Un documental argentino pone atención sobre el mundo de los payasos. Se estrena el proximo jueves Sin una tesis precisa y de una duración tal vez un poco extensa, Solo para payasos es una película que promete hablar de eventos extraordinarios. Se presenta desde los primeros momentos como la preparación para una gran Convención de la disciplina, algo llamado El Acto, organizada a partir del registro de la partida de cientos de payasos desde muchos lugares del mundo. Para esto, el film reúne una gran cantidad de materiales en video aficionado enviado desde distintos lugares del mundo. Ese ejercicio es un interesante ejemplo de autogestión y lo termina acercando más a una experiencia del make it yourself de los tiempos que corren, que a la composición de un cuerpo narrativo claro. Producida por el Grupo de Boedo Films, la Convención Argentina de Circo, 18W Films. INCAA Solo para payasos fue dirigida por Lucas Martelli, que ademas de hombre de cine (relacionado con Pino Solanas por ejemplo realizó un documental sobre el atentado que sufrió el realizador) es acróbata, y su película es entre didáctica y poética, pero también es intencionadamente dispersa, tanto por las cantidades de testimonios y experiencias, con las que podemos identificarnos dificultosamente, como por la sumatoria de situaciones ficcionales que irrumpen en medio de espectáculos de circo o estallan en escenas de comedia, (o de drama) dentro y fuera de los escenarios. También es existencialista cuando aparecen frases como el de aquel que sospecha que la risa te hace inmortal, o hasta la más grave de que “todo payaso agarra sus miserias y las transforma en poesía” , tal como dice Petarda, una mujer payasa en un mundo claramente masculino. También está “Tomate”, un globologo con ” gran conocimiento autodidacta con enormes lagunas”. En todo caso, el sentido de ser payaso es que todo payaso denuncia el sinsentido figura como la más ajustada entre algunas de las definiciones de lo que significa ser payaso. Una rara avis del documental para entrar al interior de un mundo marginal que termina por provocar una nostalgia extrañada. Participan gran cantidad de payasos de diferentes corrientes y estilos de trabajo, como Tortell Poltrona (Payasos sin Frontera); Luisito y Pacusito (Hnos Videla); Chacovachi; Petarda (Cristina Martí, Clu del Claun); Rik Streiff (ex Triciclos Clos); Toto Castiñeiras (Cirque du Soleil); Tomate; Tenaza; Maku Jarrak; Chicharrita; Casimiro Magote; Morrison; Malabaristas del Apokalipsis (Riki Ra y Mauri); Pedro Peligro (Catalinas Sur); Pablo y Luna (Circo Social del Sur); Circo Manija (Taller de Artistas del Borda); Loco Brusca; Gota; Frágil; León; el Sr. Mikozzi…
La hazaña del fracaso Sin pensarlo demasiado, uno podría llegar a concluir que la necesidad de los payasos se vincula de manera directa con la existencia de un mundo al que le cuesta reírse. Guerras, hambre, injusticia, miseria, enfermedades complican un tanto la vida de cualquiera como para no encontrar en el poder sanador de la risa un antídoto aunque más no sea por el instante en que dure una sonrisa. Y en ese momento uno también se vincula con el propio payaso interior; el que rompe con la mirada convencional frente a lo que, en un principio, en el sistema está vedado a la risa: el ridículo, el absurdo, lo imperfecto, el dolor ajeno y hasta el propio. Una mirada payaso o payasesca de la realidad implica el riesgo de quedarse solo o de ser tildado en el mejor de los casos de loco por una mayoría que no se atreve a ver lo que la rodea sin etiquetar o categorizar cualquier situación o acontecimiento. En definitiva, todo es tan absurdo que no resiste la más mínima lógica y entonces lo saludable es sacar al payaso interior del espíritu autómata y obediente que nos atraviesa. Como no podría ser de otra manera un documental hecho por y para payasos debe ser caótico, anárquico, arriesgado y creativo y eso es lo que ocurre con este rara avis del acróbata de altura devenido cineasta Lucas Martelli, Solo para payasos, que promete un estreno poco convencional en el Cine Gaumont el día jueves 25 de julio para al menos intentar repetir la experiencia que dio marco y vida a este proyecto que ganó en la categoría Documental Digital del INCAA la posibilidad de obtener un subsidio y así finalmente ver la luz. En ese acontecimiento que encuentra por un lado el pretexto para reunir clanes de payasos de diversas partes del mundo a una convención y así lograr el gran acto se hilvana la red de contención de este relato en cuyo salto al vacío se cruza un caudal importante de información e historia de los payasos, a cargo de diferentes figuras del quehacer circense, callejero o del teatro para reflexionar sobre una pasión que no sólo se relaciona con hacer reír al otro sino con una filosofía de vida a contracorriente del conformismo. De los más de 200 artistas que participaron del documental representando estilos y tipos de payasos, están los naif, los anarquistas, las payasas, y otros alejados del estereotipo se encuentran el catalán Tortell Poltrona (Payasos sin Frontera); Luisito y Pacusito (Hermanos Videla); Chacovachi (Símbolo de los payasos callejeros durante y después de la dictadura); Petarda (Cristina Martí, Clu del Claun); Rik Streiff (ex Triciclos Clos); Toto Castiñeiras (Cirque du Soleil); Tomate; Tenaza; Maku Jarrak; Chicharrita; Casimiro Magote; Morrison; Malabaristas del Apokalipsis (Riki Ra y Mauri); Pedro Peligro (Catalinas Sur); Pablo y Luna (Circo Social del Sur); Circo Manija (Taller de Artistas del Borda); Loco Brusca; Gota; Frágil; León; el Sr. Mikozzi entre otros. La ficción que se ancla al documental construye y a la vez deconstruye de manera permanente el hilo conductor de esta trama, que por momentos se adapta a una road movie que integra un viaje en dirigible hacia el destino ya mencionado, junto al derrotero de otros invitados que parten desde sus lugares al corazón de la convención. El apunte irónico frente al historicismo llega de la mano de uno de los personajes centrales que intenta dar un enfoque socioantropológico a cámara pero que se ve constantemente interrumpido. También surge una historia de amor entre un payaso y una trapecista, el enfrentamiento de los clanes y las dicotomías entre payaso y clown, que encuentra las más académicas definiciones desde el discurso pero expresa las mayores contradicciones desde la práctica. Aquello que se nota permanentemente desde la propuesta cinematográfica en Solo para payasos, de Lucas Martelli y equipo, es saber lo que se quiere contar aunque librado al devenir de lo que ocurre en el campo de batalla donde basta poner la cámara y dejar que los propios protagonistas, algunos con caras pintadas o vestuarios exagerados y otros a cara lavada, jueguen hasta las últimas consecuencias y liberen tensiones para superar los límites de la representación. Tamaña tarea conlleva el riesgo pero también el atractivo que el espectador no sepa lo que va a ocurrir a cada segundo y tal vez ese logro incuestionable es lo suficientemente poderoso para que el film nunca deje de fluir, por momentos divertir e incluso emocionar por su enorme poesía, todos esos elementos que hacen de la hazaña del fracaso -¿acaso el payaso no representa un poco eso?- una aventura épica, genuina, universal y verdadera.
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Balada triste de trompeta Mezcla caótica de cierto tipo de documental de cabezas parlantes (en esta caso, todas las cabezas son de payasos) con pseudo ficción (la construcción improbable de un encuentro masivo de payasos, que intentan lograr “el acto ideal, ese que produce emociones a granel”… SIC) que se escuda en una suerte de estructura rapsódica que homenajearía a ese mundo de bufones, Sólo para payasos termina resultando fallida a su pesar. En especial, porque estamos ante una película por momentos incomprensible (no porque no se entienda lo que relata, sino por las decisiones que organizan su armado), con un cambio de registro aparentemente buscado pero que nunca funciona ni da unidad al mismo caos. Esta falta de unidad genera -contrario a alguna clase de interés por es armado, por la no narración- un inestimable tedio, que cumple, en definitiva, con la dispersión aparentemente buscada, con ese caos inicial. Los segmentos de ficción (presuntamente más libres e imaginativos) también se pierden en la dispersión (dependiendo de la animación 3D que es el mayor riesgo formal que se propone la película) y en esa indefinición la película pierde mucho, quizás pensando que gana en originalidad. En medio de la confusión se juegan tensiones del tipo payasos nuevos vs. payasos viejos, que en definitiva no suponen ningún horizonte de posibilidades para la película. Es justamente en el innecesario balance que por momentos muchos de los testimonios más interesantes (paradójicamente el segmento sobre la historia de los payasos y estilos es el más entretenido) terminan quedando desvirtuados por la misma estructura deshilachada (por cada testimonio hay una suerte de reconstrucción ficcional, que es redundante y a la vez poco económica para la narración). Y ese equilibrio, poco a poco, va siendo ganado por los segmentos ficcionales, cada vez más carentes de interés. Recién cuando la película decide confiar más en las imágenes y en los relatos parece encontrar su tono. Pero es tarde. Y no es el mundo de Federico Fellini (otro obsesionado con la tristeza de los payasos), precisamente. Quizás tanta histeria terminó ocultando lo más tradicional e interesante: detrás de todo payaso hay una tristeza infinita que ningún grito ni pantomima puede disimular.
La risa como denominador común Dirigido por Lucas Martelli, Sólo para payasos (2013) es un film documental centrado en la vida de estos divertidos personajes que, desde hace años, entretienen a grandes y chicos. Entrevistas a numerosos payasos provenientes de diferentes partes del mundo y una fábula improvisada por algunos de ellos, conforman una película signada por la imaginación. El detrás de escena del mundo de los payasos no es demasiado conocido. Y es precisamente en ese punto donde radica lo más interesante de Sólo para payasos, porque aunque puede resultar contradictorio con su título, el documental de Martelli invita a todos a sumergirse en un universo en el que la diversión y el maquillaje son protagonistas. Si bien al comienzo cuesta un poco comprender lo que deparará esta “realidad de fantasía”, con el correr de los minutos el público logrará reconocer el hilo conductor de una historia que tiene como argumento principal la reunión de numerosos payasos con el fin de buscar el acto ideal: un espectáculo personal que despierte emociones y alegrías. Diferentes historias completan un documental novedoso, en el que participan payasos que pertenecen a diferentes estilos de trabajo, como Tortell Poltrona (Payasos sin Frontera), Toto Castiñeiras (Cirque du Soleil), Pablo y Luna (Circo Social del Sur), Petarda (Cristina Martí, Clu del Claun) y Chacovachi, entre muchísimos otros. Los testimonios brindados por los artistas permiten que los espectadores conozcan los entretelones de la actividad. Y al estar intercalados con la fábula improvisada, se logra un documental entretenido que en algunos momentos posee pinceladas del absurdo; condimento ideal para recrear y describir la atmósfera de estos personajes. Excelentes imágenes (como las del momento en que los payasos están sobrevolando el océano o las que presentan a payasos de diferentes lugares), acompañan el relato. Indudablemente, la experiencia de Lucas Martelli en el mundo circense, más específicamente como acróbata aéreo, se traduce en cada fotograma. Porque en Sólo para payasos se transmite cierta admiración, y por qué no homenaje, hacia los artistas que se dedican a robarle una sonrisa al público. Algo tan efímero como importante que también consigue este documental.
Cuestiones en torno a las narices rojas “No soy un documentalista; soy un payaso”, se excusa Lucas Martelli, tras las rejas, ante un payaso carcelero después de los títulos finales. Ese amateurismo se nota a lo largo de Sólo para payasos, para bien y para mal: la película es caótica, desprolija, y a la vez tiene una frescura y un desparpajo saludables. Se supone que es un documental sobre el mundo de los payasos. Y hay unos cuantos testimonios de payasos y clowns de diferentes estilos que explican en qué consiste su oficio, cómo empezaron, etcétera. Esos son los pasajes más convencionales e interesantes de la película. Pero esa estructura clásica se va deformando con la aparición de una ficción confusa, por momentos tediosa (le sobran unos cuantos minutos) y mal actuada (ser payaso no es lo mismo que ser actor). De todos modos, la historia tiene sus encantos. Se ve a diferentes payasos del mundo dirigiéndose a una gran convención del gremio desde diferentes rincones del planeta, desde Macchu Picchu hasta Nepal, pasando por la Isla de Pascua. También hay pasajes fantásticos, que muestran con logrados efectos especiales las peripecias de un grupo que va a ese encuentro a bordo de un colectivo-dirigible que surca los cielos. Participaron más de 200 payasos, y queda la sensación de que semejante convocatoria está un poco desperdiciada: el no iniciado podría haberse enterado de más; casi casi, el título Sólo para payasos termina siendo literal. Bueno, quien quiera una experiencia completa, que vaya hoy al estreno: prometen la asistencia de “cientos de payasos” vestidos “de estricta etiqueta payasa”. Qué miedito.
No es estrictamente un documental sobre payasos. Es una mezcla entre documental y ficción que intenta abarcar a los payasos de aquí y de allá, su arte, sus variaciones, sus tradiciones, sus historias. Empieza un poco laxo en términos de estructura, con imágenes de payasos en diferentes continentes, un dirigible volando (con efectos visuales rústicos), el propio director explicando algo de lo que vendrá: el intento de lograr el acto absoluto, el mejor, el acto payasesco que llene las expectativas de los payasos que se juntarán en una convención, el acto "sólo para payasos". Esos primeros minutos un poco caóticos parecen ser una mera introducción para enseguida proponer una sucesión de entrevistas con payasos y clowns con ideas sólidas, claras, concisas, en especial el catalán Tortell Poltrona y la argentina Petarda. Petarda establece diferencias entre las performances en la calle, en el teatro y en los hospitales. Es decir, señala la importancia del contexto a la hora de pensar la performance . Poco después la película empieza a desoír esas declaraciones y a abusar cada vez con mayor frecuencia de una cercanía desaconsejada para el cine que registra actuaciones pensadas para otro contexto: el gesto payasesco -aunque sea de payaso moderno- se amplifica en el cine, y la mueca se impone y asfixia la gracia y lo que pueda haber de poesía en la representación. Si una performance no fue pensada para el cine deben procurarse formas, cuidados especiales para que en su exposición cinematográfica no se deforme de tal manera que atente contra sí misma. Pero Sólo para payasos se acerca a sus sujetos de forma poco reflexiva y demasiado endogámica, e intenta arrollar con cantidad de planos, cantidad de payasos, cantidad de declaraciones, cantidad de inserts (que cortan buenas declaraciones con imágenes y acciones muchas veces irrelevantes): una cantidad excesiva de elementos que genera demasiada dispersión. De esta manera, con el correr de los minutos las mezclas entre lo ficcional, lo documental y las performances de estos payasos (mayormente modernos y acrobáticos, no de circo clásico) se apilan de forma cada vez más desprolija, con un montaje que no permite organizar una película con una duración por encima del promedio de este tipo de propuestas. Así, Sólo para payasos entra en una lógica que no es anarquista, sino anárquica, lamentablemente desordenada. Y esa acumulación y ese desorden abruman, agotan y opacan unas cuantas buenas imágenes, algunas declaraciones atractivas y una lograda música original.
Extraños personajes los payasos, con diferentes caras según quien los vea, y con estilos de rutina diferentes entre sí. A algunos (la mayoría) los divierte, les causa gracia; a otros les produce miedo, pavor; otros se explayan sobre la decadencia de lo absurdo y de lo burdo; los hay clásicos, más estilizados, con una gracia a puro chiste slapstick, o con rutinas de crítica social. Una masa gigante que queda englobada en una sola palabra, payaso; y esa es la impresión que da esta ¿docu-ficción? de Lucas Martelli, un muestrario de estilos diversos que confluyen en el mismo punto de la payasada. La excusa inicial es la de una reunión de payasos de todo el mundo para crear “el mejor espectáculo de payasos de la historia”, todos concurren al mismo lugar, se juntan, y realizan una suerte de competencia o de actuación conjunta, reunión de anécdotas, como sea. En un principio esto parece recordarnos al film de Guy Maddin La canción más triste del mundo, con toda esa carga absurda y delirante. Los distintos payasos son retratados de un modo – adrede – decadente, llegando al lugar de encuentro desde puntos diferentes, mostrando su existencia, y conviviendo (basta como botón de muestra ver los numerosos trailers que circulan por la red), como una suerte de fábula reversionada. Pero pronto el documental copa la escena, y serán los mismos payasos quienes a través de entrevistas cuenten su vida y las anécdotas más significativas de la profesión. El título Sólo para payasos tampoco es aleatorio, Martelli (que también es acróbata) busca rendir un homenaje a estos seres a los que, se nota, admira, y que muchas veces no son reconocidos como los grandes artistas que son; y su visión cobrará otro matiz para quienes sigan la profesión, los que podrán contar las anécdotas como propias logrando la identificación. Para quienes miramos desde el afuera, es un trabajo de descubrimiento, de conocer un poco de un mundo que desconocemos, y por qué no, sacarnos algunos prejuicios. La también profesión circense de Martelli se nota a la hora de la dirección, no estamos frente a un film solemne, es un festejo, y se nota desde el ritmo, la seguidilla de escenas, y algunas escenas de un extraño preciosismo. No conviene adelantar nada de las anécdotas ni de los intervinientes, cada aparición causa una sorpresa distinta, como en una caja misteriosa, y el descubrimiento es grato. Hace dos semanas llegó a nuestras carteleras Cirquera que retrataba la historia de vida de dos artistas de circo contrastando el estilo actual con el tradicional. Si bien por temáticas se complementan, uno y otro trabajo son bien diferentes. Acá predominan la gracia, el desparpajo, y la autoconciencia de la parodia, del absurdo, que conlleva el arte payaso. Como si los mismos payasos se hicieran cargo del film y lo manejasen a su antojo. Mezcla de documental con escenas ficcionalizadas, pero en uno y otro ámbito predomina el espíritu jovial de la diversión. Martelli comprende a las personas de quienes habla y los expone tal cual son frente a la pantalla; y exige del espectador exactamente lo mismo, comprensión y una total descarga, al fin y al cabo estamos frente a un show de gracia y la expectativa principal es que el público se divierta.
El difícil arte de hacer reír Hacer reír es un arte complicado. Lo dicen todos. Es complicado, primero, porque cada uno se ríe con lo que puede y quiere, no hay una sola cuerda o una cuerda segura que convoque a la risa, y segundo porque la risa, en definitiva, es una respuesta no del todo respetada o deseada por los mundos intelectuales. En ese contexto, lo del payaso es una profundización en esa extraña misión: porque hay toda una dedicación esforzada en construir situaciones que convoquen a la risa, una risa que es buscada de manera pensada y estratégica. De ahí, que muchas veces el término payaso sea utilizado de manera despectiva: es un payaso aquel que con demasiado esfuerzo se toma las cosas poco seriamente y sólo parece perseguir un fin bufonesco. Sátira, parodia, comedia, ingresan en un esquema de arte menor. Por eso es muy atractivo un documental como Sólo para payasos, de Lucas Martelli, que viene a revalidar el rol del payaso pero, fundamentalmente, de la risa y su poder exorcizante. El documental está construido en dos niveles: en el primero de ellos, y más básico -pero llamativamente más interesante-, tenemos a varios payasos de diversas partes del mundo explicando su arte y explicándose a sí mismos; en el segundo nivel ingresa una ficcionalización que pone a los payasos en el contexto de una reunión de clowns a la que acuden referentes de cada rincón del planeta, y que intenta dar una idea de universo regido por el absurdo y el sinsentido que toma vida y se revela como espejo deformante del nuestro. Y llamativamente es ahí, en su parte más libre y creativa, donde el film encuentra su costado más flaco y menos interesante. Sólo para payasos funciona cuando son los propios protagonistas los que explican cómo esta actividad, una de las más esforzadas dentro del mundo del espectáculo y de fuerte raigambre popular dentro de las artes que se han nucleado históricamente en lo circense, se fue transformando en un arte con sus formas y sus reglas. Están los que se pintan la cara, los mimos, las payasas, el líder: todos símbolos de un complejo entramado social que encuentra su doble en el mundo real -es interesante cómo también, aquí, el rol de la mujer llega con el tiempo y se va definiendo como subversor de un mundo previamente pautado por la influencia masculina, sin embargo su presencia invisible es a la vez imprevisible y por eso visto como algo positivo por las propias mujeres-. El que refleja el documental es un mundo potente, ya que la risa que busca el payaso ha sido siempre la más interesante, la del débil que se burla del poderoso. De ahí que se trate de un arte político y que en muchos casos la actitud del payaso sea combativa y hasta se abrase con ideales anarquistas. En Sólo para payasos vemos, en definitiva, ese movimiento continuo de estratos sociales que conforman ese universo: están aquellos formados académicamente y los formados en la calle; están los que toman esta actividad como una forma de lo poético y los que lo hacen desde una actitud militante; los que lo hacen como una forma de subsistencia y los que se asumen como un engranaje en una producción masiva e internacional como la del Cirque du soleil. Lo de Martelli es más que encomiable, porque teniendo en sus manos tantas variantes de un mismo arte, nunca se confunde, le da voz a todos y aunque más o menos entendamos qué es lo que él defiende desde su pertenencia también como payaso, el film acepta esa multiplicidad de voces y la hace propia. Pero lamentablemente el documental se pierde la oportunidad de erigirse como la obra definitiva sobre el arte de los payasos (hay incluso un juego con los estereotipos históricos que ha utilizado el cine para juzgar a la actividad: desde el payaso triste hasta el enamoradizo y errante) cuando mecha, entre las definiciones de cada protagonista, la ficcionalización de aquel encuentro de clownes. La sucesión de cuadros no sólo es dispersa, sino además poco inspirada. El error habitual del documentalista cuando construye ficción es creer que el universo retratado es tan autosuficiente que todo lo que se cuente será interesante porque sí. Y esto no ocurre porque la ficcionalización se nota poco rigurosa y demasiado atada a la improvisación, haciendo que los 105 minutos se sientan un poco largos. En todo caso Sólo para payasos puede ser entendido como un buen borrador, una suma de ideas atractivas que merecen un desarrollo mayor pero que encuentran aquí un marco respetuoso por demás atendible y apreciable. Se nota y trasciende la pantalla el amor de los involucrados por aquello que hacen, y especialmente la idea de que lo que se está haciendo surge de un análisis introspectivo. Pensarse es siempre un buen ejercicio. Este documental, lo hace.
El arte de ofrecer diversión Un curioso y divertido filme que como las "rutinas" de los viejos payasos circenses, desarrolla una serie de escenas anárquicas y delirantes, que tienen el sabor de ese humor absurdo que es capaz de despertar sonrisas, o cambiarle el estado de ánimo tanto a un niño, como a un adulto. Curioso y divertido a la vez es este documental de Lucas Martelli, que cuenta lo que sucedió con un grupo de hombres y mujeres que convirtieron su vocación -tener la capacidad de hacer reír a los demás-, en un medio de vida. "Sólo para payasos", es un filme, que como las "rutinas" de los viejos payasos circenses, desarrolla una serie de escenas anárquicas y delirantes, que tienen el sabor de ese humor absurdo que es capaz de despertar sonrisas, o cambiarle el estado de ánimo tanto a un niño, como a un adulto. LA CONVENCION Lucas Martelli, el director, quería reunir a payasos de distintas generaciones y no sólo de la Argentina. Con esa idea, convocó a todos a una "Convención argentina de payasos", que tiene como centro la carpa del circo Bristol, en Buenos Aires. Lo que muestra la película es a artistas de las distintas corrientes circenses, que viajan a la convención como pueden. Algunos lo hacen en una vieja nave, como si fuera un dirigible parecido al antiguo Zeppelin, otros en autos "eternos", o simplemente caminando. Mientras que los de Europa y países de América latina, sólo hacen llegar sus saludos a los payasos reunidos en la Convención, a través de pequeños videos filmados. El motivo de la Convención es intercambiar técnicas, conocerse y demostrar las destrezas humorísticas de cada uno. TENER VOCACION El filme en el que coinciden desde el catalán Tortell Poltrona, de "Payasos sin fronteras"; hasta Tenaza, el payaso anarquista, o Chacovachi, el conocido artista callejero; sumado a Luisito y Pecusito, el clásico dúo de los hermanos Videla; hasta Petarda (Cristina Martí), permite ir conociendo a cada uno de los artistas y las distintas formas de su impronta estética y expresiva. Mientras las escenas van mostrando las peripecias por las que atraviesan los artistas para llegar a la Convención, otros cuentan cómo se formaron, de qué manera descubrieron su vocación -que la mayoría de las veces cuesta convertir en un medio de vida-, o hablan de las diferencia entre un payaso del circo criollo y el clown (técnica introducida por Cristina Moreira en nuestro país, a partir de 1980, sobre el método de Jacques Lecoq). "Sólo para payasos" permite conocer la voz y el pensamiento de artistas que eligen distintos espacios para desarrollar su trabajo, desde Totó Castiñeiras en el Cirque du Soleil, hasta Chacovachi, o Pedro "Peligro" del Grupo Catalinas.
Como prenuncia el título, documental solo para payasos De muchacho, Lucas Martelli estudió en la Escuela de Cine de Avellaneda y fue camarógrafo. Pero también estudió acrobacia, y en ella volcó buena parte de sus años fuertes, hasta que los huesos le aconsejaron volver al cine. Ahora presenta este documental, que hizo acompañado por viejos amigos del Grupo Boedo Films y por multitud de jóvenes dedicados al payaseo por esquinas, carpas y teatros. El ambiente y el entusiasmo son atractivos. Pero quizás el resultado sea solo para payasos, como dice el título. Le pesan muchos chistes internos, excesiva confianza en la improvisación de escenas a cargo de jóvenes que recién se están afianzando, demasiados planos de gente grande y malhumorada, y variedad de atracciones diseminadas a lo largo de 104 largos minutos sin un presentador cuyas intervenciones nos atraigan y orienten entre número y número, como era en el circo tradicional. Se agradece la participación de don Jaume Mateu, alias Tortell Poltrona, historiando el oficio mientras se pinta la cara. Luego dos veteranos rezongan sobre la evolución de la risa a dúo, y otro cuenta la historia política oficial, de seguir la cual parece que en cierta época levantar una carpa era algo clandestino, lo que se contradice con la memoria de cualquier niño de aquella época, y del padre que lo llevaba. Hay, más interesante, dos minutos enviados por payasos de Barcelona, Grecia, Nepal, Machu Pichu, Mar del Plata y otros muchos lugares, partiendo de viaje hacia una gran convención, un Encuentro Ancestral donde tal vez suceda El Acto, un momento mágico en que todo el mundo ríe y llora de alegría, y que pasa muy de cuando en cuando. Esa pequeña ficción se mantiene con el "viaje transcontinental" de un grupo en dirigible, se reaviva hacia el final, cuando surgen algunas tomas de la colorida 16a. Convención Argentina de Circo, Payasos y Espectáculos Callejeros, y remata de modo inocente y gozoso con una tribuna llena de narices rojas y un lindo clip "de toda la compañía" para los créditos finales. Hay también varias payasas de acá, Brasil, Suecia, etc., clowneras líderes, dos comediantes del Cirque du Soleil (uno argentino), y otros apenas entrevistos de Payasos sin Fronteras, el Club del Claun, Catalinas Sur, Circo Social del Sur (Barracas), Taller de Artistas del Borda, etcétera. Y, perdidas en el fárrago, unas líneas de aquellos versos mal entrazados pero efectivos del chileno Maturana que acá recitaba Chirolita mientras Chassman miraba para otra parte: "Al ver mi cara pintada,/ todos ríen con placer /¡Sin llegar a comprender,/ que mi vida es desgraciada!". Un clásico, junto al "Reir llorando" de Juan de Dios Peza. Y ya que estamos, valga mencionar otro clásico: el maravilloso "Los payasos", de Federico Fellini, de moderados 92 minutos.
Lucas Martelli el director se inspira en un hecho ficticio para mostrar el mundo de los payasos, algunos veteranos, muchos jóvenes, clanes, familias. A pesar de cierto desorden en el relato y de las reiteraciones, la frescura de muchas escenas gana al espectador.
Ningún personaje llama tanto la atención como un payaso. Sea en circos, fiestas u otros eventos, con sus rostros pintados, sus narices rojas y sus grandes sonrisas, nunca dejan de cautivar al público, ya sean niños o adultos desprejuiciados, de todas partes del mundo. Estaba faltando una película que registrara desde adentro el fascinante universo de estos alegradores de momentos. Una película que por fin llegó. Sólo para Payasos nos permite conocer su vida íntima, el detrás del maquillaje. Sus metodologías de trabajo, sus pensamientos, sus anhelos. También repasa sus orígenes, desde las tribus aborígenes, pasando por la antigua Grecia y los tiempos de La Comedia del Arte, y hace una distinción de las distintas clases (por ejemplo, clown no es sinónimo de payaso, como se podría pensar, sino una de las tantas vertientes). Pocas veces vimos a estos auténticos trabajadores en su vida privada y reflexionando sobre su rol en la sociedad, sobre todo en épocas nefastas, como la dictadura militar. Además, se centra en los veteranos y en las nuevas generaciones.
Con un criterio estético y narrativo singular, Sólo para payasos incursiona en el sorprendente mundo de estos artistas circenses como pocas veces el cine ha transitado. Apelando a imágenes y testimonios fuera de registro, el film de Lucas Martelli aborda con creatividad el género documental, ubicándolo en un plano diferente. Una suerte de planeta paralelo en el cual clowns, payasos, comediantes y afines son los dueños de un disparatado discurso verbal y físico. El realizador es además acróbata, así que conoce a fondo el universo del circo y sobre él se apoya para reinventar un poco el género, como un recurso para retratar personajes tan distanciados de lo convencional como la película. Pasarán por la pantalla un insólito dirigible que traslada un ómnibus y diversas manifestaciones callejeras de distintos representantes de la elite payasesca, tan graciosa como atrayente. Las entrevistas siempre llamativas de cada integrante de esa troupe imaginaria, le otorgan a Sólo para payasos testimonios del más diverso calibre. Los vestuarios, a veces sencillos o más elaborados, colaboran en el color innegable de la propuesta. Martelli es el director de fotografía de una pieza muy disímil como La historia invisible, sobre la identidad de los mapuches, y aquí demuestra nuevamente su talento para plasmar imágenes de gran belleza y solidez visual, al que la música de Gonzalo Mazar enmarca apropiadamente.
Publicada en la edición digital #253 de la revista.