufrió. Es que la cantante que cautivaba a multitudes también causaba inquietud en algunos gobernantes, y el espectador percibe el desgarro que le causó estar amenazada de muerte y por ese motivo tener que padecer el exilio. Muy valiosos son los reportajes hechos por Fabián Matus a los amigos de Mercedes Sosa, así desfilan por la pantalla León Gieco, Pablo Milanés, Chico Buarque, Isabel Parra, Teresa Parodi, David Byrne, Milton Nascimento, Víctor Heredia, Julio Bocca y Juan David Nasio, aunque quizá el espectador se concentre más en los testimonios de los hermanos de la cantante o de su vecino, el de su nieta, y sobre todo el del impulsor de este homenaje, su hijo Fabián. El filme es interesante, con muchos datos pero muy ameno y describe a Mercedes Sosa de manera completa, tanto en su sensibilidad desde lo personal como en su grandeza artística desde los escenarios. (Carlos Herrera).
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