Familia de neuróticos Y una vez más Cristi Puiu vuelve a entregar una película que sobrepasa holgadamente las dos horas, como viene siendo la constante en su carrera desde que se hiciera conocido en el ámbito internacional con La Noche del Señor Lazarescu (Moartea Domnului Lãzãrescu, 2005), definitivamente su obra maestra y una de las propuestas que ayudaron a poner de manifiesto la vitalidad del cine rumano del nuevo milenio. Si bien Sieranevada (2016) es una creación correcta y en muchos sentidos interesante, asimismo denota que el director y guionista está al mismo nivel cualitativo de su compatriota y colega Radu Muntean y que ambos a su vez se ubican por debajo de los superiores/ más parejos Cristian Mungiu y Corneliu Porumboiu, el primero responsable de 4 Meses, 3 Semanas, 2 Días (4 Luni, 3 Saptamâni si 2 Zile, 2007) y el segundo de Bucarest 12:08 (A Fost Sau n-a Fost?, 2006). En esta ocasión Puiu ofrece un trabajo que combina elementos vinculados a la intimidad de los opus de reuniones a plena claustrofobia, como La Celebración (Festen, 1998), Un Dios Salvaje (Carnage, 2011) y Agosto (August: Osage County, 2013), e ingredientes y recursos diversos de los films centrados en un solo escenario, en sintonía con La Soga (Rope, 1948), 12 Hombres en Pugna (12 Angry Men, 1957) y ¿Quién le Teme a Virginia Woolf? (Who’s Afraid of Virginia Woolf?, 1966). Ahora la excusa para bombardearnos con más de ese naturalismo lacónico rumano de impronta documental es la conmemoración de la muerte reciente del patriarca de una familia de lo más variopinta y conflictiva, la cual se da cita en un departamento que desde el comienzo se transforma en la sede de una infinidad de discusiones avivadas por la frustración, la paranoia, las mentiras entrecruzadas y la traición. A lo largo de 173 minutos el convite nos regala una colección de tomas secuencia que apenas si se valen de algún que otro corte esporádico y una puesta minimalista para crear un retrato cassaveteano de un clan destinado a implosionar por cuentas pendientes que involucran a todos los miembros. En este sentido debemos aclarar que -más allá del marco coral de la película y el excelente trabajo del elenco en su conjunto- la historia en buena medida gira alrededor de Lary (Mimi Branescu), hijo mayor del difunto y algo así como el soporte sardónico de la trama en los instantes más álgidos por la simple razón de que se la pasa riendo gracias al trasfondo tragicómico de la mayoría de las situaciones (algunas son divertidas, otras tediosas, unas apasionantes, algunas intrascendentes, otras aguerridas y el resto se mueve en una escala que va desde lo imprevisible hasta lo francamente olvidable). Contra todo pronóstico, el realizador logra en parte superar el hecho de que al metraje le hubiese venido muy bien perder unos cuantos minutos en la sala de edición y en general consigue que los tiempos muertos, la contemplación y el ritmo aletargado característicos del cine rumano hoy queden relegados frente a un dinamismo narrativo sorprendente si consideramos la duración del film. A pesar de que estamos ante la mejor obra de Puiu desde La Noche del Señor Lazarescu, ya que Sieranevada aventaja por mucho a la fallida Aurora (2010), en el fondo termina demostrando que la promesa detrás de aquella película se desinfló con el tiempo. Aquí el costumbrismo descarnado de siempre deja entrever que los protagonistas son unos neuróticos tremendos, con los hombres a la cabeza actuando como tristes cobardes y las mujeres como unas histéricas con tendencia a victimizarse…
En la nueva película de Cristi Puiu, la posición de la cámara quizás coincide con la de un muerto que espía la vida de quienes lo sobrevivieron. La hipótesis de esta posible mirada espectral es extradiegética; sitúa al que mira, no a los que son mirados. Sin duda, afirmar ese procedimiento bajo esta interpretación puede conducir a una sobreinterpretación indecorosa, pero ese movimiento pendular con el que se siguen los desplazamientos de todos los personajes estimula una lectura de esa naturaleza. El argumento dice: en la tradición rumana un muerto deja el mundo de los vivos tras 40 días de su deceso. El relato se sitúa en ese último día del paso del difunto por el limbo. No sabemos si el muerto es el que mira. Lo que eventualmente vería es la reunión de despedida de toda la familia. La forma elegida para seguir los cruces entre los personajes y los diálogos entre estos lleva a postular un observador invisible que presta atención a medida que los personajes van de un lado al otro. En efecto, preguntarse por el punto de vista en Sieranevada es tan pertinente como sentir curiosidad por el título elegido, el cual poco parece relacionarse con el desarrollo dramático del film. Las indicaciones del propio Puiu son insuficientes: ha dicho, entre otras cosas, que el nombre de su película se relaciona con una cadena montañosa que remite a los bloques de edificios soviéticos, y esa indicación –según él– es la más pertinente. El significado del título es lo de menos: lo que importa no es la referencia sino el referente, la película.
Una cámara situada a una distancia considerable como para espiar una esquina en un día más frenético y plagado de ruidos de autos. Un tiempo para observar, también, a una pareja que sale de un lugar con una pequeña. Paredes pintadas de fondo sobre tonos azulados. No es una postal de presentación ni la búsqueda forzada de cierta estética complaciente; más bien es un golpe de realidad donde el sonido directo altera cualquier idea de nitidez y tranquilidad. De pronto, un plano secuencia refuerza esa incomodidad sin reparos. Serán apenas los únicos minutos destinados a exteriores. Luego, un auto. Los planos se tornan cerrados y asistimos a una discusión poco soportable, entre la pareja, con signos de histeria. Todo el camino que circundan no ayuda demasiado para soliviar el clima de tensión, teñido de un cielo gris y con camiones y tractores que pasan constantemente colaborando con la contaminación sonora. Puiu nos da la bienvenida a Rumania y luego nos mete en una casa durante casi tres horas para que ese espacio dramático, sostenido notablemente con la cámara, hable bastante del país aludido puertas adentro. Ese pequeño universo con mucha gente adentro que transita los ambientes elásticamente, es observado por una cámara espía que jamás se entromete y que trabaja sobre un discurso a base de rumores o tonos elevados según la posición que mantenga. Al mismo tiempo que alterna los detalles sonoros, lo mismo hace con los colores azules y marrones. No hay idea de completud sino fragmentos de un ritual familiar cuyos condimentos asoman paulatinamente siempre y cuando nos entreguemos con paciencia a las reglas que el registro propone. Se materializa un encierro familiar, por momentos con un tinte costumbrista, pero paradójicamente ese espacio siempre está abierto a las expectativas de que algo pase. Lo cotidiano deviene como una pesadilla de esas en las que uno tiene los pies empantanados y no puede correr. Hay en Sierranevada, una especie de fascinación que impide que abandonemos el barco antes de tiempo aún con el marco claustrofóbico que utiliza. Pero también se arma un pequeño relato. El hombre en cuestión, el de la primera escena, es Lary, un médico que acude a esa casa porque allí todos conmemoran la memoria del padre. Como suele ocurrir en los funerales, los estados de ánimo fluctúan y un día transcurre como si fuera una vida entera (al igual que el drama o la comedia). Desde este punto de vista, resulta admirable la forma en la que el director construye un campo minado de tensiones siempre al borde del estallido donde los temas pasan rápidamente. Los planos secuencia siguen los desplazamientos de un ambiente a otro, donde los climas emocionales varían y algunas verdades afloran, pero siempre bajo una lógica que evita que las verdades y las miserias se vomiten descaradamente sino que ingresen natural y desapercibidamente en tiempo real. El contexto es armado por parte de un espectador paciente que sabrá dar forma a una serie de gestos privados cuyo signo recurrente, en medio de la muerte, es la amargura, sentimiento rastreable no solo como consecuencia de la demencial situación europea actual sino por los restos de un país en el que la promesa capitalista reavivó los espectros de un pasado comunista. Las heridas están abiertas y bien visibles en esa coreografía familiar que no es más que un centro neurálgico más de la Rumania presente. Una propuesta radical y notable de un cineasta que con una corta filmografía ya dejó de ser una promesa. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
El ser humano frente a la tradición En la cultura ortodoxa rumana la muerte es seguida por una primera reunión conmemorativa cuarenta días más tarde. El relato se sitúa en ese día. El escenario del reencuentro familiar es un departamento que la cámara recorre constantemente, como si el alma del difunto rastreara los hechos, las acciones y las conversaciones de los que lo sobrevivieron. Cristi Puiu deslumbra con su maestría para el manejo espacial, la determinación en los movimientos de cámara y la fluidez del montaje. Las idas y vueltas entre las habitaciones conectadas por un corredor central reflejan un hormigueo de emociones: conflictos personales, familiares, colectivos, sociales y políticos. El cineasta mezcla, sin rangos ni juicio moral, hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, conservadores y progresistas que intercambian opiniones sobre los estigmas del pasado, las contradicciones del presente y la incertidumbre por el futuro. Los personajes discuten, gritan, lloran y rezan, pero no comen. La espera interminable para que llegue el cura a bendecir la mesa abre la puerta a numerosos debates, conflictos y dramas. Los platos y los cigarrillos se acumulan en la cocina. La familia reunida para conmemorar la muerte de su patriarca gravita de una habitación a otra entre alianzas y discordias. En cada rincón del departamento hay un pequeño grupo con sus propias discusiones que se interrumpen ante la aparición de otro tema y vuelven más adelante con cruces y ecos narrativos en serie. La acumulación de personajes acentúa la impresión de confinamiento en el espacio. El humor proviene de la incongruencia de los conflictos. Cristi Puiu prolonga algunas escenas hasta que se desbordan y ganan un impulso cómico. El cineasta dinamita los lugares comunes del almuerzo dominical con una ironía mordaz que despoja a las intrigas familiares de su gravedad. La incapacidad de reencontrarse, escuchar al otro o conocer a alguien nuevo deriva en una confrontación de puntos de vista antagónicos sobre la Historia. El paralelismo entre ficciones familiares y políticas genera una profunda inestabilidad que trasciende el marco de la comedia social. Con los cuerpos fatigados y una risa nerviosa, entre el sometimiento y la rebelión, entre el silencio y el grito, un vínculo esencial prevalece: el origen, la sangre, la familia.
Sieranevada, de Cristi Puiu Por Gustavo Castagna Hasta hoy, de las veinte películas rumanas (para poner un número) que circulan desde hace década y media en el mundo de los festivales y ocasionalmente en los estrenos de cada jueves de acá, resulta complicado encontrar un film menor, una decepción, un disgusto estético. Nombres como los de Cristian Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días; Graduación), Radu Muntean (El vecino; Aquel martes después de navidad), Calin Peter Metzer (La mirada del hijo), Corneliu Porumboiu (Bucarest 12:08; El tesoro; Policía, adjetivo) y Cristi Puiu (Aurora; La noche del Sr. Lazarescu), cada una a su manera, reflejan las tensas relaciones entre el pasado inmediato (los años de la dictadura de Nicolae Ceausescu) y la afanosa búsqueda de un paraíso y un edén que hiciera olvidar aquellos tiempos de regímenes fuertes. El último de los cineastas citados es el responsable de Sieranevada, fiel exponente de la calidad del cine rumano, de sus decisiones de puesta en escena, de la construcción de mundos grises y en permanente tensión, de supervivencia cotidiana y de mirar al pasado con rabia pero también con preguntas y frases que no tienen respuestas. Como si el paraíso deseado luego del fusilamiento de Ceausescu y señora, como últimos exponentes del sistema de vida comunista, hubiera previsto un mejor futuro y un mundo teñido por la esperanza, los films rumanos de los últimos años –más allá de las decisiones de cada director- plantean más de un interrogante, una certeza que se diluye pronto, una aseveración que ya no tiene respuesta concreta. Como micromundo de la Rumania de estos días las casi tres horas de Sieranevada auscultan en problemas familiares, cruces ideológicos, frases altisonantes, planteos públicos y privados sobre un país y en relación a un clan numeroso encerrado en una enorme casa a la espera de un hecho religioso de tonalidades fúnebres. Ocurre que en esa casa interminable, repleta de pasillos y habitaciones pequeñas ocupadas por un abrumador mueblerío, los hijos, sus esposas, la madre viuda, gente que llega tarde y se suma, inesperados visitantes como una chica serbia supuestamente drogada) esperan el arribo de un cura católico/ortodoxo para un ritual final sobre el padre fallecido que, entre otras cuestiones, se representa a través de la herencia de un traje. Con las tradiciones a flor de piel (hay una abundante comida ya lista pero nadie puede comer hasta que termine el ritual), los personajes van y vienen por esas diez habitaciones hablando de la actualidad (terrorismo incluido), mostrando sus taras y paranoias, vociferando cuestiones a favor del régimen anterior y, en contraste, replicando sobre las atrocidades del comunismo rumano y soviético, disertando sobre sus profesiones y arriesgando frases sobre una coyuntura que ni ahí parece la prometida luego de la navidad de 1989. Sin embargo, con todos estos materiales, el riesgo de Sieranevada implicaba caer en la retórica naturalista, en el mensaje subrayado, en el texto de barricada para mentes bienpensantes. Por suerte, Cristi Puiu, salvo en un par estallidos catárticos, estimula la puesta en escena a través de planos secuencia construidos como finos mecanismos de relojería, con el empleo de un tiempo (casi) real que abarca la totalidad de la película, con la certeza que a través de una información desparramada de forma dispersa podrá edificarse un discurso coral y de múltiples voces donde ninguna voz adquiere protagonismo por encima de las otras. Puede que resulten algo reiterativas ciertas conversaciones y silencios y que las casi tres constituyan un exceso. Pero el cine de Cristi Puiu es así: desde el martirologio del señor Lazarescu hasta el definitivo declive mental del personaje de Aurora (interpretado por el mismo director), Puiu necesita el tiempo suficiente para narrar sus grises relatos y sus universos irónicos y contemplativos sobre un mundo burocrático a punto de explotar pero que parece (casi) resignado en ese contexto. Si hasta Lazarescu y Vionel (Aurora) podrían encarnarse en el cadáver al que le que rinde honor el particular clan de Sieranevada. SIERANEVADA Sieranevada. Rumania/Francia/Croacia/Macedonia/Bosnia y Herzegovina, 2016. Dirección y Guión: Cristi Puiu. Producción: Anca Puiu. Fotografía: Barbu Balasoiu. Montaje: Ciprian Cimpoi y Letitia Stefãnescu. Diseño de producción: Cristina Barbu. Intérpretes: Mimi Branescu, Judith State, Bogdan Dumitrache, Dana Dogaru, Sorin Medeleni, Ana Ciontea, Rolando Matsangos, Ilona Brezoianu, Ioana Craciunescu, Valer Dellakeza. Duración: 173 minutos.
Tras los recientes lanzamientos locales de otros films del nuevo cine rumano como Graduación, de Cristian Mungiu; El vecino, de Radu Muntean; y El tesoro, de Corneliu Porumboiu, se estrena en 11 salas -con el auspicio de OtrosCines.com- la nueva película del talentoso director de Stuff and Dough, La noche del señor Lazarescu, Aurora y Tres ejercicios de interpretación: una serie de largos planos secuencia que regalan brillantes coreografías e interpretaciones para desnudar las miserias, contradicciones y deseos de los integrantes de un clan familiar. Tras presentar Stuff and Dough en la Quincena de Realizadores y La noche del señor Lazarescu y Aurora en la segunda sección oficial Un Certain Regard, Cristi Puiu fue “promovido” a la lucha por la Palma de Oro de Cannes 2016 con Sieranevada (así, como pronuncian los rumanos Sierra Nevada), película que, claro, dejó a los cinéfilos extasiados y a los cronistas de agencias un poco irritados. El film -construido con larguísimos planos secuencias con la cámara siguiendo a los personajes pero siempre desde una posición fija- describe durante tres horas y casi en tiempo real el (des)encuentro de un grupo familiar, durante el cual aflorarán el dolor por una reciente muerte, las diferencias generacionales, ideológicas (los comunistas contra los monárquicos) y religiosas, mientras entran y salen de escena (hay algo teatral en la propuesta) decenas de personas, se cocina, se discute sobre política internacional y se sacan los trapos más sucios al sol. Puiu elude a pura inteligencia y virtuosismo las trampas del costumbrismo, ofrece un panorama amplio, crudo y desgarrador sobre la realidad de su país, y le saca todo el jugo posible a un grupo de brillantes actores capaces de sintonizar a la perfección con su ambiciosa propuesta narrativa. Otro magnífico exponente del por ahora inagotable nuevo cine rumano.
La gran familia. Interesante y larguísima tragicomedia rumana en forma de réquiem por un padre fallecido cuarenta días atrás. «Sieranevada», del cineasta rumano Cristi Puiu, es una historia rodada casi totalmente en un espacio cerrado, siguiendo las tres reglas teatrales de unidad de tiempo, de lugar y de acción. Con una virtuosa puesta en escena en el interior de un exiguo apartamento y en las calles nevadas de una barriada popular en Bucarest, Puiu relata la reunión familiar, según el rito religioso ortodoxo, que consiste en bendecir y conmemorar 40 días después de su muerte el alma del difunto. Un momento propicio pues para reunir a todos esos personajes y filmarlos tanto con cámara móvil como con largos planos secuencia, para dar al espectador esa impresión de filmar el tiempo real. Un planteamiento estético sin duda coherente en la intención del realizador, aunque a mi juicio algunas elipsis serian de agradecer para hacer su película accesible a un más amplio público. El inteligente guión está construido en forma de rompecabezas, es decir, sin dar al espectador al comienzo todos los elementos de comprensión sobre el objetivo de esa reunión con comilona familiar a donde acuden un médico recién llegado de Francia y su esposa. La información nos llega a través de los diálogos en forma fragmentada, en una discusión que va de lo familiar a lo político, de forma muy natural, mientras las mujeres preparan en la cocina el típico plato rumano de coles rellenas con polenta. Vamos también descubriendo poco a poco quien es quien en esa familia, la madre, las tías, los hermanos, que van a lavar nunca mejor dicho sus trapos sucios en familia, sobre todo con la irrupción del adultero y violento cuñado de la viuda. En ese microcosmos familiar que se agita en un huis clos, con puertas que se abren y se cierran de un lado a otro del apartamento, asistimos a una reflexión tanto humana, como política e histórica. Las tensiones en las parejas, o entre hijos y padres, el engaño y el adulterio, pero también sobre el pasado comunista reciente de la sociedad rumana, sus mentiras y la salvaje represión del dictador Ceaucescu, o sobre las teorías conspiracionistas que aparecieron en internet tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York, o tras los atentados en París contra Charlie Hebdo, tema que obsesiona a uno de los nietos. La sociedad rumana aparece pues reflejada en ese microcosmos familiar, compuesto de médicos, militares, estudiantes o amas de casa, pero también en las escenas de atascos y de broncas entre los vecinos del lugar que se disputan un plaza de aparcamiento, en ese frío invierno. El título «Sieranevada» que tiene acentos de western y connotación hispana significa sierra nevada y, según Cristi Puiu no hay que buscarle una explicación lógica pues le ha venido inspirado por esos bloques de edificios que son como montañas en ese paisaje urbano. Aunque siendo muy diferente y con cáustico humor rumano, la película de Puiu puede hacer pensar en la película argentina “La ciénaga” de Lucrecia Martel, por esa forma virtuosa al filmar las relaciones y tensiones familiares en su forma más íntima y cercana.
Del premiado director rumano Cristi Puiu el mismo de “La muerte del señor Lazarescu” y “Aurora” esta es una película notable por muchas razones. Todo ocurre en dos escenas de exteriores pero por sobre todo en una casa familiar, donde se reúnen a cuarenta días de la muerte del padre para celebrar un ritual: la bendición de la comida por parte de un sacerdote ortodoxo, que se retrasa mucho y nadie puede tocar un alimento de ese almuerzo. Por eso charlan, discuten, exponen teorías, muestran conflictos, hay lágrimas y risas. Hay secretos familiares que saltan a la luz en confidencias coloquiales, un hermano se obsesiona con la teoría de las conspiraciones del atentando del ll de septiembre de las torres gemelas, potenciadas porque hace tres días ocurrió el ataque a Charlie Hebdo. No falta la tía que defiende la etapa comunista mientras una sobrina no puede contener las lágrimas porque está al otro lado de la grieta. Ni la sobrina pasada de copas que trae a una compañera serbia, descompuesta, para horror de la familia. Ni un marido arrepentido. En ese microcosmos esta resumida la humanidad. Con una cámara que nunca busca el primer plano ni el golpe bajo, hasta el director bromeo que quizás es el punto de vista del padre muerto. Largos planos secuencias, con puertas que se abren y se cierran, la cámara atenta a cada movimiento, que nos alejan y nos meten en ese clima cerrado, rico, risueño, doloroso, estrecho y a la vez tan amplio como para incluir nuestra admiración.
Lejos quedamos de la consideración de que el cine rumano haya constituido una moda pasajera como tiempo atrás parte de la crítica internacional vociferó por igual sobre el cine iraní. Descarte inmediato a partir del cine de Mungiu, Puiu y Porumboiu, ejemplares directores rumanos cuyos films no dejan de llevarse premios por cuanto festival se presenten. Premios que, además, facilitan que su cine sea visto y llegue a una mayor cantidad de espectadores. Puiu, en su promisoria carrera, escaló posiciones en Cannes a partir de ser elegido por la Quincena de Realizadores, luego Un Certain Regard y luego en Competencia Oficial, presentando Sieranevada (2016). En el salto, se refuerza el auteurismo de Puiu, reflejado en cada una de sus obras; exceden los elementos que comprueban esta teoría. Sieranevada es un film de extensa duración, que comparte atmósfera similar con la reciente El Tesoro (Comoara, 2015), de Porumboiu. Es habitual la utilización de planos secuencias y cámara en mano no subjetiva, permitiendo así un seguimiento símil marca personal sobre cada uno de los personajes principales del film y darnos a conocer sus distintos comportamientos, que servirán de información de lo que sucederá en el transcurso del film. El acontecimiento inicial: la muerte de un integrante familiar convoca a otros del clan a reunirse en un hogar, donde transcurre la mayor parte del metraje. Esto va desencadenando otras situaciones de igual o mayor importancia dentro de la trama gracias a una exposición intimista y natural que Puiu imprime y que logra la identificación instantánea de espectador con sus personajes. Entre ellos, hermanos, primos y parejas; todos discuten de política, de actos personales -como la infidelidad- y determinadas situaciones externas que acontecen y les obliga a tomar posición, actividad que genera una bola de nieve incesante de malestar entre los presentes. El funeral y la comida son dos elementos cruciales para el encuentro y la eventual disociación. De esta manera, Puiu logra un incesante registro único dentro de un lugar físico que no convierte en un lugar acotado y resulta inclusive ser más vasto que sus alrededores para lo que quiere exponer. La relación de Puiu con el espectador es de inmersión y de brindarle paso a convertirse en un integrante más del clan. El cine rumano definitivamente está establecido en la comunidad cinéfila, con ejemplos como Sieranevada y las muchas por venir de este promisorio autor.
Esperando la carroza. En un espacio mínimo, Puiu se las ingenia para dar cuenta de algunas de las instituciones de mayor valor simbólico: la familia, la religión y también el ejército. Parece difícil evitar la expresión “obra maestra” en el caso de Sieranevada, la película más reciente del gran realizador Cristi Puiu, recordado particularmente por La noche del señor Lazarescu, su segundo largometraje, que allá por 2005 puso la piedra basal del llamado Nuevo Cine Rumano, un movimiento que doce años después sigue asombrando por la vigencia, riqueza y rigor de sus autores, ubicados entre lo mejor del panorama contemporáneo. Tal como estableció entonces Puiu, Sieranevada sigue respondiendo a ese realismo puro y duro, no exento de un humor negro y absurdo, que en mayor o menor medida caracteriza a los mejores cineastas de su país. La particularidad de su nuevo film radica en que está concebido a la manera de un brillante tour de force, pero que paradójicamente nunca pretende llamar la atención sobre su procedimiento, como si forma y contenido finalmente lograran estar indisolublemente unidos hasta hacerse indiscernibles uno del otro. Filmado casi en su totalidad en un estrechísimo departamento de Bucarest, en planos secuencia tan prolongados que llega un momento en el cual el espectador se olvida por completo de cuándo advirtió por última vez un corte de montaje, Sieranevada de pronto viene a recordar el famoso gag del camarote de los hermanos Marx: ¿cuántos más personajes son capaces de entrar en ese reducido espacio? Sucede que allí tendrá lugar una ceremonia religiosa en recuerdo del dueño de casa, fallecido poco tiempo atrás. Toda la familia está citada por la viuda del difunto, que espera –como a Godot, de tanto que tarda– la llegada de un sacerdote ortodoxo encargado de oficiar una misa y bendecir las pertenencias del muerto. Pero el arribo incesante de hijos, yernos, cuñados y todo tipo de parientes y amigos no hace sino convertir esa casa en un pequeño infierno, pleno de discusiones de todo tipo, de las más banales a las más ríspidas, que van desde las teorías conspirativas acerca del 11 de septiembre hasta el pasado reciente bajo el régimen comunista de Nicolae Ceausescu, que una aguerrida abuela, por caso, defiende con uñas y dientes. Se trata de una escena antológica, filmada entre las cuatro baldosas de una cocina minúscula, en la que la abuela Evelina, entorchada con un gorro como de cosaco, se reivindica orgullosamente comunista con los mejores argumentos y en la que sin culpa alguna hace llorar a su nieta, una madre joven pero no por ello menos nostálgica de un remoto régimen monárquico que ni siquiera parece haber estudiado en la escuela. Es la Historia con mayúsculas la que Cristi Puiu pone en escena a través de las pequeñas historias personales de cada uno de sus personajes. En ese espacio mínimo, Puiu se las ingenia para dar cuenta también de algunas de las instituciones de mayor valor simbólico: la familia, en primer lugar; pero también la religión y finalmente el ejército. Y todo esto con una cuota de humor que parece deberle tanto al teatro del absurdo de Ionesco (un rumano a quienes los cineastas de su país parecen deberle más de lo que le reconocen) como a El discreto encanto de la burguesía, de Buñuel, en tanto todos, vecinos y parientes, están famélicos frente al banquete dispuesto sobre la mesa familiar, pero que no puede tocarse mientras no sea bendecido por ese sacerdote que nunca termina de llegar. Es notable la manera en que Puiu –como ya lo había conseguido en La noche del señor Lazarescu– consigue primero sortear y luego trascender los peligros del costumbrismo para ir alcanzando en cambio un raro estado de intensa melancolía. Le basta a veces con cambiar de ritmo, bajar la velocidad y concentrarse en un par de personajes en lugar del conjunto, para conseguir entonces momentos de una intensa intimidad. Otro recurso extraordinario es cuando después de haber tenido a un puñado de personajes abarrotando el cuadro, pasa de pronto a ubicar su cámara (que siempre elige el mejor lugar, como si no hubiera otro posible) en un espacio vacío, el pasillo del departamento por ejemplo, donde se ve un abrir y cerrar de puertas y gente que pasa, pero nada sin embargo que a priori parezca esencial. Sin embargo, se produce allí súbitamente una distancia que parece darle sentido al todo, como si el ojo del director (tal como él mismo lo reconoce en la entrevista que acompaña esta reseña) pudiera ver al fin la incoherencia del mundo con los ojos extrañados del muerto.
Retrato de un familión latino Esta comedia dramática que trasncurre en un departamento es otra muestra del buen momento del cine rumano. Qué placentero sería, en una de esas reuniones familiares que inevitablemente llegan en algún momento del año, poder observar todo desde afuera y reírse de la tragicómica dinámica de la parentela: las discusiones, los dramas, el tedio, los rituales, los chistes, las anécdotas. Eso es lo que propone Sieranevada: una inmersión de casi tres horas en los vaivenes de una familia numerosa reunida para realizar una ceremonia fúnebre. Hace doce años, con el premio en Cannes de La noche del señor Lazarescu, Cristi Puiu encabezó esa movida que, sin demasiada originalidad, dio en llamarse Nuevo Cine Rumano. Un cine realista, de largas tomas e intensos diálogos, que exige paciencia y concentración, y que suele ser más apreciado por críticos y festivaleros que por el público en general. Es posible que con Sieranevada -título enigmático si los hay- la historia se repita. Lleva un rato compenetrarse con lo que se ve en la pantalla: los personajes son muchos y los vínculos entre ellos, al principio, indescifrables. Tampoco aparece un conflicto claro y único: apenas fragmentos de charlas sobre los más diversos temas. Quedó dicho: la seducción es lenta. Pero si se logra superar la barrera inicial, el mareo y el fastidio dejan paso a la fascinación y el deseo de seguir viendo por un largo rato a estos personajes. El registro del asfixiante clima familiar es casi documental, tanto a partir del manejo de cámara como desde la asombrosa naturalidad de las actuaciones. Casi todo sucede en un departamento de clase media en Bucarest, pero bien podría ocurrir en Buenos Aires (incluyendo las dos escenas callejeras): el componente latino de los rumanos es notable, a tal punto que por momentos Sieranevada se parece a una comedia italiana de los años ’60. Entre el humo de los cigarrillos y el sonido de fondo de una radio que nunca se apaga, las lágrimas y las carcajadas conviven sin contradicción aparente. Puertas que se cierran y se abren y, en cada ambiente, un mundito auténtico.
Una electrizante reunión familiar que deviene danza maligna y biliosa Mientras pocos lectores de best sellers se animarían a bastardear públicamente un libro prestigioso por su origen y/o por su cantidad de páginas, cada vez es más frecuente leer y escuchar a consumidores pertinaces de sagas, superhéroes y secuelas ridiculizar -en general sin verlas-películas de casi todo país que no sea uno de un grupo de "los cinco más conocidos" como productores de cine. "Ah, cine iraní, ah, cine sueco, cine rumano de tres horas", dicho con desprecio y sorna. En esta ocasión, justamente, estamos ante una película rumana y de casi tres horas, o sea no mucho más que lo que suele durar casi cualquier película de superhéroes. Sieranevada, la película en cuestión, está firmada por uno de los realizadores clave de uno de los más atractivos cines nacionales del siglo XXI. El director es Cristi Puiu, el mismo del thriller absurdista Marfa sii banii que compitió en Bafici 2002 y de La noche del señor Lazarescu. Esta última película, de dos horas y media de duración, hacía de la inmovilidad mortuoria del personaje -en el original el título hacía referencia a su muerte- un estilo poco recomendable para quienes no aprecien lentitudes de narrativa delgada en la pantalla grande. Pero la vibrante Sieranevada propone otras formas, otros temblores. También a partir de una muerte -la jornada en cuestión es una reunión familiar, a 40 días de la muerte del patriarca- se estructura esta película, que no apuesta por un andar moribundo sino furibundo, los ires y venires de una familia de mucha gente, en la que las balas verbales internas y algunas externas se disparan con ferocidad y velocidad crecientes. Con pocos cortes pero sin quietismo, con una cámara que vibra y flota mayormente en el interior del departamento que es el escenario de casi toda la película, el micromundo de Sieranevada parece a punto de deshacerse en medio de pasiones y ajustes de cuenta familiares, como si estuviéramos en una Esperando la carroza vaciada de costumbrismo y con actuaciones sobrias. Varios de los personajes parecen dedicarse con fruición y dedicación a irritar a su familiar o allegado, en una especie de danza maligna y biliosa. En el medio hay confesiones, charlas sobre acontecimientos en el mundo, gritos, pedidos de silencio y un estado de nerviosismo electrizante. Puiu organiza el relato con mirada mayor, con cohesión de observador reflexivo y sabio, y así va más allá de una mera suma de situaciones familiares con una película que no pide permiso para ser una apuesta ambiciosa, prodigiosa, que absorbe emocionalmente al espectador y no lo anestesia jamás.
Una tarde cualquiera El rumano Cristi Puiu ha decidido sumergirse en lo más hondo de este microcosmos de dilatadas resonancias con Sieranevada (2016) , un verdadero tour de force, relatando una reunión familiar que se desarrolla a puerta cerrada a lo largo de una tarde Receptáculo clásico de lo cotidiano, las complicidades, los malentendidos, los secretos, los recuerdos y tantas otras cosas luces y sombras, la familia es un espacio a la vez banal y profundo del que la gran pantalla se ha servido con frecuencia para elaborar su néctar —o su veneno—, y que continúa siendo a pesar de ello un territorio de fecundidad inagotable, rico en temas humanos que alcanzan, en este más que en otros campos, un altísimo grado de intimidad e identificación. Desplegando su arte de la panorámica y del entrecruzamiento de una quincena de personajes por el espacio bastante reducido de un departamento de cinco ambientes donde se desarrolla una ceremonia conmemorativa, 40 días tras el fallecimiento del patriarca de la familia, el director firma —en su estilo característico, que exige una cierta dosis de paciencia— una obra profusa, un estudio de grupo de un realismo excepcional y abierto a múltiples vías de reflexión, más o menos encriptadas —los lazos fraternales, las relaciones entre hombres y mujeres, la religión y el comunismo, la comunicación, por mencionar unas cuantas—. Y cuando, como sucede a menudo, es la muerte (en este caso, la tradición ortodoxa de honrar al difunto) la que reúne a los miembros de una familia, el ambiente es, a un mismo tiempo, lacrimógeno, risueño, febril y eléctrico. En su auto, de camino a casa de su madre, Lary (Mimi Branescu), un médico cuadragenario, es regañado por su mujer, que está más preocupada por las compras que habrá que hacer y por las cercanas vacaciones que por el ritual post-funerario al que van a asistir. Cuando llega a su destino, la pareja se une al grupo, que tiene por delante una comida opulenta; pero antes de comer, todos deben esperar a recibir la bendición del sacerdote, que todavía no ha llegado. La madre, el hermano y la hermana, el cuñado, la tía, el tío, el sobrino, la sobrina y la prima, sin olvidar a tres amigos del difunto, una croata afligida en un rincón y un bebé al que intentan no despertar: todo este pequeño universo pasa de habitación en habitación, se divide, conversa, fuma, bebe y discute a medida que se suceden los acontecimientos. Un torbellino tratado por Puiu como un rompecabezas sin solución, con diálogos que se superponen y fragmentos de conversaciones que se adivinan vagamente a través de puertas que se abren y cierran sin cesar. Desde las discusiones sobre la actualidad —en las que las teorías de la conspiración se enfrentan al discurso oficial— a los debates sobre las bondades o estragos del antiguo régimen comunista, pasando por la ostentación pública de crisis conyugales e infidelidades, Sieranevada indaga con rigor extremado su materia: el carácter ilusorio del saber y las innumerables facetas de la realidad. El cineasta examina esta vorágine —de vitalidad innegable, no exenta de humor y excesos— en calidad de observador neutral, como un científico interpretando los indicios, desentrañando los secretos de la mezcla que contiene la probeta, logrando identificar correctamente cada uno de los elementos. Unos geniales intérpretes y la maestría del trabajo visual y sonoro completan este fascinante retablo —cuyo ritmo, que trata de ajustarse lo mejor posible al tiempo real, pondrá sin duda a prueba a los amantes de la velocidad— que se revela como el tour de force de un cineasta que ha llegado a la madurez por su capacidad de penetración y su talento para la plasmación cinematográfica de los más ínfimos matices de la vida.
Otro pretencioso film del nuevo cine rumano Bucarest. El pater familias murió hace 40 días. Ahora los familiares y amigos se juntan en el departamento de la abuela, para una cena conmemorativa. Mientras esperan la llegada del pope que ha de bendecir los alimentos, la gente cocina, divaga, discute, recrimina, en fin, digamos que hay varias charlas poco agradables. Y el hombre se demora. Mediante ese esquema dramático, el director Cristi Puiu ensaya una representación de la sociedad rumana con sus varias divisiones políticas, sociales, generacionales, etcétera, desde la vieja tía que añora sus tiempos de militancia en el Partido, hasta la jovencita borracha que a nadie le importa. Varios estamentos figuran representados, y casi todos tienen la palabra. Como una suerte de testigo involuntario, la cámara los va registrando, según alguien se detenga frente a ella, u olvide cerrar alguna puerta. Ese otro ensayo, el de la puesta en escena con una docena larga de intérpretes de cara larga moviéndose y hablando en forma bien coordinada a lo largo de 173 (ciento setenta y tres) minutos en largos planos secuencia cuidadosamente organizados e hilvanados, es algo que sorprende a los conocedores de cine. Para eso hay que tener una mano especial. El problema es que también debe tener un público especial, amante del llamado Nuevo Cine Rumano, su malhumor minimalista y sus agobiantes larguras. Cierto que ya la primera de Cristi Puiu, "La noche del señor Lazarescu", duraba 153 minutos. Pero esa angustiosa descripción del via crucis de un moribundo sin hospital que lo reciba tenía nervio verdadero. Y menos pretensiones.
Si no va a ver esta película, luego no se queje con el sempiterno “no hay nada para ver”. Cuando se describe la sinopsis del film (una familia se reúne para conmemorar la muerte del patriarca según un ritual al mismo tiempo social y religioso, y en esa reunión saltan conflictos de todo tipo), puede pensarse que se ha visto muchas veces. Sabemos que hay pocas historias; sabemos que hay pocas variantes. Pero también sabemos que lo que importa es el cómo y su sentido. Puiu, que nos sorprendió hace años con “La muerte del señor Lazarescu”, no ha perdido nada de su filo: narra la historia de una familia que es metáfora de su país (pero no alegoría) y esa metáfora se vuelve universal. Se conversa mucho, pero la estructura es casi musical: los temas van y vienen como en una sinfonía donde es el movimiento de los personajes en esa casa (que se vuelve laberíntica, como la propia relación de Rumania con su violento pasado comunista y su incierto futuro europeo) es de una apabullante precisión. Encerrados en una circunstancia y un lugar del que no se puede salir, estos seres enfrentan temores, discursos absurdos, relaciones enfermas y también el encuentro con la ternura. Como corresponde, dado que la ironía es básica en esta clase de relatos, también aparece el humor. Como pocas películas, “Sieranevada” nos sumerge en la experiencia de esos personajes de un modo casi total. No se asuste por la duración: pasa inadvertida.
El rumano Cristi Puiu es uno de los nombres fuertes del notable cine que llega, con frecuencia igual de notable, a las salas argentinas. Y Sieranevada, sin dudas, es un ejercicio de cine fuera de lo ordinario: dura casi tres horas, sucede casi enteramente en el ambiente cerrado de una reunión familiar, con puertas que abren y cierran a largas conversaciones que exponen encuentros, tensiones y descencuentros a partir de la muerte de un padre, el triste motivo que los reúne. Y a días de los atentados de Charlie Hebdo en París. Los cinéfilos no podrán menos que admirar la manera en que, con largos planos secuencia sobre un elenco de actores fantásticos, Puiu se mete, y nos mete, en sobremesas, charlas de cocina, gritos y susurros de las distintas generaciones familiares. Se habla de política, se discute de religión, se lloran asuntos de la intimidad. Ese es el cuerpo de este film indiscutiblemente virtuoso, pero cuya propuesta, y duración, exigen paciencia.
Hay alguna conexión entre Rumania y Argentina que sigue sorprendiendo, sin poder determinarse si es la idiosincrasia, algunas ideas sobre su origen, o, tal vez, sólo la habilidad para reflejar problemáticas similares. Nos es extraño entonces, tomando estas puntas que la relación entre ambos países se ha ido fortaleciendo en los últimos años gracias a las películas, a directores que se reconocen como autores y a nombres cada vez más frecuentes para el público autóctono. Recientemente la muestra Pantalla Pinamar ha decidido no sólo presentar gran parte de la cinematografía oriunda de este país durante la muestra, sino que, además, cuenta con el respaldo de la Embajada en Argentina de dicho país. Esa conexión ha ido posibilitando, aún más, la llegada de su filmografía reciente, actores y realizadores, algo impensado en otros tiempos, quienes también comentan la cercanía de su país con el nuestro. Cinéfilo por naturaleza, el argentino llena las salas para ver producciones como “El tesoro”, “Policía, Adjetivo”, “Graduación”, “12.08 al este de Bucarest”, por nombrar sólo algunas, y celebra cada estreno oriundo de esos pagos. En esta oportunidad “Sieranevada”(2016) de Cristi Piui, no es sólo el retrato de una familia y una reunión obligada, es el detalle minucioso de casi 15 personajes en una coreografía registrada dentro de un pequeño departamento. La narración comienza cuando un hombre decide volver a su hogar natal, después de un tiempo, y en ese regreso el guion comienza a desandar cada una de las vidas de los personajes que deambularán a su alrededor. Película de progresión laxa, con una cámara que registra desde lejos, simil documental, el rompecabezas comienza a encajar cuando tras un ritual que se debe cumplir, para muchos eso es sólo un trámite. Tal vez por eso, en el arranque, una mujer regaña a uno de los protagonistas, a su hija y a quien se le cruce, porque desde ese momento Piui también habla de cómo los ritos van perdiendo su mística, transformándose a rutinas sin sentido que sólo dañan más que confortar. Y en el pequeño departamento, esa primera voz de la mujer quejándose y gritando, es tan sólo el ápice de un tratamiento discursivo interesante, el de intentar descubrir la palabra en medio de la superposición y del solapamiento entre ambientes y puertas que se abren y cierran. Tal vez por momentos este recurso incomoda, y justamente allí el director refuerza su sentido de autor, trabajando en una película de casi tres horas, diferentes atmósferas en las que la reunión sólo es la excusa para introducir muchas otras cuestiones. Película sentida, con una propuesta deslumbrante, que por momentos pierde fuerza con la reiteración de algunas situaciones, pero que más allá de esa pérdida de sentido original, puede, por varias horas, hipnotizar al espectador con su impronta de verdad y naturalidad tan característica al cine rumano. Bienvenida esta propuesta.
Luego de un modesto pero exitoso paso por diferentes festivales llega a nuestra cartelera la película rumana Sieranevada, film elegido por su país como representante en los premios Oscar 2017. Lary, un doctor cuarentón, se junta con su familia un tiempo después del fallecimiento de su padre para llevar a cabo un ritual religioso que su triste y desesperada madre no quiere dejar pasar. Pero lo que iba a ser un almuerzo rápido se termina transformando en una reunión caótica en la cual cada miembro de la numerosa familia parece tener una deuda pendiente con el resto y las discusiones y los problemas surgen a cada instante, prolongando lo que parece una eternidad el momento de sentarse a comer. Sieranevada no es una película usual en ninguno de sus aspectos. Las casi tres horas de película (que mantendrán alejado de la sala a cierto público) se pasan entre charlas, discusiones y esperas, como recortada de un fragmento de la vida misma. El mediodía se desarrolla casi en tiempo real, con diálogos que van desde la situación política (actual y pasada) hasta las vicisitudes del matrimonio. La familia se ve en la mayor parte del film confinada a deambular entre dos muy pequeños ambientes, chocándose los unos con los otros y reaccionando igual que los perros. Cada cruce desencadenará una nueva conversación que, en conjunto con las otras charlas, nos da un más que interesante panorama sobre Lary, su familia y la sociedad actual. La presencia (en ausencia) del padre fallecido que flota en el aire sirve para unir a todos estos personajes cuya historia como familia parece no haber sido nunca resuelta. El espectador, como un invitado más en esta ceremonia que parece nunca poder comenzar, va uniendo cabos a medida que los personajes interactúan, partiendo desde cosas tan básicas como “cuál es la relación de parentesco entre este personaje y Lary” a aspectos muy complejos como el pensamiento político de algunos integrantes de tan forzada reunión. Mientras que en otras películas de este estilo la mesa es el centro de reunión, acá, por el contrario, la comida se sirve y se retira de ella sin que la familia pueda sentarse nunca a probarla. Con momentos cómicos más bien incómodos, el director logra llevar al espectador casi al mismo estado de frustración de los personajes, una experiencia más que digna de vivir en una sala de cine.
Otra gran demostración del enorme talento del director de “La noche del Sr. Lazarescu”, este relato se centra en un encuentro familiar en el que, en medio de discusiones políticas y comida que se hace esperar, surgen problemas, reproches y revelaciones. Con una magistral puesta en escena de planos largos e intrincados, Puiu crea una comedia dramática amarga, humana y muy realista. Buena parte de la maestría del cine del rumano Cristi Puiu, el director de LA NOCHE DEL SR. LAZARESCU, está en el poder de observación de los detalles y en la manera en la que, al filmarlos de manera continua –planos secuencia largos, penetrantes, poderosos– de a poco se van convirtiendo en otras cosas, mucho más misteriosos e inquietantes. Con el tiempo real como un factor de nuevo clave, SIERANEVADA es una película de planos largos y no necesariamente lujosos pero siempre ajustados desde lo narrativo y lo observacional, pensados por alguien que parece tener muy claro su concepción de la puesta en escena. La película cuenta una historia que se ha visto en más de una ocasión, pero pocas veces de esta manera y con esta duración (casi tres horas). El filme comienza de una manera curiosa y simpática: tras unos desencuentros callejeros vemos a una pareja teniendo una discusión sobre fábulas clásicas y sus respectivas películas de Disney en función de unas compras que el padre le hizo a su hija para un acto escolar. Luego sabremos que ambos van a una reunión familiar en homenaje al padre de una extendida familia, quien ha muerto 40 días atrás. La reunión, entonces, con sus distintos personajes –excéntricos, raros y problemáticos pero reconocibles– será el centro de la película y la casa su escenario principal. Hasta ahí, nada fuera de lo común. Pero esto no es una película de Hollywood, así que nada funciona formalmente por los carriles convencionales. De entrada, más allá de esta pareja, nos cuesta hacer pie en el relato. No sabemos quién es quién y las cosas no se clarifican por un buen rato, por lo cual lo que vemos parece ser una reunión de parientes que hablan de política y los temas del día, como si estuviéramos presenciando un velorio de desconocidos. Pero de a poco las rarezas, peculiaridades y conexiones empiezan a saltar, y en un tono que da lugar a muchos momentos graciosos, el telón familiar empieza a caer, desde lo personal e íntimo hasta lo sociopolítico. A lo largo de esa serie de esperas que hacen que la comida en cuestión se atrase y atrase habrá una ceremonia religiosa, la revelación de la doble (o triple) vida amorosa de un familiar, la aparición de otra –más joven– con una amiga en un estado lamentable tras una noche de alcohol, otro que tiene que usar el traje del fallecido que le queda enorme, peleas dentro y fuera de la casa; llantos, reproches y recriminaciones. Todo esto mezclado con charlas sobre política, desde teorías conspirativas sobre el 11 de septiembre hasta reclamos y fuertes discusiones en relación al pasado comunista rumano. Y la comida, que se hace pero no se come hasta, bueno, hasta que todo se calme, algo que nunca parece concretarse. Puiu filma casi todo en una casa pero sus largos y tambaleantes planos secuencia le dan al filme la sensación de estar siguiendo en vivo con una cámara lo que pasa en una suerte de reality show familiar. Más aún cuando los clásicos secretos familiares empiezan a aparecer y a enrarecer el ya de por sí extraño ambiente. El protagonista principal es Lary, hijo del fallecido Emil, y a partir de él giran los demás personajes: su esposa Sandra, su madre (la viuda del fallecido), sus hermanas, cuñados, sobrimos, primos (no vale la pena esforzarse en sacar todos y cada uno de los parentescos) y otros que irán apareciendo en la casa, incluyendo curas, otros parientes, amigos y hasta desconocidos. La maestría en el manejo de las situaciones de Puiu no se pierde en ningún momento. De principio a fin entiende que lo mejor que puede hacer es es observar a esos personajes como si la cámara fuese la mirada del difunto que husmea el mundo que dejó y que, sin él, parece irse en picada. Puiu los deja ser, hacer, hablar, encontrarse y desencontrarse. Y el espectador se sentirá tan (incómodamente) cerca como si estuviera en una reunión de su propia familia extendida. Todo lo que puede surgir en una especie de velorio surgirá, desde el cariño y la comprensión hasta los previsibles griteríos, reproches y reclamos. Todos pasamos o pasaremos por algo así. SIERANEVADA –el título es un tanto inexplicable– pone el eje en las relaciones familiares, en las infidelidades y traiciones internas, pero nunca deja de lado el contexto político. Acá los personajes hablan del atentado a Charlie Hebdo y, sí, hay discusiones sobre el pasado de Rumania pero también sobre su conflictivo presente. Así, mientras la cámara de Puiu circula, busca, pierde y encuentra de nuevo a sus personajes e historias –filmándolos por momentos desde lugares muy poco convencionales–, este drama familiar va mostrando todas las facetas en las que se mueven sus criaturas: personas con problemas propios y específicos pero que forman parte inequívoca del mismo mundo en el que vivimos todos. Pinta tu aldea, como dicen por ahí…
Lo público y lo privado La nueva película de Cristi Puiu narra casi en tiempo real una reunión familiar evitando el costumbrismo con una puesta en escena precisa y delicada. La primera toma de Sieranevada es un largo plano secuencia de seis minutos en el que vemos, en resumen, a una pareja dejando a su hija al cuidado de una señora mayor. La escena es larga pero no por un afán contemplativo: pasan muchas cosas, aunque pequeñas. El hombre deja el auto mal estacionado y entra con su mujer unas bolsas a la casa. Después aparece un camión de correo y empieza a tocar bocina. La pareja sale de la casa. El hombre se sube al auto para moverlo, la mujer saca otras bolsas. Se da cuenta de que se olvidó algo, persigue brevemente al auto que ya arrancó. El auto frena. Ella agarra lo que faltaba, vuelve para la casa y se encuentra con la nena, que salió sola. Ella la reta y vuelven juntas a la puerta a esperar a que vuelva el hombre, que está dando la vuelta a la manzana. Durante la espera, sale de la casa la señora mayor con un cochecito. Discute con la mujer. Cuando vuelve el hombre con el auto, sale, tiene una breve discusión con la mujer. Luego se suben al auto, la nena se queda con la señora mayor, y el auto arranca en dirección opuesta. Todo esto lo vemos desde la vereda de enfrente, en donde está ubicada la cámara, que apenas se mueve en paneos leves a izquierda o a derecha para seguir la situación y elegir dónde poner el foco. No hay música, solo el sonido ambiente de una calle bastante ruidosa. Los diálogos se oyen muy de fondo, y acá nos juega en contra nuestra ignorancia total del rumano y los subtítulos que de alguna manera subrayan innecesariamente los fragmentos más audibles. Como sucede con las grandes películas, o al menos con aquellas cuyos directores tiene una propuesta estética concreta, en esa primera escena están las claves de lo que veremos después: una historia cotidiana y familiar narrada sin pirotecnia visual pero con una puesta que logra escapar sutilmente al costumbrismo. Lo que sí se incorpora después de esa escena -y de la secuencia de títulos- son dos cosas: por un lado, los diálogos en primer plano, que serán en definitiva el motor de la historia; por el otro, los elementos de la vida pública, indisolubles de la privada. Así, una ceremonia para despedir al padre que acaba de morir resulta el escenario de pequeñas batallas personales relacionadas con la biografía familiar, pero también discusiones políticas acerca del comunismo, el 11-S y hasta el atentado a la revista Charlie Hebdo. El director Cristi Puiu es uno de los responsables del llamado Nuevo Cine Rumano luego de su irrupción en Cannes en 2005 con La noche del señor Lazarescu, junto con Cristian Mungiu (4 meses, 3 semanas, 2 días), Radu Muntean (Aquel martes después de Navidad) y Corneliu Porumboiu (Bucarest 12:08). Pero a la película que más me hizo acordar Sieranevada es a otra más lateral: Ilegitim, de Adrian Sitaru, que participó del BAFICI el año pasado. En definitiva, la vida íntima de una familia atravesada por la historia política de Rumania.
Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-22hs.
"Sieranevada", cada familia es un mundo Ante todo un dato importante: "Sieranevada" dura 173 minutos. Entonces conviene entrar al cine con un café en mano, algo rico para comer y después sí, disfrutar a pleno de la cuarta película del director Cristi Puiu ("La noche del señor Lazarescu"), uno de los mejores exponentes del llamado Nuevo Cine Rumano. Filmada casi en tiempo real, "Sieranevada" se centra en una reunión familiar que termina en un pequeño gran caos. El encuentro se da a 40 días de la muerte del abuelo de la familia y, en medio de un almuerzo y de una ceremonia religiosa en recuerdo del difunto, se cruzarán hijos, yernos, cuñados, nietos y abuelos. La cámara de Cristi Puiu se ubica fija dentro de un departamento de Bucarest y muestra con un realismo puro y filoso una panorámica familiar que va in crescendo: discusiones sobre política (las "grietas" de allá), rispideces de todo tipo, confesiones tardías, desahogos dramáticos y momentos cómicos. El director logra captar una intimidad tan intensa que resulta hipnótica, y a pesar de las distancias geográficas el espectador puede sentirse identificado y también interpelado con cada escena. Más allá de la sola experiencia de verla, "Sieranevada" también deja un puñado de personajes memorables: la abuela que defiende a ultranza los tiempos del régimen comunista, un joven obsesionado por las teorías conspirativas del 11-S, y su ocasional protagonista, un médico que busca un equilibrio imposible.
Trazar un comentario sobre un largometraje, en este caso más que nunca porque dura casi tres horas y, excepto algunas escenas en exteriores, casi todo ocurre en un departamento de Bucarest, con un tratamiento cercano a lo teatral, se hace harto difícil. Porque esta película rumana, del director Cristi Puiu, nos muestra a una típica familia numerosa que se reúne en la casa de los progenitores de Lary (Mimi Branescu), para celebrar un responso por la reciente muerte del padre del protagonista. Allí se encuentran sus hermanos, tíos, primos, sobrinos, etc., que mientras esperan al cura que va oficiar una misa todos van y vienen, preparan la comida, preparan la mesa para el almuerzo, algunos están en el dormitorio, otros en el baño, charlan de cosas banales, o de la política internacional, también cosas más importantes, personales, que se exponen en los primeros minutos del film, se lo retoman a lo largo del mismo, y eso le quita sorpresa. Porque a medida que avanza el relato no se van levantando capas y develando secretos que le den un punto de giro a la narración, es decir, tiene unos focos conflictivos que cada tanto se los vuelven a tocar, pero podrían estar así eternamente, no hay resolución de ningún tema, ni una situación que permita darle un punto final a la historia. Así transcurren las horas mientras Lary actúa como un mediador ante cada uno de ellos, hasta que se hace de noche. Siempre, por algún motivo, no pueden sentarse todos juntos y comer en paz. El director elige dos maneras para transmitirnos lo que ocurre allí, por un lado coloca la cámara en el recibidor del departamento, y de lejos nos permite ver que ocurre del otro lado de las puertas, sin inmiscuirse en las interacciones de los personajes, haciendo varias tomas secuencia. En otras ocasiones, sí se involucra al entrar con la cámara en los distintos ámbitos donde se encuentran los familiares y poder estar cerca en distintas charlas, sean profundas o no. Al no sintetizar, el film conspira en su contra, porque hay que tener mucha paciencia para verlo, Pese a que los diálogos son ágiles y utiliza un lenguaje cotidiano, la reiteración de ciertos parlamentos y problemas, no lo favorece, lo empantana. Cuando se planifica realizar una película hay que tener en cuenta, que, del otro lado está el espectador, que busca entretenerse, disfrutar de una buena historia, que sea fuera de lo común, bien contada, porque estamos hablando de ficción, y en el cine todo es posible. Pero, en este caso, ver una reunión familiar, como los que se dan por millones, y las cosas que suceden, sean simplemente un reflejo de la realidad, no lo vuelve interesante.
Costumbrismo rumano. Pocos días después del atentado contra Charlie Hebdo y cuarenta días después de la muerte del patriarca de la familia, su hijo Lary, un médico de cuarenta años, se reúne con su familia en memoria del difunto. La presencia tumultuosa de una familia en un oscuro y feo departamento a la espera de un sacerdote ortodoxo hace pensar que tal vez entre el drama claustrofóbico y la comedia costumbrista podría encontrar su tono Sieranevada. Muchos directores podrían haber hecho una maravillosa película con esto, pero la falta de timing que demuestra el realizador hace imposible que esto pase. El uso que hace del plano secuencia el realizador más que otorgarle una fuerte impronta cinematográfica enfatiza su teatralidad y a la vez condena al relato a una extensión que terminar resultando en su contra. El humor es tan gris y aburrido como el decorado donde transcurre el film. La repetición de diálogos y las vueltas sobre los mismos temas no logra jamás despertar interés, al contrario, termina por distanciar aun más al espectador. La supuesta objetivad que el punto de vista de la cámara produce es más bien ausencia de fuerza narrativa y corazón. Son tantos los buenos ejemplos de cine coral donde las escenas se van potenciando mutuamente que basta con pensar un poco para darse cuenta hasta que punto Sieranevada pasa por un terreno ya gastado sin sumar absolutamente nada. El realismo al que se aferra la película hunde todavía más a la película en una continua seguidilla de escenas sin brillo y sin gracia, difícil entender donde está el aporte del director en un film con tan poco vuelo pero que a la vez intenta, con el ya mencionado usado del plano secuencia, un esteticismo que no llega nunca a justificarse. La película no esquiva en lo más mínimo el costumbrismo, simplemente lo despliega con un formato más gris, dormido y de una forma pretenciosa. Como los peores ejemplos del costumbrismo, la película transita todo el tiempo por obviedades y falta de imaginación.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Ceremonia familiar En una calle de Bucarest en pleno día, un hombre descarga equipaje de su auto y entra, junto a una mujer, a una casa. La ubicación en la que ha dejado su vehículo obstruye el único espacio disponible para circular. La calle está en reparación. Una camioneta se acerca y, al no poder pasar por ahí, empieza a tocar la bocina con insistencia. El hombre y la mujer salen de la casa. Él entra en el auto y lo mueve. Cuando avanza, otro vehículo estacionado justo adelante sale y el tránsito se vuelve a interrumpir. Luego el hombre busca un nuevo lugar para estacionar. La mujer lo espera junto a una niña. El fastidio es notorio. Transcurren varios minutos hasta que el autoaparece y estaciona. El hombre baja y dialoga con la mujer. Más bien discuten, hasta que deciden irse. La primera escena de Sieranevada (2016), la notable última película del director rumano Cristi Puiu –La muerte del señor Lazarescu, Aurora- mostrará con suma puntualidad la marca indesmentible de su estilo. Un extenso plano secuencia de alrededor de siete minutos exhibirá, a cierta distancia, el movimiento impreciso de los personajes. La cámara permanecerá la mayor parte del tiempo estática. Tan solo se moverá alternativamente hacia los costados. El procedimiento se repetirá durante toda la película. El acontecer errático y dificultoso que la escena insinúa se extenderá, a su vez, durante la reunión familiar hacia la cual se dirigen Lary (Mimi Branescu) y su mujer. El film del director rumano tratará sobre eso: la puesta en acto del encuentro de una familia. Encuentro que expondrá, durante su largo despliegue, la intimidad de su funcionamiento y los secretos que esconde. El padre de Lary ha fallecido hace poco y la madre ha organizado un almuerzo en su homenaje, como ceremonia de despedida. Será su casa el epicentro narrativo del film de Puiu. La acción dramática sucederá mayormente allí. Una serie de situaciones que obedecerán a las circunstancias propias del evento familiar: la llegada de los comensales, los preparativos de la comida, los encuentros ocasionales entre integrantes de la familia. La cámara registrará el tránsito de un hogar en continuo movimiento. Por momentos, se situará de forma estratégica en el hall donde desembocan las habitaciones, el living, la cocina: puntos circunstanciales de confluencia. La apropiación cinematográfica del espacio será rigurosa y perfecta. Los personajes se desplazarán de un lado a otro y mantendrán entre sí conversas y discusiones. La conversación será en esta película una constante. Los personajes discurrirán sobre distintos temas, pero fundamentalmente sobre política. Es manifiesta y conocida la predilección del cine rumano contemporáneo por la disquisición política, por la necesidad de pensar críticamente el presente y el pasado de su propio país. En una escena formidable que transcurre en la cocina, entre los vapores de la cocción del almuerzo, la tía de Lary y su hermana discutirán con intensidad sobre el pasado reciente de Rumania, acerca de la realidad social durante el régimen de Nicolae Ceausescu. La defensa del Estado comunista por parte de la anciana –cautivada bajo los efectos del alcohol- entrará en colisión con la mirada conservadora y religiosa de la mujer. El comienzo del almuerzo se verá interrumpido por la emergencia de imprevistos y conflictos entre familiares. Lary buscará con paciencia y aplomo apagar distintos focos problemáticos, hasta que se encontrará él mismo afectado por lo que sucede a su alrededor. Ciertos secretos e intrigas atentarán contra la necesidad imperiosa de sentarse a comer. La espera se extenderá hasta el anochecer. “Esperemos, ¿qué podemos hacer?”, expresará entre risas el protagonista. El tiempo muerto de la espera será sostenido por extensos diálogos. La capacidad e inventiva de Puiu para establecer a partir de la conversación el vínculo familiar será notable. En ningún momento de sus casi tres horas de duración, el film de Puiu caerá en la tentación del melodrama. Las miserias familiares serán expuestas a partir de escenas que terminarán por evidenciar su condición absurda. Después de todo, ellos mismos no podrán disimular la risa que les provoca la exposición de los trapos sucios que subyacen tras el quehacer dinámico de una gran ceremonia.