En los créditos de dirección de Pinocho figuran Guillermo Del Toro y el animador Mark Gustafson (aquí responsable del trabajo con stop motion), pero se impone la impronta del méxicano. Toma la obra de Carlo Collodi, publicada entre 1882 y 1883, ya adaptada con frecuencia -sobre todo en los últimos tiempos- y le da un giro más afín a sus preocupaciones. La premisa es la de siempre: Geppetto, un humilde carpintero, crea un muñeco de madera que se llama Pinocho y, hada mediante, cobra vida. Un ser entrañable, que interactúa con otras personas y vive aventuras. A partir de ahí, Del Toro narra otra epopeya protagonizada por un ser fantástico, distinto al resto, que es incomprendido por gran parte de su entorno humano, o se lo pretende utilizar con fines oscuros. Para empezar, ahora la acción sucede durante los años 30, en la Italia fascista. Geppetto (voz de David Bradley) vive con Carlo, su hijo (Gregory Mann). La felicidad termina cuando el chico muere al caer una bomba en la iglesia donde el hombre estaba trabajando. Incapaz de soportar el dolor, crea una especie de niño de madera. Un hada (Tilda Swinton) le da vida a Pinocho (también con la voz de Mann), que se muestra afable y travieso, pero porque está descubriendo el mundo al que acaba de despertar. Inicialmente es visto como una manifestación demoníaca. Sin embargo, pronto capta la atención por otros motivos: Podestá (Ron Perlman), un funcionario del Duce, pretende que se una a la facción juvenil para luchar contra los enemigos de la patria. Por otra parte, el Conde Volpe (Christoph Waltz), dueño de una feria ambulante, lo obliga a trabajar como títere estrella -y el único viviente- de su espectáculo infantil. Una vez más, Del Toro balancea los elementos fantásticos (no falta la ballena ya clásica, y se suman otras criaturas) y la recreación de época (con aparición del mismísimo Benito Mussolini). También logra enriquecer la aventura con drama, humor y altos niveles de complejidad. Un tono más arriesgado que el de las típicas producciones infantiles, aunque nunca olvida la esencia de Pinocho: el amor y los detalles que de verdad nos otorgan humanidad. Se observa en el protagonista y en otros personajes, como Spazzatura (sonidos, no voz, de Cate Blanchett), la mona asistente de Volpe que aprende a querer al niño maderoso, y Sebastián J. Grillo (Ewan McGregor), el narrador de la historia y residente del propio muñeco andante. El director sigue sin esconder las sutilezas a la hora de disparar sobre figuras represivas y manipuladoras, lo que también es parte de su sello. Con su versión de Pinocho, Guillermo Del Toro contribuye a refrescar un clásico que trasciende fronteras y edades.
Antes de su estreno en Netflix el mes que viene, uno de los proyectos más personales y demorados del realizador mexicano finalmente ve la luz en algunos cines seleccionados. «Guillermo del Toro’s Pinocchio» es un film de animación en stop-motion que comenzó a gestarse hace más de 15 años. Guillermo del Toro es uno de los directores más importantes de la cinematografía mexicana y también de la internacional, cosechando grandes éxitos en distintos géneros y estilos. Desde «Cronos» (1993), «Mimic» (1997) y «El Espinazo del Diablo» (2001) que el director viene coqueteando con el género fantástico y el terror. Tras su paso por el cine comiquero con la secuela de «Blade» en 2002 y la primera parte de «Hellboy» (2004), al artista se le fueron abriendo las puertas de Hollywood para seguir profundizando en la más pura fantasía y ensoñación, así como también en los monstruos (tanto literales como abstractos) y pesadillas que lo fascinaban. Luego de haber filmado la maravillosa «El Laberinto del Fauno» (2006) y «Hellboy II: The Golden Army» (2008), Guillermo decidió embarcarse en uno de sus proyectos más deseados que sería básicamente una adaptación más oscura de la novela italiana «Las Aventuras de Pinocho». Del Toro estableció que ninguna forma artística lo había influenciado más en su vida y obra, que la animación y en particular el pequeño personaje del niño de madera con el cual sentía una especie de conexión. Finalmente, tras varias idas y vueltas, la clásica obra de Carlo Collodi se materializa en esta maravillosa y entretenida obra de stop motion que sirve para seguir ahondando en sus obsesiones y tropos predilectos, así como también para continuar ofreciéndonos un variopinto grupo de personajes extravagantes y seductores. El largometraje se ubica temporalmente entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. En Italia, Geppetto (David Bradley) y su hijo llevan una vida apacible y sin ningún tipo de conflicto hasta que ocurre una fatalidad (relacionada con un avión bombardeo) que ocasiona la muerte del pequeño niño, dejando a Geppetto sumido en una profunda depresión. Un día Gepetto decide crear una marioneta a semejanza de su hijo, con un árbol donde reside Sebastian J. Cricket (Ewan McGregor). Una deidad que lamenta el dolor del afligido carpintero decide darle vida al muñeco de madera para aplacar el dolor de Geppetto. Esta versión animada y musical de la conocida historia de Pinocho decide implementar una mirada más oscura, seria y adulta sobre el relato que fue llevado en contadas oportunidades a la pantalla grande (incluso esta es la segunda versión que llega este mismo año, ya que Disney estrenó una fallida versión live-action dirigida por Robert Zemeckis hace apenas unos meses). Se nota el amor de Guillermo del Toro por el personaje y la obra literaria original, llevando su mirada personal y sus temas recurrentes para exponerlos en un cuento infantil de manera acertada. Cabe destacar, que hay momentos algo oscuros y desafiantes para los más pequeños, e incluso algunas cuestiones que no podrán apreciar como el tema del fascismo en la Italia de los años 30, pero justamente la complejidad de la película hace que tenga un enorme abanico de lecturas y capas de interpretación. Incluso, podríamos decir que mientras que la versión original y la animada de 1940 hablan del buen comportamiento y la importancia de obedecer a los mayores, esta cinta avoca a una mirada más actualizada y progresista de encontrarse a uno mismo y razonar sobre lo que está bien y lo que está mal, antes de actuar. La animación cuadro a cuadro es exquisita y se nota el cuidado hasta el más mínimo detalle en los movimientos de los personajes e incluso en el diseño de los mismos. Los fondos y los sets también son demenciales en ese sentido, y se valora la decisión de Guillermo del Toro de mantenerse firme hasta el final para que la película sea realizada en stop-motion, lo cual la puso varias veces en jaque respecto al alto presupuesto que demandaba y las posibilidades de financiación. El elenco que además de contar con McGregor en un rol impresionante como Pepe Grillo, y a Bradley como Geppeto, también contó con el debutante Gregory Mann como el personaje del título, en un debut más que prometedor. Por otro lado, también participan Finn Wolfhard, Cate Blanchett, John Turturro, Ron Perlman, Tim Blake Nelson, Burn Gorman, Christoph Waltz y Tilda Swinton, redondeando un elenco de ensueño para la ocasión. Otro gran acierto del film es la banda sonora de Alexandre Desplat («The King’s Speech», «Argo») que termina de congeniar muy bien con la estética visual del film. «Guillermo del Toro’s Pinocchio» es probablemente una de las adaptaciones más inspiradas de la novela italiana, porque el director supo abordar el material de origen de forma única, apropiándose del mismo y dándole su visión de los personajes y de la fábula en sí. Una obra clásica resignificada que además conforma una proeza a nivel visual y técnico. Emotiva y conmovedora, esta versión de Pinocho es la que no pedimos, pero tampoco sabíamos que necesitábamos.
Tras su paso por diferentes festivales como los de Londres y Mar del Plata, y antes de su llegada global a la plataforma de Netflix (9 de diciembre), esta maravilla animada cortesía del prolífico y apasionado cineasta mexicano tendrá dos semanas en 24 salas argentinas que aceptaron estrenar el film en medio de las disputas entre exhibidores y streamers por las "ventanas" de exclusividad. Más allá de las controversias comerciales, se trata de un film que merece verse en la pantalla más grandes posible. Muchos directores / guionistas / productores de prestigio suelen llegar a Netflix, seducidos por la generosidad de su billetera y las facilidades de producción, con proyectos hechos “de taquito”, “con piloto automático”, lejos de la calidad artística de sus obras precedentes. Guillermo del Toro parece ser una de las bienvenidas excepciones a la regla: tras su estimulante Gabinete de curiosidades, ahora es el turno de un film que soñó durante casi dos décadas y que solo ahora, gracias a la N roja, logró financiar. La proyección marplatense comenzó con varios niños pequeños en la sala cargados de dulces y pochoclos. Las madres, que no sabían que se proyectaría la versión subtitulada (las voces originales son esenciales), ni tampoco que muchas de las imágenes eran bastante tenebrosas y truculantes, optaron por abandonar la sala junto a los pequeños a los pocos minutos de comenzada. Para el resto, cinéfilos jóvenes y no tan jóvenes, fue una experiencia fascinante, saludada durante los créditos finales con una ovación. Del Toro sabe que es, además de un autor extraordinario, una “marca” y es por eso que, con algo de petulancia y hasta arrogancia, le agrega últimamente su apellido a casi todos los títulos. No se trata entonces del “Pinocho de Carlo Collodi”, sino del Pinocho de Guillermo del Toro. Algunos verán en esta decisión la apropiación indebida de un clásico, pero es lo que todo gran artista hace a la hora de transponer una obra: apropiarse de la misma, hacerla suya, darle su impronta, amoldarla a sus propias obsesiones (incluso algunas que vienen desde la infancia). Lo concreto es que Del Toro está superando todas las dudas, todos los desafíos, todos los escepticismos (si algo no me interesaba antes de entrar al inmenso Ambassador 1 era ver ¡otra vez! una versión de Pinocho y menos después del reciente desatino de Robert Zemeckis para Disney+) y con esta película -codirigida con Mark Gustafson (colaborador en Meet the Raisins! y El fantástico señor Zorro)- se suma a la rica historia reciente de los grandes cultores de la animación stop-motion (léase las factorías Aardman de Peter Lord, Nick Park y David Sproxton, Laika, Carton Saloon o los trabajos de Tim Burton y Henry Selick). Narrada en off por el Sebastian J. Grillo / Cricket de Ewan McGregor, Pinocho de Guillermo Del Toro arranca la historia con la muerte de Carlo, el encantador y adorado hijo de Geppetto y cómo, en medio de un ataque de angustia y dolor, el brillante ebanista (la voz de David Bradley) construye el Pinocho de madera (Gregory Mann) que luego termina convirtiéndose en una suerte de hijo sustituto. La versión de Del Toro, como el personaje principal, adquiere vida propia y se transforma en un delicioso delirio visual, con su propia dinámica, sus momentos perversos y hasta su dimensión política (allí aparece el mismísimo dictador Benito Mussolini en una escena satírica y truculenta a la vez). La única objeción (mínima) son un par de momentos musicales que parecen haber sido concebidos con objetivos "oscarizables". Si la animación cuadro por cuadro es un deleite, una auténtica proeza técnica y artística (por momentos, en los pasajes más fantásticos, parece dialogar con la estética Ghibli del gran Hayao Miyazaki), no resulta menor el aporte de los notables intérpretes convocados para aportar sus voces: al mencionado Ewan McGregor, se les suman en personajes muchas veces secundarios Christoph Waltz, Tilda Swinton, Cate Blanchett, John Turturro, Ron Perlman y Tim Blake Nelson. Un auténtico dream team actoral para una película que propone una experiencia única que merece ser disfrutada en la pantalla más grande posible.
¿Como reinventar un clásico? ¿Cómo borrar del imaginario una versión que se transformó en ícono y que perdura por generaciones? Pues bien, en una de las más bellas adaptaciones del clásico de la literatura italiana, la respuesta llega con un contexto inesperado, el de la guerra, con Musolini haciendo de las suyas por ahí.
Publicada por Carlo Collodi en 1883 en Firenze, Le avventure di Pinoccio es una de las obras más leídas de la literatura universal y más adaptadas de todos los tiempos. Convertida al teatro, llevada al ballet, versionada en ópera y además hecha cómic o radioteatro; el cine añade sus miradas al texto desde que, como anota la académica María Begoña Arbulu Barturen de la Università di Padova: “La primera traducción española de la obra fue publicada en enero de 1900 en Florencia por la editorial Bemporad. El título era Piñoncito o las aventuras de un títere y parece ser que se realizó por encargo del embajador de la Argentina en Roma, a quien la traducción está dedicada”. Ya entonces Luigi Bacci ofreció una versión muy libre con relación al libro original, algo que es un denominador común de las diversas aproximaciones que realizó el cine desde que en 1940 Walt Disney concretó la suya. Curiosidades del destino, el doblaje al español que aún se escucha es el que por encargo organizó Luis César Amadori con las voces de Mario González, Pablo Palitos, Miguel Gómez Bao y Norma Castillo. Con lo que una nueva visita, y nueva adaptación, del universo del clásico sobre el muñeco de madera hecho a escala humana que cobra vida no debe sorprender a nadie. Si deslumbra por la fascinante experiencia con la cual Del Toro hace su relectura de este clásico trasladándolo a la Italia fascista durante la Segunda Guerra Mundial y añadiéndole un prólogo que explica la tragedia desde la cual Gepetto comienza a realizar la talla. A diferencia de otros Pinochos de la historia, aquí la tosquedad y cierta fealdad pueden evocar, por ejemplo, las primeras sensaciones al ver al E.T. de Spielberg. Como aquel, el rostro adquiere un indubitable halo de la ternura sobre el perfil del monstruo temible. Porque además de un enorme prodigio técnico de la animación tradicional “cuadro a cuadro”, el cineasta mexicano reelabora la distorsionada fábula moralizante sobre la obediencia en la que otras adaptaciones y miradas convirtieron al cuento de Collodi a través del tiempo para convertirla en una lectura inteligente sobre el dolor, la pérdida, el vacío, la fe y la culpa pero también en una sensible aventura sobre la libertad, la aceptación y las relaciones humanas, los vínculos afectivos y la construcción del parentesco filial. Tierna y macabra, alegre y triste, sensible y desafiante consigue un vigoroso cuento de hadas sazonado con humor y además algunas canciones, quizás no del todo oportunas siempre, pero efectivas gracias a la inteligente partitura del gran Alexandre Desplat que otorga vuelo musical al conjunto. Las voces originales dan gran densidad dramática a esta joya animada. La posibilidad de su disfrute en pantalla grande –a partir del 9 de diciembre estará disponible en Netflix–permite apreciar al milímetro los detalles con los que del Toro construyó la gran imaginería visual de este Pinocho y otro formato sería un reduccionismo estético. No es recomendable para niños: sí lo es para aquellos niños que quedaron escondidos dentro de cada espectador adulto.
El tan ansiado proyecto de Guillermo Del Toro de llevar a la pantalla el libro Pinocho, escrito por Carlo Collodi y publicada por primera vez en Italia entre 1882 y 1883, finalmente ve la luz luego de varios años de trabajo. El azar quiso que un par de meses atrás se estrenara otra adaptación del mismo texto, dirigida por Rober Zemeckis. La mejor y más recordada será siempre la que realizó Walt Disney en 1940, pero queda claro que es un texto con muchas posibilidades e interesante para acercarse nuevamente. Guillermo Del Toro ha buscado la forma de ser original en lo estético pero también en la historia que cuenta. En lo primero tiene logros parciales, en lo segundo la situación es más complicada. Guillermo Del Toro dice amar esta historia, aunque la altera en muchos aspectos y la destruye en otros. Le agrega drama, aporta un costado más abiertamente siniestro en ciertas resoluciones pero le quita la oscuridad que el libro tenía en otros. Es curioso como un proyecto tan personal produce una película tan irrelevante y sin profundidad alguna. Imaginemos que no conocemos la historia de Pinocho y que esto es lo primero que vemos. Ahí tendría una chance la película, pero al conocerla, descubrimos que saca de eje ciertos elementos para incorporar lo que seguramente es el gran sueño del director: darle importancia histórica a una historia que se movía bien sin dejar en claro en qué parte del siglo XIX se movía. Acá la historia se ubica en la Italia fascista, con Benito Mussolini en el poder. Pinocho, el muñeco de madera, ya no se desvía del camino escolar para ir de fiesta, ahora es reclutado como un artista y finalmente un candidato a soldado del régimen. Guillermo Del Toro retoma elementos de El laberinto del fauno (2006) y se nota que se siente a gusto con una pesada carga de solemnidad sin gracia. Sebastian J. Cricket -conocido en Latinoamérica como Pepe Grillo- sigue siendo un personaje complicado para el cine y tampoco nada ni nadie ha superado la versión clásica. Hay que sumarle, claro, que la película es un musical. Ninguna canción vale la pena y es lo más asombroso de todo. Uno imaginaría que algunas buenas canciones podrían mejorar el resultado, pero ni siquiera eso pasa. Tampoco la animación cuadro a cuadro otorga esa belleza que suele ser impactante en este estilo de historias. Pinocho de Guillermo Del Toro es la segunda película clase A que se hace del libro y es tan fallida como la otra. Es hora de darle un descanso a la historia.
Es muy bueno verla en cines, pero también es muy bueno que una plataforma como Netflix invierta en la libertad creativa de un Guillermo del Toro que se apropia con gusto del original de Carlo Callodi y le imprime sus visiones, obsesiones, opiniones. Asi como el cuento siempre a ha sido visto como un relato moral, donde Pinocho es castigado por desobedecer a sus padres, aquí el valor esta puesta en esa desobediencia. Como dice el personaje de El grillo (Con la voz de Ewan Mc Gregor) “ es una historia de hijos imperfectos de padres imperfectos…” Esos cambios incluyen la existencia de un hijo de carne y hueso de Yepetto, y como la época se cambia por el comienzo de la segunda guerra mundial, el pequeño muere por un bombardeo, y luego recién esta la creación del muñeco famoso. También aparece Il Duce Mussolini, hay una función muy especial para él de las marionetas, un entrenamiento para la guerra de Pinocho y otros chicos, y monstruos por doquier, algunos que homenajean a otros películas del director. Grandilocuente y seductora la propuesta es de visión imprescindible. Y además esta co dirigida por Mark Gustafson, con la exquisita técnica del stop motion. Y las voces originales maravillosas, además de la nombrada, EL conde Volpe hecho por Christoph Waltz, el mono Spazzsatura por Cate Blanchett, el muñeco por Gregory Man, el hada dividida en dos, el espíritu benévolo y la esfinge que le suele devolver la vida a Pinocho, por Tilda Swinton, son algunos ejemplos. Desbordada y emotiva, profunda cuando plantea la eternidad de Pinocho frente a la finitud de su mundo de afectos, oscura y luminosa por momentos, apabullante apabullante.
Pinocho traspasa la historia infantil para brindarnos una oscura narración sobre una profunda y sincera relación entre un padre y un hijo que también adquiere una sutil dimensión política.
Este jueves ha llegado a la gran pantalla la tan esperada versión de un clásico. Pinocho, la historia de una marioneta de madera quiere convertirse en un niño de verdad. Llamada simplemente Pinocchio, esta nueva adaptación se aleja de lo que el público conoce. El proyecto lleva la firma de Guillermo del Toro y presenta el tan conocido cuento infantil en versión animada, con un toque de fantasía y recursos de musical. Sin embargo, Pinocchio está sellada por el dolor y el trauma, ya que está enmarcada en la Italia fascista. Cuenta con un guion del propio director en compañía de Patrick McHale y con voces -en la versión en inglés- de Gregory Mann, David Bradley, Tilda Swinton, Ewan McGregor y Christoph Waltz. A partir de hoy se puede disfrutar en cines, y desde el 9 de diciembre también disponible en Netflix.
En la sección «Mar de chicos y chicas» del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata se exhibe la última película de Guillermo del Toro y Mark Gustafson, una nueva versión de Pinocho animada (stop – motion) y bastante musical que resulta espectacular de ver en la pantalla grande. Las voces de los personajes principales están interpretadas por Gregory Mann, David Bradley, Ewan Mc Gregor, Ron Perlman, Cate Blanchett y Finn Wolfhard, entre otros. El punto de partida de Pinocho es la pérdida, un tema al cual Del Toro recurre con crudeza y con tintes reflexivos en el largometraje. Gepetto perdió a su hijo Carlo durante la gran guerra cuando el niño tenía apenas diez años. Su depresión fue tan grande que los espíritus del bosque decidieron darle vida al muñeco de madera que él realizó con sus propias manos y que no tarda en transformarse en un ser que Gepetto quiere y protege con todo su corazón. A lo largo de las casi dos horas de duración del filme, Pinocho vive decenas de aventuras y momentos de extremo peligro. De ser tragado por un monstruo de mar gigante, formarse como soldado para ir a la guerra y ser víctima de disparos efectuados por un regordete y caricaturesco Mussolini. El nivel de creatividad de Del Toro no encuentra límites y aquí lo vuelve a demostrar. Las vueltas de este relato tan mágico como imprevisible atrapan al espectador desde un primer momento. Los vínculos que este pequeño juguete de gran corazón y desafiante personalidad construye son entrañables y conmovedores. Desde lo técnico Pinocho es impecable, el diseño de arte, y los rubros técnicos son de gran nivel. La música de Alexandre Désplat, compositor que trabajó con Del Toro en «La forma del agua», es conmovedora y acompaña los diversos climas que recorre la película. Si bien este filme se presenta en la sección «infantil» del festival, es una producción que por su mensaje, profundidad y estructura está destinada también al público adulto. Retomando la idea de la pérdida, Del Toro permite reflexionar sobre cuan valioso es seguir adelante cuando se pierde a un ser querido y lo que implica renunciar a cuestiones personales para poder acompañar y estar presente durante el tiempo de vida que le queda al otro: Pinnochio es inmortal pero nadie alrededor suyo lo es. Esta versión de Pinocho será recordada por su valioso mensaje, el gran nivel de su producción y el encanto que transmite al público. Una película tan emocionante y singular.
La ambigüedad pagana Hay una escena obsesiva en la filmografía de Guillermo del Toro: la de aviones de guerra sobrevolando en la noche, y soltando bombas, que siempre hacen blanco en un terreno habitado por niños. Símbolo claro de la inocencia quebrada, destruida y, sobre todo, decepcionada. ¿Puede decepcionarse un niño? Puede hacerlo el adulto, que se refleja en su propia infancia fenecida. Uno de los temas sobre los cuales Del Toro regresa, una y otra vez. Así, la siniestra, ominosa presencia de una bomba, caída sin estallar, y clavada en el patio del orfanato en El espinazo del diablo (The Devil’s Backbone, 2001) o las bombas “dejadas caer para evitar el sobrepeso”, que hacen blanco en la iglesia donde Carlo, el hijo de Geppetto, el carpintero, se ha quedado contemplando el Cristo de madera que su padre tallara en Pinocho de Guillermo del Toro (Guillermo del Toro’s Pinocchio, Guillermo del Toro y Mark Gustafson, 2022), se tornan símbolo y recurrencia. El hijo de Geppetto ha muerto. ¿Qué le queda si no entregarse al alcohol y la tristeza? Como sucede con Víctor Frankenstein, Geppetto -sus ecos continuarán en Inteligencia Artificial (A.I.; Steven Spielberg, 2001)-, es un hombre capaz de “crear” un ser animado por intercesión de fuerzas no biológicas. Mientras Frankenstein utiliza un medio que, equívocamente, hemos supuesto como “científico” -léase de Ciencia ficción-, aunque la novela no lo aclara (el cine es el responsable de que se acepte a la electricidad como dicho medio, por resultar visualmente más espectacular), Geppetto es auxiliado -por el mero deseo de su corazón-, por fuerzas sobrenaturales, feéricas en Disney y, más oscuras y paganas, en esta adaptación de Del Toro, que enlaza con el monstruo de Víctor Frankenstein el despertar a la vida de su Pinocho, un títere asombrado -una criatura recién nacida y fascinada-, y así de inocente, al conocer el mundo. El hada de Disney -tan arquetípica a la distancia, pero que no es un personaje original del libro, en el cual, desde el principio, se nos habla de un trozo de madera parlante, sin más explicación-, es sustituida por la “guardiana de las cosas pequeñas, perdidas y olvidadas”, que le otorga “un alma” al muñeco. La guerra, aquella acuciada especialmente por el fascismo -la España franquista de la citada El espinazo del diablo, y de El laberinto del fauno (Pan’s Labyrinth, 2006)-, será el marco, ahora, donde el inocente títere -con ansias de probar la vida, de comerse el mundo-, se mueva y se enfrente a la realidad. Del Toro ha cambiado muchas cosas, como hemos visto, y como sucediera ya en la adaptación de Disney (Pinocchio, Hamilton Luske, Ben Sharpsteen, 1940) que, a pesar de sus terroríficos elementos, en realidad ya disminuía toda la carga siniestra del original de Carlo Collodi, publicado en 1888. Del Toro conserva, en cambio, el pasaje de los conejos sepultureros, aquí muertos, con las costillas expuestas, que en el libro son negros como la tinta y enseñan al muñeco que, si no se toma su medicina, morirá. Pero prescinde -como en Disney-, de algunos de los pasajes más oníricos y, a la vez, más escalofriantes del original: la muerte del hada y la del Grillo Parlante -que con Disney adquirió el nombre de “Pepe”, tal como los enanos anónimos de la Blancanieves de los hermanos Grimm, adquirieran personalidad-, cuando Pinocho lo estampa contra la pared con un martillo. Del Toro juega con varios elementos y entidades precristianos: los ojos que flotan por la floresta -que Sebastián J. Grillo, pretendido escritor y malhadado autor de sus Memorias, denomina “viejos espíritus que viven en las montañas y bosques, que rara vez se involucran con el mundo humano”-, pero que una vez que toman forma, mutan en un querubín del Viejo Testamento, con sus dos pares de alas con ojos, o la esfinge greco-egipcia, personificación de la Muerte. Las hadas –la “hermosa Niña de los Cabellos Turquesa” en la obra original-, constituían resabios de las antiguas culturas europeas -divinidades menores, entidades de los “departamentos” de la naturaleza, capaces de intervenir en los asuntos humanos-, que siguieron presentes en los cuentos de hadas, pero que Del Toro reapropia y vuelve ambiguos, con sus buenas intenciones pero con oscuras consecuencias. El cristianismo, que no supo proteger a Carlo, se revela inútil ante el poder de estos seres primordiales, capaces de alentar la vida en un muñeco de madera. Toda aventura, en la novela original -y que se conserva en las poderosas escenas de la “Isla del Placer”, en la adaptación de Disney-, conlleva una enseñanza moral, bajo pasajes siniestros y macabros, que en esta película, Del Toro convierte en una reflexión última sobre lo efímero y, por lo tanto, valioso que es la vida. La película transcurre entre la maravilla y lo ya conocido, arropada por las notas de Alexander Desplat, que suenan demasiado parecidas a su partitura de La forma del agua (The Shape of Water, 2017), hasta el tropiezo de hacer demasiado abrupto el final, con lo cual, Del Toro, nos regala con la adaptación más triste que, de Pinocho, pueda haber.
Hablemos de la versión musical y animación stop motion de ‘Pinocho’, dirigida por Guillermo del Toro junto a Mark Gustafson y que está ambientada en Italia durante la década de 1930.
¡Mira papá, soy un niño de verdad! Gracias a pequeñas y medianas salas que apuestan a tener en cartelera películas que no están en cadenas comerciales debido a conflictos de meros intereses y poca amabilidad con el cine, es posible gracias a estos héroes sin rostro que tuve la oportunidad de ver en la gran pantalla (días antes del estreno en Netflix) Pinocho, la nueva y genial película realizada en stop-motion del ya galardonado y guía espiritual cineasta, Guillermo del Toro. Como era de esperarse y con la seguidilla de éxitos recientes en su tutela, la película es tan emocionante y fantástica como la fue aquella estrenada en 1940 por Disney y que vimos decenas de veces en televisión de niños. La historia en sí, es cuasi idéntica a la que todos conocemos: Geppetto pierde a su hijo debido a la guerra y el ascenso del fascismo en Italia y como forma de enmendar su dolor, fabrica de la madera de un pino una marioneta a la que es concedida vida y todas las responsabilidades que conlleva para hacer feliz a su padre. Sin perder tiempo, la trama nos inunda con los personajes tan fuertes que influyen en las decisiones y las aventuras que tiene Pinocho y en su afán por descubrir y emocionarse con el mundo que lo rodea, descubre que no todo es tan alegre como cree. Existen las guerras, los conflictos, la avaricia y todo tipo de oscuridades como así también oportunidades para la bondad y la amistad, factor que es determinante para la marioneta con ayuda de Grillo y Candlewick, su conciencia y su amigo del pueblo, respectivamente. Pinocho viaja por Italia como forma de ayudar a su padre en el espectáculo del Conde Volpe y en un suceso complicado con el mismo Mussolini termina reclutado como soldado del ejército donde de nuevo será víctima de las desgracias de la guerra y se enfrentará a un monstruo marino legendario para reunirse con su padre. De nuevo, esto es historia conocida aunque está nueva versión aporta varios giros argumentales muy simpáticos pero a la vez filosóficos como el encuentro con la muerte, el valor del trabajo y las consecuencias de la guerra en la sociedad. La animación por stop-motion aporta el carisma que necesita una historia así, es simpática y es una manera de lograr imágenes mucho más significativas con los personajes que aunque sean pequeños modelos de madera, están llenos de vida, cuadro por cuadro. De igual manera el reparto de voces está muy bien logrado con las actuaciones de Ewan McGregor (Grillo), David Bradley (Geppetto) y Gregory Mann (Pinocho) entre otros, como Cristoph Waltz, Tilda Swinton, Ron Perlman y John Turturro. Pinocho puede que salga de cartelera en estos días y haya pasado muy debajo del radar de las audiencias pero estará disponible desde el 10 de diciembre en Netflix y no es ningún tiempo perdido darle chance a esta historia tan maravillosa y tan lograda por el tremendo equipo que Del Toro armó con cariño. *Review de Agustín Boero
Nunca digas mentiras o la nariz te crecerá Al contrario de lo que sucede con tantos otros directores y guionistas de hoy en día que se la pasan robando a artesanos y obras de arte previas sin agregar a la amalgama algo nuevo, interesante, sensato, valioso o siquiera propio, algún mínimo detalle que separe al producto de turno de la catarata de opus semejantes del streaming contemporáneo y lo poco que aún continúa llegando a las salas tradicionales de cine, Guillermo del Toro sinceramente nunca tuvo demasiados problemas a la hora de reconocer sus influencias -apenas alguna que otra acusación de plagio de por medio- porque el cineasta mexicano se toma al asunto como un homenaje y sobre todo debido a que sí suma a la propuesta rasgos muy de su idiosincrasia de izquierda que logran sobresalir de inmediato en el reino de la intercambiabilidad anodina audiovisual del Siglo XXI. En este sentido basta con chequear sus últimas películas ya que así como La Cumbre Escarlata (Crimson Peak, 2015) se inspiraba en Los Inocentes (The Innocents, 1961), de Jack Clayton, y La Casa Embrujada (The Haunting, 1963), de Robert Wise, La Forma del Agua (The Shape of Water, 2017) estaba basada en El Monstruo de la Laguna Negra (Creature from the Black Lagoon, 1954), de Jack Arnold, y en El Hombre Anfibio (Chelovek-Amfibiya, 1962), de Vladimir Chebotaryov y Gennadiy Kazanskiy, y El Callejón de las Almas Perdidas (Nightmare Alley, 2021) ya era una remake explícita de Callejón de la Pesadilla (Nightmare Alley, 1947), de Edmund Goulding, o a lo sumo otra adaptación -muy parecida a la anterior- del mismo mítico libro de 1946 de William Lindsay Gresham. El estigma de las reinterpretaciones sigue su marcha hasta abarcar a sus dos opus más recientes, ambos en sociedad con Netflix, hablamos de El Gabinete de Curiosidades (Cabinet of Curiosities, 2022), una antología de terror, fantasía y misterio bastante errática y muy cercana a la producción literaria del inefable H.P. Lovecraft, y Pinocho (Pinocchio, 2022), una flamante versión de Las Aventuras de Pinocho (Le Avventure di Pinocchio), la archiconocida obra de Carlo Collodi publicada primero en forma serializada entre 1881 y 1882, en la revista infantil Periódico para Niños (Giornale per i Bambini), y después con la estructura usual de un libro en 1883, sin duda la acepción popularizada en todo el planeta. Del Toro anunció el proyecto originalmente en 2008 y recién una década después consiguió el respaldo necesario con la asistencia de The Jim Henson Company, ShadowMachine y Pathé y el financiamiento de Netflix, una compañía casi nunca preocupada por la calidad de sus productos o la exhibición en salas que en ocasiones opta por apoyar a autores concretos para fagocitar su prestigio en pos de conseguir premios que “legitimen” a la empresa en términos culturales o artísticos dentro del propio Hollywood. Ayudado de manera decisiva por el codirector Mark Gustafson, un animador veterano que participó en las recordadas secuencias en claymation o plastimación o animación con plastilina y/ o arcilla de Las Aventuras de Mark Twain (The Adventures of Mark Twain, 1985), obra maestra del rubro del gran Will Vinton, Oz, un Mundo Fantástico (Return to Oz, 1985), la querida secuela no oficial de Walter Murch de El Mago de Oz (The Wizard of Oz, 1939), de Victor Fleming, y Cerebro se Busca (Brain Donors, 1992), remake muy bizarra de parte de Dennis Dugan de Una Noche en la Ópera (A Night at the Opera, 1935), aquel clásico de Sam Wood con los Hermanos Marx, amén de haber sido el director de animación de El Fantástico Sr. Zorro (Fantastic Mr. Fox, 2009), lectura en stop motion/ animación fotograma por fotograma al mando de Wes Anderson de la novela homónima de 1970 de Roald Dahl, Del Toro estuvo cuatro años construyendo Pinocho y lamentablemente su versión llegó en un momento en el que el personaje y el periplo de Collodi están demasiado agotados porque venimos de dos exégesis recientes y de muy alto perfil, primero la versión para adultos y en live action de Matteo Garrone del 2019, un film digno que se alejaba del sustrato meloso y castrador de tantas acepciones previas, y segundo el opus de este mismo 2022 de Robert Zemeckis, verdadero bodrio que formaba parte de la andanada interminable de remakes en live action de The Walt Disney Company a partir de sus epopeyas animadas de antaño, en este caso vampirizando a la faena de 1940, un opus colectivo dirigido por Ben Sharpsteen, Hamilton Luske, Bill Roberts, Jack Kinney, Wilfred Jackson, Thornton Hee y Norman Ferguson, pobres esclavos del mismísimo Disney, tirano patético de su época que todo se lo atribuía. Desde hace años se sabía que el mexicano optó por el stop motion y movió el grueso de la acción desde las postrimerías del Siglo XIX de Collodi a la dictadura de la Italia fascista (1922-1943), no obstante la trama comienza tiempo antes, en la Primera Guerra Mundial, cuando el carpintero bucólico y viudo Geppetto (David Bradley) pierde a su hijito Carlo (Gregory Mann) como consecuencia de un bombardeo de las Potencias Centrales sobre una iglesia en la que estaba trabajando con motivo de un Cristo para el púlpito principal. Veinte años de lamentos de por medio, el maestro carpintero una noche lluviosa se emborracha y decide cortar un pino que había plantado y visto crecer, a metros nomás de la tumba de su vástago, para crear un títere que reemplace al finado, árbol en el que a su vez pretendía vivir un insecto parlanchín, Sebastián J. Grillo (excelente desempeño de Ewan McGregor), quien es testigo de la aparición de un Hada de la Madera (Tilda Swinton) que se conmueve por el suplicio del anciano y le otorga la vida al precario muñeco, Pinocho, con Sebastián oficiando de guardián -a cambio de un deseo en suspenso- porque el insecto ya estaba muy cómodo viviendo en su corazón. Pronto nuestro mocoso se gana la desconfianza de toda la comunidad, encabezada por un sacerdote (Burn Gorman) y un militar y operador político del fascismo bautizado Podestà (el genial Ron Perlman, actor fetiche de Guillermo), para colmo Pinocho capta la atención de un ex aristócrata reconvertido en empresario circense y militante fascista, el Conde Volpe (Christoph Waltz), el cual se obsesiona con explotar al protagonista en un espectáculo de marionetas a cargo de un babuino, Spazzatura (Cate Blanchett). Entre una escolarización frustrada, un contrato leonino con Volpe y visitas de ultratumba que lo ponen en contacto con la Muerte (Swinton de nuevo), quien le explica que puede regresar una y otra vez al universo de los vivos porque no respira como ellos, el títere actuará un tiempo a las órdenes del conde, será asesinado por un secuaz de Benito Mussolini (Tom Kenny) y terminará confinado al campamento militar juvenil de Podestà, junto con el hijo del susodicho, Candlewick/ Mecha de Vela (Finn Wolfhard), para poco después ser tragado por un monstruo marino gigantesco y reencontrarse con su progenitor. La versión de Del Toro compensa con sabiduría humanista lo que le falta en frescura, por una fábula ya muy quemada en el inconsciente colectivo, y no sólo es la mejor desde el film de 1940 del emporio Disney sino una de las más sorprendentes, maduras y perspicaces -en términos de discurso y valentía formal- porque retoma esa animación para adultos de los 80 que gustaba de disfrazarse de “apta para todo público” para que no molesten los sultanes de la infantilización consumista ni los ejecutivos descerebrados del mainstream, mérito que se magnifica si pensamos que esta Pinocho dialoga -por oposición tácita- tanto con el sustrato conservador y muy moralista de Collodi como con el fetichismo fantástico y melodramático de Walt, siendo los principales cambios la reconversión del Cochero en Podestà, de la Isla de los Juegos en el llamado Proyecto Militar de Elite para Jóvenes Patriotas Especiales y del gato Gedeón, el zorro Honrado Juan y el titiritero Strómboli/ Comefuego/ Mangiafuoco en el Conde Volpe, además de la desaparición de la subtrama de la transformación en burro -ahora sería, en todo caso, en oficial fascista pero esta metamorfosis no llega a concretarse- y las referencias a la parábola del “creador que pretende desprenderse de su creación” símil Frankenstein o el Moderno Prometeo (Frankenstein or the Modern Prometheus, 1818), de Mary Shelley, algo que tiene que ver con un minimalismo evidente, léase este trasfondo de “menos es más”, y con un enfoque osado que no le esquiva a temáticas como el óbito, la paternidad imperfecta, el fundamentalismo político e ideológico, las actitudes caprichosas pueriles, la violencia como cultura institucional, la manipulación de masas y el fenómeno de los niños soldados vía secuestro y lavado de cerebro. Más un relato gótico que un cuento de hadas remozado ya que lo que se busca es el autodescubrimiento de un yo autónomo y no tan imitativo posmoderno, la propuesta considera a los colegios como instituciones de control social y a la rebeldía como un sinónimo de pensamiento independiente aunque sin garantía de erudición, sin escaparle tampoco a la ortopedia emocional detrás del muñeco, el eterno rol de cómplice de la Iglesia Católica en las dictaduras y el quid paradójico de una industria del espectáculo que permite expresiones de descontento pero explota a los artistas. Sin corrección política de antojo marketinero y con pocas y buenas canciones de Alexandre Desplat y un glorioso diseño de producción basado en las ilustraciones de Gris Grimly para la edición de 2002 del libro de Collodi, Del Toro no sermonea a su público e incluye una mayor presencia de Geppetto porque en esta oportunidad la paternidad es muy importante, desde el rechazo inicial del purrete a la aceptación cuando se ausenta, esquema narrativo que corre en paralelo con un retrato de época que a su vez funciona como una excusa para un pacifismo antifascista de una enorme vigencia en el nuevo milenio ya que satiriza a la histeria comunal de derecha, el militarismo, el culto a la personalidad, la uniformización intelectual, la hegemonía oficialista, la idiotez sumisa del vulgo y la cobardía que se escuda en discursos de odio y la mentalidad binaria del amigo y el enemigo para todo, símbolo de los pelmazos que desconocen la gama de grises de las sociedades humanas. Mucho mejor que lo que hubiese sido una odisea en stop motion del Tim Burton de El Extraño Mundo de Jack (The Nightmare Before Christmas, 1993) y Jim y el Durazno Gigante (James and the Giant Peach, 1996), ambas de Henry Selick, El Cadáver de la Novia (Corpse Bride, 2005), codirigida junto a Mike Johnson, y hasta Frankenweenie (2012) si no se hubiese vendido asquerosamente al mainstream, Pinocho por un lado supera a trabajos recientes y atractivos como Dios Loco (Mad God, 2021), opus de Phil Tippett, y La Casa (The House, 2022), de Emma de Swaef, Marc James Roels, Niki Lindroth von Bahr y Paloma Baeza, y por el otro lado obvia la ligereza del Selick de Coraline (2009) y Wendell & Wild (2022), la amargura ultra fatalista de $9.99 (2008), de Tatia Rosenthal, Mary & Max (2009), de Adam Elliot, y Anomalisa (2015), de Charlie Kaufman y Duke Johnson, el marco indie freak del Anderson de El Fantástico Sr. Zorro e Isla de Perros (Isle of Dogs, 2018) y las bufonadas de Nick Park y Steve Box modelo Pollitos en Fuga (Chicken Run, 2000) y Wallace & Gromit: La Batalla de los Vegetales (Wallace & Gromit: The Curse of the Were-Rabbit, 2005). Entre la melancolía, la mortalidad y el grotesco, el astuto realizador mexicano elimina toda fantasía demagógica y recupera la metáfora del embuste a la vista de todos menos del mentiroso…
El Pinocho de Guillermo del Toro no tiene como meta convertirse en un niño real, su mundo no es uno de lecciones morales y recompensas fáciles, sino uno lleno de crueldad, muerte y violencia.
En la historia del cine, tuvimos varios años donde se estrenaron películas de temáticas muy parecidas, siendo una como mínimo buena, y la otra mala. Este año pasó lo mismo, ya que recibimos dos adaptaciones de Pinocho diferentes. Una por el amado por todos Guillermo del Toro, y otra por alguien que hace rato no hace nada bueno, como Robert Zemeckis. El resultado de esta última ya lo conocemos, así que veamos que nos dio el buen Guillote en esta ocasión. Esta vez conocemos como Geppetto perdió a su hijo Carlo, y tras una noche de borrachera, se decide a crearse un hijo de madera, Pinocho. Lo que no pensaba es que este títere iba a cobrar vida, y que él mismo, lejos de ser obediente, es bastante rebelde. Así es como la vida los hace separar, pero el amor que se tienen es más grande. Si, olvídense de la versión que nos viene dando Disney desde siempre, ya que esta vez, nuestro Guillermo favorito, decide apegarse más a la historia original que luego el ratón se encargó de deformar con el paso de los años. Y es en esas diferencias donde Guillermo del Toro´s Pinocchio empieza a brillar con luz propia; ya que estamos ante una película animada de stop motion, pero para grandes. Y esto no solo lo decimos por la crudeza de algunas escenas, o por el detonante del conflicto principal, algo que a leguas se nota que no es para los chicos. Sino que, en varios momentos, quien les habla (un boludon de treinta y seis años) se encontró llorando como pocas veces lo hice en este 2022. Me saco el sombrero ante Del Toro. Y no podemos dejar de hablar del elenco de voces. A destacar en especial el trío principal compuesto por David Bradley como Geppetto, Gregory Mann como Pinocchio y Ewan McGregor como Pepe Grillo. Estos tres la rompen, en especial Bradley, también conocido como “el que hacía de Walder Frey en GoT”. El veterano actor tiene una cadencia y timbre de voz que le vienen perfecto para esta versión de Geppetto, que se aleja de ese anciano 100% noble que siempre se nos vendió. Por último, mencionar la animación. Usando el stop motion, este proyecto le demoró a Del Toro más de diez años, y viendo el resultado final, valió la pena tanto trabajo y esfuerzo. Solo esperamos que no le roben el Oscar a Mejor Película Animada en la próxima edición… En conclusión, Guillermo del Toro´s Pinocchio es una obra de arte. Es la clara diferencia cuando vemos una película por un verdadero artista, y no por un x que hace un proyecto sin alma. Para ver, disfrutar, llorar y volver a ver.
El realizador de “Hellboy 2” (2006) t «El Callejón de las Almas Perdidas» (2022) concibe en “Pinccho” una cuenta pendiente fundamental en su trayectoria: quince años de espera transcurrieron desde que comenzara a gestar el proyecto, allá por 2007. Contemporánea al acercamiento en plan live action que Disney estrenara a comienzos de 2002 (dirigida por Robert Zemeckis), su trayecto cinematográfico se remonta al clásico animado de 1940. En el mientras tanto, la tecnología cinematográfica avanza a pasos agigantados y existen lugar para tantas reversiones como miradas posibles de retratar el fenómeno. Esta versión musical en animación stop motion nos llega del mano del inagotable genio de Guillermo Del Toro. Ambientada en la Italia de los 1930s, el fascismo va creciendo alrededor del entrañable Gepetto. Estamos en plena era del nefasto Mussollini, inmersos en la Segunda Guerra Mundial. Un muñeco de madera cobra vida y dota de ilusión a los sueños de su creador; buena madera de pino para hacernos compañía en la infinita soledad. Instantes en dónde reflexionamos con profundidad: ¿somos los seres humanos títeres del sistema? Emblemática novela publicada en 1883 por Carlo Collodi, en una revista infantil de época, “Pinocho” se convierte en la nueva apuesta fuerte de del realizador mexicano para Netflix, luego de emprender, en labores de producción, el formato seriado episódico de la terrorífica “Gabinete de Curiosidades”. Del Toro aplica aquí un estilo que no pierde la esencia de la obra original, al tiempo que reconocemos cierta huella autoral del realizador mexicano, capaz de equilibrar ese tan costoso balance que implica el acto de transposición literaria. Es así como harán su aparición criaturas espectrales y seres mitológicos, reconocible fauna que abunda en la imaginería del fantástico cineasta. Comprendemos una historia que no estará despojada de oscuridad, inmiscuyéndose en el humor, la fantasía e, incluso, la mirada política. Las fuerzas acaban por equilibrarse a lo largo de este sugestivo relato de imperfectas relaciones paterno-filiales. Tarea difícil resulta evitar el lugar común a la hora de abordar una clásica historia revisitada infinitas veces, cometido que logra con creces. Precisa hasta lo sorprendente en la parcela técnica, a este cine tallado a mano se le une el proverbial Alexandre Desplat, quien concibe su enésima joya musical. Un reparto estelar de voces engrandece la resultante: Ewan McGregor, David Bradley, Cate Blanchett, John Turturro, Ron Perlman, Tim Blake Nelson, Christoph Waltz y Tilda Swinton, son algunos de los intérpretes convocados. Del Toro no pretende echar cucharadas edulcoradas respecto a la versión original. Prefiere la emoción en estado puro, la sensibilidad a flor de piel y una acción desbordante. Influye en su forma de arte como primaria referencia un abordaje a la animación que aquí se propone explorar y diversificar. Ante nuestros ojos se expande una obra maestra meticulosamente diagramada. Camino a los Premios Oscar como Mejor Película de Animación, se trata de una película hecha con corazón, profundidad y sustento, virtudes difíciles de encontrar en tiempos de exiguo cine pensante. Horas dedicadas al detalle y artesanía humana invertidas en un material fílmico de refinado estilo favorecen una veta estética reconocible en similares productos como “Isla de Perros” (2019, Wes Anderson).
EL TIEMPO QUE SOMOS La Pinocho de Guillermo del Toro (así, “de Guillermo del Toro”, porque se destaca la firma del autor, pero también que esta es una versión muy personal) es una película que contiene muchas de las obsesiones del director, y que encuentra en su cruce con el texto de Carlo Collodi tal vez el mejor territorio para que las mismas se desarrollen con enorme precisión. Hace tiempo que el director mexicano viene buscando en otros lugares (adaptaciones de comics, remakes) aquello que comulgue con sus propias ideas, y parece haber encontrado aquí la historia exacta en la que puede reflexionar sobre todo lo que siempre ha reflexionado sin que se anule el carácter creativo de su obra ni el elemento narrativo: los marginados, la monstruosidad intrínseca del ser humano, el discurso fascista y los totalitarismos, el paso del tiempo surgen como tópicos lógicos en un relato que fusiona cuestiones indispensables del texto original y otras que son propias del director. La alquimia lograda es envidiable, Del Toro parece haber nacido para contar esta historia. De entrada la técnica del stop-motion nos envuelve en un mundo que suena tanto a cuento de hadas como a pesadilla, una tragedia puesta en contexto en la Italia fascista de Mussolini. Y en ese marco, la historia de un padre (Gepetto) que pierde a su hijo luego de que una Iglesia fuera bombardeada por error. Los símbolos religiosos están presentes por todos lados en la película de Del Toro (codirigida con Mark Gustafson), fundamentalmente cuando luego de haber conseguido la vida, Pinocho se sienta reflejado en otra figura de madera a la que los demás, sin embargo (y a diferencia de lo que sucede con él: notable secuencia en una iglesia mediante), veneran: Jesús. El camino del personaje es el mismo del texto original (y del modelo que Disney desarrolló con el clásico de los 40’s) aunque aquí pensado más a la manera de un calvario: un muñeco de madera que un hombre talla como forma de remedar la muerte de su hijo (en una escena cercana al horror, con ecos de Frankenstein), y que por un elemento mágico obtiene la vida. Y ahí comienza la travesía, el relato moral sobre cómo ser personas buenas a través de la ilustración (Pinocho se siente tironeado entre la obligación de ir a la escuela y la fama instantánea que prometen los oportunistas que se cruza en el camino) con un Pepe Grillo cantarín que funciona, siempre, como conciencia. Puede que en el relato que construye Del Toro algunos aspectos del original queden relegados debido a la excesiva autosuficiencia que se le otorga a Pinocho, por ejemplo el mismísimo Pepe Grillo que aquí pierde un poco el norte o resulta demasiado accesorio, más allá de ser quien lleva el relato desde la voz en off. Sin embargo hay decisiones notables que minimizan esos aspectos y que indican que en verdad el director tiene otras intenciones con el personaje: si bien, como decíamos, está presenta el tema de la ilustración, el asunto pasa aquí más por la idea de la libertad contraponiéndose al totalitarismo, las propias decisiones contra aquello que impone el poder, el adoctrinamiento. Y la liberad, incluso, a riesgo de equivocarse. Porque de esas decisiones, de esas búsquedas, se edifica la vida de las personas, una experiencia única e intransferible. Algo que rebota en el fabuloso epílogo de la película (lo mejor que filmó Del Toro hasta el momento) y que se vincula tal vez inconscientemente con Inteligencia Artificial de Steven Spielberg, que era a su vez una reversión libre de Pinocho. Allí se habla del paso del tiempo, de su tragedia como experiencia cuando vamos dejando cosas atrás, y de cómo esa vivencia es la que en definitiva nos talla como humanos. Del Toro encuentra una última imagen increíble, el fruto de un pino que cae, y una frase que aplica como lacónica reflexión: Somos eso, un momento en el tiempo. Y no hay más nada. La emoción es incontenible, por más que los créditos nos regalen una canción bonita y un simpático paso de comedia de Pepe Grillo con la voz de Ewan McGregor.
Pinocho de Guillermo del Toro Basado en el cuento clásico de Carlo Collodi, Pinocho de Guillermo del Toro es un musical que sigue el viaje de un niño de madera que es traído a la vida mágicamente gracias al deseo de un padre. La historia está ambientada durante el ascenso del fascismo de Mussolini en Italia. Es una historia de amor y desobediencia, mientras Pinocho lucha por estar a la altura de las expectativas de su padre. Otra película que pudimos ver anticipadamente y en pantalla grande, a pesar que dentro de poco estará en Netflix. Visualmente deslumbrante, graciosa y triste a la vez, con una bajada de línea política expresa y una maravillosa selección de voces (el grillo de Ewan McGregor se roba todo), Pinocho nunca fue retratado de la manera que lo hicimos gracias al matiz del gigante del Toro.