Amor intenso en pueblo chico Una pareja de jóvenes enamorados tiene que sortear varios obstáculos para poder permanecer juntos en esta película de Diego Yaker que pone el acento en el clima apasionado y enciende la mecha de la famosa frase "pueblo chico, infierno grande". En Pecados, el realizador sigue el tópico de los relatos clásicos donde el amor casi imposible mueve a los personajes y ubica la acción en un pueblo donde prácticamente no hay adultos. Y ahí crecen Bepo (Mariano Reynaga) y Lourdes (la catalana Diana Gómez): él un chico criado en una casa polvorienta por su rígido abuelo (Pepe Soriano), un artesano que está perdiendo el pulso, y ella, una adolescente que ayuda a su padre (Carmelo Gómez) en el almacén del pueblo.Desde siempre, los jóvenes sienten una gran atracción y se desean, en silencio y por separado, pensando en un gran encuentro que los una para siempre. Pero nunca es fácil. Con una atmósfera apasionada que juega con el despertar sexual, el erotismo y un misterio que guardan secretamente los adultos (al igual que el que encierra la iglesia), la película transcurre de manera lenta y se encamina hacia un desenlace donde todo se resuelve sin estridencias. La cámara describe ámbitos bucólicos, entre arroyos y un pueblo desierto, registrando postales de un espacio que parece detenido en el tiempo pero donde las hormonas parecen sortear todas las dificultades. La actriz Diana Gómez, con su acento español (seguramente por necesidades de co-producción) sobresale por su frescura y se impone al joven desprotegido encarnado por Mariano Reynaga en esta película que combina tabúes, cultura y pecado.
Las sombras del pasado La primera escena trae un rostro hermoso, el de la actriz catalana Cristina Brondo, a punto de parir, sudada, a pleno llanto y a los gritos. Parece una escena de Penumbra, film argentino de terror estrenado el año pasado, donde la intérprete era acosada y torturada por un grupo de desquiciados. Pues bien, Pecados es otra cosa, aunque los datos cierran, ya que Brondo era la intérprete de Penumbra, que se filmó en 2010, el mismo año de rodaje del segundo largometraje de Diego Yaker, que recién se estrena por acá con bastante atraso. La actriz catalana no vuelve a aparecer ya que el prólogo remite al pasado de los personajes de Pecados, Historia de pueblo con dos adolescentes (Bepo y Lourdes) con la piel del deseo a punto de explotar, el tiránico abuelo del joven (Pepe Soriano) y el dócil padre de la joven (el buen actor español Carmelo Gómez). Pueblo chico, infierno grande sería la frase convencional que describe al relato de Yaker, estimulado por una primera parte donde florece el amor entre la pareja de jóvenes, pese al fastidio y maltrato del abuelo de Bepo y al desconcierto del padre de Lourdes. En esa zona narrativa, Pecados entrega un sutil caudal emotivo, al mismo tiempo sexual, con la joven pareja descubriendo sus cuerpos mientras aguardan –con importante paciencia e inquietud– el momento del encuentro a solas. Pero, justamente, la escena sexual, insatisfactoria para ella, deja lugar a una segunda mitad donde el pasado retorna –de allí el prólogo inicial– y otros secretos más turbios serán revelados, en tanto cobra protagonismo el abuelo de Beppo, experto luthier que en manos de Soriano ofrece una sobredosis de adrenalina actoral. De allí en más, la película se retuerce en sus pliegues entre el pasado tenebroso y el futuro auspiciante y feliz de la (casi) pareja protagónica. Aunque, cabe aclararlo, Pecados parece una película con cuatro fantasmas perdidos en un pueblo nada acogedor. En esa segunda mitad, el film de Yaker también pierde misterio y sólo se sostiene por el trabajo de Diana Gómez, personaje inteligente y de transparente belleza etérea.
Un pueblo muy chico La película comienza con una escena tremenda -muy cruda y muy bien hecha, que logra atraparnos- y todo lo que sucede después es consecuencia de lo que en ella se muestra. Una vez terminada esta escena pasan unos quince años, y nos encontramos en un pueblo del norte, tranquilo, caluroso, árido, donde viven Lourdes (Diana Gómez) y Bepo (Mariano Reynaga), dos adolescentes en plena ebullición hormonal. La hija del almacenero (Carmelo Gómez), y el nieto maltratado de un viejo luthier - este interpretado por Pepe Soriano-, que vive alejado del pueblo. Cada mirada, cada encuentro, hace predecir que esa bomba de hormonas va a estallar en cualquier momento, por más que todo su entorno trate de evitar que suceda. Si bien la escena principal nos engancha desde el comienzo, y encierra un secreto que atravesará todo el relato, el resto de la película no tiene la misma fuerza; de hecho, está narrada en un tono muy apacible, cotidiano, como un retrato de cualquiera de esos pueblos donde a la hora de la siesta no hay un alma en la calle. Ninguna de las actuaciones se destaca demasiado, excepto la de Soriano, quien interpreta a un viejo que por momentos parece enfermo e indefenso, pero que es en realidad un ser violento y agresivo. Carmelo Goméz, también esta más que correcto, sin tener demasiado para decir. Es destacable la fotografía, con hermosas locaciones en Salta, y la detallada dirección de arte, con espacios que pueden decir mucho sobre quienes los habitan. A pesar de un buen comienzo, y una historia tal vez muy conocida, pero igualmente trágica, la película parece descansar demasiado en los detalles, como por ejemplo en el despertar sexual de los protagonistas; y si bien hay consecuencias, en el final queda la sensación de que nadie ha reaccionado ante un hecho aberrante, ni siquiera nosotros.
El amor ante el temor “El otro día te vi, en el camino del arroyo... ¿qué hacías”; “Fui al arroyo”. Así de simple, este ejemplo refleja la básica línea argumentativa de Pecados, que intenta mostrar el incipiente amor de dos jóvenes de 16 años. Por un lado está Bepo, quien trabaja como ayudante de un viejo luthier de violines interpretado por Pepe Soriano, lo único rescatable de esta película con un personaje hosco y autoritario que despierta ira y lástima en dosis iguales. Sus manos temblorosas esclavizarán el futuro de su trabajo pero se pondrán firmes para adoctrinar a Bepo con cinturonazos. El actor Mariano Reynaga encarna a un chico timorato, callado, quien debe quebrar la barrera del miedo de su juventud. Eso no justifica que el actor recite cada letra del guión como si la estuviese leyendo, con un forzado énfasis y actuaciones poco creíbles, como en el encierro en la habitación, donde no lanza ni un exabrupto y casi no opone resistencia. Por el otro lado, está Lourdes (Diana Gómez) con el estallido hormonal a flor de piel, quien coquetea alevosamente con el muchacho. El padre de la chica es Don Santo (interpretado por Carmelo Gómez), un viudo que mezcla melancolía, pulcritud y es metódico hasta para barrer su almacén. Todo lo hace en cámara lenta, con algo de asombro (y ausencia), sobre todo ante su hija. Los adolescentes nacieron en un mismo pueblo, pero (vayan a saber porqué) la chica tiene un acento y el muchacho otro, parecen de lugares diferentes. Lo que los une son la fantasías mutuas, con escenas de masturbaciones (soft) en cada una de sus habitaciones. Esta película de Diego Yaker, que dirigió Como mariposas en la luz (2006), tiene varios saltos y planos inconexos con situaciones difíciles de asimilar. Por caso, Bepo lanza a la ventana de Lourdes una pequeña estatuilla que le pega en la cabeza a su enamorada, ella se asoma y (cambio de plano) se lo ve al pibe escapando en bicicleta en vertiginosa cámara rápida. El comienzo de Pecados, con el trágico parto de mamá María (Cristina Brondo), promete un filme con nervio. Pero entre los tonos ocres, rescatable en varias locaciones crepusculares y en la opresiva ambientación del taller del abuelo, se desdibuja una película sin sorpresas donde, ni siquiera, se explotó el recurso de una enigmática tumba.
Historia mínima de un despertar sexual En un pueblito norteño, un chico que vive con su abuelo, al que ayuda a fabricar violines, no se atreve ni a hablarle a la chica que hace los repartos en el almacén. Ella está claramente loca por él, y por si quedaba alguna duda, el guión se ocupa de mostrar que tiene fantasías masturbatorias con el adolescente al que ve casi a diario y prácticamente sin hablar. Pero, como se observa desde el prólogo, hay un pasado que se interpone entre ellos. Es una historia minima de despertar sexual adolescente enfrentado al pecado de los mayores. Tiene buenas actuaciones y algunas lindas imágenes, pero una narración morosa con el consiguiente ritmo lento no ayudan para nada. Pepe Soriano pone toda la convicción y su enorme talento en la composición del abuelo golpeador, bruto y reaccionario, mientras que Carmelo Gómez tiene un papel ambiguo del que sale apenas bien parado. Los verdaderos protagonistas son el dúo de jóvenes Mariano Reynaga y Diana Gómez, enfrentando sin problemas algunas escenas románticas y -sobre todo ella-, eróticas. Pero la historia que es realmente pequeña nunca levanta vuelo y no termina de despertar mucho interés en el espectador debido a las debilidades narrativas que se notan muy especialmente en la primera media hora de una película tambien modesta en duración. Lo mejor son las imágenes que registran con gusto algunos paisajes montañosos hay una escena romántica en una gruta que es de lo mejor de la película- y especialmente la climática música de Rudy Gnutti con algunos momentos grandiosos en guitarra española.
Los dolorosos amores jóvenes Filmada en un pueblo de Salta con fondo de imponentes paisajes, "Pecados" enfoca el amor de dos jóvenes, cuyas familias esconden un pasado de secretos oscuros que el director Diego Yaker va mostrando al espectador, a través de los silencios y al comportamiento de los adultos. Filmada en un pueblo de Salta con fondo de imponentes paisajes, el argentino Diego Yaker concreta su segunda película, luego de "Como mariposas en la luz". "Pecados" enfoca el amor de dos jóvenes, cuyas familias esconden un pasado de secretos oscuros, de odios y rencores, que el director va mostrando al espectador, a través de los silencios y al comportamiento de los adultos. Sus protagonistas son Manuel (Mariano Reynaga), a quien llaman Bepo y Lourdes (Diana Gómez). El muchacho vive con su abuelo (Pepe Soriano) y María (Cristina Bronco), su madre murió y Lourdes es huérfana y a su padre se lo conoce como Don Santo (Carmelo Gómez). La película transcurre en el paisaje salteño, con casas de barro y un pueblo en el que prácticamente no se ve gente y en su almacén de Don Santo también se encarga de ubicar los violines que fabrica el personaje de Pepe Soriano, al que Yaker prefirió no darle un nombre y sólo lo menciona como el abuelo, un luthier que con su nieto Manuel dan forma a los pocos instrumentos que fabrican que significan un entrada, lo mismo que las changas que realiza el chico. LOS JOVENES Lourdes y Manuel se conocen de niños y cuando son adolescentes, ambos se dan cuenta que están enamorados. Claro que cuando los mayores se enteran de la relación que los une, deciden encerrar a cada uno en sus respectivas casas. El abuelo castiga con un cinturón y prácticamente tiene preso al muchacho. Don Santo es menos severo con su hija Lourdes y la muchacha se escapa y va en busca de su amor. A partir de ese momento el filme se precipita hacia un desenlace, en el que se va revelando un secreto, referido a la madre de ambos jóvenes, que los mayores conocen, pero que ellos ignoran. El director Diego Yaker filma prolijamente, sostiene el crescendo de los climas dramáticos, pero vuelve una y otra vez sobre secuencias parecidas, sin hacer evolucionar el drama. La historia de amor de los jóvenes está bien contada pero no se sabe lo que ocurrió con la madre de ella. Son acertadas y convincentes actuaciones de Pepe Soriano (el abuelo), Mariano Reynaga (Manuel) y Carmelo Gómez (Don Santo), no ocurre lo mismo con la española Diana Gómez (Lourdes), que a pesar de su belleza cubre un personaje de tan marcado acento hispano que parece injertado en el contexto salteño.
Una película que brilla por la solidez de su guion y la confianza de su director en la inteligencia de su público. Llego treinta minutos antes de la hora pactada. A medida que pasa el tiempo, se va llenando de gente elegantemente vestida y empiezan a llegar cámaras de televisión. Me cae la ficha; esto no es una privada, es una premiere. En la sala estaba rodeado del equipo técnico y sus familiares y amigos que arrojaban aplausos y alientos, lógicamente para ayudar al director y al actor ahí presentes a superar los nervios de estreno. Yo no aplaudo, no de amargado, sino porque me gusta aplaudir algo que lo merezca. Y termino mereciendolo; el presente título es una película atrevida, no solo por su contenido, sino por el valor de afrontarlo con una enorme sencillez a nivel estructural. ¿Cómo está en el papel? La película comienza, de forma desgarradora, con el parto de una mujer en una iglesia abandonada. Sin asistencia alguna da a luz, muriendo en el proceso, a dos criaturas: un varón y una mujer. Uno será criado por el padre de la mujer, un viejo lutier, amargado y autoritario; mientras que la niña será criada por quien se presume es el padre de los mellizos. La trama salta varios años después, cuando los niños ya no lo son tanto, y el conflicto surge cuando, desconociendo el lazo que los une, empieza a florecer un romance entre ellos. Es ahí cuando ambas figuras paternas intentan por todos los medios evitar que el romance se consume. La película tiene una estructura impecable y sólida como una roca; un cuidado mecanismo de relojería. Posee un uso del subtexto brillante; se da la información justa y necesaria, para que luego la imaginación del espectador haga el resto; una muestra de confianza y de claridad de ideas que no se ve seguido en el cine nacional. Pero creo que uno de los aciertos más grandes del guion es que aunque si bien desarrolla la tensión ante la posibilidad de que se consume el incesto, el acento ––los Pecados a los que alude el título–– esta puesto más en los pecados cometidos por los padres que aquellos cometidos por los hijos. Es esta sabia decisión las que los hace eludir un desenlace, que si bien no será tolerado por aquellos de mente cerrada, no se puede negar que elude inteligente y lógicamente a los lugares comunes. ¿Cómo está en la pantalla? La película es rica en contrastes, no solo por las muchas sombras que derivan de su iluminación, sino que se atreve a utilizar una paleta de colores calidos, opción inusual para algo que a priori llamaba a una paleta más fria. Pero como se dijo, la confianza que hay en el guion de esta película es tal que hace parecer oscuro al más claro de los colores. También es de destacar la economía de planos puesta en práctica para esta película, yuxtapuestas por un montaje sobrio y atento, poniendo el acento ––el corte–– justo y necesario a cada acción que mueve a la historia. Por el lado actoral, Carmelo Gómez y Diana Gómez entregan papeles a la altura de este difícil desafío. Mariano Reynaga, en su debut, entrega un rol decente; no será Marlon Brando, pero está en el camino correcto (excursus: en la premiere, este caballero probó que sabe vestir un traje; un ejemplo de elegancia). Pero la que es sin lugar a dudas LA actuación de la película es la de Pepe Soriano, que entrega un rol diferente a lo que nos acostumbra y nos mete miedo desde su primera aparición. No solo sabe encarnar al viejo autoritario que quiere separar a los chicos, pero también hace creíble el enorme dolor y la angustia que siente por dentro, que convierte nuestro miedo en lastima. Conclusión: Diego Yaker entrega una película atrevida, pero indefectiblemente hermosa. Un pulso narrativo y una sencillez estructural llevada a cabo con una valentía ––sobre todo, por su confianza en el espectador–– que más que una excepción, debería de ser una regla. No es recomendable para aquellos de mente cerrada; si le encuentran algo de malo al final, no pretendo ser ofensivo, pero le han prestado su atención al pecado equivocado.
Amor prohibido La segunda película de Diego Yaker (Como mariposas en la luz, 2004), desarrolla la historia de amor prohibido entre dos adolescentes que habitan en un pueblo rural del norte argentino. El problema de Pecados (2011) yace en la construcción de la tensión dramática que se diluye con el correr de los minutos. Un atractivo e inesperado comienzo da inicio a Pecados: una mujer embarazada (Cristina Brondo, la protagonista de Penumbra) entra a una oscura capilla ensangrentada y a grito puro da a luz a dos niños justo antes de morir. Elipsis temporal y vemos a la adolescente Lourdes (Diana Gómez) reconocer su cuerpo de mujer frente al espejo. Ella tiene 16 años en un pequeño pueblo rural donde no suele haber adolescentes. Pero aparece en la despensa de su padre Bepo (Mariano Reynaga), otro chico de 16 años, que lleva mercadería artesanal que realiza su parco abuelo (Pepe Soriano). Los chicos se enamoran y tras las negativas de sus padres, se verán a escondidas. La historia del amor prohibido adquiere otra vuelta de tuerca con Pecados, o al menos así se plantea el film en un principio. Hay una interesante representación de lo prohibido, de los pecados que dan titulo al film. Por un lado en los silencios de los habitantes del pueblo, y por el otro en el despertar sexual de los adolescentes. Los desnudos, la masturbación, y la rígida estructura educativa que les aplican los adultos a los jóvenes, le quitan la ingenuidad al costumbrismo del pueblo, planteando una dimensión oculta paralela. Tras este gran comienzo cargado de tensión, el relato transita por los lugares comunes del romance “costumbrista”, para luego retomar el aire de tragedia esbozado en un principio. Géneros (la tragedia y el romance teenager) que no terminan de balancearse correctamente. El costumbrismo cae en los clichés del género: acentos, gestos, silencios y frases de “almacén”; mientras que la tragedia (una especie de Romeo y Julieta del interior) carece del desarrollo dramático in crescendo que retome la tensión inicial. El misterio se resuelve rápidamente, y lo demás es la exposición de situaciones sin ningún tipo de sentido, a través de decisiones narrativas erráticas. Decisiones que parecen más una solución que una elección (la puesta de cámara, los encuadres), que acaban por dejar en evidencia personajes estereotipados, baches de la narración y un desarrollo dramático débil, que pudiese haberse disimulado con una edición más minuciosa. Más allá de las buenas intenciones, Pecados se presenta como un film fallido que no termina de convencer, en su intento de trasladar una tragedia clásica al norte argentino.
Pueblo chico, secreto grande El segundo opus de Diego Yaker, Pecados, gira en torno a una historia de amor de adolescentes en el seno de un pueblo norteño donde la mayoría de sus habitantes guardan un pacto de silencio por el que de manera secundaria se verían afectados los enamorados, de llegarse a revelar el gran secreto. Todo indica que cuando existe una red de mentiras, sostenidas a lo largo de los años, en algún momento el peso de la verdad cede por los lugares que menos se esperan para destruir los hilos del silencio. Ese es el detonante que separará a los jóvenes que empiezan a sentir atracción y mirarse de otra manera a la habitual y que en cierta medida altera el orden de la comunidad. Bepo (Mariano Reynaga) tiene dieciséis años y vive junto a su abuelo déspota y castrador, interpretado por el experimentado Pepe Soriano, antiguo Luthier que en la actualidad y producto de un avanzado estado de parkinson ve seriamente dificultada su labor. Por su parte, Lourdes (Diana Gómez), de la misma edad de Bepo, vive con su padre (Carmelo Gómez), a quien ayuda en la despensa del lugar. Para el muchacho, cada visita como pretexto de un recado de su abuelo significa unos minutos de contemplación de la belleza de Lourdes, así como la imposibilidad de comunicarle su amor por timidez, aunque ella intuye que la atracción física es recíproca. En la intimidad de ambos; en los paseos furtivos por los desolados desiertos salteños, Diego Yaker (Como mariposas en la luz, 2004) construye este romance adolescente prohibido -algo similar ocurría en Dulce de leche (de Mariano Galperín, 2011)-, a la par que la verdadera historia atravesada por los tabúes y prejuicios originados en el pasado avanza por los carriles más convencionales. Sobre este particular, las falencias de un buen guión que por no caer en recursos explicativos desemboca en un hermetismo peligroso para el relato afectan el conjunto de la propuesta. No obstante, debe reconocerse un esmerado trabajo en rubros técnicos como fotografía a cargo de Félix Bonnin o una banda sonora con reminiscencias a western compuesta por Rudy Gnutti, a pesar de que el género propicio para aprovechar las bondades paisajísticas no está explorado en este caso, ni siquiera como guía o segunda línea argumental que podría haber aportado a esta historia de amor y enfrentamientos generacionales un costado más atractivo que el trillado drama de pueblo pequeño con grandes secretos.
Dos jóvenes se conocen desde hace años en un perdido pueblito salteño. Bepo va cada semana a Provisiones Don Santo, donde se ve con el padre de Lourdes, una chica común, pero con una prístina belleza que lo deslumbra en cada acercamiento. En un contexto dominado por los adultos, su amor adolescente es fresco y, a todas luces, único. Enterados de la relación, el padre de ella y el abuelo de él harán lo imposible para que los jóvenes no se encuentren. Pero, ya se sabe, no hay mejor motor para el fulgurante deseo juvenil que las causas prohibidas. A la que envuelve a los jóvenes protagonistas de Pecados , el relato añade un pasado desgarrador que los chicos desconocen, pero que el espectador puede suponer desde un primer momento. El guión pareciera ceñirse a las condiciones que delimitó el rodaje y no necesariamente a lo escrito. O tal vez, el recorte estuvo en la mesa de edición que restó metraje y con eso solvencia al relato y densidad a sus personajes. En cualquier caso es una producción de muy bajo presupuesto y eso se nota. Pero quizás allí radique su mayor virtud y su peor defecto, dado que la poca financiación pareciera atentar contra la posibilidad de dotarle brillo a la historia aunque permita distinguir el empeño del equipo técnico en crear una atmósfera que enmascare lo mustio de un telefilm. Con un inicio que descansa en ciertos guiños al melodrama, el film va acentuando una pretendida estética de spaghetti-western merced a una fotografía sobreexpuesta -que busca ambientes comunes con el género que glorificó a Sergio Leone- pero resiente el verosímil. Igual camino toma la partitura de Rudy Gnutti, aunque con acierto al no desconectarse de la sutil historia de amor adolescente que se propone. Si bien lo breve del relato permite que Pecados no aburra, quedan cabos sueltos. La mayor solvencia está en el reparto que, aunque con desniveles, cumple su cometido con esmero. Prevalece Pepe Soriano como un abuelo intimidante que busca guardar un secreto a cualquier precio. En tanto, la pareja adolescente de Mariano Reynaga y Diana Gómez aportan frescura y sensualidad, respectivamente. El perfil más desdibujado es el del gran actor español Carmelo Gómez, que no consigue darle relieve al padre de la joven. Es loable que el director Diego Yaker haya optado por este camino no exento de desafíos y con mayores probabilidades de fallidos. Reconocido por su sentida ópera-prima Como mariposas en la luz , la experiencia de Pecados está por debajo de los logros de aquella, aunque lo confirma con un realizador inquieto y dispuesto al riesgo creativo..
Llega a la cartelera el segundo largometraje del director argentino Diego Yaker, donde habla del primer amor en un pueblito chico, el odio y los rencores, y como se suele decirse “pueblo chico infierno grande”. Sus habitantes se encuentran llenos de secretos, prohibiciones, mentiras y obstáculos. Interpretada por: Pepe Soriano (abuelo), Carmelo Gómez (don Santo), Mariano Reynaga (Bepo), Diana Gómez (Lourdes), Cristina Brondo (María), Henny Trayles (Clarita). Todo comienza con el parto y la muerte de María (Cristina Brondo), luego el espectador debe ir analizando y con el correr de los minutos ir entrelazando lo que te proporciona esta historia, donde conocemos a los protagonistas Bepo (Mariano Reynaga) y Lourdes (Diana Gómez),dos jóvenes que se conocen desde siempre y comienzan a gustarse lentamente. Notamos rápidamente la personalidad de Bepo, es tímido, callado, criado en una casa humilde, llena de cacharros, vive con un viejo (Pepe Soriano), austero, callado, amargo, autoritario y duro, este es un artesano a quien que le comienza a fallar el pulso, y algo oculta. Por el lado de Lourdes, vive con su padre Don Santo (Carmelo Gómez), lo ayuda en el almacén y viven solos, dado que su madre ya no está. Este es uno de los misterios que iremos resolviendo dentro de la historia, además de ir conociendo en profundidad a cada uno de los personajes. Pronto vemos a Lourdes, una joven adolescente quien comienza a sentir su despertar sexual y tiene una revolución hormonal. Siente el deseo de seducir, va descubriendo su cuerpo mientras lo mira desnudo frente al espejo. Se arregla, coquetea y le encanta mostrarse a Bepo. Ellos en silencio se desean mutuamente, surgen las fantasías y ambos quieren verse en cada oportunidad que se les presente. Ellos son los únicos jóvenes del pueblo, el lugar se encuentra habitado sólo por mayores o por aquellos que no se fueron a tiempo. Contamos con un paisaje con algunas montañas y varias casas bajas de madera y algunas de material. Todo se encuentra rodeado de una estupenda fotografía realizada por Félix Bonnin, gracias a su paisaje (rodada en la Provincia de Salta), la banda sonora compuesta por Rudy Gnutti y un movimiento de cámara lento acompañando el desarrollo de la historia. Con la actuación memorable de Pepe Soriano, el resto del elenco acompaña en forma despareja. Estos jóvenes viven ajenos al pacto de silencio que juraron sus mayores, no saben el misterio que oculta la capilla abandonada y que algunas cosas pueden cambiar y todo va dejando algunos interrogantes, ¿El amor, puede vivir más allá de los tabúes, la cultura y el pecado? Y los espectadores deberán descubrir cuál es el Pecado. Todo envuelto en una narración que termina siendo demasiado pausada, sin ritmo y que puede resultar soporífera para algún espectador.
Una historia de amor adolescente con un telón de fondo oscuro, una historia de abusos y pecados, de pactos de silencio y tabúes. Diego Yarker escribió y dirigió este film valioso que a veces cae en el lugar común, brilla con un Pepe Soriano inspirado, deja algunos cabos sueltos, pero tiene la fuerza de su tema que sostiene el relato.
Un film que opta por un espacio acotado (un pequeño pueblo perdido y casi deshabitado, o habitado solo por ancianos) donde dos jóvenes tratan de consumar un amor a pesar de -melodrama, dijimos- un secreto que se los impide. La historia es menos interesante que el aspecto de comentario social que abunda en la película, y es en la precisión de algunas actuaciones donde gana peso, a pesar de un desenlace más o menos previsible.