Transformers: el despertar de las bestias es la séptima película en la saga de Transformers y llegará a los cines argentinos el 8 de junio con dos nuevas facciones. Dirigida por Steven Caple Jr. y producida por Lorenzo di Bonaventura, Michael Bay y Steven Spielberg. El elenco está compuesto por Anthony Ramos, Dominique Fishback, Lauren Luna Velez, Dean Scott, Tobe Nwigwe, Peter Cullen, Dylan O’Brien, Pete Davidson, Liza Koshy, Cristo Fernández, John DiMaggio, Ron Perlman, Michelle Yeoh, David Sobolov, Tongayi Chirisa, Peter Dinklage, Colman Domingo y Michaela Jaé Rodriguez. En 1994, un ex soldado y una arqueóloga se ven envueltos en un antiguo conflicto a través de una aventura que los llevará a Perú y se relaciona con tres facciones de Transformers: los Maximales, los Predacons y los Terrorcons mientras ayudan a Optimus Prime y los Autobots en una guerra para proteger la Tierra ante la llegada de Unicron. A rodar La saga de Transformers sigue sumando más películas en su haber y El despertar de las bestias es la séptima entrega, siendo una continuación de Bumblebee (2018). En esta secuela se introducen a los Maximales, de la serie de 1996 que pasaban por Fox Kids, a pesar de que no se ven a los Predacons como tal, ya que los villanos principales son los Terrorcons, ver tra vez la evolución de los Transformers en animales da mucho gusto y trae muchos recuerdos. La película es muy dinámica, pero solo con los Transformers, algo muy diferente a lo que pasó en Bumblebee, donde el protagonismo de los humanos era clave y sumaban en la trama. En este caso se vuelve a repetir la fórmula en la cual le quitan mucho ritmo al desarrollo del filme, a pesar de que al final se combinan bastante bien para combatir a los Terrorcons y a los Predacons, los humanos siguen siendo un clavo en la trama de los Transformers. Un poco de nostalgia La trama que rodea a los Maximales, Autobots, Terrorcons y Predacons revive mucho los recuerdos de las series animadas y también sus cómics. Transformers: el despertar de las bestias trae nostalgia y fuera de que es una buena película, pudo haber estado mejor. Ya no hay cámaras lentas como en las anteriores películas, las cuales abundaban, esta vez los efectos mejoraron mucho y se ven impresionantes. Pero darles tanto protagonismo a los humanos divide bastante la película en dos. Porque cuando unen fuerzas con los Transformers siempre lo hacen una forma muy ridícula que queda de forma muy loca. La humanidad siempre está en jaque debido a que los habitantes de Cybertron luchan por recuperar su hogar y luego defender el actual, la Tierra. Es obvio que tiene que haber humanos, pero no habría que darles tanto protagonismo si es que no van a ayudar realmente a los Autobots. Porque para que sirvan como alivio cómico no tiene ningún sentido y resulta ser que siempre son más inteligentes que los mismos Transformers, algo un poco ridículo. En resumen Esta nueva entrega es buena, pero pudo haber estado mejor, se valora que vuelvan a poner en detalle las transformaciones de todos los Transformers en pantalla, los efectos visuales son increíbles y el diseño clásico de los Maximales y de Optimus Prime son joyas, todo acompañado con muchos detalles que pueden pasar por alto si no se agudiza la vista. Su banda sonora no es tan buena como Transformers (2007), las escenas de acción tenían bastante música, algo que no queda muy bien y la trama es bastante simplona, pero como para ser una segunda película, tomando como base a Bumblebee, es una secuela modesta. Lisa y llanamente, es un filme que se puede disfrutar en el cine, con grandes efectos especiales, para revivir la nostalgia y quizás ver la última interpretación del mítico Peter Cullen como el icónico Optimus Prime. En el final hay crossover muy sorprendente y no, no tiene nada que ver son Rápido y Furioso, sino con otra línea de juguetes de Hasbro.
No pocos cuestionaron a la era de Michael Bay al frente de la franquicia de Transformers por su estética grasa, su falta de sutileza, sus excesos testosterónicos y su humor de vuelo rasante, pero luego de ver la básica, elemental y anodina El despertar de las bestias ocurre lo impensado: ¡extrañanos a Michael Bay! La incursión en la saga de Steven Caple Jr. (el mismo de Creed II: Defendiendo el legado) parece hecha a reglamento, con piloto automático, y el resultado es un film rutinario y a pura fórmula, sin sorpresas ni destellos de ningún tipo. El protagonista de El despertar de las bestias es Noah Diaz (Anthony Ramos, visto en Hamilton y En el barrio), un joven latino del Brooklyn de 1994 que vive con su madre y con Kris (Dean Scott Vazquez), su hermano de apenas 11 años que sufre una anemia de células falciformes. Mientras intenta sin suerte conseguir un trabajo como guardia de seguridad (supo combatir en el ejército), sufre porque la deuda hospitalaria de la familia por los tratamientos para Kris no deja de dispararse hasta tornarse impagable. El otro personaje (humano) principal es el de Elena Wallace (Dominique Fishback), sufrida investigadora de un museo en el que su jefa suele apropiarse del resultado y los beneficios de sus hallazgos. Y serán estos dos antihéroes quienes unirán fuerza con los Autobots liderados por el mítico Optimus Prime y una nueva “raza” de Transformers llamados Maximals (tienen figuras de animales como el gorila Optimus Primal con la voz de Ron Perlman o la halcón Airazor con la voz de Michelle Yeoh) para combatir a los despiadados Terrorcons, herederos de los Decepticons, que tienen a Scourge (la voz de Peter Dinklage) como guerrero principal al servicio del villano Unicron (Colman Domingo). Ya sea en las calles de Bushwick o en las ruinas Cusco (en verdad la segunda mitad no se rodó en Perú sino en... ¡Islandia!), la acción resulta obvia, rudimentaria y mecánica: transformaciones de autos y camiones en robots, todo tipo de persecuciones, luchas cuerpo a cuerpo y frases altisonantes respecto de que los Transformers unidos jamás serán vencidos... Lo mejor de El despertar de las bestias no pasa precisamente por sus imágenes sino por una banda de sonido que incluye obras maestras del hip hop a cargo de Wu-Tang Clan, A Tribe Called Quest, The Notorious B.I.G., Nas y LL Cool J, entre otros. El soundtrack luce así mucho más tentador que la película. El final, de todas formas, da una pista de lo que vendrá: un crossover entre Transformers y G.I. Joe. Que sigan ¿los éxitos?
Lo único que podría llamar la atención del estreno en cines de El despertar de las bestias es la actualización del instructivo que orienta a los fanáticos de las películas de los Transformers para verlas en orden cronológico. Quienes no sienten más que una simple curiosidad por esta sostenida muestra del poderío de Hollywood, en este caso adaptando al espectáculo audiovisual de gran presupuesto y tecnología de vanguardia un mundo metálico nacido con forma de juguete, no se perderán demasiado. La séptima película de la serie es un regreso al origen en el peor sentido del término. El noble y nostálgico espíritu ochentoso que recorría la trama de Bumblebee (2018), la única película rescatable de la historia fílmica de los Transformers, quedó muy lejos. Los responsables de esta serie decidieron volver a la fórmula de las películas anteriores, llena de ruido extenuante, batallas incomprensibles entre artefactos digitales gigantescos y frases ampulosas, instaladas para cubrir baches gigantes en el desarrollo de la historia. El trabajo de cinco guionistas tampoco consigue que los escasos personajes humanos escapen del clisé y el lugar común. Se nota mucho este déficit en el Noah Diaz de Anthony Ramos, un muchacho latino al que le cuesta encontrar trabajo (fue dado de baja en el Ejército) y conseguir dinero para los elevados gastos médicos que exige la enfermedad de su hermano menor, por lo que es forzado a ganarse el pan con delitos de poca monta. Su partenaire, Elena, es una experta museóloga ignorada por sus superiores, que aplican sobre ella toda clase de bullying. Para sumar sentimentalismo al cuadro, la acción transcurre en la degradada Brooklyn de los años 90, llena de marginalidad, sordidez y falta de futuro en sus calles. En la mucho más sencilla y sincera Bumblebee también había jóvenes talentosos rechazados por la sociedad, pero el protagonismo del relato era de ellos y no de la maquinaria metálica que funciona aquí por acumulación, sin una sola conexión creíble entre este universo fantástico y el humano. La única lógica que se aplicó es una que en el fondo copia el conflicto básico planteado por Marvel para las batallas definitivas de los Avengers: un ente poderoso y galáctico busca un elemento que le permitirá dominar el universo con ánimo destructivo, y para conseguirlo debe enfrentarse a las fuerzas del Bien. Entre Thanos y el malvado Unicron de este relato solo hay diferencias de nombres. La aventura, inconducente y plana, busca de prepo imponer la emoción desde la ampulosa banda sonora o previsibles golpes de efecto ya vistos una y mil veces en tanques de Hollywood mucho menos costosos. No hay más atractivo que contemplar cómo los colosales enfrentamientos entre bichos metálicos difíciles de distinguir se instalan digitalmente en bellos e imponentes escenarios naturales que van de Perú a Islandia. La presencia de Steven Spielberg como productor ejecutivo, que tenía más de un sentido en Bumblebee, aquí aparece tan fuera de lugar como casi todos los giros de la trama. Habrá que disculparlo.
"Transformers: el despertar de las bestias": chatarra Los enfrentamientos de largo aliento temporal no son potestad exclusiva de los seres humanos, como demuestra el que hace unos siete mil años vienen sosteniendo, aunque con largos periodos de pausa en el medio, los Terracons con los Autobots y los Maximals, tres de las tantas especies que provienen de otro planeta y son capaces de adquirir fisonomías similares a las de múltiples vehículos o animales terrestres. Claro que si lo humanos pelean por ampliar o defender sus territorios, por hacerse de recursos naturales ajenos o porque el dios de un bando asegura que lo que pregona el dios del enemigo está mal; aquí la guerra se desata por algo un tanto más trascendental. Lógico: nada puede ser de escala pequeña en Transformers: el despertar de las bestias, nueva entrega de la saga creada en 2007 por Michael Bay y basada en la popular línea de juguetes, que a lo largo de estos quince años ha mantenido su status quo chatarrero y grasoso proponiendo una sinfonía de ruidos de chapas chocando. Chapas que, a diferencia del radicalismo, se doblan y se rompen. El motivo del conflicto es uno de esos elementos mágicos que suelen manotear los guionistas de Hollywood –sobre todo si se trata de una superproducción como ésta– cuando necesitan una excusa para plantear una serie de enfrentamientos con altísimo poder destructivo. En este caso, una piedra con la capacidad de abrir un portal de espacio-tiempo, como dice alguien por ahí. Piedra que, luego de una batalla entre los dos bandos unos siete mil años atrás, permanece escondida vaya uno a saber dónde. Hasta que una joven empleada del museo (Dominique Fishback), en 1994, encuentra una porción camuflada en la estatua de un ave que lleva una inscripción que ni siquiera ella, experta en jeroglíficos, puede leer ni interpretar. Pero cuando se encuentre con Noah (Anthony Ramos), que no tuvo mejor idea que robar un Porsche que terminó poniéndose en dos patas y hablándole, las cosas empezarán a cobrar sentido. O al menos todo el sentido que puede tener una lógica con reglas permeables a modificarse ante cualquier necesidad narrativa. a { color: #000000 }body { margin: 0; background: transparent; }#google_image_div {height: 250px;width: 300px;overflow:hidden;position:relative}html, body {width:100%;height:100%;}body {display:table;text-align:center;}#google_center_div {display:table-cell;vertical-align:middle;}#google_image_div {display:inline-block;}.abgc {position:absolute;z-index:2147483646;right:0;top:0;}.abgc amp-img, .abgc img {display:block;}.abgs {display:none;position:absolute;-webkit-transform:translateX(117px);transform:translateX(117px);right:17px;top:1px;}.abgcp {position:absolute;right:0;top:0;width:32px;height:15px;padding-left:10px;padding-bottom:10px;}.abgb {position:relative;margin-right:17px;top:1px;}.abgc:hover .abgs {-webkit-transform:none;transform:none;}.cbb{display:block;position:absolute;right:1px;top:1px;cursor:pointer;height:15px;width:15px;z-index:9020;padding-left:16px;}@media (max-width:375px) and (min-height:100px){.btn{display:block;width:90%;max-width:240px;margin-left:auto;margin-right:auto}}#spv1 amp-fit-text>div{-webkit-justify-content:flex-start;justify-content:flex-start}#sbtn:hover,#sbtn:active{background-color:#f5f5f5}#rbtn:hover,#rbtn:active{background-color:#3275e5}#mta{left:0;}#mta input[type="radio"]{display:none}#mta .pn{right:-300px;top:-250px;width:300px;height:250px;}.sv #spv2{-webkit-flex-direction:column;flex-direction:column}.jm.sv #spv2{-webkit-justify-content:center;justify-content:center;-webkit-align-items:center;align-items:center}#spv2 *{-moz-box-sizing:border-box;-webkit-box-sizing:border-box;box-sizing:border-box}#spr1:checked ~ #cbb,#spr2:checked ~ #cbb,#spr3:checked ~ #cbb{display:none}.amp-animate #spv4{opacity:0;transition:opacity .5s linear 2.5s}.amp-animate #spv3 amp-fit-text{opacity:1;transition:opacity .5s linear 2s}#spr3:checked ~ #spv3 amp-fit-text{opacity:0}#spr3:checked ~ #spv4{opacity:1}#spr1:checked ~ #spv1,#spr2:checked ~ #spv2,#spr3:checked ~ #spv3,#spr3:checked ~ #spv4{right:0px;top:0px}[dir="rtl"] .close{transform:scaleX(-1)}.ct svg{border:0;margin:0 0 -.45em 0;display:inline-block;height:1.38em;opacity:.4}#ti{width:300px}#btns{width:300px}.fl{width:300px;height:250px;}.sb{height:50px}.so{width:96px;height:50px;}.so:hover,.so:active{background-color:#f5f5f5}@media (min-height:54px){.sh.ss .so,.sv .so{box-shadow:0px 0px 2px rgba(0,0,0,.12), 0px 1px 3px rgba(0,0,0,.26);border:none}}.sv .so,.sh.ss .so{border-radius:2px}.sv .so{margin:4px}.amp-bcp {display: inline-block;position: absolute;z-index: 9;}.amp-bcp-top {top: 0;left: 0;width: 300px;height: 10px;}.amp-bcp-right {top: 0;left: 290px;width: 10px;height: 1000px;}.amp-bcp-bottom {top: 240px;left: 0;width: 300px;height: 10px;}.amp-bcp-left {top: 0;left: 0;width: 10px;height: 1000px;}.amp-fcp {display: inline-block;position: absolute;z-index: 9;top: 0;left: 0;width: 300px;height: 1000px;-webkit-transform: translateY(1000px);transform: translateY(1000px);}.amp-fcp {-webkit-animation: 1000ms step-end amp-fcp-anim;animation: 1000ms step-end amp-fcp-anim;}@-webkit-keyframes amp-fcp-anim {0% {-webkit-transform: translateY(0);transform: translateY(0);}100% {-webkit-transform: translateY(1000px);transform: translateY(1000px);}}@keyframes amp-fcp-anim {0% {-webkit-transform: translateY(0);transform: translateY(0);}100% {-webkit-transform: translateY(1000px);transform: translateY(1000px);}}body{visibility:hidden} " id="google_ads_iframe_3" style="position: absolute; border: 0px !important; margin: auto; padding: 0px !important; display: block; height: 250px; max-height: 100%; max-width: 100%; min-height: 0px; min-width: 0px; width: 300px; inset: 0px;"> Con gran parte de su “elenco” integrado por criaturas que existen solo en la memoria de una computadora, la película traslada a los robots y al par de humanos, involuntarios aliados de Optimus Prime y compañía, hasta Perú, donde supuestamente quedó enterrada la otra mitad de la piedra. Si esa mitad cae en manos de los malos, adiós mundo. Comienza entonces el acto central de un film que, más allá de ese lapsus de sagacidad arqueológica propia de Indiana Jones, encadena escenas de acción con los gigantes de acero como grandes protagonistas. Entre medio, las inevitables frases grandilocuentes de Optimus Prime, al que Ron Perlman le imprime una voz similar a la de Liam Neeson locutando un documental sobre la magnificencia del universo. Algunos ¿vehículos?, en cambio, hablan con un slang propio de la comunidad afroamericana, quizás lo único parecido a una huella personal que logró colar el director Steven Caple Jr.
Llega a nuestros cines Transformers: el despertar de las bestias, película que busca tomar el relevo de la sorpresiva Bumblebee, y abriendo nuevos arcos tanto para los fans de la saga de toda la vida, como para aquellos que se acercaron solo gracias a la cinta protagonizada por el pequeño auto amarillo. La historia se sitúa siete años después de los eventos de Bumblebee, con los seres humanos descubriendo un artefacto que, de caer en manos de los terracons, permitiría a Unicron abrir un portal con el cual poder devorar a toda la galaxia. Ahora tanto autobots como maximales deberán unir fuerzas para hacerle frente a tan letales enemigos. Antes de seguir voy a serles sincero, salvo la primera entrega de Transformers de Michael Bay, y Bumblebee (que me gustó), el resto de las películas de la franquicia no las vi, porque Transformers en sí nunca me llamó la atención. De hecho, no tengo recuerdos de haber pasado mucho tiempo de chico viendo el dibujo animado, o jugando con los autos de Hasbro. Con eso en mente, vale decir que la película no se me hizo aburrida, pese a no generarme demasiado interés. Esto se da gracias a las escenas de acción que tiene, con unos sólidos efectos especiales, pero, sobre todo, porque se entiende que está pasando, pese a que en teoría estamos viendo a dos amasijos de hierro golpeándose como si no hubiera un mañana. A esto hay que sumarle que varios diálogos si son lo suficientemente ingeniosos como para sacarles una risa al público adulto; aparte de otros lo suficientemente simples para contentar a los chicos que solo van buscando escenas de acción y ya. Pero al mismo tiempo, tenemos que aclarar que los personajes humanos vuelven a ser insoportables. Atrás quedó Hailee Steinfeld cargándose toda la película a sus espaldas. Y si bien este paso atrás no es por total culpa de los actores, si es obvio que están escritos con las patas; funcionando como alivios cómicos por momentos, o peor aún, como deus ex machinas por otros. Transformers: el despertar de las bestias es entonces una película decente. Estoy seguro que si son seguidores acérrimos de la saga, la van a disfrutar más que yo; pero como yo no lo soy, ahí tienen mi puntaje.
Esta es la séptima de la franquicia y la primera después de cinco años de pausa desde la secuela de Bumblebee del 2018 y significa un regreso contundente y divertido. La aparición de los Maximals le aporta una gran novedad, estos transformes que hicieron su debut en una serie de 1996, tienen aquí un aspecto y una sorpresa que será festejados por todos. Un gorila, un halcón, un rinoceronte y un chita imponentes y queribles vienen a ponerle toda la atracción a los conocidos robots autos. Todos unidos trataran de vencer una amenaza terrible de parte de Unicron, grande como un planeta y voraz con cada uno de ellos que tiene su ejército de terracons. La historia tiene cinco guionistas que en realidad armaron un hilo argumental como excusa para tanta acción robótica y esperable, con un poquito de humor, y otra de lealtad, sacrificio y venganza. El otro ingrediente importante es la aparición de una pareja de humanos, un ex soldado con muchas necesidades económicas que no consigue trabajo y casi se convierte en ladrón y una arqueóloga apasionada y no reconocida que descubre un elemento fundamental para buenos y malos que se esconde en una suerte de halcón maltes. La química de Domenique Fishback y Anthony Ramos es buena, y es especial la transformación del muchachito a medida que avanza la historia. Todo servido para una diversión pochoclera, infalible, que transforma también a los adultos en niños deseosos de jugar con esos robots tan metálicos y poderosos como queribles.
En esta nueva, vieja, entrega de la saga de Transformer, las acciones transcurren en 1994, por lo que, al final, la única intención valida sería la presentación de nuevos personajes. Las primeras escenas del filme nos ubican en un planeta extraño, Unicron (Colman Domingo) es el líder de los malvados, su objetivo es comerse el mundo en que habita, seguido por su fiel lacayo Scourge (Peter Dinklage) quien cumple todas las ordenes que se le imparten. La batalla esta perdida por lo cual sus adversarios, los buenos, Airazor (Michelle Yeoh), Cheetor (Tongayi Chirisa), Rhinox (David Sobolov), junto al lider Optimus Primal (Ron Pearlman) deciden abandonar el planeta y llevarse la “llave” que en algún momento les servirá para vencer al poderoso enemigo. La característica principal de estos nuevos personajes es que tienen apariencia de animales,
Es un error pretender que una Transformers tenga un guion sutil. Michael Bay fue quien dirigió la franquicia basada en los juguetes de las empresas Hasbro y Takara Tomy (dirigió las cinco primeras) y quien sentó las bases con orgulloso trazo grueso y con rusticidad metálica, dando como resultado un espectáculo de proporciones planetarias con mucho aroma a pochoclo recién hecho. Transformers: el despertar de las bestias, dirigida por Steven Caple Jr., pero con Bay y Steven Spielberg en la producción, entrega todo lo que una película de Transformers tiene que tener: orgía de efectos especiales computarizados, personajes de peso pesado que hacen chirriar el metal del que están hechos y peleas colosalistas entre alienígenas robotizados para salvar al mundo de Unicron, el enemigo devorador de planetas que quiere la llave Transwarp para abrir portales espacio-temporales. Y allí están los Maximals, la raza avanzada de animales-robots al mando de Optimus Primal (un King Kong transformer), para cuidar la llave de Scourge y los Terrorcons, los heraldos enviados por Unicron, con quienes tienen una dura batalla hasta que logran escapar a la Tierra para esconder la llave. A la Tierra llegan en el año 1994, más precisamente a Brooklyn, donde vive Noah Diaz (Anthony Ramos), exmilitar experto en electrónica, quien busca desesperadamente trabajo, sobre todo para ayudar a su hermano menor Kris (Dean Scott Vazquez), quien padece de una enfermedad que afecta una de sus manos. Al mismo tiempo, se presenta a Elena Wallace (Dominique Fishback), la pasante del museo que estudia la estatua de un halcón que lleva el símbolo Maximal, a la que rompe sin querer, descubriendo que en su interior tiene la mitad de la llave Transwarp, que libera una energía detectada por Optimus Prime (voz de Peter Cullen en la versión original), quien convoca a los otros Autobots que viven en Brooklyn, ya que con la llave podrán regresar a su mundo: Cybertron. A Noah le cuesta conseguir trabajo y un amigo, Reek (Tobe Nwigwe), lo convence de robar un Porsche que en realidad es el Autobot Mirage (voz de Pete Davidson), con quien Noah se hace amigo y compañero en la lucha por salvar al mundo. Por supuesto, no faltan las sorpresas y los personajes más queridos por el público, como Bumblebee (quien tuvo su spin-off en 2018). Transformers: el despertar de las bestias es un espectáculo pochocleril auténtico, que ofrece peleas que se disfrutan en pantalla grande. Es el cine como un entretenimiento mayúsculo, que le brinda al espectador un momento de evasión y disfrute con personajes a los que se les agarra cierto cariño. Con diálogos graves y medio dramáticos (como suelen ser los diálogos de los niños cuando juegan con sus muñecos y simulan hacerlos pelear), la película mantiene el ritmo y no sacrifica el humor. Además, cuenta con un enfrentamiento final desarrollado en los imponentes paisajes de Cusco, Perú, exotismo turístico que se le perdona porque está hecho a favor de la inclusión cultural, sin caer en una obvia corrección política y sin descuidar el entretenimiento y el sentido del cine de aventuras y de acción, con unos colosos de hierro que siempre responden en la taquilla y con el público.
Gigantismo obsoleto Lo mejor que le pudo pasar a la saga cinematográfica de los Transformers es que Michael Bay se cansase de filmar bodrio tras bodrio y por fin se dedicase a hacer otras cosas, en este caso dirigir las apestosas Escuadrón 6 (6 Underground, 2019) y Ambulancia (Ambulance, 2022) y producir los dos eslabones posteriores a su pentalogía, hablamos de Bumblebee (2018), de Travis Knight, y Transformers: El Despertar de las Bestias (Transformers: Rise of the Beasts, 2023), de Steven Caple Jr., trabajos que sin ser una maravilla tampoco llegan al calamitoso nivel de calidad de Transformers (2007), Transformers: La Venganza de los Caídos (Transformers: Revenge of the Fallen, 2009), Transformers: El Lado Oscuro de la Luna (Transformers: Dark of the Moon, 2011), Transformers: La Era de la Extinción (Transformers: Age of Extinction, 2014) y la inmunda Transformers: El Último Caballero (Transformers: The Last Knight, 2017), esta última un fracaso de taquilla que generó un paradigmático intento de reboot con el par mencionado, Bumblebee oficiando de spin-off y precuela general y este mamotreto que nos ocupa de corolario autocontenido de la anterior. Más allá de la supuesta idea de fondo de despegarse de los opus de Bay, lo cierto es que los diseños de los robots gigantes y mutables se mantienen y sobre todo la manía con batallas finales larguísimas a lo montaña rusa que empantanan un desarrollo de personajes bastante más sensato que su homólogo de la pentalogía del siempre necio y atolondrado Michael. Mientras que en Bumblebee todo transcurría en 1987 y la historia se centraba en la relación entre la adolescente Charlie Watson (Hailee Steinfeld) y el robot del título, por supuesto llegando a la Tierra con una tarea que implicaba proteger a la raza humana de la eventual llegada de los temibles Decepticons, aquí nos ubicamos en un 1994 muy hiphopero que en esencia reproduce la fórmula cambiando el sexo del protagonista, hoy un tal Noah Díaz (Anthony Ramos, actor de linaje puertorriqueño), ex militar especializado en electrónica que trata de conseguir trabajo en Brooklyn como guardia de seguridad para costear los tratamientos de su hermanito, Chris (Dean Scott Vázquez), el cual padece una enfermedad crónica que la progenitora soltera de ambos tampoco puede cubrir, Breanna (Luna Lauren Vélez). Un amigo de Noah, Reek (Tobe Nwigwe), lo convence para robar un Porsche 911 que desde ya termina siendo un Autobot, Mirage (Pete Davidson), quien puede proyectar hologramas y atrae al humano a una misión encabezada por Optimus Prime (Peter Cullen) en pos de recobrar una llave que abre portales en el tiempo y el espacio, faena que lo lleva a confraternizar con una arqueóloga, Elena Wallace (Dominique Fishback), a conocer al líder de los Maximals o Transformers en su acepción animal, el gorila Optimus Primal (Ron Perlman), y a enfrentarse al malvado Scourge (Peter Dinklage), jefazo de esos Terrorcons al servicio del Dios robótico “come mundos” de la franquicia, Unicron (Colman Domingo). El realizador asalariado, anodino e intercambiable de turno, Caple, había empezado en el indie extremadamente pobretón del Siglo XXI de la mano de La Tierra (The Land, 2016), un drama suburbano y criminal sobre patinaje en tabla/ skateboarding, y había saltado al reglamentario mainstream gracias a Creed II (2018), último exponente protagonizado y escrito por Sylvester Stallone de la saga que empezase con Rocky (1976), dirigida por John G. Avildsen, por ello no es de extrañar que este proceso de asimilación industrial finiquite con un proyecto gigantesco e impersonal como Transformers: El Despertar de las Bestias, en el que sin embargo consigue evitar el marco woke forzado típico del Hollywood reciente en eso de elegir a un latino y una negra como protagonistas humanos fundamentales, algo que tiene que ver con otros “puntos a favor” de la propuesta en general como por ejemplo una narración más lenta, meticulosa y sensible, la denuncia implícita del carácter muy cruel del sistema privado de salud de Estados Unidos y cierta noción/ idea de fondo vinculada a favorecer la unión entre razas distintas para luchar contra la tiranía o el parasitismo más macro, en esta oportunidad el latiguillo de la amalgama final entre Optimus Prime y Noah después del egoísmo contraproducente del resto del metraje, el primero pretendiendo usar la llave para regresar al planeta de origen de los Transformers, Cybertron, y el segundo obsesionado con destruir el aparatejo para mantener a la Tierra a salvo de la aniquilación. Asimismo se podría afirmar que resultan interesantes otros dos detalles del film, léase la insólita aparición de un exotraje semejante a los de Tropas del Espacio (Starship Troopers, 1959), la célebre novela de Robert A. Heinlein, que logra que Noah no sea otro humano decorativo más y el viaje del “equipo Autobot” a Cuzco y Machu Picchu, en Perú, para buscar la otra mitad de la llave en cuestión, Transwarp, luego de que apareciese de la nada la primera parte dentro de una estatua de un halcón peregrino que termina en el museo donde Elena trabaja de pasante, no obstante la odisea arrastra problemas históricos de la franquicia en sintonía con una catarata de chistes bobalicones y personajes estereotipados, el mismo exacto diseño horrible de siempre para los autómatas, una duración demasiado inflada, una trama previsible y esquemática, una apropiación cultural hoy más sutil que de costumbre, otro de esos remates bélicos interminables y la ridiculez total de los Maximals, esos descendientes de los Autobots que en la serie Beast Wars: Transformers (1996-1999) luchaban contra los Predacons, los malos a lo Decepticons. Si bien se agradece que en las peleas no se destruya Machu Picchu, todo este gigantismo ya resulta muy obsoleto y jamás podrá reemplazar a los productos animados originales de los 80, Transformers (1984-1987) y Transformers: La Película (The Transformers: The Movie, 1986), aquel opus de Nelson Shin con voces de genios como Orson Welles, Robert Stack, Eric Idle y Leonard Nimoy…
La legendaria saga de Michael Bay y Hasbro, tiene nueva entrega. Si bien luego de Bumblebee (2019) muchos pensaron que la franquicia no iba a seguir generando ingresos, lo cierto es que Paramount analizó bastante el tema y confió en el valor de la serie, en función de los mercados fuera de USA. De hecho, «Transformers: the last knight» (2017) casi triplicó la venta en su país de origen y dejó claro que Asia es un gran mercado receptor que hace valer la pena la apuesta para continuarla. Es así como llegamos a «Rise of the beasts», que ubica su acción en los 90′, después de la historia que trajo a Hailee Steinfield (la de Bee en solitario), ambientada en 1987. Estamos en Brooklyn y conocemos a un joven ex-soldado, Noah (Anthony Ramos, de «Hamilton» y también «In the Heights») que intenta salir adelante de su difícil situación económica y la enfermedad de su hermano menor. Sin trabajo y con mala suerte, en un robo a un depósito, dará con Mirage y así tendrá contacto con el mundo de los Autobots, quienes están muy alertas porque algo ha sucedido que podría llevarlos de vuelta a su mundo. Unicorn, la energía oscura que destruye y absorbe planetas, está presa y para desplegarse libremente y visitar otras galaxias, necesita de una llave que funcione como portal. Ese artefacto existe y está en la Tierra, por lo cual envía un escuadrón de Terracons para obtenerlo, a cualquier precio. Mientras tanto aquí, una pasante de un museo Elena (Dominique Fishback), descubre accidentalmente una obra de arte que contiene el dispositivo buscado. Optimus Prime entonces arma su equipo y va hacia ese lugar para enfrentarse con sus mortales enemigos, quienes quieren el mismo objeto. Inspirada en «Beast wars» (el cómic), lo original de esta entrega de «Transformers» está dado porque aparece nueva raza: los maximals. Estas figuras se asemejan a animales que poseen parte de su cuerpo en forma de máquinas. Ellos fueron exterminados de su mundo por Unicorn y están en la Tierra escondidos, preservando la llave en cuestión. Dicho esto, Noah y Elena se unirán a los Autobots en una intensa lucha por obtener el deseado dispositivo con dos escenarios principales, la ciudad de New York y Cuzco, Perú, sin dudas el máximo acierto de la película. Los tres guionistas nuevos (Harold, Metayer y Peters) deciden llevar la acción a territorio andino, ofreciendo un marco a las batallas entre buenos y malos, más interesantes que en previas versiones. Y si hay que anticipar que Ramos es un actor dúctil y empático, lo cual le permite ganarse el favor del público en pocos minutos, cuestión que sostiene el interés del público a medida que la acción avanza (recordar que en Transformers, la presencia humana no es relevante) ofreciendo un costado emocional que le suma a la historia. Es cierto que la trama es bastante esquemática pero siempre tiene el objetivo claro y no se distrae en pérdidas de tensión narrativa. Es interesante además, ver la línea que se abre en torno a los maximals, porque en ellos vemos mucho potencial para historias más adelante. Hay excelentes secuencias de acción (esperables) y una gran soundtrack que aportan al espectáculo que siempre garantiza Michael Bay, aunque ya no dirija y sólo produzca los títulos de esta franquicia. No hay que mirar «Rise of the beasts» con la esperanza de ver algo revolucionario. Sí hay alguna cuestión original en torno a la relación entre Autobots y humanos (que no voy a spoilear), por la cual creo que desde aquí hay cosas nuevas para pensar y estructurar en la saga. Dicho esto, también hay que aceptar que hay bastante público para disfrutar de estas aventuras y está bien, la industria ofrece un producto a la altura de las expectativas: entretiene, divierte y ofrece entretenimiento familiar. No descolla, pero cumple.
VOLVER CASI IGUALES Bajo el mando de Michael Bay, la franquicia de Transformers se transformó en algo parecido a esos movimientos políticos cuya promesa eterna es “ahora volvemos mejores”, para que luego, entrega tras entrega, todo esté cada vez peor. Bumblebee -que por algo estaba dirigida por un realizador con otro tipo de sensibilidad, como es Travis Knight-, ofreció algo distinto, más equilibrado (pero, por suerte, no “moderado”). Sin embargo, todavía no daba para ser tan crédulo y convertirse en uno de esos críticos/periodistas que aplauden como focas. Y ahora llega Transformers: el despertar de las bestias, que nos deja en claro que no había tanto margen para la ilusión y menos aún para cualquier tipo de euforia. Convengamos que el nuevo director a cargo, Steven Capler Jr. (que venía de la aceptable, pero menor Creed II: defendiendo el legado) no tiene la megalomanía explosiva ni la brutez narrativa de Bay. Pero tampoco es que es un realizador particularmente imaginativo y creativo, capaz de ponerle su propio sello a lo que cuenta o potenciar desde su sapiencia el material que tiene entre manos. Y no hay que olvidarse que Bay se mantiene involucrado desde la producción, tratando de influir con su tono prepotente en la propuesta. Por eso lo que vemos no es una verdadera renovación, por más que el relato esté situado en los noventa y en cierta forma se pretenda como una especie de continuación de lo visto inicialmente en Bumblebee. Es cierto, sí, que la incorporación de los Maximals (robots que se camuflan como animales) y su unión con los Autobots (que están buscando retornar a su planeta, Cybertron) frente a un enemigo común todopoderoso como es Unicron, busca ampliar un poco el panorama. Lo mismo se puede decir de la presentación de dos nuevos protagonistas humanos: Noah Diaz (Anthony Ramos), un joven ex militar, y Elena Wallace (Dominique Fishback), una investigadora de un museo. Pero lo cierto es que, por más que se cambien algunos colores, el cuadro general continúa siendo muy similar. Y esto último sucede porque todos los personajes, al igual que en las entregas anteriores -con la excepción de Charlie (Hailee Steinfeld) en Bumblebee– son delineados más desde los gritos, las frases altisonantes y los chistes de dudoso gusto que desde el desarrollo profundo de sus conflictos. La sensación que impera, nuevamente, es la que todo se hace corriendo, a las apuradas y sin cuidado, porque, al fin y al cabo, todo se termina tratando de llegar como sea a las instancias de “gran espectáculo”. Y esa concepción de espectacularidad está pautada más por la cantidad que por la calidad: el objetivo siempre es que haya más y más explosiones, más y más persecuciones, más y más combates, más y más chances de que todo el planeta sea completamente destruido en algún evento apocalíptico que ocurre por alguna razón no demasiado relevante. De ahí que toda la última media hora de Transformers: el despertar de las bestias sea ruidosa y excesiva, con una apuesta al impacto que termina relegando a un lugar totalmente secundario a los personajes e insensibilizando al espectador. Y, al mismo tiempo, la preocupación por sentar las bases para nuevas entregas (con entrecruzamiento con otras franquicias incluido) lleva a que todo sea mecánico y hasta previsible. En el mientras tanto, ni el destino de los protagonistas robots ni el de los humanos importa realmente, por más que haya algunas secuencias mínimamente rescatables desde lo visual. Es que Caple Jr. no toma en cuenta una lección básica que dejaba Bumblebee, que era la necesidad de un mayor foco en la aventura y menos en el gigantismo. Por eso no sorprende que los únicos méritos concretos de la película consistan en no ser tan larga y no tan mala como los otros films dirigidos por Bay. Al lado de, por ejemplo, La venganza de los caídos o El último caballero, esto hasta puede calificar como algo parecido al cine. Pero convengamos que ese no es un gran logro.
Transformers: La resurrección de las bestias se siente un poco más modesta en términos de escala que los grandilocuentes espectáculos cada vez más impersonales de Michael Bay, transmitiendo una sensación de novedad y simpatía con los personajes autómatas que la terminan acercando más al estilo de Bumblebee.