Publicada en la edición impresa de la revista.
Música curativa En un documental anterior, Fortalezas (2010), Tomás Lipgot le dedicó uno de los episodios a Moacir dos Santos, un músico amateur internado en el neuropsiquiátrico Borda por una esquizofrenia paranoide. Hoy, Moacir -brasileño, radicado hace más de tres décadas en la Argentina y ya próximo a cumplir los 70 años- está “en libertad” (vive en una diminuta habitación de una pensión) y Lipgot se reencuentra con él en esta nueva etapa para reconstruir su historia artística y cumplir el sueño de todo compositor y cantante (y él es de los buenos): grabar un disco. Para los malpensados, Moacir podría ser algo así como un reality-show, una historia del tipo Cantando por un sueño sobre un perdedor que termina siendo reivindicado. También, desde una óptica más new-age, podría ser una oda al poder curativo del arte (de la música). Algo de todo eso hay en este film, pero prefiero ubicarlo en la categoría de cuento de hadas con el “sapo devenido príncipe” (si no, vean el lúdico y épico videoclip de que acompaña los créditos finales). Lipgot es respetuoso, no carga las tintas, no manipula a (a veces, hasta deja ser manipulado por) Moacir. Tampoco hace de este personaje pelado (para sus performances usa pelucas), de anteojos, con unos cuantos dientes menos y un portuñol ininteligible (por suerte, hay subtítulos) un freak que genere una conmiseración automática. Ni siquiera cuando se pone más confesional. Hay momentos que me hicieron un poco de ruido (la presencia de la psiquiatra que lo trató, algunos pasajes con el productor del disco, el reconocido músico Sergio Pángaro), pero en su mayor parte el relato fluye bien y uno va adentrándose en el universo contradictorio (fascinante y patético a la vez) de nuestro antihéroe. Un documental sencillo, directo, que no busca el lucimiento del narrador sino el del protagonista. El resultado es convincente y, por momentos, emotivo. Se agradece.
Al ritmo de la samba Moacir (2011) es el tercer largometraje de Tomás Lipgot luego de Fortalezas (2010) y Ricardo Becher, Recta Final (2010). En esta oportunidad presenta un documental sobre un músico brasilero que reside en Argentina. Decide darle voz a un personaje que tiene mucho para ofrecer al público y que ama la música, pero al cual los infortunios vividos le determinaron un destino desafortunado. Con respeto y con el intento de mostrar a Moacir tal cual es y con sus palabras, Lipgot convierte a su protagonista en un ser querible. El director realiza un seguimiento a Moacir, músico y compositor brasilero, durante los días que, junto al músico Sergio Pángaro, prepara la grabación de un disco. Esta, según explica Lipgot, era la excusa para realizar el documental, si bien el disco todavía es un proyecto a concretarse. En esos días que Moacir se convierte en protagonista descubrimos a un hombre que no tuvo mucha suerte en la vida: una infancia pobre y con problemas familiares y, luego ya en Argentina, largos años como paciente del Instituto Psiquiátrico Borda. Con testimonios del mismo Moacir se van mezclando las reuniones con Sergio Pángaro para armar las canciones que conformarán el disco y las escenas se llenan de música y alegría brasilera. Otros personajes también aparecen en este documental musical: amigos de Moacir, la licenciada que lo ayudó con su rehabilitación en el Borda, y músicos que colaboran con el disco. El documental está filmado con mucha simpleza. Se trata de acompañar al músico pero no de invadirlo. Sin embargo es el mismo Moacir el que invita a los realizadores a vivenciar su vida y el que incluso opina y sugiere acerca de la realización del mismo. Con un personaje tan accesible y amistoso Lipgot intenta revivir con él los recuerdos que hablen sobre lo que es hoy pero sobre todo aquellos que lo presentan como un músico de samba que lleva en sus venas la alegría del carnaval. La cámara registra la vivienda y los lugares cotidianos de Moacir: una pensión y las calles y comercios de Constitución, un barrio que condensa decadencia, pobreza, marginalidad y cuya estética es bastante deprimente. Ese ámbito no le produce extrañeza alguna puesto que su pasado dentro del Borda es descripto por él como un verdadero infierno del cual se siente feliz y orgulloso de haber salido. Su vida es la música y es para lo cual él ha nacido, y esto la película lo deja más que claro cuando Moacir prepara los temas y también cuando los canta. La realización de este documental focaliza en un músico, en unos de los tantos músicos de Argentina, pero aquellos que no tienen facilidades para darse a conocer. Con este film Lipgot empieza a hacer justicia de esa situación y, con escasos elementos, logra divertir y hasta por momentos conmover, pero esto último casi sin buscarlo y sin ahondar en conflictos que en nada aportarían a la imagen de este músico tan especial.
Moacir Dos Santos, un "brasileño-argentino" de 65 años que vive en nuestro país desde hace casi treinta años, nos conmueve en este documental. Aquí expresa lo que quiere que no falte a esta filmación, aclara que no se podrá prescindir de hacer mención de aquella dura infancia por la que ha pasado, su crecimiento en la pobreza con una madre alcohólica, un padre ausente y hermanitos lustrabotas. Pero para nosotros que lo escuchamos la parte más dura recién comienza...
Un gran personaje Documental sobre un ex interno del Borda que graba su primer disco. Un hombre, sonrisa de pocos dientes, se mira en un espejo de mano. Se afeita como si se lijara la cara, con agua y jabón. En una pieza descascarada, no más amplia que una celda, que no lo oprime ni lo avergüenza, recibe al músico/dandy Sergio Pángaro: anteojos negros, bigote anchoíta, parquedad. En la pensión de Constitución, planifican la grabación de un disco, con canciones del hombre del espejo: Moacir Dos Santos, cuyo nivel de entusiasmo es sólo equiparable con el de su simpatía, su candidez (para ser entusiasta se necesita ser cándido), su extravagancia sin impostación. Esta primera secuencia contiene casi todos los elementos del filme de Tomás Lipgot. La cruza de documental con elementos de ficción (luego devorados por la realidad). De un personaje riquísimo -más adelante sabremos que Moacir estuvo internado durante diez años en el Borda- y otro que funciona como contrapunto y puente. Pángaro ayudará a Moacir a concretar un sueño redentor: la grabación de un CD. Motor ficcional que finalmente se va transformando en un hecho verdadero, como todo, absolutamente todo, lo generado por lo único genuino: el deseo. Entre estas fronteras difusas se mueve el protagonista, hablando un portuñol vehemente, seguido por una cámara discreta que no parece intervenir en su vida. Por ejemplo, cuando se compra ropa “glamorosa”, en negocios tipo saladita, o una peluca unisex, para acompañar su traje blanco y su moño rojo. De pasada, Moacir hablará de la punta de un iceberg triste: su vida. O hará un comentario fugaz, “La música nos hace olvidar cosas feas”, antes de lanzarse a una enérgica catarsis musical. Con inteligencia y amor por su personaje, Lipgot evita la mirada burlona, la piadosa, la pedagógica. Permite que el verborrágico Moacir hable a través de palabras, pero mucho más a través de acciones. Lipgot podría haber hecho una película volcada hacia el pleno humor (como la recomendable Sueños de Polvorón ) o la oscura emotividad. Pero optó por un cálido, íntimo retrato que avanza hacia el cenit casi sin rispidez. El final, suerte de estallido rítmico, no incluye moralejas sino puro goce dionisíaco, único antídoto posible, carnaval.
De Moacir dos Santos, el entrañable personaje que Tomás Lipgot retrata con calidez y sensibilidad en este semidocumental, puede decirse que es un genuino artista popular brasileño. Nacido en una familia de muy humilde condición y criado en la favela, todo lo que sabe de música lo aprendió allí, en el morro o en las calles donde a veces lograba ganar algunas monedas ayudando a sus hermanos mayores. Primero escuchaba cantar a otros que como él repetían los viejos éxitos que están en la memoria popular o las más modestas creaciones de los que emulaban a los consagrados y aspiraban a hacerse un lugar entre los ellos. Desde que supo que tenía esa "voz fuerte", con falsete, que ahora hace oír en muchos momentos del film, él también soñó con volverse artista, quizá grabar un disco. Vino a la Argentina hace casi 30 años, "como todos, en busca de trabajo". Traía una docena de canciones propias que registró en Sadaic, pero la suerte le fue esquiva: debió caminar mucho, "de iglesia en iglesia" para procurarse el alimento diario. Tampoco la salud mental lo acompañó: estuvo diez años internado en el hospital Borda. Allí lo conoció a Tomás Lipgot (Ricardo Becher, recta final), que lo eligió para su documental Fortalezas (2010), donde reunía historias de personas recluidas en instituciones. Cuando volvió a buscarlo para dedicarle un film entero, no lo encontró. En el sueño de ser cantor, el que Moacir nunca abandonó, había encontrado la fortaleza para resistir. Así, había obtenido el alta médica y un subsidio habitacional. Ahora, a los 68 años, se presenta como brasileiño y argentino, vive en una pensión en Constitución y está conversando con Lipgot sobre los temas que incluirá en la película, mientras se acicala frente al espejo. Es muy coqueto, tiene que ir preparándose para enfrentar la cámara y dialogar con Sergio Pángaro, que además de encargarse del arreglo de sus canciones y a veces también acompañarlo en el canto, será su interlocutor ideal. Moacir conserva la ilusión intacta; por fin cumplirá su sueño. Humilde como es y agradecido como está, hasta despuntará en él alguna pizca de ingenuo divismo cuando se sienta protagonista. Y cantará, con toda su voz y sus sinceros arranques de histrionismo sambas y boleros clásicos y varias obras de su autoría, entre ellas la muy pegadiza Marcha do travesti. El film se beneficia con la frescura y la naturalidad de su protagonista; lo muestra en su pequeño mundo, descubre el lugar decisivo que la música ha tenido en su vida y escucha con respeto y espíritu solidario el relato de sus desdichas, de la empeñosa lucha que lo llevó a valerse otra vez por sí mismo y de la felicidad que le produce ahora ver algo de su viejo sueño finalmente cumplido. Haber captado esa emoción y transmitirla sin artificios es el principal mérito del film, que incluye un clásico de Paulinho da Viola ("Foi um rio que passou em minha vida") y el samba con el que Salgueiro ganó el carnaval de 1969 ("Bahia de todos os deuses"). El final es una fiesta con el encantador clip de Gabriel Grieco sobre la linda marcha de Moacir que bien merecería ser incorporada al repertorio clásico del carnaval.
Un colorido personaje urbano El cineasta Tomás Lipgot tiene la cualidad de descubrir personajes que viven con intensidad y ejercen cierta fascinación en el espectador a través de lo que hacen, por muy distintas razones. A Tomás Lipgot se le debe el documental "Ricardo Becher: recta final" sobre el fallecido cineasta Ricardo Becher ("El Gauchito Gil") y "Fortalezas". Durante el rodaje de la última en la que hace un recorrido por cárceles y distintas instituciones, descubrió a Moacir, en el Hospital Borda. Moacir es un hombre brasileño, de sesenta y ocho años, que se radicó en la Argentina, en 1984, siguiendo sus sueños de convertirse en músico y dar a difundir sus temas. Pero su enfermedad -sufrió de esquizofrenia paranoide- se lo impidió. Ahora recuperado vive en un hotel del barrio de Constitución y está en el proceso de grabar un disco. En su filme Tomás Lipgot mezcla documental y ficción y es el mismo Moacir, el protagonista. A través de las distintas escenas el cineasta se encarga de mostrar el backstage de esa grabación, que en el entorno de la película, el conocido músico y actor Sergio Pangaro hace el papel de productor de la placa. HERENCIAS La cámara de Lipgot sigue los pasos del artista brasileño por las calles que camina todos los días en el barrio sur. Lo retrata en las grabaciones, en sus diálogos con los que se le cruzan a su paso, en las charlas con su productor (Sergio Pangaro) en la ficción y deja que su voz despierte cierta admiración en el que lo ve. Moacir es un personaje de cierta originalidad, que usa peluca en sus actuaciones y viste de trajes de colores claros, los que le otorgan una imagen algo glamorosa, que parece coincidir con esos ritmos que trasladan al espectador, hasta las décadas del "40, o más atrás de la música tropical. Moacir, protagonista y músico, le otorga una particular identidad a sus canciones que heredan elementos del samba, el bolero y de la música del carnaval. Gracioso, divertido, seductor, Moacir, es un artista a redescubrir en este filme, en el que su director parece sentirse algo deslumbrado con la elección de un personaje tan típicamente urbano y de singular musicalidad.
Simpático documental sobre un personaje singular La historia del nacimiento de este documental es tan interesante como el documental mismo. Años atrás, Tomás Lipgot, neuquino decidido a ayudar a los demás con una cámara HD, ya que con una pequeña empresa musical tuvo poca suerte, filmó con Christian Behl un registro de algunas personas que se plantaban ante las circunstancias más difíciles. «Fortalezas», se llama ese trabajo, que, entre otros episodios, nos muestra dos leprosos sirviendo de cicerones en el hospital Sommer, un viejo que se esfuerza por caminar, otros dos, más viejitos, que se terminan casando, y Moacir. Moacir, así caste-llanizado, o Moacyr, como su colega el compositor Moacyr Luz Silva, se robaba la película. Un morocho brasileño feo pero simpático, muy animoso, muy curioso, que cantaba el bolero «Inolvidable» medio a lo Altemar Dutra y estaba lleno de entusiasmo. En esas épocas, Moacir vivía internado en el Borda. Años pasó en el Borda. Ahí le dijo a Lipgot que era compositor, con sambas, tangos, marchinhas de carnaval y un bolero bastante bueno registrados en Sadaic. Por supuesto, dado su lugar de residencia, el otro tomó la información como de quien viene. Pero tiempo después pasó por Sadaic. Y era cierto. Cuando fue a saludarlo con todo respeto, descubrió que el hombre, ya de 65 años, había conseguido el alta médica y vivía desbordado (en todo sentido) «en el cosmopolita barrio de Constitución». Ahora, en la obra que lo tiene de figura protagónica, vemos su vida cotidiana, con sus cosas buenas y malas, su disfrute de un recital en la Embajada de Brasil donde se pone a cantar con los artistas, sus expectativas y entusiasmos, y, entre otras cositas, sus discusiones musicales con Sergio Pangaro, que viene dispuesto a interpretarle algunos temas para un disco. Lipgot acordó ayudarlo a grabar un disco, a cambio de registrar su vida. El final incluye un videoclip de Gabriel Grieco con tema de Moacyr en arreglos de Pangaro. Cosa de locos, real, singular, agradable, y también un poquito tierna y aleccionadora.
Del Borda a los escenarios Ejemplo cabal de cine directo, en el que la cámara registra lo real sin intervención ni mediaciones, Moacir es un nuevo caso de los abundantes documentales sobre personajes ligeramente bizarros que el cine argentino viene ofreciendo últimamente. Los anglosajones denominan spin-offs a los productos audiovisuales derivados de otros, generalmente por el ascenso de un personaje secundario al papel protagónico. Ejemplos notorios son las series Frasier (derivada de Cheers), CSI: Miami y CSI: NY (surgidas de CSI) y, cómo no, Los Simpson (empezaron en The Tracey Ullman Show), así como las películas Wolverine (surgió de X-Men), Borat y Brüno (originalmente, personajes del show de televisión de Sacha Baron-Cohen). Si en algún género no suelen ser frecuentes los spin-offs es en el documental. Hasta el punto de que es posible que Moacir sea el primer caso. Brasileño largamente radicado en Argentina, internado por entonces en el Hospital Borda, Moacir dos Santos aparecía en Fortalezas, documental de Tomás Lipgot estrenado un par de años atrás. Ahora, pisando los setenta, Moacir tiene documental propio, que lo muestra librándose de viejos fantasmas y reencontrándose con una postergada faceta artística, cuya concreción la película acompaña y, tal vez, promueve. “Esta tá ótima; la otra tiene mucho volumen”, dice Moacir, conforme con la peluca color azabache que acaba de probarse, y que todavía tiene la traba de seguridad colocada. Con el alta médica y la externación otorgadas poco tiempo atrás, las expectativas del morocho cambiaron por completo: ahora ya no es cuestión de pensar en psicotrópicos, sino en presentaciones. Presentaciones del disco que pronto comenzará a grabar, con Sergio Pángaro como productor y arreglador, y el grupo La Lija como músicos de acompañamiento (en algún momento se les sumarán veteranos de Portela, una de las mayores scolas do samba de Brasil, de visita ocasional en Buenos Aires). “Nâo sei cómo voçe hizo pra encontrarlos”, se sorprende Moacir en el más estricto portuñol ante el propio Lipgot, al enterarse de que apareció la docena de canciones propias que él mismo registró en Sadaic, el año que llegó a la Argentina. Pasaron casi treinta de eso y algún que otro huracán en la vida de Moacir, por lo cual ahora el hombre se reencuentra con lo que creía perdido para siempre. “‘Marcha do travesti’ va a pegar”, le dice Sergio Pángaro en un bar de Constitución. No le falta razón: después de terminada la proyección, al crítico el tema le quedó dando vueltas en la cabeza. Ejemplo cabal de cine directo, en el que la cámara registra lo real sin intervención ni mediaciones (no zócalos explicativos, no relato en off, no entrevistas a cámara), Moacir podría considerarse un nuevo caso de los abundantes documentales sobre personajes curiosos, excéntricos y/o ligeramente bizarros que el cine argentino viene ofreciendo últimamente, desde El ambulante hasta Cracks de nácar, pasando por Amateur. Aunque ciertos énfasis dramáticos de Moacir al cantar y el cultivo excesivo del melisma lo aproximen de a ratos a la última condición, Lipgot jamás se deja tentar por sátiras o rarismos. Por el contrario, si algo hace Moacir es acompañar a su protagonista, mantenerse a la par, cumplirle incluso su sueño, sin verdugueos y con respetuoso cariño. Respetuoso pero no baboso: graciosísimo el contrapunto que el morocho mantiene con su productor musical, por distintas versiones sobre la letra de un famoso bolero. “Y tú me enseñaste...”, dice Pángaro, muy serio. “No, es ‘Por qué no me enseñaste’”, retruca Moacir, una y otra vez. “Filmame como a un profesional”, le indica el hombre al director, señalándole, en alguna otra escena, cómo habría que mover la cámara. Durante la grabación advertirá severamente a Pángaro, por una presunta interrupción. Que Lipgot quiere a sus personajes queda claro en el encantador videoclip que acompaña los títulos finales y que funciona como posible clip promocional del disco (dándole imagen al hit Marcha do travesti, of course) y, a la vez, como grabación de fin de rodaje. Allí bailan todos, desde Moacir hasta el director, productora y montajistas, en una fiesta que se siente merecida.
Este es el tercer documental de Tomás Lipgot (“Fortalezas 2010” y “Ricardo Becher, Recta Final 2010”), donde nos cuenta las vivencias de Moacir Dos Santos que llegó de Brasil hace casi tres décadas. Este simpático personaje no tuvo su vida color de rosa, vivió sin trabajo y por diversos excesos, fue internado con un diagnóstico de esquizofrenia paranoide en el neuropsiquiátrico Borda, donde pasó gran parte de su vida porteña. Luego tiene la suerte de conocer a Tomás Lipgot, este se encontraba trabajando en un documental, en aquel lugar comienza la historia de Moacir Dos Santos, luego sale de ese lugar y vive en una pensión en el barrio de Constitución y luego nace la preparación para grabar un disco con sus canciones, junto con el músico Sergio Pángaro. A través de la cámara vamos haciendo un recorrido por parte de su vida, donde están sus amigos y la licenciada que lo atendía en el Borda, él se siente “brasileiro y argentino”, porque hace más de 30 años que vive aquí. Lleva en su sangre la alegría de la escolas de samba, él canta y baila, se disfraza con alegres pelucas, se encuentra con compatriotas en la embajada brasileña, con los integrantes de la Escola de Samba Portela. Esta historia refleja una vez más las oportunidades que dan estas tierras, como este hombre que emigró a la Argentina, en busca de sueños, dejando atrás la pobreza para desarrollar su carrera musical, llegó a registrar en SADAIC 12 canciones de su autoría; este es un documental con un buen trabajo de cámara, sencillo, distrae y emotivo.
Lo bueno de a veces no leer gacetillas de prensa es que entrás a la sala dispuesto a la aventura. Si el director hizo una gran película, su acierto fue doble, porque te agarra desapercibido (sin estar contaminado previamente de conceptos de otras visiones) y perdura en el tiempo ese efecto placentero que es, haber disfrutado de una buena propuesta. Es así, no se cuáles son los mecanismos psicológicos que operan, pero por eso, será debo decir que "Moacir" me gustó mucho y salí de la sala satisfecho por haber tenido la suerte de conocer semejante personaje... "Moacir" es un documental pero... no siento que encuadre exactamente en esa categoría. En cierta manera, hay una intervención del director para llevar, sutilmente, a su personaje principal a un recorrido que no es lineal, pero tampoco se escapa mucho de lo programado. Tomás Lipgot, el director, elige somo tema, una excusa: la invitación a un músico brasileño de avanzada edad para grabar un disco. No es cualquier hombre, desde ya. Moacir Dos Santos vive en la Argentina desde hace muchos años, pero su condición es casi la de un marginal: fue desocupado al llegar de su patria (Brasil) -sufrió penurias económicas en ámbos países-, se enfermó y terminó en el Borda. Pasó mucho tiempo allí y logró el alta. Eso, sumado a una pensión, le permitieron cobrar confianza para enfrentar esta etapa de su vida. Lipgot ya nos lo había presentado en su largo sobre pacientes en rehabilitación, "Fortalezas" (del 2010). Ahí, Moacir era uno de los casos en que el director había puesto su mirada, impresionado de su historia de vida. En esta oportunidad, van juntos a concretar un sueño: Dos Santos tiene cierto talento musical (canta y baila) y eso impulsa al cineasta a pensar un encuadre particular para esta grabación. Convoca a Sergio Pángaro para que asesore musicalmente al carismático carioca y filma, relajadamente, el recorrido que hace Moacir desde la génesis del proyecto hasta su concreción final. Ustedes se preguntarán... vale la pena seguir ese recorrido? Totalmente. Si bien a veces Lipgot deja que ciertas escenas de monólogos de su hombre sean demasiado extensas y algunas, demasiado prefabricadas, (la irrupción sobre la banda de músicos brasileños en la que el protagonista descolla, por ejemplo, la visita a su ex psicóloga, etc), lo cierto es que la personalidad de Moacir sostiene cualquier película. Es un tipo cálido, limitado pero profundamente comunicativo. Representa cabalmente el espíritu de la gente de su tierra: tiene humor, candidez y no se omnubila ante sus limitaciones, busca superarse, siempre. Y eso se siente desde la butaca. Encima, el tipo lleva el ritmo en la sangre. La historia, como dijimos es un recorte temporal que se cierra con la concreción del disco. Ahí, en el cierre, el film termina con un clip que emociona, absolutamente imperdible. No hay que olvidarse que todos tenemos sueños, y verlos concretados en un semejante, siempre moviliza. Bien por "Moacir", un documental que brilla con luz propia.
Realizar un documental sobre un artista que jamás pudo mostrar su talento y pasó una parte grande de su vida internado en un neuropsiquiátrico es un riesgo. Pero el director Tomás Lipgot lo asume con la sencilla -y valiente- decisión de contar su historia desde su propio punto de vista. Así, lo que resulta cómico no lo es por condescendencia sino por comprensión de lo que sucede en la película. Un ejercicio mucho más que interesante.
He aquí un ejemplo de cómo se puede hacer un documental digno, entretenido y por sobre todas las cosas muy bien contado. “Moacir” es una sorpresa que nos reconforta. Retoma una historia de vida que el realizador ya había mostrado parcialmente en su “Fortalezas”, su ópera prima en 2010. Allí se lo veía a Moacir internado en el neuropsiquiátrico Borda, donde pasó parte de sus 30 años en la Argentina. Tomás Lipgot cautivado por esa historia se le ocurrió encarar un proyecto cuyo protagonista fuera éste curioso personaje, quien a fuerza de querer superarse hoy ya no está interno más en el Borda y vive en una modesta pensión. Moacir dos Santos, gracias al “poder curativo de la música”, fue beneficiado con el alta a sus 65 años y ha grabado un disco donde registra aquellas canciones de carnaval que él creía perdidas. Gracias a Sergio Pángaro, como co-equipier, se va contando una historia humana que es ejemplo de cómo se puede salir adelante cuando hay ganas de superarse. A muchos quizás Moacir les resulte demasiado agrandado y engreído por considerarse un artista hecho y derecho, pero a medida que transcurren la proyección uno se va encariñando con éste ser maravilloso que lleva el carnaval en la sangre. Verlo a Moacir elegantemente vestido, con sus pelucas en las grabaciones o presentaciones, es aprender a quererlo. Un film muy simpático que trae aliento fresco y original al cine argentino.
Tomas Lipgot trató el caso de Moacir en su film “Fortalezas”, pero ahora lejos del Borda, donde estuvo internado, este documental es la concreción del sueño de un hombre. El rescate de sus canciones, registradas y aparentemente perdidas, la participación del músico Sergio Pangaro y la grabación de un disco, ni más ni menos que lo que lo mantuvo vivo. A pura ternura.
Publicada en la edición digital de la revista.
Locura con alta dosis de cordura “Parezco medio loco, pero yo sé lo que hago”, dice Moacir dos Santos, estrella excluyente del documental de Tomás Lipgot. La frase pinta por completo a un personaje tan especial como atrapante. Moacir estuvo diez años internado en el neuropsiquiátrico Borda y salió con un sueño: poder grabar un disco. Este trabajo muestra ese proceso de grabación, pero va mucho más allá. Porque gracias al contrapunto con el músico Sergio Pángaro, que oficia de productor del futuro material del artista brasilero, se muestra la esencia de Dos Santos. “El Borda es un infierno para alguien inteligente como yo”, aclara Moacir mirando a cámara, una herramienta que cada es vez es más familiar para el protagonista. La plenitud y la alegría de Moacir es clave en este trabajo, que obliga a repensar cómo se traza la delgada línea entre la cordura y la locura. Lo paradójico es que los delirios artísticos de Moacir son mucho menores que los de cualquier artista estrella supuestamente cuerdo. Y da ternura verlo de traje, con peluca, y con exigencias muy finas en pleno proceso de grabación. "Cantando he de morir" afirma con su mirada fija, y lo dice sin medias tintas. Es lo que siente, no tiene filtro, baila cuando tiene ganas, canta cuando se le ocurre, estira una nota en un agudo exagerado porque le parece que queda bien. El es así. Y por eso es un personaje que bien merece una película. Porque su locura es más sana que la cordura de muchos mortales.