La nueva producción de DreamWorks Animation es una colorida, festiva y vertiginosa propuesta musical, pero que resulta demasiado derivativa de otras sagas. Imaginen unos protagonistas que remiten a Los Pitufos y unos malvados que se parecen bastante a los ogros de Shrek, un uso de la música en la línea de Happy Feet, un ritmo trepidante como en Kung Fu Panda y referencias varias a los cuentos de hadas como La Cenicienta o a Willy Wonka y tendrán una idea bastante clara de Trolls, un film vistoso (por momentos deslumbrante en términos de animación), pero no demasiado creativo ni mucho menos sorprendente. Por un lado están los Bertenos, unos ogros gigantescos y neuróticos cuyo único día de felicidad en el año es el Trolsticio; o sea, cuando pueden salir a atrapar a los diminutos y queribles Trolls, suerte de gnomos alegres que viven en el bosque. Pero -hartos ya de esos ataques- los pequeños protagonistas huyen a tiempo y se esconden de sus agresores durante mucho tiempo, por lo menos hasta que una rave (sí, organizan una fiesta de música electrónica) los delata y la persecución se retoma. Los personajes (todos “interpretados” por actores famosos) son elementales y esquemáticos: entre los Trolls está la simpática, entusiasta y optimista Poppy (Anna Kendrick) y el siempre miedoso y gris Branch / Ramón (Justin Timberlake); el rey de los Bertenos está a cargo de John Cleese; su triste hijo, de Christopher Mintz-Plasse; y la malvadísima de turno, de Christine Baranski (yo pude ver la versión subtitulada pero imagino que la inmensa mayoría de las funciones serán con la doblada). Inspirado en los muñecos creados en 1959 por el danés Thomas Dam, Trolls es una sumatoria de situaciones no demasiado inspiradas matizados por números musicales con temas populares de fondo (desde September, de Earth, Wind & Fire, hasta True Colors, de Cyndi Lauper). De todas maneras, lo mejor de la película es el irresistible hit Can’t Stop the Feeling!, de Timberlake. Lástima que ya lo venimos disfrutando desde hace medio año y no es, por lo tanto, una novedad que aporte la película.
Trolls es una verdadera sorpresa en materia animación de 2016 porque retoma la comedia musical para niños de manera espectacular generando un magnetismo tremendo para los más chicos hacia la pantalla gracias a los colores estridentes y las canciones, ya sean originales o hits. Cuando se anunció el film muchos dudaron que un largometraje basado en los juguetes creados por un pescador danés que quería entretener a su hija en 1959 pudiese funcionar pese a las grandes ventas de las figuras en los 80s y 90s, más la serie animada y los videojuegos. Afortunadamente la nostalgia ochentosa se encuentra en lo más alto y la cinta tiene espalda. La historia es simple y ya la hemos visto varias veces en buddies movies (un personaje alegre en contraposición con un antihéroe) pero aquí se encuentra teñida de mucha ternura y partes que dan mucha risa gracias a cómo son los personajes. No solo los números musicales sino también detalles tales como que cada una hora les suena una alarma para abrazarse hacen que este film sea una joya. Asimismo, canciones clásicas tales como The sound of silence de Simon y Garfunkel, y True colors de Cyndi Lauper quedan espectaculares a pesar del doblaje. Y hablando del doblaje este es muy bueno con los artistas Belinda y Aleks Syntek a la cabeza pero hay que mencionar que la versión original cuenta con las voces de Anna Kendrick, Justin Timberlake, Zooey Deschanel, Russell Brand y Gwen Stefani en un laburo espectacular. En ambos casos lo que generan la Princesa Poppy y Ramón es espectacular e ideal para el disfrute de los chicos. Trolls es diversión asegurada.
Muy al estilo Dreamworks. Los números musicales constantes tal vez aburran a algunos, pero el humor ATP compensará muy bien esta desventaja. Hace rato que la industria de los juguetes no crea una monstruosidad que absolutamente todos tienen en sus casas. La Barbie como objeto coleccionable murió, el patio del recreo hace años que no ve un BeyBlade y el Furby que miraba todo desde una repisa está guardado en una caja desde la década del 90. No es extraño, dada la sobreestimulación que los más chicos reciben de otros lugares: tal vez tener la misma ropa que una celebridad es hoy más atractivo que un juguete, y los videojuegos y celulares que se actualizan constantemente son una obsesión que atraviesa generaciones. Una de las modas más duraderas son los muñequitos Trolls, que se crearon en 1959 y regresan hoy a las pantallas buscando repetir esa gloria inmensa que alguna vez tuvieron. Los bergenos, durante muchos años, conservaron un árbol de trolls en el medio de su reino. Vivían constantemente deprimidos o enojados, y el sabor de un troll era lo único capaz de darles un ratito de felicidad. Hace ya 20 años que los trolls escaparon de estos depredadores, pero una chef bergena sigue obsesionada con ellos. La princesa de los trolls, Poppy (Belinda), ama bailar, cantar y abrazar, igual que todos los de su especie, y organizó una enorme y ruidosa fiesta. Ramón (Aleks Syntek) no baila ni canta ni abraza, y se opone a la fiesta para no atraer bergenos. Dicho y hecho, la chef los encuentra y se lleva unos cuantos a su reino. Poppy, que se siente culpable por haber causado semejante desgracia, se une a Ramón y a pesar de sus personalidades opuestas, salen juntos a rescatar a sus amigos. Dreamworks decidió darle mucha confianza a personas que hace bastante trabajan con ellos. Trolls tiene dos directores: Mike Mitchell, director de Shrek Para Siempre (2010), y Walt Dohrn, que colaboró en partes menores, desde guión hasta actuación de voz en casi toda la franquicia de Shrek. Los guionistas, Jonathan Aibel y Glenn Berger, trabajan juntos hace años y una de las películas más famosas del estudio: Kung Fu Panda (2008), es creación suya. El resultado es muy Dreamworks: canciones, colores, chistes ridículos y silencios incómodos. Funciona, aunque también cansa un poco. Los artistas de doblaje hicieron un trabajo excelente. Como los números musicales son muchísimos, se eligieron a dos cantantes para prestar su voz a los personajes principales. Belinda, la cantante mexicana, le da vida a la Princesa Poppy y Aleks Syntek, al chinchudo Ramón. El diseño del mundo en el que los personajes se desenvuelven es espectacular. Las texturas de los bosques, indumentaria y objetos es similar a la del paño lenci, pero dentro del reino de los bergenos todo es duro y frío, como de piedra. Es una elección de diseño inteligente, que permite al espectador sumergirse más efectivamente en la atmósfera de cada parte de la trama. La constante búsqueda de nuevos bichitos tiernos para invadir el cine y la TV es un poco alarmante. El fenómeno que fueron los Minions parece difícil de repetir, y mientras tanto Universal llena sus arcas hasta que la fiebre amarilla deje de tener efecto. ¿Será Trolls el nuevo monstruo mediático que saturará el mercado con soquetes, mochilas, lápices, juguetes y disfraces? No hay manera de saberlo. Lo que sí se sabe es que el mundo necesita personajes nuevos para adorar, como en una época lo fueron Felix el Gato (1919), Garfield (1978), los Looney Tunes (1947), Hello Kitty (1975) o Winnie Pooh (1926).
Regresan los Trolls con una película musical para ganarse a una nueva generación. Los muñecos que “nacieron” en Dinamarca en 1959 y se impusieron en EE.UU. durante la primera mitad de los ’60 convirtiéndose en los juguetes de moda, para luego regresar en los ‘70, los ‘80 y los ’90, ahora se apoderan de la pantalla grande a través de una película de animación llena de optimismo, colores y canciones. Los Trolls se caracterizan por su buena predisposición ante la vida, su tendencia a los abrazos y a la risa esperanzadora y su felicidad interminable y por ello son apresados por el pueblo de los Bertenos que no conocen la alegría salvo ese día en que celebran el Trolsticio y en el cual consiguen ser felices alimentándose de ellos. Un día el rey Peppy libera a su pueblo y logran volver a su tierra mientras que la cocinera oficial bertena es encontrada culpable de la huida y expulsada del reino. Veinte años después Poppy, la princesa Troll, es una joven feliz y optimista, el príncipe berteno Gristle sigue sin haber conocido la felicidad y Chef está a punto de descubrir el hogar donde viven los Trolls. A partir de ese hallazgo se desatan unas aventuras plagadas de descubrimientos tanto personales cuanto comunitarios que cambiarán finalmente el rumbo de los destinos de todos. Con una animación donde la técnica sigue avanzando y consiguiendo claros logros, Trolls apunta su diferencia en el estallido colorido de su paleta visual y la música dance y pop para contar y amenizar la historia. Justin Timberlake (a cargo de la voz de Ramón/Branch,- el único troll que se niega a vivir en la felicidad eterna, a los abrazos continuos y cantando permanentemente como solución de todo-), como productor ejecutivo musical consigue convertir la pantalla en una pista de baile eligiendo clásicos que cuando aparecen también “cuentan” cantando la narración. El guión adopta la forma de una fábula llena de buenas intenciones y mejores valores (el respeto a la diferencia, el sentido de grupo y de pertenencia pero, también, la mezcla y la necesidad de los Otros como prójimos, la ruptura de los prejuicios y las costumbres asumidas como naturales), recurre a los cuentos clásicos (la Cenicienta) y los nuevos (Shrek) y ofrece unos personajes que aunque esquemáticos (para su rápida y sencilla identificación) se tornan fácilmente queribles.
LA FELICIDAD AL ALCANCE DE TODOS Con los muñecos creados por un danés en 1959, copiados hasta el cansancio, de moda desde los 70 hasta los 90, llega esta película de la mano de los creadores de “Shrek”. Con la historia de los hiperfelices trolls, que cantan y se abrazan cada hora y los infelices Bertenos, amargados y codicioso, parientes lejanos de los ogros. Ellos solo alcanzan la dicha cuando se manducan a un troll. Así las cosas la anécdota va del secuestro de un grupo de los seres felices y el intento de rescate de Pappy, la princesa y el amargo Ramón. Y de paso enseñar a los bertenos que el disfrute también es posible para ellos. Con buena música (el productor musical es Justin Timberlake), no pocas ironías y derroche de colores y brillantina se propone para los mas chiquititos.
La diferencia entre alegría y felicidad. La mayoría de las mejores películas infantiles de estos años son comedias, y Trolls es especialmente disfrutable. Pero el sentido del humor y la eficacia de los gags son solo dos de sus virtudes. El cine para chicos moderno, surgido tras el boom producido por los obras de los estudios Pixar a partir de Toy Story (1995), descansa sobre todo en su gran capacidad para diversificar su target más allá de su público natural, ganándose también a los espectadores jóvenes y adultos. Dicho éxito, que convirtió al género en uno de los más redituables para la industria del cine en la actualidad, se encuentra anclado sobre todo en el uso eficiente de los recursos humorísticos. Es por eso que puede afirmarse sin temor a decir una barbaridad que la mayoría de las mejores películas infantiles de los últimos 20 años son, antes que eso, grandes comedias. El estreno de Trolls, nueva producción de los estudios Dreamworks dirigida por Mike Mitchell y Walt Dohrn, viene a confirmar la regla aunque, como ocurre con los mejores exponentes del género, su eficacia humorística no es la única virtud que tiene para ofrecer. Basada en los personajes/juguetes creados por el pescador danés Thomas Dam en la década de 1930 (pero popularizados a la velocidad de la luz a partir de fines de los 50), Trolls cuenta la historia de una pequeña comunidad de pequeños duendes (o algo así), que habita en un árbol en medio del bosque y cuyas únicas ocupaciones en la vida son cantar, abrazarse y hacer de la alegría un culto. Para las dos primeras actividades hasta tienen un cronograma diario, mientras que la alegría les dura todo el día y se manifiesta a través de avatares visuales como los arcoiris, la brillantina y los fuegos de artificio. El contrarelato de tanta dicha lo ponen los bertenos, una suerte de ogros sumidos en una amargura perpetua cuya único motivo de alegría consiste en una festividad anual en la que salen a cazar trolls para comérselos. Como toda especie ¿evolucionada?, con el tiempo los bertenos aprenden a criar a los trolls para alimentarse de ellos. En realidad construyen una reja alrededor de su árbol y una vez por año la abren para comerse un troll cada uno: esa es la definición de alegría para los bertenos. Hasta que un día los trolls escapan y construyen su aldea en otra parte, nuevamente seguros, libres y siempre alegres, dejando a los bertenos solos con su vida miserable. La idea detrás de Trolls es tan simple de explicar como compleja en sus alcances: la alegría no es lo mismo que la felicidad y la película se aproxima a esa conclusión sin prisa ni pausa. Porque esa manifestación vacua de la alegría, que necesita autocelebrarse y no está exenta de globos de colores e incluso de una pátina de autoayuda new age, es la que permite que los troll vuelvan a ser capturados por los bertenos. Ahí comienza el nudo del film, en el que la princesa Poppy y el amargado Branch, el único troll descolorido, mala onda y paranoico de toda la aldea, deben regresar al pueblo berteno a rescatar a sus amigos capturados. Será ese camino y las dificultades que en él se presenten, lo que les permitirá tanto a unos como a otros reconocer la sutil diferencia entre repetir mecánicamente los rituales de la alegría o simplemente ser felices. Además de sus rasgos de comedia, rubro en el que la película es impecable, haciendo gala de un manejo de recursos que abarca desde el humor blanco al absurdo, pasando por el gag y el humor físico, Trolls también se inscribe en (y reaviva) la tradición del musical animado. En su banda de sonido –en la que mucho tiene que ver el talento de un artista cada vez más interesante como Justin Timberlake (que además es la voz de Branch en el reparto original)–, se van acumulando las grandes canciones, muchas de ellas vinculadas a la escena de la música disco, estética ideal para acompañar el colorido despliegue de la alegría por la alegría misma. Dichas canciones representan además un conjunto de citas a la cultura pop global, algunas de ellas hasta cinéfilas, que permiten afirmar que Trolls es una de las grandes sorpresas del año.
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En Trolls hay guiños que pueden dañar la emoción Hace meses que suena, en el mundo, la canción principal de Trolls: "Can't Stop the Feeling!", de Justin Timberlake , que tiene una energía notable y es altamente adictiva. Finalmente, llegó la película, y hay que decir que el hit de Timberlake es superior. Trolls, basada en los juguetes que existen desde hace décadas, es una de aventuras colorinche con lección sobre la felicidad. Y la felicidad, cuando es explicitada y verbalizada de esta manera en el cine, raramente encaja con gracia. Pero eso viene sobre el final: al principio se nos cuenta sobre estos seres tiernos y coloridos que viven felices, cantan, bailan y se abrazan. Pero hay unos monstruos malvados y feos, los Bertenos, que sólo conocen la felicidad mediante la ingesta de Trolls una vez al año. Así las cosas, los Trolls deciden escapar de su árbol y buscar otro lugar para vivir, hasta que... Hay un Troll que perdió la alegría -y el color- y es en extremo cauteloso, está la protagonista Poppy (la princesa) y más personajes definidos con certera velocidad. Y sobreviene el viaje de rescate de los amigos capturados por los Bertenos. El viaje de Poppy es imaginativo y aprovecha las posibilidades de la plétora de colores que se nos ofrece y las de un mundo que puede crear sus propias reglas. También son simpáticas las animaciones de las páginas de los libros. Y hay algunos chistes efectivos en el primer tercio, además de una cantidad casi obscena de grandes canciones de éxito de diversas décadas, usadas con gran habilidad durante toda la película. Eso sí, el 3D sobra a todas luces y hasta parece un filtro aplicado a posteriori. Pero el problema principal de Trolls no es un 3D irrelevante. Detrás de las canciones simpáticas y las voces de grandes intérpretes, y de un mundo mullido y cute, está el andamiaje que Dreamworks usa -y en ocasiones abusa- desde Shrek: el guiño para los adultos puesto a intervalos regulares y el cinismo como punto de partida. A veces sucede, como en este caso, que tanto guiño, tanta referencia para no perder a los mayores que acompañan a los niños y tanta canchereada distanciada terminan dañando las posibilidades de emoción, empatía y compromiso efectivo con los personajes. Lo que no sería tan importante si la película se jugara a pleno por el cinismo y no intentara, sobre el final, cargar las tintas sobre los sentimientos de estos seres que cantan y bailan grandes canciones y tienen mascotas sublimes como el Señor Peluche.
La felicidad no está dibujada En uno mismo hay que buscar la felicidad, ése es el mensaje de esta comedia bien pop. Colorida, entretenida, con guiño a clásicos del pop y del cine para niños, Trolls tiene todo para ser el exitazo que seguramente será, porque tiene gancho para atrapar a los más pequeños y también a los adultos. Los Trolls son unas pequeñas criaturas de larga cabellera, que tienen costumbres saludables, como cantar, bailar y abrazarse cada hora. El que no comparte nada de todo esto es el huraño, paranoico y pesimista Ramón, que en vez de ser de color brillante es… gris. Ramón teme que los Bertenos, antiguos y tristes enemigos de los Trolls, descubran dónde viven. Es que los Bertenos creen que el único camino que conduce a la felicidad consiste en comerse un Troll. Una chef despechada los descubrirá, se llevará a nueve amiguitos de la protagonista Poppy, siempre optimista, despreocupada y con una canción a flor de labios, y será ella, más Ramón, claro, quienes irán al rescate. La película está estructurada con canciones a lo Shrek, Happy Feet y siguen los nuevos clásicos musicales, con personajes que remiten a tantas otras películas infantiles, desde que los personajes se parecen y viven en una comunidad como Los Pitufos, Ramón es un ogro -sin serlo- como Shrek, hay quien se atraganta comiendo como el gordito de Charlie y la fábrica de chocolates, etc, etc, etc. Parece que armaron un resumen Leru de la animación. No es la primera película en que lo hacen, ni será la última. ¿Dónde funciona bien Trolls? En la típica confrontación/ dinámica entre Poppy y Ramón (dos a quererse), en la aparición de una mucama enamorada del príncipe que heredó el trono de los Bertenos, en la aceptación de lo diferente, en que la felicidad está en nosotros y hay que saber cómo sacarla afuera y -habrá que decirlo- en las canciones. Hay clásicos pop de todas las épocas y nuevos hits debidos a Justin Timberlake (el imbatible Can’t Stop the Feeling!, con Timberlake, que le presta la voz a Ramón o Branch, en el original, más una conmovedora versión de True Colors, de Cyndi Lauper, más Hello, de Lionel Richie, y The Sound of Silence, de Simon y Garfunkel. Y la animación ofrece particularidades que se observan mejor en las proyecciones en 3D. Verán que cuando hay muchos Trolls, parece que algunos son... como transparentes. Si no van con niños pequeños, véanla en la versión sin doblaje. No porque estén mal las voces, pero que mejor que escuchar clásicos revisitados en su idioma original.
Musica, alegría y demasiados colores! Los trolls -esos duendecitos sonrientes con pelos de colores- fueron creados en 1959 por el danés Thomas Dam, y desde entonces los hemos visto en remeras, muñequitos, infinidad de merchandising y ahora ha llegado un filme inspirado en ellos. Para la película se ha dotado a los coloridos duendes con personalidades extremadamente optimistas, positivas y extrovertidas. Siempre están contentos, cantan, bailan, hacen fiestas, se mandan cartitas de colores y son felices hasta el hartazgo. Pero como un enemigo es necesario en toda historia, aquí están los Bertenos: unos ogros grises, feos, siempre enojados que creen que la única manera de ser felices es comerse un troll, por eso los persiguen. Cuando algunos de los trolls son atrapados por los Bertenos, Poppy -la protagonista de esta historia- debe salir a rescatarlos junto con Branch, el único Troll enojado de la aldea, quien guarda un traumático pasado. Los trolls salen al rescate pasando por todo tipo de aventuras y desventuras donde como en un musical de Broadway siempre hay una canción para cada momento, así el filme cuenta con una interesante playlist que incluye temas de Earth, wind and fire, Diana Ross, Simon & Garfunkel, y Cyndi Lauper, entre otros; con versiones aceptables en el doblaje, pero excelentes en el idioma original, interpretadas en su mayoría por Anna Kendrick y Justin Timberlake, quienes hacen las voces de Poppy y Branch. Técnicamente el filme es excelente, estéticamente puede cansarnos un poco la vista si tenemos más de diez años. El despliegue coreográfico y de colores es por momentos excesivo y agradecemos las escenas donde aparece el mundo gris de los Bertenos. La vuelta interesante de la película es cuando comienza a reírse de sí misma, mostrando una veta irónica en la que se burla del la felicidad desmesurada de los personajes, y exagera esta condición haciendo que algunos de los duendecitos estornuden brillantina, defequen cup cakes, o digan algunas frases que serán mejor entendidas por los padres que por los chicos. No hay nada nuevo bajo el sol en este filme, pero cumple con todas las expectativas y por momentos las supera, construyendo una historia infantil con muchas aventuras, grandes canciones para que conozcan los pequeños, y mas allá del mensaje positivo y feliz tiene momentos muy graciosos.
Crítica emitida por radio.
Crítica emitida por radio.
Y bien, esta es la clase de películas de las que se burla La fiesta de las salchichas, lo que no implica que sea mala. No, el problema es que sigue la fórmula de siempre (acá son los pequeños trolls los que se ven obligados a conocer otro mundo, etcétera) y que en ese bastidor queda poco por inventar. Lo que sí se puede hacer, y el film usa esta capacidad, es inventar gráficamente: la animación lo permite absolutamente todo. Así, cuando la historia o las situaciones fallan o resultan “a reglamento”, aparecen las ganas de jugar del diseño para presentarnos un espectáculo que, de tan saturado termina resultando un poco satírico. Tiene como problema adicional el intento de dejarnos una moraleja en lugar de permitirnos -como decía Borges- decidir a nosotros cuál es la enseñanza de la fábula. Esto se relaciona con un aroma a corrección política que, a estas alturas, parece ineludible cuando se trata de gran entretenimiento familiar. Estos Trolls no molestan a nadie, lo que implica que tampoco molestan a quien guste del cine.
Este film está Inspirado en los muñecos creados en 1959 por el danés Thomas Dam y por primera vez llegan al cine. Cuando comienza notamos un estilo con cierta similitud a las sagas “Kung-Fu Panda” y “Shrek”. Dentro de su desarrollo tenemos dos protagonistas bien marcados y con personalidades opuestas. Poppy (voz original Anna Kendricky y la versión doblada Belinda) es decidida, optimista, alegre, tiene empuje y es muy positiva , Ramón o Branch (voz original Justin Timberlake, versión doblada Aleks Syntek) en cambio es más racional, arisco, apático, gruñón, melancólico, pesimista, todo lo analiza, pero tiene sus razones, ya que tuvo un episodio en su pasado que conoceremos después. Pero en la aldea de los Trolls y pese a las diferencias, estos dos personajes, se unirán para liberarlos a todos de los Bergens, unos monstruos que sólo pueden ser felices si comen Trolls. Los Trolls son alegres por naturaleza. Su trama es muy divertida, te enseña y entretiene, con mucho ritmo, súper colorida, lindas coreografías y canciones conocidas de: Lionel Richie y Cindy Lauper, entre otros. Nos encontramos frente a dos talentosos: Justin Timberlake, actor y músico y la actriz y cantante estadounidense, Anna Kendrick (“Amor sin escala”, “El contador”) quienes ponen las voces principales y el resto del elenco que está correcto. Una película muy positiva, para levantar el ánimo a cualquiera, es agradable y no ofende a nadie, con un toque a los hippies de los 60, su animación deleita a niños y adultos. Incluye una referencia a la Cenicienta y un mensaje donde dice- La felicidad esta dentro de uno, no se piensa se siente. Dentro de los créditos hay escenas extras.
Trolls: regreso a todo ritmo Las pequeñas criaturas de jopo alto vuelven a conquistar a los niños con un film lleno de colores, canciones y una historia que rebosa de diversión. A esta altura parece que todas las películas para chicos tomaron como canon que sus argumentos incluyan diálogos picantes como los de Shrek, animación a lo Pixar y un target que vaya de los 3 a 99 años. Trolls, no sólo cumple esos requisitos sino que también cuenta con el aval de haber sido producida por Dreamworks, el estudio que financió al mencionado Shrek y a otras clásicas franquicias de la animación moderna como Madagascar y Kung Fu Panda, entre otras. En esta ocasión, y siguiendo la moda de llevar a la pantalla grande cualquier juguete o videojuego que se precie como los Lego o los Angry Birds, les tocó en suerte una película a estos simpáticos personajes creados en Dinamarca en 1959 y que se popularizaron alrededor del mundo en oleadas. Claro que estos Trolls son muy diferentes a esas criaturas, que muchas madres y abuelas llegaron a considerar "demoníacas" en su tiempo por sus grandes ojos de cristal oscuro y su cabello estirado hacia arriba. Dreamworks los revitalizó y los hizo más "digeribles" para los chicos y además los dotó de una personalidad muy diferente a la que cualquiera que tuvo estos duendecitos podría llegar a imaginar. La historia comienza cuando los Trolls dejan el árbol mágico en el que vivenpara escapar de unos ogros que los "cosechan" y los comen una vez por año con el fin de obtener su alegría. La película retoma la historia 20 años después con un hecho que obliga a la princesa Popy a salir en busca de algunos de sus súbditos (y amigos) que han sido raptados por uno de estos ogros (que además solía ser la cocinera oficial de Trolls del rey ogro) y para eso debe unir fuerzas con el único de su especie que no se ríe, no canta y, por supuesto, no baila. La película llama la atención de entrada por su estupendo uso de la paleta de colores y su gran imaginería visual, que compite de igual a igual con cualquiera de las producciones de este tipo. Sin embargo, el fuerte de esta producción es el revival (no en vano los protagonistas han sido "revividos" para este film) que se refleja tanto en la faceta musical como en la psicodelia que rodea a todo lo concerniente al aspecto visual y algunas vestimentas. Esto tiene su explicación en el hecho de que los directores Mike Mitchell y Walt Dohrn han trabajado en la serie y la película de otro personaje no menos particular: Bob Esponja; y esto le ha llevado a recorrer un camino sin retorno a la hora de divertir a los niños con cuentos totalmente llenos de originalidad y diversión. Sin duda, Trolls es un producto ideal para los más pequeños pero que también tiene su buena carga de ingredientes para adultos, con canciones disco adaptadas para la ocasión y mucha buena onda.
Los “Trolls” son más divertidos en pantalla grande Sorprende esta película, entretenida, colorida, llena de personajes simpáticos y queribles. Sorprende, en especial, porque los trolls nunca fueron lindos, y menos los truchos que se venden en las estaciones, o todavía cuelgan de la cintura del caballero o la cartera de la dama. Tampoco eran lindos los dibujitos que alguna empresa televisiva cometió (más que acometió) años atrás. Pero esta película zafa y se hace querer. Hay una pareja protagónica de carácter antagónico: la princesa siempre alegre y despreocupada y el tipo amargo, desconfiado y descolorido. Un montón de gnomos, puro canto, baile y abrazo (curiosamente a horario, lo que luego permitirá distinguir entre alegría y felicidad). Hay flores y bichos indefinibles, y una nube bromista. Los malos son unos ogros graciosos que capturan trolls para engordarlos y comérselos en una fiesta anual. Dicho sea de paso, la ogra o lo que sea que interrumpe una fiesta tecnotróllica parece descendiente directa de la bruja que enfrentaba al mago en "La espada en la piedra". No es el único "homenaje" que veremos, ni que escucharemos, porque además esta cinta rebalsa de canciones, desde "Los sonidos del silencio" (muy linda versión) y mucha música disco en adelante. Hay una lucha: la princesa y el amargo se unen para salvar a los gnomos cazados por los ogros. Y una lección, a medida que ella se pone seria y el otro se hace más sociable. Y colores, colorinches y chistes, todo bien hecho especialmente para niños chiquitos y padres de corazón medio ochentoso. Responsables, Mike Mitchell, Walt Dohrn y otra gente que viene de hacer y/o escribir unos cuantos capítulos de Bob Esponja y cosas por el estilo. Voces en la versión original, Anna Kendrick y Justin Timberlake, también autor del tema principal. Voces en la versión doblada, Belinda y Aleks Syntek.
Los directores Mike Mitchell (Bob Esponja) y Walt Dohrn dan vida a estas mágicas criaturas del bosque llamadas Trolls, quienes encontraron en los ochenta su momento de auge, al explotarse la marca en todo tipo de merchandising. Creados en 1959 por el danés Thomas Dam, veinte años después se los podría ver en muñecos, álbumes de figuritas, juegos, peluches. Teniendo este antecedente de respuesta favorable del público, la productora Dreamworks vio una excelente oportunidad de llevar a la pantalla grande a estos adorables seres de pelos largos y coloridos, y como suele pasar, acertó de manera precisa. Al inicio del film, la comunidad de Trolls es salvada por su rey de ser comidos por los Bertenos, una suerte de ogros toscos, quienes están convencidos de que la única manera de ser felices es teniendo un trol en su estómago; o sea, la felicidad va de la mano de comerse un troll. El día de esta peculiar celebración se denomina Trolsticio, donde todos se reúnen para dicha degustación, y en este ocasión es doblemente especial ya que será la primera vez que el príncipe Gristtle pruebe un troll. Gracias a su astucia y tenacidad, estos pseudognomos logran huir y esconderse por más de veinte años de los malvados Bertenos, hasta que un día, a raíz de una fiesta electrónica que realizan para celebrar a la princesa Poppy, son descubiertos y, en el caso de algunos, capturados. De allí empezará la travesía de Poppy y Ramón (Branch), dos ejemplos típicos de lo que es una buena construcción de personajes. Ella siempre positiva y entusiasta, él un reacio a las fiestas, a los abrazos, a los colores y, sobre todo, a esa alegría desbordada que poseen los Trolls. En el camino al rescate de sus amigos es donde el argumento encuentra su mayor acierto: un humor destinado a los más pequeños, pero con guiños para aquellos adultos que se animen a conectarse con la historia. El componente esencial que unifica al público en general es, sin duda, la música. De hecho, la película podría funcionar perfectamente como una comedia musical animada de aventuras, con temas clásicos como “The sound of Silence”, “September”, y la infaltable claro, en esta fiesta de colores, “True Colors”. Todo se vuelve una fiesta continua bien llevada en tempo y guión. Decir que la animación de Dreamworks es brillante puede caer en la redundancia, pero en esta ocasión se superan incluso a ellos mismos. Los detalles de textura sobresalen, y resulta original otro tipo de animación presente en la historia, una técnica conocida como Scrapbooking, que es utilizada para contar, incluso por los Trolls dentro de la historia, ya sea sus estados de ánimo o breves sucesos. La misma consiste en pequeñas maquetas hechas a base de cartón, como un libro de cuentos de recortes, tal vez un guiño a la época donde estos lindos bichos encontraron su momento de fama. En la versión en inglés destaca el elenco de famosos que dan voz y vida a los personajes: Anna Kendrick como Poppy y Justin Timberlake como Ramón, quien también estuvo a cargo de la canción principal que anima el final de fiesta de esta entretenida y alegre película.
Un poco de pop de autoayuda En Trolls, el discurso de la felicidad por la felicidad cruza la línea del cinismo. DreamWorks siempre buscó diferenciarse de Pixar sustituyendo inteligencia por cancherismo. Desde Shrek en adelante, cada película de estos estudios animados tuvo un sello cool, una picardía sobradora, muchos guiños de actualidad y una tendencia al grotesco. Pixar, en contrapunto, maneja sentimientos universales, posee la inteligencia emocional apropiada para crear fábulas que trascienden la anécdota. Wall-E, la trilogía de Toy Story, Buscando a Nemo, Up, por citar las más logradas, conmueven a un público amplio. Son películas que diluyen su mote de cine infantil, logrando que un adulto anhele verlas aún sin niños para llevar. Con DreamWorks sucede lo inverso: el marketing arrastra a los niños que arrastran a los adultos. Los creativos lo reconocen, saben que jamás lograrán la pureza de Pixar, así que proponen otro estilo de películas en donde se lobotomiza al menor con dosis incoherentes de acción y comedia mientras se le arroja al mayor algún chiste encriptado, algo que establezca complicidad y no compromiso dramático. Trolls, esta película inspirada en los muñecos de Thomas Dam (con guion de Jonathan Aibel, Glenn Berger, Erica Rivinoja), es el ejemplo más acabado de los vicios y desprolijidades del estudio: ningún personaje tiene relieve y todo se reduce al cálculo piola. El filme sobreexcita al espectador con un torbellino lisérgico. Los colores se vomitan sobre los escenarios porque sí, para crear shocks de alegría. Si uno recuerda películas rozagantes de formas y texturas como Lluvia de Hamburguesas 1 y 2, o la magistral Intensa-Mente, entiende cómo una ingeniería visual saturada puede gozar de elegancia y establecer un orden interno. Además de ausencia de creatividad en el entorno de los trolls, la historia se va resquebrajando progresivamente, como una laguna congelada, hasta colapsar en el desenlace más inverosímil. Sin vuelta El relato del filme acompaña a Poppy y Ramón al rescate de un grupo de trolls capturados por unos ogros llamados bertenos, que creen acceder a la felicidad comiéndose a estos bichos de pelo fosforescente. Poppy es eufórica; Ramón es apático. A medida que se escabullen de los bertenos, se hacen transfusiones anímicas para balancearse, pero este intento de yin y yang resulta una total hipocresía. En Trolls, el discurso de la felicidad por la felicidad cruza la línea del cinismo. Los agobios de una cultura miserable se resuelven, literalmente, con música pop y córeos de baile. Aquí el bienestar se concibe como una magia inmediata muy similar a lo que promete una pastilla de éxtasis. En definitiva, lo mismo que proponían los bertenos en el arranque del filme.
Hace tiempo que Dreamworks no arriesgaba con un producto fresco y colorido. No es que no haya tenido hits pero ciertamente venia faltando una película que ratificara el poder creativo de la compañía. Lo cierto es que la idea les venía rondando a Walt Dohrn y Mike Mitchell (director y guionistas de versiones de Shrek, emblema del estudio), cuando ambos descubrieron que esos simpáticos personajes creados originalmente en 1959 (muñequitos de juguete) tenían el carisma para protagonizar una historia clásica de superación y aventura. Cuentan en Hollywood que Mitchell quería dos grandes estrellas del pop para los roles principales aunque con la reserva de que fueran buenos comediantes, además. Así fue que Anna Kendrick y Justin Timberlake se subieron al proyecto, aportando ideas y desarrollos para sus personajes. Ambos trabajaron mucho el aspecto central del film, que tiene que ver, con la música (de hecho Timberlake produce la banda de sonido). Aquí en América latina, las versiones dobladas (por cierto muy prolijitas) están hechas por Belinda y Alex Syntek y si bien la mayoría están en castellano, hay algunas perlitas en inglés que serán recordadas por mucho tiempo ("The Sound of Silence" es increíble). La trama gira alrededor de un pueblo de criaturas felices, cuya actividad principal es, cantar, bailar y abrazar a sus pares cada media hora. Son los trolls, personajes parecidos a los pitufos pero con un cabello bastante más carismático. Ellos vienen escapándose de otro pueblo, los vertenos. Estos sujetos descreen en sí mismo para ser felices y creen que solo podrán serlo, si comen un troll. Glup! Los coloridos enanos hacen una fiesta demasiado ruidosa y atraen la atención de la chef desocupada del pueblo verteno. Ella llegará hasta el lugar y secuestrará a un grupo de trolls para llevarlos como alimento exquisito y ganar el favor real, con la idea de recuperar prestigio y posición. Claro, lo que ella no anticipó es que la habilidosa e hiperpositiva princesa Poppy (Kendrick / Belinda) , se interpusiera en sus planes. Porque una vez que ella se recupere de la sorpresa inicial, iniciará una misión de rescate junto a un troll bastante paranoico y pesimista, Ramon, (jugado por Timberlake / Syntek ) para traer de vuelta a sus amigos. Para el público adulto, la banda de sonido lo es todo. La historia es más bien convencional, pero el aspecto sobresaliente de “Trolls” es cómo trae esos hits que amamos de los 70’ y 80’ a una trama simpática y ciertamente lisérgica desde lo visual. Porque si bien nos gusta el color, aquí lo que verán es una adoración que roza lo kirsch. No importa mientras la sala tenga Dolby y podamos escuchar estas canciones creanme. La versión de “Hello”, o el gran hit de Timberlake “Can’t stop…” son de los puntos altos del film. Dreamworks acertó un pleno con la temática sencilla y la puesta coreográfica y musical. No la dejen pasar.
LEVE ELOGIO DE LA AMARGURA Hace ya un tiempo que Dreamworks dejó de preocuparse en ser el reemplazo de la vieja Warner de los Looney Tunnes (aunque mantiene una veta cómica indudable) o de pretender de forma un poco prepotente que sus películas se conviertan en franquicias perdurables, incluso de hacer cine más complejo a lo Pixar. De hecho, se nota en cómo han optado por un calendario de estrenos que los quite del centro de la escena: este año ni quisieron pelear con Buscando a Dory. Es cierto que todavía andan por allí las Kung fu panda y que las Madagascar y las Cómo entrenar a tu dragón permanecen en un espacio ambiguo donde no se sabe si habrá más, pero con la llegada de Trolls se confirma un poco ese lugar secundario que la compañía comienza a abrazar con más fuerza: una película pequeña pero sólida, que aún abusando de los tópicos del cine familiar logra generar empatía por su sentido del humor irredimible, y que pone toda su energía en un diseño que aprovecha las posibilidades ilimitadas de la animación en cuanto movimiento, paleta de colores y generación de espacios y criaturas. Si podemos marcar un lugar que viene a representar Trolls, podríamos decir que es el de la reciente Home, aunque está un par de peldaños por debajo. Trolls aprovecha otra de las posibilidades del cine de animación pensado como pura mecánica industrial, esto es ser un camino directo para la fábrica de peluches y muñecos articulados. Aunque inteligentemente revierte ese sentido, ya que hace el camino inverso: antes que película, los personajes ya fueron muñequitos hace más de medio siglo. Entonces lo que tenemos en pantalla es un producto con una textura que genera las ganas de un abrazo inmediato, y a partir de allí surge una exploración de la superficie como un espacio de placer forzado e incuestionable. Porque sobre lo que reflexiona el film de Walt Dohrn y Mike Mitchell (no casualmente con experiencia en el universo lisérgico, naif y festivo de Bob Esponja) es precisamente el placer, la alegría y la diversión como imposición: los trolls habitan un mundo donde las fiestas están programadas, donde los abrazos son constantes, donde todo se hace porque se debe hacer (y sentir) y se expresa mecánicamente. El mundo de los personajes es como una agobiante, interminable fiesta de casamiento. El conflicto fundamental de la película, entonces, no es la pelea entre trolls y bertanos (un gran MacGuffin), esos ogros que sólo encuentran la felicidad morfándose un gnomo una vez al año, sino la forma en que el 99 por ciento de los trolls quiere hacerle ver al troll rebelde y gruñón (cuya voz original pertenece a Justin Timberlake) que el mundo es todo lo colorido y alegre que ellos pretenden. Branch (así se llama el personaje), con calma meridiana, irá imponiendo progresivamente su punto de vista y la película irá arribando a una suerte de consenso: este troll descolorido descubrirá que se puede permitir la alegría perdida, pero también demostrará que el secreto del asunto es la correcta asimilación de las emociones que va imponiendo el camino. “A mal tiempo buena cara, pero tampoco seamos necios”, podría pensar Branch. A su manera y aunque leve, la película es un elogio de la amargura. Y el elemento fundamental de Trolls, que no hemos mencionado hasta el momento, es la música. Porque estamos ante una película que sí es animada, sí es fundamentalmente una comedia de aventuras, pero en lo concreto es un musical que recrea notables hits del soul y el pop, de allá, de más acá y de ahora. Ahí, también, hay otra clave: no sólo porque los momentos musicales son los mejores de la película, profundizando ese aprovechamiento de los colores y la invención de mundos y personajes (el viaje de Poppy hacia la tierra de los bertanos es memorable), sino porque además Trolls es una película que explicita sus enseñanzas a través de canciones. Por eso que sus peores momentos, sobre el final cuando cae en la enseñanza innecesaria, es cuando deja de decir lo suyo con pop y lo verbaliza ordinariamente. El film de Dohrn y Mitchell es uno con moralina, un cuento de los de antes sobre aceptar al otro y de buscar consensos aún en las diferencias. En los momentos en que escapa a la fórmula (que por suerte son la mayoría) se convierte en una experiencia realmente disfrutable.
La felicidad era esto (¿o una canción de Palito?) Viendo el trailer de Trolls (2016) me había hecho cierta idea sobre lo que podría encontrarme al visionar el filme. No fue así exactamente. Están presentes los aspectos salientes que más me llamaron la atención (el colorido de ese universo fantástico, la energía vital de sus personajes y la buena música de una banda sonora pletórica en hits de los 80’s) pero al margen de esos modestos aciertos no queda mucho para destacar. Al guión de Jonathan Aibel & Glenn Berger (responsables de la trilogía de Kung fu Panda) le faltó creatividad y frescura. Ni me atrevería a mencionar la palabra originalidad. La dupla se quedó corta en ingenio a la hora de matizar una historia con los condimentos justos para conformar a un público demasiado fogueado debido a la sobreabundancia de ofertas en producciones animadas donde Pixar y Disney, obviamente, acaparan los títulos más taquilleros. Trolls surge de esos muñequitos concebidos a fines de los 50 por el danés Thomas Dam que fueron furor en toda Europa hasta expandirse con gran éxito por el resto del mundo haciendo multimillonario a su creador. Usufructuando el encanto de estas criaturitas la DreamWorks Animation tenía el triple desafío de urdir una historia atractiva, seleccionar un reparto de primer nivel para darles vida con sus voces, y no equivocarse en las canciones a elegir ya que pese a tratarse de un musical prácticamente no hay material nuevo. Adivinen cuál de los tres no se cumple… Si bien las similitudes y referencias con otros productos de consumo pop están a la orden del día, yo diría que el modelo a imitar es sin lugar a dudas Los pitufos. Hay algo de Shrek también en las figuras de los bertenos, una raza símil ogros que una vez al año celebra el “trollsticio”. Esta festividad propone la ingesta de trolls por un día como método terapéutico para alcanzar la felicidad. Dicho sea de paso este concepto lleva a explicitar a través del conflictuado Ramón (Justin Timberlake) lo que antiguamente se denominaba “superobjetivo” y que consistía básicamente en transmitir el tema de la película de manera subliminal o como mínimo con cierta sutileza. Hoy día el dichoso “superobjetivo” es verbalizado e incrustado en el espectador a martillazos. Lamentable. No se puede negar que Trolls encandila desde el apartado visual gracias a un virtuosismo técnico donde la animación sigue alcanzando nuevas cotas de perfección a expensas de una inversión de muchos dólares (120 millones, ni más ni menos). ES muy linda de ver pero además de eso hubiese sido aconsejable pensar en un contenido más elaborado que esta simple y muy elemental fórmula que recicla mucho y crea muy poco al ritmo de canciones de Cyndi Lauper, Simon & Garfunkel; Earth, Wind & Fire o el mismo Justin Timberlake que aporta la muy movida Can’t stop the feeling! Si no nos ponemos exigentes me temo que producciones sin auténtica inspiración como Trolls serán mayoría en un futuro cercano. ¿O ya la son? Ojalá me equivoque…
Inspirada en unos muñequitos de pelo largo que hicieron furor en los Estados Unidos durante los noventa, Trolls es un agradable musical de animación de los creadores de Shrek. En la historia, los Trolls son alegres criaturas y sus vecinos, los Bergen, son unos ogros desagradables y malhumorados, que sólo encuentran felicidad deglutiendo Trolls. Hay una celebración anual en la vida de los Bergen, en la cual se inicia a un bebé ogro en la vida adulta tomando Trolls de una suerte de instalación con forma de red. La celebración, parodia de los rituales iniciáticos en culturas paganas, es dirigida por la bruja Chef, pero al momento de iniciar al pequeño ogro se descubre que los Trolls huyeron, dejando en su lugar muñecos. Veinte años después, los Trolls celebran la huida con una fiesta, y así comienza una aventura que se mezcla con el musical y el romanticismo. Hay toda una gama de colores en los Trolls, cuyo denominador común es el tono fluorescente; Poppy (con voz de Anna Kendrick) es rosada y la heroína que lidera la fiesta, a pura música disco. En el otro extremo está Branch, un Troll malhumorado que no canta ni baila, y por tal razón tiene una tonalidad gris; pesimista, advierte que el bullicio alertará a los ogros, y el vaticinio se cumple cuando llega Chef y secuestra a un puñado de Trolls. En una misión rescate liderada por Poppy, seguida por el reticente Branch (con voz de Justin Timberlake), entre otros (desde un gurú espiritual hasta uno que hecha purpurina por el trasero), los Trolls contarán con el apoyo de Bridget (Zooey Deschanel), sirviente del rey Bergen y secretamente enamorada del príncipe Gristle, el “iniciado” fallido al comienzo del film. La reversión de hits con ritmo disco y final feliz es otro punto a favor de esta original creación de DreamWorks.
Vamos a decir que el fuerte de esta nueva película animada de Dreamworks es la música. No podía ser de otra manera cuando entre sus aportes de voces cuenta con la presencia de talentos de la talla de Justin Timberlake, Anna Kendrick y Gwen Stefani, por mencionar a los más destacados. Por otra parte: LOS COLORES. Si bien todas las películas que se dirigen a los niños se destacan por una variada paleta de tonalidades, el caso de Trolls es impresionante, sobre todo por el contraste que presenta en algunas escenas. Verán, la historia cuenta cómo la felicidad de estas criaturitas es la envidia de los Bergenos, unos feos monstruos tristes, aburridos y hambrientos que cada año celebran el Trolsticio, un día especial en el que el rey y todos sus súbditos pueden degustar un pequeño Troll para conocer la felicidad. Sin embargo, un buen día ellos logran escapar y rearmar sus vidas en un nuevo pueblo lleno de amor, canciones y alegría. Todo marcha bien para los personajes inspirados en los famosos muñecos mágicos, hasta que por culpa de una de sus fiestas, y tras 20 años de paz, son nuevamente descubiertos y raptados por un enorme bergeno que los lleva ante el nuevo rey –aquel joven que fue víctima de la fuga de trolls y que jamás pudo probar su exquisita felicidad- con intenciones tan egoístas como engañarlos a todos y sentarse en el trono. Pese a las advertencias de Ramón, el único Troll que no posee brillo ni color, ni gusta de los abrazos, ni goza de la felicidad (más adelante descubrimos el trágico por qué, claro), Poppy, hija del máximo héroe troll, y quien decidió llevar adelante esa celebración que acabó de la peor manera, decide salir en búsqueda de sus amigos secuestrados, pues se siente culpable y responsable de lo ocurrido. Ahí es cuando comienza la verdadera aventura en esta película que no es de las mejores en cuanto a guión y diálogos, pero que encantará a las familias gracias a su ritmo, sus reconocidas canciones ochentosas remasterizadas y el impresionante despliegue cromático que les comentaba. La historia no se destaca por su originalidad ni tampoco presenta imprevistos; de hecho los personajes no son tan bellos como uno pensaría, pero sí son suficientemente extraños y bizarros como para hipnotizar a los más pequeños. El humor no sobresale como en otras películas donde rápidamente captamos el doble sentido de las bromas que en realidad fueron más bien pensadas para la platea de jóvenes y adultos, y que muchas veces es un factor clave en este tipo de films. Sin duda alguna, la compañía que pertenece a Steven Spielberg nos ha entregado mejores productos, como es el caso de Shrek, Madagascar o El Espanta Tiburones, pero de todos modos responde bien a esta interminable maquinaria que es la producción de largometrajes animados que seguramente a principio de 2017 compita en los míticos premios Oscar. ¿Qué aprendí con Trolls? Que por más excepcional que sea el trabajo de los creativos en la parte visual, a veces se olvidan un poco del contenido e intentan tapar esos agujeros con números musicales que ni siquiera son una creación original, sino un reciclaje continuo de lo que ya fue inventado. Un dato curioso es que el primer muñeco troll fue creado por un hombre danés llamado Thomas Dam en el año 1958. Otras de las estrellas que dieron vida a los personajes fueron: Zooey Deschanel, Christopher Mintz-Plasse, Christine Baranski, Russell Brand, John Cleese, James Corden, Jeffrey Tambor, Kunal Nayyar y Quvenzhané Wallis. Sí, el cast es un total y absoluto WOW.
Un cuento colorido, optimista y simpático, pero un tanto truculento si consideramos que está destinado para un público de reducida edad. Entre las principales características en contra tenemos el hecho que los niños muy pequeños pueden asustarse con la idea de que los adorables Trolls puedan,,,
Luego de un casi inagotable boom de secuelas y spin off, Dreamworkse volvió apostar y encaminarse para animar una nueva idea original centrada en los iconos juguetes Trolls del siglo pasado.