El cocinero profesional Cheng (Chu Pak Hong) llega a un remoto pueblo de Finlandia junto a su hijo Niu-Niu (Lucas Hsuan) con la ilusión de reencontrarse con su viejo amigo Fongtron. Individuo al que conoció hace algunos años en Shanghái y el cual parece haber sido de una profunda ayuda, en un momento de crisis personal, tras la muerte de su esposa.
Mika Kaurismaki tras las cámaras de esta good feeling movie en la que el encuentro y choque de culturas termina por potenciar una historia de amor y solidaridad que revela el costado más empático de sus personajes.
La última película del director finés Mika Kaurismäki es un relato sobre el amor entre un migrante chino y una mujer residente en un pueblo de Laponia que bajo una aparente liviandad toma posición contra los discursos de odio, el racismo y las ideologías reaccionarias que ganan terreno en todo el mundo. Mika Kaurismäki, hermano mayor del más reconocido Aki Kaurismäki (El otro lado de la esperanza, La chica de la fábrica de fósforos, El puerto), establece la dificultosa relación entre Cheng (Chu Pak Hong) y Sirkka (Anna-Maija Tuokko), dos personas emocionalmente rotas que encuentran en el otro la posibilidad de un posible nuevo comienzo. Pero claro, Cheng es un migrante chino que llega a un remoto pueblo de Finlandia junto a su pequeño hijo Niu-Niu (Lucas Hsuan), con apenas el nombre de Fongtron, un amigo finés que conoció hace años en Shanghái. Entonces las dificultades idiomáticas para comunicarse, las costumbres y la cultura diferente -más la soledad de Cheng y su hijo que no se despega de su teléfono-, son obstáculos que deberá ir sorteando para asentarse es esa aldea poblada de personajes comunes y a la vez extraordinarios en sus acciones. Suerte de cuento moral con resolución cantada pero que describe el estado de las cosas en un mundo agresivo y deshumanizado, en la puesta de ese universo cerrado que es ese pueblo, Pohjanjoki, la intención de Kaurismäki es que ese lugar helado y olvidado de la región de Laponia bien podría ser la representación de otro escenario social posible, en donde la apertura mental hacia nuevas experiencias, el respeto por la diversidad y sobre todo la solidaridad, fueran la regla y no la excepción. Chen repite una y otra vez “Fongtron, Fongtron” ante quien quiera escucharlo y ayudarlo a encontrar a su amigo en el humilde restaurante que regentea Sirkka, que da de comer a una variopinta colonia de habitantes locales y eventualmente a los viajeros que bajan de los micros a visitar la lejana y exótica Laponia. En Un amor cerca del paraíso las oportunidades tienen un carácter de reparación y Cheng encuentra en Pohjanjok a personas que lo escuchan, sobre todo a Sirkka, que le ofrece alojamiento y luego, un empleo como cocinero. Porque Chan sabe el oficio y la mujer -que se limita a servir potentes cocidos con puré sin demasiada elaboración-, pronto comprueba la sofisticación de la cocina de él, un chef reconocido en su país al que abandonó agobiado por la pérdida de su esposa. El carácter dramático del relato llega con la revelación de la comida del protagonista -de hecho, en finés el título original de la película es Mestari Cheng, Maestro Cheng-, una paleta de sabores y colores inusuales para el restaurante de Sirkka o de cualquier parte de la región. Los platos, el poder curativo de una cocina ancestral, son una parte central del relato y aunque coquetea con cierto tono New Age e incluso podría tomarse como la traslación al cine de cierto tipo de textos de autoayuda, los esquiva justo a tiempo. La comida ayuda a sanar a varios insólitos comensales y sostiene a la historia, porque como afirmó Anna-Maija Tuokko en la Semana Internacional de Cine de Valladolid a donde fue a representar la película, “es una parte muy importante del concepto de la película”, porque -definió- Un amor cerca del paraíso es una “historia de amor, naturaleza, comida y buenos sentimientos”. Y de eso se trata el filme, de confiar en que la historia llena de personajes nobles que hacen lo correcto se filtre, aunque sea de manera aleatoria, en los posibles espectadores de todo el mundo, en una apuesta dirigida a que los haga reflexionar sobre el presente y asomarse a una realidad más amable, casi quimérica y, claro, por lo tanto inalcanzable. UN AMOR CERCA DEL PARAISO Mestari Cheng. Finlandia/China, 2019. Dirección: Mika Kaurismäki. Intérpretes: Pak Hon Chu, Lucas Hsuan, Vesa-Matti Loiri, Annamaija Tuokko y Kari Väänänen. Guion: Hannu Oravisto. Música: Anssi Tikanmäki. Fotografía: Jari Mutikainen. Distribuidora: IFA Cinema. Duración: 114 minutos.
Con una tierna y bienintencionada mirada de cada uno de los personajes, Mika lorgra que Un Amor Cerca del Paraiso sea una película luminosa y pintoresca
Podrán cambiar los modelos de consumo, pero el cine conserva intacta su capacidad de imaginar mundos imperados por la solidaridad, la ausencia de cinismo y la camaradería. Es el caso de Un amor cerca del paraíso, un relato tan noble como previsible en cuyo núcleo asoman temas como la amistad, el amor y la familia. Todo arranca con Cheng (Chu Pak Hong) y su hijo Niu Niu (Luca Suan) llegando desde Shanghái a un pequeño pueblo en la zona rural de Finlandia en busca de una persona de la que solo tienen el apellido. Con un inglés algo rústico y cargado de valijas, padre e hijo paran en un pequeño restaurante regentado por Sirkka (Anna-Maija Tuokko), quien, al igual que los parroquianos que pasan largas horas allí, no tiene la más mínima idea de quién es la persona que buscan. Sin lugar a donde ir, y con un doloroso pasado que obviamente se irá revelando a medida que avance el metraje, Cheng y su hijo aceptan la oferta de Sirkka y se instalan en un cuarto del lugar. Para suerte de ella, Cheng resulta ser un reputado chef de Shanghái, por lo que apenas llegue un numeroso contingente de turistas chinos pondrá las manos en las ollas y sartenes para cocinar un menú acorde al paladar oriental. Tan bien cocina, que el restaurante cambia la carta para empezar a ofrecer únicamente las delicias del chino. La película del finlandés Mika Kaurismäki (hermano menor del mucho más autoral Aki) pendula entre la faceta romántica, el registro de la adaptación de los extranjeros a la comunidad local (y la de esa comunidad local a ellos) y hasta una historia sobre los vínculos entre padres e hijos, todo narrado con fluidez y un tono amable por el cual uno sabe, aunque por momentos parezca lo contrario, que todo va a salir bien. El resultado es un crowd-pleaser con un optimismo a fuerza de todo, inclusive a los férreos límites de la ley.
Este filme, cuyo titulo original es “Mestari Cheng”, siendo su traducción literal “Maestro Cheng”, significa el retorno a la comedia por parte de Mika Kaurismaki. Hagamos un paréntesis. Un llamado a la solidaridad, podrían pedirle a los directores Kaurismaki hacer como Andrei Konchalovsky y Nikita Mijalkov, que también son hermanos, todos los saben, nadie se confunde. En este caso, el director es hermano de Aki Kaurismaki, también director de “Un Hombre Sin Pasado” (2002), “Le Havre” (2011) entre otras, en tanto este que nos convoca, su hermano mayor Mika, es conocido por el público argentino a partir de “Divorcio a la Finlandesa” (2009), “Reina Cristina” (2015), principalmente. Aki tiende a retratar personajes extraviados, decadentes, infaustos en la vida cotidiana, los que utiliza para instalar cierta critica social, Maki entretanto aboga más por un cine derivado de la literatura. El titulo elegido para su estreno en estas playas peca de anticipatorio, no es que haya un misterio por resolver, a partir de la mitad del metraje, es bastante previsible, sin embargo posee algunas pequeñas vueltas de tuerca, que de no ser por “Un Amor Cerca del Paraiso”, sería menos evidente, tendría más atractivo. Convengamos que no es el edén borgiano, Borges pensaba al paraíso como una gran biblioteca llena de libros, este es más bíblico si se quiere. Cheng (Kong Pak Hong Chu), llega acompañado de su hijo pre- puber Niu Niu (Lucas Hsuan) a un pequeño pueblo en la región de Laponia, la más septentrional de Finlandia, donde la densidad de población es menor a 1 habitante por kilómetro cuadrado. Una Estacion de servicio con un restaurante es donde los deja el bus, Cheng que habla poco ingles y nada de fines pregunta a los presentes si alguien sabe algo de “Fongtron”, recibiendo respuesta negativa de parte de todos. No tiene a donde ir, no hay hoteles en el pueblo. Sirkka (Anna – Maija Tuokko), la dueña del restaurante, le ofrece una habitación lindante al restaurante para que se quede con su hijo. Una noche que se convertirá en muchas, el insiste que está en el lugar indicado para encontrar “Fongtron”. Lo fortuito y no tanto se hace presente, un contingente de turistas chinos se detiene en el lugar, pero solo hay comida cotidiana para los lugareños, que no es del agrado de
El cine del finlandés Mika Kaurismäki creció a la sombra del genio descollante de su talentoso hermano menor Aki (Nubes pasajeras, Juha, Un hombre sin pasado, Luces al atardecer, El otro lado de la esperanza), aunque la voz propia del mayor de los Kaurismäki se hizo presente en la pantalla con títulos muy convocantes como Zombie y el tren fantasma, Tigrero y particularmente una película de alto impacto a mediados de los ochenta como Helsinki-Nápoles, todo en una noche. Varios de esos títulos se conocieron en nuestro país gracias a la labor, en otros tiempos, de la embajada de Finlandia, aunque Helsinki-Nápoles tuvo estreno comercial. Mika luego se instaló en Brasil, donde rodó importante cantidad de documentales y, de regreso en su tierra natal, títulos como Divorcio a la finlandesa o la superproducción Reina Cristina que protagonizó la sueca Malin Buska y pudo conocerse en la Argentina a través de Netflix. Pero Mika y Aki lograron (de manera conjunta en sus comienzos, autónoma luego), revitalizar al cine finés y otorgar también un fresco de la realidad europea siempre con una mirada plena de humanismo en historias sin didactismos pero de sencillo entendimiento pensando en un cine de autor pero de llegada a las mayorías. En esa combinación de sencillez y calidad se desenvuelven los horizontes creativos de Un amor cerca del paraíso. Un bus se detiene en un pueblo de Finlandia llamado Pohjanjoki y descienden dos personas, un adulto y un niño, que muy pronto se descubrirá que son migrantes. Cheng llega con su hijo buscando a un amigo que debe vivir en ese pueblo pero ninguno de los parroquianos del pequeño restaurante local entiende el nombre o conoce a ese sujeto. Las profundas diferencias idiomáticas contribuyen a que nadie comprenda el sentido de su búsqueda y Cheng queda varado en ese pequeño local de comida al paso hasta que un grupo de turistas lo lleva a involucrarse en la cocina asiática que tan bien conoce, para satisfacer el apetito del contingente de aquella región del mundo que visita el pueblo. Así comienza un vínculo más consolidado con la dueña del restaurante, llamada Sirkka, y las diferencias culturales dan paso a un vínculo de reconocimiento y cooperación que, poco a poco, hacen que Cheng se convierta en una referencia para el pequeño pueblo, básicamente poblado por ancianos. Pero la expiración de su visa turística parece delimitar los alcances de su presencia cuando la policía busque al extranjero que ha modificado la dinámica local. El diálogo entre civilizaciones que promueve el sensible film de Kaurismäki busca superar la ignorancia por la natural coexistencia amigable entre construcciones culturales distintas pero con un fondo de humanidad que hermana las diferencias. Su música, su cuidada fotografía y un relato construido (si bien con cierta previsibilidad inicial) con sutil encanto otorgan la experiencia que subyace en las pequeñas grandes obras.
Es una de esas películas gratas, de mucho clima y sentimiento, que saca a relucir las mejores virtudes de los humanos, cuando todas las circunstancias apuntan a lo contrario. Producida y dirigida por Mika Kaurismäki, el hermano del más personal y famoso Aki, con guion de Hannu Oravisto, toda la historia del film se basa en el encuentro de diferentes culturas, en una pequeña comunidad ubicada en un paisaje cautivador de Laponia. A un pueblo perdido en el mapa de ese país llega un experto cocinero chino, junto a su pequeño hijo. En un restorán de ruta y con su elemental ingles intenta ubicar a un amigo, pero nadie en el pueblo lo conoce. La dueña del lugar se solidariza con ese hombre callado y distinto y le ofrece un lugar donde dormir. Lo que sigue es la anécdota de una integración amorosa, lejos de la realidad de un mundo que desprecia a los inmigrantes. A los distintos. Aquí será la comida y los beneficios para la salud y el paladar los que le abren la puerta de la simpatía, de un futuro, de un amor y de una solidaridad que brota inesperadamente. Grandes actores en un entorno de ensueño, el director asegura que quiso mostrar una historia que une a la gente en un mundo que separa. Su objetivo está bien logrado.
"Un amor cerca del paraíso": comer, beber, amar La mirada del realizador hacia sus personajes es transparente y la fotografía, que no se deja arrastrar por el pintoresquismo, es igualmente cristalina. El título de esta película en español anuncia su pertenencia genérica, la comedia romántica. El nombre del realizador, la perspectiva contraria: algún detalle que no sea inherente a un film de género, un “toque” que la singularice. Tan prolífico como irregular, Mika Kaurismäki --hermano menor de Aki, en sentido cronológico y cinematográfico-- nunca dejó de ser un cineasta con inquietudes que no son las propias del cine industrial. La inquietud de decir algo, aunque más no sea. Mika, de 65 años, cuenta en su filmografía con un final memorable --el de Zombie y el tren fantasma, 1991, cuando el protagonista se pierde en las callejuelas de Estambul, siguiendo el obsesionante fantasma de una mujer--, buenas películas (Arvottomat, 1982, Rosso, 1985, Cha cha cha, 1989), un homenaje cinéfilo para exclusivo consumo de cinéfilos (Tigrero, un film que nunca se hizo, 1994), una buena cantidad de películas no conocidas por aquí y algunos fallos, sobre todo cuando intentó poner el pie en el mercado internacional (entre ellas L.A. Without a Map, Highway Society y Honey Baby, todas de fines de los 90 y comienzos de la década siguiente). El título original, Mistari Cheng (“Maestro Cheng”) alude a la condición del protagonista. Dueño de un restorán de categoría en Shanghai, Cheng (Pak Hon Chu) ejerce su magisterio en la cocina. En la cocina de Sirkka (Anna-Maija Tuokko), mujer soltera de mediana edad, dueña de lo que podría llamarse un “comedero” en un alejado pueblito finlandés. Sin saber una palabra del idioma, el viudo Cheng (la condición de extranjero es tal vez la constante más marcada del cine de MK) llegó hasta Pohjanjoki junto a su pequeño hijo Niu Niu (Lucas Hsuan), buscando algo o a alguien. Nadie le entiende. Salchichas con salsa y puré, más el posible agregado de una ensalada, es el plato único del bar-restaurant de Sirkaa, cuyos parroquianos parecen no conocer otra comida que no sea ésa. Hasta que llega Cheng, con sus woks y sus sopas de perca recién pescada, y revoluciona el lugar. Cheng va a revolucionar también, claro, el corazón de Sirkka. Él cocina para ella, ella cumple para él y Niu Niu, y además tiene una pieza libre en su casa. El resto es de imaginar, y esa es la debilidad de Un amor cerca del paraíso, que cumple puntualmente con los pasos de distancia, acercamiento, fusión, alejamiento y reencuentro. La peculiaridad que aporta Mika en la primera parte -a la larga terminan imponiéndose las convenciones- es que sus personajes no son fichas de la trama, ni la historia de amor insertada en ella a la fuerza. Mika se toma su tiempo para construir unos y otra (la película dura 115 minutos, extensión infrecuente para una comedia romántica), como macerándolos de a poco. Cuando se presentan no son nadie: meras figuras en un interior. Las relaciones los hacen devenir personajes. Relación de Cheng con los clientes, con el oficio, que claramente ama, y con las comidas, que condimenta con tanto esmero como el que el realizador pone en su tarea. Relación de Sirkka con los parroquianos, al comienzo hoscamente finlandesa, más tarde ya más ablandada, más sensible. Más dejado de lado (por parte de Kaurismäki) queda Niu Niu, que en el curso del relato desaparece. El ida y vuelta es tal vez el tema del opus 31 (contando films de ficción y documentales) del menor de los Kaurismäki. La maestría culinaria de Cheng le permite a Sirkka expandir su negocio, Sirkka lo ayuda a buscar al misterioso de nombre raro (un mero mcguffin para hacer progresar la trama) y a su vez endulza su condición de padre incomunicado con el hijo. La mirada del realizador hacia sus personajes es durante ese primera parte tan transparente, tan bienintencionada como sus tristones ojos azules, y la fotografía, que no se deja arrastrar por el pintoresquismo, es igualmente cristalina. El toque de excentricidad propio de los films del género lo da el veterano Käri Väänänen (el de Nubes pasajeras), en un papel no precisamente simpático y a pesar de eso querible, el de un recolector de residuos homofóbico.
Una joyita a la finlandesa Mika Kaurismäki entrega una comedia dramática acerca del amor, los afectos y los beneficios de nunca claudicar. Podrán discutir que cuando hay amor verdadero, no hay nada que pueda ponerle freno, pero nadie en su sano juicio dirá que Un amor cerca del paraíso no vibra, sacude y percute sobre ese tema. Un hombre chino llega con su hijo a un restaurante de un pueblito en Finlandia. “Fongtron”, dice. Busca a Fongtron. Ni la dueña y cocinera y moza, ni los habitués a los que les pregunta, luego de inclinar su cuerpo al saludar, saben a qué o a quién se refiere. Cansado y evidentemente sin dinero, desfallece de sueño sobre la mesa. Sirkka, la dueña, le ofrece dónde dormir, y cuando otro día llegue un contingente de turistas chinos y no quieran comer el menú del buffet, Cheng, que así se llama el recién llegado, interviene, pedirá comprar fideos y pollos y les preparará una exquisitez. Ella es finlandesa, él es chino y la película es una pequeña maravilla. Foto IFA Cinema Ella es finlandesa, él es chino y la película es una pequeña maravilla. Foto IFA Cinema “La buena cocina hace feliz a la gente”, dice Cheng, que no lo sabíamos, pero era chef de un restaurante importante en Shanghai. Pero él sigue buscando, en Finlandia, “Fongtron”. A comer reno con hierbas Y ahí, en Pojopoki, se hará cargo de la cocina, sin recibir un euro, porque no quiere que Sirkka le pague nada. Así que ahora el plato del día es reno con hierbas. O sopa de perca china. Cheng llega buscando a "Fongtron" a Finlandia, y encuentra a Serkka. Foto IFA Cinema Cheng llega buscando a "Fongtron" a Finlandia, y encuentra a Serkka. Foto IFA Cinema Y a todos les gusta, al contingente de turistas chinos, claro -que bajan del micro con sus palitos de la cámara para sacarse selfies-, pero también a los alumnos de la escuela local, a los comensales de siempre, la mayoría ancianos, a los del geriátrico del pueblo y hasta a los dos policías, incluido el que pregunta “¿El cocinero asiático trabaja siempre aquí?” “Comé despacio, masticar bien hace bien al estómago”, aconseja. Cheng se las sabe todas, como que el té hay que tomarlo con agua a 80 grados. El finlandés Mika Kaurismäki (hermano mayor de Aki), en pleno rodaje. Foto IFA Cinema El finlandés Mika Kaurismäki (hermano mayor de Aki), en pleno rodaje. Foto IFA Cinema Mika Kaurismäki, como su hermano menor Aki, tiene en los genes un don, y es el de construir a sus personajes de una manera querible. Si el director de El hombre sin pasado o El puerto tiene una mirada pesimista que se vuelve optimista, Mika resuelve todo en Un amor cerca del paraíso con breves pinceladas de diálogo. La mayoría, humorísticas. “¿Cómo puedo encontrar a un hombre? -le pregunta Sirkka a Cheng-. Todos tienen más de sesenta, o son casados, o borrachos, o las dos cosas”. O “En Finlandia decimos lo que pensamos. No seas correcto, solo complica las cosas.” El humor es uno de los puntales de la obra de Mika Kaurismäki. Foto IFA Cinema El humor es uno de los puntales de la obra de Mika Kaurismäki. Foto IFA Cinema Cada uno tendrá sus secretos, para cocinar, para enamorar, como escupir la carnada antes de lanzarla al agua y pescar. Y si comer bien, sana, amar, también.
Las integraciones culturales por Mika Kaurismäki El director finlandés, hermano de Aki, realiza un relato emotivo sobre la amistad, el amor y la construcción de una familia. Cheng (Chu Pak Hong) y su hijo Niu Niu (Luca Suan), llegan desde Shanghái a una zona rural de Finlandia, buscando a una persona. Se detienen en un parador donde los recibe Sirkka (Anna-Maija Tuokko). Sin embargo, ella no logra entender el nombre de la persona que están buscando y tampoco los lugareños. Mientras intenta encontrar alguna pista, Sirkka les ofrece quedarse en una habitación de una casa. Cheng muestra que es chef profesional y ante la llegada de turistas chinos, se vuelve una novedad para el lugar. El negocio crece y se desarrolla una relación entre ellos, y también con Niu Niu, que tiene una relación particular con su padre. De esa forma, también se va develando aspectos del pasado de Cheng en una historia que involucraba a la persona que está buscando. Al mismo tiempo, surgen los problemas por ser extranjero y no tener papeles. La gente del lugar, guiados por Romppainen (Kari Väänänen ) y Vilppula (Vesa-Mati Loiri) descubren lo importante de la comida oriental y sus efectos curativos, y deciden buscar una solución para que Cheng pueda quedarse. La solución también estará en el vínculo que desarrolla con Sirkka con quién comienza a armar una nueva familia. Es interesante cómo la película lentamente lleva hacía la historia central. Lo que parece un relato de la búsqueda de una persona, se convierte en la historia de un personaje que debe adaptarse a un nuevo lugar y finalmente, quedarse ahí. Al inicio las pistas dan a entender que se trata de un drama sobre las dificultades del extranjero que llega a un espacio nuevo y, sin embargo, se da un giro hacia un relato positivo y de integración. Y la cocina se convierte en un elemento importante. Con la actividad que le da una verdadera profesión a Cheng, le da un ritmo atractivo y sugerente a la quietud inicial del film y a los interrogantes sobre su protagonista. Las imágenes gastronómicas son un elemento que une y al mismo tiempo, que está para mostrar el aspecto de la cultura oriental y el trasfondo profundo que lleva consigo. De igual manera, la presencia del espacio y la naturaleza potencia la atmósfera de Un amor cerca del paraíso (Mestari Cheng, 2019). El bosque con sus renos le otorga un matiz onírico, así mismo todo el paisaje de Laponia finlandesa se muestra como una expresión de la vida de sus personajes y sus estilos de vidas. El lenguaje también se vuelve importante. Esto a partir de los personajes secundarios, que dentro de sus aspectos particulares se convierten en elementos de ayuda para Cheng, lo que al inicio podía ser un drama sobre la diferencia del extranjero, los personajes secundarios son los que, desde el humor y sus vidas costumbristas, simbolizan la amistad. Finalmente, es una historia de amor, la posibilidad de la unión entre dos personajes que desde el inicio se muestran dispares, y justamente esas diferencias los van aproximando hasta generar un vínculo. Además, la metáfora de una familia que se reconstruye, a partir de personajes que han tenido sus historias dramáticas en el pasado y se encuentran sin saber que sus vidas podían transformarse.
COMER, BEBER, AMAR No solo porque el clima que se respira en la película de Mika Kaurismäki es de absoluta placidez y bonhomía, casi a trasmano del aura trágico que hace parir al cine más renombrado de estos tiempos, sino porque además el título local, Un amor cerca del paraíso (mucho menos sutil que el Mestari Cheng original), vuelve la fábula demasiado obvia, sabremos que una vez que Cheng y Sirkka se crucen en ese pequeño restaurante finlandés que domina el espacio del film, surgirá entre ellos un amor que trascenderá las fronteras culturales e idiomáticas que separan a un chino de una finlandesa. En definitiva lo que le da valor a la película del menor de los Kaurismäki no será su originalidad o imprevisibilidad, sino más bien el recorrido, la forma tersa en que el director narra esta historia de personajes quebrados que encuentran algo parecido a una segunda oportunidad. Cheng llega junto a su pequeño hijo a un pueblo de Finlandia buscando a alguien o algo, no se hace entender bien. En su pesquisa terminará recalando en un restaurante no demasiado sofisticado, regenteado por Sirkka, quien acaba dándole alojamiento a los extranjeros en una pequeña habitación. Cheng y su objetivo son un misterio, que se irá revelando progresivamente y que demuestra una de las habilidades de Kaurismäki: tanto el pasado del personaje como aquello que lo llevó a Finlandia se revela sobre la mitad del relato, lo que no significa que se quede sin temas o sin motivos. Aparte de Cheng, su pequeño hijo y Sirkka, Un amor cerca de paraíso tiene un muestrario de personajes atractivos, entre los comensales del restaurante, que llevan a la película por otros territorios, incorporando un arco de temas que surgen como una síntesis de la Europa actual: el lugar de los ancianos, las tradiciones y la modernidad, el cruce de culturas, la inmigración y los cruces con la ley, la búsqueda profesional como realización personal. Kaurismäki incluye elementos -si se quiere- mágicos y espirituales, que hasta podrían causar un poco de vergüenza ajena y acercar su película al realismo mágico, pero es tanto el dominio que tiene de la historia, que todo surge coherente y hasta lógico con un tono y una estética definidas desde el primer plano. Un amor cerca del paraíso reluce como un film no apto para cínicos y donde incluso el cinismo ni siquiera aparece como una posibilidad o algo que ponga en crisis la experiencia de los personajes. Es una comedia dramática leve, sobre diferentes que se conectan. Y esa conexión surge a partir de la gastronomía, un elemento un poco trillado a esta altura en el cine pero que no deja de tener su valor: en esos platos, en esos aromas que se adivinan aunque no se puedan sentir, en esos sabores que nos hacen poner en acción el paladar de forma abstracta, hay algo que no se puede poner en palabras y solo se ejecuta por medio de la imagen. Y en definitiva nada sintetiza mejor la unión entre dos personas que la cercanía que se da por medio de un símbolo cultural como puede ser la gastronomía, la música, la literatura o el cine. En definitiva la cultura, porque Un amor cerca del paraíso es desde su simpleza y ausencia de grandes ambiciones una radiografía de una porción posible del mundo actual, de fronteras que se derriban y de distintos no tan distintos.
Tras la muerte de su esposa, el chef Cheng viaja con su hijo pequeño a un pueblo remoto de Finlandia para conectarse con una vieja amistad finlandesa que conoció en Shanghai. Cuando las cosas no resultan como él esperaba, se ofrece como cocinero en un hotel del lugar, generando una verdadera revolución con sus sofisticados y sabrosos platos. Todo esto narrado al estilo del prolífico realizador finlandés Mika Kaurismäki. Está claro que la película apunta con simpática y cálida alegría a congraciarse con las más sencillas fórmulas, pero el lugar donde transcurre la historia y sus personajes la vuelven más exótica y sorprendente que otros exponentes del mismo género ubicados en otros países. Un amable retrato de choque entre culturas con humor y emoción. Y, como corresponde a todo buen finlandés, algún tango en la banda de sonido.
El plato del día se come con esperanza El amor se cocina a fuego lento. De eso pueden hablar Sirkka, la dueña de un restaurante ubicado en la Laponia finlandesa, y Cheng, un chef chino, que busca una pizca de sal en su golpeada vida. La película de Mika Kaurismaki puede plantear una encrucijada para el espectador. Porque si se busca un film arriesgado y disruptivo estaría yendo por el camino equivocado. Pero si en cambio se entrega a una historia de amor sazonada con un entretenido cruce de culturas y enmarcada en bellos paisajes, se convierte en una aventura realmente disfrutable. “Un amor cerca del paraíso” gira sobre el derrotero de Cheng, un chef que llega a un pueblito finés con su pequeño hijo desde Shangai en busca de un amigo llamado “Fongtron”. En principio va todo mal, porque nadie le entiende lo que dice, pese a su inglés más o menos claro, y encima ningún lugareño tiene idea de la existencia de esa persona. Hasta que Sirkka, la bonita dueña de un bodegón en el que solo se come salchichas con puré, lo recibe con una sonrisa. La calidez será mayor cuando llega un contingente de turistas de China y descubre que Cheng les puede cocinar a todos y todas, aunque sean unos simples fideos con pollo, en una actitud que será más que suficiente para captar su atención. La película expone un cruce cultural, pero también de sabores, sin abusar del golpe bajo, en un acierto del director, dado que el protagonista es un viudo que perdió a su mujer al ser atropellada por un vehículo mientras iba en bicicleta. “Uno se siente muy pequeño”, dice Cheng, abrazado a su hijo Niu Niu, quien extraña su mamá, los amigos y su barrio. Pero muy de a poco, ambos se comienzan a vincular con el ritmo de vida despojado de ese pueblo, con su gente, con los niños, y con los abuelos, que hasta disfrutan de cierto valor curativo de las comidas de Cheng. El film plantea que se puede encontrar la felicidad, aún después de una tragedia, y que a veces lo desconocido incluye una pócima sabrosa que marida de maravillas con la esperanza.
Tras la muerte de su esposa, Cheng, cocinero profesional, viaja con su hijo a una aldea pequeña y remota de Finlandia para reunirse con un viejo amigo. La dueña del café del pueblo le ofrece alojamiento y, a cambio, el servicial Cheng la ayuda en labores culinarias, sorprendiendo a los lugareños con delicias autóctonas. El menú se expande más allá de lo excéntrico del sabor. Un drama gastronómico de extraña pareja a la vista se pone en marcha, lo bellos paisajes de Laponia sirven de marco al impensado encuentro cultural. Coproducción asiática y escandinava, la distancia aquí es solo geográfica. El lenguaje hablado, en las antípodas de una búsqueda industrial, es cine arte de la más fina cosecha, amparándose en rubros técnicos cuidadosamente elaborados. Mika Kaurismäki (hermano mayor del consagrado Aki Kaurismäki), director de “Divorcio a la Finlandesa” (2011) entre una media docena de obras notables, nos entrega una reconfortante historia a través de la cual el séptimo arte aquí practicado sabe mixturar, en su punto justo, comida, bebida, azares amorosos y segundas oportunidades.