Todd Field es un actor devenido director que pasó 16 años sin filmar, luego de dos films que no estaban nada mal: In the Bedroom y Little Children. Si bien a Todd algunos lo recordarán por su interpretación del pianista que introducía a Tom Cruise en la sociedad secreta de Ojos bien cerrados de Kubrick, es su veta tras la cámara la que más prestigio le valió, y ahora Tár, considero, será el film que lo consagrará definitivamente en este rol. Cate Blanchett no solo es productora ejecutiva de este drama sino que también se reservó el lugar del personaje principal que es Lydia Tár, una famosa compositora y conductora de un ensemble orquestal. Los primeros minutos de metraje intentan presentar a Tár mediante el detalle exacerbado de su currículum vitae a través de una entrevista con el (real) periodista de The New Yorker, Adam Gopnik. Esa presentación pone al espectador en el lugar de dudar -si no leyó previamente algo del film- sobre si Lydia es un personaje real, cosa que informamos, no lo es. El film intenta transitar varios aspectos de la vida de la artista sin caer en una biopic. Por el contrario, lo que hace es construir un personaje siniestro y políticamente incorrecto para los tiempos que corren. Su relación sentimental con la primera violinista del ensemble (Nina Hoss), sus flirts y su eventual abuso y uso de poder sobre los integrantes de su orquesta conducen la trama hacia un lugar que es esperable y desconcierta. Tár también tiene una hija, único nexo en el que puede demostrar algún atisbo de sensibilidad. Transcurrida la demoledora presentación de las aptitudes y actitudes de Tár, el film intenta indagar sobre cuestiones actuales: la cancelación, la utilización de smartphones para realizar filmaciones a modo de escrache de una personalidad públicamente conocida y el uso de redes sociales para concretar una acción puntual de repudio sobre cualquier persona. A posteriori Tár enfrenta una deconstrucción de su personaje terriblemente egoísta luego de que una “protegida” alumna decidiera quitarse la vida. Salen a luz otros casos y se forma una bola de nieve de la que es clave el comportamiento tomado por Tár. El “rise and fall” propio de la épica permite ver, una vez más, el costado negrísimo y egoísta de Tár pero también, a la vez, su genio; cuestión que da pie al interrogante de factura actual consistente en determinar si es posible separar la obra del autor.
Todos los años se estrenan varias películas que en su concepción buscan desafiar las reglas establecidas del juego. Pocas logran triunfar y la mayoría terminan quedando en el recuerdo colectivo de una cinéfila muy comprometida, caso de Titane por ejemplo. No sé si Todd Field habrá visto eso, pero lo cierto es que los 16 años de espera de su nueva película valieron la pena. Su film, Tár, presentado en el New York Film Festival 60, debe ser lo más cercano a un recuerdo pasado de lo que significó en su momento el Nuevo Hollywood del cine americano. Junto a Cate Blanchett presentan una historia hipnótica con más preguntas que respuestas. Lydia Tár (Cate Blanchett) es una compositora y directora de orquestas muy famosa que parece atravesar su mejor momento hace varios años. Cuando se prepara para culminar el trabajo de su sueño en Berlín, un error del pasado acechará su vida. Todd Field se basan en los famosos casos de los «cancelados» y muestra a la audiencia un abanico de incógnitas que harán que revisites tu postura actual sobre el tema de la separación del artista y la persona. Pero al director ni siquiera quiere que la cambies (si llega a suceder eso debe ser en parte por el carisma de Blanchett), más bien quiere mostrar que los «malos», no caen por «malos», caen porque el destino, o algo mayor, siempre pasa factura. El film juega con lo surreal y la paranoia del personaje. Tár esa una sabelotodo que materia a su madre solo para ser famosa. Con gran talento y determinación se cree más que todos, incluso, superior al movimiento feminista. Lo primeros 25 minutos de la película son justamente una introducción del personaje con dos charlas. La primera en una entrevista donde vemos el lado público de Tár, en el cual se cuida más. Y luego en una clase de Juilliard, en donde lejos de las cámaras y en una de las mejores escenas del año, deja en evidencia su verdadera actitud. Cate Blanchett está en modo Dios. Entrega una de sus actuaciones más completas. Mención especial a todo el entrenamiento de música clásica que realizó ya que todas las escenas cuentan con un montaje real. Esto se logró también gracias a la compositora Hildur Guðnadóttir. La ganadora del Oscar por su trabajo en Joker fue la encargada de las partituras de Tár, entregando un trabajo de gran nivel. Un goce para cualquier conocedor del tema. Por otra parte, Nina Hoss, es magnética en cada escena. También un reconocimiento a Sophie Kauer que debuta actuando y carga bien el peso del personaje central que tiene. Tár termina siendo mucho más de lo que a primera instancia se ve. Pero podemos quedarnos por ahora con una muestra de cómo conviven el ego, el poder y la genia. Es un film que, como dijo la misma Blanchett en la conferencia de prensa post proyección, respeta a su audiencia y no quiere dejar indiferente a nadie. Ojalá, Todd Field no tarde otros 16 años en hacer otra película.
Los hilos de la orquesta El realizador estadounidense Todd Field regresa con Tár (2022), un drama psicológico sobre los entramados del poder que discurre sobre las miserias que anidan en los exclusivos círculos de la música clásica, subsidiados por donantes millonarios que buscan encerrar a la cultura en una jaula de cristal. Lydia Tár (Cate Blanchett) es una talentosa y exitosa compositora y directora de orquesta de la prestigiosa Filarmónica de Berlín, de origen norteamericano, y madre de una pequeña niña, Petra (Mila Bogojevic), adoptada junto a su pareja, Sharon (Nina Hoss). Lydia está presta a editar un libro sobre su vida y a conducir la emotiva Quinta Sinfonía del compositor austríaco nacido en Bohemia, Gustav Mahler. Afianzada en su posición al frente de la Filarmónica de Berlín, Tár emprende una serie de cambios que serán su ruina mientras un reciente amorío la complica legalmente. Tras sobrevivir a su salida del clóset, confirmar su relación con la primera violinista de la orquesta y adoptar junto a ella a una niña, la aclamada compositora enfrenta una situación que la descoloca por primera vez: el suicidio de una joven aspirante a la orquesta revela un affaire clandestino en el que Tár utiliza su posición para seducir a jóvenes promesas. A esto se suma la traición de su asistente, Francesca (Noémie Merlant), quien se enfurece con su idolatrada jefa cuando ésta le comunica que la posición de conductor asistente, vacante tras el despido del experimentado titular, Sebastian (Allan Corduner), le será otorgada a otra persona, optando por ventilar correos electrónicos comprometedores entre Tár y la joven fallecida, Krista Taylor (Sylvia Flote). La obsesión de Tár con una nueva y bella chelista invitada a la orquesta, Olga (Sophie Kauer), la lleva a elegir el Concierto para Violonchelo del compositor inglés Edward Elgar, obra en la que Olga se destaca, y a abrir una competición entre los chelistas, en la que incluso permite participar a la joven rusa en lugar de seguir la tradición y otorgarle el rol al primer violonchelo de la filarmónica. Los numerosos frentes de batalla abiertos por Lydia serán su perdición y los aduladores estarán listos para ocupar su lugar cuando el escándalo estalle tras la presentación de su libro en Nueva York. Con una estética despojada y severa, el director de En el Dormitorio (In the Bedroom, 2001) y Secretos Íntimos (Little Children, 2006) construye un drama descarnado sobre la caída de una persona en el pináculo de su carrera en una alegoría sobre la fragilidad del éxito en el ámbito cultural, entorno en el cual la fama puede ser el prólogo de un derrumbe sin fin. En el comienzo del film una serie de largas escenas construidas brillantemente presentan a la artista en la cima, rodeada de laureles, pero la imagen pública, su carrera, abre paso a la vida privada, la relación con Sharon y su hija, Petra, la frialdad para con su dedicada y diligente asistente, y ante todo la vertiginosidad de su vida, existencia que no puede detenerse ni un minuto, cuyas interacciones se basan en un aspecto transaccional cual estructura de la que ella parece ser el centro, el eje que hace que el mundo se mueva. La película hace todo el tiempo una doble alusión dialéctica a la tensión entre el abuso por parte de los individuos en alguna situación de poder y los jóvenes aspirantes a las posiciones que se abren en los herméticos círculos culturales, que a su vez suelen aceptar estas reglas para conseguir una prebenda y luego denunciar la situación cuando los términos del contubernio tácito no son respetados por la parte que tiene la sartén por el mango. Ambas formas de relacionarse a cada lado de la red de poder conforman una razón instrumental, utilitarista, que considera cada relación como un arreglo entre partes, una forma de usar al otro para el beneficio propio. Una de las cuestiones que Tár trabaja en varias escenas es la aspiración sublime de las grandilocuentes y emotivas composiciones sinfónicas/ clásicas que se contrapone a la imposibilidad del mundo actual de substraerse del ruido que rompe con toda concentración, con el encanto y hasta con la posibilidad de descanso. Junto al ruido, la paranoia es otra sensación que se impone ante la falta de tranquilidad, el estrés, los problemas del presente y los fantasmas del pasado que se apilan para agitar e inquietar a la famosa conductora. Lydia intenta substraerse de este ruido, de todos los ruidos de la vida, los escándalos, las relaciones, la maternidad, todo lo que la distrae de su pasión, la música, componer, escuchar, disfrutar, lo que realmente quiere hacer, lo que el mundo y su posición social le impiden y a la vez le demandan, que sea capaz de lograr esta abstracción y ser la mejor, siempre perfeccionando y sorprendiendo con su trabajo. Field pone en juego escenas en las que la protagonista confronta con alumnos en proceso de aprendizaje, a los que cuestiona en sus motivaciones y sus decisiones, pero cuando ella misma es confrontada su reacción es aún más visceral y condenable, una exposición sobre las distintas instancias en las que la vida pone al ser humano, la inconsecuencia y la doble vara que siempre rigen para juzgar a los demás pero nunca para analizar el comportamiento de uno mismo. Con estas contraposiciones, el realizador logra mirar a la humanidad a través de un lente diáfano, ofreciendo un retrato miserable del ser humano, roído por sus ambiciones, dentro de la picadora de carne del sistema de becas y puestos que rigen las filarmónicas y los enrevesados ambientes de la música culta. En una de las escenas más controversiales, la película también complejiza y pone en jaque la identidad de género y cualquier tipo de definición identitaria como forma de abordaje de las diferentes variables que la vida ofrece, corriendo la cortina sobre la negación que una construcción identitaria hace prevalecer sobre las contradicciones de la vida de cualquier persona. Field también analiza aquí la falsa ideología meritocrática, que funciona en realidad como un velo sobre el más nefasto nepotismo, en una película de escenas largas, construidas cuidadosamente para ofrecer una crítica feroz de la doble vara del mundo que habitamos. El desempeño de Cate Blanchett es estupendo como tiene acostumbrado al público, hoy en un papel que implica una actuación compleja en tensión entre la posición dominante de la protagonista y su costado vulnerable, ese que a lo largo del film desplaza al personaje asertivo que teme perder el control a medida que la situación de la protagonista se complica. Olga es interpretada por la joven y talentosa chelista de nacionalidad británica y alemana Sophie Kauer, parte de un elenco muy interesante que incluye a Nina Hoss, Mark Strong, Noémie Merlant, Allan Corduner y Julian Glover como actores secundarios de una obra que busca develar los abusos que anidan en las cúpulas de cristal de la cultura del poder. Tár es una película sobre el arte y la cultura que lo rodea, sobre la música clásica y el contexto en el que se interpreta, sobre perder el rumbo, sobre lo simbólico estético como una forma de canalizar los sentimientos en un ambiente donde la armonía es aplastada por el ruido, donde la música convive con el bullicio de una cotidianeidad que aplana el mundo quitándole sus colores, sobre el poder que todo lo corrompe, sobre el abuso, sobre la completa pérdida de la posibilidad de confrontación, sobre un ecosistema cada vez más gris que destruye todo lo bello, sobre una época sin demasiado brillo que ha sentenciado que no hay futuro.
Tár es muchas cosas: un obra maestra del cine contemporáneo, una radiografía de la cultura del siglo XXI, un estudio sobre las relaciones de poder y un monumento a la actuación de Cate Blanchett. Tár captura las frecuencias del zeitgeist actual con oído absoluto, a través del retrato de un personaje frío, insensible, calculador, eminente, autoritario, que posee todos los excesos de alguien celebrado por su excepcionalidad y su talento, que necesariamente entra en conflicto con la corrección política de un mundo que ya no tolera los abusos de su complejo de superioridad.
Este jueves 9 de febrero llega a las salas de cine de Argentina Tár, una película escrita, producida y dirigida por Todd Field, que aspira a llevarse varias estatuillas. Con un protagónico deslumbrante de Cate Blanchett, quien viene arrasando con la mayoría de los galardones a Mejor Actriz (Festival de Venecia y Golden Globes, entre otros) en esta temporada de premios 2023. El guionista y director de When I was a boy e In the Bedroom escribió este guion específicamente con una actriz en mente para encarar a la directora de orquesta que da título al film: Cate Blanchett. “Si ella hubiera dicho que no, la película nunca habría visto la luz. Esto no sorprenderá a los cinéfilos, ya que después de todo, ella es una maestra suprema. Aun así, la capacidad actoral sobrehumana y la verosimilitud que Cate le imprimió a su papel era algo realmente asombroso de contemplar, que superó todas las expectativas. El privilegio de trabajar con una artista de este calibre resulta casi imposible de describir adecuadamente. En todos los sentidos posibles, esta es la película de Cate Blanchett”. Tras dos horas y media de dejarnos inundar por la belleza y el barro que entretejen la trama de esta película de autor, no podemos sino aplaudir esa obsesión del director al elegir a su actriz. Field nos invita a ser testigos de una actuación memorable en la que Blanchett se convierte en Lydia Tár, una directora de orquesta en la cúspide de su carrera que ha batallado para abrirse camino en un mundo netamente masculino y convertirse en una eminencia en su campo. Al alcanzar la cima, Tár saca a relucir su faceta más déspota y manipuladora desde su sitial de poder. Como si se tratase de un personaje shakesperiano, es precisamente su fatal flaw (una falla en el personaje del héroe, o la heroína en este caso, un error de juicio cometido por el personaje) lo que desencadena un efecto dominó que llevará a que su mundo se desmorone. La intérprete de Elizabeth y Blue Jasmine (por nombrar solo un par de sus trabajos más destacados) se ha instalado, sin dudas, en el podio de las más grandes exponentes de su oficio en las últimas dos décadas. En Tár se convierte en el instrumento perfecto para encarnar la precisión, la rigurosidad lindera con la obsesión y la pasión esterilizada y teñida de una imperturbabilidad emocional (que solo se quiebra en la relación con su hijita de 6 años) que definen a esta mujer admirada y temida. Mientras se divide entre Nueva York y Berlín, paradójicamente esta música brillante parece ir perdiendo sensibilidad y se va deshumanizando tras la máscara del perfeccionismo y la excelencia, para terminar jugando el juego del gato y el ratón con las vidas de quienes la rodean. La construcción de Lydia Tár como «persona» es tan perfecta, tan llena de matices, tan compleja y rica en detalles que muchos creyeron (erróneamente) que se trataba de una biopic. La historia, tan punzante como provocadora, aborda cuestiones de género, de igualdad versus discriminación, de la lucha feminista de las que rompieron barreras a fuerza de mérito y coraza, la brecha entre los “maestros” de 50 y la generación de cristal de los millennials, la influencia de las redes, los criterios para juzgar el talento, los juegos de poder con sus asimetrías, e incluso la traición. Tár es una oda de amor al indescifrable lenguaje de la música, en la que se describe la parábola de un personaje que nos transporta de la gloria de Mahler, en la sala de la Filarmónica de Berlín, a la desolación de un piano desafinado en la casa en la que Lydia se refugia en los recuerdos en VHS para esconderse del mundanal ruido y de su estrepitosa caída
¿Puede la actuación de una actriz salvar una película solemne, aburrida y soporífera? No. En sólo algunos momentos, cuando se muestra la verdadera y descarnada naturaleza de Lydia Tár, personaje central, hay alguna idea que sirve para repensar el rol de aquellos faros culturales que a fuerza de prepotencia, caprichos y maltratos, se mantuvieron en la cima.
Si hay algo que no puede decirse del californiano Todd Field es que sea un director prolífico. A los 58 años, ha estrenado apenas tres largometrajes: En el dormitorio / In the Bedroom (2001), film con Tom Wilkinson, Sissy Spacek y Marisa Tomei nominado a cinco Oscar; Secretos íntimos / Little Children (2006), película con Kate Winslet, Jennifer Connelly y Patrick Wilson candidata a tres premios de la Academia; y ahora, luego de 16 años de ausencia, Tár. El título hace referencia a Lydia Tár (Cate Blanchett), discípula de Leonard Bernstein, una de las pocas EGOT del planeta (ganadora del Emmy, el Grammy, el Oscar y el Tony) y considerada por lo tanto una de las mejores directoras de orquesta en un (otro) universo claramente machista (incluso a las mujeres se les dice “maestro”). A fuerza de talento, convicción y perseverancia y no sin antes sortear gran cantidad de prejuicios y techos de cristal, la protagonista parece tenerlo todo, empezando por el prestigio y una admiración masiva, y un tren de vida que le permite viajar de Berlín a Nueva York y volver a las pocas horas siempre en avión privado. En pareja con Sharon (una subaprovechada Nina Hoss), que además es primera violinista de la Filarmónica de Berlín, ambas crian a una pequeña hija y se preparan para un importante desafío artístico como interpretar (y grabar en vivo) la Sinfonía Nº 5 de Gustav Mahler. Las primeras secuencias son larguísimas (la película en general dura más de dos horas y media) pero notables porque los diálogos, pero también cada uno de los gestos, nos permiten apreciar el grado casi insoportable de exigencia, tensión y perfeccionismo al que es sometida (y al que ella somete). En medio de ese universo de sofisticación y brillantez artística, empiezan a aparecer desplantes, excesos, maltratos. Y con ellos entenderemos que Lydia no es la conductora de orquesta perfecta, sino una mujer con unos cuantos secretos habituada a la manipulación y el abuso de poder con elementos que coquetean con la humillación y más puro sadismo. Es aquí cuando la película empieza a sumar capas, a mutar, a cambiar de tono, de espíritu, de esencia y hasta de tempo narrativo (a esas extensas, minuciosas y fascinantes escenas inicales les siguen otras donde abundan los golpes de efecto). El resultado es un film tan incómodo como desconcertante, que se disfruta más cuando se libera y se vuelve más “grasa” (casi al borde de la autoparodia), que cuando intenta sostener un aura de “prestigio” e importancia más cercano al cine europeo de autor (a-la-Haneke, digamos). Si esta muy despareja y pendular película, que alterna notables escenas con otras que están al borde del ridículo, casi de la vergüenza ajena, resulta finalmente valiosa es porque aborda sin prejuicios ni lugares comunes un tema tan en boga como la cultura de la cancelación, en la que las redes sociales ocupan un espacio central, y porque Blanchett vuelve a lucirse en un papel que se aleja del que suelen elegir las estrellas contemporáneas. Así como interpretó a esa referente del conservadurismo que fue Phyllis Schlafly en la serie Mrs. America, ahora encarna a una mujer lesbiana que bien puede ser vista como una “depredadora”, en el mismo sentido en que muchos varones usaron sus lugares de poder para someter a sus víctimas. Es interesante también cómo Field construye un universo con Lydia siempre comol centro magnético alrededor del cual orbitan desde su pareja Sharon, su asistenta Francesca (la francesa Noémie Merlant), colegas que la envidian como Elliot Kaplan (Mark Strong) u objetos del deseo como una nueva violenchelista rusa llamada Olga (la debutante absoluta Sophie Kauer). De una película intimista y de cámara a otra con elementos propios del thriller (en su descenso a los infiernos, en el desmoronamiento de su imperio, ella empieza a sentir todo tipo de conspiraciones), de la austeridad inicial a las explosiones de las escenas finales, Tár genera reacciones muy disímiles, contradictorias, por momentos encontradas. Está lejos de ser el film perfecto que muchos colegas aclamaron, pero en tiempos de proyectos “de concepto”, donde todo está milimétricamente calculado para conseguir la adhesión automática del público con respuestas tranquilizadoras, una apuesta así de ambiciosa, inquietante y anómala es motivo no solo de atención sino también de unos cuantos elogios.
La nueva película de Todd Field se centra en Lydia Tár (Cate Blanchett), una directora de orquesta mundialmente famosa y reconocida por haber ganado distintos premios antes de estrenar una nueva sinfonía con la Orquesta de Berlín. Pero como todo erudito habrá cuestiones de su personalidad que serán difíciles de tratar y un pasado que amenaza con salir a la luz y dejarla mal parada frente a colegas, familia y público. «Tár» comienza con escenas muy extensas, donde podemos conocer un poco más sobre la protagonista, cómo es y cómo piensa, a través de diálogos y monólogos bien desarrollados. Sin embargo, a medida que la obra va avanzando se va volviendo un poco más dinámica. Tal vez pueda sentirse un poco pesada, ya que dura más de dos horas y media, pero logra atraparnos al mostrar a esta figura interesante, que bien podría ser una persona de la vida real, y darle un misterio alrededor. Además, consigue tratar temas como el acoso; el abuso, tanto sexual como de poder; los vínculos, el mundo del arte, el desempeñarse en roles liderados habitualmente por hombres, entre otras cosas. Sin dudas la labor de Cate Blanchett es de lo más relevante del film y no por nada ya lleva ganados un Globo de Oro y un Critics’ Choice Award, posicionándose de una muy buena manera en su camino a los Oscars. La actriz ya ha demostrado ser muy versátil con sus trabajos anteriores y, una vez más, acá consigue interpretar a una protagonista compleja y llena de matices. Es seria pero tiene sentido del humor, es estricta, obsesiva y tiene un comportamiento algo extraño con la gente a su alrededor. Muchos pueden esperar algo a cambio de su relación pero ella se rige por otras reglas. También sobresale la actuación de Nina Hoss como su pareja y compañera de orquesta y la de Noemí Merlant como su asistente; dos mujeres que deben lidiar con el temperamento y la imprevisibilidad de la protagonista. Dentro de los aspectos técnicos sobresale la fotografía de Florian Hoffmeister y la banda sonora a cargo de Hildur Guðnadóttir, quien también se llevó dos galardones y se perfila como candidata a los Oscars. A pesar de que la protagonista es una directora de orquesta no existen demasiadas secuencias musicales donde la veamos en acción, sino algunos ensayos donde se pone a prueba su personalidad más que otras cosas, pero sí tenemos un acompañamiento musical que se destaca. En síntesis, «Tár» es una cinta interesante que bien podría estar basada en hechos reales para retratar a una figura reconocida pero que es una ficción atrapante por los temas e inquietudes que plantea. Se destacan los buenos aspectos técnicos y, principalmente, la lograda actuación de Cate Blanchett.
En la escena más comentada de esta nueva película del exactor, guionista y director Todd Field (En el dormitorio, Secretos íntimos), la laureada conductora Lydia Tár (Cate Blanchett) -la primera mujer que dirige a la filarmónica de Berlín- dicta un seminario para aspirantes a directores en el prestigioso conservatorio Juilliard. Su monólogo pretencioso y narcisista que pasa por una clase, cargado de citas veladas (que van de Freud a Emily Dickinson) la lleva a discutir a Bach con un alumno llamado Max (Zethphan Smith-Gniest). Max afirma que “como una persona pangénero y BIPOC” -el acrónimo para el colectivo de las personas negras, indigenas y de color- no puede tomarse a Bach en serio. “Los compositores varones, blancos y cisgénero no me interesan”, agrega. “No estés tan ansioso por ser ofendido”, replica la conductora y, acto seguido, ironiza sobre las restricciones que las políticas identitarias pretenden imponer la creación artística. Tár le hace notar al alumno que, de acuerdo a sus convicciones, como persona BIPOC no está en condiciones de conducir la pieza de Anna Thorvaldsdottir que admira, dado que se trata de una mujer blanca. “El arquitecto de tu espíritu son las redes sociales”, concluye la conductora, justo antes de que el alumno abandone la clase. Este intercambio fue visto por algunos críticos como un desmonte extraordinario del absurdo de las políticas de género y la cultura de la cancelación y, por otros, como el intento regresivo y muy fallido de burlarse de tales cosas, naturalizando la humillación de un individuo racializado a manos de una persona blanca y poderosa, justamente la dinámica que las políticas de género intentarían prevenir. La escena -filmada en un extenuante plano secuencia de 10 minutos, sin una razón evidente más que el lucimiento de la actriz- es, deliberadamente, todo eso a la vez: una crítica a las políticas identitarias y la exhibición de un abuso. Aunque la película transcurre en el mundo elevado de la música clásica -predominantemente masculino-, no tiene tanto que decir sobre el arte o sobre el género de la talentosa directora de orquesta como sobre el uso y abuso del poder. Tal como la escena descripta, la presentación de este tema es conscientemente ambigua y está planteada como un problema más que como una lección moral. Lydia Tár presenta una característica cada vez más rara en los personajes del cine y la TV: es más de una sola cosa. “Cuando dirigí La consagración de la primavera me di cuenta de que todos somos capaces de cometer un asesinato”, dice ante una admiradora, “Stravinsky nos ubica en el lugar de víctima y victimario”. Tal parece ser el programa de la película. La premeditada vaguedad, las continuas elipsis del relato hacen que Tár no pueda ser fácilmente encasillada como una abusadora. Se sugiere que suele seducir a otras mujeres de menor rango en su ámbito laboral, pero a la vez resulta acosada por una de ellas, que padece un desequilibrio peligroso. Cuando intenta conquistar a una nueva y talentosa chelista rusa, ésta se muestra totalmente inmune a sus avances sin consecuencia alguna y Tár queda herida en más de un sentido. La película intenta mostrar a este personaje ficticio con el grado de complejidad de una persona real. Al mismo tiempo, se va despegando tenuemente del realismo: comienza como una falsa biopic para acercarse, en el segundo acto, a un inesperado relato de fantasmas. Un susto de proporciones dignas de David Lynch aguarda a quien logre descubrir en un primer visionado las casi invisibles siluetas que espían a la conductora desde las sombras. Si se trata de su acosadora, de un espectro o de una metáfora de la culpa de la protagonista es algo que, como muchas otras cosas, el film elige no definir. La interpretación de Blanchett, quien es candidata a su tercer Oscar por este rol, parece irremediablemente afectada: una actriz que actúa demasiado y nunca logra desaparecer en su personaje. Sin embargo, como deja en claro la larga primera escena -un reportaje público a la conductora-, Tár siempre está en un escenario, siempre está cumpliendo un rol, aún en la intimidad. Su identidad es una interpretación: el nombre Lydia Tár con sus reminiscencias de Mitteleuropa es falso, la conductora se llama Linda Tarr, que evoca a la mucho más prosaica Mittelamerica. Blanchett canaliza en su composición melindrosa esas múltiples capas de realidad. Las mismas que ofrece esta película atípica, tan pretenciosa, desconcertante y difícil de encasillar como su personaje protagónico.
Tár es una de las mejores películas estrenadas en lo que va de este 2023 en la Argentina, que inquieta e interpela al espectador, y también lo fue entre las que compitieron por el León de Oro en el Festival de Venecia 2022, allí donde estuvo Argentina, 1985. Todd Field, un actor devenido en cineasta, que tiene solamente tres películas como realizador en su haber (En el dormitorio, Secretos íntimos y Tár) es un tipo desafiante e innovador. No muchos se atreverían a comenzar la proyección de su filme con los -largos- créditos finales, de letras blancas pequeñas y en fondo negro. Y tampoco muchos pondrían como primera la escena con la que decide abrir la película. Lydia Tár está sentada cómodamente en un sillón en el escenario de un teatro, siendo entrevistada ante una platea colmada. Lydia es una directora de orquesta exitosa, famosa, casi una estrella de rock en el mundo de la música culta. Y Field, autor del guion -que es también candidato al Oscar, como la película, la dirección y Cate Blanchett- dedica esa primera secuencia a un largo diálogo de eruditos. Lydia y el periodista conversan largo y tendido de lo que es dirigir una orquesta. Hablan de tempos. Mencionan autores y obras específicas. Dialogan, discuten y comentan situaciones, todo con la actriz de Blue Jasmine hablando de corrido, dominando la escena. Es eso. A partir de esa escena uno entiende al personaje, y en las casi dos horas 40 minutos que dura la película el director se dedicará a contar la crisis que atraviesa a Tár y la que atraviesa ella. Sus colegas la llaman “maestro”. No la tuvo fácil Lydia: su sueño era llegar adonde llegó -después de pasar por varias otras-, a conducir la Orquesta de Berlín. Exigente y déspota, casada con la primera violinista de la Orquesta (la alemana Nina Hoss), tienen una hijita. Y revelar, en su momento su condición sexual, tampoco le resultó sencillo. Obsesión y debacle Pero ante tanto éxito, algo comienza a empañar su vida. Empieza a tener insomnio. Lydia, que es estadounidense, pero habla a la perfección el alemán, dirige un programa de becas de tutoría para mujeres. Lo administra un mediocre aspirante a director (Mark Strong), y el suicidio de una de ellas, obsesionada con Tár, lleva de una cosa a la otra. Tár, la película, va más allá de la mera cancelación, tema recurrente en el cine en los últimos tiempos, pero a su vez se anima a poner en tela de juicio a una mujer como probable acosadora. Blanchett es brillante en cada momento. Puede estar ensayando con sus músicos, y entregándose con pasión y vehemencia, con la misma intensidad con que enfrentará a una niña que le hace bullying a su hijita. Lydia es también una manipuladora neta, una mujer que se ha construido un personaje y la película cuenta de manera no menos tremenda su desmoronamiento. Tanto en lo personal como en lo artístico. Hay más personajes fuertes, varios femeninos -la asistente de Lydia, también quiere ser directora (la francesa Noémie Merlant, de Retrato de una mujer en llamas); una joven violonchelista rusa (la inglesa y actriz y artista de la música Sophie Kauer)- y un final demoledor, que pega en medio del estómago. Una gran película a la que conviene ir a ver con la mente abierta, para zambullirse de cabeza.
La música es movimiento, nos lleva de un lado a otro, de una emoción a otra. Esa es su verdadera fuerza, es en esos momentos de pura magia que nos podemos sentir más invencibles que Thanos o más sensibles que Hamlet. Los directores de orquesta tienen, inconscientemente o no, el poder de manejar los tiempos de esas emociones. Un poder inmensurable. Tár es un film dirigido por Todd Field, nominado a 6 premios de la Academia, que llega a los cines el jueves 9 de febrero. La cinta se centra en la vida y obra de Lydia Tár (Cate Blanchett), una reconocidísima directora de orquesta que está a punto de lanzar sus memorias y de grabar la quinta sinfonía de Gustav Mahler. Hasta que un hecho es capaz de cambiarlo todo. El mayor aliciente de esta película es, sin duda, la interpretación de Cate Blanchett. Y es cierto, una actriz que nunca decepciona lo ha hecho una vez más, y se entiende por qué es una de las grandes candidatas a ganar el premio Oscar por Mejor Actriz Principal. Lydia Tár es un personaje con varias capas: madre cariñosa y protectora, manipuladora, meticulosa, misteriosa, ambiciosa, paranoica. Y Blanchett logró una actuación que podría ser una de las mejores de su carrera. Sublime. Otra cosa a destacar es la música. Al ser el elemento principal del film, se utiliza como la forma de expresión más pura de la protagonista, y al ser desde su punto de vista, no escuchamos más que lo que escucha ella. Y eso le aporta profundidad y tensión a la cinta. Tampoco tiene miedo de meterse con un tema tan sensible como la cancelación y lo dura que es para quien la sufre. Eso sí, nunca se ponen en tela de juicio los hechos sino en la crudeza de la condena social: “Ser acusado es lo mismo que ser culpable”, es la frase cabecera en Tár. Parece, a grandes rasgos, un argumento simple, pero en el fondo también esconde una complejidad que puede abrir varios debates actualmente relevantes de nuestra sociedad en temas de género: el rol de la mujer en un mundo de hombres y el trabajo que requiere llegar y mantenerse en la cima; la constante necesidad de probarse como profesional -esto lo demuestra la primera escena de la entrevista que parece hecha, más que para conocer a Lydia, para que el público compruebe lo capaz que es- al contrario de los colegas. Es para verla más de una vez, pero con paciencia porque dura dos horas y media y puede resultar pesada y lenta.
"Tar", es el drama psicológico que estábamos esperando ya que cuenta con innumerables Nominaciones y Premios. La historia, ambientada en el elitista mundo de la música clásica tiene como protagonista principal a Lydia Tár (Cate Blanchett), una reconocida directora de orquesta que vive su apogeo profesional. Tiene una hija y en el plano amoroso está acompañada. Su obsesión es la música, y vive en función de ella buscando cada día perfeccionarse en cada cosa que hace, ya sea la docencia, el estudio, el aprendizaje, los ensayos y su entrenamiento físico. En el comienzo de la película se la ve apoyada por su asistente Francesca (Noemi Merlant) a punto de brindar una entrevista a Adam Gopnik de “The New Yorker”, donde se darán a conocer sus logros: es graduada de Harvard, ha dirigido la Filarmónica de Nueva York, la Sinfónica de Boston, actualmente dirige la Filarmónica de Berlín y cuenta con varios galardones en su haber. El proyecto más próximo que la ocupa es dirigir la Quinta Sinfonía de Mahler en Berlín. La protagonista es una persona virtuosa, prestigiosa, carismática y sumamente inteligente pero también fría, distante y narcisista que demuestra estar en un plano superior al resto de los mortales. También posee capas que tienen que ver con una dosis de poder muy grande que la lleva a abusar del mismo. Todd Field es el responsable del guion, producción y dirección de “Tar” y depositó en Cate Blanchett la composición de un personaje rico en matices que interpreta con una calidad que la eleva a un nivel de excelencia. Con estas situaciones comienza un derrotero que le cuesta aceptar, ya que se considera intocable. Uno de los puntos a favor es verla pisar fuerte en un mundo hasta ahora manejado por hombres, que Lydia, de a poco, intenta revertir. La obra cinematográfica con una duración de 158’ no resulta convencional, pero sin dudas vale la pena apreciar la magnífica labor de la posible ganadora de un tercer Oscar. Cate Blanchett, Noémie Merlant, Nina Hoss, Sophie Kauer, Julian Glover, Allan Corduner, Mark Strong, Sylvia Flote, Adam Gopnik, Mila Bogojevic, Fabian Dirr, Zethphan Smith-Gneist, Sydney Lemmon, Alma Löhr, Alec Baldwin.
Tár es una tragedia a la vieja usanza. En los Estados Unidos, algunos la han acusado, por muchos motivos, de ser reaccionaria sólo porque el libro no acomoda su discurso a lo que se esperaba de él. Sí, tal vez, se habría tolerado en una figura masculina, despótico, abusivo, pero nunca en una mujer empoderada como la protagonista; tanto lo es que es una EGOT, esto es, una ganadora del Emmy, el Grammy, el Oscar y el Tony, privilegio que comparte —recuerda el film— con Richard Rodgers, Andrew Lloyd Webber, y Mel Brooks, aunque también lo hayan obtenido, sin que se las nombre, mujeres como Rita Moreno y Helen Hayes. Tár, en ese sentido, es un Don Giovanni mujer, una Doña Juana que hace lo que quiere con los otros —o con “el otro”, como se dice ahora—, y que tiene hasta una Leporella propia que la sirve a toda hora, Francesca. Y, como Don Giovanni, Doña Juana tendrá su castigo en otra clase de infierno. Petra, la pequeña hija adoptiva del matrimonio de Lydia Tár (Cate Blanchett) y Sharon Goodnow (Nina Hoss), juega en su dormitorio. Tár, la empoderada mujer de la que hablamos, es la primera que obtuvo el cargo de directora titular de la Filarmónica de Berlín, privilegio reservado a los happy few como Herbert von Karajan; Goodnow es la concertino de esa orquesta. En el juego, la niña ordena sus muñecos en semicírculo, como si formaran una orquesta, con un pequeño cubo en el medio a la manera de podio, y les va dando a uno tras otro una varillita, la batuta. Tár —que se autodefine como “el padre” de ella— la descubre, sonríe, y le explica: “No, Petra. Eso no es así. En una orquesta sólo dirige uno. Una orquesta no es una democracia”. Allí, en ese punto exacto, está la clave (en un sentido musical del término, como en una partitura) que determinará el “sonido” de la película. La clave no es ni el feminismo en cualquiera de sus variantes, ni la orientación sexual de los protagonistas, ni la identidad de género del joven aspirante a director que detesta a Bach por ser blanco y heteropatriarcal, ni la cultura conservadora contra la cultura “woke”, de la música tonal contra la atonal: todos estos tópicos están presentes en el guión, pero, para continuar con el símil musical, únicamente como “leitmotiven”, igual que los motivos-guía que ilustran, en una ópera de Wagner, los distintos temas; y están allí porque Tár es una película de nuestro tiempo y no del siglo pasado, pero no son determinantes; la propia protagonista así lo sostiene cuando, en el reportaje que le hace The New Yorker y con el que se inicia la película, el entrevistador le habla de género, si debe llamarla “Maestra” o “Maestro”: es una discusión, dice ella con ese fastidio de quien se la preguntado tantas veces la misma tontería, que no le interesa. Tár está por encima de eso, se tutea con los grandes de la música, no con los panelistas de televisión. La clave del film, entonces, es la autoridad omnímoda como condición necesaria para dirigir una orquesta. Y para llevar adelante la vida, como Don Giovanni. El poder. Para Tár, aunque no lo exprese en esas palabras, toda orquesta necesita un dictador (de manera delicada, se lo hace saber al delegado cuando éste manifiesta, equivocando los reglamentos, que el nombramiento de un subdirector debe ser votado por todos: ella le recuerda que es prerrogativa del director). Los músicos, sus subordinados, cumplen la misma función que los actores para Hitchcock (otro dictador), son las piezas que mueve a gusto, sobre las que influye hasta donde quiere, para la realización de la obra tal como ella la sueña concibe. Esa influencia, sin embargo, y como ya se dijo, trasciende la sala de conciertos, y esa voluntad de poder será la semilla de su caída. Si bien el personaje es ficticio, sus rasgos la emparentan con esa larga tradición de directores reales, empezando por Arturo Toscanini, cuyos insultos y alaridos quedaron registrados en sus grabaciones, y con otros del siglo pasado y el actual (como se verá más adelante), esa característica también ubica al film de Todd Field en otra tradición: la de aquellas películas (“Tár y sus precursores”, diría Borges) que plantearon el mismo asunto, y lo resolvieron según el verosímil de sus respectivas épocas y estilos. En “Ensayo de orquesta” (“Prova d’orchestra”, 1978), Federico Fellini llegaba a una conclusión similar; tras un ensayo que iba adquiriendo, fellinianamente, la dimensión de una batalla campal donde cada uno quería imponer su voluntad, el orden sólo se restauraba cuando el director recobraba el mando. No fueron pocos los que mencionaron a Mussolini cuando se estrenó aquel film. Por el contrario, en Encuentro con Venus (Meeting Venus, 1991), de István Szabó, el director que interpretaba Niels Arestrup, una paloma contra el halcón de Fellini, asistía impotente a la paulatina desintegración de su orquesta, planteo sindical tras planteo sindical, capricho de diva tras capricho de diva, y terminaba por dirigir un “Tannhäuser” escuálido. Hasta tenía que prescindir de un instrumentista ya algo mayor que le decía que su gran sueño era tener un taller mecánico antes que formar parte, anónimamente, de una orquesta sinfónica. Otro punto importante de la película: Lydia Tár, discípula de Lenny Bernstein (aunque, por razones cronológicas según los datos de la biografía imaginaria de la Wikipedia, sólo pudo serlo por un año, ya que Bernstein murió cuando ella tenía 19 años), comparte con su mentor la devoción por Gustav Mahler, y es a través de ese compositor que ella forja su propia lengua y que se aparta del maestro. Que mata al padre. En uno de los pasajes más bellos (y diáfanos) del film, cuando están por grabar la Quinta Sinfonía (la única que le falta a la Deutsche Grammophon para editar la “integral” de las sinfonías), ella les dice a los músicos: “El Adagietto de esta obra tiene la desventaja de ser demasiado popular. Lo conoce todo el mundo. Por favor, olvídense de Visconti [es la banda de sonido de “Muerte en Venecia”]. Bernstein, cuando lo dirigió en los funerales de Bob Kennedy, lo hizo en 12 minutos: para él era una marcha fúnebre. Pero nosotros lo haremos en 7 minutos, veloz, apasionado, porque es música de amor. Mahler estaba enamorado de Alma cuando la compuso”. Según Tár, no sólo el arte no tiene límites; tampoco los tiene su propia interpretación de ese arte, por caprichosa que sea: el inconveniente (para ella, para los otros) es que extiende el mismo criterio a toda su existencia. Como cualquier dictador. Y, desde luego, eso se paga. Sic semper tyrannis. En su caso, el suicidio de una discípula que se había enamorado de ella es el inicio de la bola de nieve que conducirá a su caída. La película es candidata al Oscar en numerosos rubros, y elogiar una vez más la excepcional labor de Cate Blanchett sería redundante. Eso no obsta para que en los Estados Unidos y Europa (aquí se estrenó tardíamente) el film tuviera numerosos verdugos, no sólo por escenas tildadas de “retrógradas”, como la del enfrentamiento entre Tár y aquel alumno “no binario” en Juilliard, el que detesta a Bach, sino más bien por la mención de nombres y apellidos auténticos, o rasgos reconocibles de figuras públicas, mezclados con personajes de ficción. Esa combinación suele resultar explosiva. El ex titular de la orquesta berlinesa, el también ficticio Andris Davis (Julian Glover), almorzando con ella nombra al famoso director caído en desgracia James Levine, al que el Metropolitan de Nueva York expulsó por denuncias de acoso sexual unos pocos años antes de su muerte (ocurrida en 2021) y al acusado Charles Dutoit; hasta Michael Tilson Thomas es ridiculizado por Tár cuando dice que “dirigiendo Mahler parece que gritara como una estrella porno” (comentario de pésimo gusto ya que MTT, como se lo llama popularmente en EE.UU., padece un cáncer terminal, lo que no se ignoraba cuando se rodó el film). Finalmente, la directora Marin Alsop, también nombrada durante el reportaje inicial —aunque de forma elogiosa— fue una de las primeras en atacar la producción. Según muchos, ella incluida, su perfil personal y profesional fue la base que inspiró el personaje de Tár. También hay un ataque contra el millonario, filántropo y director de orquesta amateur Gilbert Kaplan, ya fallecido, a quien el guión sólo le cambia el nombre de pila (aquí es Eliot Kaplan). Se lo describe como un cholulo de Tár y, ulteriormente, su reemplazante y plagiario cuando ella cae en desgracia (le roba la idea de llevar un instrumento de metal fuera de la sala en el inicio de la Quinta Sinfonía, para que suene más lejano, además de robarle la partitura); eso da pie a una de las escenas menos verosímiles de la película, que hasta podría ser tomada por onírica: cuando Tár se le aparece en el concierto y a puñetazos baja a Kaplan del podio. No es el único lunar de un film que, casi en su integridad, transcurre con fluidez y vértigo, pese a su duración. La caracterización de Francesca (Noémie Merlant), es más la de una servil ayuda de cámara que la de una aspirante a subdirectora de la Filarmónica (la “Leporella” que mencionamos al principio): en ningún momento se ve su relación con la música, y su lugar dentro de la historia es más funcional que otra cosa. Tampoco encaja del todo con el registro del film la escena del “descenso a los infiernos” cuando Tár persigue a una joven cellista rusa de la que se enamora, lo cual termina por subrayar demasiado el símil con Don Giovanni. Pero, más allá, de estas disonancias, algunas ambigüedades, y un desenlace un tanto grotesco (aunque coherente) Tár es un film que los amantes de la música clásica y del cine con personajes fuertes y controversiales no olvidarán fácilmente.
Podría decirse que hay una cuestión “filosófica” a dirimir, ¿Puede una película de muy buena construcción, atrapante pero agobiante, gustar? Casi en el mismo orden de “Amour” (2012) o “Bailarina en la Oscuridad” (2000), solo como ejemplos. El filme abre con los créditos finales, de manera discordante, como si la película fuese un retorno, la construcción implica esas dos primeras escenas tengan una posibilidad de re-lectura, revirtiendo lo establecido en un principio. Se presenta como rompiendo códigos pre- establecidos, en un itinerario que sin prescindir de la elegancia visual, nos introduce en el mundo del arte musical, pero haciendo visible los egos que la conforman. Al igual que "Cisne Negro” (2010), un estudio psicológico pero de un personaje más intenso, posiblemente, encuadrado en un escenario incluso rimbombante,
La sinfonía de la locura. Lydia Tár, una respetada y talentosa compositora y directora de orquesta magistralmente interpretada por la actriz australiana Cate Blanchett, vive un gran dilema en la nominada al Oscar a Mejor película Tár (también cuenta con otras cinco nominaciones entre las cuales no podía faltar la de su protagonista excluyente). ¿Pueden sus traumas y problemas personales interferir notoriamente en su labor como profesional de alto nivel y en su producción artística? ¿Es su fuerte rigor y también su abuso de poder hacía otros músicos a cargo, conductas condenatorias y hasta cancelatorias en pos de su talento? Finalmente, propongo otro interrogante: ¿se debe separar la vida personal y privada del artista, de la laboral y creativa? Estas preguntas y algunas más son las premisas en donde se apoya el actor y director norteamericano Todd Field en su tercer largometraje, un sentido y por momentos complicado drama psicológico. Lydia, esta severa mujer madura, dirige la prestigiosa Filarmónica de Berlín. Todos sus colegas la admiran y respetan. Está casada con otra música, una violinista llamada Sharon (Nina Hoss) y ambas son madres de una bella e inteligente niña pequeña. Todo parece ideal en la vida de Lydia, pero una parte oculta de su ser demuestra lo contrario. No puede evitar tener el deseo de acosar a cualquier integrante joven de la orquesta, muchachas como la nueva violonchelista rusa Olga. O su autoimpuesto nivel de exigencia con su obra que la está dejando en un estado mental al borde del colapso y la locura. La acusación que enfrenta Lydia en un momento de la enrarecida trama complicará aún más su carrera, que está llegando a su apogeo, y de paso de su existencia. El trabajo de Cate Blanchett, como se dijo nominada al próximo premio Oscar como Mejor actriz, bordea lo soberbio. Lydia Tár es un personaje duro, complejo, lleno de matices, pero sin embargo Blanchett logra transmitir con su magnífica interpretación toda la intensidad que vive la directora de orquesta, función por la que es criticada sin miramientos en esta ficción. Tár no sería lo que es, un gran retrato sobre la extraña psicología de una artista, sin la subyugante presencia de Blanchett. Su director Todd Field, un realizador un poco fuera de lo común, con tres peliculas muy diferentes entre su carrera, En el dormitorio (2001), Secretos íntimos (2006) y la que hoy reseño, comenta que cuando comenzó a pensar en este proyecto, después de 16 años sin filmar, no podía imaginar una mejor actriz para ocupar el rol de la música Lydia que Cate Blanchett. Su intuición no falló. Uno de los grandes logros de Todd Field es plasmar formalmente en surrealistas imágenes toda la angustia que sufre Lydia. Ella comienza a tener inquietantes sueños dónde su cordura está llegando al límite. Dibujos, escenas reveladoras y muchos recursos más, serán parte de un relato que se tornará fascinante. La sintonía que le toca dirigir a Lydia, junto a la impresionante orquesta que la acompaña, es una donde la locura vive en cada nota. Tár es una película apasionante, llena de emoción. Pero también una concreta y maravillosa experiencia audiovisual. De los estrenos cinematográficos que nos ofrece este reciente año 2023 hasta la fecha, este film es de los más logrados, sinceros y recomendables que se puede ver y disfrutar. No es poco.
"Tár", con Cate Blanchett: una máscara de autoridad La actuación de Blanchett como una compositora y directora de orquesta es lo suficientemente compenetrada y sutil como para compensar los desequilibrios del guion del realizador Todd Field. “Lo que importa es el tempo”, dice Lydia Tár durante una entrevista con público, al estilo de las que en su momento hacía el conductor James Lipton con gente del mundo del cine. En su nueva película tras 16 años de ausencia (la anterior había sido Secretos íntimos/Little Children, de 2006), el realizador y guionista Todd Field hace honor al precepto de esta conductora de orquesta, famosa en el mundo entero y en condiciones, sin duda, de dar clases magistrales. Si un mérito tiene la puesta en escena de Field es la de mantener un tempo pausado, parejo y acompasado, incluso en los arrebatos pasionales de la protagonista sobre la tarima o durante su descomposición paulatina. Menos convincente resulta sin embargo el guion del propio Field (una de las seis nominaciones al Oscar de la película), que en lugar de concentrarse en una razón de la caída de Lydia se dispersa en varias, para derrumbarse definitivamente junto con la protagonista, a partir del momento en que tiene lugar un exabrupto dramático, que más que del personaje parece de la película en su conjunto. Tratándose de una directora de orquesta (una maestro, como por lo visto se les dice), no es raro que durante esa entrevista Tár fascine con el cadencioso movimiento de sus manos, que parecen dibujar ideas en el aire. Sin embargo, el plano previo no la muestra precisamente relajada, sino obligada a aflojar su tensión con toda clase de gestos, algunos de ellos se diría que al punto de la psicosis. La de Tár, una eminencia en el mundo de la música, es una máscara de autoridad, que en los ensayos, sin embargo, no deviene en autoritarismo. La “maestro” no grita, amenaza o se violenta con sus dirigidos, aunque en un momento le haga saber a su pequeña hija que “una orquesta no es una democracia”. El primer punto de quiebre, que a la larga tendrá una incidencia mayor que la que aparenta, es cuando Tár discute con un alumno (da clases en la meritocrática Juilliard) sobre cuestiones particularmente extremas de la política de identidad (el alumno, que se define como negro y pansexual, no simpatiza con Bach, compositor blanco que tuvo veinte hijos; Lydia es lesbiana asumida). Al mismo tiempo, una discípula de Tár toma una decisión trágica, motivada en buena medida por una intriga urdida por la protagonista, un hecho que la sume en la culpa. Hay otras intrigas, que de a poco irán minando su carácter de intocable, expulsándola del Olimpo. El problema de Tár es justamente que las intrigas (en ambos sentidos de la palabra) son muchas, lo cual genera desconcierto. ¿La caída de la (anti)heroína está motivada por sus conflictos con la política identitaria, por su sentimiento de culpa, por decisiones cuestionadas o por su discreta pero visible seducción de una joven chelista? El desconcierto deriva en asombro cuando Tár pasa de la violencia psicológica a la física, con una brutalidad que recuerda a aquella escena de Whiplash en la que el también director de orquesta arrojaba un platillo por la cabeza a un alumno al que le costaba seguir el ritmo. De allí en más es un cuesta abajo dramático, que es de lamentar dada la elegancia de la puesta en escena, que se corresponde exactamente con la sofisticación del mundo que describe. Por supuesto que la actuación de Blanchett, nominada al Oscar por este papel, es lo suficientemente compenetrada y sutil como para que una mirada al sesgo sobre una nueva postulante deje en claro que la candidata ha hecho resonar una cuerda escondida en esta mujer-orquesta, aparentemente tan dueña de sí misma, tan compuesta, tan dominante.
Seguimos en nuestra incursión por las películas nominadas a los Oscar 2023 y hoy toca hablar de Tár, que tiene varias ternas como postulante, pero en la que más destaca es en la de Mejor Actriz, con Cate Blanchett siendo la candidata más obvia a llevarse el premio. Veamos por qué porque tanto galardón. La historia nos cuenta la vida de una directora de orquesta, Lydia Tár, quien es considerada una de las mejores en su rubor, independientemente de si es mujer o no; pero con los obvios prejuicios que hay en la profesión hacia el rol de la misma a cargo de un grupo de músicos. A lo largo de dos horas y media, veremos tanto la vida personal como profesional de Tár. Si, aclaro la duración de la película porque al menos para mí, fue importante a la hora de juzgarlo como un todo. Y es que estamos ante esos casos donde la historia es casi un unipersonal, puesto todo en función del lucimiento de en este caso, la actriz principal, olvidándose de construir personajes secundarios. Y si bien tenemos algunos que afectan en algo la vida de Lydia Tár, tampoco tienen tanto peso. Pero por suerte tenemos a Blanchett en dicho rol. Que es una de las mejores actrices del mundo, eso ya lo sabemos. Que tiene inmunidad para hacer bazofias y luego estos proyectos independientes, también lo sabemos. Y con esta película vuelve a mostrar porque tiene esa impunidad, porque da una actuación sin fisuras, y que está muy por encima de sus competidoras al premio de Mejor Actriz. Lo sentimos Michelle Yeoh, te queremos mucho pero este no va a ser el año. En cuanto a la dirección, categoría por la que también compite Tár, la sentimos un poco sosa. A sabiendas que la historia se mueve por el ambiente de la música, se podría haber jugado bastante más con los planos e incluso con la edición, pero esto no sucede, dando como resultado una cinta un poco normalita; siendo que en los últimos años recibimos otros proyectos musicales o de músicos, y que se arriesgaron bastante más. En conclusión, Tár es una película buena, pero sentimos que se sostiene demasiado en la actuación de Cate Blanchett. Una lastima porque sentimos que desperdiciaron una buena oportunidad de adentrarse más en el mundo de las orquestas. Será la próxima.
La vida de una directora de orquesta transformada en una estrella del mundo cultural, una EGOT denominación para aquellas excepcionales personas que ganaron un Emmy, un Grammy, un Oscar y un Tony. Una genia, apadrinada por otro director excepcional, que goza de un reconocimiento sin límites, que roza la adoración. Pero también una mujer que parece tenerlo todo, está casada con otra mujer, tiene una hija y es la primera en dirigir una famosísima orquesta de Berlín. Lo que hace Todd Field, como guionista y director es un estudio profundo de este personaje brillante y oscuro a la vez. Se la muestra con una precisión punzante y a la vez todo se trata también de una caustica revelación sobre los manejos del poder. Y la destrucción que provoca ese abuso de poder y la cancelación cultural extrema. El personaje principal mostrado en toda su dimensión con escenas y tomas silenciosas y expresivas, musicales y reveladoras en detalles y situaciones, tiene en Cate Blanchett a una intérprete perfecta (seguramente ganará el Oscar otra vez) La actriz se comprometió tanto con su personaje que estudio piano, alemán, dirección musical para hacerlo todo en el film con un talento impresionante. Esa mujer excepcional y todopoderosa usa su poder en una clase, en favorecer o no a quienes la rodean, sabe humillar y herir, sabe ser una depredadora sexual por momentos. Es sublima en su arte, déspota en su deseo. Y cuando se unen intrigas de celos y venganzas con sospechas terribles su mundo se desmorona. El film no es condescendiente con nadie, ni con su protagonista ni con quienes la rodean, se mete en la mente atormentada de pesadillas de esa directora y delata los manejos sucios y políticos del mundo cultural. Toda la película es fascinante aun para aquellos que no sean eruditos de la música, por su honestidad brutal, por su realización y por tener a una de las mejores actrices del mundo.
DIOSES O MONSTRUOS Tár arranca con dos escenas notables, que puntualizan su efectividad en aspectos que constituyen posibilidades del relato cinematográfico. La primera escena es estática, con un acertado uso del plano y contraplano, en el que tenemos a la directora de orquesta Lydia Tár (Cate Blanchett) entrevistada ante un gran auditorio. Lo que sobresale allí es la actuación de Blanchett (y también de Adam Gopnik, escritor y ensayista que se interpreta a sí mismo entrevistando a Tár), quien hace creíble esa instancia en el que la respuesta surge de la pregunta de su interlocutor. Parece una tontería, pero hay instancias cotidianas como puede ser una entrevista televisiva que tienen códigos propios que, atravesados por el filtro de la ficción, pueden sonar artificiales. Nada de eso pasa aquí, en un diálogo que nos define aspectos del personaje y del mundo que vamos a habitar: el de la pretendida alta cultura, el de sus criaturas jugando a ser dioses y el de la relación con las tensiones que acerca el mundo real. La siguiente escena, más virtuosa, un plano que demuestra la habilidad del director y guionista Todd Field para mover la cámara y contener dentro del plano aquella información que es fundamental, pone en el centro aquello del mundo real que va a venir a friccionar la torre de marfil desde la que Tár mira al resto. Una clase, que se va de las manos cuando un alumno autopercibido pangénero niega la posibilidad de interpretar a Bach. Y ante esto, Tár le pega una revolcada discursiva por la cual considera que la denominada cultura de la cancelación es una aberración peligrosa. Ese incidente, que parece menor dentro del relato, será más importante cuando avance la historia y la propia artista se vuelva el centro de una denuncia por abusos y manipulación psicológica. Estas dos primeras secuencias son muy importantes porque definen varios aspectos de la historia y de su personaje, que serán claves para interpretar lo que sigue: el derrotero de Lydia Tár, sin saber cómo manejar una instancia que requiere de ella un compromiso emocional del que parecer estar alejada. Pero son importantes también porque muestran las posibilidades que tiene una película para tratar temas mundanos con una impronta en la que se privilegie lo cinematográfico. Tár es una película que se anima a discutir el tema de la cancelación, con una mirada que parece contradecir mucho de los métodos que el propio Hollywood aplica para resolver esos conflictos. Lydia Tár es un personaje complejo, intrigante, que escapa a las etiquetas fáciles y que, por eso mismo, vuelve más interesante el debate. Y ahí volvemos a Blanchett, capaz de dotar de humor socarrón a un personaje que en manos de otra intérprete podría haberse vuelto un recipiente lleno de consignas. La actriz, por el contrario, se anima a indagar en lo más oscuro de su criatura, incluso a riesgo de entrar en fricción con lo que ella misma como personaje real puede llegar a pensar. De hecho, nunca se explicita qué pasó con Tár y algunas de las personas con las que se relacionó. De aquellas dos primeras notables y extensas escenas, Tár va volviéndose cada vez más una película normal, sobre todo a partir que el personaje principal comienza a entrar en desgracia. Tár, por momentos, parece una reescritura de Memoria de Apichatpong Weerasethakul, aunque en una versión mucho más industrial y pasteurizada: como en aquella, la protagonista se desvela por unos ruidos que escucha durante las noches, que aquí se explican y se vuelven simbólicos de la misantropía del personaje. También allí había un viaje a un destino exótico, que aquí se replica en un final bastante inexplicable. Field, que hace muchos años dirigió la aberrante Secretos íntimos, luce bastante contenido aquí, aunque por momentos no pueda escapar a lo sórdido y moralista en el momento en que Tár comienza su camino de descenso. Lo peor de la película es que habiendo tenido su tema muy claro desde el comienzo, elude la responsabilidad de decir algo y termina escapando por la tangente.
En los primeros minutos de Tár, en los que abunda la palabra y las acciones se ajustan a conversaciones extensas, hay algunas indicaciones notables sobre la función de un director de orquesta y la interacción con sus músicos; también se añaden consideraciones sobre el sentido profundo detrás de algunas obras. La magnífica entrevista entre el escritor y crítico Adam Gopnik y el personaje que interpreta Cate Blanchett, una exitosa compositora y directora de orquesta, regala un saber capaz de expandir la experiencia musical. Un poco después, Lydia Tár (Blanchett) cuestiona la conformidad de sus alumnos de la famosa The Juilliard School y apela a ciertos lugares comunes con los que se suele hablar de los sentimientos en la música. La primera escena ilumina, la otra mistifica.
¿QUIÉN ES EL ARQUITECTO DE TU ALMA? Puntaje: 8 “Tár”, estrenada de forma mundial en el Festival Internacional de Cine de Venecia 2022, se convirtió prontamente en una de las favoritas de la temporada de premiaciones. Dirigido y escrito por Todd Field (“In the Bedroom”, “Secretos Íntimos”), el presente film retrata la historia ficcionada de una prestigiosa ‘Maestro’ de orquesta, en la piel de la brillante Cate Blanchett. En un extenso metraje que supera las dos horas y media duración apreciamos el alucinante y radical regreso a la gran pantalla por parte de un Field que llevaba diecisiete años alejado de los sets de rodaje cinematográficos. Nato provocador, nos desconcierta desde el primer instante: llamativamente, invierte el pasaje de créditos y también la pirámide de jerarquía. ¿Pequeña gran prueba de lo que estamos a punto de encontrarnos? Densidad intelectual y refinada erudición muestran devoción por la música clásica. Ingresa el autor en un terreno purista y da una absoluta masterclass; no teme el desajuste que puedan sentir quienes no sean afines al tema de interés. Ya decía Arthur Schopenhauer, y es toda una declaración de intenciones que “Tár” apropia como primer mandamiento: ‘la cantidad de ruido que cada cual puede soportar sin incomodarse está en relación inversa a su inteligencia y puede considerarse como una medida aproximada de sus facultades’. El lenguaje musical como omnipresente referencia, hace del presente un tratamiento estético del uso del sonido. Asimismo, desglosa el lenguaje cinematográfico, en variada implementación de angulaciones, encuadres y planos, obteniendo pasajes de gran riqueza conceptual. Espejos en efecto droste, reflejos que desenmascaran emociones, cámara en movimiento, imágenes en sentido circular, distorsión en trances oníricos. Tenemos delante un sutil estudio y radiografía del poder y su transferencia, rayano a la locura. ¿Abusamos del poder a nuestro beneficio? ¿Cómo tratamos a nuestros semejantes? ¿Es la cercanía emocional un bien de transacción? En clara referencia al contemporáneo ‘me too’, el film se pronuncia acerca de una reputación puesta en duda. No es posible distinguir fácilmente aquí entre héroes y villanos. Sin embargo, progresivamente, Lydia es colocada contra la pared. No es misoginia, es misogamia, retruca ella. Las pantallas que todo lo captan en la era tecnológica son el instrumento perfecto para difamar o acusar con pruebas fehacientes, y la correspondencia electrónica se erige como el último resquicio de privacidad violentado. El fin justifica los medios. La ambigüedad reina en una sinfonía interpretativa dispuesta a incomodarnos. Un laberíntico dilema moral marca la película de principio a fin, trasladándose hacia el espectador. Debemos estar listos para ser jueces y verdugos. Pero Field, atención, nos hace dudar. “Tár” es una lección de cine que lleva a cabo una potente utilización de la música incidental. Mérito del responsable tras de cámaras, una noción autoral y extremadamente personal a la hora de crear, nos lega esta enorme película repleta de reflexiones estéticas y morales. ¿Importa más la respuesta obtenida o quién escuche? Field lidia con el hecho de separar a la obra del autor. ¿Juzgamos por aptitud artística o por elecciones personales? Luego de ciertos testimonios omitidos, el pasado comienza a alcanzar a la protagonista. La pantalla se tiñe de colores inesperados, pero, a diferencia de lo que una intriga convencional haría, “Tár” elige volverse extremadamente críptica y sutil. Será menester de cada espectador descifrar esta compleja partitura hecha de movimientos sincopados. Tomando fuente de inspiración en ‘determinados personajes’ de la vida real, se recrea este genio de la música clásica contemporánea, motivada por la inmortal obra de gigantes como Wagner, Bach, Beethoven y Tchaikovsky…una plétora de guiños que llega incluso a citar al argentino Daniel Barenboim, sin dudarlo motivo de orgullo para nuestro país. Mística y simbólica, la película recurre a toques del estilo de thriller que recuerdan tanto a un setentista Roman Polanski (“El Inquilino”) como a un más reciente Michael Haneke (especialmente a pasajes de “Caché”). La polémica naturaleza del personaje central se nos irá revelando paulatinamente. En dosis homeopáticas, las falencias que detectaremos podrían ser un reflejo de nuestros propios impulsos. Mentiras y actos nocivos acaban por perseguir al genio, ¿alcanzamos a lograr suficiente empatía? Pinceladas de corte fantástico inducen a que la imagen luzca extraña y terrorífica, rumbo a este pausado y sincrónico estudio de personajes, sumergiéndose en las áreas grises que describen la concepción ética de un ser inserto en una sociedad que vive y muere por extremos. Centro convergente, seguimos el derrotero un tanto errático de una artista debatiendo su propia identidad, y que, paradójicamente, no teme pronunciarse delante de cámaras acerca de su percepción de género. Lesbiana, sí. Feminista, no. ¿Cuándo se celebra el Día Internacional de la Mujer? El tiempo es una esencial pieza de interpretación. Cate Blanchett consigue uno de los papeles de su vida, logrando una de las interpretaciones más sobresalientes de la presente década. Escrutamos su fascinante rutina. Viajes en avión, píldoras tranquilizantes, exigentes rutinas de ejercicio, excepcional destreza musical, bloqueos creativos. Intimidante, Tár aplica sobre sí misma un metódico autoritarismo. Atormentada por imágenes que vuelven como flashes o perturbada por imperceptibles ruidos que alteran su tranquilidad, apenas puede conciliar el sueño, el que sobre ella acontece es un auténtico tratamiento sobre el progresivo resquebrajamiento psicológico. Pecados veniales de todo genio o incómodas verdades, todo saldrá a la luz. Field no da puntada sin hilo, dejándonos, en cada plano, sutiles pisas que debemos decodificar a fin de comprender el último sentido plasmado. Más ruidos que alteran su tranquilidad, un grito desgarrador atraviesa el bosque. Busca sosiego puertas adentro, pero no lo consigue. En los suntuosos pasillos del elegante edificio berlinés en dónde reside los fantasmas se pasean por las escaleras. No hay otra alternativa que huir. El río sigue su curso y un lejano entorno selvático podría proveerle el ansiado anonimato. Y una bocanada de aire fresco, dispuesta al próximo desafío orquestal. La directora gesticula, mira hacia un costado, agudiza los sentidos. Ruidos molestos, pasos amenazantes, cocodrilos en la costa, como en aquel exilio en las sombras de Brando…el corazón habita en las tinieblas. ¿Dónde sino? Manipuladora, calculadora, mitómana, Linda -perdón, Lydia, busca torcer los hechos a su favor. Despotrica y difama: ‘¡ah, ese robot! El rostro de Blanchett, que durante los primeros minutos del film se notaba esplendoroso y fresco, luce demacrado y con la mirada perdida. Siente en su piel teoría conspiranoides, los cuchicheos aumenten en derredor; la cordura pierde la partida. Su tiranía se desmorona, la oscuridad todo lo cubre. Hay actos íntimos imposibles de ocultar…brutal y fidedigno, el ensayo sobre el dominio del tiempo como metáfora creativa es una daga que se clava en el costado de la maltrecha y virtuosa compositora.
Tár es una película ambiciosa que juega con inteligencia sus planteos ambiguos. Empieza mostrando que su realizador sabe lo que necesita hacernos entender y se lanza a una inusual escena casi en tiempo real donde la protagonista, Lydia Tár (Cate Blanchett), una brillante compositora y directora de una de las orquestas más importantes del mundo, es entrevistada frente a una gran audiencia. En esa escena hay varios elementos importantes, pero lo primero que hay que rescatar es la forma en la cual nos convence, aún sin saber de música clásica, que la persona entrevistada es considerada una personalidad extraordinaria en ese mundo. Mérito del director, del guión y de la actriz. La película juega con la pedantería de ella y lo hace con una escena que también es algo pretenciosa. La diferencia entre Tár y otros films de este estilo es que su costado pretencioso es también práctico y está justificado. Tár desplegará muchas cartas sobre la mesa, algunas más interesantes que otras, pero siempre apostando a más. La última película que estrenó Todd Field fue Secretos íntimos (Little Children, 2006) y este esperado regreso sólo vio la luz verde cuando Cate Blanchett se subió al proyecto. La película es de Field, pero Blanchett es una pieza clave, tiene un poco más de valor que el promedio de los actores con respecto a los títulos que protagonizan. La película más ambiciosa del director es también una de las actuaciones más intensas y comprometidas de la actriz. Ambos son los autores de este largometraje premiado en todo el mundo. No nos importa todo lo que aprendió Blanchett para ese rol, no es nuestro problema, lo que sí se puede ver es que funciona en su papel. Tár tiene muchos temas pero hay dos en particular que resultan muy actuales en el mundo en general pero en el del arte y el espectáculo en particular: el abuso de poder y la cultura de la cancelación. Ninguna de las dos cosas está bien, pero se suelen oponer entre sí, generando dilemas que la sociedad no tiene muy claro cómo resolver. La escena más importante es aquella donde ambas cosas se asoman a la vez. No por nada Todd Field pone lo mejor que tiene como realizador para filmarla. Durante una clase un alumno le dice a Lydia Tár que debido a que él es negro y de sexualidad fluida, no le interesa J. S. Bach por considerarlo un hombre blanco heterosexual y misógino. La respuesta de ella es intensa, apasionada, algo humillante para él alumno, pero sus argumentos son absolutamente correctos. Su forma de tratar a los alumnos es inaceptable y a ella, en su enojo, se le escapa un registro de la situación. Pero la ignorancia absoluta del alumno también es imposible de aceptar. A pesar de que Lydia Tár tiene motivos más graves que la comprometen, será este momento donde sus argumentos sean los correctos aquellos que terminen convirtiéndose en su condena. La película juega muy bien esa ambigüedad. Lydia Tár, una mujer lesbiana empoderada que vive en pareja y tiene una niña adoptiva completamente adorable, tiene varios conflictos por la manera de vincularse con la gente que tiene bajo su poder. Sus conductas abusivas tienen matices que las vuelven más complejas debido a sus argumentos sobre el arte, pero aun así su ética es dudosa. Su competitividad extrema es feroz y no tiene límites, pero su lucha por la excelencia es genuina. Hoy ser un genio no alcanza para ser respetado. Ese tema también aparece y lo brillante de la película es que no sea su personaje central un hombre heterosexual, porque la balanza de la corrección política se hubiera inclinado hacia un lado debido al contexto en el cual vivimos. Lydia Tár defenderá a capa y espada a Bach frente a la imbecilidad galopante de su alumno, pero eso no le dará permiso para hacer lo que quiera. Los elogios que recibió la película por parte de Martin Scorsese le han dado un gran empujón publicitario y lo cierto es que se lo merece. No es difícil ver en Lydia Tár a uno de esos personajes afines al mundo del director de Toro salvaje, una película con la que sin problemas podríamos trazar paralelos aquí. El orden y la veneración inicial se van convirtiendo con el paso de las escenas en una espiral descendente hacia el desastre. La película intenta, al menos eso parece, mantener una mirada no neutral, pero sí objetiva de los eventos. Lo mismo que le puede pasar al espectador al darle la razón a Lydia pero a la vez condenar sus actos. La película desliza que muchos que han estado en el lugar de ella han salido impunes en el pasado. Otro elemento muy logrado es la duda acerca de si ella es un personaje real o de ficción. Field y Blanchett promocionaron la película jugando con esa duda, aunque se trata completamente de ficción. La película no es para nada realista, pero usa trucos para verse completamente auténtica. Field pasa de momentos sobrios a otros grandilocuentes, utiliza, desde luego, la música como un elemento clave y se sirve de una actriz dejando todo para su papel. Sin ser una obra maestra, Tár tiene un trabajo minucioso que da buenos resultados y un deseo genuino de hacer una gran película. Todo eso funciona y hace la diferencia.
Reseña emitida al aire en la radio.
Tár es una de esas películas que te puede traer problemas si la recomendás. Y es raro que así sea dado a que no solo está nominada al Oscar sino que posee una descomunal performance de su protagonista Cate Blanchett, cuasi hipnótica. ¿Entonces cuál es el problema? Es extremadamente aburrida y/o extremadamente larga. Y no es que no tenga ritmo, sino que se toma demasiado tiempo para establecer (de forma repetitiva) varias cuestiones en cuanto al comportamiento del personaje. El director Todd Field genera una atmósfera dura, tanto como la composición en la cual Tár se encuentra trabajando y hay grandes paralelismos con la música. Es decir, con el score. Algo que por obviedad y que por definición sucede en todos los films, aquí se encuentra exacerbado dado la temática de la película. Y así nos metemos en la euforia total, en un drama psicológico donde Blanchett brilla por lo siniestro, lo egoísta y por estar al límite. Y eso es lo mejor del film ya que no hay mucho más que aportar sobre la puesta dado que es todo muy correcto y sin mayor sobrevuelo. Así que vuelvo a lo que establecí al principio: un gran relato, que juega a la biopic (pero ficticia) que pierde potencia por repetición y duración.
Cate Blanchett en una colosal obra sobre la cultura de la cancelación “Tár” (2022), dirigida por Todd Field y protagonizada por una brutal Cate Blanchett, premiada en la Mostra de Venecia, quien encarna a la propia Lydia Tár a la que se refiere el título, se ha convertido en una de las obras más aclamadas del año. Tár, ante todo, constituye una cinematografía ejemplar por sus complejidades alrededor de la hipocresía que acompaña al siglo XXI y el efecto que éste llega a tener, no sólo sobre un individuo, sino en todo un campo como lo vendría siendo el artístico y, en específico, en el contexto de la película, el musical. La película sigue a Lydia Tár, una directora de música clásica de alto renombre que se encuentra en uno de los puntos más altos de su carrera. Esto queda claro desde el inicio de la cinta; incluso antes de lograr una comprensión de quien es Tár, Field correctamente se asegura de presentarnos la importancia que el personaje tiene en su mundo: le llueven premios y reconocimientos, suma a su trayectoria prolíficas colaboraciones con personajes legendarios, incluyendo a la propia Hildur Guðnadóttir, compositora de la película. Y, aparte de todo aquello ya vivido por Tár, le espera la publicación de su nuevo libro, “Tár sobre Tár”, y la anticipada grabación en vivo de la Quinta Sinfonía de Mahler. Sobresale que Field, poco a poco, posiciona en el tablero elementos de la vida personal de Tár que empiezan a colapsar con su ya mencionada vida profesional, creando un torbellino de golpes narrativos, todos utilizados como el vehículo definitivo para concebir a un personaje tan completo y a la par tan complejo. Diseccionando, sin arruinar el desarrollo de los mismos, algunos de los eventos que ocurren dentro de la vida personal de Tár tenemos el distanciamiento que se genera con su esposa e hija al tener un estilo de vida que le indica viajes constantes, la clara infidelidad que le tiene a su esposa, su falta de comunicación con el resto de su familia, sus delirios de grandeza, su incumplimiento y las ofensas personales a colaboradores, así como el estar involucrada en el suicidio de una joven colega y, a raíz de ello, las acusaciones de índole sexual que empiezan a surgir en su contra. Cabe mencionar que Todd Field se asegura que no sean tan sólo los grandes golpes narrativos los que creen a Tár ni que estos definan la percepción que la audiencia tenga sobre ella. En cambio, le permite una libertad actoral a Blanchet donde se prueba a sí misma en pequeños instantes, donde las acciones más cotidianas o aparentemente insignificantes a la trama nos logran transmitir tanto o incluso más del personaje en cuestión que la propia trama. Field desplaza hilos por donde sea, dejando ver que hasta lo sobrenatural tiene su importancia: los fantasmas y las señales de los mismos se vuelven la inspiración artística narrativa para un personaje que ve a casi todo ser vivo como un “robot”, pues es un ser amargado, que arrastra a otros y se percibe arrastrada, juega todas sus cartas sin control, aquel que observa lo remota como un ignorante y las consecuencias son tan sólo inevitables. Sin embargo, hay un sentido de curiosa anhelada victoria que rodea al personaje y que contagia al espectador. Field hace claro que Tár no es, bajo ninguna definición, una buena persona, pero se aleja de condenarla como personaje, en parte entendiendo lo repetitivo y aburrido que esto tiende a ser, sobre todo en nuestros tiempos, pero en sí justamente con tal de elaborar un discurso fascinante en torno al linchamiento digital e ideológico que se ha concebido en los últimos años. Se trata de la cultura de la cancelación tomada en serio. Por tanto, Tár es una película que confronta temáticas contemporáneas como pocas lo han hecho, con madurez, integridad y el mejor acompañante de la madurez, el humor. Claro que no es que la película tome sus temas a la ligera, para nada, todo lo contrario, pero comprende que en el medio cinematográfico la realidad se maneja con versatilidad, que aquello por lo que otros nos hacen sufrir tiende a ser absurdo, pues no se trata de sufrir por su parte a través de ciclos causados por ellos mismos. Se entiende, entonces, el humor detrás de la merecida tragedia de su protagonista. Una caída de gracia como nunca antes vista en el cine, pues busca ir más allá de Tár, trascender la pantalla y colocarnos en una ambigüedad moral tremenda, donde Tár, en busca de poder y excelencia artística, destruye todo el concepto de identidad, aunque conceptualmente sostiene una muy fuerte. No deja de ser irónico que el título de la cinta vaya tras él de su personaje, ya que esta parece arruinar todo lo que ella misma fue. En un momento revisita su casa familiar y todo, en especial su hermano, le resulta extraño y alienado. Ante esto, se nos deja el personaje más fascinante del año, cargado con una de las mejores interpretaciones de Blanchett. No sólo es en discurso un atributo importante aquella moralidad ambigua, pero la ambigüedad juega un elemento esencial en su narrativa y es gracias a ello que no es atrevido llamarla una cinta madura. No le da a sus espectadores nada por sentado, es intrigante en cada uno de sus elementos y, a partir de ello, su diálogo tiene un sentido de infinito. A la par, vaya, es un logro técnico masivo, en cada uno de sus componentes hay un sentido de elegancia y ambición que nunca demuestra pretensión o falsedad notoria. Parece sorprendente que éste haya sido un proyecto de pandemia. Field no había dirigido un largometraje en 16 años, dato que junto a la concepción técnica y narrativa de Tár parecería indicar que este sería un proyecto de pasión con décadas en construcción. Aunque en realidad su realizador la plantea tras el aburrimiento causado por el encierro a causa del Covid 19, y aquí quiero señalar que es una película que toma lugar en nuestros tiempos exactos, cuando la pandemia está empezando a ser mencionada como un evento pasado y los cubrebocas como una rareza en lugar de una normalidad. Tár captura perfectamente lo que se vive hoy en las calles de ciertos países que parecemos ya salir de la dichos pandemia. Field demuestra una dirección precisa, encontrando el alma de su obra en el brutalismo, aunque mantenga una diversidad en la arquitectura de sus locaciones. Y, por Dios, sin arruinar su sorpresa, la escena final es el momento cómico definitivo del año, donde se encuentra el destino perfecto para nuestro personaje, donde el juicio se aplica a aquello que indicaba ser de su mayor importancia personal, donde su relevancia como figura artística es reducida al simple entretenimiento de una audiencia a la cual ella definitivamente creía no merece su talento. Su referente cultural por el cual demostrar ello es hilarante a todo nivel, cerrando de manera sublime una de las mejores películas del año. Imperdible.
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Ah, qué terrible el mundo de la música clásica, tan arriba, tan lleno de intrigas y buenos modales, tan hipócrita. En fin, esos son nuestros prejuicios y, aunque Leopold Stokowski haya actuado con Mickey Mouse, van a seguir. Es un buen campo, entonces, para desarmar otros. El cuento que narra Tár es simple: alguien brillante y todopoderoso, una artista que además es una lúcida mentora y tiene opiniones fuertes y propias sobre la vida, cae desde la cima por una acusación de abuso sexual. Uno podría elegir secuencias de la película donde Cate Blanchett logra que creamos su personaje de un modo virtuoso. Ejemplo: la entrevista del principio, donde la actriz actúa de alguien que actúa ser espontánea. Ejemplo: la destrucción del wokismo en la persona de un estudiante imbécil, en un largo plano secuencia. Detrás hay un juego de poder donde ese-actor-que-siempre-hace-de-malo-en-lasde-superhéroes es el-malo-del-drama-realista. Por suerte, el film no carece ni de humor, ni de ironía ni de defensa de la (in)utilidad del arte, pequeño o grande. Pero no caigan en la trampa: esta es una sátira vestida de mayordomo inglés que pide no ser tomada (tan) en serio. Y si Blanchett se merece el Oscar es por tocar borracha un acordeón a los gritos o reventar a un tipo a patadas en el suelo más que por tomar miméticamente una batuta. Ah, pero cine al fin.