Una linda historia que a pesar de sus clichés y su convencionalismo.tocará el corazón de creyentes y no creyentes. Si bien está basada en hechos reales hay muchas cosas que no son reales, Ejemplos: el viaje a Boston,,,
Atención! Si buscan purgar los lagrimales o si tienen una obstrucción en esa parte de sus ojos esta es la oportunidad perfecta porque Milagros del cielo los hará llorar sin parar durante más de una hora. No estoy exagerando. Pocas veces lloré tanto con una película y eso que no le escapo a esa reacción y generalmente me emociono si la historia lo amerita. Pasa que por lo general eso sucede en el climax y/o en alguna escena puntual pero aquí es una gran porción de la cinta la causante del lagrimeo. Hecha esta aclaración (y advertencia) también vale decir que es una película difícil de criticar porque al estar basada en una historia real tan contundente y bien hecha en lo formal no hay muchas objeciones para hacerle. Una manera de describirla sería como digna candidata para que Virginia Lago la proyecte en Historias del corazón, lo que podría llegar a ser un insulto pero no en este caso porque el film es lo que pretende y causa lo que quiere: conmover. La directora mexicana Patricia Riggen, quien hace poco nos sometió a la película menos sorpresiva de la historia (Los 33) plantea una especia de telefilm de alto vuelo con miles de golpes bajos bien puestos a través de una narración bien formal del género dramático compuesta por muchos planos cortos y música generadora del clima buscado. La historia está narrada en primera persona por Jennifer Garner, quien interpreta a Christy Bean, autora del libro que aquí se adapta y que cuenta la terrible enfermedad y desenlace que vivió su pequeña hija. La protagonista reúne todo lo necesario para que le creas como madre en completa agonía pero por momentos es imposible no decir “esto es demasiado”, lo cual le resta un poco. La pequeña Kylie Rogers -con tan solo 11 años cuando rodó el papel- es la que merece todos los aplausos y seguimiento de su carrera bien de cerca. El resto del elenco está bien pero nadie en particular para destacar. En definitiva, Milagros del cielo es un buen drama que cuenta una de esas historias de “creer o reventar” que te va a hacer llorar mucho.
Los milagros son para los blancos. Los Beam forman una adorable familia de Texas que vive en el campo en una hermosa casa; el papá es veterinario (Martin Henderson), la mamá (Jennifer Garner) ama de casa, y las tres hijitas son rubias y bonitas. Todos los domingos concurren a la iglesia evangelista del pueblo donde todos son tan blancos, correctos y republicanos como ellos. La felicidad de la familia se interrumpe cuando Anna (Kylie Rogers), la hija del medio, comienza a sufrir agudos dolores en el estómago y luego de un maratón que incluye decenas de estudios y consultas con especialistas es diagnosticada con una rara enfermedad digestiva, que lamentablemene es incurable. Lo único que su familia puede hacer es brindarle el mejor tratamiento posible y mitigar el dolor mientras la niña esté con vida. La enfermedad los obliga a hacer enormes sacrificios económicos y a trasladarse a Boston constantemente donde se encuentra el mejor especialista. En una sucesión de escenas lacrimógenas vemos el padecer de la familia y de la pequeña con excesivos y explícitos detalles, pero el eje del relato no es la cercanía con la muerte o los tratamientos pediátricos, sino la fe. Todo gira en torno a por qué una familia que parece seguir al pie de la letra las reglas de todo cristiano evangélico debe pasar por tal sufrimiento, y como pueden conservar la fe a pesar de todo. El énfasis en el tema de dios y la fe no es en vano, el filme esta basado en la historia real de la familia Beam (la madre colaboró en el guión), cuya hija se curó milagrosamente luego de un extraño hecho. Si bien la situación de la familia es realmente trágica, cuesta tomarse en serio una historia con tantos clichés, con escenas hechas pura y exclusivamente para que los espectadores lloren y sufran, y una iglesia donde la gente es impolutamente blanca, bien vestida y con familias bien constituidas, como dios manda. A pesar de todo la película sabe administrar bien todas las fórmulas del cine comercial para crear un producto efectivo, con sacudones emotivos y buenas actuaciones de casi todo el elenco, especialmente de Jennifer Garner, Eugenio Dervez y Queen Latifah, que le aporta al relato la gracia que le falta, al interpretar a una camarera cuyo rol nada tiene que ver con la historia, pero que cubre la cuota de corrección política al poner a una actriz negra. Una excelente producción, con hermosa música y fotografía, lindos actores -bastante más atractivos que la verdadera familia Beam que aparece al final del filme- son parte de una película que entre lágrimas, cursilería y lugares comunes pretende aleccionar al espectador sobre la fe, y el verdadero significado de los milagros, apuntando a un publico tan blanco, clase media y cristiano como sus protagonistas, o que al menos aspira a serlo.
La fábula religiosa Milagros del cielo nos trae una historia de lucha y perseverancia atravesada por una mirada unilateral y poco creíble, que ahoga lo que en potencialidad podría ser un buen relato. Anna es una niña en apariencia normal, viviendo en el seno de una familia devota que no saltea una misa, no deja nunca de colaborar con sus vecinos y que hasta embargan su casa con la confianza de que Dios proveerá. Pero un día Anna comienza a tener trastornos estomacales y es así como le descubren una terrible enfermedad sin cura, y que le pronostica una corta vida de sufrimientos. Y mientras padre y madre se debaten entre la fe y la desesperación, Anna empeora cada vez más y más Jennifer Garner encarna a la desesperada madre, con las limitaciones que solemos conocerle a sus desempeños actorales. Martin Henderson en el rol de Kevin, el padre de Anna que nunca pierde la fe, acompaña acorde, pero quienes realmente resaltan son las dos hermanas mayores. La propia Anna, encarnada por Kylie Rogers y su hermana más grande, Abbie (Brighton Sharbino) se encargan de poner en pantalla los mejores momentos de actuación, siendo particularmente creíble la puja por ser una buena hija al mismo tiempo que sentir la desesperación de un dolor que no se va. Lamentablemente, la falta de sutileza de los contenidos religiosos que se meten por doquier y con muy poca naturalidad en la película, empañan un relato que, como mínimo, hubiese encantado al público ávido de historias inspiradoras, pero lo cerrado del punto de vista hace del relato algo muy parcial, pero sobre todo muy predecible, al punto tal que hasta aparece un personaje carismático que las ayuda cuyo nombre es Angella, cosa que el espectador puede anticipar sin ningún problema, hasta provocando una que otra risa involuntaria. Más allá de todos estos detalles, y nuevamente resaltando las actuaciones de las dos jóvenes actrices, incluso hasta el mensaje final de Milagros del cielo podría haberse tomado como algo mucho más universal, ya que cualquiera de nosotros puede identificarse tanto con la situación de desesperación de esos padres, como con la necesidad de ayudar con lo que se pueda de todos aquellos con los que se cruzan. Pero al final del día, el guion se divide entre “creer o no creer” y eso es para el espectador un dilema muy duro de resolver en una película tan forzada y falta de contenido. Milagros del Cielo es, en definitiva, una película muy difícil de analizar, puesto que el público al cual apunta es tan particular que cualquier lectura por fuera de esa intención podría verse como errada, será la creencia del espectador la que dé el veredicto final.
Para creer que la vida es bella Por la fidelidad de la historia y la profundidad de los personajes se convierte en un drama poderoso. Contra los prejuicios propios, contra la posibilidad de creer o no, Milagros del cielo es una película firme, que sale indemne de cualquier dictamen malicioso precisamente porque no esconde nada. Cuenta, retrata, ambienta y refleja la historia de una familia texana muy creyente, los Beam, atenida a un caso real que es libro y película, el de Anna, una niña con una enfermedad mortal cuyo destino cambia cuando sufre un accidente. (El título del filme ya adelanta el desenlace, y puede permitírselo porque la vida interior de la película es superadora del desenlace). Sin duda, a Patricia Riggen, la directora, que insiste con esto de adaptar “historias verdaderas”, le sientan mejor los climas familiares sobre aquellas tramas que merecen ciertas lecturas políticas o sociales, como Los 33, su película sobre los mineros chilenos. Aquí, más allá de las diferencias sociales, de los temas religiosos que circundan a Milagros..., domina un drama familiar profundo. Y se apoya en grandes actuaciones como la de Jennifer Garner, en el papel de Christy Beam, una madre devota cuyo mundo tambalea cuando su hija Anna (la sorprendente Kylie Rogers) se enferma. Libra múltiples batalla Christy, por la salud de su hija y las debilidades del sistema de salud, por sus creencias, por su vínculos con la comunidad. Y anima una trama desgarradora que trata de evitar los golpes bajos, y que va construyendo personajes adorables, como el médico que termina tratando a Anne, una perspectiva proclive a la empatía. Es cierto, tal vez resulte redundante el paseo por los hallazgos de buena gente al que recurre la película, pero termina siendo un buen ejercicio. De autoayuda casi. También es un clásico del cine y de las religiones recurrir a la sabiduría científica para darle vueltas a un misterio. “Sólo hay dos formas de vivir tu vida. Una es como si nada fuera un milagro. La otra es como si todo fuera un milagro”, dicen citando a Albert Einstein. Por más bien contada que esté, una historia con mensaje o moraleja suele ser un fracaso cantado, pero aquí, “milagrosamente”, funciona.
HISTORIA DE FE Y DESGRACIAS Se aclara que el film está basado en una historia real, pero igual parece más una apología de la necesidad de creer en Dios por sobre todas las cosas. Una verdadera apología de la religión. La directora Patricia Riggen cuenta con Jennifer Gardner que entrega un trabajo siempre al borde de la lágrima en su madre abnegada que, cuando una de sus hijas enferma gravemente, pierde su fe. Y la recupera cuando la chica sufre un terrible accidente con consecuencias increíbles. Melodramática, sensiblera, siempre en el tono emotivo que busca ir directo a la sensibilidad del espectador.
Basada en el libro inspiracional, que así se llaman, en el que una madre contó la historia real sufrida por esta familia perfecta, y creyente, cuya hija se enferma gravemente, este drama médico con toques new age se concentra en la relación de la nena con su madre, una intensa Jennifer Garner, dispuesta a luchar hasta el milagro. Entre la ciencia y la fe, los pasillos de hospitales y la manipulación de fibras sentimentales, los padres van a llorar, en la sala, tanto como los de la pantalla.
Milagros del cielo prueba que la fe es lo último que se pierde Otra producción de Affirm Films, división creada por Sony Pictures para el desarrollo de historias pensadas para el público cristiano. Aquí, casi literalmente, desde el título. La película se propone como la más genuina representación de las virtudes cardinales (fe, esperanza, caridad) en el cine a partir del caso de los Beam, típica familia laboriosa y devota de una zona rural de Texas, cuya vida de armonía se derrumba ante la aparición de un raro trastorno digestivo en una de las tres hijas del sólido matrimonio. Con apenas 10 años, la niña se somete a un interminable calvario de consultas, exámenes y procedimientos médicos agresivos que no consiguen atenuar el dolor físico y van reduciendo poco a poco las esperanzas de sobrevida. Ni siquiera la sabiduría de un prestigioso médico logra atenuar los pronósticos más oscuros. Hasta que la ciencia sucumbe a lo inexplicable, y una azarosa caída abre la puerta de una cura auténticamente milagrosa. La película es la larga crónica de ese duro derrotero de sufrimientos y resiliencias, que conmueve todavía más cuando nos enteramos que los Beam existen de verdad, viven en Texas y que la pequeña Annabel, hoy con 13 años y una vida completamente sana, sobrellevó con entereza todos esos padecimientos. El enfoque elegido por la mexicana Patricia Riggen (Los 33) no duda en exponer todo el dolor de la niña y el dilema de su madre, cuya fe empieza a ser puesta en duda ante esa prueba difícil de soportar. En ese primer tramo, el planteo del relato aparece expuesto con honestidad y narrado con genuinos recursos cinematográficos dignos de un tearjerker con todas las de la ley. El problema surge al final, cuando este auténtico milagro se presenta con una sobrecarga alegórica, propia del realismo mágico. La moraleja, recargada y excesiva, esconde y resuelve todas las dudas previas demasiado rápido. Lo que perdura es el compromiso, la transparencia y la entrega absoluta de Jennifer Garner (la abnegada madre) y de Kylie Rogers, una magnífica actriz infantil.
Su narración resulta algo lacrimógena y sobre todo si sos padre. Se ponen la película al hombro: Jennifer Garner, Martin Henderson, Queen Latifah y a la pequeña Kylie Rogers. Resulta algo previsible desde su titulo y contiene un mensaje esperanzador.
Una abominación Milagros del cielo es cine del abominable, del que se embandera con su cometido de maneras siniestras: el objetivo central, con anteojeras, es nada menos que el temible “mensaje”, en este caso el de la comunicación en forma de relato propagandístico religioso de una enfermedad de una niña que se habría curado de forma milagrosa al caer por el hueco de un árbol seco. Para contarnos esto y el peregrinar por médicos varios de la madre con la niña la película apela a planos de desesperante obviedad, encuadres turísticos, música en modo de máxima abyección, montaje de telefilm, situaciones groseras de crueldad o no crueldad (el mozo malo, la moza buena Queen Latifah), la bondad y el acento pueblerino en los modos actorales de todos, especialmente de Jennifer Garner, con uso facilista de ceño fruncido y ojos vidriosos. Una película de supuestos buenos sentimientos que no se detiene ante nada para llegar a su meta de decirnos que la gente y la divinidad pueden ser buenas y/o persistentes, mientras los actores hablan de forma condescendiente para que todos entiendan y repiten una y otra vez las ideas de un guión artero. Cine del malo, del pérfido, del que además -en su forma descarada- nos recuerda que si existen estas cosas -y si se estrenan en un mercado en el cual se anulan estrenos previamente anunciados- es porque existe alguna clase viabilidad comercial. La directora mexicana Patricia Riggen ya había descartado toda potencia y todo cine la historia de los mineros chilenos en Los 33: lo que hizo en esa ocasión y hace otra vez acá es mera ilustración audiovisual chapucera. Quizás ahora incluso se supere en impericia fílmica con este bodrio acerca de una madre decidida a salvar a su niña enferma, a las que retratada mediante un cine impúdico, horrible, lejano a cualquier noción de respeto por el espectador, al que ve como un mero objeto de manipulación. Un cine que apela a los temas más sensibles -niños enfermos gravemente- para vender fe, milagros, discursos sobre la importancia de creer realizados desde la más clamorosa falsedad. Recién al final, cuando aparece la familia real en la que se basa la película, hay algo parecido a planos que remiten al arte del cine, a algo relacionado con alguna clase de verdad o imagen mínimamente genuina. Al menos en ese momento hay una decisión de casting que la gente que hizo esta película no tomó, por lo tanto hay menos daño.
Sin ponernos nerviosos y tratando que el Sistema Nervioso Central, valga la redundancia, no entre en descarga inapropiada, pregunto: ¿Qué se puede decir que no se haya dicho de producciones de esta naturaleza? ¿Que es un catálogo de lugares comunes? ¿Que todo es un gigantesco cliché?, ¿Que parece una producción subvencionada por el Vaticano? ¿Que cuando dice “basado en hechos reales” tené cuidado de lo que te van hacer querer creer? De hecho el final de la producción da cuenta de esto último, cuando durante los créditos nos presentan en fotos a las personas reales que vivieron el drama que nos acaban de contar, y que distan demasiado de los actores que los encarnan. Todo el casting de la familia es un muestreo de modelos publicitarios: gente bella, esbelta, envidiable, la familia en realidad es una típica familia americana, todos con exceso de peso. La historia se centra en Anna (Kylie Rogers), quien sufre un dolor insoportable que cada día se hace más frecuente. La niña de diez años padece un extraño e incurable trastorno gastrointestinal. Sus padres, Christy (Jennifer Garner) y Kevin Beam (Martin Henderson), son además padres de otras dos niñas más (la culpa golpeando la puerta), todos viven en un rancho de Texas y pertenecen a la comunidad religiosa de una iglesia de la zona. Al principio los doctores minimizan los síntomas sin llegar a dar con la solución al problema. Su madre Christy hace todo lo que está en su alcance para intentar ayudar a la pequeña, pero sin resultados. Hasta que cae en manos del Dr. Burgi (Bruce Altman), jefe de pediatría del hospital zonal, quien le informa de la gravedad del caso, le pudo salvar la vida a la niña, pero le comunica que ella vivirá recluida a zondas naso/gástricas. Al mismo tiempo le da la esperanza en versión de un genio de la medicina, el Dr. Nurko (Eugenio Derbez), un gastroenterólogo infantil de origen mejicano que reside y atiende en Boston. La dificultad es que éste doctor tiene los turnos tomados hasta el próximo siglo (sin exagerar) Pero la Garner lográ lo imposible: el Dr. Nurko llega al diagnóstico que las neuronas del aparato digestivo han dejado de funcionar, no hacen sinapsis, el genio en cuestión plantea una estrategia de tratamiento basado en calmar el dolor con anclaje digestivo. ¿El sistema Nervioso Central? Bien, gracias. Por supuesto que el tratamiento, luego de muchas vicisitudes, digamos viajes de ida y vuelta a Boston, otras niñas enfermas terminales, peleas con los médicos, con algunos de los feligreses, y demás páginas del catalogo de estereotipos del cine de ficción en género de drama, termina por no dar con los resultados esperados. La narración todavía no ha desplegado la primera imagen, sólo la música, y ya sabemos que estamos frente a un drama clásico: cielo, nubes, la campiña verde, paz y tranquilidad, una casa en medio, tres nenas jugando, un árbol seco, que reaparecerá a lo largo de la primera mitad del filme cual zarza ardiente frente a Moisés. Nos presentan el conflicto y a los 15 minutos ya sabemos el final, es cantado, como todo en el filme, para colmo redundante, los buenos por definición y los malos por antonomasia, aquellos que acusan a la nena de pecadora por lo que está enferma y sin cura, llegando al ejemplar cultural citadino y agnóstico doliente que se transforma gracias al milagro, un milagro mire. Luego, ya desahuciada, tiene un terrible accidente: cae de cabeza por el hueco de ese árbol de nueve metros de altura (¿cómo adivinó?), queda dentro de un estado casi comatoso, o que casi le ocasiona la muerte. Al ser rescatada observan que no tiene nada más que rasguños, Anna supera su enfermedad gracias al “milagro” operado mientras estuvo inconsciente. Relata su vivencia, deja feliz a su familia, sin palabras a los médicos y subyugada toda la comunidad… ¡ah!, además escribe el libro que se transformó en el “best seller” (más vendido), en que se basa ésta película. ¿Y el Sistema Nervios Central? Bien, gracias.