El arte de tallar Dice el diccionario que un tótem es una monumental escultura tallada en el tronco de un árbol. Y es en dicha expresión artística que posa la mirada la documentalista Franca González para la realización de Tótem (2013). La consigna iniciática de González fue seguir el proceso creativo de la construcción de un tótem encargado por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires a Stan Hunt, un tallador de cedro rojo que aprendió ese arte gracias a su padre y a su abuelo en el norte de la isla de Vancouver. Pero una serie de hechos burocráticos e inoperantes funcionarios hacen que el gobierno porteño anule el pedido, haciendo que el documental tome otro rumbo. Tótem se divide en dos tramos. El primero centrado en la observación del proceso creativo de la escultura que trabaja Stan Hunt para emplazar en Buenos Aires. Y un segundo que nacerá producto del hecho inesperado como fue la cancelación del tótem. Una situación que podría haber hecho tambalear el documental pero que llevó a la cineasta a cambiar el rumbo y focalizar la historia en la vida y obra de Hunt. Sin duda el mayor valor de Tótem, más allá de su construcción formal, la precisa mirada observacional de la directora y la captura del inhóspito invierno canadiense que logra traspasar la pantalla, radica en la habilidad para poder salvar una historia que impredeciblemente se vio frustrada. Muchas veces uno se pregunta cuando ve documentales que pasaría si en la mitad del relato se muere el personaje o los hechos tomarán un camino imprevisto. Tótem es el mejor ejempo de como cambiar el rumbo en medio del viaje para evitar el naufragio y así llegar a buen puerto.
La historia detrás del film es cuanto menos curiosa. Consagrado como el primer monumento a los pueblos originarios de la Argentina, el tótem del título se instaló hace medio siglo en la Plaza Canadá porteña, donde estuvo hace 2008, cuando el Gobierno porteño decidió quitarlo debido a que, según alegó, su estado era peligroso para la seguridad de los transeúntes. La idea original era restaurarlo, pero finalmente se encargó otro similar a Stan Hunt, hijo del constructor de la pieza original y especialista en el tallado de troncos de cedros rojos igual que él. González y su equipo estaban en el pequeño pueblo canadiense del cual provienen los Hunt para retratar los pormenores de la construcción, hasta que la burocracia hizo de las suyas aplazando el proyecto. Ante esto, el documental cambió de rumbo para focalizarse en el particular carpintero, explorando sus aristas tanto personales (los origines de su familia, el peso del legado) como laborales (las motivaciones e inspiraciones). El principal mérito de Tótem está, al igual que en Al fin del mundo, en su capacidad para aprehender la inhospitalidad y el frío, convirtiéndolos en protagonistas laterales a partir de la utilización de herramientas puramente cinematográficas. El problema es, sin embargo, la sensación de que lo anterior es menos producto de una búsqueda que de la improvisación ante el quiebre contextual y la imposibilidad de poner sobre el tapete la connotación política del símbolo. Así, y más allá del magnetismo de Hunt y de un auténtico interés por una figura enigmática, el film de González termina convirtiéndose, rara paradoja, en algo bastante más tibio que lo que amenazaba con ser.
La plaza Canadá, en Retiro, tuvo un tótem donado por ese país de América del Norte-, desde la década del sesenta hasta 2008, cuando el gobierno de la ciudad de Buenos Aires decidió quitarlo en fragmentos porque afirmaba que no estaba en buen estado de conservación. Se decidió pedir a Canadá otro tótem, luego se frenó el pedido y luego se volvió a avanzar. La película de Franca González (Liniers, el trazo simple de las cosas, que también transcurría en parte en Canadá) no se ocupa de los vaivenes administrativos, sino que los anota escuetamente mientras se interna en la isla de Vancouver, al oeste de Canadá, para ver cómo se hacen los tótems, cómo es la relación del pueblo kwakiutl con ellos. González filma desde la tala de los impresionantes árboles hasta detalles del tallado y de las herramientas que se utilizan para trabajar la madera. El protagonista es el tallador Stan Hunt, que aprendió su arte por herencia familiar y que se dispone a tallar el monumento de remplazo para la plaza Canadá de Retiro. González a cargo de la investigación, el guión, la dirección y la fotografía propone un documental plácido, sólido, seguro de lo que quiere contar y de cómo hacerlo (a diferencia de la más errática aunque más variada película sobre Liniers). Sin embargo, en esa seguridad también reside su debilidad: por momentos a la película parece llevarle demasiado tiempo la necesidad de contemplar, de cumplir con el estilo sobrio que se impone. Si bien las imágenes son en general bellas, la película tiende al estancamiento al mostrar las actividades de Hunt y sus declaraciones, que son amables pero no carismáticas. Las imágenes de archivo tienen un montaje más convencional, pero a la vez inyectan algo de variedad y velocidad. Y lo mismo sucede con las fotos que sacan los Hunt para contar la última parte del proceso (González se había vuelto ante la incertidumbre acerca de las órdenes de Buenos Aires). Esas fotos aceleran la narración con económica gracia. Finalmente, el tótem llega a Buenos Aires y la directora filma su instalación en la plaza. Ahí su estilo distante, límpido, prolijo y detallista para observar se potencia por el componente narrativo de la situación. Esa secuencia final es la prueba de que el cine de esta realizadora pampeana se beneficiaría con mayor espesor narrativo para sacar verdadero provecho de su por otra parte inobjetable planteo de registro y observación.
Un elogio de la contemplación La mirada de la joven realizadora Franca González muestra un documental exigente, contemplativo y luminoso . En cualquier película, entre otras cuestiones, interesa el lugar que ocupa el director desde la cámara, es decir, su mirada en relación a aquello que muestra. Se trate de un documental, de una ficción, o de una simbiosis entre ambos términos, los dos films de Franca González respetan esa condición indispensable para que se aborde un tema determinado. En Al fin del mundo se describe una rutina pueblerina bien al sur argentino donde el paisaje cobra protagonismo desde las primeras imágenes. Ocurre que en Tolhuin, a puro invierno, nieve, viento y frío atroz, vive un hombre que desea alterar el contexto al preparar un carnaval que altere la parsimonia y las ganas por irse de los habitantes del lugar. González contempla con su cámara las mínimas acciones y palabras de un sitio que parece detenido en el tiempo, donde el audio procedente de la radio cobra mayor énfasis que las voces de los lugareños. Por su parte, Tótem trabaja sobre los mismos tempos narrativos, inclinando sus propósitos en la descripción de otro pueblo, ubicado en la isla de Vancouver, cerca de Alaska. Allí se destaca Stan Hunt, un tallador de cedros que trabaja de manera obstinada en la conformación de un figura de piedra que deberá viajar en barco para arribar a estas playas. La mirada de la cineasta, otra vez, profundiza el rigor de la puesta en escena, dejando que el relato fluya desde lo mínimo para llegar a lo trascendente, en este caso, fusionando la labor de Hunt a las referencias milenarias de su objeto en construcción. Como sucede en algunos de los mejores exponentes del documental de las últimas décadas (por ejemplo, El sol del membrillo de Víctor Erice y En construcción de José Luis Guerín), las dos películas de Franca González reúnen en un mismo punto la obsecuencia de un personaje por llegar al final de su objetivo con su triunfo personal, al fin y al cabo, una victoria democrática que a través de las imágenes se pone al alcance de todos. Cine exigente y contemplativo, pero también luminoso.
De la misma directora, la historia de un maravillosa totem que está en Buenos Aires, su deterioro, el nuevo hecho por Stan Hunt, tallado en cedro rojo. El artista cumple con la tradición del pueblo Kwakiutl, al norte de la isla de Vancouver. La creación, los problemas burocráticos y su misterioso lenguaje.
Doble programa de buenos documentales Doble programa de estreno: "Al fin del mundo" y "Totem", documentales de una hora y pico cada uno, y de la misma autora, Franca González. Cada uno luce preciosa fotografía, está hecho en una isla del extremo del continente (Tierra del Fuego, Vancouver), muestra a sus respectivos habitantes en labores cotidianas vinculadas con la madera, incorpora lenguas nativas (guaraní de Corrientes, kwakiutl de la Columbia Británica), y adhiere al "documental de observación", una escuela que deliberadamente priva de información al espectador. A veces, ver una obra de esas es como pararse en un lugar desconocido sin que le expliquen ni confirmen nada de lo que está viendo. Por suerte González matiza un poco dichas pautas. Así, dentro de su estilo, "Totem" es bastante informativo. Pero hay una historia previa. Para el Sesquicentenario de la Revolución de Mayo, 1960, Canadá nos regaló un auténtico totem de 22 metros de cedro rojo, tallado por indígenas. Burócratas locales tardaron en disponer del lugar adecuado, y el regalo pudo instalarse recién en 1964. Durante años lo vimos en la Plaza Canadá, de Retiro. Acá lo vemos lozano en fotos de 1978 y años posteriores. Lo sacaron en 2011 por falta de mantenimiento. El gobierno porteño pidió un reemplazo, y el encargado de hacerlo fue el hijo del primer tallador. "El trabajo más importante de mi vida", dice con voz grave, calma y orgullosa en su taller muy bien instalado. Interesante, ver algunos detalles de la tarea, las amplias casas de los isleños, la preparación del salmón dorado en "cruz" de madera, viejos fragmentos documentales, la conservación de la lengua y las creencias pese a una larga etapa de prohibiciones, la coexistencia de totems, lápidas y cruces en una leve colina, el esfuerzo de empleados locales para colocar esa mole de 4 toneladas en el lugar que corresponde y que pocos miran. "Al fin del mundo" propone algo distinto. Acá vemos cómo se banca el invierno la gente de Tolhuin, con viento fuerte de veras, nieve por donde quiera se mire y se hunda bajo las botas, pocas horas de luz, gente que saca bloques de hielo cortando con motosierra la capa congelada del agua, y que para otras tareas se las arregla en instalaciones precarias, obreros madereros trabajando a la intemperie sin quejarse ni perder la buena predisposición, niños que se deslizan en gomón, en vez de trineo, mujeres que manejan camiones o van al colegio nocturno, y hasta un entusiasta que propone hacer carnavales de invierno, sin amedrentarse por el frío reinante ni la baja convocatoria. Por lo menos van cuatro locos, varios niños con sus madres y perros, y hasta dos o tres lanzallamas. El paisaje es amplio, imponente (se lo aprecia muy bien en una sala calefaccionada), y el final es decididamente agradable, a puro e inesperado chamamé. Los Lengueros, se llama el dúo de intérpretes, en referencia a los árboles de lenga predominante en la zona. Son inmigrantes "venidos y quedados", como se dice. Sus hijos serán "nacidos y criados", otra categoría de poblador, para la cual hay que tener la piel curtida desde chicos. El trabajo anterior de Franca González era "Liniers, el trazo simple de las cosas", retrato del dibujante durante su estadía en un invierno canadiense. A esta mujer no le tiembla el pulso.
Una cultura que sobrevive con dignidad Durante más de cuarenta años –desde 1964 y hasta el año 2008–, el caminante que circulaba cerca de la Plaza Canadá, en pleno Retiro, podía apreciar un altísimo tótem de origen canadiense, cortesía de uno de los más grandes talladores de la tribu Kwakiutl, habitantes originarios de las islas de Vancouver. Nunca restaurado, abandonado al punto del deterioro, el monumento fue tallado y posteriormente arrumbado en las dependencias de la Dirección de Monumentos y Obras de Arte de la Ciudad de Buenos Aires. Dos años atrás, luego de múltiples idas y vueltas burocráticas, el Gobierno de la Ciudad decidió encargar un nuevo tótem a Stan Hunt, uno de los hijos del artista de la obra original que, al día de hoy, sigue representando una tradición milenaria, la del tallado de árboles de cedro rojo. Si en Al fin del mundo –film que se ofrece junto a éste en un doble programa documental (ver aparte)– la directora Franca González viajó al extremo sur de la Argentina, a Tierra del Fuego, en Tótem gran parte del rodaje fue realizado en la orilla occidental del más norteño de los países americanos. La intención original de Tótem era, previsiblemente, registrar el proceso de creación de la nueva efigie, desde la elección del árbol que serviría de materia prima hasta los últimos detalles del labrado y la pintura. La realidad lo impidió en forma de contraorden: en pleno rodaje, Hunt y González recibieron la noticia de que el pedido quedaba congelado hasta nuevo aviso. En lugar de abortar el proyecto, la documentalista y su equipo decidieron concentrarse en la figura del tallador, su trabajo, cultura y ambiente, ajenos a los avatares de los presupuestos para el área de cultura porteña, a más de 10.000 kilómetros de distancia de allí. El resultado es un film que adquiere su forma final a partir de una imposibilidad, surcando el territorio del documental de observación a partir de pequeñas viñetas cotidianas. El film de González es documento y homenaje a un oficio, un arte y una tradición (allí están las imágenes en blanco y negro de un documental oficial de los años ’60, cuya engolada voz en off hace las veces de contrapunto a los silencios y pausas de Tótem) y, a la vez, retrato de una cultura que sobrevive con dignidad gracias al deseo íntimo de sus descendientes y a las favorables condiciones económicas y ecológicas de la región. Es también una suerte de ensayo para su siguiente proyecto, Al fin del mundo, cuyo planteo como registro documental resulta mucho más ambicioso y logrado. El final de Tótem, luego de que el encargo original retomara su impulso inicial, encuentra al flamante monumento de madera instalado en su nuevo hábitat. Bajo una persistente garúa, las imágenes talladas –rostros de misteriosos ojos, alas desplegadas al viento, manos que sostienen otras imágenes– no se inmutan ante esos nuevos y extraños sonidos: el español más porteño que pueda imaginarse.
A simple vista podemos reconocer el estilo contemplativo de la directora Franca González. Pero lo interesante es que logra que su contemplación no genere una narración pesada. Recorremos Tótem plácidamente de punta a punta; incluso con sorpresas propias de una ficción, al menos para los que no conocíamos la historia. Y seguramente seamos muchos, porque si hay algo que pasa desapercibido en la ciudad es la Plaza Canadá. Y justamente allí se erigía el tótem realizado 50 años atrás por Henry Hunt, miembro de la tribu Kwakiutl del norte de Vancouver. Elaborado en una pieza única de 4 toneladas y 21 metros de altura, fue ofrendado a la ciudad en 1964 por el país que da nombre a la plaza. Permaneció allí por más de cuatro décadas hasta que, en un acto insólito de torpeza profesional, fue arrancado y descuartizado por el gobierno porteño. Claro que la culpa no fue sólo de la administración de aquel momento (que es también la actual), el tótem nunca recibió mantenimiento durante el lapso que estuvo emplazado. Unos años más tarde, el GCBA trató de enmendar el pecado y le solicitó a uno de los hijos del realizador del original que creara un nuevo tótem. Esta suerte de pedido de disculpas internacional fue muy bien recibido por Stan Hunt, quien incluso aclara en el documental que ese sería el trabajo más trascendental de su vida. Y Franca nos muestra el proceso de creación de tan mística obra llevándonos de paseo por una Vancouver verde y relajada, con pájaros cantando y salmones de primera, mientras la voz de Stan nos guía cálidamente en este viaje documental y espiritual. Franca logra acomodar las piezas de tal manera que logra una película que en ningún momento cae en didactismos infantiles ni berretas bajadas de línea. Las conclusiones y las posturas las asume el espectador. Los planos del documental conllevan un fuerte vínculo con las artes plásticas, uno de los temas centrales de la película; porque esos postes tallados no son otra cosa que representaciones plásticas de la mitología tribal. Y así, gracias a Tótem, nos enteramos de que bien cerca tenemos una genial obra de arte que visitamos poco, hija de otra que la desidia le otorgó el peor final. Esperemos que la presencia del nuevo tótem y su buena energía nos hagan querer un poquito más los tesoros de nuestro descuidado espacio público.
En el género documental, más allá de la forma de su realización, hay algo que destaca a los autores del resto de los mortales en forma concreta: el poder de observación y el deseo de investigar para satisfacer la curiosidad. Por eso el género necesita de realizadores como Franca González. Deben ser miles las veces que hemos pasado por Retiro sin reparar en ese tótem que se erigía en la Plaza Canadá. Y debemos ser muchos menos los que nos hemos preguntado por qué estaba allí. “Tótem” hace un recorrido de su historia en particular. El espectador encontrará sorpresas como que fue donado por Canadá a nuestro país, o que se trata de un verdadero objeto de la cultura indígena del norte del continente. La película en este sentido hace el recorrido inverso en el tiempo para ir del penoso estado en que se encuentra hoy, arrumbado en un baldío, al momento de ser tallado. Si el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires tiene o no desidia para con éste regalo es un tema presente durante un rato. Pero la responsable de “Tótem”, un estreno interesante, no se contenta con eso, y le otorga un costado histórico e inequívocamente místico al tratar de encontrar el significado de éste tipo de manifestación de cultura ancestral mediante el seguimiento de personajes que todavía hoy mantienen la tradición y la técnica del tallado en madera. Así llega a Canadá. Conocemos entonces a Stan Hunt, hombre de palabras concretas que ha heredado el arte de hacer estas estatuas talladas directamente desde la madera de los árboles. Se siente cierto bajón rítmico en la narración, probablemente por una incipiente sensación de agotamiento de algún que otro fragmento de la obra, pero la intercalación de archivo invita a focalizarse nuevamente. Como un ping pong donde el disparador inicial tiene su rebote final al volver del viaje, “Tótem” no se propone otra cosa que obedecer al instinto indagatorio, así el documental no sólo pasea al espectador por lugares poco comunes, sino que también lo invita, a través de lo tácito, a sentir otra muestra del poder de observación en pos del aprendizaje.
Huellas e identidades “Si escuchás a cuatro o cinco hombres trabajando en un tótem, golpeando al mismo tiempo, verás de dónde salió la música en los viejos tiempos”, afirma Stan Hunt, un tallador de cedro rojo, quien aprendió su oficio de su padre y de su abuelo, y pertenece al pueblo Kwakiutl, ubicado en el norte de Vancouver, cerca del golfo de Alaska. Stan tiene frente a sí un trabajo muy especial: el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires decidió reemplazar en el 2008 el tótem que Canadá le había regalado a la ciudad y que estaba ubicado en la plaza de la zona de Retiro que homenajea a ese país, ya que estaba mostrando una leve inclinación, lo cual suponía un riesgo para los transeúntes. Ese tótem había sido realizado por el padre de Stan, a quien ahora le encomiendan desde Buenos Aires realizar uno nuevo, que reemplazará al de su progenitor y que según él va a ser su obra más importante en sus treinta y cinco años de labor. En Tótem, Franca González, al igual que en Liniers, el trazo simple de las cosas, vuelve a demostrar una gran sensibilidad para el registro de las labores cotidianas, que parece nacer de la sencillez para poner la cámara en el lugar adecuado y tomarse el tiempo justo para que surja la complejidad inherente que atraviesa los distintos procedimientos. Es entonces que el mismo Stan va explicando las características de los tótems y cómo fueron cambiando su propósito, pasando de ser monumentos que afirmaban quiénes eran las personas a contar quiénes fueron, mutando de documentos de identidad del presente a huellas del pasado. Y esto se combina con la observación para lograr un film que a su modo es narrativo, que relata y expone conexiones entre culturas dominantes y contemporáneas, que parecen mirar siempre hacia adelante, y culturas marginales, que pelean por sobrevivir a su modo, a través de representaciones que coquetean con lo ficcional, pero a la vez se sostienen en la realidad. González también se permite ceder el protagonismo de su cámara, dejar que en determinado momento sean Stan y su gente los que hablen sobre sí mismos y sus trabajos, sobre el peso de los legados familiares y lo que ellos quieren legar. Esa decisión nace de las circunstancias burocráticas que obligan a cambiar el punto de vista y el propósito del documental, pero no deja de ser un gesto de generosidad y desprendimiento altamente atendible. Indudablemente, González supo no sólo descubrir durante el proceso de producción que habían otras cosas sobre las que focalizar la atención, sino que también era otra mirada la que se necesitaba aparte de la suya. Y ese es un gran mérito. Se podrá criticarle a Tótem que en determinados momentos la música no ayuda y termina siendo demasiado didáctica. O que su anécdota inicial daba para seguir profundizando, tanto temática como estéticamente, en vez de detenerse donde lo hace. Pero lo cierto es que como documento cultural posee una potencia para nada despreciable, sostenida no sólo en su discurso oral, sino también en sus imágenes, plenamente cinematográficas.