El amor como enigma policial La historia de amor entre el escritor Raúl Barón Biza y la actriz y aviadora de origen suizo Myriam Stefford tuvo ribetes tan trágicos como desconocidos. Ella murió en un accidente aéreo en 1931 y él erigió en las cercanías de Alta Gracia un monumento a la memoria de una mujer adelantada a su tiempo. El director Eduardo L. Sánchez recorta con indudable pericia la historia de la volcánica pareja sobre el trasfondo de la historia de nuestro país en esos años. El documental con pasaje s de ficción -Daniel Aráoz y Emilia Claudeville interpretan al matrimonio en momentos clave de su relación- tiene sus puntales en el expresivo uso de fragmentos de noticieros y recortes de diarios.
Misterio en la casa familiar En una casa de paredes húmedas y descascaradas viven Alberto, su hijo Fernando y Mariana, la esposa de éste. Como todos los días, el trío cumple con su ritual de desayunar frente a una mesa destartalada y son pocas o ninguna las palabras que cruzan entre ellos. Cuando su hijo y su nuera salen para sus respectivos trabajos, Alberto queda solo con sus tristes recuerdos y sus fantasías. Es un hombre amargado que perdió a su mujer y que, en esa casa empobrecida, sólo sabe cebar mate o jugar con su pájaro enjaulado. De pronto, un desconocido irrumpe y Alberto logra encerrarlo en una habitación hasta la llegada del hijo, y ambos comenzarán a trazar un siniestro plan para desembarazarse de ese individuo que rompe la monotonía de la peculiar familia. El director Mauro Nahuel López eligió darle a esta historia un clima opresivo y misterioso, y para ello se valió de una muy buena fotografía en blanco y negro y de un grupo actoral en el que sobresalen Lorenzo Quinteros y Carlos Echevarría. Por momentos no es fácil seguir el relato, ya que otro individuo se sumará para borrar todo rastro del intruso, pero este juego de idas y venidas va convirtiendo la trama en una sucesión de preguntas sin respuestas y en tétricas decisiones de este film sin dudas atípico. Los rubros técnicos aportaron calidad a este relato que se presta para la polémica y se deja llevar con silenciosas pausas hasta un final inesperado.
Comedia alocada y aleccionadora Un importante empresario viudo padre de tres jóvenes hijos con quienes vive en una lujosa mansión en una zona residencial de Bogotá ha consentido demasiado a sus vástagos para compensar la ausencia de su madre, pero también ha sido un padre ausente por sus obligaciones profesionales. El director Felipe Martínez Amador logró un film entretenido que va mostrando, entre sonrisas, aventuras y desventuras, las peripecias de esos personajes que aprenderán una gran lección. Hay en la trama, además, un soplo de calidez y de cierto aire poético que convierten la historia en una especie de fábula en la que todos sus protagonistas poseen en su interior la íntima necesidad de cambiar el rumbo de sus ajetreadas vidas. El realizador supo, además, conducir con mano segura a un elenco que no lo decepciona en su propósito, mientras que los rubros técnicos aportaron calidad a este entramado que habla, con gracia, de las vicisitudes familiares en medio de sus problemáticas cotidianas.
Búsqueda de identidad En torno de la búsqueda y de la propia identidad, la directora Mariana Arruti (Trelew) logró con este documental narrar una historia personal que habla de la necesidad de escudriñar el pasado y volverlo al presente para esclarecer dudas y pasiones. Aquí es la propia realizadora quien necesita saber la verdad sobre la muerte de su padre ocurrida en su infancia, 40 años atrás, y en esta búsqueda se empeñará en descorrer velos. El relato confuso y fragmentado que quedó en su memoria y acabó en el olvido, y los cabos sueltos de lo que ya nada es posible saber marcarán las vivencias de esta senda en busca de un padre del que poco supo hasta hoy. Esta mujer, movilizada por el deseo de desentrañar el silencio y el ocultamiento de décadas, empezará a hilvanar los contornos de la trayectoria de ese padre a través de quienes lo conocieron y del rodaje de escenas ficcionadas de su infancia con su progenitor. Así, desde un universo imaginario y subjetivo, ella irá descubriendo que su padre, de quien todos le dicen que murió en un accidente ferroviario, integraba un grupo extremista que era tenazmente buscado por las fuerzas de seguridad y, finalmente, fue asesinado a mansalva. Arruti compone un puzzle teñido de reminiscencias, de seres que estuvieron presentes en aquellos años de terror y de la posibilidad de que ese padre vuelva al presente con la fuerza de su amor de antaño. La búsqueda de la verdad queda aquí patentizada con enorme elocuencia y convierte este documental en un mensaje personal de enorme calidez y con el propósito de descargar su emotividad en ese viaje.
Un hermoso canto a la vejez A los 90 años, Luis, exitoso pianista en su juventud, guarda una colección de antigüedades que reunió durante toda su vida. A su muerte ¿dónde irán esos recuerdos que pueblan muebles y mesas (muñecas de porcelana, pequeñas calesitas musicales y numerosas fotografías)? ¿Quién será el destinatario de tantos elementos que atesoró con pasión y con calidez? Pero Luis mantiene su fascinación por la vida y la irradia como una luz suave y vivificante a todo su entorno. Su única conexión con los tiempos pasados son esos objetos que atesora con fervor, que limpia con pudoroso cuidado y que acaricia con ánimo altivo. El director y guionista Alex Jablonskis tomó a este personaje como ejemplo de una vitalidad que los años no han podido derrotar y que deja transitar sus días entre la visita de algunos amigos, las palomas que anidan en sus balcones y su inseparable loro. Este cálido film que oscila entre el documento y la ficción habla de la necesidad de transitar los años con ilusiones y con alegría, con melancolía y con ese montón de recuerdos que los años se fueron convirtiendo en la herencia de ese Luis que, todavía, entretiene sus momentos de ocio ejecutando algunas piezas en su piano. Luis María Meregoni y Guillermo Abala son el nudo central de esta pequeña y poética trama que refleja con sencillez la trayectoria de una existencia que, llegando a sus últimos tramos, conserva aún la posibilidad de pensar en un futuro que, tarde o temprano, llegará con la palabra fin.
Rescate de la sabiduría del pueblo mapuche El pueblo mapuche comparte las tribulaciones que han sufrido y experimentan aún los pueblos originarios cuyos territorios resultaron escindidos y fragmentados con la constitución de los estados nacionales a lo largo del siglo XIX. En este cálido documental, Myriam Angueira se interna en un viaje a la Patagonia profunda buscando las huellas de la identidad silenciada de su abuela mapuche mientras escucha las palabras de las ancianas, intentando recuperar parte de este origen negado también para ella. Allí encuentra a esas ancianas sabias que saben transmitir los conocimientos ancestrales a través de la energía vital ("newen" en lengua mapuche). La viajera anda kilómetros con su viejo automóvil buscando esas historias de días felices o amargos, siempre con el sabio optimismo mapuche. En los calurosos veranos o en los inviernos de fuertes nevadas, la mujer irá descubriendo los secretos de sus ancestros. La cámara bucea en la geografía lugareña, con su flora y su fauna, mientras se deja tentar por los relatos de sus mayores, imbuidos de sapiencia y de melancolía. Bello en sus imágenes de cielos celestes o de tormentosas lluvias el film recrea a ese pueblo mapuche con su visión del mundo extremadamente compleja y filosóficamente enriquecedora y profunda.
El sueño futbolero de los pibes Los adolescentes apasionados por el fútbol tienen un sueño recurrente: ser como Maradona o como Messi. Para hallar a esos futuros cracks, varios ex jugadores conforman desde hace años un grupo de cazadores de talentos del Club Atlético Boca Juniors. Son quienes hacen las masivas pruebas en esa cancha y algunas especiales en el interior, a la par que recorren los clubes de ligas menores, las canchas de baby fútbol y los partidos amateurs para descubrir a las futuras estrellas del fútbol argentino. El director Jorge Leandro Colás (Parador Retiro, Gricel) descubre con su cámara esos aspectos casi ignorados del fútbol y logra construir un documental cálido y simpático que muestra en acción a esos experimentados seleccionadores de intuición futbolística, ojo afilado y sabiduría de barrio. También se ve en él a los pibes y su ilusión por jugar en el club que aman, así como la de los padres que sueñan con ver a sus hijos en la cima de la popularidad y de la posibilidad de restaurar sus situaciones económicas. Así desfilan por la pantalla tanto la espera nerviosa de los chicos frente a la pelota como las pruebas intensas a las que son sometidos.
Pasión en el cuadrilátero En varias oportunidades, la cinematografía local se insertó en la temática del boxeo. Baste recordar títulos tan emblemáticos como Gatica el Mono o Carlos Monzón. El segundo juicio para demostrar que ese deporte bien puede convertirse en historias cargadas de dramatismo y violencia. El director Hernán Belón vuelve, con Sangre en la boca, a ese mundo para contar la historia de Ramón Alvia, un boxeador profesional que, si bien ha ganado varios campeonatos internacionales, ya tiene casi 40 años y está al final de su carrera. En su pelea final defiende el título sudamericano de su categoría y, tras un duro combate y compensando la falta de resto físico con las argucias que le dio la experiencia, logra un ajustado triunfo. Decide entonces retirarse para dedicarse a su esposa y a su hijo. Pero en cuanto comienza una nueva vida como dueño de un local de indumentarias boxísticas ya está deseando retornar a los rings y decide convertirse en entrenador de jóvenes boxeadores. Así descubre a Débora, una bella joven llegada del interior que quiere convertirse en boxeadora profesional. Pronto comenzarán a vivir una apasionada conexión sentimental con la que él siente que recupera su vigor y su juventud. La trama, bien urdida por un guión que contiene a cada paso el accidentado devenir de esa pareja, transita sobre la base de escenas de peleas boxísticas rodadas con indudable calidad técnica y de secuencias de sexo, sello ineludible para que el dúo de personajes centrales se desee y se odie al mismo tiempo. Belón supo imprimir calidad y fuerza a este entramado que habla tanto de un amor desenfrenado como de la necesidad de volver a resucitar los casi moribundos sueños de ese hombre que ya había perdido su ilusión de retornar a los cuadriláteros. Leonardo Sbaraglia aporta la necesaria intensidad a ese boxeador que halla una nueva ilusión para su vida, en tanto que Eva de Dominici sale airosa de un papel de nada fácil composición, en tanto que el resto del elenco y los rubros técnicos apoyaron con fluidez este film que combina, en partes iguales, la violencia de los puños con el deseo sexual de sus protagonistas.
En No me mates, una justicia que no llega a tiempo Los casos de femicidio se repiten. Mujeres asesinadas, heridas o humilladas son las protagonistas de episodios que hablan de una crueldad extrema en la que los hombres se convierten en verdugos de sus parejas. Entre todas ellas el director Gabriel Arbós tomó como ejemplo para este film a Corina Fernández, que durante años soportó las torturas de su marido quien, al producirse la separación matrimonial, le descerrajó varios disparos de revólver en plena calle; no le causaron la muerte, pero lleva hasta hoy dos balas en un pulmón. El film, que tiene a la propia Corina Fernández como relatora, combina lo documental con lo ficcional; así mientras ella relata su calvario se intercalan escenas dramatizadas de su vida junto a su esposo y sus hijas, con Ana Celentano como Fernández y Alejo García Pintos como su ex pareja. Arbós (Carlos Monzón. El segundo juicio y Campo de sangre) va mostrando la forma en la que la justicia intervino en las reiteradas denuncias realizadas por Corina sin éxito en sus tentativas de alejarse de ese hombre para mostrar cómo el sistema legal resultó ineficaz frente a ese intento de femicidio más que anunciado.
Monumento: un documental que busca evitar el olvido En la Plaza de la Shoá, ubicada en la intersección de las avenidas Bullrich y del Libertador, se levanta el Monumento Nacional a las Víctimas del Holocausto Judío, que recuerda a los mártires de los campos de concentración alemanes, que se construyó en 2010 a partir de un concurso público para presentar proyectos, está compuesto por 114 piezas de hormigón armado que forman una gran pared en la que están estampadas las más disímiles figuras de la cotidianidad (un chupete, celulares, bicicletas, prendas de vestir, muñecos y ruedas de carro). Este documental, por momentos doloroso y siempre evocativo de los momentos más terribles vividos por el pueblo judío, tuvo en Fernando Díaz a un hábil director, al recrear con su cámara diversos aspectos de esta obra, cuyo proyecto es obra de Gustavo Nielsen; al tiempo que muestra con su cámara a varios sobrevivientes de aquel holocausto, quienes refieren los infernales momentos vividos. Ancianos y descendientes de aquellos sobrevivientes vuelven su mirada, a través de recuerdos, de fotografías y de recortes de viejos periódicos, a los cruciales momentos de aquella guerra y su horror. Díaz, que tiene en su haber el laureado largometraje Plaza de armas, supo mostrar con indudable solidez tanto la construcción del colosal monumento como las palabras de quienes transitaron por esas humillaciones y esas torturas, y así el film llega a una exacta certeza: la necesidad de mantener viva la memoria acerca de uno de los hechos más atroces de la humanidad.