Los de arriba y los de abajo En términos generales (muy amplios, en realidad), Topos, el debut en el largometraje de Emiliano Romero, entraría en la categoría de Cine Fantástico. Si nos atenemos a los premisas básicas del género (tanto en literatura como en otros lenguajes expresivos), una obra es “fantástica” si los elementos de horror o sobrenaturales tienen un fuerte anclaje en la realidad. Es decir, la intención es lograr que los lectores/espectadores tengan la sobrecogedora, poco tranquilizadora sensación de que los hechos narrados bien podrían ser reales o plausibles. Topos, analizada muy por arriba, pertenece al género fantástico pero también se sumerge en las pantanosas aguas del surrealismo con un fuerte contenido social. En Topos -al igual que en la magistral Gosford Park (Robert Altman, 2001)- hay un arriba y hay un abajo. Abajo, en medio de impenetrables túneles, vive una sociedad (secreta, se supone) de “topos”, mientras que arriba funciona una academia de danza. La metáfora, de tan clara, se vuelve nimia, y no ofrece al espectador ninguna, absolutamente ninguna chance de deshilvanar nada, contrariamente a lo que sucede en una buena fábula sobre el retorno de alguien que retoma sus pasos madeja en mano. En Topos no hay ni siquiera un piolín. No hace falta. Eso sí, no se puede acusar al guionista-director Emiliano Romero de caer en la sempiterna trampa de cierto cine argentino en el cual se explica lo más obvio con meticulosa atención. En Topos la transparencia del mensaje la brindan, entre otros elementos, el excelente trabajo de diseño artístico, decorados, iluminación y maquillaje. La ruptura del status quo de las dos sociedades de Topos se produce cuando el hijo del líder de los de abajo aspira a subir al arriba, para estudiar en la escuela de danzas. La oposición paterna -por filiación y por liderazgo- se hace sentir con un estruendo, y nuevamente la metáfora deja de ser metáfora para convertirse en obvia representación. ¿Los de abajo, los marginados en las madrigueras, deben bailar y bailar para lograr la tan ansiada movilidad social? Cualquier parecido con la realidad mediática actual es mera coincidencia. De todos modos, a pesar de un buen guión con sólo algunos baches narrativos, Topos no puede ser tildada de “mala”, ni siquiera de “regular”. Es un producto extraño, ecléctico (confuso, tal vez), casi inclasificable. En medio de este collage de esquemas narrativos y estéticas de representación, se destaca la magnífica labor de Lautaro Delgado, irreconocible bajo una capa de maquillaje que recuerda al de Natalie Portman en El Cisne Negro de Darren Aronofsky (2010).
La danza de la muerte Topos (2012), dirigida por Emiliano Romero y última ganadora del New York City International Film Festival 2012, es una película atípica y poco común para el cine argentino por lo arriesgado en cuanto a estética y argumento. Sin embargo, tiene fuerza visual, tanto en la puesta de cámara como en las actuaciones, además de una progresión dramática atrayente. Los topos viven en las cloacas de una ciudad ambientada en el pasado, que también podría ser el futuro, pero es un tiempo indeterminado (apocalíptico) donde la sociedad se divide entre los de arriba y los de abajo. Comandados por un padre y su hijo, los topos se arrastran por túneles subterráneos que los mantienen encorvados sin estar nunca de pie. Ahí se alimentan del basural y de todo lo que consigan. Siempre reunidos cerca del paso del tren, visten ropajes rotosos y están armados como si se preparasen para una guerra futura. El hijo, el topo protagonista, se dedica a espiar, y por una ranura asoma a un internado de danza. Y con el tiempo, se siente tan atraído por el ballet que decide escapar. Entonces ayudado por su hermana secuestra a Amadeo -pues espiando se ha enterado de la llegada de un alumno nuevo (precisamente llamado Amadeo)- y se hace pasar por él. Así el topo, tendrá que aprender a bailar, a caminar derecho, al mismo tiempo que irá descubriendo el mundo hostil que se vive en el internado, sobretodo porque algunos parecen saber que está suplantando al verdadero Amadeo. Construida como una tragedia clásica, la película tiene aires de expresionismo. Al inicio parece un mundo extraído de una película fiel al estilo de Terry Gilliam , pero después hace más hincapié en una iluminación llena de claroscuros, posiciones de cámara extrañas y actuaciones propias del cine mudo, precisamente del expresionismo alemán. Aún más plantea una estética cerca de lo grotesco, refinada por la idea del ballet, y por la manera como el topo tendrá que adiestrar su cuerpo para el baile y para no dejarse superar por los compañeros. La actuación de Lautaro Delgado, en el papel principal, es destacada por su nivel de transformación. También las de Leonor Manso y Gabriel Goity ambos encargados del internado que se asemeja a un internado militar donde el “guardián” y “portero” está encarado por Pompeyo Audivert cuyo personaje oculta misterios para la resolución. En sí, el nivel actoral de Topos es de gran valor, y no sólo bastaría con los ya mencionados también puede incluirse al resto de los demás alumnos de ballet, pues logran la abstracción necesaria para esta historia marcada de imágenes surrealistas y muchos momentos de tensión. Sin duda, una película que hay que ver porque es sorpresiva y altamente recomendable.
Solvente debut en la ciencia ficción No es habitual que los directores argentinos incursionen en el género fantástico. Topos , película de Emiliano Romero premiada en un par de festivales internacionales (San Pablo, Nueva York), aparece como un film por destacar en el marco de una tradición hasta hoy modesta y ciertamente titubeante. La película de Emiliano Romero prueba que es posible animarse a adentrarse en ese terreno poco explorado sin necesidad de contar con un presupuesto exorbitante y, más interesante aún, le otorga a la actuación un rol preponderante sin descuidar el trabajo de puesta en escena. Es común que la puesta y los efectos especiales tengan en películas de este tipo un papel excluyente y que se condene a los actores a funcionar como meros instrumentos que giran en torno a esas ideas, que sean simplemente funcionales. No es el caso de esta historia barroca, grotesca y oscura, en la que un grupo de personajes marginales (los topos del título) vive de las sobras de la sociedad de la superficie, donde las cosas tampoco funcionan de un modo de todo armónico. El protagonista de la historia es un joven retraído que decide salir de esa vida subterránea e integrarse a la que espía desde hace años, marcada por las vicisitudes de una exótica escuela de danza regenteada por dos extravagantes personajes interpretados por el Puma Goity y Leonor Manso, que parecen escapados de una película de Jorge Polaco. Allí, ese joven, hijo del líder de la resistencia de esos marginales que sufren los sinsabores de cualquier proletariado, encuentra una compañera que se asocia en su módica aventura y va sufriendo una transformación simultánea, mental y corporal. Lautaro Delgado resuelve el desafío que supone este inusual papel con notable solvencia. Trabaja esa metamorfosis con el cuerpo y la gestualidad hasta volverla completamente creíble. Es en ese trabajo, apoyado por el de actores de reconocida solidez provenientes del ámbito del teatro -Pompeyo Audivert, como un inquietante preceptor, María Figueras, en el rol de una intensa ninfómana, Mauricio Dayub, en la piel del tenaz padre del protagonista, Osqui Guzmán, encarnando a un alumno aventajado que es desplazado por el recién llegado- donde Topos encuentra la base de apoyo para el desarrollo de una historia que más de una vez se deja tentar por la simple alegoría, pero también avanza con un ritmo narrativo firme, decidido y logra provocar angustia con su humor negro, cargado de sordidez.
Sin diferencias entre opresores y oprimidos No es sencillo encarar la narración de un futuro hipotético (o un falso pasado) intentando escurrir entre los pliegues del relato la metáfora social de un mundo de castas tan claro que hasta se reparten los espacios físicos que ocupan. Eso busca Topos, del novel Emiliano Romero, film en donde sin explicar muy bien por qué, la sociedad se divide en una superficie ocupada por la clase pudiente y una red subterránea donde se arrastra el lumpen que lucha contra los de arriba, que literalmente lo aplastan. Este juego fue usado con éxito y de modos distintos en la literatura; basta recordar a Morlocks y Eloi en La máquina del tiempo, de H. G. Wells, o la variante distópica de Un mundo feliz, la novela de Aldous Huxley. El espíritu de ambas sobrevuela la acción de Topos, pero también hay conexiones cinematográficas, como Delicatessen, de los franceses Caro y Jeunet, o la soviética Kin-dza-dza!, con las cuales comparte una estética feísta puesta al servicio de un mundo diseñado con material de descarte y el tono grotesco de las actuaciones. El Topo vive en ese mundo bajo tierra, pero está obsesionado con ser bailarín y se la pasa espiando los salones de un instituto de danza de la superficie. Cuando su padre, líder no se sabe bien si de la resistencia o de una célula terrorista, le encomienda una misión, él aprovecha para huir hacia arriba y tomar el lugar de un nuevo alumno muy esperado en la escuela. La academia es tutelada por la profesora Reznikoff y el director, quienes llevan adelante un régimen de terror que parece ser el emergente del mundo en que viven. Criado en los túneles, el físico del Topo no parece dotado para la danza, pero el portero del lugar, viejo bailarín frustrado, lo entrenará en secreto, aunque deberá competir con Enzo, el inescrupuloso alumno estrella. El crimen, la traición y el amor no faltarán a la cita. Luego de reconocer el notable trabajo de arte invertido en la creación de ese submundo en ruinas (que puede ser visto como non plus ultra de las villas de emergencia) y de destacar la precisa labor de cámara, sobre todo para moverse en sitios reducidos y potenciar el carácter claustrofóbico de la vida bajo tierra, el primer problema de Topos es que el grotesco obliga a trabajar en el límite de la sobreactuación. Sobre ese filo hay quienes mantienen el equilibrio y quienes no tanto. Mientras Lautaro Delgado, Dayub, Audivert y hasta Guzmán lucen cómodos en el exceso, Manso y Goity se pasan algunas vueltas, aunque parece notorio que se trata de una consigna de dirección. También llama la atención la forma en que se ha elegido retratar a esos dos mundos y sus representantes, una forma de mirar (de juzgar) que no deja de ser discutible. Es obvio que los topos son la parte sometida del sistema, pero las causas de su lucha no terminan de quedar claras, permitiendo confundir con terrorismo lo que tal vez sea subversión (o al revés). Un detalle no menor para un país con nuestra historia. De igual modo, los representantes de arriba son lisa y llanamente psicóticos. Una forma oblicua de indulgencia, que relega su accionar al mero delirio y elude la cuestión de que toda opresión por lo general es ejercida por seres humanos completamente normales y no por enfermos mentales inimputables. Eso es lo que los vuelve abominables. Y en un mundo donde todos están locos, no hay diferencia entre opresor y oprimido sino, simplemente, dos demonios.
Cine fantástico, la sociedad de los de abajo, que viven en túneles, siempre encorvados, comiendo sobras de la sociedad de arriba, y el sueño de alguien por ser estrella en ese mundo ansiado y espiado. Un elenco de grandes actores, una estética de la exageración, el esperpento, lograda, pero por momentos, de errática realización. Se estrena en un circuito alternativo.
Underground Bajo tierra, en la clandestinidad más absoluta se mueven los “topos”. Marginados completamente de una ciudad donde el ritmo de vida es similar al nuestro aunque con elementos que nos vuelcan a un mundo extraño. Los topos son seres subversivos que se mueven por túneles tan bajos que les impide estar de pie, viven de las sobras citadinas y cometen actos terroristas con herramientas básicas pero aptas para su objetivo. El Topo (Lautaro Delgado) es el hijo del líder de los topos, un ser sensible que entre tanto aislamiento y operaciones saboteadoras vuelca su distracción en una escuela de ballet que espía todo el tiempo desde abajo. Su obsesión es tal, que un día decide actuar. Gracias a la logística de su padre (Mauricio Dayub) se entera de la llegada de un nuevo alumno (Ludovico Di Santo), decide secuestrarlo y dejarlo en el submundo a cargo de su hermana para ocupar su lugar en la institución, abandonando ese rol de espectador y comenzando a bailar. Sobre el guión La historia pretende presentar dos mundos distintos: por un lado tenemos uno regido por el orden, la disciplina y el progreso. Por el otro la marginalidad, la anarquía y la subversión ante el primero. Si bien se vislumbran las diferencias entre ambos, como espectador se presiente una falta de delineamiento de estos, es decir que falta remarcar los opuestos para evitar que la unión entre ambos, que es El Topo, no pierda fuerza. Me quedó la sensación de no terminar de comprender esos universos. La estética del plano cerrado Cuando comencé a ver la película pensé de forma casi inmediata y por varios factores en “La Ciudad de los Niños Perdidos” (Jean Pierre Jeanet y Marc Caro). Además de la creación del director, Emiliano Romero, de mundos ajenos a nosotros, hay ciertas similitudes de colores -como la preponderancia del rojo en el submundo- y las actuaciones con marcados tonos del grotesco. Uno puede visualizar en “Topos” un lenguaje signado por los planos cerrados, quizás como herramienta en pos de remarcar el encierro y la marginalidad del submundo o, tal vez, en búsqueda de una estética. Lo destacable es que hay dinamismo dentro del cuadro, aunque carece de comunicación si no fuera por las notables actuaciones. A lo que apunto con comunicación es que esos planos son sumamente escuetos debido a que no hay nada que nos enlace a un conjunto más amplio, no hay una profundidad en la que sumergirse, no son una puerta a nada más que sentimientos del presente de cada personaje que vemos en pantalla. Conclusión En Topos, de Emiliano Romero, hay buenas actuaciones, del Puma Goity, Leonor Manso, Mauricio Dayub, Lautaro Delgado, Ludovico Di Santo, Pompeyo Audivert, Osqui Guzmán, María Figueras y Dalila Romero. Que si bien la película es una buena idea, se desperdicia ante un guión débil y una estética que depende del gusto de cada espectador, pero que a mí en lo personal no me sacia y me cuesta encontrarle algún atractivo.
Unas fantasías de raíz urbana No podemos considerar a "Topos" una película lograda, pero sí con inquietudes y algunos aciertos como la atmósfera y la marcación actoral. Leonor Manso hace una creación personal en su papel de la señora Resnicof, la profesora de danza. La película habla de un mundo bajo tierra, primitivo, elemental, donde los instintos afloran y un mundo superior de características grotescas se contrapone a la pobreza del anterior. Una profesora, un director y un preceptor de un Instituto de danza, con varios alumnos son los personajes del universo superior. En el mundo subterráneo hay un tal Kongo (Mauricio Dayub), algo así como un disidente, su hijo, su hija, una obsesa sexual y muchos seres que no pueden elevarse por los túneles que los presionan, o las fuerzas que les impiden ponerse en pie. El hijo del rebelde es sustituído por un aspirante al ingreso del Instituto de danza y mientras Topo (Lautaro Delgado), hijo del rebelde, queda en la academia, el aspirante Amadeo (Ludovico Di Santo) desciende a los subsuelos, donde la hija (María Figueras) de Kongo, lo elige como juguete sexual. La vida transcurre y una rebelión se avecina. LOS OPRIMIDOS "Topos" es un filme fantástico, en la línea de "La sonámbula" de Fernando Spiner y "Moebius" de Gustavo Mosquera, pero su mundo subterráneo remite a "Delicatessen", la película francesa de Jean-Pierre Jeunet y Carot. La narración no es clara, especialmente en el comienzo y se supone que es una suerte de metáfora que separa poderosos y oprimidos, con toques que aluden a la doble moral y una constante de sexo y travestidos. No podemos considerar a "Topos" una película lograda, pero sí con inquietudes y algunos aciertos como la atmósfera y la marcación actoral. Leonor Manso hace una creación personal en su papel de la señora Resnicof, la profesora de danza. Correctas son las actuaciones de Gabriel Goity (el director del instituto), Mauricio Dayub (Kongo) como el rebelde mayor y especialmente Lautaro Delgado (Topo), al que se vio previamente en el filme "Caño dorado".
Teatral y con trama poco comprensible El título de este film coincide con el de una obra teatral de Cynthia Smart estrenada en El Túnel en mayo último. Las coincidencias terminan ahí, pero cabe consignar que el film también tiene mucho de teatro. La forma de representación, el mundo irreal creado con unos pocos elementos, los seres que en él viven, su adhesión a un grotesco medianamente simbólico, son propios de cierto tipo de teatro. En escasas ocasiones la obra se manifiesta como cine. Señalables, en ese sentido, el comienzo que culmina con una expresión de temor filial, como anunciando tempestades inevitables, y un plano del final, donde la sangre empieza a correr sobre el escenario, al pie de los artistas. El argumento es mínimo. En cuevas y galerías subterráneas se mueven unas personas animalizadas, que odian a las de la superficie, y en un internado de danzas hay personas todavía más estrafalarias. Los alumnos son como zombies llenos de maldad, los directivos son alegres perversos que interpretan la realidad al suo piacere. El protagonista se mueve del subsuelo al internado como un homínido imbécil y peligroso, capaz de alcanzar atendible estatura de artista, pero no estatura humana. La verdad, acá nadie parece humano, y son todos repulsivos, salvo algunas figuras del fondo, que no alcanzamos a conocer, y una joven ninfómana full time, que bien merecería nuestra cordial atención. ¿Qué significa todo esto? Cabe arriesgar interpretaciones varias, relativas a la lucha de clases, la evolución del aspirante a artista, el distanciamiento de las reglas paternas, quién sabe. Los datos son escasos. Pero la capacidad del autor para haber convencido y arrastrado consigo a tantos artistas de mérito, es notable. Lo suyo, como estilo, tiene muy pocos antecedentes locales: el largo «Memorias de un loco», de Pablo César, el mediometraje «Los sabuesos de Sófocles», de Aldo Paparella, y el corto «Cantautor», de Emiliano Romero, que es, precisamente, el mismo que ahora nos presenta «Topos». Inteligentemente, la obra se ofrece en un par de salas y en varios centros y teatros porteños, donde puede tener buena recepción. También la tuvo, es cierto, en el New York City International Film Festival, donde ganó los premios a mejor film extranjero y mejor actor (Lautaro Delgado), y en el Fantaspoa 2012 de Porto Alegre, que la consagró mejor película iberoamericana. En esa ocasión el jurado declaró que «O filme aponta extraordinárias possibilidades para o cinema fantástico atual». Como mejor director ganó otro argentino, Nicanor Loreti, por su sanguinolento «Diablo», aún sin estrenar (también hubo premios al Mejor baño de sangre y Reina del grito, pero ésa es otra historia).
En un futuro postapocalíptico, el mundo está dividido entre quienes viven en la superficie y los que moran en el subsuelo. Estos últimos son seres marginados por la sociedad, que deben vivir en pasadizos, a oscuras. Igual que topos. Pero, lejos de quedarse quietos y ocultos, forman sus propias leyes y suelen cometer atentados en el mundo exterior.
Lo primero que se debería aclarar de este filme es que comienza de manera pretenciosa, sobre todo desde lo estético, para continuar entre confuso e incoherente desde lo narrativo, para terminar como una disquisición inocua, fútil, muy cercana a la estupidez. Una alegoría aparente desplegada en espacios no convencionales, como los son los subsuelos, en contraposición al mundo de la superficie en una ciudad pero de manera atemporal. Lo cual podría significar una oferta inusitada o renovadora en la producción del cine nativo. Forzados a una subsistencia sórdida, casi bestial, teniendo los personajes que desplazarse por túneles sinfín, tal cual la producción “Moebius” (1996), con un limite estipulado por al altura del techo emplazada a un metro del piso. Arriba funciona una academia de baile, dirigida por el personaje compuesto por Gabriel Goity, cuyo docente más acabado es Reznicoff, jugado por Leonor Manso. Es una escuela de elite, donde el mayor énfasis se pone en el perfeccionamiento de las técnicas de los alumnos/bailarines, entre los que se encuentra Enzo (Osqui Guzman). Toda la primera parte se pierde en la presentación de los espacios y de los personajes, pero sólo la mera presentación pues no hay construcción, ni motivación, ni historia. El relato en definición coloquial comienza cuando uno de los Topos (Lautaro Delgado), al mismo tiempo que uno de sus líderes, escucha que un nuevo alumno, al que sólo se lo conoce por referencia verbal, llegará a la clarificadora escuela de danza que se encuentra arriba de ellos. Él intentará secuestrar al nuevo alumno con la intención de suplantarlo, y esto es lo que plantea intencionalidad, motivación y elementos constructivos de la historia que pretende contarnos, y así podrá dilucidarlo el espectador si a esta altura no se retiro de la sala o no se ha quedado dormido. La segunda le dará la posibilidad el sujeto observante de recuperar el estado de vigilia y encontrarle al filme algunos atributos, sobre todo en cuanto a la dirección de arte, y específicamente a la fotografía. También hay un intento de instalar un discurso “progre”, realizado a partir de querer abarcar infinidad de historias, todas relacionadas a los derechos humanos El director Emiliano Romero apela a un supuesto desarrollo visual para sustentar su historia, con buen diseño de luz, posiciones y movimientos de cámara. Lo que parece inadmisible es lo que sucede con las actuaciones. El tono caricaturesco que se les impone a los actores los desdibuja por completo, sólo salva las papas del fuego Oski Guzman, los demás hacen lo que pueden, demostrando que son grandes actores, pero que la batuta en cine la tiene el realizador, más allá del empeño que pongan.
Y finalmente se estrenó "Topos", film argentino ganador del último NYC International Film Fest 2012 que es uno de los pocos exponentes de ciencia ficción que el cine local nos ha traído durante el año en curso. El responsable es Emiliano Romero, un director que se atreve a proponer una estética distinta, recargada, oscura , para contar una historia de lucha de clases, liderazgo y superación personal. Esto, en un contexto extraño, muy bien logrado por el equipo de arte, que dota al film de un aire que asemeja a clásicos como "Brazil" (Terry Gillam), aunque con mucha atención al maquillaje y la caracterización de cada personaje en particular. Digo esto, porque siento que hay un mérito en encarar un proyecto de este tipo. Proponer una historia dramática y ambientarla así, era un desafío. Y Romero, sale bien parado de la cuestión, más allá de algunos desniveles interpretativos que se desajustan a medida que la narración avanza. Pero vayamos a la historia. En "Topos", hay dos mundos. Los de arriba y los de abajo. Los que están en el subsuelo, bueno, son lo oprimidos, viven en cloacas de una ciudad apagada, (suponemos que algo sucedió, malo, y eso definió estos espacios), arrastrándose por túneles que no los dejan estar casi nunca de pie. Se alimentan de los desechos de la sociedad que está en la superficie y tienen una manera de vestirse, particular. Cierto día, el hijo de líder del grupo, siente curiosidad y se acerca a un lugar para ver un internado de danza. Eso le hace un click en la cabeza, porque siente que él quiere hacer esa actividad, en el mundo de arriba... Es así que, ayudado por su hermana, secuestra a un alumno nuevo y se hace pasar por él. Así es que él, pobrecito que viene de un submundo en el cual ni siquiera se para, tiene que empezar a enderezarse si quiere realmente aprender a bailar. Encima, en el lugar donde el resto de los alumnos conviven fuera de las clases, se sospecha que es un tipo raro... lo cual añade cierta tensión al relato. En esa vuelta, me impactó pensar en "El cisne negro", a lo largo de la proyección, quizás por esta cuestión del ballet, la manera particular de cierto maquillaje... Adiestrarse y adaptarse a una sociedad que se rige por otros valores, no es una tarea sencilla. Gran actuación, debemos reconocer, de Lautaro Delgado, quien parece un camaleón, realmente. Acompañan, en registros desparejos pero que suman, Leonor Manso, Gabriel Goity y Pompeyo Audivert. Si reconozco, que la resolución del conflicto central me dejó algún sinsabor y que a veces sentí alguna sobreactuación innecesaria en algún secundario pero... Romero hizo un film digno de ciencia ficción en nuestra tierra. Eso ya, a mi como espectadora, me basta y me sobra. Merece ser visto, sin dudas.
Publicada en la edición digital #243 de la revista.
¿Hasta dónde serías capaz de llegar con tal de hacer realidad tus sueños? Topos nos deja pensando sobre esa constante lucha entre lo correcto y lo incorrecto a la hora de conseguir nuestras metas, si es que factiblemente podemos aseverar qué es bueno y qué es malo. Representa el lado más crudo y real de los seres humanos: el afán por ser quien queremos ser y lograr nuestros propósitos en la vida. En un mundo subterráneo habitan estos seres marginados, los topos, obligados a sobrevivir con la carga a cuesta de una superficie completamente ciega a sus necesidades. Pero hay uno de ellos (caracterizado por Lautaro Delgado) que parece estar enamorado de algo que ocurre por encima de su cabeza: la danza. Por esto, luego de pasar sus ratos observando las piernas de bailarines de un instituto de danza de elite, “el topo” decide dejar todo atrás y adentrarse en lo que va a ser el comienzo de su lucha por triunfar en lo que realmente le gusta hacer. Pero para esto, debe actuar en perjuicio de algunos otros, incluso de Amadeo (Ludovico Di Santo), un nuevo alumno del instituto a quien planea secuestrar para ocupar su lugar. Con el intercambio, empieza la transformación de nuestro protagonista, tanto física como interna. Con un comienzo un poco lento, tal vez de primer momento se tenga la sensación de estar perdido en un mundo desconocido, atemporal, con valores extraños. Pero al poco tiempo, uno empieza a sentir que es parte de esa comunidad del submundo… hasta pareciera arrastrarse con ellos en los pequeños túneles y recovecos de tierra. Esto no sería posible sin la ayuda de la música original, el vestuario, la escenografía y, sobre todo, del gran compromiso de los actores al interpretar el papel que les toca. Bastante oscura, pasa por momentos por tétrica y hasta trágica. Pero también tiene sus toques de humor… un humor que roza lo grotesco. Poco convencional estéticamente hablando. En palabras del propio director y guionista, Emiliano Romero, Topos es una alegoría de la sociedad humana. Y teniendo en cuenta las diferencias entre dos clases de comunidades (la superficie y el submundo) que luchan por sobrevivir cada una a su manera y la insistencia por el logro de objetivos personales, se entiende tal aseveración. Con un elenco de primera, sobresale la actuación protagónica de Lautaro Delgado que, con su personaje, nos invita a vivir cada paso de su metamorfosis como si fuera propio (o no…). Como de costumbre, es superlativo el trabajo de Gabriel “el puma” Goity y de Leonor Manso interpretando al director del internado de ballet y a la institutriz del mismo, respectivamente. Coherentes y desvariados al mismo tiempo, viviendo su propia realidad entre los grandes muros de la escuela. Es que, una de las características más notoria de esta película, es justamente la persistencia de los personajes en hacer lo que cada uno quiere sin importar el cómo, el dónde ni el cuándo. No puedo dejar de mencionar las excelentes actuaciones de Mauricio Dayub (Kongo, padre del topo y líder de la resistencia) y Pompeyo Audivert (el preceptor). Por último, me gustaría agregar lo importante de la forma en que se eligió exhibir la película, bajo el lema “No sólo en cines”. Siguiendo una coherencia con la trama y la estética de la misma, la distribución debía obligatoriamente ser diferente, por eso podemos disfrutarla en centros culturales además de en cines convencionales. Sin más, una agradable experiencia, distinta, que nos abre el camino a la reflexión sobre un tema que muchas veces tratamos de evitar: el valor de los medios para justificar y lograr un fin.