Padre todopoderoso Querido papá (Baba Joon, 2012), película de Yuval Delshad que fuera elegida por Israel como representante en los 88 Premios Óscar y que tuvo gran repercusión en el Festival de cine de Toronto, resulta ser un film dramático que de manera simple y contundente se construye como el retrato de una familia y a la vez, de una comunidad en Medio Oriente. Una apuesta directa y que si bien no posee elementos novedosos, se aferra con firmeza en el espectador a partir de la relación de un padre con su hijo. Un factor de valor universal que logra socavarse bajo el ideal de identificación. Yitzhak dirige una granja de pavos junto a su esposa y bajo la supervisión de su padre que también estuvo a cargo de la misma siendo joven. El hombre quiere a toda costa que su hijo Moti, que acaba de cumplir 13 años, siga ese camino. Aún es pequeño pero su mayor deseo es que se vuelva un hombre duro con la fuerza necesaria para hacerse cargo de todo, al igual que él y que su abuelo. Sin embargo, Moti detesta la granja y no quiere saber nada de pavos ni ningún otro animal. Él prefiere la mecánica, lo electrónico y lo artesanal. Todo lo relacionado con construir con sus propias manos. El conflicto se agrava cuando llega el hermano de Yitzhak desde Estado Unidos, quién se dedica a la confección de joyas. Este tío es un renegado de su familia, otro que no quiso saber nada de la granja y escapo para hacer su vida. Moti verá en él la posibilidad de que existe la libertad de hacer otra cosa y alejarse de una vida que lo empuja al descontento. La película tiene elementos melodramáticos que si bien no tienen el ingrediente del evento amoroso, es oscura en cuanto a sus características: el parricidio, la herencia familiar, el hijo que reniega del padre, un padre autoritario y una madre que sólo contiene. Casi que podría no encontrarse novedad en lo enumerado, pero la película los presenta con la fuerza necesaria para impactar en sus imágenes desérticas y cotidianas. Con elipsis bien marcadas, hacen del tiempo un participe importante puesto que el misticismo de seguir el camino paterno llega a un momento crucial. Es hora de decidirse, y padre e hijo saben que van al fracaso. Todo es forzado: Un padre desilusionado pero ya sabiendo que su hijo es débil y no quiere la granja, y un hijo que sabe que nunca se hará cargo de ella aunque se vuelva fuerte. Todos empujados hacia lo que no quieren, y como todo lo forzado, termina un día por estallar. Es interesante también la relación con el trasfondo religioso. Más aun tratándose de una película procedente de Israel. Esa referencia a los padres que tienen una presencia muy fuerte sobre sus hijos, y la religión como elemento determinante para seguir existiendo. La llegada del tío es lo mejor, al ser un elemento foráneo que cuestiona todo lo estructurado, y poniendo en duda el orden. La suma total da la impresión de estar frente a una parábola o a un pequeño cuento cristiano con los personajes puestos a enfrentarse entre sí y esperando que aparezca Dios para salvarlos y les diga de la prueba a la fueron sometidos. Un film sincero y sin mayores adornos que impacta con su final emotivo pero que saca el jugo no solo de su argumento, sino también por ser una buena muestra sobre una región determinada, donde hay una forma de vida cotidiana particular y unos paisajes que solo se encuentran en esas tierras. Y lo hace de forma mesurada, no olvida que lo importante es la historia en que estamos sumergidos y así nada queda al azar en una película concreta y sencilla.
Aquellos mandatos incómodos A pesar del título, la ópera prima de Yuval Delshad, seleccionada por Israel para los premios Oscar, marca las diferencias entre un padre y un hijo pre adolescente, en la región desértica de Néguev. Por lo tanto, lo de “querido” podría llamar a la confusión, porque la rivalidad entre Moti -Asher Avrahami- con su padre Yitzhak -Navid Negahban- ocupa el centro de atención a lo largo de los 91 minutos que se desarrolla una trama que no escatima en drama, pero tampoco en sentimentalismo.
Relato sobre conflictos generacionales En esta ópera prima del guionista y director Yuval Delshad, film representante de Israel al Oscar extranjero, se describen las costumbres de una familia iraní radicada en la década de 1980 en la desértica región de Néguev, algo poco visto en los cines de ese país, donde es extraño encontrar que un director encare un proyecto acerca de una comunidad de ese origen. Yitzhak (Navid Negahban) es el rígido padre de Moti (Asher Avrahami), un niño de 13 años. El hombre heredó un criadero de pavos y bajo la supervisión de su padre quiere que su hijo siga la tradición del emprendimiento. Su misión en tanto será enseñarle cómo llevar adelante esa actividad. Pero Moti se encuentra entusiasmado por hacer inventos, la electrónica, la mecánica y lo artesanal. Recibe presiones por parte de su padre hasta que llega el tío renegado Darius (Fariborz David Diaan) desde Estados Unidos, con otra visión acerca de la vida, y quien escapó de la granja. Él junto a la madre del niño, Sarah (Viss Elliot Safavi), será adepto a que Moti escapar de esos mandatos. Querido papá es una película melodramática con pocas cuestiones que puedan llamarnos la atención. La herencia familiar, el hijo que maldice a su padre, el padre autoritario, la madre relegada a un segundo lugar, son realidades que conocemos y ya hemos visto. Pero lo característico del film es que se lo trata con dureza para comprender mejor esas situaciones cotidianas. Cuenta además con una extraordinaria fotografía y banda sonora, que le aportan a la historia sencilla la dosis necesaria como para convertirla en imprescindible. El film maneja también momentos realmente emotivos, donde es probable por momentos se transformen en naif, demasiado sentimental y con menos sutilezas, pero no por eso deja de ser un relato importante y modesto sobre un conflicto generacional que estalla en medio de la cultura de una comunidad poco vista en el cine.
Una auspiciosa ópera prima israelí sobre una conflictiva relación padre-hijo. Esta ópera prima del guionista y director Yuval Delshad -ganadora del premio a Mejor Película de 2015 de la Academia de Cine de Israel y, por lo tanto, representante de ese país al Oscar extranjero- es una auténtica rareza por varios motivos: el principal es que tiene como protagonistas a los miembros de una familia iraní radicada en la década de 1980 en la desértica región de Néguev y está hablada casi todo el tiempo en persa. Las relaciones entre Israel e Irán, se sabe, no son precisamente las mejores y que un realizador se ocupe (sin paternalismo ni culpa propia de la corrección política) de una comunidad de ese origen es un caso excepcional. Yitzhak (Navid Negahban, visto en la serie Homeland) es el rígido padre de un niño de 13 años llamado Moti (Asher Avrahami, en un extraordinario debut actoral). El hombre ha heredado un criadero de pavos del abuelo (Rafael Faraj Eliasi), un anciano de tono patriarcal que está siempre rondando, y quiere que su hijo siga la tradición y se haga cargo en el futuro del emprendimiento. Su misión, entonces, es enseñarle todos y cada uno de los pormenores de la actividad. Pero el querible Moti se apasiona por otras cosas; por ejemplo, inventar, trabajar con motores. Mientras sufre todo tipo de presiones (y agresiones) por parte de su padre, llega al lugar su tío Darius (Fariborz David Diaan), quien vive en el exterior y tiene una visión más “occidental” del mundo. El y su comprensiva madre Sarah (Viss Elliot Safavi) -que parece destinada a terciar siempre entre Yitzahk y Moti- serán sus únicos aliados frente al tiránico progenitor en su lucha por escapar de los mandatos paternos. Rodada con inteligencia y nobleza en locaciones reales, Querido papá (más que curioso título local para el tono de la historia) tiene además una excelente fotografía y una musicalización que, esta vez, aporta mucho más de lo que distrae. Puede que para cierto público tenga por momentos una dosis exagerada de sentimentalismo y cierto dejo naïf, pero estamos ante una de las óperas primas más valiosas y convincentes que el siempre sorprendente cine israelí nos ha regalado en los últimos tiempos.
Seleccionada por Israel para presentar al país en los últimos premios Oscar “Querido Papá” (Israel, 2015), de Yuval Delshad, narra el derrotero de un niño por encontrar su verdadera pasión frente a los embates de un padre estructurado y severo. El filme arranca con una bella escena en la que Moti (Asher Avrahami) se sube a una camioneta y gracias a la autorización de su padre (Navid Negahban) maneja unos metros el vehículo. Esa primera escena es tan solo una pequeña muestra de todo aquello que luego no acontecerá en el filme, ya que Moti, será severamente adiestrado para cumplir con las rutinas más exigentes con el objetivo de continuar con un negocio familiar que se muestra en clara decadencia. Itzhak (Avrahami) es un hombre que mantiene diariamente junto a su pequeño hijo y su mujer (Viss Elliot Safavi) una granja de pavos. La tarea lleva a que la mayor parte de tiempo todos estén abocados a diferentes actividades relacionadas con esto y nunca tienen un momento de esparcimiento u ocio. Siendo Moti un niño, con sueños, anhelos y esperanzas, tal vez en el colegio o cuando realizan rezos en el templo al que acuden, es que deja volar sus ilusiones infantiles más allá del umbral de tolerancia de su padre. Y justamente el filme narra eso, la tensión que entre Moti y Itzhak se genera desde la exagerada severidad con la que el padre se relaciona con el niño, por un lado, y el conflicto que se disparará dentro del seno familiar cuando llegue de visita, y cada vez más asiduamente, el hermano del hombre, una persona que es completamente diferente a Itzhak pero que le abrirá los ojos a Moti sobre las posibilidades que puede tener más allá de la granja. Ese negocio familiar, sostenido a fuerza de un exagerado mantenimiento, que requiere de una total atención de todos, es la prisión a la que diariamente Itzhak somete a Moti y a su mujer. Pero cuando Dariush (David Diaan), el tío, el que viene de “fuera” comience a relacionarse con el niño, la relación entre padre e hijo se resentirá aún más. Delshad pone el foco en los vínculos misóginos que el padre mantiene con su mujer, pero que también continua con una fuerte exigencia con el niño, sin poder relacionarse con éste más que a partir de retos, gritos, discusiones y tareas por cumplir. Si Moti sueña con armar un vehículo con pedazos de cosas que fue encontrando en los depósitos de la granja, o si desea pasar más tiempo con su tío, Itzahk sólo ve una amenaza a la continuidad de su patriarcado.Y Delshad muestra eso, de manera tradicional, sin vuelo, enfocando la historia en el calvario diario del niño sin permitirse jugar más con el pintoresco paisaje en el que la familia vive, y mucho menos, adentrarse en los oscuros vericuetos personales de Itzahk y su padre, un ser también despreciable y castrador como él. Algunos pasajes de la historia, como cuando Monti aprende de Dariush el oficio de joyero, y la cámara se detiene en detalles para, de alguna manera, demostrar el amor y la paciencia que ese tío pone en el niño, algo que adolece profundamente. “Querido Papá” es un filme viejo y fallido, que omite permitirse generar alguna empatía con los personajes que muestra, ni siquiera ese niño, que por momentos es reflejado desde el dolor que le genera la distancia con su padre, pero que también es mostrado como un ser calculador y caprichoso, casi un pequeño reflejo de Itzhak.
Hijo y nieto de judíos persas. Promocionada como la primera película producida en Israel hablada en idioma farsí (lo cual es cierto, al menos en parte), la ópera prima de Yuval Delshad tiene apariencia de catarsis personal: como su protagonista, el director del film es hijo y nieto de judíos persas instalados en un asentamiento comunitario del interior israelí, aunque la información de prensa no aclara si también supo asistir a su padre en una granja dedicada a la crianza de pavos. Esa es, de todas formas, la vida de Moti, un chico de unos doce o trece años nacido y criado en el lugar: las mañanas en la escuela y las tardes en la granja, vigilado en ambos contextos por las miradas atentas de un riguroso maestro y un aún más severo papá. Se habla de un cassette VHS llegado de la madre patria, Irán, y no hay teléfonos celulares ni computadoras a la vista, por lo que esos años 80 a los que se llega por deducción sólo le permiten a Moti escapes físicos de la pequeña “cárcel” construida a su alrededor: jugar con los vecinos más cercanos y construir con materiales de desecho un karting frankensteniano que funciona de maravillas. Que el joven es inteligente e ingenioso, en particular con todo aquello que funcione mecánicamente, queda claro en la primera escena, cuando ayuda exitosamente al padre a llegar a la granja con su camioneta algo destartalada. Pero al hombre sólo le importan los pavos, pesada herencia de su propio padre –aún vivo y jefe espiritual del clan– que terminó haciéndose carne en su cuerpo y alma. La lucha entre aquello que llega por la vía sanguínea –los orígenes y su cultura, a pesar de la hibridación dada por el exilio– y el deseo de romper con la tradición descansa en el corazón de Querido papá, título en parte irónico, en parte literal, que pone en tensión ese eterno tema que se replica aquí y allá, tanto ayer como ahora, más allá de las particularidades de cada caso. La llegada del tío de Moti, exitoso fabricante de joyas en los Estados Unidos y el hermano que logró romper esas cadenas familiares, desnuda incluso más ese enfrentamiento, transformándose –junto a la compresiva madre del chico– en su único aliado. Delshad dispone los elementos dramáticos de manera directa y diáfana, como si temiera la incomprensión de la universalidad de su historia, y encuentra en los pasajes más descriptivos –y menos atados a la evolución de la trama– los valores más atractivos y potentes de un film esencialmente honesto. La falta de ambiciones narrativas le juega algo en contra y Querido papá se empantana a mitad de camino en una repetición de temas y tonos, dejando sobradamente en claro la escalada del choque padre-hijo, pero al mismo tiempo exprime al máximo el registro de ese ámbito que resulta desconocido para la mayoría de los espectadores. El final es genuinamente conmovedor y expone una vez más la posibilidad del amor por un hijo rebelado ante los dictados paternos. Esas mismas exigencias que poco tiempo atrás, en la más tierna infancia, solían verse como única configuración del cosmos y que ahora son resentidas y expulsadas con la fuerza de los años de juventud que se avecinan.
Querido Papá de Yuval Delshad llega a los cines y promete mucho. Querido Papá es una pequeña gran película en la cual las tradiciones y las relaciones familiares se observan desde la intimidad de un pequeño emprendimiento familiar, con grandes actuaciones y un guion muy interesante, aporta una nueva visión de un conflicto que parece atravesar a todas las sociedades. Moti es un chico Israelí de familia de inmigrantes Iraníes que vive en la casa que su abuelo construyo, junto con una granja de pavos. Su padre se hizo cargo hace ya algunos años de la granja y quiere instruir a Moti en el trabajo con los animales. Pero Moti tiene otros planes. Con habilidades extraordinarias para la construcción, Moti quiere ser ingeniero. Su padre, al mismo tiempo que es juzgado por el abuelo por no poder impartir su autoridad, intenta por todos los medios convencer a Moti de aceptar un futuro en la prospera granja familiar. La relación padre-hijo encuentra en Querido Papá una nueva forma de ser retratada, al cruzar tres generaciones de hombres en una sociedad patriarcal donde el punto de colisión no es la relación con las mujeres sino la fuerte relación de dominación y poder ejercida por el abuelo a sus hijos y por consiguiente a su nieto. La tensión de la familia a medida que se pierden las costumbres patriarcales tiene su correlato en la situación Iraní en Israel, y el abuelo mira desesperado como sus tradiciones desaparecen, al mismo tiempo que intenta forzarlas en su hijo y nieto por medio de un poder y autoridad que ya no existen más. Si bien todos los actores en la película son excelentes, sobresale la de Asher Avrahami, el debutante chico que encarna a Moti. Sin caer en exageraciones ni el diálogo sobre explicativo (lo cual es un gran mérito del guion de Yuval Delshad, también director del film) Asher logra encontrar en Moti un motivo de rebelión, pero no uno cualquiera, Moti quiere ser libre, esa misma libertad que su abuelo ve negada en un país que poco tiene para ofrecerle a un Iraní. Definitivamente, Querido Papá es una película que solo puede ser definida como exquisita. Profunda sin ser avasallante, potente y medida al mismo tiempo, y sobre todo, muy humana en su forma de contar una situación que si bien ya se vio en cine muchas veces, pocas se mostró de una forma tan realista e íntima.
Un prolijo ejercicio dramático sobre un tema que no pierde vigencia. El mandato paterno es una sombra, un desafío, un obstáculo que debemos sortear en orden de crear nuestra propia identidad, de poder ser, final y verdaderamente, nosotros mismos. Ese debate entre tradición e individualidad, universal y tan viejo como el tiempo mismo, es el marco dramático en el que se mueve el film Israelí Querido Papá, que llega a nuestras salas habiendo tenido la distinción de ser la representante de su país para el Oscar a Mejor Película Extranjera (pero sin haber logrado la nominación) y habiéndose presentado en el Festival Internacional de Cine de Toronto. Rebelión en la Granja: querido papaItzhak maneja una granja de pavos. Dicha empresa es el negocio familiar; él lo recibió de su padre, y planea pasarle el mando algún día a su hijo, Moti. Las complicaciones surgen cuando Moti, sin deseo alguno de estar involucrado en dicho negocio, desarrolla una pasión y una gran habilidad para diseñar kartings. Una situación que Itzhak buscará corregir por todos los medios posibles pero no le resultará fácil. El guion de Querido Papá es uno prolijo y eficiente. No se molesta en inventar la pólvora, sino que trata de utilizarla para contar una historia lo mejor que puede. La película goza de momentos bien armados en donde se desarrollan los personajes y sus actitudes, así como sendos momentos de tensión y conflicto entre el padre y el hijo. Incluso temáticamente es un guion prolijo, ya que introduce, siempre que puede, el tema de quererse separar de la tradición para ser uno mismo, mostrando las dos caras de la moneda: quien siguió el mandato paterno “como corresponde” pero quedo desprovisto de una identidad propia y quien lo desafió, fue rechazado, pero cuenta con la enorme seguridad que solo se halla habiendo encontrado su propio ser. La labor técnica de Querido Papá no es una muy estilizada, sino que está al servicio de lo interpretativo. Las escenas o tienen muy pocos cortes entre plano y plano, o se desarrollan todas en un gran plano maestro. Naturalmente, la fotografía aprovecha ciertos preciosismos como algunos planos de los paisajes de Israel. Pero por fuera de eso, se limita exclusivamente a acentuar la tensión y el drama del conflicto que deben sobrellevar los personajes. En materia interpretativa, los actores que encarnan tanto al padre como al hijo dan labores verosímiles y funcionales a la historia. No son esos trabajos que te parten al borde del llanto, pero cumplen con la función de comunicar apropiadamente el conflicto y el subtexto de la historia. Conclusión: Valido de un guion prolijo en todos sus apartados, y sostenido por una labor visual e interpretativa decentes y sin muchas pretensiones, Querido Papá es una narración que cumple su objetivo en lo mínimo indispensable. No es una de esas películas que van a quedar en tu memoria, pero si te va a quedar el sabor de boca de haber visto, por lo menos, una historia bien contada, cosa que no abunda hoy en día.
LA RUPTURA CON LOS MANDATOS FAMILIARES Una película israelí que pone el foco en la relación de un padre que pretende que su hijo a los 13 años se convierta en “criador de pavos” igual a él, repitiendo la historia, en la granja familiar. Su hijo adolescente se niega a ese destino marcado con violencia. La llegada de un tío que vive en Estados Unidos cataliza la crisis. En esos vínculos familiares, es el abuelo el que predica la mano dura, un inmigrante iraní que llego a la tierra prometida y fundó el negocio familiar. Dos adultos, uno sometido al modelo rígido, otro que se rebelo y el chico que se niega a pesar de la presión, como puede. Interesante planteo de los mandatos familiares, la rigidez de los preceptos religiosos y la necesidad de libertad ante tantos corsets culturales.
Choque generacional en Israel Este film es toda una curiosidad inesperada en un momento como el que viven actualmente israelíes y palestinos. Y no lo es sólo por la historia que desarrolla, no demasiado distinta de la que podrían vivir padres e hijos en cualquier época, dado que lo que se dirime es el futuro del menor, un chico que está llegando a la adolescencia y debe decidirse entre seguir los mandatos de la familia o asumir su propio camino, aunque eso signifique tomar un rumbo distinto del que ha marcado por años la tradición familiar. Para el padre y el abuelo, la tradición se impone: no hay otro camino posible sino el que ya viene señalado. Hasta el apellido que llevan él y sus descendientes alude a su condición de criadores de pavos. El muchacho los detesta y, como tantos otros jóvenes de su edad, se muestra rebelde. Prefiere los motores, la mecánica. Y no sólo quiere dedicarse a ellos, sino que también exhibe un talento natural para abordar la tarea. La tensión entre padre e hijo se hace cada vez más evidente, sobre todo cuando llega para pasar una temporada de vacaciones un tío soltero -hermano del padre- que vive en los Estados Unidos, donde lo ha acompañado la fortuna. Bastante menos respetuoso de las tradiciones, tampoco él se ha sometido al mandato. Además se muestra mucho más sensible a las preferencias del sobrino. Habrá conflicto entre padre e hijo. Si la sangre no llega al río es porque la madre es la figura comprensiva que siempre se alza entre los dos en el momento oportuno. El film narra la sencilla pero emotiva historia sin hacer demasiado hincapié en lo sentimental y con la suficiente seguridad en la graduación de los climas. La sostienen en especial los dos excelentes actores que protagonizan el desencuentro entre generaciones: el padre, Navid Negahban, y el hijo, Asher Avrahami. Es de destacar el preciso trabajo de casting: todo el elenco es impecable.
Ojo con el padre que da consejos Una historia familiar con personajes bien construidos, en el atractivo paisaje del desierto israelí. Las, en apariencia, irreconciliables diferencias entre Israel e Irán quedan borroneadas por un rato gracias al cine: Querido papá es la primera película israelí hablada íntegramente en persa o farsi, el idioma oficial iraní. Pero la opera prima de ficción de Yuval Delshad no tiene ribetes políticos: es la historia, con tintes autobiográficos, de una familia de inmigrantes iraníes en Israel -como la del director, también nacido en Irán- que se dedica a la crianza de pavos en una granja en el desértico sur del país. El título suena a ironía o amor estoico, porque lo que se narra es la conflictiva relación entre un padre y su único hijo: el hombre quiere que el chico, que ya está entrando en la pubertad, herede el oficio de criador de pavos, así como él lo aprendió de su padre. El problema es que el chico, dueño de una inteligencia y habilidad manual notables, se niega a continuar con el legado familiar. Las fuerzas en pugna son el patriarcado y el libre albedrío, la tradición y el futuro. El choque resulta más dramático por el paisaje en el que se desenvuelve la historia: la granja está en medio del desierto, rodeada por polvo y arena, y más allá no parece haber nada. El chico está ahogado entre instituciones: al patriarcado se suman la escuela y la religión, y ninguna ofrece una vía de escape al forzoso mandato paterno; más bien al contrario, suman hostilidad hacia las ansias de libertad. Los personajes, y las relaciones entre ellos, están bien construidos: además del padre (Navid Negahban, conocido internacionalmente por haber interpretado al líder de Al Qaeda en la serie Homeland) y el hijo, está el abuelo -autoridad en las sombras-, la madre -una mediadora infructuosa- y el infaltable tío piola, aliado y ejemplo a seguir. El gran obstáculo con el que se topa la película -fue enviada por Israel a competir como mejor película extranjera en los últimos Oscar, pero no quedó nominada- es que presenta una dicotomía con escasos matices, algo que siempre resta interés a las historias. Aquí hay claramente un autoritario y una víctima de esa autoridad, de modo que es muy difícil identificarse con la posición del padre o, por lo menos, entenderla, mientras que es inevitable ponerse del lado del chico, sin dudas la víctima.
A turkey farm is heaven and hell for multigenerational family in Israeli film Baba Joon Points: 8 Set in an immigrant Persians’ moshav in the Negev during the early 1980s and mostly spoken in Farsi, Baba Joon is Israel’s foreign-language Oscar entry of last year. Written and directed by Yuval Delshad, it’s an unusually assured debut feature that works very well on two levels at once: as an appealing coming of age story, and as an honest meditation on the tensions between three generations regarding what one should do with his life — and where to do it. There are three generations in the Morgian family, which owns a broken-down turkey farm in a remote community of Farsi-speakers. There’s the grandfather (Rafael Faraj Eliasi), the family’s patriarch and a stubborn old man who built the farm long ago. Then there’s Yitzhak (Navid Negahban), who moved from Iran when he was a kid and was forced by his father to run the farm almost ever since. Then, there’s Moti (Asher Avrahmi), Yitzhak’s 13-year-old son who has a knack for fixing cars and hates the turkey farm with all his heart. Last, but not least, there’s Sarah (Viss Elliot Safavi), Moti’s caring mother who tends to favour her son over any dispute with his father. There’s also another significant character that appears in the third act, Darius (Fariborz David Diaan), Yitzhak’s brother, who left the family home long ago and moved to the US — he knew what he’d have to do if he stayed at the farm, that is to say, live with turkeys forever, like the rest of the family. And that’s not a pretty sight. As a coming of age story, Baba Joon carefully confronts father and son in everyday circumstances that are almost always related to farm work. While the grandfather and the father belong to the migrant generation and want to stick to their traditions, Moti is younger and couldn’t care less about the past and instead wants to walk along a new road. In fact, he wants to move to his uncle’s home and perhaps work with jewellery — or do anything else but turkeys. One of the outstanding traits of Baba Joon — the title is a Persian term of endearment that a son can use to address his father — is that it eschews all sorts of melodramatic confrontations between the three generations where the eldest could be easily demonized and the youngest would be a suffering victim. This is not how things are, for Baba Joon would rather go for realism than anything else. So what you have, instead, are family members trying to understand one another, even when it may not seem so at first sight. Because the point here is that understanding that everybody has their reasons implies that some of the axioms you hold are to be left aside. And that’s always threatening and even subtly disturbing. Such underlying tensions result in an eloquent contrast that speaks about a divide as much as about the willingness to come to terms. Walking along this thin line is not easy at all, but filmmaker Yuval Delshad does a very good job at it. Then there’s also the mix between professional and non-professional actors — another element that adds up to realism. Avrahami and Eliasi are non-pros and they deliver fresh, compelling performances that blend seamlessly with those of the pros. Likewise, the production design feels naturalistic at all times, and this a film shot on location, then there you have all you need for a great combo. Emotional and honest, Baba Joon boasts nuanced characters — except perhaps for that of the mother, which is pretty one dimensional — and it keeps its tone from beginning to end, eschewing commonplace as much as possible. That’s a lot to say for a debut film. Production notes Baba Joon (Israel, 2015) Written and directed by Yuval Delshad. With Asher Avrahami, David Diaan, Navid Negahban, Elias Rafael, Viss Elliot Safavi. Cinematography: Ofer Inov. Editing: Yoni Tzruya. Running time: 91 minutes. @pablsuarez
Tener obligaciones y trabajos no deseados, hacer las cosas porque sí, sin pensar, sin discutir, agachar la cabeza y seguir para adelante absorber presiones, y aplicarlas a otros de la misma manera, aunque sean de la familia, porque el no como respuesta está prohibido . Dónde el único modo de vida que conocen es el de trabajar constantemente, sin espacio para nada más, es la base en la que se sustenta esta historia que refleja el director Yuval Delshad sobre la vida de una familia que vive en una campiña en algún lugar desolado de Israel, donde la vida es muy sufrida y el sacrificio diario es el arma fundamental para combatirla. El film cuenta las desventuras de Moti (Asher Avrahami), un chico en edad escolar que tiene que ayudar con el trabajo a su padre en una tarea rutinaria, tediosa y pesada, como es un criadero de pavos para luego, cuando son grandes, comercializarlos. Como al protagonista le interesan más otras cosas, respecto de las que tiene habilidades e ingenio en demasía, vive en una lucha diaria con su padre por tener que trabajar a disgusto y hacer ciertas labores que no quiere. Su padre, llamado Ittzhak (Navid Negahban), es un ser hosco, irascible, con una mentalidad primitiva modelada por su propio padre, que hace años no cuestiona su modo de vida, ni su oficio, simplemente lo ejecuta como un burro, porque es un cabeza dura, y las peleas continuas que tiene con su único hijo van creciendo a medida que avanza el relato, enriqueciéndolo por su complejidad. Moti tiene como aliado a su madre Sarah (Viss Elliot Safavi) y cuenta además con el apoyo de su tío Dariush (David Diaan), que vino de visita y les hacen la vida más llevadera. Porque la historia otorga pocos respiros, el desgaste psicológico que padecen cada uno de los integrantes de esa familia los lleva a estar inmersos en una cruda realidad, no tanto por la actividad a la que se dedican, sino porque están dentro de un laberinto del que no pueden, o no saben, salir. La riqueza y la profundidad de esta obra se sostiene porque cada escena, cada secuencia, es una consecuencia de la anterior, cuya trama se desarrolla prácticamente en la granja, produciendo un agobio y un círculo vicioso que se va haciendo irrespirable. La vida en el campo es dura, y es más dura aún cuando hay que seguir, obedecer y aceptar ciertos mandatos paternos de generación en generación. El clima y la tensión permanente está muy bien logrado por el director, apoyado por la iluminación, la textura de la imagen, en un drama muy bien contado.