Documental centrado en la figura de Eduardo Tato Pavlovsky, conocido actor, dramaturgo, director de teatro y psiquiatra, con una vasta obra que dejó una marca en la historia del teatro argentino y se ha convertido en un referente de todo un grupo dentro de una generación. El documental es un género con una larga historia en el cine argentino y hoy, en el siglo XXI, llegan a las pantallas argentinas una docena de títulos hechos en nuestro país. Los hay de toda clase y no se analizará acá el contenido de la totalidad de ellos. Los hay buenos, malos, divertidos, profundos, con contenido político o sin él, pero lo mínimo que uno espera de un documental es un cierto esfuerzo por parte de sus realizadores. Cuando uno ve un documental con pocos planos, la mayoría con gente sentada en una única posición y tomados siempre de la misma forma, empieza a creer que cada una de esas entrevistas fue hecha con el mínimo esfuerzo y editada de la misma manera. Cuando observa la obra de Pavlovsky, imagina que hay muchísimo para decir, para buscar, para rastrear, que hay material de archivo, lugares por los que él estuvo, situaciones vividas, anécdotas, material de sobra para ofrecer el mejor documental posible. Acá no hay nada de eso, realmente es decepcionante, más cuando todas las semanas vemos documentales completamente diferentes entre sí, pero la mayoría hechos con un poco más de profesionalismo y esfuerzo. Es una tristeza que una figura que alguien considera tan valiosa como para hacer una película sobre él, reciba tan triste homenaje, incluso los entrevistados se ven cansados y desmotivados, hasta atendiendo el teléfono en medio de la toma. Resistir Cholo está por debajo de la línea de profesionalismo y seriedad que a esta altura el cine argentino tiene.
Convicción y acción Eduardo Pavlovsky, Resistir Cholo es el nombre de este documental de Miguel Mirra que intenta homenajear a la figura no sólo de la dramaturgia sino de la cultura Eduardo Pavlovsky y si bien desde la imagen o el discurso visual no dice mucho más que lo visible en las cabezas parlantes que desde sus testimonios intentan explicar a Eduardo Pavlovsky y su manera de hacer teatro, siempre desde un lugar activo en lo que hace a lo político, no dejan de ser interpretaciones de dramaturgos o la mirada de sus hijos para trazar un puente con los orígenes de su padre y al pasado de este psiquiatra que también entregó su vida al teatro y al uso del lenguaje, de la palabra, de lo que acontece en el aquí y ahora para transformarlo en conceptos más allá de la realidad. Por momentos en la selección de alguna de sus obras, se puede vislumbrar apenas la magia que generaba una vez que rompía la estructura de la mirada del espectador, para generar y confrontar tanto desde los textos, desde el campo dialéctico en el ida y vuelta con el otro como en su carácter de actor con el cuerpo entregado al acontecimiento. Se menciona a la pasada su técnica del psicodrama, los efectos residuales de una de las más importantes piezas teatrales latinoamericanas El señor Galíndez pero todo es con la misma espesura. Miguel Mirra, director del documental, privilegia la palabra, los discursos antes que la imagen o el lenguaje cinematográfico como medio de expresión y reflexión, a veces eso puede generar en el espectador alguna distorsión por la simple y sencilla razón de la duración de cada testimonio, como por ejemplo ocurre con la parte asignada al crítico teatral Jorge Dubatti en su repaso por los momentos históricos, las obras, y la metodología del dramaturgo argentino. Incluso hay algunos segmentos donde se elije fragmentos de una obra de teatro sin una idea precisa del porqué. Da la sensación que con este enfoque de un multifacético artista no se llega del todo al homenaje ni tampoco a resaltar hitos de una extensa trayectoria que desde las épocas de dictadura feroz hasta tibias democracias conservó la dignidad del pensamiento crítico y la lucha contra el dolor ante lo injusto.
Tato no murió Un documental nos invita a profundizar en la vida de Tato Pavlovsky, exponente clave del teatro moderno argentino. "Hay que resistir" decía Eduardo Pavlovsky cuando el sistema lo iba dejando de lado. Muchas veces se aparta a aquel que expresa convicciones a través del arte. Tato no era indiferente a eso y, conociendo el riesgo, lo afrontaba. Es que era inevitable, era parte de su identidad. Pavlovsky estaba atravesado por cada una de sus pasiones: el teatro, la medicina, el boxeo y la política. No podía hacer una sola cosa sin poder combinar las otras. Miguel Mirra (La cooperativa) nos acerca un retrato conciso y necesario sobre la vida de un pionero teatral. Sin dejar de lado cada faceta del actor, el director mezcla declaraciones del protagonista, interpretaciones teatrales ('Variaciones", obra de su propia autoría) y entrevistas a aquellos que formaron parte de su vida. "Tato Pavlovsky era un hombre pleno" es una cita que resalta durante la obra. Su pasión en cada actividad denotaba su entrega. Tato era un médico intelectual envuelto en una sinergia de pasiones. Eduardo Pavlovsky, Resistir Cholo (2018) nos expone un recorrido fenomenal sobre la vida/obra de un personaje clave del teatro abierto. Y decimos vida/obra porque es imposible separarlos en este dramaturgo. Él era psiquiatra y llevaba a terrenos del teatro esos conocimientos en medicina y la psiquis humana. Él era socialista y también plasmaba esa ideología a sus obras. Ellas estaban atravesadas política y socialmente. A Tato el teatro lo salvó, como salva el arte a más de uno. Encontrar un lugar para expresarse es liberador. Entonces, ¿qué significaba "resistir" para Tato? Resistir era reinventarse, recuperar la mística del teatro. Resistir era estar firme frente al sistema: no te prohíbe, pero sí te omite. Resistir era recuperar la identidad cultural. Siguiendo esta representación de la palabra "resistir", hoy más que nunca nos damos cuenta que Tato no murió. Él está vivo: resistir es lo que debe prevalecer en cada uno de nosotros al expresar arte en los tiempos actuales.
Con guión y dirección de Miguel Mirra este trabajo que homenajea al autor teatral tan respetado y querido, contiene los testimonios de quienes compartieron su vida, gozaron de su amistad, analizan y recuerdan sus obras. Entre ellos están Martín y Federico Pavlovsky, Jorge Dubati, historiando sus creaciones, su gran amigo Norma Briski, Ricardo Bartis, Susy Evans, la participación de Eduardo Misch y el propio Eduardo. Y no solo se hablan de sus obras teatrales sino de las circunstancias históricas que vivió, la censura, las persecuciones, su compromiso ideológico. Además hay un registro de los ensayos de una puesta en escena con fragmentos de” Potestad” y el autor en escena. Un interesante trabajo, en especial para estudiantes y amantes del teatro.
Sin estridencias y con el claro objetivo de repasar la figura y obra de una de las personalidades claves del escenario nacional, este documental simple, directo y concreto, abre la posibilidad de introducirnos en un mundo de luces y sombras imprescindible y único.
Vos sos el Darío Fo del subdesarrollo Un actor en el escenario representa a un hombre en su posición asidua los sábados por la tarde. Es una posición forzada, sentado y de pies en puntillas, que le permite hablar de cómo lo admira su mujer. Se trata de un fragmento de Potestad, actuada por Eduardo Pavlovsky. La selección, en apariencia, da cuenta de que éste no será un acercamiento tradicional a la obra del actor, dramaturgo y psiquiatra. No debe serlo considerando sus oficios y profesiones. Notamos en estos fragmentos una corporalidad que ensaya y reflexiona sobre el cuerpo. Sus gestos y la invisibilidad frente al otro, sea la pareja o sea el público que lo observa desde la oscuridad, delatan que para Pavlovsky el teatro no era lenguaje sino acontecimiento, vida. Como exponen los entrevistados, su búsqueda no era ya intelectual, sino plenamente corporal. Y es esta defensa la que propulsa gran parte del documental, por encima de cierta simpleza en la obra de Miguel Mirra. La vigencia del dramaturgo como un hombre que ejerce su función en el mundo desde una micro-política es un aspecto fascinante apenas mencionado en el documental. El arte es lugar, ya no de enunciación, sino de manifestación del mundo. El problema es que el propio film no puede sostener esto y lo que empezaba siendo una compilación de material para explorar la vida y obra de Pavlovsky desde distintas perspectivas, se va convirtiendo en un acercamiento más lineal de entrevistados que hablan sobre la poética de él y su universo de personajes. Hay momentos donde una sola escena, como el ensayo de los padres y el puré en Variaciones Pavlovsky, permiten entender esta suerte de vitalidad teatral, por encima de un lenguaje o de unos códigos particulares y limitantes. Sin embargo, el abordaje que toma uno de los entrevistados frente a este ensayo es el de la decodificación, lo que allana el humor de la circunstancia absurda por sí sola: un hijo ya adulto está impedido por la discusión aniquiladora de sus padres para ver si lo siguen alimentando con puré. La discusión recuerda a la de madre e hija en Sonata de otoño (1976). Son dos medios y relaciones filiales diferentes, pero bien sabemos que toda la obra de Bergman se alimenta del teatro. Y en ambas circunstancias, hay un tercero, también familiar, que se ve aniquilado corporalmente por esta pelea verbal de un egoísmo exacerbado. El humor proviene en ambos casos de lo descarnado, de una risa nerviosa con la que deseamos huir de estas escenas, aunque las hayamos vivido en persona. Al final, la película se convierte en un reconocimiento a la obra de un autor inquieto. Nunca conforme con una sola profesión, ni siquiera con una sola función dentro de su proceso creativo; Pavlovsky es asociado, dentro y fuera de cámara, con los grandes dramaturgos del absurdo, pero siempre con un pie firme en el carácter político y psicológico del arte. Como ocurría con Salvador Benesdra, el protagonista de Entre gatos universalmente pardos (2018), estrenada hace unas semanas en la cartelera argentina, en Pavlovsky psique y polis también son fundamentales para entender la literatura y el arte como procesos profundamente vitales donde lo intelectual es un instrumento para alcanzar lo orgánico. Ambos participaron de forma activa en la sociedad y trazaron una obra, muchísimo más extensa en el caso de “Tato”, donde delimitan el rol político del hombre sin caer en lo panfletario.
Teatro del cuerpo pensado con mucha cabeza Con testimonios de Norman Briski, Ricardo Bartis y Jorge Dubatti, el documental da cuenta de la vida y obra de un grande de la escena. “Cuando actuaba, se liberaba del texto, aunque el texto fuera de él”, recuerda Ricardo Bartis, con asombro. “Vos le preguntabas algo sobre el sentido de su texto y te decía que no tenía idea, como si no lo hubiera escrito él”. Bartis, una de esas raras personas que construyen su pensamiento a medida que hablan, es uno de los testimoniantes de Eduardo Pavlovsky, resistir, cholo, homenaje fílmico del documentalista Miguel Mirra (Hombres de barro, Pozo de zorro, Norita. Nora Cortiñas) al autor de obras como El señor Galíndez y Potestad, fallecido cuatro años atrás, a los 81. Otros participantes son su compinche Norman Briski, el crítico e historiador teatral Jorge Dubatti, su última compañera, la actriz Susy Evans, y su hijo, el músico Martín Pavlovsky. Alrededor de todos los discursos planea la idea de resistencia, que Pavlovsky materializó en varios ensayos y, en definitiva, en su vida personal. El audiovisual va construyendo el personaje-Pavlovsky desde todas las entradas posibles: el niño nacido en buena cuna, el nadador dotado, el boxeador (medía cerca de 1,90 y tenía un cuerpo cultivado), el rugbier. Y el estudiante de medicina, el médico, el psicólogo, uno de los adelantados del psicodrama en Argentina. “Mi viejo tenía claro que el psicodrama no tiene nada que ver con el teatro”, aporta Federico Pavlovsky, su otro hijo varón. “Llegaba de trabajar a las 8 y a esa hora se iba al teatro, estaban bien separadas las dos cosas”. Finalmente el teatro, claro, como actor y como autor. “Creo que el teatro es el ámbito en el que su personalidad se integra”, dice Bartis. Jorge Dubatti traza, con su habitual precisión, su trayectoria como autor teatral. Una primera etapa vanguardista, con obras como La espera trágica (1962) o El robot (1966). El sacudón de El señor Galíndez (1973), donde anticipa el uso sistemático de la tortura con tres años de antelación y por la cual algún ofendido hizo explotar una bomba en el Payró. Pero El señor Galíndez significó también su lanzamiento internacional. Galíndez marca, según Dubatti, un corte en la obra, que junto con la militancia política del autor se lanza más decididamente a esa arena. En 1976 estrena Telarañas, que mostraba algo así como el fascismo familiar. La dictadura la prohíbe y además allana su casa y su consultorio. Norman Brisky va con otro amigo a ver a un marino que les habían recomendado. “¿Cómo, no está muerto Pavlovsky todavía?”, se escandaliza el marino de confianza. Unos días más tarde Tato marcha al exilio, que sería breve: en 1980 está de vuelta, en 1981 estrena obra nueva. De 1985 es Potestad, otro de sus hits. “Siempre te estaba diciendo algo que era novedoso”, comenta Bartis, que pone el acento en que el de Tato era un “teatro del cuerpo”, que no pasaba por la cabeza. En ese punto también lo ve como adelantado, de la preeminencia que tendría el cuerpo por sobre la cabeza en el teatro pos años 80. A esa forma teatral, el autor de La máquina idiota la llama “teatro jeroglífico”. “Tato está más vivo que nunca”, coincide Jorge Dubatti. Aparte de los testimonios, el audiovisual incluye fragmentos de algunas de sus obras a cargo de un pequeño grupo de actores, dos o tres actuaciones de Pavlovksy (no hubiera estado mal identificar ambas cosas) y dos “actuaciones” brillantes de Briski. Una en el Consejo Deliberante, en ocasión de una distinción a Pavlovsky, la otra un distendido monólogo en primera persona, que no parece actuado y sin embargo lo está, con el actor tomando la voz (el vozarrón) de su amigo. Tanto en sentido de puesta como visual y de montaje, resistir, cholo es un material rudimentario, al que le dan interés tanto su protagonista ausente como el bien “casteado” coro de testimoniantes.
Como un homenaje y reconocimiento al fallecido en 2015, Eduardo Pavlovsky, el director Miguel Mirra, realizó este documental. Tato, como se lo conoció popularmente, fue un médico que, cuando comenzó a actuar en el teatro durante los años ´60, le dio un drástico vuelco y un nuevo sentido a su vida. En esas primeras épocas sobre las tablas, experimentó, buscó y encontró definitivamente su identidad. Siempre con las ideologías de izquierda como bandera, creó el teatro político. Para poder expresar mejor sus ideas y pensamientos, fue también el autor de las obras en las que actuó. Narrado de forma clásica, sin arriesgar el desarrollo de la historia con nada innovador o deslumbrante, el director entrevista a colegas, periodistas e hijos de Tato. Ellos cuentan a cámara cómo se inventó a sí mismo, su método de trabajo, la personalidad que tenía. Es decir, qué, con estos testimonios, más imágenes de archivo del personaje en cuestión actuando o reporteado, con fotos, tapas de libros, afiches, etc. Miguel Mirra armó una biografía visual convencional. Todos los que hablan lo veneran. No recibe críticas o reproches. La narración es muy lenta, la poca dinámica que se aprecia es gracias a los ensayos y actuaciones en vivo. Pero, con eso sólo no alcanza y termina siendo un bodrio soporífero. Esta película tendría que pasar directamente por algún canal de televisión, porque carece de méritos artísticos y cinematográficos como para ocupar una pantalla grande, donde a los únicos que les puede atraer y generar cierta curiosidad su vida y obra, es al espectador que siguió su carrera a lo largo de tantos años.
Hablar de Eduardo "Tato" Pavlovsky es hablar de teatro, de la vanguardia y de los circuitos independientes, de alumnos, de maestros que se han formado con y a la par de este hombre político por naturaleza. Nació en en 1950 en Lanús, estudió psiquiatría y fue pionero del psicodrama en América Latina pero Pavlovsky según el documental de Miguel Mirra y de todos los que lo retratan allí, entre ellos Norman Brisky, su pasión estaba en las tablas, en el "acontecimiento", en el aquí y ahora que se produce cuando se llevanta el telón y los artistas le dan vida a los personajes. Además de sus textos, dejó huella como actor y los que lo dirigieron, nos cuentan su personalidad en uno y otro lado del mostrador. Lo particular de verlo interpretar papeles que él mismo creó bajo la batuta de alguien más. Es un documental que tiene su punto de interés en la persona de Pavlovsky, en su coherencia y en el coraje de estrenar "El Señor Galíndez", un torturador con una vida normal o mejor dicho con una doble moral, todo esto en el momento más difícil de la historia contemporánea. Una obra que le costó amenazas y hasta un exilio del que volvió cuando las cosas todavía no estaban tan calmas. El tratamiento visual no es el más adecuado aunque sirve para rescatar tomas de obras y ensayos teatrales en los que se ve al multifacético Pavlovsky en acción. Sus textos fueron y son incómodos porque hacen pensar, él buscaba eso en sus espectadores, que pensaran, que se cuestionaran, que nada fuera como el puré sino como masticar algo sólido como la carne. Imagen que surge de uno de los pasajes que se verán en el documental. Lo cotidiano se constituye en hecho político y no deja a nadie indiferente. Para los que lo conocieron, para los que lo interpretaron y para quienes quieran descubrir a la persona detrás del nombre que quedó grabado de múltiples maneras en los escenarios argentinos y del mundo.
AUSENCIA DE POLÉMICA Recuerdo que cuando tuve que hacer la práctica docente en la escuela secundaria, uno de los textos que me tocó abordar fue El Señor Galíndez, de Eduardo Pavlovsky. De hecho, lo tuve que explicar en la primera clase a alumnos de quinto año y dieciocho años de edad. Y la verdad que salió muy bien, inicialmente porque los pibes tenían una predisposición muy buena –por no decir excelente-, pero también porque supe encontrar una anécdota vinculada al germen de la idea para la obra con la que conseguí capturar la atención de los estudiantes. Claro que eso último implicó un trabajo de investigación previo y una construcción discursiva en pos de lograr una recepción pertinente para el aprendizaje. Mencioné lo anterior porque mirando Eduardo Pavlovsky, resistir Cholo, solo en algunos pasajes se puede apreciar un esfuerzo palpable por interpelar al potencial espectador. Más que nada en el registro de los ensayos de una puesta en escena con fragmentos de sus obras, aunque esa observación no deja de ser sumamente inocua, como si la cámara se conformara con estar ahí y nada más. El resto del documental de Miguel Mirra pareciera no preocuparse por innovar o romper con lo predecible. Es así que el film se sostiene esencialmente desde testimonios a cámara de figuras que fueron muy cercanas a Pavlovsky, como sus hijos Martín y Federico; su última esposa, Susana Evans; Jorge Dubatti, Norman Briski y Ricardo Bartís. Ahí surgen algunos fragmentos relativamente interesantes, con Bartís señalando la forma en que Pavlovsky se desligaba de sus textos o Dubatti explicando la evolución en la concepción del teatro por parte de un dramaturgo y actor que ha sido fundamental en la historia del teatro argentino e incluso mundial. Pero no hay más que eso, porque no hay más esfuerzo: de hecho, el documental va colocando a lo largo del metraje partes de un par de eventos públicos (un homenaje donde interviene Briski, una conferencia en compañía de Dubatti) y fragmentos de Potestad, con el propio Pavlovsky en escena, pero sin un sentido narrativo o estético, sino como mera acumulación. El resultado es un documental que pareciera ir contra los propios preceptos creativos de la personalidad en la que hace foco. Si Pavlovsky buscó hacer un teatro que impacte y sacuda al espectador desde elementos inesperados, incómodos, polémicos, lo de Eduardo Pavlovsky, resistir Cholo es la previsibilidad absoluta, un continuo transitar por lugares carentes de controversia y reflexión crítica.
Interesado en el psico-drama desde los primeros tramos de su trayectoria teatral así como también profundamente influenciado por la obra de Samuel Beckett, existía en la concepción teatral de Eduardo Pavlovsky una búsqueda de estilo alejada del realismo. Su cuerpo, generaba y encontraba acciones, acaso no realistas sino equivalentes, con más fuerza dramática. Lo que él llamó “realismo exasperante”. El admirado y querido ‘Tato’, autor de “Potestad” y “El Señor Galíndez”, propuso un “teatro de estados”, más que un teatro de la representación. Su obra posee una gran cualidad visionaria y está dotada de valentía. Acaso, su honestidad ética e intelectual le significó el exilio durante la última dictadura militar. El psiquiatra (graduado en 1957), actor y dramaturgo argentino, fue fundador del grupo teatral “Yenesí”, así como autor de “Cámara Lenta”, “La Muerte de Margarite Duras” y “Globos Rojos”. Refiriéndose a sus textos, sostuvo, con plena convicción, que cada grupo y cada director, debía encontrar su propio camino autoral y, si es posible, multiplicar la obra y sus posibles sentidos. Las obras de este distinguido dramaturgo generan una inmanente atracción que estimula las tendencias intrínsecamente voyeristas del ser humano. ¿Qué hay detrás de un personaje? ¿Cómo se ensaya en el teatro? Nos inmiscuimos en ese mundo privado con absoluto compromiso y dicha impronta es la que persigue el flamante documental dirigido por Miguel Mirra -director, guionista y docente especializado en el área documental-. ¿De qué se trata el mundo pavlovskiano? Allí se aprecian las preocupaciones existenciales del propio autor, como la vejez, la muerte, el suicidio, el sexo, las mujeres. Temáticas que están omnipresentes en todas sus obras. También un exterior desfavorable para la representación cobrará vida en sus universos alegóricos; se sabe que Pavlovsky siempre dio pelea. Con cierto carácter circular que tiende a repetir la historia, en el autor los ambientes actúan como situaciones límites, desencadenando en los actores una pulsión interpretativa como escape ilusorio, pero también la necesidad de reflexionar y replantearse la existencia, acaso este ejercicio llamado “Resistir Cholo” persigue la respuesta a dichas inquietudes. Conocer y recorrer diferentes formas de interpretar, expresar y motorizar son instancias necesarias en la formación del improvisador, noción que Pavlovsky conoce a la perfección. Empero, los testimonios a los que recurre el director (Norman Briski, Ricardo Bartís, Susana Evans) pretender interpretar dichas búsquedas. Su teatro persiguió procesos que carecían de instancias previas de anticipación o premeditación. Por ende, el factor principal se valió de poseer el cuerpo y la sensibilidad prestos y entrenados como esencial herramienta. Pavlosky lo sabía: el hecho de no ceder a mandatos impuestos y tener un pensamiento crítico se adivinan como las mejores condiciones para resistir la hegemonía del poder. El teatro concebido como instrumento emancipador, a la pesquisa de estrategias de superación y supervivencia…un método infalible que prolongue su estado de libertad. Pavlovsky conoce el terreno sobradamente y “Resistir Cholo” se encarga de demostrarlo apelando a un registro documental elocuente. ¿Cómo dimensionar la importancia en el ámbito teatral del genial dramaturgo? La contundencia de su compromiso se adivina como una medida fiable.