Dora Baret se muestra nerviosa y arrobada al hablar de José Martínez Suárez. La actriz confiesa que, cuando era joven, él siempre lograba cohibirla. Minutos después ambos comparten un café mientras recuerdan el rodaje de Dar la cara y se dicen algunas cosas al oído. Algún secreto. Los personajes tienen una cita claramente fabricada para el film (y hasta quizás escrita y ensayada) pero todo fluye con una naturalidad notable. Las manos se rozan y la enunciación elige allí, por unos instantes, la cámara lenta. La decisión de estilo justa en el momento exacto, para dejar que la escena respire y cobre vuelo propio. Parece simple pero no lo es, mucho menos en una era del documental -la actual- en donde el director suele sucumbir a la tentación del propio exhibicionismo. Aquí llegamos a escuchar las voces de las realizadoras y también vemos sus cuerpos en el plano, pero sus presencias se asoman desde la discreción, desde la humildad de quien quiere aprender a hacer. Porque ante un maestro de este calibre ellas no pueden ser otra cosa que alumnas, y así es como Betina Casanova y Mariana Scarone encararon el desarrollo de este documental biográfico. Con la enorme ventaja, claro, de tener en su centro a un orador generoso y memorioso como pocos. Y pícaro como ninguno. Martínez Suárez podría sentarse a contar una anécdota tras otra frente una cámara estática y uno como espectador quedaría, probablemente, muy satisfecho. Pero la película gratifica todavía más porque no se limita a ser una colección de testimonios ni un previsible relevamiento cronológico de la obra del artista. Entramos en el documental y a la vez nos colamos en su backstage, un pacto que ya desde el inicio inspira una genuina complicidad con el personaje: Martínez Suárez guiña el ojo y sabemos que la vamos a pasar genial. Junto a esos juegos en el detrás de escena, el film se apoya en otra columna narrativa, que muestra al director como coordinador de una orquesta en búsqueda de la fusión perfecta entre Nino Rota y el tango. Y luego está todo lo demás: su infancia en Villa Cañás, la cinefilia, sus comienzos en la industria, sus películas, sus amigos, su familia, su tarea como docente. El film contiene todo lo que esperamos conocer sobre su protagonista, en un relato compaginado con sutileza y lucidez. Es curioso que esta película no se haya presentado en el Festival de Cine de Mar del Plata, tan ligado al realizador de El crack. La vimos en el Bafici. Y fue una sorpresa.
Crónica de un niño que nunca estará solo. Tamaño desafío tomaron las directoras Betina Casanova y Mariana Scarone al pensar en un documental que tuviese como protagonista a su propio objeto de interés y a la vez homenajeado, nada menos que José Martínez Suárez, guionista, técnico, músico y director de algunas grandes películas del cine argentino, referente de todo director o generación de directores argentinos, a quien consideran no menos que Maestro. Oriundo de Villa Cañás, el hermano de Mirtha y Goldi Martínez Suárez, tal como describe forman un trío indestructible, longevo, con mucho cine en la sangre, en el cuerpo, en las manos y en la retina. Es que los ojos del niño asombrado viven en este artista que durante el documental acusaba sin pudor, pero con la coquetería y elegancia de los seductores de antes, noventa años. Joven desde la vitalidad y sabio desde la experiencia de vida porque sus anécdotas siempre ligadas a su cinefilia, a su oficio, no son únicamente palabras de cine sino palabras de maestro de la vida. Como no podría ser de otra forma y producto de su coherencia, humildad y ética, el homenajeado reconoce en las directoras una mirada y hace de ese juego de espejos su mejor excusa para compartir lecciones de cine, mientras dirige su propio documental. Es capaz de discutir siempre con respeto dónde ubicar la cámara, cómo ejecutar una composición musical de su autoría y darse el lujo de dirigir a los músicos. También, de demostrar su memoria admirable para reconocer diálogos completos de sus películas, otras que no le pertenecen pero que forman parte de la Historia Grande del cine argentino. Muy bien elegidos los testimonios y el despojo de la estructura de cabezas parlantes clásica para hacer de este viaje con gusto a biopic -pero sin el corset cronológico- un conmovedor testimonio viviente de nuestro cine. Gracias a las directoras y, por supuesto, al autor de El Crack.
EL DETRÁS DE CÁMARA Hay al menos dos razones que hacen necesaria la aparición de José Martínez Suárez en una película: ser un personaje atractivo desde su humor y personalidad; y tener una gran trayectoria para ser contada. El film rescata la palabra del cineasta argentino y algunos conocidos aspectos de su vida, tanto profesional como familiar. Haciendo honor a la labor de Martínez Suárez, todo el film juega con lo que pasa en el detrás de cámara. Este recurso permite cortar la seriedad e incluyen momentos más distendidos. Sirve, también, para mostrar algunas de las posibilidades que se toman a la hora de hacer un film. José Martínez Suárez le da su impronta a la película. Porque más allá de tratarse de él, hace de los sucesos cotidianos momentos graciosos, está siempre expectante para hacer algún comentario pícaro. Así como también los años le han otorgado cierta impunidad que bajo de buena educación sabe manifestar. Soy lo que quise ser incluye varias entrevistas que se le realizan al protagonista del film, así como a familiares y amigos. Pero principalmente la voz que impera es la de José. Él narra sobre sus primeros acercamientos al cine y sobre todo cómo se fue haciendo de cine, como él mismo dice que está “hecho de cine”. Estos primeros relatos de su vida lo llevan al pueblo que nació y los recuerdos de sus hermanas. En base a eso, los realizadores visitan junto al cineasta los lugares que fueron parte de su infancia, mientras él va contando su historia. Luego la película incursiona en cómo Martínez Suárez empieza a trabajar en el detrás de cámara. Cómo casi, sin saberlo, de un día para el otro ya cobraba un sueldo por formar parte del cine, contando así sus primeros pasos en la carrera. Más adelante se realiza un recorrido por los largometrajes que el protagonista ha dirigido. Incluye para esto ciertas escenas de las películas, alguna anécdota de él y algún comentario. Este es uno de los aspectos más llamativos del film, porque él analiza después de algunos años el impacto que tuvo tanto para él como para otros. En cuanto a lo familiar, aparece la palabra de una de las hijas y una de sus nietas. Y junto con este vínculo José cuenta la desaparición de su yerno durante la última dictadura cívico militar. A su vez, podemos ver a algunos amigos y otros familiares acompañándolo durante el rodaje. Por último, hay una gran dedicación del film a los homenajes que le han hecho a José. Si bien son parte de la vida del él, también se reprocha, como decía la hija, que este reconocimiento sea tardío, ya que cuando él y otros cineastas del momento necesitaron ayuda económica para solventar sus trabajos, no recibieron la suficiente.
“¿Usted es la directora? Dirija” le dice José Martínez Suárez a una de las autoras de Soy lo que quise ser. Historia de un joven de 90. De esta manera, el realizador, maestro de directores, presidente del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, músico, hermano de Goldie y Mirtha Legrand en último lugar y “espectador ante todo” autoriza a Betina Casanova y a Mariana Scarone a proseguir con la entrevista ambientada en un rincón del Café Tortoni. Poco después, el hacedor de El crack, Dar la cara, Los chantas, Los muchachos de antes no usaban arsénico (cuya remake –a cargo de Juan José Campanella– se estrenó a mediados de mayo), Noches sin lunas ni soles aclara: “no vengo a dar trabajo sino a colaborar”. El registro de éstas y otras digresiones que les dan color a las entrevistas realizadas con reverencial respeto, acaso arrobamiento, constituyen la columna vertebral de este tributo al hombre casi centenario que se consagró al cine desde su temprana infancia en la localidad santafesina de Villa Cañás. El corpus adquiere musculatura gracias a la recopilación de testimonios –de colegas, de los actores Dora Baret y Pablo Moret, de amigos, de una hija, de una nieta–, de fotos del álbum familiar, de secuencias de películas, de portadas de libros, de registros de una rutina laboral y social y de algunos sucesos extraordinarios (por ejemplo, el rodaje de una escena donde el homenajeado encarna al chofer de un micro y el escandalete previo a la ceremonia de entrega de la Mención de Honor Domingo Faustino Sarmiento en el Senado de la Nación). Sin dudas, la ocurrencia narrativa que define con más fidelidad a la figura retratada es la filmación del encuentro con músicos convocados para componer y ejecutar el leit motiv de Soy lo que quise ser. En estas circunstancias, el imperativo “Dirija” suena más contradictorio que al principio de la película: es que Martínez Suárez toma la batuta no sólo para conducir a los integrantes del cuarteto, sino para sugerirles a las realizadoras que acerquen la cámara y les dediquen un plano detalle a la digitación del pianista. Detrás del personaje, la persona asoma en contadas ocasiones: apenitas cuando bromea sobre su única hija peronista; con más nitidez cuando recuerda las gestiones que realizó para rescatarlos a ella y a su esposo del destino de desaparecidos por la dictadura, y cuando invoca a su otra hija muerta. El perfil mujeriego y racinguista es común al hombre y a la figura pública. Desde esta perspectiva, el documental de Casanova y Scarone se revela como una biografía autorizada donde Martínez Suárez luce tan lúcido, memorioso, hiperactivo, elegante, pícaro, directivo como muchos espectadores lo imaginamos. Esta semblanza también confirma el título de referente ineludible para colegas contemporáneos (resulta conmovedor el pasaje sobre la relación con Manuel Antín), más jóvenes, nóveles, y para otros entendidos en cine argentino como el investigador, docente, curador, divulgador Fernando Martín Peña. Soy lo que quise ser también les rinde homenaje a otros grandes de la escena cinematográfica nacional de antaño, además de los mencionado Antín, Baret, Moret. Por ejemplo, Mario Soffici, Raymundo Gleyzer, Leonardo Favio, Lucas Demare, David Viñas, Bárbara Mujica, Mecha Ortiz, Juana Hidalgo, María Concepción César, Héctor Pellegrini, Marcos Zucker, Tincho Zabala.
La pasión de un hombre Ópera prima de las realizadoras Mariana Scarone y Betina Casanova, Soy lo que quise ser. Historia de un joven de 90 (2018) es un documental que permite, por la voluntad de su protagonista, José Martínez Suárez, conocer detalles sobre su carrera y algunos, pocos, sobre su vida personal. El manto que tradicionalmente ha velado la vida íntima del protagonista, a diferencia de su hermana, la actriz y conductora televisiva Mirtha Legrand, por momentos se corre, no por su propia voluntad, al contrario, sino por algunos detalles que se revelan en la voz de familiares y amigos. José Martínez Suárez responde en una de las primeras escenas a la pregunta de las directoras “quién le gustaría que viera esta película sobre usted”, el realizador titubea, piensa y responde “que mi lápida diga: no se acostó con todas las mujeres que quiso, que la lean y piensen ese hombre era bueno”. En esas palabras, ácidas, con humor, está la clave de un recorrido clásico, con “cabezas parlantes”, sobre la vida del director, el que con un puñado de películas y mucho conocimiento y pasión por el cine, se ganó el respeto de la industria y un lugar privilegiado dentro de ella. Su infancia en Villa Cañás, sus primeros pasos en la dirección, su reconocimiento, son sólo algunas de las instancias en las que Scarone y Casanova dividen el relato. Un recorrido en el que el soporte se revela ante la cámara, e incluso se muestra cuál es el procedimiento para obtener el testimonio del director. Algunos momentos logrados, como por ejemplo el visionado de Dar la cara (1962) junto a Pablo Moret, escena en la que José Martínez Suárez se relaja y entra en el juego del actor para reflejar una complicidad y una amistad entrañable. Soy lo que quise ser. Historia de un joven de 90 apela al conocimiento público sobre el protagonista, y le realiza un homenaje políticamente correcto, con todos los elementos que componen al documental tradicional (archivo, entrevistas a cámara, banda sonora emotiva) evitando “molestar” a su objeto de análisis. En esa corrección se pierde el vuelo y la oportunidad de reflejar aspectos no conocidos del director, y en la decisión, por ejemplo, de que la película biográfica lo contenga, el riesgo de no poder salir de las propias palabras de Martínez Suárez es evidente. No hay una reflexión sobre su figura, y, mucho menos, una instancia en la que las imágenes muestren algo que no se conozca de él. Más allá de este punto, la posibilidad de escucharlo y verlo en acción es siempre interesante, constituyendo el punto más relevante de una película que se convertirá, sin duda alguna, en un referente para los cinéfilos, estudiantes de cine y fanáticos de la obra del realizador más importante de Villa Cañás.
Documental que sigue a José Martínez Suárez, el director de cine, cinéfilo de toda la vida, quién fue asistente de dirección de directores emblemáticos del cine argentino, realizó una serie de clásicos del cine nacional, formó a cientos de directores y llegó finalmente a dirigir el Festival de cine de Mar del Plata. Además de todo esto, Martínez Suárez es mejor conocido a nivel masivo por sus hermanas Mirtha y Silvia Legrand, ambas actrices de cine, aunque sólo Silvia finalmente adquirió la condición de estrella no solo de cine, sino también después de televisión. Con la conocida buena predisposición de Martínez Suárez para charlar y compartir sus conocimientos, la película tiene mucho material y este está montado y ordenado de manera impecable. Un recorrido por sus películas mucho más preciso y exhaustivo de lo que suele verse en los documentales nacionales. El crack (1960), Dar la cara (1962), Los muchachos de antes no usaban arsénico (1975), Los chantas (1975) y Noches sin lunas ni soles (1984) aparecen analizadas, en buenas copias, presentes para que se pueda ver cómo es realmente su cine. “Yo ante todo soy espectador de cine” dice Martínez Suárez, mostrando genuino amor por todo lo relacionado con las películas. La figura del realizador de Martínez Suárez está aprovechada al máximo. Las realizadoras del film, Betina Casanova y Mariana Scarone tienen la inteligencia de dejar jugar y hacer. Más allá de que el mérito es de las directoras, su protagonista y sus entrevistados son un lujo. Fuera del mundo del cine tal vez todos ellos sean desconocidos, salvo Martínez Suárez y este lo es, en parte, por la fama de su hermana Mirtha, pero son todos amantes del cine, verdaderos defensores del cine argentino, no solo en la realización, sino también en el estudio y la conservación de nuestro cine. Ojalá el cine argentino tuviera más documentales como este para recorrer su historia y mantener viva la figura de los que ayudar a construirlo. Pero no hay que terminar una crítica con un reclamo cuando lo que sí se ha hecho acá es excelente. La alegría de José Martínez Suárez respira en cada segundo de esta película, porque como él, está hecha de cine.
José Martínez Suárez es conocido por ser uno de los más célebres directores argentinos de todos los tiempos. No solo por sus películas destacadas como “El Crack” (1960) o “Los Muchachos de Antes no Usaban Arsénico” (1976) o por ser el presidente del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, sino también por haber sido un gran maestro de muchos de los realizadores nacionales como Juan José Campanella o Lucrecia Martel. A modo de homenaje, Betina Casanova y Mariana Scarone realizaron el documental “Soy lo que quise ser. Historia de un joven de 90”, el cual retrata la vida personal y profesional del director con un tono emotivo pero también picaresco como el propio protagonista. La película va intercalando imágenes de entrevistas más clásicas al propio Suárez (quien intervino en una buena parte del film), estudiosos del cine, investigadores, actores, autores y familiares, con escenas del backstage donde las directoras conversan con José para explicarle sobre qué trata la cinta o alguna escena que están por filmar. También se incorporan fragmentos de sus películas para mostrar algo en particular o de otras obras para narrar un período de su vida que haya sido filmado en otro lado. A José lo conocemos desde su lugar como director con anécdotas sobre los distintos rodajes y visitas a las locaciones de sus películas, desde su figura de padre, abuelo, hermano, como presidente del Festival de Cine de Mar del Plata y como maestro a través del taller que inició. Tal vez no agrega mucha información adicional del realizador, aunque sí será novedoso para aquellas nuevas generaciones que lo conocen solamente por ser el hermano de Mirtha Legrand. Pero lo más destacable del film es tener la presencia de Suárez a lo largo de su realización, con intervenciones justas, graciosas y emotivas. Se lo ve muy perspicaz y vital, se siente su pasión por el cine y sus amigos, y esas ganas y fuerzas que le pone a todo lo que realiza. Incluso puede sacar alguna que otra lágrima de emoción y sin duda unas cuantas risas por su ingenioso humor. En síntesis, en su ópera prima las directoras lograron realizar un homenaje tan emotivo como entretenido sobre una de las figuras más importantes del cine nacional. Tal vez no aborda áreas desconocidas del personaje pero lo plasma de una manera única con un orden particular. Una oportunidad de ver sus opiniones sobre su pasión, sus películas y sobre la gente que lo rodea.
¿Vale más ser un buen director de cine o reconocerse como un espectador fiel? Yo estoy hecho de cine Ya en el minuto diez de este documental que desnuda los procedimientos de filmación de una historia, se nos está mostrando un realizador que sabe plenamente de música. Su descripción del ritmo para un documental sobre sí mismo nos da a entender que sus conocimientos no son superficiales, sino profundamente atentos. La película toma el riesgo de concientizar el proceso cinematográfico tomando como batuta la figura de José. La presentación de los personajes incluye los incisos del guión (escena #, interior/exterior, nombre del entrevistado) como si nos estuviera presentando, no ya el registro del proceso, sino la transparencia por sí sola. No importa que cierta añoranza entorpezca el resultado final con, por ejemplo, el recurso de la cámara lenta. Más vale la memoria prodigiosa de José Martínez Suárez, no sólo para hablar de sus películas y los involucrados en ellas, sino de otras obras que lo han marcado, los detalles de cualquier anécdota y hasta de la disposición geográfica de Buenos Aires, la cual confiesa amar en una escena. La memoria adquiere entonces una relevancia como cómplice del cine, como documento más fidedigno a la realidad, por encima de lo ilusorio. Yo lloro en el cine… si corresponde, ¿no? Se nos ha enseñado que la emotividad puede empañar nuestras decisiones cotidianas. Nos avergüenza la sensiblería. Y de todas maneras, aquí tenemos a un director de renombre reconociendo que la primera vez que veía Cumbres Borrascosas (la versión de William Wyler), dudaba de cuál era la realidad: ¿la que acababa de ver o la que estaba viendo al salir de la película? Y procede a reconocer que llora en el cine, hace una pausa, “si corresponde”. Visto así, el cine es un confidente ante el que uno se desahoga, sin perder de vista su alcance real. Yo no soy un director de cine, yo soy un técnico Mientras el documental va desnudando el proceso de filmación y nos muestra los detrás de cámara, la manera cómo José da instrucciones a quien lo va a entrevistar o indica qué música quisiera para esta película sobre él, queda la impresión de que estamos entrando en confianza con una autoridad del cine. Pero es alguien que no se comporta como tal. Mucho más allá de las etiquetas, están las preguntas urgentes para un hombre que ha sido cine. Y lo ha sido porque tiene un conocimiento pleno de las áreas cinematográficas que no escatima en saber cada uno de sus detalles. Reconocerse técnico no es un gesto de humildad en su caso, sino de aceptarse como profundo artesano de la imagen. Si la extensión de la película cansa, es más porque su ritmo se dilata en vueltas innecesarias como diálogos o un reconocimiento por parte de la ciudad que lo vio crecer, cuando ya había quedado evidenciada la humanidad del realizador en escenas anteriores. El documental logra retratar no sólo a un técnico de la imagen, sino también a un técnico con pleno calibre de las emociones y la memoria. La impronta de sus películas, como El Crack, Dar la Cara, Los Chantas o Los Muchachos de antes No Usaban Arsénico, parecieran quedar en un segundo plano tras su humor certero y su memoria prodigiosa.
Después de los créditos José Martínez Suárez se enamoró eternamente del cine con poco más de 5 años, en su Villa Cañás natal. Fue asistente de dirección de emblemáticos y reconocidos directores del cine argentino, dirigió sus propias películas y por su taller de clases pasaron cientos de cineastas y actualmente es Presidente del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Martínez Suárez es de esos directores que no sale en tapas de diarios y revistas, no se pasea por alfombras rojas ni sube a los escenarios a hacer gala de su conocimiento. Soy lo que quise hacer es la historia de un joven de 90 años con mucha pasión por el cine y que se ganó el respeto y admiración dentro de la industria cinematográfica. En poco más de hora y media vamos a transitar su infancia en Villa Cañás, su recorrido en la realización de un puñado de películas, su humor ácido: en una de las primeras escenas las directoras Betina Casanova y Mariana Scarone le preguntan “¿Quién le gustaría que viera esta película sobre usted?”, y el director responde “Que mi lápida diga: no se acostó con todas las mujeres que quiso, que la lean y piensen ese hombre era bueno”. Soy lo que quise ser es un homenaje en vida (como debiera ser siempre a grandes exponentes) con elementos del documental tradicional, pero con la posibilidad de entre entrevistas, archivos y documentos poder contar con su protagonista. Lo valioso de escuchar a Martínez Suárez y ver el proceso del rodaje, nos permite observar en el detrás de cámara cómo no se cansa de ser una autoridad del cine. Y no hace falta el premio sobre una repisa para ganarse ese nombre. Él mismo se reconoce como un técnico, un artesano de la imagen. Eso lo convierte en un hombre de cine. Posiblemente nos falte conocer un poco más de ese director cuando las cámaras de apagan, saber encontrar aspectos no conocidos del director, y no ahondar tanto en diálogos. Aún así, Soy lo que quise ser es un poema a la emoción y la memoria. Un ejercicio cinematográfico interesante de ver de este joven director argentino.
Hay documentales que se instalan en lo que llamamos su carácter de “documento” articulándose como un testimonio necesario sobre algo o alguien. El cine tiene un nicho propio en ese ejercicio de documentar y es aquel que llamamos “el cine dentro del cine” o la auto documentación de nuestra historia cinematográfica. Festejamos que dentro del cine se haga el ejercicio de rescate de grandes figuras o de grandes momentos, y el sueño ideal sería que un día existiera un relato que abarcara una revisión completa y universal del cine dentro del cine mismo. Pero aún eso no es más que una utopía. Cada día que pasa en el calendario sufrimos la ausencia de registros documentales de muchos de nuestros grandes cineastas y solo por nombrar dos indocumentados infiero al resto: Adolfo Aristarain o María Luisa Bemberg. Por eso mismo hoy podemos festejar que en la pantalla de una sala de cine se proyecte este documento homenaje al singular y longevo José Martínez Suarez. Este documental narrado por dos jóvenes realizadoras Betina Casanova y Mariana Scarone se propone claramente un rescate, un homenaje y una puesta en presente del pasado de este esencial director de nuestra filmografía nacional. El “maestro” como se suele llamar aún cuando el mismo Martínez Suárez reniegue de este mote, se presenta con su galante, elegante y humorístico personaje que es parte de su multifacética personalidad. Vivaz y juvenil es el centro de la escena a cada instante, y con perspicacia juega a entregarse a este retrato documental que va develando distintos aspectos de su vida profesional y en parte personal. Él, que se autodefine como un niño cinéfilo, un colado acompañante de sus hermanas actrices “Las Legrand” en los estudios Lumiton hasta llegar a ser un técnico, un mujeriego radical, un timbero número uno, un director de cine que ha dejado piezas memorables y hasta un “guacho tierno” como él mismo dice lo definió uno de sus colaboradores en un filme. Esas aristas que el mismo Suárez disfruta como definición de su persona, la de hoy, la de ayer, la de siempre. Hay dos claves de su historia y su presente que lo hacen distintivo, una es su pasado de docente independiente, el tipo que reunía con selección cuidada a jóvenes aspirantes a directores y les transmitía todo su saber de cineasta. El mismo que hace años preside el Festival de Cine de Mar del Plata, en el que es recibido con un fervor y una admiración que pocas veces uno ve en vivo y en directo. Este magnético Josecito es el centro del enamoramiento que ambas realizadoras exponen en este filme. Según lo narrado por ellas fuera de cámara todo el proceso anterior al rodaje y en el rodaje in situ está conversado, compartido y decidido junto al homenajeado. Esta extrema cercanía hacia el protagónico de la narración no nos deja ver los matices más oscuros, o aquellos filones que hacen al personaje un ser no tan impoluto. Esa idea de “oda” al maestro es tal vez el lado más cuestionable de este emotivo filme. La participación de figuras esenciales en su carrera que hoy pueden dar testimonio de su trayectoria de vida como Fernando Martin Peña el cinéfilo y coleccionista más reconocido de argentina suman muchísimo al retrato de Suárez, lo mismo que la inclusión de su hija, su nieta y el pequeño y cálido encuentro con Dora Baret son algunos de los hallazgos más disfrutables del relato. La inclusión de una de las realizadoras en escena como si se filmara el detrás de cámara, le da una agilidad y una impronta más actualizada a este paseo por la vida del maestro. La música, ideal para este retrato, se suma al trabajo dinámico del montaje, más la composición clásica de una cámara cuidada y un adecuado uso del material de archivo. Así este director histórico ya queda en el registro de aquellos documentos que el cine ha creado sobre si mismo, para imortalizarlo en sus palabras, recordarlo en sus obras y hacer de la memoria un ejercicio activo. Entonces “El crack” su magistral filme de los años 60 se hace otra vez un hecho en presente. Por Victoria Leven @LevenVictoria
En Cinéfilos y cinefilia (la marca editora, 2012) Laurent Jullier y Jean-Marc Leveratto plantean: “El amor al cine, al igual que el amor en general, es inseparable de las pruebas de amor. El cinéfilo no es simplemente alguien que va al cine; es una persona que ama particularmente al cine, que defiende el cine que ama y , de esta manera, nos confirma que devuelve al cine el amor que éste le dio”. Quizá sea esa una base desde la cual se pueda escribir este texto sobre Soy lo que quise ser, historia de un joven de 90. Allí nos encontramos con el protagonista de este documental biográfico, José Martínez Suárez quien acepta la propuesta de las directoras Betina Casanova y Mariana Scarone para hacer un repaso por las diferentes facetas de su vida: ayudante de dirección, presidente del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, maestro, director, padre, abuelo, hermano de Mirtha Legrand y Goldie, hincha de Racing, oriundo de Villa Cañás y, claro, cinéfilo.