Los sonidos del punk rock En Salad Days - A Decade of Punk in Washington, DC (1980-90) (2014) Scott Crawford introduce al espectador al nacimiento y desarrollo del movimiento punk-rock y hardcore en Washington DC durante los años 80 gracias, sobre todo, al sello musical Dischord Records creado por Ian MacKaye y Jeff Nelson tras disolver su banda The Teen Idles. Y es precisamente Ian MacKaye quien funciona como uno de los hilos conductores del relato por ser una pieza fundamental de grupos como Minor Threat, Embrace y Fugazi, principal abanderado del movimiento anti alcohol, anti drogas y anti promiscuidad llamado Straight Edge, que al día de hoy sigue latente dentro de la comunidad hardcore mundial. A pesar de que Salad Days - A Decade of Punk in Washington, DC (1980-90) se centra en la evolución del género tanto a nivel musical como social, también se muestra crítico con el machismo de la época, la intolerancia hacia los Straight Edge o el sectarismo de Dischord Records que únicamente distribuía a grupos de amigos o conocidos. Scott Crawford documenta el film con grabaciones caseras de conciertos, fotografías de la época y entrevistas a los miembros más relevantes de la escena musical de DC además de músicos que no formaron parte de este movimiento pero sus obras se vieron fuertemente influenciadas por todo lo que allí se cocinó. Lo estructura narrativa es tan clásica y metódica que cuesta creer que se trata de un documental sobre un género tan anárquico. Más allá del impecable trabajo de investigación realizado, la diversidad de testimonios y la recopilación de imágenes de archivo, si se desconoce la escena musical que retrata Salad Days - A Decade of Punk in Washington, DC (1980-90) puede funcionar como una abrumadora carga de información al repasar en poco más de 100 minutos toda la década musical de una ciudad que era un hervidero cultural y de donde surgieron bandas y géneros que sirvieron de inspiración y referencia a la generación de los noventa.
Que alguien piense en el Punk rock Otro típico documental sobre un específico movimiento cultural, en una específica ciudad, en una específica década del siglo XX. Salad Days -2015- remonta a principios de los años 80 en Washington DC y pone el foco en el nuevo movimiento Punk, importado del Reino Unido. Caras familiares y no tanto dan testimonio a cámara e imágenes de archivo, con pésima calidad, muestran una cara más joven dentro de una de las ciudades más burocráticas del mundo. Lo primero a tener en cuenta al siquiera pensar en Salad Days es que se trata de un documental para fanáticos del punk rock, toda persona ajena a dicho mundillo queda virtualmente fuera del target de esta producción. Tal vez algo parecido a lo que ocurrió con Boca Juniors 3D La película -2015-, muy acotado público para un estreno en pantalla grande. Para esta parte del mundo, tal vez la cara más reconocible dentro de este documental -un tanto innecesario- es la de Dave Grohl, líder de los Foo Fighters y ex baterista de Nirvana. Los demás partícipes rondan los 60 años, con aspecto de oficinistas -tal vez la ciudad más burocrática del mundo algo tuvo que ver- y si bien sus historias de vida y de sus bandas son interesantes -excesos con drogas y alcohol, muertes prematuras, mensajes de protesta en sus letras, principales referentes, etc-, no es algo que cualquier otro ex miembro de cualquier otra banda sepultada hace décadas no hubiese dicho. En resúmen, Salad Days cumple su función de informar al espectador, pero no logra atrapar a los no adeptos al clan del punk rock. Los seguidores de este género, soldados de raza, si pueden disfrutar y revivir lo que fue la época dorada del movimiento en Estados Unidos, pero tampoco para tanto.
Quienes hayan decretado la muerte del punk rock luego de disolución de los Sex Pistols quizás no miraron mucho más allá de Inglaterra. A Estados Unidos, sin ir más lejos. Y a Washington DC en particular. Desde comienzos de la década del 80, la capital norteamericana resultó un bastión donde el sonido se volvió más radical, más veloz y más autogestionado, ya sin "disfraces" como los pelos parados y los alfileres de gancho. Ian MacKaye -cantante de grupos como Minor Threat y Fugazi- fue un ideólogo de aquella movida, con preceptos tales como el straight edge, que implicaba renunciar al alcohol y las drogas. Salad Days (título de un tema de Minor Threat) repasa aquellos diez años a través de un relato coral por parte de sus protagonistas. Aunque es MacKaye quien lleva la voz cantante, hay testimonios de integrantes de las innumerables bandas que poblaron la escena y de rockeros famosos influenciados por esos grupos como Dave Grohl, Thurston Moore y el siempre locuaz Henry Rollins (un abonado a los documentales sobre punk). A esto se le suman videos de recitales (algunos de ellos grabados por el propio Crawford cuando era casi un niño) y muchas, pero muchas fotos en blanco y negro. Documental de formato clásico, compuesto de cabezas parlantes más material de archivo, Salad Days es un registro imprescindible para los fans del hardcore/punk. Para los demás, puede que apenas sea una breve (pero incendiaria) página en la historia del rock.
No sólo para fanáticos Como sus colegas Julien Temple y Lech Kowalski que registraron la historia del punk y sus inicios en carne viva y en cuerpo presente, sea como fan, groupie o pichón de periodista, Scott Crawfrod emprendió un camino similar para vivir a pleno aquellos diez, 15 años en Washington y exponerlos en Salad Days: A Decade of Punk in Washington DC un más que interesante documental construido desde un formato televisivo. En efecto, los acertados testimonios de David Grohl y Henri Rollins, entre otros, describen el germen, desarrollo y apoteosis del punk ya lejos de los canonizados Sex Pistols, The Clash, Ramones o Buzzcocks. En esa conformación cronológica que propone el trabajo, se acumulan bandas esenciales y otras que no tuvieron tanta repercusión más allá de los 300 espectadores de cada presentación en vivo y de las hojas de los fanzines. Pero el realizador se aleja de una historia convencional al señalar ciertos hitos de esos 15 años de música, dejándole lugar a la explicación de hechos poco conocidos para aquellos no tan adictos al punk: La Revolución del verano, el peso fundamental del sello Dischord, el compromiso social de algunas bandas, las alusiones al "emocore" y la zona oscura que marcó la presencia de los skinheads en ciertos shows, son descriptos de manera didáctica con mirada de periodista (Crawford lo es, además de diseñador gráfico) a través de las imágenes. El blanco y negro de los shows al palo de Minor Threat, The Teen Idols, Rites of Spring, Big Boys y Fugazi (uno de los grupos preferidos por el director de acuerdo a la extensión de las imágenes) también deja lugar a Fire Party, una de las primeras bandas de chicas punkies. Al mismo tiempo, al tratarse de un trabajo que no omite al contexto, Salad Days refiere a acontecimientos políticos y sociales que describieron a la era pos Reagan, marco en que se desarrolla la última parte del documental. Un condimento extra de este buen registro visual y sonoro es ver un poco del energético Bad Brains, la banda funk hardocore que sonaba de fondo en la escena del boliche punk de After Hours, obra maestra de Martin Scorsese de los años '80.
La escena hardcore y la crisis de los 80 Década de los 80 en Estados Unidos. Época de reaganomics y altas tasas de desempleo. En Washington DC, una ciudad cargada de empleados públicos, la crisis empieza a notarse con claridad. En ese entorno nace la escena hardcore, que escupió la música más visceral que se produjo en ese país en el siglo pasado: Bad Brains, Minor Threat, Void, Fugazi, Scream (la banda con la que Dave Grohl convenció a Kurt Cobain de que sería el baterista ideal para Nirvana), Government Issue, Jawbox... Grohl es justamente una de las cabezas parlantes más conocidas de este documental exhibido en 2015 en el Bafici. Las otras figuras notorias (en términos de relativa popularidad) son Thurston Moore (Sonic Youth), J. Mascis (Dinosaur Jr.) y Ian MacKaye, iniciado en The Teen Idles y factótum indiscutible de Minor Threat, Embrace y Fugazi, la banda de post-hardcore con la que perfeccionó finalmente las bases de su ideario: la protesta como horizonte, ningún tipo de promoción a través de videoclips, cinco dólares fijos para las entradas a los conciertos y diez para los discos. MacKaye fundó, además, el sello Dischord, encargado de cobijar la mayor parte de la movida. Scott Crawford -ex periodista de Harp Magazine- cuenta la historia con MacKaye como columna vertebral, pero se anima mechar otros criterios y perspectivas sobre el mismo fenómeno sin ánimo de encender grandes polémicas: no hay nada demasiado picante en Salad Days (nombre tomado del último EP de Minor Threat, que marcaba un leve pero importante giro en las coordenadas estilísticas de la banda justo antes de que se disolviera), pero sí testimonios que confirman de primera mano los brotes de clasismo y la misoginia del movimiento. Pero no todo es tan serio en el documental, a pesar de esas patinadas ideológicas y del rigor de MacKaye para defender la solemne filosofía straight edge, consagrada exclusivamente a la abstención (de tabaco, de alcohol y de drogas). Porque también aparece Henry Rollins para contar anécdotas de su paso por la gerencia de una heladería famosa y para hablar de S.O.A., paso previo a su glorioso desembarco en Black Flag, y para asegurar que después de escuchar durante años en la radio a la Electric Light Orchestra, los Bee Gees y Stevie Wonder, encontrarse con "I Don't Wanna Go Down to the Basement", de The Ramones, le cambió la vida. Justamente los Ramones, Iggy Pop, The Cramps y Dead Kennedys son identificados como los referentes de una escena que privilegió la ética a la estrategia. El documental también sitúa sociológicamente al género: chicos de clase media acomodada, en su mayoría blancos, que despreciaban el hippismo y lo usaban como armadura para proteger su sensibilidad. Chicos que se dieron cuenta de que no había que ser Jaco Pastorius para armar un grupo y que la mejor respuesta a mano ante una sociedad dedicada al consumo y los negocios era una música veloz, enérgica y lacerante, la banda sonora perfecta para un entorno atravesado por la circulación cada vez más palpable del consumo de crack y el aumento simultáneo de la criminalidad y la represión. Salad Days aviva la fogata de la vieja teoría que sostiene que los grandes florecimientos culturales son hijos de las crisis. Entre los escombros de la bancarrota moral y política de aquella etapa surgió la furia del hardcore, grito de anarquía y alimento para los patrones expresivos que surgirían en el rock en los años posteriores.
Un documental sobre la escena punk de Washington DC con los grandes músicos que marcan tendencia en los últimos tiempos y con invitados especiales
La cuna rebelde inconformista. Pocos movimientos musicales tienen una postura tan clara y contundente como el punk. No sólo se define por lo explícitamente musical sino también por lo inherentemente social y cultural. El punk sólo pide una cosa, entregarlo todo. Este es el espíritu con el que Scott Crawford encara Salad Days, documental que se encarga de repasar los años de surgumiento de este estilo musical en la capital de Estados Unidos. Con The Clash, Sex Pistols y The Ramones como norte, las bandas punk del estado de Whashington crearon su propio circuito, dentro del cual se conformaban, grababan discos, tocaban en pequeños recintos, distribuían sus propios flyers y fanzines y nucleaban a la generación adolescente criada al calor del post-Vietnam, las tensiones raciales y el desequilibrio social. Justamente “salad days” es una expresión sajona que representa aquella época en que somos jóvenes e inexperimentados pero llenos de ímpetu, imposible definirlo de forma más clara. Integrantes de las bandas locales como Bad Brains, Minor Threat, Scream, Void y Fugazi -elevados al status de íconos del under- llevan adelante el relato narrando la génesis de un movimiento que ya tiene más de 35 años y según muchos fue el caldo de cultivo, entre muchas otras cosas, del grunge del cual derivaría Nirvana, banda con la cual Kurt Cobain cambió el mapa musical a inicios de los 90. Lo interesante de este trabajo es que no nos habla exclusivamente de la música, habla de mucho más. Hay un interesante análisis del poder de los espíritus jóvenes, esos que muchas veces no se sienten parte del gran entramado social y quieren llevarse al mundo por delante para formar parte de algo más grande: quieren formar ellos mismos una escena cultural que les sea propia. Hay un gran trabajo de material de archivo: desde fotografìas, flyers y recortes hasta grabaciones que representan con fidelidad la estirpe punk, también filmaciones de shows en 8 o 16 milímetros tomadas en claustros pequeños y mal iluminados, con mucha gente y mucho ruido. Conforme nos movemos cronológicamente, van apareciendo grabaciones en las primeras camcorders en VHS. Ningún otro formato de calidad inferior podría retratar con mayor fidelidad el espíritu de lo que allí sucedía. El líder de Foo Fighters Dave Grohl (y ex baterista de Nirvana) tiene una participación de peso en el tercer acto del documental, y es acá donde la cuestión pierde un poco su magia. Particularmente porque Grohl podrá haber surgido de esta subcultura y de los teatros de mala muerte, pero al día de hoy es una estrella de rock establecida y un cuasi burgués de la música. El resto de los involucrados dejan ver claramente que son personas que jamás hicieron dinero con su arte y a duras penas subsistieron a través de los años. Si bien su presencia suma interés al trabajo, le quita un poco de esa legitimidad y rebeldía sin lujos que es el núcleo central. Con testimonios enriquecedores de personas involucradas de primera mano y un relato dinámico lleno de música energética y trepidante, Salad Days se vuelve un registro vital para entender el poder de la música sin importar de donde venga ni cuanta gente logre juntar un viernes a la noche en el bar de la esquina.
Registro amplio y vívido de una época El desafío que representa el hecho de crecer, no sólo en términos biológicos sino también musicales y políticos, es el tema de este documental que traza un retrato certero de la escena punk de Washington DC entre 1980 y 1990. “Añorando aquellos días/ en los que me puse este traje por primera vez [...] Demasiadas voces/ Me han enmudecido [...] ¿A dónde me puedo bajar? [...] Mirá lo que somos ahora / Nos ablandamos y nos pusimos gordos/ Esperando el momento/ Ya no hay forma de volver/ Tan serios/ Habitando en nuestros recuerdos/ Pero ya no hay hechos.” Algo recortada, esta es la letra de “Salad Days”, canción que cierra Out of Step, segundo y último disco de Minor Threat, banda seminal de la escena hardcore punk en Estados Unidos, editado en 1982. Curiosamente, aunque sus versos parecen reproducir el lamento de una persona que, ya grande, siente nostalgia por los viejos tiempos, tanto el vocalista Ian MacKaye como el resto de sus compañeros no tenían más de 20 años cuando la banda se separó en 1983, dejando como último legado esta canción. Una instantánea de ese momento crucial en la vida de cualquiera, que es el final de la adolescencia. El incómodo desafío que representa el hecho de crecer, entendido no sólo en términos biológicos sino también musicales y políticos, es el tema de este documental que traza un retrato certero de la escena hardcore punk que surgió y creció en la ciudad de Washington DC entre 1980 y 1990, titulado de manera nada casual Salad Days.Tanto la figura de MacKaye como la de su banda ocupan el centro de este relato que escribió y dirigió Scott Crawford. Los Minor Threat porque, junto con Bad Brains, son los emergentes más populares de aquella escena. Y MacKaye porque, además de ser el fundador de Dischord Records, sello independiente aún activo que, sin proponérselo, se encargó de llevar un registro amplio y vívido de su propia época, es sobre todo el cantante que por un rato le prestó su voz y convicciones a sus compañeros de generación.Aunque no se trató de un fenómeno único dentro de los Estados Unidos –tanto en Los Angeles y San Francisco como en Nueva York se dieron movimientos análogos, aunque con menor nivel de cohesión–, la escena del DC tiene la plusvalía de haber tenido lugar en la ciudad que es el corazón político de un imperio que se encaminaba a la hegemonía global.Contemporáneo del triunfo y apogeo del reaganismo, y nacido en la ciudad cuya principal industria son las instituciones de la nación, la movida del DC hardcore en parte es una consecuencia de las durísimas políticas económicas, bélicas, sociales y culturales que Ronald Reagan sostuvo a lo largo de sus ocho años de gobierno, del mismo modo en que la aparición del punk en Londres, en 1977, también representó una reacción cultural al férreo liberalismo impulsado por Margaret Thatcher. El surgimiento del DC hardcore es, entonces, uno de los fenómenos políticos más interesantes que se hayan dado dentro del gran cambalache del rock. Y Crawford parece tenerlo bien claro.Ya en la secuencia inicial de títulos, entre las reproducciones facsimilares de fanzines, tapas de discos y fotografías de las bandas tocando en vivo, se intercalan las imágenes televisivas del intento de asesinato del que fue víctima el entonces presidente y los retratos de figuras como el coronel Oliver North, pieza clave y chivo expiatorio en el escándalo Irán-Contras, o Marion Barry, el alcalde negro de la ciudad al que en 1990 el FBI encontró en un hotelucho fumando crack con una prostituta.Aunque el relato avanza a partir del clásico dispositivo de cabezas parlantes, lo valioso de Salad Days son, por un lado, esos testimonios de algunos próceres de aquella movida, de MacKaye al testosterónico Henry Rollins. Pero también la palabra de Thurston Moore, guitarrista de Sonic Youth, o la del ubicuo Dave Grohl, que vienen a certificar el vínculo y enorme influencia que el DC hardcore tuvo en movidas posteriores y mucho más masivas, como la del rock indie primero o el grunge, poco después. Otro hallazgo son las imágenes obtenidas por el fotógrafo Jim Saah, por entonces también un adolescente, que registran la poderosa sinergia que se daba entre las bandas y el público en los shows de Minor Threat, SOA, The Faith, Bad Brains, Void, Government Issue, Gray Matter o Fugazi, entre otras. Asimismo es posible destacar la elección de una estética de diseño y montaje que remite a la de los fanzines punk típicos de la época, gentileza del propio Saah, responsable de la fotografía y la edición de este potente retrato generacional que es además un valioso documento de época.
Muestra toda una época y nos introduce en el mundo del punk-rock, entre testimonios, grabaciones e imágenes de archivo, entre otras. Es didáctica y guía a aquellos que gusten del género.
No es muy representativo del punk, pero interesa "Eramos adolescentes, y hacíamos muchas estupideces". "Trataba de entender cómo se podía llamar música al caos sonoro que hacían bandas como los Ramones. Eso hasta que escuché el tema 'Down in the basement' [Abajo al sótano] y me sentí identificado, dado que un miembro de mi familia solía castigarme encerrándome en el sótano". "De repente escuché que una canción era una especie de apología de la violación...fui a decirles que para una mujer, eso es espantoso. Me dijeron fuck you!". "Era genial si uno estaba tocando con una de las bandas, pero no era muy interesante estar fuera del escenario". Entre todas las muchísimas, demasiadas cosas, que se dicen en este film, esta última frase es la que da reamente en el blanco, más allá de que algunas bandas de la movida hardcore de la capital estadounidense hacia la era reaganiana pueden ser potables (Fugazi, Bad Brains, The Faith y un largo etcétera) , y que dado el lugar y la época habría material interesante incluso para uno de esos modestos rockumentales televisivos con más gente hablando a cámara que material de archivo relacionado con la música. Si bien gente como David Grohl asegura que la escena de Washington influyó en Nirvana, lo cierto es que ninguna de las bandas incluidas en Salad Days revolucionaron mucho más allá de su barrio. Hasta su actitud "punk" de denostar el alcohol, las drogas, e incluso el sexo, para que ningún elemento extraño perturbe la conexión entre el público y la música -o algo así- explica por qué casi todos los entrevistados lucen cómodamente instalados en sus propios estudios de sonido o posan delante de ordenadas bibliotecas prolijamente cool. No por nada muchos de los entrevistados repiten una y otra vez que en la capital de los EE.UU., todos viven del Gobierno. Entre ellos, por no tener mucho que ver salvo el entusiasmo, el más genuino es el ex Nirvana David Grohl, que al menos posa detrás de un pared llena de posters rockeros. Sólido en lo técnico, aunque no muy imaginativo, y mucho más largo de lo necesario, el film aporta data interesante sobre bandas cuyos discos nunca se vendieron en Musimundo. Nunca está mal seguir cursando la escuela del rock, el punk, el hardcore, o lo que sea.
La escena hardcore de Washington D.C. durante los años ’80 es –junto a la similar que se producía en California al mismo tiempo– uno de los movimientos más influyentes y mitologizados de la cultura rock de los Estados Unidos. En principio, por aportar una variante local y musicalmente específica al punk que había nacido unos años antes. Y, segundo, por su peso clave en el desarrollo de la cultura independiente, del DIY (do it yourself), tanto en lo que respecta a los sellos discográficos como a los shows en vivo. Si algo quedará en la historia de este movimiento, aún tal vez más que lo musical, será su decisión política de mantenerse al margen de la economía clásica de la industria discográfica. SALAD DAYS –el título hace referencia a un EP de Minor Threat, la banda clave y fundamental de esta escena– es un documental que de una manera bastante tradicional pero efectiva, cuenta la historia de este movimiento y los cambios que vivió a lo largo de los ’80, empezando por pequeños shows y encuentros en la zona de Georgetown entre los pocos y vilipendiados punks de Washington que había entonces, hasta convertirse unos años después, en uno de los disparadores clave de la explosión de movidas masivas posteriores dentro de la llamada música alternativa, como el grunge y el emo. saladdaysLa película recorre la historia callejera de los primeros cultores del hardcore punk en Washington, una ciudad donde la pobreza y la criminalidad crecían hasta convertirla en una de las más peligrosas de los Estados Unidos según todas las estadísticas. Inspirados por grupos como Bad Brains –la precursora banda multirracial de punk y reggae de esa ciudad–, esos adolescentes de familias burguesas de D.C. empezaron a montar su escena, con pequeños shows y, fundamentalmente, armando un sello discográfico (Dischord) que se mantiene hasta hoy como uno de los emblemas de la distribución independiente en ese país. Dischord era la creación de dos de los integrantes de Minor Threat, entre ellos el mítico Ian MacKaye, principal responsable y figurita repetida de casi todos los cambios de esta escena musical. MacKaye empezó con la banda The Teen Idles, de breve duración, para luego fundar el sello Dischord, encargado de editar “a mano” todos los discos del movimiento musical. Minor Threat fue la banda central del hardcore, la encargada de popularizar el concepto de “straight edge” que proponía que los cultores del hardcore de esa ciudad no bebieran ni se drogaran como forma de diferenciarse de modelos culturales tanto de la burguesía como del hippismo. salad daysEse primer impulso duró apenas unos años y Minor Threat dejó de existir, a la par que The Faith, Void y otras bandas que implosionaron pronto, con excepción de la más duradera Government Issue. La movida no desapareció sino que se alteró para tomar un camino de activismo más políticamente correcto a mediados de la década que, combinado con un tono más emotivo y confesional de las letras, sirvieron para crear el llamado “Revolution Summer”, con bandas como Rites of Spring, Embrace (liderada por MacKaye) y Gray Matter, entre muchas otras. Esa nueva versión del hardcore, llamado por algunos emo-core, es considerada hoy como la precursora de la movida emo de los 2000. Ya en la segunda mitad de la década la escena explotó. La popularidad de algunas bandas y la violencia que se generaba en los conciertos pasó a ser más de lo que muchos músicos toleraban y la escena se expandió pero perdió gran parte de su esencia. Fue, de vuelta, MacKaye, el encargado de volver a enarbolar las primeras banderas del hardcore con su nueva banda, Fugazi, que se convirtió en la más popular de toda la escena durante los ’90 manteniendo siempre una filosofía de cobrar los discos y las entradas a los shows más baratos que lo acostumbrado en la industria. Fugazi fue, además, la banda que más hizo por la evolución musical de la escena, siendo en cierto sentido la que musicalizó la transición entre el primer hardcore y la escena alternativa post-Nirvana de los ’90. saladLa película se centra en testimonios de casi todos los involucrados en la historia, incluyendo, curiosamente, al propio director que fue parte de la movida creando un fanzine en su adolescencia; a Henry Rollins, oriundo de D.C. y que formó bandas allí (S.O.A.) antes de mudarse a California y crear Black Flag; a Thurston Moore (Sonic Youth) y a Dave Grohl, un entonces muy joven baterista de la banda Scream que terminó tocando en Nirvana y luego liderando Foo Fighters. Los testimonios se combinan con material de archivo –en general de muy mala calidad visual y sonora pero importantes como registros de la época– que va recuperando también la historia político/económica de una ciudad que, cuando las luces de la otra escena, la política, se apagan, se transforma en otra cosa, muy diferente. Esa cercanía al poder político, tal vez, haya sido la responsable del efecto más duradero de la movida hardcore de D.C.: no sólo la idea de que cualquiera puede hacer música sino que cualquiera puede editarla y distribuirla. Ese cambio cultural y económico que aportó Dischord (en paralelo a otros sellos como Epitaph, Alternative Tentacles, Twin/Tone y SST Records que en otras partes del país editaban a bandas como Bad Religion, Dead Kennedys, Black Flag, Hüsker Dü y The Replacements, entre otras) fue un cambio que entonces fue radical en lo conceptual y que hoy es moneda corriente entre los que hacen música fuera del mainstream comercial. Aquí, allá y en todas partes.
ETERNOS REBELDES “La escena punk no podría haber sucedido si no fuera por el escenario de deterioro, de abandono de la ciudad –manifiesta uno de los testimonios–. Eran quienes tomaban el riesgo porque querían ver que algo sucedía, que algo emergía de la nada”. Este pequeño manifiesto se asemeja bastante a las raíces propias de las vanguardias históricas del siglo XX: la idea de adelantarse, de romper con los esquemas y lo institucionalizado, la convicción de un cambio de mente y de materiales, una revolución estética y cultural. Con esta impronta, el documental de Scott Crawford se acerca al escenario de Washington DC para dar cuenta del legado de los Sex Pistols, The Ramones o The Clash y exhibir el surgimiento (y muchas veces el ocaso) de una gran cantidad de bandas punks hardcore entre 1980 y 1990; proliferación que no siempre podía sostenerse en el tiempo pero posible porque “nadie se fijaba en ellos”, como indica uno de los testimonios. Salad Days introduce algunos temas interesantes: hay un claro detenimiento en la lógica del “do it yourself” de los grupos, sobre todo en la producción del material, en la búsqueda de un sello discográfico, la comercialización de los discos, su distribución, el armado de los recitales o una posible gira. La autogestión se acentúa, por un lado, debido a la fundación del sello discográfico Dischord por Ian MacKaye, Jeff Nelson y Nathan Strejcek , miembros de la disuelta banda The Teen Idler, que fomenta la producción de álbumes económicos y hechos a mano; por el otro, gracias a la circulación de los fanzines, que promocionan tanto los grupos como los discos. También es relevante la puesta en escena sobre la violencia social acompañada de los enfrentamientos entre punks y skinheads; una mirada interna de los diferentes actores – músicos, público o ciertos empleados que les brindaban un lugar de escondite – y sobre el discurso preconcebido de los skinheads acerca de las formas de vestir o de la masculinidad, aspectos reforzados por el incremento de violencia de la ciudad en esos años. Otro tema a destacar es el rol de la mujer en la movida punk hardcore no sólo a través de las entrevistas a algunas cantantes o miembros de grupos enfatizando sus pensamientos, sensaciones, contextos e intereses o concepciones (algunas establecidas) a la hora de componer música, sino también la inclusión de la óptica masculina frente a ese creciente fenómeno. Quizás lo más curioso sea la elección del formato de Salad Days, apoyado en una estructura clásica y, por momentos, bastante didáctica que se contrapone con el germen rupturista del tema, de los escenarios y de sus actores sociales. Si bien se trata de una década, también se vuelve exhaustiva la exhibición de varios músicos, la superposición de bandas y las influencias tanto de bandas como de otros géneros y estilos musicales, por ejemplo, el go-go. De todas formas, las imágenes de archivo, en su mayoría caseras, le imprimen cierta cuota de rebeldía y quiebre, como los collages del principio donde se muestra a algunos músicos, Washington, los recitales, el público o las tapas de los discos, que se suceden como si se tratara de un view master del tiempo, de un pasado incesante. “Look at us today (miranos hoy we’ve gotten soft and fat nos volvimos suaves y gordos waiting for the moment, esperando por el momento it’s just no coming back que ya no regresa so serious tan serio about the stuff we lack sobre las cosas que carecemos dwell upon our memories explayándose sobre nuestras memorias but there are no facts” pero no hay hechos). Letra Salad Days de Minor Threat. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Cuando el rock era amor y peligro. No hace tanto tiempo, en una galaxia no tan lejana, por las venas abiertas del rock todavía fluía peligro. Y no sólo era peligroso por el odio corriente de los grises a la elección de una estética personal por fuera de la media, sino que también -a pesar del espíritu naif de las propuestas- era una amenaza real a una sociedad en gran parte racista y retrógrada de la Washington Reaganiana. Corría la era analógica y el Do It Yourself explotaba su costado más romántico; los flyers y fanzines prephotoshop decoraban una época en que punks, skins e incipientes straights compartían shows de bandas con el potente sonido de la libertad. Acordes de quinta rabiosos tocados con pasión, acompañados del “tupá tupá” rítmico y los gritos podridos del hardcore-punk más true, ese que todavía aman algunos jóvenes snobs anacrónicos pero hiperdigitalizados que se la pasan buceando en ese todo y nada a la vez que es la querida Red, buscando su identidad y tratando de pertenecer a una escena perdida que no se podrá repetir nunca. Que no se podrá repetir por eso del lugar y el momento indicado y bla bla, pero aquella Washington más punk que casi toda Londres nos legó unos cuantos ecos. Uno de ellos fue la siempre sobrevalorada Nirvana; banda que no cambió el mapa musical sino el negocio. La música alternativa iba a seguir existiendo con o sin Nirvana, y el legado grunge en el plano musical también los trasciende, pero ellos, consecuencia del último punk underground (en el documental, entre otros músicos más representativos de la escena, habla Dave Grohl, miembro de Mission Impossible en aquellos salad days) traicionaron uno de los mandamientos fundamentales de las escenas independientes: se vendieron al mainstream; y su éxito fue tan feroz que el rock cambiaría para siempre; Cobain se dio cuenta de que había matado al rock y se voló la tapa de los sesos…no, la historia nunca es tan simple, pero algo de eso hay. Todo esto de “venderse” visto desde el mundo actual es una pelotudez, desde nuestra mirada adulta y absorbida por el liberalismo económico reinante, que una banda la pegue de manera individual, que se salve por mérito propio (ese darwinismo encantador para todo liberal) está bien visto. Pero hubo una época en que existían las escenas (los movimientos, lo colectivo), y una de ellas -con independencia real y colectiva- se daba en la Washington de principios de los 80, donde los Dead Kennedys daban un show antireagan casi al mismo tiempo en que los locales Bad Brains presentaban ese gran primer disco que mezclaba hardcore-punk con reggae, y Minor Threat sacaba su tema “Straight Edge” y accidentalmente (o no) generaba el movimiento straight vegano-antidroga-antigarche; para algunos la grieta del Washington hardcore, aunque en realidad el straight militante y neofascista surgió recién a fines de esa década y en otras ciudades, como por ejemplo, Nueva York. Salad Days hace una revisión fiel y exhaustiva -para sus no más de 90 minutos- del fenómeno de la escena de Washington (que, vale aclarar, no era la única que se estaba gestando a mil por hora en aquellos años americanos; las escenas de Nueva York y de la baja costa oeste contaban con bandas igual de importantes para el futuro musical distorsionado como Agnostic Front en NY, o los californianos Black Flag y TSOL). El documental nos invita a conocer al menos un mínimo del mencionado peligro que todavía tenía el rock (riesgo en términos relativos, claro que el rock nunca fue revolucionario sino rebelde). Salir a la calle y que puedan pegarte por tu elección estética, por tu corte de pelo, por tu aros, por tu cara, o las peleas y el olor a riesgo de los recitales, forman parte de cosas que ya no suceden; el punkrocker padecía un sufrimiento análogo al que pueden sufrir muchas minorías (más en ese momento en USA pero también hoy en día y también en estas tierras) como los negros, maricones, latinos, etc. Incluso el peligro se extendió hasta principios de los 90; tal vez internet haya terminado de sacarle peligro al rock, junto al monstruo mercado, claro, que vampirizó y vació de contenido la estética de las subculturas que tenían algo más para decir que unos nuevos peinados raros. La columna vertebral de Salad Days son las palabras de Ian MacKaye (voz de Minor Threat, entre otras, y parte de la ahora de nuevo de moda Fugazi) pero uno de los comentarios más interesantes (con un sentido mil veces escuchado pero que siempre aporta claridad, sobre todo al lego) es el comentario de Mark Sullivan de la olvidada Kingface: “Uno pensaba que para ser músico tenía que ser como Jaco Pastorius, y no”; esa es la definición más pura del punk y del hardcore, todos podemos tocar -todos podemos poguear. La movida de Washington de aquel momento estuvo más cerca del hardcore que del punk en cuanto a melodías y actitud, y por eso Salad Days tiene en sus primeros minutos un tema en vivo bien podrido de Bad Brains y no uno de sus experimentales sonidos rastafari o un tema más bubblegum. El sonido de los archivos audiovisuales utilizados por el director Scott Crawford no son de lo mejor, y, por momentos, la película se pasa de informativa y pierde la potencia narrativa que parecía tener en su primera parte. De todos modos, se erige como una guía y un producto excéntrico para el público festivalero, y como un must del todavía asiduo consumidor o partícipe de esas subculturas tan atractivas como contradictorias, tan potentes como ingenuas, y tan explosivas para los jóvenes, como fueron el hardcore y el punk.
Aura maldito “Yo soy una persona al igual que tú, pero tengo mejores cosas que hacer, que sentarme por ahí y joderme la cabeza…” (Fragmento de la canción "Straight Edge" de la agrupación Minor Threat de 1981). Con material inédito y testimonios de los más importantes referentes del punk en Washington DC de los años ´80, Scott Crawford plasma en “Salad days”, una versión personal e íntima de una década fundamental en la historia del rock. El punk que tuvo sus orígenes a mediados de los ´70, con melodías simples y un sonido sucio y descuidado, se convirtió en poco tiempo en un término que refería a algo más que a un género musical. Era una actitud de rebeldía cuyo valor fundamental era la libertad. Ser punk era oponerse al establishment y a costa de lo que fuera asegurarse ser independiente. El punk era una forma de ver el mundo, una filosofía irreverente y transgresora que invitaba a la creación colectiva y a la solidaridad con el otro. “Salad days” retrata el espíritu del punk con las particularidades que tuvo el movimiento en Washington DC. Una de ellas era la preocupación por temas políticos y sociales que se reflejaban en las letras de las bandas. A su vez, esas bandas - Void, Faith, Fugazi, Bad Brains, Scream, Minor Threat, entre otras tantas - producían y difundían sus discos a través de la autogestión, prescindiendo de las grandes discográficas y de los grandes medios de comunicación. Quizá, uno de los hechos más recordados de la escena punk rock de la capital norteamericana sea el “straight edge”, un estilo de vida basado en el rechazo al consumo de drogas, alcohol y tabaco. Inspirado en una canción del grupo Minor Threat, éste movimiento llegaba incluso a practicar el veganismo y cierta abstinencia sexual. El “straight edge” se oponía al “no future” del punk tradicional, que tenía una mirada negativa sobre el futuro, por lo que los jóvenes se entregaban a la autodestrucción a través del consumo indiscriminado de drogas y alcohol. Sin embargo, el director Scott Crawford se encarga de desmentir aquél mito que considera que todos practicaban ese estilo de vida, y lo aborda como un acontecimiento más dentro de la escena punk del DC. Incluso lo que destaca es como ese movimiento posibilitó que se comenzaran a organizar conciertos para todas las edades. El documental que cuenta con las participaciones de Ian MacKaye, John Stabb, Dave Grohl, Alec MacKaye y Henry Rollins, además de con un vasto material de archivo en su gran mayoría desconocido, compuesto por fotografías, videos caseros, recortes de álbumes y revistas, logra hacernos sentir que el aura maldito del punk sigue más vigente que nunca.