Livingston, el personaje Método Livingston (2019) de la directora Sofía Mora, es un documental muy divertido sobre un hombre único traspapelado en la historia de nuestros personajes populares, pero con una vocación polemista imperdible. Rodolfo Livingston es un arquitecto que trabaja de forma colectiva en el diseño de los proyectos, incorporando a las familias para que participen de la creación y las reformas de sus propios hogares. Dentro de este trabajo subyace una filosofía de vida y oficio que involucra el respeto, el amor y el disfrute con el cual nos vinculamos a nuestro trabajo, desde su óptica dirigido a los arquitectos, pero fácilmente aplicable a quien quiera escuchar. La película es el retrato de un hombre de 85 años que habla con refranes y metáforas sumamente divertidas y lúcidas, que además reconstruye su historia con reflexiones inteligentes y un material de archivo de diferentes apariciones televisivas que demuestra que siempre estuvo ahí, combatiendo con sus ideas progresistas al mundo de la arquitectura y la periferia. Sus comienzos en la revolución cubana, su lugar dentro de la arquitectura, su espíritu vital, y su alegre negación a la vejez, hacen de este trabajo un atractivo abanico de su vida. Sus salidas ocurrentes lejos de cerrar ejes en el film abren nuevas historias como el reencuentro con una novia de la juventud. La cámara lo sigue atenta, siempre dispuesta a captar aquello que sucede y genera Livingston a su alrededor. Método Livingston tiene en la producción a Néstor Frenkel y algo de su estilo se filtra en la puesta en escena y el ritmo. El ojo de Sofía Mora se ocupó de capturar detalles que van más allá de la simple entrevista y que configura todo el mundo de esta persona que, a la vez, es un gran personaje.
Algunas personas que, por los motivos que sea, trascienden su profesión para convertirse en figuras públicas. Tomemos el caso de Rodolfo Livingston. Sin duda, uno de los arquitectos más reconocidos del país, pero también una personalidad particular, inquieta, accesible, honesta, vivaz; un hombre siempre dispuesto a compartir su saber y de salir al cruce de las que considera injusticias. Un ser inquieto que también publicó una buena cantidad de artículos y libros que trascienden la mera teoría. El método Livingston que le da título al film hace referencia a una creación suya para reformar viviendas unifamiliares, basado en la comunicación fluida con los clientes para definir qué es lo que quieren. Un método basado en la accesibilidad y la calidez, que también son los principales atributos de este documental dirigido por Sofía Mora y producido por Néstor Frenkel. Lejos de mostrar al arquitecto sólo durante sus horarios laborables en su estudio y dando clases en la Universidad de Buenos Aires, la cámara lo sigue en su vida cotidiana: deleitándose con las enredaderas de su casa, paseando por el vecindario, reuniéndose con colegas que también son amigos, recibiendo homenajes. El carácter simpático y el desparpajo de Livingston cautivan al espectador desde el minuto cero. Uno de los momentos graciosos incluye una complicidad entre Rodolfo y el camarógrafo, en la que nos enteramos de que el primero estuvo de novio con la abuela del segundo. Además, Mora enriquece la película con material de archivo, incluyendo entrevistas televisivas de distintas épocas. Se destaca, sobre todo, su participación en el programa periodístico Tiempo nuevo, en los ’90, donde no tuvo problemas para manifestar su disconformidad con el modelo neoliberal ante el conductor del programa, Bernardo Neustadt, ni de acusarlo de incentivar los despropósitos de aquel gobierno. Método Livingston es la oportunidad perfecta para conocer la vida y el pensamiento de una figura que se niega a descansar en sus laureles y sigue demostrando cómo unir lo profesional y lo humano.
No hace falta conocer a Rodolfo Livingston para disfrutar de la semblanza que Sofía Mora le dedicó al arquitecto argentino de casi 88 años (los cumplirá el 22 de agosto próximo). La también autora de la ficción La hora de la siesta sabe explotar al máximo la lucidez, el sentido del humor, la trayectoria de su retratado, y tres (re)encuentros que enriquecen un tributo tan entrañable como libre de formalidades. Método Livingston se titula este largometraje consecuente con la personalidad excéntrica de Don Rodolfo, y con su manera disruptiva de concebir, ejercer y enseñar la arquitectura. Mientras Mora entrevista al homenajeado, ilustra recuerdos de infancia y juventud con fotos de álbumes familiares, rescata intervenciones mediáticas de archivos televisivos, registra reuniones personales, profesionales, académicas, éste parece un documental convencional. Cuando el azar interviene y la realizadora porteña le concede un merecido espacio, la película vuela (todavía más) alto. La suerte agregó un (re)encuentro a los dos ya programados, uno con el cliente que encargó una hermosa casa curva en Barracas, otro con el psicólogo –y también arquitecto– Alfredo Moffat. Resultan igual de encantadoras la visita a otra obra edificada en nuestra ciudad, el Instituto de Astronomía y Física del Espacio, y las reuniones con seguidores en un cafetín porteño y con alumnos en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires. El director de fotografía Matías Iaccarino compone imágenes igual de luminosas que la obra de Levingston. Aquéllas tomadas en el hogar del arquitecto constituyen la mejor introducción al personaje, a su relación con el espacio y con la naturaleza. Don Rodolfo parece sentirse más cómodo a medida que avanza la película, y por consiguiente cada vez más dispuesto a exhibir su vitalidad, inteligencia, picardía y convicciones solídisimas. La ausencia de solemnidad es tal que la realizadora también lo filma mientras interactúa con integrantes del equipo de rodaje. La selección del material de archivo también lo pinta de cuerpo entero. Es un placer asistir a la famosa confrontación con Bernardo Neustadt en el programa Tiempo nuevo, y su columna sobre ventanas improvisadas en La noticia rebelde. Método Livingston es tan provechosa para los admiradores del anti-arquitecto y (verdadero) librepensador argentino como para quienes nunca oyeron hablar de él. En otras palabras, Mora auspicia una cita cinematográfica a la altura de las expectativas que produce el (des)conocimiento.
21 BAFICI. El regocijo de una sala colmada de público entusiasta –y más aún si no se trata de la fría multisala de un shopping– se repitió en la función en el Gaumont de Método Livingston,de Sofía Mora, quien se mostró algo abrumada por la calurosa recepción de los numerosos espectadores. Las risas y aplausos durante la proyección tenían su explicación: el documental es tan ameno y polifacético como su retratado, el arquitecto Rodolfo Livingston. Apasionantes anécdotas, fragmentos de apariciones televisivas (su filoso diálogo con Bernardo Neustadt en los ’90 fue festejado efusivamente por el público) y perspicaces razonamientos sobre su especialidad pero también sobre otros temas y sobre la vida en general, aparecen enlazados casi sin dar respiro, un poco a la manera de Piazzolla, los años del tiburón (2017, Daniel Rosnefeld), que también le sacaba el jugo a una figura de nuestra cultura muy vital y con una historia personal y profesional llena de pliegues. La sorpresa que despierta en Livingston enterarse del parentesco del camarógrafo Matías Iaccarino con cierta persona que él conoció, y la forma con la que la directora capitaliza la situación, constituye uno de los hallazgos de esta película que ganó el Premio del Público.
Sofía Mora construye un enorme retrato sobre el célebre arquitecto desandando no sólo su pasión por su trabajo, sino, principalmente, reflejándolo en su cotidianeidad, en sus palabras, en sus silencios para configurar una radiografía precisa sobre un hombre y su obra.
La arquitectura de familia El arquitecto argentino Rodolfo Livingston siempre abogó por una escucha atenta de los deseos del cliente a partir de un diálogo sobre las formas de habitar y vivir. Con sus ideas sobre la arquitectura de familia y un sistema de diseño participativo no sólo ha ganado premios sino que ha marcado a varias generaciones que aplicaron y discutieron sus nociones desde distintos ángulos. Sofía Mora construye en Método Livingston (2019) un documental entretenido y educativo sobre un personaje tan extrovertido y carismático como interesante, y muy didáctico sobre su concepción de la arquitectura y las formas de construir y habitar el espacio. A partir de material de archivo de noticieros, programas de televisión variopintos y una extensa entrevista a Livingston a sus 85 años, Mora reconstruye la vida del arquitecto, su niñez, su viaje a Cuba, sus inicios en la profesión, su método puesto en práctica, sus libros, sus amistades, su relación con la academia, sus obras más emblemáticas en la Argentina, su vínculo con su familia y hasta una relación amorosa de su juventud a través de un reencuentro en México. Ya sea en su breve y conflictivo paso por la administración pública en los inicios del Centro Cultural Recoleta a comienzos de la década del noventa con su férrea y justificada oposición a la sesión de una gran parte del lugar para desarrollar un shopping, hasta sus ideas sobre el rol de las enredaderas y los parques, Livingston ha defendido el espacio público a la vez que se ha enfrentado a las ideas neoliberales, esas que promueven el negocio inmobiliario por sobre el interés público de tener más verde, sombra y silencio. En el documental Mora hace manifestar a Livingston su opinión sobre el rol de las casas y los barrios como historias familiares que tienen vida propia: en este sentido, la tarea técnica del arquitecto es preservarla y darle nuevos bríos para crear nuevas historias a partir de las prácticas de las nuevas generaciones. Livingston rescata así la arquitectura como un espacio de encuentro entre personas, donde estas desarrollan sus ceremonias cotidianas. El documental también cuenta con un encuentro muy divertido entre Livingston y Alfredo Moffatt, un amigo de toda la vida, también arquitecto, discípulo de Enrique Pichón Rivière y psicólogo social que exploró terapias populares y el psicodrama como tratamiento. Livingston y Moffatt, así como otros personajes amigos del arquitecto, todos referentes rebeldes bien alejados de las ideas canónicas de sus disciplinas, logran deponer el clima de homenaje de este tipo de documentales para darle una impronta más pícara y jovial, propia de la personalidad del díscolo arquitecto, que se roba la cámara con sus exultaciones de alegría y sus ocurrencias. Sofía Mora consigue retratar a un personaje tan querible como inolvidable, que seguramente será reivindicado como un arquitecto innovador que antepuso la felicidad del habitar al negocio de la edificación.
Arquitecto exitoso, polémico, hedonista y encantador personaje, Rodolfo Livingston merece una película y, curiosamente, todavía tiene mucho para enseñarnos sin haber cambiado él en nada. Su sentido del humor, sus ideas políticas, su genialidad, sus épocas de figura mediática (compárese con los mediáticos actuales), todo eso está en el documental. Grandes y pequeñas historias, muchos momentos bellísimos pueblan esta película. Aunque Livingston fluctúe entre su defensa de la libertad y su amor por la brutal dictadura castrista, esas contradicciones no están escondidas en la película, ni tampoco son juzgadas. Pero con respecto aparece algo brillante en el gran material de archivo del documental. Un viejo tape muestra un debate entre Livingston y Bernardo Neustadt. Sus ideas son por momentos diametralmente opuestas, luego coinciden en algo, pero en ambos casos están ambos sentados en un programa de televisión, debaten sin gritar, se escuchan y no pretenden imponerse a la fuerza. Sin saberlo, o tal vez sí, la película muestra que hubo épocas más civilizadas, donde se podía conversar como seres humanos. Lo mismo le pasará al espectador con la película. Aunque no coincida con Livingston en muchos aspectos, lo respetará y escuchará. Luego podrá decidir o no si acepta sus ideas, pero al menos las expresa de forma clara y sincera.
Ganadora con absoluta justicia del Premio del Público en el último BAFICI, esta película alcanza cuatro meses después su estreno comercial en el MALBA (se exhibe todos los sábados de agosto, a las 20, en el auditorio de Figueroa Alcorta 3415) y proyecciones en varias salas del interior del país como el Cine Avenida de Bolívar, el Cine Universidad de Mendoza y el Arteón de Rosario. A punto de cumplir 88 años, Rodolfo Livingston sigue tan activo, irónico, elegante, punzante y provocador como siempre. Leyenda dentro de la arquitectura (aunque muchos colegas y buena parte del status quo lo cuestionaron por salirse de lo académico con teorías poco ortodoxas), brillante polemista, orador filoso, hombre de izquierda, Don Juan, bon vivant y formador de varias generaciones, Livingston es el eje de un bello y sensible acercamiento por parte de la talentosa directora de La hora de la siesta (2009). Cuando parecía que el film iba a ser solo un unipersonal (de esos que tanto le gustan a este hombre seductor, egocéntrico y extravertido), Mora encuentra de forma casual una vieja historia (de amor) que sorprende hasta al propio protagonista y deriva en un desenlace por demás conmovedor. Como en los mejores documentales, hay espacio para descubrir y -en medio del trayecto- modificar el rumbo y la resolución. Lejos del retrato periodístico (se muestran pocas de sus obras; por ejemplo, el Instituto de Astronomía y Física del Espacio), Método Livingston repasa algunas teorías que él suele compartir en la Facultad de Arquitectura de la UBA, su devoción por la Revolución Cubana, su paso fugaz pero notable por la dirección del Centro Cultural Recoleta o su ya mítico enfrentamiento con Bernardo Neustadt en el popular ciclo televisivo Tiempo Nuevo. Anécdotas, archivo, emoción y, claro, mucho humor. Una película con una mirada atenta, sensible y respetuosa para captar las múltiples facetas de un personaje entrañable y extraordinario.
El Teorema de Pascual Filmada con limpidez arquitectónica, el documental de Mora no es una biografía del irreverente Rodolfo Livingston sino un retrato en movimiento. La escena tiene lugar en los duros 90, en un estudio de televisión, con varios invitados sentados a la mesa bajo el ojo vigilante de un hombre con rostro de batracio. Uno de los invitados empieza contando lo mal que la pasó el día anterior, cuando intentando resolver una emergencia entró a un bar y se encontró con un cartel que decía que el baño era sólo para clientes. Ve en ese episodio una cifra de una realidad mayor y llega a la conclusión de que el país en el que vive es uno “sólo para clientes”. El hombre-batracio comienza a revolverse inquieto, y trata de llevar el asunto hacia otro lado. No lo logra. El invitado continúa su discurso con una suerte de calma ardiente. Ahora sostiene que es un país en el que se ha impuesto el maltrato hacia el prójimo. Al batracio humano se lo ve cada vez más incómodo. “Este mismo programa es una fuente de maltrato”, sube la apuesta el arquitecto Livingston ante Bernardo Neustadt, que no sabe cómo acallar al subversivo. LEER MÁS El personaje | Series LEER MÁS Las estrategias repetidas de los curas abusadores | Una guía relevó los métodos de captación y manipulación a partir del relato de más de cien víctimas Rodolfo Livingston cumple 88 años dentro de veinte días. Tenía dos menos cuando se filmó esta película. A pesar de su edad, la coda de Método Livingston lo muestra haciendo free style en paracaídas, junto a su pareja actual. En ese momento su hijo menor tenía once años. Livingston es uno de esos personajes únicos, casi bigger tan life, que van donde los llevan sus deseos y convicciones. Y si tienen que remar contra la corriente lo hacen. Postula lo que llama el Teorema de Pascual, según el cual “lo que no quieren que haga, lo hago igual”. El de Sofía Mora es un documental “de personaje”, en ambos sentidos de la palabra. Porque retrata a un personaje en un momento dado de su vida, y porque ese personaje es lo que suele decirse “todo un personaje”. Livingston es un nadador solitario de la arquitectura. La arquitectura que él postula es una en la que la arquitectura no es lo que más importa. Practica lo que llama “arquitectura de familia”, en contra de la arquitectura de edificios, que es la que impera desde por lo menos el siglo XX. El “método Livingston” se basa en la escucha. Escucha de lo que quiere el cliente, que él reformulará delicadamente, para llegar a la casa más vivible. Una que puede no tener living, a partir de la idea de que la gente no se junta allí sino en la cocina. O que puede tener una escalera ahí donde la ortodoxia la desaconseja. O que puede carecer de líneas rectas (pero este último caso es a pedido de un cliente, amigo y alma gemela). Si diseña el edificio donde se asentará un organismo público, como el Instituto de Astronomía y Física del Espacio (1981), lo hace de ladrillos. Y con paredes oblicuas, teniendo en cuenta la orientación, para que las ventanas reciban sombra a la hora en la que el sol está más alto. Livingston no implanta clones edilicios. Diseña construcciones únicas, singulares, a la medida de los deseos de quienes las habitan. Construcciones que son como él. LEER MÁS Adiós a D.A. Pennebaker | Fue uno de los grandes documentalistas de los EE.UU. Filmada con limpidez arquitectónica y con una preciosa partitura de Gonzalo Córdoba, Método Livingston no es una biografía cinematográfica de este ex director del Centro Cultural Recoleta (1989), lo que hubiera sido mucho más aburrido, sino un retrato en movimiento. Eso le da vividez. Está el Livingston-espectáculo, capaz de comportarse como stand-up comedian criollo y llevando consigo su tarjeta de presentación, una estampita que lo muestra como un santo. Y otra que se hizo durante la dictadura, para convertirse a sí mismo en inimputable. La tarjeta advierte que el portador es enfermo mental, y como tal no está en condiciones de obedecer ninguna regla. Está el Livingston casual, capaz de ponerse a conversar con el camarógrafo y descubrir que es el nieto de una mujer a la que amó. El Livingston ilustre, al que la Legislatura consagra Personalidad Destacada de la Ciudad (2017). El Livingston-arquitecto, recibiendo a familias en su estudio, a los 86. Y está el Livingston descendiente de anglosajones y criado entre varias institutrices, que afirma que su vida de adulto “coincide con la Revolución Cubana”, uno de sus amores de toda la vida.
EL DISCURSO HUMANISTA DEL MÉTODO La palabra humanismo parece estar devaluada en el presente. Basta observar el clima político en el que vivimos y una realidad azotada desde todo punto de vista. El cine ofrece pocas respuestas frente a lo anterior, sobre todo esa rama que tradicionalmente se denomina comprometida y que, por supuesto, no es ni tiene que ser la única. Pero sí es llamativa la considerable cantidad de producciones nacionales centradas en la primera persona, en los motores intimistas exacerbados que, con diversos resultados, parecen formar parte de un mundo líquido (como suelen llamarlo) de vínculos apáticos, diálogos escuetos y otros procedimientos amparados en la rigurosidad formal. No obstante, de manera infrecuente, surgen buenos antídotos, películas que detrás de su costado más amable son capaces de remover ciertos cimientos establecidos. En este caso, en Método Livingston, la directora Sofía Mora demuestra que, más allá de un enorme personaje, se encuentra la posibilidad de reflotar un discurso menospreciado en tiempos donde la gente es tratada como un número. Ese profundo humanismo es la nota distintiva de esta película donde la pasión, la solidaridad y la inteligencia van de la mano. Dos o tres palabras de tipos como Livingston resuenan más que cien documentales abúlicos. Así como debe ser difícil despegarse de la marca de los hermanos Dardenne cuando producen, no debe haber sido fácil para Mora apartarse del universo fílmico de su productor, Néstor Frenkel. Y de hecho uno puede reconocer las principales marcas en Método Livingston sin que ello afecte necesariamente el resultado de la película ni la labor notable de la directora, sobre todo para conjugar y condensar horas de filmación en torno a la entrañable figura de este exitoso, polemista e innovador arquitecto llamado Rodolfo Livingston. Porque si bien el carisma del personaje en cuestión y su obra ya justifican el visionado del documental, la atracción es posible gracias a un montaje que tiene en claro dónde cortar, qué rescatar, qué archivos incluir, entre otros procedimientos. Todo está, pero es la documentalista quien los organiza en un modo narrativo que alterna la esfera privada (escenas familiares, espacios cotidianos, amigos, reencuentros) con la pública (apariciones televisivas, cargos, clases). Y en estos ámbitos aparecen verdaderos hallazgos, entre ellos, una nota a Livingston en la embajada de Cuba cuando falleció Fidel Castro o un paseo discursivo a Bernardo Neustadt en su propio programa cloaca llamado Tiempo nuevo. La claridad de sus conceptos, su forma de transmitir conocimiento y fundamentalmente su pasión son atributos que Mora sabe enaltecer en pantalla y que, más allá de un homenaje (palabra que Rodolfo hubiera asociado con los crueles formatos de la vejez), es un acto de admiración transferido al espectador.
La segunda película de Sofía Mora (La hora de la siesta) es un documental de personaje que aprovecha la presencia de su protagonista para mostrar al mundo a Rodolfo Livingston, un arquitecto bien particular, dueño de un carisma e histrionismo encantadores. Se estrena tras su paso por el último Bafici donde recibió el Premio del Público. Livingston fue un “niño bien” de Barrio Norte que abrazó en su juventud la causa de la Revolución Cubana y la sostiene hasta ahora, aunque los ideales no choquen con la posibilidad de, a través de su profesión, generar y ganar dinero. Su método, en resumidas cuentas, pone a la arquitectura al servicio del hombre, y no a la inversa, por lo que todos sus proyectos procuran obtener el mayor beneficio habitacional (comodidad, utilidad, etc.) y no el rédito monetario. Un método de trabajo que bien se puede aplicar a la vida. A través de un seguimiento cotidiano (con sus clientes, con su esposa y su hijo pequeño en su casa, en las clases en la facultad, recibiendo reconocimientos), la directora consigue sin que se note la entrevista, pero sin ocultar el backstage (el ejemplo es el momento de azar que “une” al director de cámara con el pasado del protagonista), situaciones donde el ingenio y la inteligencia de Livingston se apoderan de la escena con naturalidad, humor, la dosis justa de ego y una postura ética que atravesó los años y que hoy con 87 sigue sosteniendo. Leve pero con conceptos profundos desarrollados por su protagonista sin solemnidad ni pretendiendo saberlo todo, emocionante, actual (las referencias políticas de los 90 siguen teniendo relevancia hoy: la secuencia de archivo del programa Tiempo Nuevo de Bernardo Neustadt donde, sin titubeos, cuestiona el accionar del conductor que lo ha invitado, es un hallazgo inolvidable), Método Livingston es una puesta al día y un homenaje merecido a un hombre vital y querible. Un documental que consigue retratar a Rodolfo Livingston a partir de su sensibilidad, su irreverencia, su humor particular, su inteligencia y su impulso vital. Entretenido, leve y, a la vez, reflexivo.
La figura de Rodolfo Livingston es mítica, y prácticamente inclasificable. Una leyenda dentro del ámbito de la arquitectura, ha pasado por un sinfín de situaciones, momentos y vivencias que lo han enriquecido de anécdotas que forman el conglomonerado de Método Livingston, el agradabilísimo documental de Sofía Mora que presenta una deliciosa tajada de vida de un mordaz y provocador ciudadano ilustre.
Después de diez años de “La hora de la siesta”, Sofía Mora vuelve al terreno de la dirección y esta vez lo hace en el campo del documental, para retratar la figura de un prestigioso arquitecto. La pregunta que sobrevuela previamente es: “¿Puede ser tan interesante la vida de un arquitecto como para dedicarle todo un documental?” El as en la manga es que, justamente, el trabajo de Mora no se basa en la vida de UN arquitecto cualquiera, sino de EL Arquitecto, nada menos que de Roberto Livingston. “EL METODO LIVINGSTON” justamente aborda entre tantos otros espacios, el de su rol profesional como arquitecto, que aún dentro del mar de proyectos que tiene vigentes y que encara desde los focos más diversos, ha ejercido ininterrumpidamente y es la columna vertebral de la historia. Pero a medida que el documental avanza, esta faceta vinculada a la arquitectura se muestra como una de las tantas posibles al encarar el retrato de esta personalidad magnética y multifacética que Sofía Mora irá develando cuidadosamente, para que comience a emerger la figura de un hombre que desafía al sistema y porque no, a sí mismo. Luego, casi al cierre del documental Livingston casi sin quererlo revelará su edad exacta –que no conviene demasiado adelantar-, con lo cual esa activa participación que tiene en los diversos proyectos que va mostrando, es doblemente meritoria y sinceramente admirable. Con más de 60 años de trayectoria, ha sido uno de los profesionales más innovadores y con planteos más disruptivos dentro del mundo de la arquitectura, pero no se ha limitado solamente a este campo sino que es un prolífico escritor y en este documental también se muestran sus participaciones televisivas y hasta una de sus “instalaciones” –como la anécdota jugosísima cuando se hace pasar por mendigo-. El proyecto que hoy continúa siendo el puntal de su estudio y de su filosofía en el ejercicio de la profesión –aún después de tantos años-, es su idea de que así como existen médicos de familia, abogados de familia y tantas otras profesiones que privilegian el vínculo con el cliente, Livingston ha planteado formar Arquitectos de Familia. Arquitectos que pongan la escucha a disposición de un proyecto familiar y de la potencialidad que se puede lograr en un espacio, al converger con la energía de una familia dispuesta a habitarlo, tratando de maximizar los resultados con un costo mínimo de obra. Un concepto que aún hoy, después de tantos años de vigencia, sigue sonando profundamente transgresor en un mercado como el nuestro, lo ha sido mucho más aún cuando ha sido lanzado en su oportunidad. Totalmente a contrapelo de cualquier otra línea profesional en donde la mirada no está puesta justamente en la función social o humana sino en la rentabilidad y lo convencional –impresiona su concepto sobre las ventanas y las medianeras-. A medida que muestra una gran cantidad de proyectos y de las diferentes facetas que Livingston fue desplegando a lo largo de su trayectoria, el documental se nutre de su espíritu incansable y parece no agotarse y apostar permanentemente a más. El retrato se va estructurando a partir de la naturalidad con la que se van abordando los diferentes temas, lo muestra de cuerpo entero, real, sincero, al natural, con sus pensamientos cotidianos y con un sentido del humor exquisito, con una filosofía de vida envidiable y es así, como el documental se ve con una sonrisa permanente y una profunda admiración por su audacia, su desinhibición y su absoluta franqueza. Producido por Néstor Frenkel (uno de los documentalistas más talentosos y con un ojo crítico y un humor especial para presentar la realidad), podemos apreciar en “EL METODO LIVINGSTON” que algo de su cine se destila en la manera de abordaje de la figura del protagonista, subrayando aquellos momentos en donde la ácida mirada del paso del tiempo, de la sabiduría cotidiana y del envejecer, tanto Sofía Mora como el relato en sí mismo, encuentran su mayor potencia y aprovechan de esas verdades espontáneas al máximo. Como yapa, un personaje del equipo de filmación traerá al presente un entrañable personaje de la historia personal de Rodolfo Livingston, y ahí en ese momento podremos admirar además cómo a través de sus pequeños actos, nos muestra su sabiduría de la vida, esa que va más allá de un título profesional o de una carrera universitaria. Imposible no terminar rendido al encanto de este bon vivant, de esta mente brillante que es Livingston, con un documental pequeño y hermoso.
Clonar a Rodolfo Livingston no estaría mal; es un hombre de los que falta, un librepensador irreverente por “naturaleza”, porque piensa siempre a contracorriente y actúa en consecuencia. Tal vez pensar no es otra cosa que desmontar incesantemente las certezas colectivas que disciplinan, arremeten contra el deseo y asfixian cualquier signo de desobediencia. El retrato de Sofía Mora es antes que nada una mirada sobre un hombre que piensa, un arquitecto que ejercitó la heterodoxia en la profesión elegida.