Perrone por partida doble En la línea de P3ND3J05 y Favula, Perrone se propone aquí un homenaje explícito al cine y a la figura de Pier Paolo Pasolini. A partir de una catarata de herramientas y recursos retro-modernos y con elementos tomados de la novela Ragazzi di vita, se recrea con absoluta libertad algunos aspectos de la vida del multifacético y provocativo artista italiano hasta su trágica muerte. Poesía y videoclip, musical a ritmo de cumbia electrónica (notables aportes de Che Cumbre y DJ Negro Dub), drama juvenil con adultos represivos, cine mudo y de efectos visuales como un diálogo entre lo analógico y lo digital, Ragazzi apela a diálogos que se escuchan al revés y luego son subtitulados, imágenes con bordes redondeados y superpuestas, cámara lenta, un bello trabajo con sombras que remiten al expresionismo alemán, escenas de fútbol, skate, bailes, motos, perros o muchachos en el agua para un patchwork estilístico decididamente vistoso (se ven algunos de los planos más virtuosos de toda la filmografía del director), pero que en algún sentido reitera varias de las búsquedas de sus dos largometrajes previos. El efecto, por lo tanto, ya no es tan sorprendente, aunque se siguen agradeciendo los esfuerzos, el riesgo y la creatividad de ese artesano prolífico e inquieto que es Perrone.
Jóvenes editados Con Ragazzi (2014) el director Raúl Perrone (Favula, P3ND3JO5) vuelve a construir un relato que toma la juventud como punto de partida para hablar de aquello que más le gusta hablar: el amor. En esta oportunidad se adentra, por un lado en las alucinaciones de un joven cegado por el sentimiento y, por el otro, en la libertad de un grupo de adolescentes, que disfrutando de un río “marginalmente” pasan las calurosas tardes de verano entre porros y cumbia. Para Perrone los jóvenes son la materia prima para una película que además abusa de excesos y herramientas en post-producción para darle aún más sentido a aquello que quiere narrar. No por nada el realizador ha sido uno de los directores que mejor ha trabajado el fresco de la sociedad del conurbano bonaerense y principalmente los códigos que manejan los jóvenes del lugar. Ragazzi es casi un aguafuerte en blanco y negro que bucea en lo más común de sus protagonistas, para contar dos historias ancladas en el amor, pero que en realidad intenta superar esta veta para ir más allá y hablar de un estado crítico de los protagonistas. Ragazzi como lo indica su nombre, bucea en la juventud para encontrar algunas respuestas o algún indicio que haga conocer aquello que mueve a los adolescentes y los hace disfrutar. El film está dividido en dos movimientos: uno que trabaja sobre la idea de un trío amoroso negado, y otro que ahonda en la rutina de verano de dos jóvenes que terminan conociendo a una misteriosa chica que los seduce. Pocos diálogos, frases reproducidas en reversa, subtítulos que trasponen diálogos filosóficos e imaginan algo que podría ser común entre jóvenes pero en el artificio sólo reafirman la innegable y poderosa afirmación escondida detrás de cada palabra dicha. La policía actúa como orden estamental para negarle, una vez más, al joven del primer movimiento la posibilidad de concretar su fantasía -que parece más un capricho que el deseo irrefrenable de un amor naciente-, para cerrar una historia que encuentra su razón de ser en la evocación a Pasolini. El segundo movimiento es más realista, al jugar con los cuerpos desnudos y mojados de un grupo de adolescentes que nada tienen que hacer más que retozar al sol, fumar porro, pensar en chicas y dejar que el día termine para comenzar otro. Dos de ellos caminan y charlan, hablan con la televisión ante la muerte en el río de un tercero, y esperan bajo un puente la llegada de una misteriosa mujer. Ragazzi recuerda a un novel director jugando con las herramientas que recién le han dado, y es en la experimentación de las imágenes -utiliza la pantalla como un lienzo con miles de posibilidades-, que Raúl Perrone termina por construir, una vez más, un discurso empático sobre la necesidad de completarse en el otro.
Historias fuera del tiempo Tanto Favula como Ragazzi pueden ser vistas como piezas independientes y cerradas en sí mismas, pero también como partes indivisibles de un sistema que las excede en su individualidad y que Perrone inauguró con la extraordinaria P3nd3j05. Desde que en 2013 encontrara un rumbo nuevo dentro de su vital filmografía con la extraordinaria P3nd3j05, Raúl Perrone se ha dedicado a tratar de explorar cada uno de los recodos y desvíos que ese camino ofrece. Un itinerario que ya lleva cuatro títulos, incluyendo Favula y Ragazzi, que se estrenan conjuntamente esta semana en el Malba y la Sala Lugones, y su último trabajo, Samuray S, que integró la Competencia Latinoamericana de la reciente edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Es ese núcleo estético en común –básicamente la apropiación y reinterpretación de las formas y recursos propios del cine mudo– lo que permite ver con claridad a estás cuatro películas, aún con sus diferencias, como un subconjunto dentro de la obra de un director siempre curioso como Perrone. Esa unidad permite que cada una de estas películas pueda ser vista como una pieza independiente y cerrada en sí misma, pero también como partes indivisibles de un sistema que las excede en su individualidad.Favula toma distancia de P3nd3j05 ya desde su estructura. Ahí donde esta última tendía a una desmesura operística –que se confirmaba en un estupendo y barroco uso de la música y la banda sonora–, la primera se inclina por formas narrativas más simples, aunque no menos potentes. En un sentido estricto Favula es, en efecto, una fábula. Pero también podría ser un cuento de hadas, una parábola, una leyenda o una alegoría, todos ellos géneros de menor complejidad formal si se las compara con la grandilocuencia de la ópera. Es esa misma distancia la que separa a P3nd3j05 de Favula pero también de Ragazzi, cuya estructura en dos movimientos sin embargo vuelve a remitir al universo de lo musical, como si se tratara de una pequeña pieza de cámara.Aunque los detalles del vestuario señalan al presente de modo directo, Favula es una historia fuera del tiempo. La elección de un escenario selvático, que se aparta de los espacios urbanos que suelen ocupar un lugar central en los trabajos del director, representa un hábitat natural que ayuda a crear una atmósfera que coloca a la película en un lugar extraño, casi único dentro de su filmografía. Perrone aprovecha la novedad para trabajar el diseño de cada cuadro con sutileza pictórica, a partir de patrones de simetría más bien clásicos que tampoco son habituales en su cine. Y consigue que la acción no sólo sea una consecuencia de un trabajo de rodaje, sino que además logra “componerla” durante el montaje a partir de un gran ejercicio de superposición de planos e imágenes. Un recurso que con importantes variaciones vuelve a utilizar en Ragazzi, para crear impactantes collages animados que son pura belleza cinética.Centrada otra vez en las dinámicas y los vínculos de dos grupos de adolescentes que se mueven en el territorio de lo suburbano, Ragazzi resulta más cercana a P3nd3j05 (de hecho ambos títulos significan más o menos lo mismo, uno en italiano y el otro en castellano vulgar). Pero esta vez esa estética barrial se encuentra embebida de cierta fantasmagoría, que Perrone aprovecha para poner en escena, en el primero de los dos movimientos que componen la película, una versión libre de la historia del joven que acompañaba a Pier Paolo Pasolini la noche en que fue asesinado.Debe decirse que ni Fávula ni Ragazzi son meras copias del cine mudo; el tratamiento musical y sonoro que Perrone realiza en cada caso es la mejor prueba de ello. En ningún caso se trata de limitar a la banda de sonido al papel de reparto de lo incidental, como mero remedo de las bandas en vivo que solían acompañar aquellas proyecciones. Por el contrario, se trata de un elemento diseñado para traccionar narrativamente como parte esencial del relato, un complemento que enriquece y multiplica sus sentidos.A diferencia de lo que ocurre con Favula, donde el uso de subtítulos es reducido al mínimo para obtener de ellos su máximo potencial, en Ragazzi se convierten en vehículo de una poesía ostentosa, con la que se busca apuntalar una poética del cine que Perrone ya maneja con solvencia y sin necesidad de ese subrayado de intención literaria. Pero ese no es el mayor de los problemas de los textos de Ragazzi: hay en ellos un descuido formal (de sintaxis, de ortografía, de puntuación) que sorprenden en un director tan atento al buen uso de las herramientas del lenguaje cinematográfico. Sea como fuere, el detalle merece mencionarse, porque en tanto película muda los títulos son un recurso importante que el director decide usar y lo cierto es que nunca queda clara la intención de esa forma particular en la que están escritos. Si bien podría tratarse de un intento de vulnerar las convenciones del lenguaje escrito, lo cierto es que pueden llegar a convertirse, sobre todo en la segunda mitad del film, en un obstáculo para permanecer dentro de la película, porque sus irregularidades distraen de la acción y de la notable construcción que Perrone consigue en lo estrictamente cinematográfico.
¿Cómo se integra, cómo se suma, una película como RAGAZZI a la cambiante filmografía de Raúl Perrone? ¿Cómo se abarca –se adapta, se interpreta– la figura y la obra de Pasolini en el juego de fantasmas creativo de esta nueva etapa del siempre cambiante cineasta de Ituzaingó? Tras el renacer que fue P3ND3JO5, Perrone estrena internacionalmente dos películas nuevas con diferencia de apenas unos meses, como si esta nueva vuelta creativa implicara también un giro a la forma de dar a conocer sus filmes, que habitualmente se estrenaban en el BAFICI y pocas veces –al menos hasta la ya célebre cumbiópera– salían fuera de la Argentina o América Latina. Primero fue FAVULA, que pasó por el Festival de Locarno, película en la que Perrone proponía por primera vez en su carrera salir de los escenarios naturales que fueron siempre su marca de fábrica (básicamente, Ituzaingó y sus alrededores) para instalarse en un universo de fantasía pesadillesca. Ahora llega RAGAZZI, que en cierto modo toma elementos de las últimas dos para crear una síntesis y, tal vez, abrir las puertas a una nueva búsqueda poética. ragazziRAGAZZI se divide en dos movimientos. El primero está inspirado muy libremente en la muerte/asesinato de Pasolini al narrar lo que parece ser solo un día en la vida de un adolescente que, luego de una serie de conflictos y desencuentros, terminará involucrado con una figura que responde al perfil del autor, poeta y cineasta italiano. Claro que todo esto transcurre en Ituzaingó, que jamás a Pasolini se lo nombra y que apenas el perfil recortado de un hombre con similares anteojos oscuros nos hace suponer que se trata de él. Este movimiento –como sucedía en FAVULA— no tiene diálogos, sino que apuesta a procesar las voces hasta deformarlas por completo. Los tres textos que tiene esta primera parte del filme corresponden a textos/poemas de Pasolini, aunque no se aclara en ningún momento. El modelo apuesta a llevar aún más lejos los experimentos formales de los dos filmes anteriores: vuelve la cumbia electrónica, las calles de Ituzaingó y sus personajes típicos, pero envueltos en una especie de oscura pesadilla que trae a la memoria desde el cine de Guy Maddin al David Lynch de ERASERHEAD, pasando por los ecos de Dreyer, del cine experimental (manipulación constante de los materiales, dobles, ecos, espejos, fantasmas) y el uso de los cuerpos del propio Pasolini. RAGAZZI 2La segunda parte cambia el tono y lo vuelve solar. Rodada en Córdoba, en un arroyo habitado por otro grupo de “ragazzi”, en esta parte del filme Perrone sigue las cotidianas actividades de estos chicos (tirarse al río, nadar, fumar, observar el panorama, volver a tirarse al río y así) como si se tratara de una especie de paraíso abandonado, entre la posible salvación y el hundimiento absoluto. Hay un par de bellas mujeres que surgen como apariciones, espíritus que convocan a esos pibes desde algún más allá erótico. Y hay un caso “policial” que suma una mínima tensión a la trama, ya que en el único texto no poético del filme se nos informa de que alguien se ahogó en ese lago. Las referencias, uno podría decir, cambian en esta segunda parte, y bien se podría pensar en la manera en la que Apichatpong Weerasethakul o Tsai Ming-liang se acercan a mostrar a sus criaturas. Todo esto, claro, pasado por una suerte de licuadora de imágenes y sonidos que no respeta trama ni continuidad alguna y que, hacia el final, toma características casi apoteósicas, como si la película –las imágenes, los sonidos– rebotara consigo misma y ascendiera hasta “acabar” , si se me permite la metáfora banal con la doble acepción de la palabra. El final de RAGAZZI, en mi opinión, es el momento más bello de toda la filmografía de Perrone. rag3En ambos movimientos (cada uno, de 40 minutos) hay una figura formal que aparece por primera vez claramente en el cine de Perrone. Si en las dos anteriores los diálogos habían ido desapareciendo, aquí regresan pero en forma de poesía. Salvo una excepción (el “noticiero”, digamos), y siempre usando voces procesadas e incomprensibles, son los subtítulos los que nos dicen de qué están supuestamente hablando los personajes. Y en todos los casos son textos poéticos absolutamente antinaturales al contexto real (ninguno de esos chicos hablaría jamás así) pero totalmente lógicos en función de los procedimientos formales de la película, que parece querer definitivamente transformar en poesía lo que antes Perrone narraba en forma de prosa. Los acontecimientos, decía, son mínimos y la experiencia es, nuevamente, parecida a la de una ensoñación –más oscura una, más luminosa la otra– a la que la música casi constante da un carácter hipnótico, como si cada secuencia fuera una suerte de clip de la más experimental de las bandas de cumbia. Así como Lynch supo transformar las encantadoras melodías de jazz y pop de los ’50 en sonidos lúgubres y hasta aterradores a partir de las imágenes que construyó para ellas en sus películas y series, Perrone parecería hacer lo propio con la cumbia, usándola para deformar también temas de Led Zeppelin y de música clásica. Es ese carácter musical de las imágenes (y viceversa) el que convierte a RAGAZZI en la más inasible, misteriosa y, más que nada, la más libre de las películas de Perrone.
La nueva película de Raúl Perrone ratifica un rumbo y un período de gran intensidad experimental sin abandonar las raíces populares de su cine Nadie sabe muy bien qué pasó con Raúl Perrone, el padre del cine independiente argentino. Un día abandonó inesperadamente el realismo austero de sus películas de antaño y empezó a trabajar con un registro que reenvía sus películas recientes al inicio del cine, a ese preciso momento cuando todo estaba dispuesto para ser inventado y no había reglas precisas acerca de qué debía ser el cine. No es otro tiempo que el de la edad de la independencia. En efecto, desde Las pibas y P3nd3jo5, Perrone retoma el gesto de aquel cine pero en clave digital, y esta nueva independencia en la que vive parece inagotable. Dividida en dos movimientos sin nombre, Ragazzi arranca en Ituizangó, la tierra del cineasta, pero imagina ahí y pone en escena la muerte de Pier Paolo Pasolini, un cineasta muy diferente a Perrone, pero no en espíritu, pues lo popular los atraviesa y los define. No se trata de un biopic crepuscular, como el que recientemente le dedicó Abel Ferrara al director de Accatone. Es más bien un homenaje espectral acompañado por jóvenes que pueblan las calles de Ituizangó. La figura del cineasta italiano aparece cada tanto, como también la de sus verdugos, pero son los jóvenes quienes predominan en escena. Alguna que otra situación amorosa articula el relato, una madre castradora es una presencia asfixiante y el resto se circunscribe a contemplar la vida fugaz de los pibes. Los diálogos son mínimos y no solamente evitan cualquier evidencia de naturalismo sino que, además, los muchachos hablan una lengua desconocida. Los textos, de naturaleza poética, pertenecen a Pasolini o al propio Perrone. La gran novedad de Ragazzi es que el segundo movimiento tiene lugar en Córdoba. Solamente Perrone consigue transfigurar el río Suquía de la ciudad de Córdoba en un emplazamiento encantado en el que los jóvenes que quedan al margen de la sociedad de consumo y su orden socioeconómico ejercitan su derecho al ocio bañándose en un río que para muchos es pura mugre. En los 40 minutos de esta segunda parte no hay grandes acontecimientos, pero el conjunto es un verdadero evento perceptivo. Es en este segmento en donde Ragazzi alcanza su esplendor: el registro de los cuerpos y los rostros reaviva la vieja magia del cinematógrafo por la cual a través de un lente mecánico se aprendía a ver el mundo de una forma desconocida. Los primeros planos en contrapicado de la cara de los pibes conjuran la obsesión narcisista del selfie y materializan la dignidad de estos anarquistas involuntarios. Al filmarlos jugando en el agua, los múltiples fundidos enfatizan una experiencia tan sensorial como lúdica, la cual viene matizada por algunos planos sobre el mundo circundante que convierten los alrededores del Suquía en un espacio originario en el que el mundo de la naturaleza también se emancipa del yugo de la productividad. Los caballos que tiran de los carros descansan al lado del río y el cielo de Córdoba recupera su dimensión poética. Ragazzi no pretende funcionar como un limbo poético. Las marcas del tiempo son visibles. La amenaza de un mundo terrible y un orden social injusto está ligeramente presente. Cada tanto suenan las sirenas de la policía y el peligro es inminente. Pero prestar atención al ocio de los desposeídos y darle una imagen es en cierta medida un acto de rebeldía. El placer de los ricos se conoce porque se ve siempre en el cine. He aquí una forma de hedonismo desmarcada del spa y la artificialidad del ocio obsceno. Imágenes desconocidas y de una potencia física que parecía desterrada del cine obligado al espectáculo infinito.
Los cuerpos y la ausencia Espectrales, deambulan en la pantalla los ragazzi de Raúl Perrone, esos pibes que la cámara lúcida del director de Ituzaingó siempre acompañó en ese tránsito llamado adolescencia, pequeño y gran mundo, complejo, a veces inhabitado, que supo encontrar en P3nd3j05, su cumbia operística, un lugar diferente pero bajo el estilo ya esbozado en Fávula, donde los cuerpos y los rostros se desfiguran en la imagen que superpone el plano para crear una dimensión cinematográfica propia; en la que el cine se encuentre con el cine. Ragazzi también conjuga desde su propuesta conceptual la P mayúscula de Perrone en su encuentro con la P mayúscula de Pasolini, otro espectro, cuya ausencia se recupera a partir de algunos de sus textos y poesías. Pero hay otra P que puede leerse también en mayúscula para que estos Pibes no actúen de pibes, sino que fluyan con su paso cansino, sus paseos en skate, su juventud a flor de piel a expensas de la libertad que encuentran en su itinerario errático y vital como ese diafragma que respira en Ragazzi cada vez que el ojo de pez del encuadre se agranda y se achica como si estuviese latiendo en proceso de gestación del cine anti autor que ahora propone el director de Labios de churrasco. Una obra en dos movimientos, que también emplea el recurso de la banda sonora como vehículo de expresión, colchón melódico que pasa por algunos acordes de Led Zeppelin hasta encontrarse con la cumbia, y además la invención de un lenguaje que hace de esa sonoridad circular otra característica en el cine de Raúl Perrone. Los cuerpos de Ragazzi también son atravesados por la ausencia, desde el desnudo femenino a ese rostro impávido con anteojos negros, que sonríe mientras contempla -como un demiurgo- el devenir de la vida y la ausencia, que se ahoga en el río del olvido con el anhelo de que el tiempo retroceda y la muerte sea un espejismo, como el de esos Ragazzi de Ituzaingó hasta Córdoba que atraviesan la pantalla, para quedarse cuando se apagan las luces.
After run in festivals, Favula and Ragazzi will screen in BA at Sala Lugones, MALBA At the recent edition of the Valdivia Film Festival, maverick Argentine filmmaker Raúl Perrone premiered his new film Samuray-S, a poetic and absorbing take on three stories involving samurais, love, revenge and death. Shot in austere black and white, with heavy traces of expressionism and surrealism, no direct sound, no dialogue and only some subtitles when exactingly needed, Samuray-S proved to be yet another significant turning point in his always innovative body of work. Many Argentines and international guests had a privileged chance to enjoy it recently at the Mar del Plata Film Festival, where it ran in the Latin American Competition. And while Samuray-S is yet to be released in the Buenos Aires art house circuit, the good news is that Perrone’s previous two films, Favula and Ragazzi, will now be screened at the emblematic Sala Lugones and the MALBA. Favula had its world premiere at last year’s Locarno film festival and was then screened at Mar del Plata, Valdivia, Jeonju, Hamburg, and Viña del Mar, where it won the prize of the International Jury of Critics. Ragazzi was first screened at the Rome Film Festival, and then at the BAFICI, Sao Paulo, Cartagena, Pachamama, and Las Palmas. You could say that Favula is a surreal, magical film, a poetic fable ... and you’d be dead right. Like Perrone’s latest features, it defies standard synopsis for it mostly belongs to a very personal trend of non-narrative cinema, but not completely since a minimal story is narrated. So let’s just say that it takes place in an enchanted jungle of sorts, also a sensual and dangerous milieu where the characters find one another, get lost, and then get to meet again. There’s a mean woman (who may be a witch that sometimes turns into a tiger), her wicked husband (a zombie-like character that may be involved with the military dictatorship), two hideous men, a good-looking and pure young man and a pristine teen girl, that is to say the two suffering heroes who make for so much darkness. Eventually, another teen girl comes to their aid. Soon, the bad guys — the woman, her husband, and the two evil men — do their wicked deeds, the good guys are in danger and a shoot-out ensues. Fortunately, the mysterious surroundings, with its waterfall, storm and rain, protects the pure souls in their frantic escape. The film was shot entirely inside a studio in an abandoned factory, in alluring black and white and back projection, with very, very little dialogue conveyed in an unidentified language — sometimes with subtitles, other times without them. With a trance-like cinematography that stresses textures, shapes and layers, alongside a continuous yet eclectic musical score, Favula is a work of unique appeal that goes beyond predetermined cinematic boundaries, even those Perrone had set for himself in the past. Then, there’s Ragazzi. It’s a film narrated in two consecutive movements, which first focuses on the last day in the life of famed Italian filmmaker Pier Paolo Pasolini, who was brutally murdered under mysterious circumstances on November 2, 1975. A hustler (ragazzo in Italian) was eventually convicted for the murder. It should be noted that Ragazzi doesn’t mean to reconstruct the true facts surrounding Pasolini’s death, but it’s instead a personal interpretation. In fact, Perrone stands on the teenage killer’s side, whom he also portrays as a victim. The second movement exposes, in a meditative manner, some seemingly ordinary moments in the day of a group of young cardboard collectors and a teenage girl after a hard day’s work. As they swim, sunbathe and goof around in the river, they inhabit their own private world where any kind of future is out of sight. Once again, the dialogue is subtitled, but this time is spoken backwards, as a shimmering black-and-white cinematography envelops it all. As for the musical score, Perrone once again intervenes renowned tunes in instrumental versions. So expect personal versions of Stairway to Heaven, Angie, and Imagine, among others. As in Favula, inventively superimposed images add up to a loose sense of storytelling and turn the film into more of a dreamlike contemplative cinematic experience than just a movie to be merely watched. In fact, Favula and Ragazzi — and the mind-blowing P3nd3jo5 before them — rework the aesthetics of silent cinema, mainly the auteur works of the 1920s and 30s, deeply admired by Perrone. When and where Sala Lugones (Av. Corrientes 1530). Thursday to Sunday at 2:30pm and 7:30pm (Favula), 5pm and 10pm (Ragazzi). MALBA (Av. Figueroa Alcorta 3415). Fridays at 8pm (Favula) and 9:30pm (Ragazzi).