En el nombre del padre, trucho Hay un bosque pero lejos de un cuento de hadas a pesar de que la protagonista vive en un cuento de hadas al comienzo. O por lo menos eso le hace sentir el líder de una secta, esas que pululan en este mundo donde la fe y el apocalipsis ganan simpatizantes a cada segundo. Entonces, se desdibuja la fantasía cuando los primeros indicios de que detrás de ese cándido paternalismo se esconde el lobo entre sus ovejas dóciles, eficientes, deslumbradas con esos encantos retóricos que hablan de Dios, de misiones espirituales, de fines de una Era y esperanzas en el nuevo hombre, bajo la égida del neo hippismo, aislados en la naturaleza con enorme riqueza de árboles y cantos de pájaros, que aún hoy llega a penetrar en muchos jóvenes como Tamara, protagonista de esta co producción entre Chile, Argentina y España. El nombre de los hermanos Larraín y el de la directora Marialy Rivas (Guionista junto a Camila Gutiérrez) denota que estamos frente a una de las producciones más interesantes de lo que hoy ofrece la cinematografía latinoamericana, siempre con el antecedente de la opera prima Joven y Alocada, estrenada ya hace unos años en el BAFICI. También, un recorrido Festivalero que tuvo repercusiones tanto en San Sebastián 2017 como Toronto para desembarcar finalmente hoy en Argentina. Si bien se trata de un hecho real, la directora no enfoca su película hacia el relato pormenorizado de los acontecimientos sino que construye desde el punto de vista de Tamara (Sara Caballero) un film hipnótico por un lado y algo así como un anti cuento de hadas por otro. La pre adolescente es el centro de atención de un grupo, que tiene toda la fisonomía de secta, así como la elegida por el líder (Marcelo Alonso), quien además de sobreprotegerla y aislarla de cualquier contacto con personas ajenas al grupo, la envuelve en su seducción masculina. Sin embargo, Tamara concurre a clases, tiene cierta vinculación con compañeros y la mirada atenta de una joven profesora, quien detecta en ella cierta precocidad en materia de temas vinculados a la educación sexual. Impecable en lo que hace a los rubros técnicos, a la sutil transformación de la atmósfera onírica en una verdadera pesadilla, siniestra postal del abuso sexual y el abuso de poder, en la que la directora no apela nunca al golpe de efecto tan utilizado en películas de terror mediocres que pueden abarcar temáticas similares en relación a la cooptación de las sectas. Tal vez el uso de la voz off omnipresente es un recurso que le quita peso a la propuesta integral en términos cinematográficos, pero igual alcanza con creces para disfrutar de una película valiente y distinta.
Los niños de dios La directora chilena Marialy Rivas (Joven y alocada, 2012) transita con Princesita (2017) por el mundo de la pedofilia y las sectas a través del vía crucis de Tamara, una niña víctima de la manipulación religiosa. Basada en la historia real de una secta religiosa que abusaba de menores de ambos sexos, la segunda película de Rivas comienza como un cuento de hadas y termina como una noche de brujas. El cielo, el purgatorio y el infierno por el que transita una niña según su propio punto de vista sobre los hechos que la envuelven es el eje de un relato sobre el horror. A través de la mirada, el usa de la voz en off y una cámara que no descuida ni por un segundo su punto de vista, seguimos a Tamara (Sara Caballero), una adolescente de 12 años elegida por Miguel (Marcelo Alonso), el lider de una secta, para engendrar a su hijo, una especie de Mesías que continuará con la misión comenzada por éste en el plano terrenal. La manipulación y la perdida de la inocencia se convierten así en los temas centrales de una película que evita caer en los estereotipos de la morbosidad y el amarillismo para mostrar, con sutileza y sin subrayados, cómo, a través de la palabra, las drogas alucinógenas, el chantaje emocional, la mentira, la seducción, el terror y el aislamiento del mundo exterior, las sectas captan a los más vulnerables para utilizarlos como esclavos. Con sensibilidad y sin golpes bajos ni efectismos, Rivas trabaja una puesta en escena perturbadora, evitando mostrar más de lo necesario. Para contar el horror utiliza el fuera de foco, recurre a primeros planos, desencuadres y a una fotografía que vira de la saturación del dorado a las sombras, que junto a un sonido envolvente y una banda sonora climática, transmiten el peor de los calvarios al que puede ser sometido un niño que cree que las más crueles perversiones son parte de la normalidad.
El precio de descubrir su propio cuerpo Basada en un caso real, la nueva película de la directora de Joven y alocada tiene la forma de un cuento ilustrado para adultos y propone una alegoría sobre el abuso del cuerpo y la mente de una niña que acaba de transformarse biológicamente en mujer. “El cuerpo de la niña se había propagado también ese verano. De un momento a otro, ya no cabía más en su ropa de siempre”. El relato en off en tercera persona, omnisciente, abre el segundo largometraje de la chilena Marialy Rivas como quien comienza a leer una fábula infantil; los dibujos movedizos de campos, ríos, flores y mariposas no hacen más que completar ese cuadro. Princesita es, en más de un sentido, un cuento ilustrado para adultos, una alegoría sobre el abuso del cuerpo y la mente de una niña que acaba de transformarse biológicamente en mujer. También es, según se aclara en diversas notas periodísticas, una película basada en un caso real, aunque sus ambiciones de universalidad lo transciendan por completo. Tamara (la debutante Sara Caballero) tiene doce años y su vida cotidiana no se parece en casi nada a la de otras chicas y chicos de su edad: ella forma parte de un culto que, más allá de trascender la ortodoxia religiosa, no evita el caudillaje de un líder carismático y mesiánico, Miguel (Marcelo Alonso). Poco importa si Miguel es o no es el padre biológico de Tamara y el film nunca lo aclara: la joven ha sido elegida como el reservorio ideal para concebir y gestar la descendencia del Maestro y para ello es necesario prepararla, educarla, sostener su “pureza”, esperar a que la sangre entre las piernas marque el inicio del período de fertilidad. Con el apoyo del director de fotografía Sergio Armstrong (responsable, entre otras, de las imágenes de Tony Manero, El club y La novia del desierto), Rivas conjuga un universo visual que bordea lo extático: los ralentis y desenfoques parciales, el uso de una cámara que parece flotar y que, por momentos, recuerda al cine de Terrence Malick, se unen a un trabajo de posproducción que tiñe las idílicas escenas de colores saturados, a veces fantásticos. Siempre dentro de los confines del campo comunitario: la fotografía en el marco de la escuela, en el “mundo real”, se traduce en una paleta más convencional. Tamara debe salir y probar su resistencia a las tentaciones y allí se transforma en una chica similar a las demás, aunque un poco más reservada y misteriosa. “¿Duele la primera penetración?”, pregunta la protagonista en un papelito anónimo, durante una clase de educación sexual. Si en su película previa, Joven y alocada, la realizadora observaba detenidamente a una adolescente criada en un marco religioso (evangélico) tradicional, el descubrimiento de su propio cuerpo, los intentos de represión transformados en deseo, juego, goce y también exceso, en Princesita el tránsito de la infancia a la pubertad está marcado por los miedos y la imposición de la precocidad, la posibilidad de la maternidad convertida en vehículo utilitario, más allá de su disfraz de comunión íntima entre seres humanos y con la naturaleza. Y que, más allá de los aires de superación de viejos dogmas, termina anclándose en la más rancia de las reglas patriarcales: “No hay nada más grande para una mujer que dar vida”, es la frase admonitoria de Miguel. Más tarde, será aún más terminante: “Tu cuerpo no te pertenece”. Producida por Pablo Larraín, uno de los nombres indispensables del cine chileno contemporáneo, la película de Rivas va adquiriendo tonalidades de pesadilla a medida que la historia avanza hacia su desenlace y coda. Sin dudas, la misma historia podría haberse narrado de maneras diferentes, pero el énfasis de la realizadora en las formas fragmentarias, elípticas, evitando al mismo tiempo el exceso de psicologismos, rinde sus frutos: la verdadera naturaleza del terror que acecha a Tamara, el egoísmo y toxicidad de ese “hombre nuevo” mencionado por el líder, se revelan en toda su expresión durante los últimos tramos, cuando la heroína decide pasar de la pasividad a un estado de rebeldía. El castigo por haber osado hacer uso del cuerpo por fuera de las reglas comunales, pergeñadas por un hombre carismático y poderoso, es la falsa moraleja de este cuento de princesas oscuro, a su vez recordatorio de los horrores reales de este lado de la pantalla.
Estamos ante uno de los estrenos claves del 2018. Una experiencia incómoda y diferente que Marialy Rivas (Joven y Alocada) propone al espectador. Con vestigios de Reygadas, Lynch y secuencias oníricas de una belleza increíble, en el profundizar acerca de Tamara, la princesita del título, se desnudan las miserias de un sistema que se replica a gran escala y en cualquier lugar del universo.
Un film inquietante de la directora chilena Marialy Rivas (“Joven y alocada”) con producción de Pablo Larrain y coproducción argentina. Esta basada en hechos reales pero la directora eligió un camino distinto y poco común. Primero construye una suerte de cuento de hadas donde una preadolescente cuenta su estilo de vida en comunidad, con un gran respeto por su líder, que se sugiere es su padre, y una madre ausente – “tuvo que partir” dice la niña, confundiendo al espectador en un primer momento. De a poco, muy de a poco, lo que se ve idealizado con escenas que muestran momentos de alegría y juegos, se vuelve siniestro en juegos sexuales y en el destino de la niña, reservada para cuando después de su primera menstruación, sea la que engendre al sucesor del líder. Aunque suene inusual para este tipo de situaciones, la protagonista concurre a una escuela y será una maestra la que sospeche que no todo esta bien en ese mundo ideal que cuenta su alumna. Sin embargo será ella misma la que después de un ritual brutal tomará el destino de un cambio en sus manos. La película, que muestra en toda su dimensión los alcances de un verdadero lavado de cerebro, con ese líder machacando con intensidad, a la protagonista y al espectador, de una manera hipnótica, disfrazando sus intensiones, pero que nunca atenúa la dimensión de la perversión y la locura, tiene momentos difíciles de soportar. Algunos hilos quedan sueltos, otros son poco probables, pero eso no invalida un film valiente, provocador e incómodo.
Inquietante acercamiento a las desventuras de una niña sometida por el líder de una secta en el sur de Chile con la siempre provocadora mirada de la directora de Joven y alocada. Tras su elogiado debut con Joven y alocada (2012), la directora chilena Marialy Rivas filmó esta fascinante y al mismo tiempo desgarradora historia ambientada en el seno de una secta en el sur de su país. Miguel (Marcelo Alonso), líder y profeta de una comunidad neo-hippie, autogestionaria y religiosa, ha elegido a Tami (Sara Caballero), una niña de 11 años que vive allí, para que -apenas tenga su primera menstruación- engendre el hijo puro y santo que tanto desea para que sea su heredero y continuador. Sin embargo, como es la única integrante de ese clan -que vive aislado en el medio del bosque- que concurre a la escuela, Tami comienza a vincularse con uno de sus compañeros y su maestra empieza a sospechar que algo extraño ocurre. No conviene adelantar nada más, pero el film -que comparte algunos elementos con la estadounidense Martha Marcy May Marlene- contrapone el universo cerrado de la secta con el del pueblo donde está el colegio. Princesita -inspirada en un caso real- tiene cosas que funcionan muy bien (una puesta en escena hipnótica, casi propia de un cuento de hadas perverso, que remite por momento al cine de Lucile Hadzihalilovic y en el que mucho aportó el director de fotografía Sergio Armstrong, el mismo de El club y Neruda) y otras que distancian demasiado (una voz en off abrumadora y machacantes efectos de sonido), pero el balance final es tan valioso como inquietante. Aunque en principio poco tiene que ver con el tono bastante más lúdico y desprejuiciado de Joven y alocada, esta nueva película de Rivas comparte la apuesta por la provocación y la reivindicación de sus jóvenes heroínas.
La acción sucede en Chile y en estos tiempos. Tamara tiene 11 años y forma parte de una secta religiosa. Considerada como el hijo de "El bebé de Rosmary" o "Demian", alguien elegido para guiarlos en el nuevo mundo. Su destino está marcado: Tamara ha sido seleccionada como un ser superior y como madre de otro ser superior que deberá nacer de la unión de la niña con el líder de la secta, Miguel. Enviada a la escuela, pero a la vez criada en una suerte de sociedad libre, en contacto con la naturaleza, Tamara, casi mujer, conoce a un compañero del que se enamora. Y todo cambia. UN CASO REAL La historia ocurrió en parte y fue en Chile, en una pequeña localidad de Temuco, donde fue descubierta una niña, miembro de una familia que trabajaba en la zona rural, alejada de todos y con una formación de secta, que sin embargo iba al colegio y trataba de mejorar en sus estudios. Con estos elementos y agregando la aparición de un compañero de estudios, una interesante y nueva directora chilena, Marialy Rivas ("Joven y alocada"), ayudada por el presupuesto que asigna el Festival de Sundance a los filmes que despiertan su interés, rodó esta historia. "Princesita" tiene elementos de las fábulas y los cuentos de hadas de los hermanos Grimm, a la manera de "Blancanieves", el filme de Pablo Berger con Maribel Verdú; con elementos que lo acercan más al relato negro y sinuoso (a lo "Virgenes suicidas", de Sofía Coppola) que une facetas eróticas y una suerte de panteísmo naif exquisitamente ayudado por el tratamiento fotográfico que le da Sergio Armstrong. La contraposición entre los mundos en que se mueve la joven protagonista está lograda a pesar de ciertas limitaciones en la parte interpretativa de Sara Caballero, y lograda también la atmósfera surreal en que se mueven las ensoñaciones de Tami, tironeada por dos mundos opuestos, atmósferas a veces rotas por intervenciones sonoras. A pesar de cierta levedad en la mostración crítica de una sociedad machista y la delicadeza formal en la representación de la posibilidad de abuso, "Princesita" llama la atención por su tratamiento visual, así como su interés por el abordaje del concepto de secta en una sociedad organizada. A esto se suma la personalidad de una nueva directora latinoamericana poco convencional en la presentación de sus temas.
“Princesita” de Marialy Rivas. Crítica. Abuso de menores y fanatismo religioso. Bruno Calabrese El jueves 11 de junio, se estrena dentro del programa Cine Virtual en en cuarentena de www.puentesdecine.com la coproducción de Argentina, España y Chile. Por Bruno Calabrese. Tamara tiene 11 años, forma parte de una secta religiosa, dentro de la misma es considerada como alguien elegido para guiarlos en el nuevo mundo. El destino de la niña está marcado: ha sido seleccionada como un ser superior y como madre de otro ser superior que deberá nacer de la unión de la niña con el líder de la secta, Miguel. Enviada a la escuela, pero a la vez criada en una suerte de sociedad libre, en contacto con la naturaleza, Tamara, casi mujer, conoce a un compañero del que se enamora. A partir de ese momento todo cambiará. Basada en un caso real, la historia ocurrió en Chile, en una pequeña localidad de Temuco, donde fue descubierta una niña, miembro de una familia que trabajaba en la zona rural, alejada de todos y con una formación de secta, que sin embargo iba al colegio y trataba de mejorar en sus estudios. La directora toma todos estos elementos y agregando la aparición de una historia de amor infantil construye un film hipnótico sobre el abuso y la manipulación de la sexualidad infantil. Con un halo de inocencia, propia de las fábulas infantiles de los hermanos Grimm, el film comienza como un juego de liberación de una niña, pero a través de pequeños flashbacks nos va metiendo en la siniestra dinámica manipuladora de un líder sobre una vulnerable jovencita que está viviendo su despertar sexual. Las voces internas de Tamara comienzan a resonar en su cabeza, el amor por un niño la hacen poner en duda sobre su destino de ser quien lleve en su vientre al “enviado” hijo de su líder. La aparición de una maestra como confidente y fuente de confianza de la niña funciona como un quiebre en Támara, que sufre por la ausencia de su madre, fallecida, para poder expresar sus dudas sobre su cuerpo. “Princesita” incomoda con un el perverso juego de seducción en el que Miguel introduce a Támara, pero a la vez es un relato que indaga en la faceta psicológica sobre el despertar sexual con un perturbador y lisérgico planteo sobre el fanatismo religioso y los manipulación de los adultos en base a sus siniestras creencias. Puntaje: 80/100.
Había una vez Tres palabras mágicas se necesitan para dar comienzo a un viaje que inmediatamente nos trasporta a otro sitio y nos deposita en un universo donde todo puede pasar, lo sorprendente y lo increíble. ESTRENO ON-LINE: 11 DE JUNIO www.puentesdecine.com Eso es lo que hace la directora Marialy Rivas (Joven y alocada 2012) en su nueva película, inspirada en hechos reales en el sur de Chile. Con estilización y una narrativa alejada del cine clásico se adentra en el nocivo patriarcado cuasi religioso, y relata la historia desde la perspectiva de la niña-mujer. Tamara (Sara Caballero), de once años, vive en una secta que está regida por las reglas y creencias de Miguel (Marcelo Alonso), su líder, quien le impone un destino a la niña: procrear junto a él a su sucesor. Princesita (2017) nos sumerge en un ambiente idílico, de ensueños, mientra utiliza el recurso de la voz en off del narrador que nos invita al viaje, posteriormente esa voz se adhiere a su protagonista, lo interesante aquí es que este recurso adquiere la forma de una reflexión de lo acontecido, pero que el espectador todavía no vio. Si bien por momentos hay un abuso de la cámara lenta, es interesante como en el devenir del relato - que se aleja del cuento de hadas para convertirse en algo macabro y perturbador- incómoda e interpela al espectador. La fotografía esta al servicio de los mundos que se contraponen; el de la secta y el exterior, cuando la protagonista es enviada a una escuela. "La fábula o cuento de hadas que propone Princesita nos involucra de manera tal en su recorrido que es imposible salir ilesos y a la vez replantearnos el lugar de la mujer, su cuerpo y deseos, lo impuesto por el patriarcado y los dogmas. Es por esto que film chileno merece ser visto."
Que él la raptaba y la hacía su reina... Princesita es una película de Marialy Rivas (Joven y alocada) que basada en un caso real nos presenta a Tamara, una niña de 11 años a punto de tener su primera menstruación, que vive sumergida en una secta religiosa y fue designada por su líder para procrear a su heredero varón. La directora regresa en esta instancia a algunas cuestiones ya abordadas en su anterior film, pero en esta oportunidad el foco es mucho más claro en su crítica a la cultura machista y el patriarcado: Miguel (Marcelo Alonso) es un adulto que vive con una pareja francesa rodeados de jóvenes y niños, donde aislados del mundo comparten baños, ritos y saunas colectivos, a excepción de Tamara (Sara Caballero), quien es enviada al colegio del pueblo para demostrar que se puede mantener pura y virgen para procrear al sucesor de Miguel. La película (guion de Rivas y Camila Gutiérrez, con colaboración de Guillermo Calderón y Manuela Infante) da inicio con la llegada de la menstruación de Tamara, que se desarrolla mucho antes de lo que ella esperaba. La falta de preparación comienza a invadirla y a partir de eso se desarrolla todo su drama. En esta Princesita vamos a encontrar muchos prototipos machistas como la opresión del líder manipulador sobre esa niña (ya mujer), que la encierra en una idea del peligro y el temor a lo desconocido, como puede resultarle el amor: Miguel es el macho de la manda, el único que puede ser amado en una comunidad donde las mujeres están al servicio de los varones. La película mantiene una estética cuidada gracias a la fotografía de Sergio Armstrong, quien nos introduce en un ambiente aparentemente utópico, pero comparte la tensión de un Miguel manipulador con su “rebaño”. Mientras tanto, nos encontramos con una Tamara indefensa, debiendo elegir entre lo “correcto” y su voz interior (demasiado explícita, lo que le juega en contra a la historia). Princesita plantea un tema central y que desde hace un buen tiempo se encuentra instalado en la sociedad, pero por momentos la película lo presenta con un desarrollo bastante superficial donde queda librado a interpretación del propio espectador, como las formas en las que trabaja Miguel su manipulación o la participación de las mujeres en esa secta. Aún así el resultado final es importante en el sentido de continuar mostrando desde el arte la opresión de un sistema patriarcal y la reivindicación de las heroínas. Princesita no intenta ser una película de género, un policial o un drama, sino configurarse en un estilo propio, entre virtudes y defectos.
Después de su ópera prima «Joven y alocada» (2012), la directora chilena nos trae «Princesita», una película inspirada en hechos reales sucedidos en el sur de su país. La misma sigue a Tamara, una chica de 11 años, que forma parte de una secta, liderada por Miguel, un hombre que le impone un destino que pesará sobre sus hombros: llevar en ella a su sucesor. Sin embargo, el acercamiento a una vida distinta, algo que empieza a percibir en su nueva escuela, sembrará en ella una duda sobre su objetivo. La cinta comienza como si de un cuento de hadas se tratara, para ir transformándose cada vez más en una historia de terror. Una voz en off que plasma los pensamientos de la protagonista nos irá acompañando durante todo el film, un recurso un tanto abusivo, pero que logra plasmar la inocencia e ingenuidad de esta joven, altamente manipulada por su entorno, que a través de juegos y charlas va cayendo en las redes de este lugar y de su líder. A medida que transcurre la historia la protagonista empieza a dudar sobre su identidad, su rol como mujer y elegida, la vida de sus compañeros y la mirada que tiene sobre Miguel. Aunque no llega a comprender del todo lo que sucede, no es un camino que le place transitar. La película nos hace reflexionar sobre la manipulación, el abuso, el patriarcado, los mandatos sociales, entre otras cuestiones. Si bien podemos encontrar ese choque entre el discurso narrativo y los hechos que ocurren a su alrededor, esto se da de una manera muy sutil. La directora no recurre a golpes bajos ni escenas explícitas para mostrar el horror, sino que lo hace a través de una estética bien marcada: colores fuertes, fuera de foco, primeros planos a los rostros u otras partes del cuerpo. El efecto es el mismo, genera el espectador rechazo, dolor, desesperanza, sin embargo está cuidado. La banda sonora y su estilo inquietante también ayudan a crear este clima deseado. Debemos destacar la labor de su elenco, principalmente la de Sara Caballero, que logra plasmar la confusión de la protagonista, sus miedos, deseos, curiosidades e inocencia a través de sus miradas y formas de comportarse. Se encuentra en esa etapa de la vida en la que deja de ser una niña pero que todavía no llega a comprenderse como mujer. En síntesis, «Princesita» es un relato inquietante y perturbador sobre un suceso inspirado en la realidad. A través de un estilo muy cuidado y sutil, logra hacernos reflexionar sobre la manipulación, el patriarcado y las sectas y nos plasma la transformación de una joven en un entorno hostil. Sin dudas, nos dejará pensando y abrirá al debate. Nota importante: La película se encuentra disponible en Puentes de Cine.
Cuando una película empieza con “Habia una vez“, nada bueno puede resultar. Princesita no comienza así, lo hace con un “Cuentan que en las regiones australes nunca se había vivido un verano tan caluroso…” Un universo de la leyenda que intenta poner en funcionamiento, pero que ni siquiera la interesante animación inicial y esa voz over, pausada, extemporánea, de cuento bíblico va a salvarla. Ni a la introducción, ni a la película. Cierto exceso de literatura que seguirá con un tratamiento visual más cercano a la felicidad de la publicidad que, por supuesto, no tardará en pudrirse (algo que por otro lado el espectador espera). Siendo la felicidad la que se disuelve y no su estética publicitaria, parece radicar allí una falla central: una organización visual general que no acompaña la transformación psicológica o mental de toda la historia. Y una obviedad en el choque entre esa belleza y la terribilidad del abuso que, encima de todo, remarca y remarca la voz omnipresente, abundante y excesiva. - Publicidad - Qué mejor que ubicar esas patologías en el espacio de una secta: la película de Marialy Rivas, directora de Joven y alocada, está basada en una historia real, y se ubica en una secta, lógicamente radicada en algún lugar paradisíaco de las montañas de Chile y lógicamente también es manejada por un seductor y manipulador personaje que tiene bajo su ala a un grupo de niños, niñas y adolescentes. Tal vez sea digna de mencionar la finlandesa Midosommar, un fenómeno de las películas de sectas bastante actual. Una de esas niñas es Tamara, de 12 años, en pleno momento de cambio hacia la pubertad será la elegida para engendrar un hijo del líder, padre, mentor o protector. La voz de la niña toma la posta de la narración y será la encargada de ir guiando al espectador en su recorrido interno desde la percepción del protector al espanto de la violencia que finalmente se desatará. Princesita ya había tenido su estreno en 2018 en Buenos Aires, es una coproducción chileno-argentina-española y desde el jueves 11 de junio se puede ver por puentesdecine.com.ar. La película se involucra con un tema de por sí despreciable y de lo que el cine internacional tiene muchos ejemplos. La película se la puede aprecir desde esa intención, la de incorporar el tema del abuso infantil a un cine que no lo tiene. Sin embargo, tal como el tratamiento del femicidio, estos temas suelen relacionarse rápidamente con el trauma infantil, que deriva en la locura o la enfermedad del abusador y no en el acto delictivo con valor en sí. Naturaleza, religiosidad, amorosidad libre, comunidad y felicidad en la secta de Miguel conforman un nudo que hemos visto muchas veces en la historia en el cine. No faltará el sacrificio ni la liberación, ni la sensación de que detrás de los fuera de focos, los sonidos perturbadores y los bellos planos del paisaje exterior le falta algo de lo interior que la pelicula no termina de poder captar.
EL PARAÍSO PODRIDO Atención: esta crítica contiene spoilers. Una secta en el sur de Chile. Tamara tiene 11 años, y fue elegida por Miguel, el líder de su comunidad, para concebir a su sucesor: un niño divino, un hombre santo, nacido de la pureza de Tamara y de la sabiduría de Miguel. Ella, de todas las mujeres, fue elegida por El. Y eso la llena de incertidumbre, pero también le da una misión. Al fin y al cabo, Miguel es quien guía las vidas de todos los que viven en ese paraíso rural; el que tiene las respuestas, el que los cuida, el que les dicta cómo vestirse para estar a la altura de la belleza que los rodea. Sin darse cuenta, Tamara construye su identidad a partir de lo que Miguel representa, y de lo que él quiere para ella. Su cuerpo y su vida no le pertenecen, si no que pertenecen a un propósito mayor. A partir de esta premisa, Marialy Rivas vuelve a indagar sobre algunas de las inquietudes que ya estaban presentes en su ópera prima (ese pequeño clásico de culto que es Joven y alocada), pero tomando una distancia formal y de tono con respecto a aquella película. Si en Joven y alocada el despertar sexual de una joven dentro de una familia evangélica era retratado con un ritmo veloz y urbano, con liviandad y humor, pero sin pudor y sin renunciar a las emociones fuertes, en Princesita el tono es reposado, y la película se despliega como si se tratara de un cuento de hadas. La directora vuelve a cuestionar el lugar de la religión y de los cultos en el tránsito que va de la niñez a la adolescencia (y a la adultez, en el caso de su primera película), pero su interés principal está puesto en observar cómo la identidad femenina se construye a partir de los dictámenes y deseos del patriarcado. En Joven y alocada, la presencia de este tema era sutil; acá es explícito, e incluso va más a fondo, porque la cuestión del abuso (sexual, y de lo patriarcal sobre lo femenino, en palabras de la propia Rivas) atraviesa todo el relato. En un terreno que sin dudas es difícil y resbaladizo, fértil para la polémica, la directora elige avanzar sin subrayados ni regodeos; confía más en acompañar a su protagonista (la excelente Sara Caballero) en el descubrimiento de lo que esconde su normalidad. Si bien se impone una distancia inevitable con lo que vemos de la vida dentro de la secta, Rivas la muestra sin anteponer el horror, retratando a los jóvenes en sus actividades diarias con un registro que tiene más de Capitán Fantástico que de, digamos, Midsommar. Cuando Miguel (un notable Marcelo Alonso) revela sus intenciones con Tamara, comenzamos a ser testigos de la lenta desintegración del paraíso. La niña aún no sabe que corre peligro, pero intuye que algo no está bien. Es a través de la escuela, del interés por un compañero de curso, y de la intervención de una profesora, que Tamara encuentra el contraste necesario con su propia realidad, para empezar a comprender la situación. Marialy Rivas es una realizadora que no evita los riesgos, y es evidente que en Princesita los riesgos están presentes. Algunos problemas formales relacionados con el exceso (tanto de la voz en off como de la cámara lenta) pueden molestar, pero el balance brinda la posibilidad de dejarlos de lado. El problema mayor, el riesgo principal, aparece al final: cuando la violación sucede, Rivas enfrenta un reto problemático desde lo técnico, pero también desde lo moral y políticamente correcto. La resolución es efectiva, una escena elaborada como un sueño, donde el espanto evade lo morboso para construirse desde lo que apenas se puede ver. Y ese vaivén entre lo que se muestra y lo que no, resulta aún más desgarrador. Cuando vemos a Tamara tendida sobre esa especie de altar, con el neón de fondo y los cuerpos desnudos de sus agresores desparramados por el lugar, el horror está instalado, y lo que queda es dar un cierre. Ahí Rivas da un paso en falso, se deja ganar por una solución que tiene tanto de pereza como de intencionalidad ideológica. Las llamas, seguidas del momento más innecesario de la voz en off, dan cuenta de un trazo grueso que hasta entonces se había evitado, y hasta de una traición, porque la directora privilegia las palabras por sobre el plano. Y sin lograr derribarla, ese final amenaza con ubicar a la película en un lugar facilista, devorado por un espíritu de época.
Se reestrena en la plataforma digital de Puentes de Cine, Princesita, segunda película de la directora chilena Marialy Rivas (Joven y alocada). El film está basado en hechos reales ocurridos en el sur de Chile. La historia sigue a Tamara, de once años, que vive en una secta apartada en el bosque. El grupo sigue las creencias de su líder Miguel, quien le va insistiendo a Tamara que ella es la elegida y que debe tener un hijo con él. A la par, la niña acude al colegio donde se enamora de un compañero y la profesora comienza a sospechar que algo extraño pasa en la comunidad donde vive Tamara. La película transita con un correcto ritmo todas las preguntas y, a veces, respuestas propias que se hace una niña que está a punto de tener su primera menstruación. Su relación con otros niños y también su interés por un joven. Esta voz en off, que marca el relato, es la de la propia Tamara que se pregunta si es correcto o no lo que está sufriendo. Pero el contexto la lleva a un lugar ya retratado en otros thrillers de suspenso como es el de una secta. Este lugar, alejado de la sociedad, es una prisión, mental al principio, y física avanzado el relato. Las mujeres allí no son dueñas de su propio cuerpo. En vez de profundizar en esta comunidad y el por qué de su existencia, el guion sigue de cerca a Tamara y nunca se aleja de ella. No entendemos el accionar de los otros hombres o mujeres porque su protagonista no lo hace. La cámara y la puesta en escena refuerza esta idea, desenfocando algunas acciones o mostrándonos solamente el rostro de Tamara, víctima de este control. El personaje de la profesora no termina teniendo tanto peso en la historia como para justificar su presencia y se pierde en el relato ya que tampoco genera suficiente injerencia en las decisiones de Tamara. Princesita nos cuenta un mundo idílico que no existe, esta secta que quiere permanecer “pura” es todo lo contrario (como pasa habitualmente en estos tópicos). Sara Caballero hace un gran papel como Tamara, manejando bien sus silencios frente a la cámara y sus diálogos con voz en off.
Producida por Pablo Larraín (uno de los cineastas más trascendentales de la historia de Chile), “Princesita”, de Marialy Rivas, nos llega 3 años tarde. Y aborda un caso real ocurrido en el Sur de Chile, sobre una joven de 11 años que vivía en una secta. Ese anclaje es, de todas formas, totalmente universal, porque como es sabido, se trata de un tema recurrente en pueblos y zonas alejadas de las grandes urbes. La directora ya sabe lo que es abordar una historia de adolescencia, crecimiento femenino y despertar sexual. Su premiada ópera prima, “Joven y alocada” (2012), iba por esos lados. “Princesita” dialoga en el mismo universo, solo que ahora introduce la cuestión de una secta, que camufla lo referido al abuso sexual. Una historia así, podía ser filmada con todos los tópicos habituales, pero Rivas le encuentra la vuelta desde otro enfoque. Más bien diría cercana al cine de Terrence Malick, con lo que eso implica (para bien y para mal). La narrativa no parece seguir ninguna línea muy marcada, y se deja llevar por el impulso de lo poético, la ensoñación y un relato desordenado conducido por una cámara que parece flotar, como la de Malick. Aparece la voz en off que acompaña las imágenes en una excesiva cámara lenta. Dos componentes que impiden que la película fluya como es debido. Como experimento es curioso, pero la película se agota rápidamente en esos dos recursos. La virtuosidad técnica y estética no alcanzan para sostener los 70 minutos del nuevo largo de Rivas. Acaso el momento más interesante sea cuando aparece el personaje de la profesora. Una historia muy frágil que encuentra un punto de tensión allí, pero que rápidamente se dilapida y esfuma. “Princesita” tiene buenas intenciones, pero lamentablemente no alcanza.
La voz en off de Tamara, la protagonista, va llevando el camino del relato, en que traza la idea del despertar de sus emociones y la aceptación de la voluntad de Miguel, el líder. Pero el contacto con el mundo exterior y los cambios físicos que se producen en ella generan emociones que ni siquiera el teóricamente omnipresente líder puede controlar. Y allí es que echa mano de la utilización de la culpa y la manipulación para con Tamara, a quien ha ido tratando de inocular sus locas ideas de plan de reproducción del “Hombre nuevo”. Da miedo, casi, lo resonantes que son las palabras que Miguel utiliza, porque las dice con convicción y quienes se creen sus propias mentiras tienen usualmente la fuerza para que sus delirios de poder coopten la voluntad de quienes se someten y repiten lo que se les dicta.
“Princesita” es un oscuro cuento de hadas que aborda temas urgentes. Nos encontramos con el abuso infantil tratado desde el punto de vista de la víctima; atrapada y manipulada. Una niña que despierta al horror y rompe el circulo de abuso en el que se ve sumida, como una metáfora de la identidad femenina, construida bajo la aceptación de una cosmovisión que abusa, toma posesión y somete, siendo estos crímenes acallados. Se trata de la indefensión ante un predador y de observar la masculinidad avasallante como metáfora de un tiempo y una sociedad en donde el hombre heterosexual y blanco se instituye como fantasía para la mujer. Despojada de conceptos arcaicos, “Princesita” nos invita a pensar como funciona una mujer en la sociedad hoy en día. Mérito de una directora que recurre a la narración de voz en off, desde la subjetividad de su protagonista atrapada en esta secta. El uso de cámara lenta y la coloración fotográfica utilizadas como impacto emotivo en la incomodidad que repercute en el espectador, resultan dos virtudes técnicas a tener en cuenta. En la búsqueda del propio camino sanador, desde los ojos de esta niña la película nos habla de la identidad femenina que en ella se revela, presa en un mundo regido por hombres. Una realidad que, indudablemente, nos interpela.
MENTEPURA "Pocos saben y pocos preguntan eso que todos conocemos, provocando hasta miedo. El poder y el dinero se encargan de mantenerlo en secreto, sin embargo, la Directora y Guionista chilena, Marialy Rivas se involucra con el tópico de las sectas en Princesita, 2017. Una película inspirada en hechos reales sucedidos en el sur de Chile. Tamara (Sara Caballero), de once años, vive en una secta que está regida por las reglas y creencias de Miguel (Marcelo Alonso), su líder, quien le impone un destino a la niña: procrear junto a él a su sucesor. Pero ella se enamora de un compañero y esa relación estará reñida con el propósito de Miguel. Rivas se destaca por su poético y sutil estilo en fotografía, a la hora de elegir cada plano, los movimientos de cámara, construyendo una composición al detalle y enfatizando con contrastes según tema y momento emocional de los personajes y de las locaciones. Cada recurso es utilizado de manera favorable, los aportes más sobresalientes sean, la música, el vestuario y la utilería. Sin lugar a dudas, la interpretación de la protagonista Tamara (Sara Caballero), es uno de los fuertes del film. Aprovecha de manera maravillosa e inteligente, los paisajes naturales que ofrece; simulando un paraíso con los verdes del bosque, el celeste del cielo, el azul del agua, y una paleta de colores opuesta elegida para interiores y ciertos momentos fuertes. Los diálogos son fundamentales y minuciosos, al estilo de la Directora, debido a que esconden información y relacionándolos con el silencio, en detrimento a la libre expresión. El relato, está contado desde el punto de vista de la protagonista, con una voz en off que susurra. Muy astuta idea por cierto. Guion imprevisible, simbólico y poético, mantiene al espectador interesado en la trama, provocando nuestra empatía y sumergiéndonos por completo en tan delicado argumento. Por otro lado, la consistente construcción de personajes, establece la personalidad del protagonista y del antagonista. En otro acierto, puesto que atravesamos las experiencias junto a ellos, incluyéndonos en la película. "Manipulación, mentiras, palabras adornadas, líderes, mentes inocentes, capitalismo, silencios, miedo, víctimas, desconfianza, esclavitud, inseguridad. Son tan solo, algunos de los temas que se presentan en este muy bien logrado film. Lo que genera la Directora, es más que un relato inspirado en una historia verdadera. Logra nuestra reflexión, resultando una alegoría permanente a todos los sectores de la sociedad y a cada uno de nosotros. Espléndida en todo sentido y muy recomendable." CLASIFICACIÓN: 9/10 FICHA TÉCNICA: Dirección: Marialy Rivas Guion: Camila Gutiérrez, Marialy Rivas Casa productora: Fábula Producción ejecutiva: Mariane Hartard, Rocío Jadue Producción: Alejandro Zito, Fernanda del Nido, Gastón Rothschild, Ignacio Rey, Juan de Dios Larraín, Juan Pablo García, Pablo Larraín Producción general: Eduardo Castro Dirección de fotografía: Sergio Armstrong Montaje: Andrea Chignoli, Delfina Castagnino, Felipe Gálvez Dirección de arte: Polin Garbisú Sonido: Martín Grignaschi Música: Ignacio Pérez Marín ELENCO Nathalia Acevedo María Gracia Omegna Sara Caballero Marcelo Alonso Nahuel Cantillano Rafael Federman Emiliano Jofré Stefano Mardones Agustín Silva Isidora Uribe