Allí donde se cruzan el documental y la ficción En una entrevista posterior al estreno de La mujer sin cabeza, su tercera y hasta ahora última película, Lucrecia Martel afirmaba que el cine es un arte pequeñoburgués (un lujo fue la palabra utilizada por ella) que no amerita que nadie trabaje gratis ni sea maltratado. Comenzar con esta cita una crítica sobre Porfirio, película del colombiano Alejandro Landes incluida el año pasado en la Competencia Latinoamericana del Festival de Mar del Plata, es dar de lleno en el centro más controvertido de un relato tan rico como digno de discutirse. Si bien la afirmación de Martel refiere a los miembros de un equipo de rodaje, incluyendo a los actores, sin dudas es posible extenderla para abarcar a una película en todas sus etapas: el cine no tiene derecho a abusar de nadie, tanto se trate de personas como de personajes. Y si una sensación puede llegar a aparecer en algunos pasajes de Porfirio, entre las muchas que su historia es capaz de provocar, es que hay momentos, contados pero evidentes, en los que el director se permite una sordidez impostada que no le hacen honor a una historia con méritos suficientes como para darse el lujo (aquella palabra exacta) del efectismo. La complejidad de esta película no sólo involucra la dureza de su historia, sino también el tipo de registro elegido por Landes para realizar el relato. Porfirio navega las agitadas aguas donde se cruzan el documental y la ficción y está compuesta de equilibradas dosis de ambos. Porfirio Ramírez es un hombre al final de la mediana edad que ha quedado inválido al recibir una bala perdida proveniente de un tiroteo entre dos bandas, policías y narcos. Aunque está claro que la que le tocó en desgracia fue disparada por un arma oficial. Mientras espera con paciencia que avance el juicio que inició contra el Estado, para que éste se haga cargo de su situación, Porfirio sobrevive y sobrelleva su condición con un heroísmo construido de lo cotidiano. Gana unos pesos alquilando su celular como si se tratara de un teléfono público; se baña ayudado por su hijo; hace el amor con una mujer más joven con la que mantiene una tierna relación. Y espera. Aunque la historia que cuenta Landes es real y cada protagonista se interpreta a sí mismo, no se trata de un documental, sino de una reconstrucción ficcionalizada de la vida de Porfirio Ramírez luego de su tragedia personal. Con lo cual todo aquello que se muestra no corresponde al registro directo de la realidad, sino que se trata de una representación de ella que responde a los giros que le ordena un guión. El detalle no es menor e ignorarlo puede llevar a confusión. Desde una delicadeza visual que deviene construcción poética, Porfirio asume y sostiene la decisión de contar la historia con una cámara que mira el mundo desde la altura en que lo ve este hombre en silla de ruedas. La misma altura de un niño: no son pocos los puntos de contacto entre un hombre postrado y un nene, desde su necesidad de ser asistido en lo más básico, hasta los sueños que el propio protagonista narra y que de a poco lo acercan a un final amargo. A pesar de planos, escenas y secuencias de innegable belleza, Landes acaba por confundir la miseria con lo miserable, y se permite llevar su retrato de Porfirio Ramírez a extremos a los que no era necesario llegar. No se trata de escandalizarse por aquello que películas de Lars von Trier (Los idiotas) o José Campusano (Vikingo), por dar ejemplos contrapuestos y recientes, ya demostraron que puede ser justificadamente incluido en un relato. Se trata de que no todo relato amerita los mismos recursos y de que los personajes en la pantalla merecen el mismo respeto que las personas en las butacas. Manipular a ambos sólo para obtener un efecto narrativo es un lujo tan evidente como discutible. A veces dos escenas consiguen poner en cuestión los méritos de una película entera. Esta es una.
Los olvidados El brasileño Landes -formado en los Estados Unidos- rodó en Colombia con aportes españoles y argentinos la historia real de Porfirio Ramírez Aldana, un hombre que en silla de ruedas y con dos granadas escondidas dentro de su pañal para adultos secuestró un avión para exigirle al Estado que le pagara la varias veces prometida indemnización por la bala perdida de un policía que se incrustó en su espalda y lo dejó hemiplégico. Pero Landes llega justo hasta el momento en quie se desata el hecho policial (hay un muy logrado epílogo musical al respecto) porque lo que al director de Cocalero le interesa es describir la vida rutinaria, angustiante, pletórica de insatisfacciones y dificultades de Porfirio junto a una mujer y a su hijo adolescente en un barrio popular. La narración se nutre, se contagia de la sequedad, la aridez de ese universo gris (por momentos patético) de su protagonista y eso hace algo ríspida la visión, pero precisamente en el rigor, en la falta de concesiones y de demagogia está el principal mérito de este más que interesante film colombiano.
Posiciones encontradas: Ética y Estética Porfirio (2011) es un film extremo que genera la disyuntiva sobre si está bien o no someter a su protagonista a una serie de situaciones humillantes, para recrear el sufrimiento vivido, pese a ser necesario para alcanzar la representación total del dolor y obtener un resultado artístico pocas veces visto. Alejandro Landes (Cocalero , 2007) cuenta desde la ficción una historia real protagonizada por los mismos personajes implicados en el hecho. Porfirio Ramirez, un inválido motriz, que sufrió un accidente laboral que lo dejó en sillas de ruedas, lucha día tras día contra la burocracia estatal para conseguir un rédito económico. Hasta que cansado de tantas vueltas pergeña cometer un atentado aéreo con dos granadas escondidas entre sus pañales. Este caso fue real y sucedió en Colombia hace algunos años atrás. Porfirio es un film contradictorio que lleva a tomar posiciones encontradas sobre la ética y la estética. Desde lo formal resulta más que interesante la forma en que Landes eligió para llevar adelante el relato desde un marco ficcional. Todo lo que vemos fue real y sus actores son los mismos que lo protagonizaron, pero no deja de ser una puesta en escena por más que dé la sensación que se está frente a un documental de observación. Hay rupturas estéticas y narrativas que lo convierten en un film apasionante y único. Donde más ruido puede hacer Porfirio es en lo ético. Y la pregunta es si era necesario someter al protagonista a situaciones extremas de humillación física, sexual y emocional. Para ésta pregunta las respuestas pueden ser varias o tal vez no las halla. Hipotéticamente si uno accede a realizar las premisas que se le piden hay un común acuerdo, pero si dichas acciones se hicieron mediante la manipulación ¿son valederas? Preguntas que abren un debate sobre lo ético más allá de estético. Porfirio es una película de rupturas que, pese a los cuestionamientos que cada uno le pueda hacer sobre las formas para generar un hecho artístico, hay que ver casi por obligación. Aunque el debate sobre los límites entre el cine y las formas elegidas para llevar adelante una representación esté abierto.
Todo el dolor de la dependencia Porfirio se gana la vida vendiendo minutos de celular, en Florencia, un pueblo cerca del Amazonas. Tiene dos hijos, su mujer lo abandonó y a veces tiene sexo con una joven vecina, que es madre soltera. Porfirio se mueve en silla de ruedas, a raíz de un tiro que recibió en la columna, sus piernas quedaron inmovilizadas y su hijo tiene que ayudarlo hasta para higienizarse. Pero el hombre tiene una gran vitalidad y energía, aunque a veces cuando está solo llora, porque su realidad se le vuelve horrorosa al tener que depender de los otros constantemente. PERSONAJE REAL La película del brasileño Alejandro Landes es una docu-ficción, porque emplea a un personaje real y lo filma en situaciones que de uno u otro modo tienen un guión detrás, que se ‘dibujó’ extrayendo algunos de los momentos más esenciales que forman parte de la vida cotidiana de Porfirio Ramírez (Colombia, 1955). ¿Por qué el director se interesó por este personaje? Debido a que en 2005 leyó una noticia en un diario, en la que se comentaba que un discapacitado secuestró un avión rumbo a Bogotá. Tres meses después el cineasta golpeó la puerta de la casa de Porfirio y con el correr de los años, lo convenció de que él mismo fuera el protagonista de una película sobre su vida. La cámara de Landes sigue a Porfirió desde sus situaciones más íntimas, hasta que él mismo corre calle abajo en su silla de ruedas, para ver si su abogado tiene alguna novedad sobre su expediente, en el que solicita una pensión al gobierno. Porfirio además de dejar que los días transcurran observando a la gente pasar por la puerta de su casa, compone baladas y muy bellas, con las que le gustaría editar un cd. TRAS UNA PENSION El filme de Alejandro Landes, por momentos resulta hermético, se quisiera saber algo más de ese personaje, de su localidad cercana al Amazonas. Pero no. La cámara se ‘pega’ a Porfirio y no lo deja. A su vez, el realizador hace su propia interpretación de lo que significa el cuerpo para ese hombre que no puede caminar y que de algún modo ve vedada su intimidad, porque siempre está dependiendo de su hijo, o de la joven vecina. Es muy buena la actuación del verdadero Porfirio Ramírez frente a la cámara, ante la que pierde todo pudor y exhibe una simpática y casi ingenua espontaneidad, lo mismo ocurre con su hijo Jarlinsson Ramírez Reinoso.
Un caso real que daba para thriller político Colombia, 12 de septiembre de 2005. En pleno vuelo, un joven y su padre secuestran un avión con 25 pasajeros. La noticia trasciende por un hecho harto curioso: el padre es un discapacitado en silla de ruedas, y oculta dos granadas entre sus pañales. Tiene un motivo: quiere que el presidente escuche su reclamo de indemnización, ya que está así a causa de un confuso tiroteo policial. Hace años que está así, y encima la burocracia lo ningunea. Esta película muestra al protagonista del hecho y su familia, representando sus vidas ante la cámara. No es exactamente un documental, ni enteramente una ficción. Es un híbrido. Por cierto, su historia permitiría hacer un film de suspenso, grotesco y denuncia política. Pero el director Alfredo Landes («Cocalero») ha preferido centrarse en un costado menos atractivo, más concreto y realista: el día a día de ese hombre, el trabajo de buscavidas desplazándose por calles irregulares, la humillación de depender de los demás para bañarse y cosas peores. Para que nos pongamos en su lugar, pone la cámara a la altura de un lisiado en su silla. Así comprenderemos su infierno y purgatorio, y su indignada rebeldía ante la indiferencia de los empleados públicos. Por suerte, el propio lisiado también nos brinda momentos graciosos, ejemplos de fortaleza, y hasta una escena sexual con su esposa, aunque el momento no tiene nada de erótico. Parecen dos muñequitos de Botero. Ah, ¿logró al fin la indemnización que reclamaba? No, pero le dieron ocho años de arresto domiciliario.
El valor del personaje Porfirio Ramírez Aldana es un personaje por demás interesante: quedó postrado tras recibir una bala perdida de la policía en medio de un tiroteo con delincuentes y realizó un curioso proceso para reclamarle al Estado colombiano que lo indemnicen. Claro está, no tuvo demasiado éxito en su pedido. Pero aclaremos: Porfirio es también un personaje real y se interpreta a sí mismo en el film. Y lo que vemos en el film que lo tiene como protagonista es su cotidianeidad, mientras permanece en su silla de ruedas y se relaciona con un entorno particular en un registro conectado con el cine latinoamericano festivalero de las últimas décadas. La película de Alejandro Landes, conocido en estas tierras por Cocalero, retoma cierto registro documental pero le suma un grado de ficción que hace jugar al film en una línea de intertextualidad constante: el protagonista se recrea a sí mismo, en una película que no es un documental puro y a la vez es una ficción al filo de lo documental. Este juego narrativo pone al film en una instancia crítica: lo que tenemos es un verosímil con pretensión de verdad, pero evidentemente manipulado. ¿Cuánto de esto es entonces tolerable y cuánto necesario, teniendo en cuenta el grado de sordidez que a veces inunda el relato? Lo curioso y más interesante en el trabajo de Landes, es ver cómo revierte cierta tendencia del cine latinoamericano provocador, un poco en la línea del mexicano Reygadas: aquí hay sexo entre personas que no son las de catálogo (como le gusta al mexicano), pero hay distancia respecto de tomar esto como una reflexión sobre vaya uno a saber qué asunto. Por el contrario, hay disfrute, liviandad, algo de diversión. El sexo en Porfirio no busca el sensacionalismo sino estimular las sensaciones de personajes en condiciones especiales. De todos modos, se podría decir que a Porfirio le sobran varios minutos de una contemplación repetitiva y que incluso comete el pecado mortal de dejar en off un episodio fundamental para el personaje, el cual no vamos a contar aquí para no frustrar parte de la tensión que adquiere la película sobre el final (pero si tienen ganas, pueden husmear en las noticias en Google). Pero sepan que allí aparecen algunos elementos del thriller y que el director lo maneja con solvencia. Lo curioso es que, por el contrario, opta por “contar” esos episodios de manera verbal, por medio de una canción simpática, sí, pero distante expresivamente de lo que la película proponía hasta el momento. En ese no mostrar para contar de manera oral, se limitan los resultados finales de una película que tiene sus varios atractivos, cinematográficos y políticos.
La oscura esperanza Porfirio es pobre, paralítico y fue estafado dos veces. No le quedó más que el sexo. Y una idea. Disparatada, de esas que podría tener quien no tiene nada que perder. El director Alejandro Landes no le ahorra nada al espectador para mostrar la precariedad en la que vive el personaje. Y sin embargo, allí está buena parte del mérito de este filme basado en la realidad, la de un hombre humilde que quedó postrado luego de recibir un disparo en la espalda. Por esa razón entabló una demanda al Estado colombiano. Como el caso no avanzaba, consiguió dos granadas, subió a un avión y al llegar a Bogotá exigió hablar con el Presidente para reclamar su indemnización. Tras la negociación, le prometieron 100 millones de pesos. Nunca se los dieron, y lo condenaron a prisión domiciliaria por poner en riesgo la vida de los cien pasajeros del avión. Landes, radicado en Miami, se mete como un intruso en la casa de Porfirio y en su vida, y muestra desde cómo se resuelven problemas cotidianos como la higiene personal, el sexo (explícito) hasta los tiempos muertos de su vida, con lo cual, además, logra poner en primer plano la impotencia, y también la esperanza, ante la injusticia.
Publicada en la edición digital #245 de la revista.
En busca de la felicidad En Colombia, el pueblo vive (o sobrevive) con labores que dejan apenas un pequeño margen para comer, pagar alquileres y educar a los hijos. En ese micromundo se desarrolla la vida cotidiana de Porfirio, un hombre de bigote incipiente y labios gruesos que debe desplazarse en una silla de ruedas, que para él es no sólo el soporte de su cuerpo, sino también el apoyo de cada una de sus acciones. Con un teléfono celular que pende de su cuello y al que alquila a sus vecinos para todo tipo de llamadas, Porfirio desea que el Estado lo apoye en la aventura casi quijotesca de lograr que contemplen su estado físico y lo ayuden económicamente. Pero ese Estado es sordo y burocrático, y ese hombre deseoso todavía de ser útil decide tomar la justicia por su propia mano y por medios nada convencionales. El director y guionista brasileño Alejandro Landes, que con Cocalero (2007), su primer largometraje, logró importantes premios internacionales, sitúa su acción dentro de ese marco de terror que vive el pueblo colombiano y del que Porfirio es un claro exponente. Siguiendo el derrotero cotidiano de su protagonista, el realizador se detiene en momentos aparentemente callados, banales entre la tragedia y lo humorístico. Rodada con medios artísticos y técnicos que dejaron de lado lo grandilocuente y lo melodramático, Porfirio es, a la vez, un film simple en su capa externa y duro en la pintura de ese hombre que deja pasar sus días con el convencimiento de que, alguna vez, alguien lo mirará con ojos compasivos y comprenderá su dolor y su deseo de ser útil a pesar de sus piernas muertas. El elenco logró hacer de esta trama un bello retrato de alguien que desea seguir sirviendo a los demás y un abrazo fraternal a todos quienes están persiguiendo un sueño al parecer inalcanzable. La guerra colombiana es, aquí, el marco de esta historia. Pero el eje principal es ese Porfirio que lucha por ponerse de pie y gritar un triunfo que tiene escondido en su garganta desde hace mucho tiempo.
El brasileño Alejandro Landes realiza una película rigurosa, árida, sin golpes bajos de la aburrida vida de un hombre lisiado por una bala policial, que espera en vano la indemnización que le prometió el Estado. Su ansiedad, sus pequeños negocios, el sexo, su higiene. El film termina antes del hecho que lo hizo famoso: el secuestro de un avión con granadas escondidas en su pañal para reclamar justicia. Hay una canción final reveladora. Film de autor, duro, terrible.
Tomar un avión en silla de ruedas El director de “Cocalero” basa este filme en la historia real de un aeropirata con una historia muy particular. Una película que comienza y termina en un mismo lugar, lo cíclico de la vida. La existencia repetitiva de un tal Porfirio Ramírez Aldana, quien en septiembre de 2005 llegó a la tapa de los diarios por el intento de secuestro de un avión, granada en mano. Tamaña sorpresa se llevaron las autoridades aeroportuarias al dar con un terrorista en silla de ruedas al que luego se sentenció a ocho años de arresto domiciliario. El realizador Alejandro Landes ( Cocalero ) encontró en esta noticia el motor de su nuevo filme donde viajó a Florencia, Colombia, para proponerle la idea al aeropirata Porfirio: actuar de él mismo, con trámite de permiso de trabajo de por medio. Lo mejor de esta película es que en ningún momento el espectador sospechará que se está frente a un virtual recluso, al contrario, el entrañable protagonista será visto como una víctima de una bala policial que lo dejó postrado en una silla de ruedas. Y desde esa dura realidad, despega el filme que muestra con un detalle y crudeza envidiable cómo es el día a día en la vida de una persona cuyas piernas no responden. La vivienda es su cárcel, desde donde Porfirio contempla el repetido paso de los días y noches, amparado bajo el cuidado de su hijo Lissin y su pareja Jasbleidy, el amor hecho fuerza de uno y otros para superar situaciones. El aseo personal al detalle (baño -solo y en pareja-, cortar las uñas, lavado de dientes) se contrasta con imágenes fuertes, escatológicas. Sr. Landes: ¿era necesario mostrar a Ramírez hacer sus necesidades? Porfirio vende minutos de telefonía celular, se aísla en su micromundo de Florencia (Colombia) y está harto que lo llamen erróneamente a su teléfono público móvil. Los planos obvios de su deseo de volver a caminar (viendo por televisión una carrera de caballos en donde se enfocan las patas del equino), la lucha contra un estado que lo ignora pero juzga y gambetear a vendedores de remedios “milagrosos”, que lucran con la desesperación ajena, son algunos de los frentes que toca Porfirio , filme que no deja al protagonista como una víctima ni tampoco cae en lo lacrimógeno o el golpe sino que se centra en la crudeza de sufrir una limitación física y sus consecuencias. El día a día. Recién pasados los 45 minutos de película el protagonista saldrá de su vivienda para hacer trámites, una bocanada fresca a un argumento que corría peligro de asfixia por su encierro constante. Pero logra salir a flote.
Sabrá la historia de esta publicación, y luego la historia del cine comercial en la Argentina, la razón por la cual estoy hablando de la misma película tres meses después de haberla visto y corroborado su estreno en el Malba. Supongo que esta es la instancia en donde escribir sobre una película se transforma en una suerte de apostolado. Los espectadores de “Porfirio” (entre los cuales me incluyo) sabrán de qué hablo a la hora de pensar, analizar, necesitar, y reclamar un espacio para todas las obras cinematográficas. Un hecho real disparó esta realización. Un hombre discapacitado, harto de todo, decidió hacer justicia por mano propia. Porfirio llegó hasta las últimas consecuencias, sin embargo el director elige contar los antecedentes. Aquí es donde se encuentra el mayor atractivo de esta producción. No me voy a aventurar con los nuevos términos. Encasillar a una obra como “docu/ficción” es, para quién escribe, un acto de cobardía artística. Me cito: “o haces ficción, o hacés documental, flaco” Es decir: ante todo soy espectador. Si sirve tomar una historia real para establecer un punto de vista sobre… no sé… la gente, la idiosincrasia, la política social, o lo que sea, genial. Registrar con una cámara a gente, haciendo lo que hace la gente, no es necesariamente una construcción cinematográfica. Para colmo no puedo quitarle valor a la decisión. El hecho que se desencadenó en noticia existió. Punto. Esto que vemos son las instancias previas a ser noticia en los diarios con el aditamento del protagonista real. En todo caso hay una decisión de armar un contexto. Mostrar qué llevó a Porfirio a hacer lo que hizo, aunque los que nunca hayan escuchado o leído su periplo lo vean, no significa una identificación circunstancial. Es una historia más del hombre contra la burocracia, pero luego… ni las imágenes, ni los encuadres, ni los testimonios, ni nada parecido, nos acerca a la visión del artista. Como si uno tuviera que tomar la parte por el todo. “Porfirio” es la historia de cada uno con la burocracia, pero soy yo, en este caso, el que decide interpretar lo que vio. Tuve tiempo para hacerlo y escribir sobre ello. Usted es un posible espectador… Sinceramente no sé que decirle. Supongo que, sin quitarle valores a “Porfirio”, me gusta guiarme por instinto a la hora de pagar una entrada. Para mí… el arte es, entre otras cosas, una toma de decisión. “Porfirio” es “una puerta a…” El tiempo es suyo.