Decisiones de vida Un retrato íntimo sobre el rumbo de la vida, las prioridades establecidas y el paso de los años. En eso consiste Tiempo perdido (2019), película que se presenta en la sección Panorama de Cine Argentino del 34 Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. El protagonista de esta historia es Agustín Levy (Martín Slipak), un joven académico argentino que vive hace años en Noruega y que lleva a cabo una investigación acerca de la influencia de Ibsen en el teatro nórdico. Un congreso que sucede en Buenos Aires convoca a Agustín como uno de sus expositores y su regreso traerá con él un cúmulo de dudas, reflexiones y sorpresas al desmenuzar un pasado que ya no está. Las cosas cambian, se transforman tras el paso del tiempo, y las decisiones de vida son determinantes en el destino del camino. Tiempo perdido, dirigida por Francisco Novick y Natalio Pagés, acierta desde un primer momento. Slipak (Recreo) nos expone un personaje sobrio, distante, como si la vida para él giraría en torno a lo profesional. Sus primeras escenas nos describen a este personaje como si lo conociéramos de toda la vida: valija, libro en mano, hotel, visitas a lugares del pasado y presentación con los máximos laureles. Con un aspecto que bordea el narcisismo, Agustín se sorprende con el inesperado encuentro de un amor de la adolescencia. Aquí el rumbo de la película se tuerce para indagar sobre el pasado de este joven. Sin permitirnos pestañear, otro choque con sus orígenes sucede. Agustín se encuentra con un influyente ex profesor de literatura. Allí se profundiza una sensación de no pertenecer del joven. El careo sobre la vida y la literatura con su ex profesor es un golpe contundente a la realidad. Hay a la vista algo de “alumno supera maestro”. Hay una profundización del avance de la vida que te hace temblar para comenzar a indagar en cuestiones de tu mismo pasado. Una obra sentida que te invita a la reflexión. A Tiempo perdido no le hace falta tener un reparto súper numeroso ni muchas vueltas de guion para poder lucirse. El brillo está en querer contar una historia, en ir a lo micro, desmenuzarla a través de diálogos representativos y sostener un propósito de principio a fin.
No hay más camino que el de la lucha La nueva película de Ezequiel Radusky (Los dueños) expone uno de los males existentes en la Argentina: la situación laboral en el sector estatal. Poderosa, necesaria y movilizante, Planta permanente (2019) se convertirá en un clásico instantáneo a la hora de hablar de “cine social y laboral argentino”. “No puedes pasar de largo lo que está sucediendo. Tal vez si contamos la verdad sobre el pasado contamos también la verdad sobre el presente. No hay más camino que el de la lucha”. Esta frase corresponde a Ken Loach (Yo, Daniel Blake), cineasta conocido por hablar de esas historias que suceden en la realidad pero que pocos se animan a contarlas. Radusky toma este guante, explora la realidad de las trabajadoras y los trabajadores de la administración pública, y torea a una clase política desinteresada en el bien social. Planta permanente es la voz de esta pelea: grita desde el alma una problemática ninguneada hasta por los medios de comunicación. Estructurada en el trabajo de dos empleadas de limpieza de una dirección de Obras Públicas provincial, interpretadas por Liliana Juárez (El motoarrebatador) y Rosario Bléfari (Silvia Prieto), estamos en presencia de una obra que se caracteriza por explorar la existencia de la humanidad dentro del engranaje del Estado. Hay sentimientos. Hay preocupación por la otra persona. Hay un fin común que se respira en el ambiente, que te identifica. Pero hay también una burocracia apabullante y víctimas silenciosas de gestiones sin humanidad. Todo esto a través de personajes que atemorizan gracias a un discurso hipócrita condenado a cambiar la situación de los de la base de la pirámide jerárquica. Juarez y Bléfari brillan. Ellas son dos torbellinos llenos de energía que se apoderan de cada escena y dan vida al guion co-escrito por Radusky y Diego Lerman (Una especie de familia). Verónica Perrotta (Las toninas van al este), en la piel de la nueva directora, ofrece una interpretación tan convincente que nuestra reacción como espectadores es la del rechazo inmediato. Un logro sensacional de la actriz a través de una caracterización vocal y gestual que nos hará recordar a determinados personajes femeninos de la anterior etapa política. La sencillez de la película es tan genuina que no hay espacios para incredulidades. La cuota de humor está bien administrada y no cae en burlas ni en faltas de respeto. Planta permanente es una obra atemporal, la cual permanecerá vigente mientras existan aún perjudicados de esta problemática laboral. La precariedad también aflora en la administración pública y nos golpea la puerta con ferocidad. El poder en manos de sujetos con determinados intereses particulares nos produce una sensación de impotencia que nos desborda. Desde los medios de comunicación, lo mejor que podíamos y podemos hacer es a no callar estas situaciones. Desde el arte, el objetivo es transformar estas causas en una obra que invite a la reflexión, a la búsqueda de la justicia social y a poder visibilizar a los que más lo sufren. No hay más camino que el de la lucha y Planta permanente lo interpreta de la mejor forma.
Terror fantástico, horror social El cine de género argentino sigue produciendo obras memorables. Con Aterrados (2017) y Muere, monstruo, muere (2018) a la cabeza, las películas nacionales de terror están pisando más fuerte que nunca. Todo esto se debe gracias a la autenticidad de sus historias, las cuales no pretenden emular escenarios hollywoodenses, si no que se construyen desde la propia identidad, con locaciones y ambientes que nos resultan cercanos. Los que vuelven (2019) toma el guante y se coloca bien en lo alto: es una de las mejores películas argentinas de género de los últimos años. Laura Casabé (El hada buena: Una fábula peronista) da un salto en su filmografía. Si bien La valija de Benavidez (2016) resultó atractiva y novedosa desde lo visual, en Los que vuelven el éxito se tiene que escribir con mayúsculas. Una película poderosa, atrapante y reflexiva. Una obra que te involucra, capaz de combinar un relato fantástico junto con la exposición de una sociedad patriarcal. El guion, coescrito por la directora junto a Paulo Soria y Lisandro Bera, es un acierto desde la estructura planteada (a través de capítulos), burlándose de la temporalidad y preocupándose por la cadena de hechos: las causas y las consecuencias. Ambientada en una Misiones en plena época feudal, el largometraje nos adentra en el mito de la Iguazú, espíritu invocado por Julia con el fin de que su hijo, nacido sin vida, resucite. A partir de allí, todo lo que sucede resulta extraño, terrorífico e impredecible. Una maldición comienza a azotar este lugar: los muertos del pasado regresan en busca de venganza. Tanto la música, compuesta por Leonardo Martinelli, como los silencios son elementos utilizados de forma tal que la tensión se apodera de nuestros sentidos. El vestuario, desde los primeros minutos, ya nos indica que estamos en presencia de una película de época. La primera escena ya prepara el terreno para una historia atemorizante. Y así, gracias a un reparto solido encabezado por María Soldi (Mi obra maestra), Alberto Ajaka (Lobos), Lali González (El jugador) y Javier Drolas (Las buenas intenciones), nos sumergimos en una ficción que no nos suelta. El triunfo de la sugestión, de la sutileza, se hace presente para darnos una de las películas de terror más comprometidas de los últimos tiempos, donde lo fantástico se combina con la responsabilidad histórica y social.
Intriga incoherente La nueva película de Xue Xiaolu (Finding Mr. Right) es una historia de conspiración, llena de adrenalina y acción, ideal para aquel que busca tan solo esa cuota de entretenimiento para pasar el momento. Un hombre se ve envuelto en una encrucijada cuando descubre que la empresa en la cual trabaja pone en riesgo la salud de sus empleados. A partir de allí todo consiste en una investigación frenética, explosiva y que no da respiro. Sin embargo, aunque Complot Internacional (Chui shao ren, 2019) mantiene un ritmo que te logra llamar la atención, la trama resulta confusa y el guion choca contra su propia inventiva. Poderosa primera mitad de esta obra coproducida por China y Australia que logra denunciar la contaminación y la corrupción de los poderosos. En su segunda hora notarás que varias acciones carecen de sentido, por lo que este thriller corporativo pasa a convertirse en un intento mal desarrollado de una especie de Misión Imposible (Mission: Impossible, 1996). El vértigo no da tregua como así tampoco las líneas argumentales que confunden. Las escenas de acción no se limitan y este es el motivo por los cuales los amantes de esos blockbusters llenos de explosiones la disfrutarán. Pero, así y todo, el contenido dramático surfea los límites de la conciencia social de manera absurda. Las dos horas de duración resultan agotadoras: tras varios giros previsibles pasa a convertirse en un trompo que no para de girar. Plan que funciona solo para distenderse y ver acción originada en tierras alejadas de Hollywood. Complot Internacional es de esas películas que abarcan tantos temas y géneros en su estructura narrativa que pierde el eje de la coherencia por no saber como hacerlo.
Buscando su camino Martín es un joven pianista argentino que, luego de sufrir un colapso nervioso, se interna en el hospital psiquiátrico El Borda. Solo (2019) se encarga de introducirnos en la vida de este artista y de sus sueños, objetivos y miedos. ¿Cómo será su vínculo con la música luego de salir de esta institución? “Lo único que deseo ahora es tocar el piano”, expresa Martín en un momento de Solo, documental de Artemio Benki que participó del 72 Festival de Cannes. Esa necesidad, fisiológica y mental, se apodera de Martin. Se incomoda. Fuma. Llama por teléfono a varios lugares y, sin importarle la hora, se ofrece a tocar. Camina por las calles, se dispone a recorrer sitios con un propósito en mente: hacer música. Esta escena, la cual corresponde a la vida de Martín luego de El Borda, es un ejemplo y un logro de la película. La cámara ingresa en la vida del pianista y se coloca a su lado, como una compañera. Nosotros, los espectadores, ya no nos damos cuenta de si ella está. Nos sumergimos en el día a día de Martín, nos identificamos y conmovemos. Martín Perino fue durante su infancia un niño prodigio del piano. Ganador de premios, resultó un generador de sueños y alegrías gracias a su talento y sacrificio. Sin embargo, esa niñez también tuvo otra cara. Palabras como “presión”, “angustia” y “auto exigencia” salen a flote al recorrer sus recuerdos. Él estaba trabajando en su primera composición musical cuando entró en la profunda crisis nerviosa que lo internó en el hospital psiquiátrico más grande de América Latina. Este documental nos lo presenta allí, nos emociona con su capacidad artística y nos plantea la necesidad de reflexionar sobre nuestra capacidad de disfrutar de lo que hacemos. Solo es una experiencia observacional inolvidable. No nos subestima como espectadores. Nos coloca en una posición de privilegio siendo testigos preferenciales de la vida de un artista y del interrogante de cómo será su vínculo con la música fuera de las paredes de El Borda. Una obra necesaria para quienes en algún momento se pudieron sentir insatisfechos por lo que hacen, por aquello que los moviliza. ¿Será la música capaz de salvar a Martín? ¿Martín volverá a tocar post internación? ¿Cómo se reinsertará en la sociedad? Interrogantes que Solo nos responderá al ritmo de una brillante pieza instrumental ingresando por nuestros oídos.
Historias cruzadas Las vidas de diferentes personajes se entrelazan en una vorágine de secretos difíciles de ocultar. La nueva película de Alejandra Marino (Franzie) nos refleja la importancia de la toma de decisiones en la cotidianidad. En el 2005 llegaba desde Hollywood una película que despertó cierta polémica al ganar el Premio Oscar a Mejor Película. Vidas cruzadas (Crash, 2004), obra dirigida por Paul Haggis, no era la favorita en esos premios ya que Secretos en la montaña (Brokeback Mountain, 2004) tenía casi todas las fichas para ganar. Sin embargo, nos conmovió a la hora de contar una historia donde la moral, la angustia urbana y la discriminación formaban parte del día a día de los individuos y donde las decisiones están ubicadas como fichas de dominó a punto de tambalearse. Salvando la distancia, Hacer la vida (2020) nos propone un reto similar pero acá trasladado a un edificio de Buenos Aires y aquellos que lo habitan. Con un elenco compuesto por tres resonantes nombres propios femeninos como Luisa Kuliok, Victoria Carreras y Bimbo Godoy, Hacer la vida nos presenta un cumulo de deseos tan ocultos como llamativos. Luci (Bimbo Godoy) quiere independizarse de su madre (Luisa Kuliok) y viajar al sur con Mike, su hijo que no emite palabras. La Rusa (Raquel Ameri) y Mercedes (Florencia Salas) se unen en busca de lo mejor para ambas. Gaby (Luciana Barrirero) quiere triunfar como bailarina mientras Mariano (Joaquín Ferrucci), su pareja, se prueba su ropa. Mónica (Victoria Carreras) quiere tener un bebé para que su vida tenga otro sentido. Historias tan diversas, narradas de manera genuina, guiadas por el propósito íntimo de cada personaje. Historias tan diversas, sin profundidad, envueltas con una burbuja de sensaciones (y reacciones) inverosímiles. Si bien el objetivo de la historia se sobreentiende y ocasiona poderosas conjeturas con cada mujer y cada hombre de la pantalla, el relato pierde fuerza luego de la exposición del universo elegido para el relato. Desde la primera instancia, uno quiere saber que más hay detrás de ese gesto, de esa palabra, de ese grito. Sin embargo, la intimidad, ese deseo oculto, se deja expuesto sin que quede margen para una mirada, un silencio que abrume o una inacción que inunde la pantalla de sensaciones. Todos los personajes se muestras estridentes y se hace difícil poder empatizar. Hacer la vida es prolija con sus elecciones técnicas, con planos que buscan en ciertas ocasiones destacar el entorno para así exponer el escenario urbano bonaerense y ese sueño que está lejos, cada vez más lejos. “Hacer la américa” representa la posibilidad de ir hacia el primer mundo para crecer material y económicamente gracias a una oportunidad maravillosa. Ahora bien, si trasladamos eso al nombre de la película, “hacer la vida” nos indica la posibilidad de crecer como persona persiguiendo tus objetivos. No hay dudas que el largometraje de Alejandra Marino le hace honor a su título. Hacer la vida cumple lo que se propone, pero a través de un vuelo bajo, sin ánimos de crecer, sin ánimos de ir más allá de lo seguro.
¿Hubo lugar para los sueños? La nueva obra de Nicolás Savignone (Los desechables) nos relata las reacciones de un grupo de jóvenes que es llamado a luchar en la Guerra de las Malvinas. Una película que indaga en un suceso histórico argentino para construir la perspectiva de miles de sueños que quedaron truncos y de unos pocos que pudieron cumplirse. Matías, interpretado por Juan Grandinetti (Pinamar), tiene 19 años, viene de hacer la colimba, toca el bajo y su anhelo es viajar a España para estudiar música. Estamos en el año 1982 y las referencias de la época son claras. Un país que viene de ser campeón del mundo, enceguecido, con una juventud sucumbida por la dictadura militar. Inspirado en un recuerdo de su infancia, Savignone se arriesga al tocar un tema sensible para cualquier argentino y los resultados son satisfactorios. El desaliento, la incertidumbre y el miedo de los jóvenes son evidentes en cada escena de Ni héroe ni traidor. La obra nos clarifica a raíz de pequeños indicios la ingenuidad vivida en aquel tiempo, los temores, el hecho de crecer de golpe y el festejo, a través de canticos victoriosos, de una aberración. Un pueblo oprimido por la política, una herida que siempre está latente. El arte funciona aquí como un vehículo ideal para honrar la memoria de aquellos que lo padecieron. Con un elenco de lujo que acompaña a Grandinetti (Inés Estévez, Rafael Spregelburd, Gastón Cocchiarale, Fabián Arenillas) y filmada en 35 mm, la historia se centra en el conflicto de sus personajes con todo aquello que lo rodea, desde el espacio hasta sus vínculos. Estamos en presencia de una película que no se detiene en homenajear a los jóvenes que fueron a dar batalla, sino que nos ofrece una mirada diferente: la posibilidad de mostrarnos al desertor que decidió ir por sus sueños. No hay dudas de que Ni héroe ni traidor se convertirá, tras el paso de los años, en un exponente de aquellas películas capaces de retratarnos la historia argentina desde un punto de vista distinto a aquel que estamos acostumbrados.
El desprecio a la vida Durante dos décadas, un abogado investigó la contaminación química que ocasionaba la gigante DuPont Corporation, con consecuencias eternas y mortales para todo ser vivo. El precio de la verdad (Dark waters, 2019) nos trae una historia para reflexionar sobre el cuidado del medioambiente y el valor a la vida. En el año 2000, Julia Roberts se ponía en la piel de Erin Brockovich, una empleada jurídica sin formación que investigó y demostró la contaminación de una empresa, convirtiéndola en un referente cinematográfico del drama legal. Hoy, con El precio de la verdad, estamos otra vez en presencia de una obra donde un representante jurídico batalla contra el poder corporativo. Una película basada en un caso verídico donde, lejos de edulcorarla o maquillarla para resultar atractiva para las grandes masas, el acierto radica en mostrarla visceral, desalentadora y cronológica. Precisión en cada dato histórico, un Mark Ruffalo en plena forma (cada vez más estrella) y un guion capaz de convertir en thriller un drama sombrío son los argumentos necesarios para confirmar que El precio de la verdad es la mejor película jurídica desde Erin Brockovich. Dirigida por Todd Haynes (Carol), el relato y la estructura no sorprende. Rob Billot, un joven abogado, de reciente incorporación como socio del bufete, se intriga en un caso de contaminación en el pueblo en el que es oriundo. Los animales se enferman, sufren y mueren. A partir de allí, la profundidad de la investigación nos incorpora en esta lucha de hormiga frente a la inmensidad. A puro riesgo, se vivirá el vértigo de conclusiones terroríficas teniendo al teflón como protagonista omnipresente. Si bien el peso de la película recae en Mark Ruffalo, hay que mencionar un caso llamativo en el reparto. En el rol de la esposa de Rob, nos encontramos con Anne Hathaway (El diablo viste a la moda). Aquí la actriz está lejos de lucirse y queda desdibujada en un papel que pasará inadvertido en su carrera. Nuestra preocupación es clara: tenemos a una artista que se destacó en obras como De amor y otras adicciones (Love & Other Drugs, 2010) y Los Miserables (2012), ganando con esta última el Premio Oscar a Mejor Actriz de Reparto, y que en el último tiempo parece perdida. Si a este papel le sumamos su rol en Obsesión (Serenity, 2019) y Su último deseo (The Last Thing He Wanted, 2020), dos de las peores películas de los últimos tiempos, no nos queda otra que alarmarnos de las decisiones de Hathaway a la hora de elegir personajes. Debemos agradecer que esto no molesta en el disfrute de El precio de la verdad y eso es algo para celebrar. Una película que nos invita a reflexionar sobre el cuidado medioambiental. Nos da un grito de lucha, de conciencia y una pequeña cuota de esperanza. Nos refriega en la cara la impunidad de las grandes corporaciones multimillonarias sin preocuparse por la ecología y la vida humana y animal. Que estos casos sean la excepción y estas peleas sean esporádicas, nos dan la pauta que la batalla es muy difícil. Sin hundirnos en una ola de depresión, no nos queda otra que aportar nuestro granito de arena, de manera consciente y sentida, para proteger nuestra vida y la de todos los seres que habitan y habitarán el planeta.
El derecho a decidir Através de duros y conmovedores testimonios, Niña mamá, dirigida por Andrea Testa (Pibe chorro), nos invita a reflexionar sobre de la necesidad de una ley aborto seguro, legal y gratuito en la Argentina. Son niñas, desprotegidas, maltratadas, sucumbidas ante un sistema que las hace a un lado y nos las deja decidir. Aquí son escuchadas, apoyadas ante un contexto que las ata. Con este documental, Andrea Testa nos envuelve, nos emociona, nos coloca en un lugar que como ciudadanos no podemos obviar y que nos obliga a involucrarnos. Son niñas condicionadas por un embarazo que les dificulta imaginar un futuro desde otra perspectiva. Su presente es retratado aquí de la manera más íntima posible, generando una precisión de emociones donde nada es superficial. Sus testimonios en primera persona nos profundizan en una realidad repleta de dolor y coraje. Las estadísticas hablan por sí solas: en Argentina, cada tres horas una niña menor de 15 años es obligada a parir. Son niñas de entre 13 y 15 años que llegan a los hospitales públicos del conurbano bonaerense repletas de interrogantes y miedos. Registrando a través del blanco y negro, la única lente de 50 mm se coloca como testigo preferencial de estos relatos sin obstaculizar ni amedrentar decisiones forzadas. Situaciones agobiantes, niñas víctimas de una sociedad violenta. Historias explicadas con el corazón en la mano. Una obra imprescindible en estos tiempos, la cual se debe celebrar y difundir. Son niñas, no madres. La realidad confronta con sus deseos. Niña mamá nos hace pensar en las posibilidades de decisión que existen en un contexto con tanta vulnerabilidad social. Ellas tienen el derecho a elegir, a decidir qué hacer con sus cuerpos. La libertad es lo más valioso y una ley de aborto seguro, legal y gratuito en la Argentina es una necesidad para poder ejercerla.
Poder femenino Los medios de comunicación y el show del entretenimiento no son lugares que quedan exentos del machismo y el destrato. El abuso de poder, potenciado por la misoginia, es una olla obligada a estallar y revelar las acciones más impuras. El escándalo (Bombshell, 2019) nos retrata el sufrimiento de las mujeres de la Fox News aterrorizadas por un sistema patriarcal que se tiene que caer. Charlize Theron (Tully), Nicole Kidman (Ojos bien cerrados) y Margot Robbie (Había una vez... en Hollywood), tres de las actrices más importantes de Hollywood, protagonizan esta película inspirada en hechos reales que nos denuncia acciones que hay que difundir para que se destierren de una vez por todas. Theron está irreconocible en el papel de Megyn Kelly. La sudafricana suele dejar todo en cada papel logrando transformaciones notorias. Ejemplo de ello es su rol en Monster (2003), para el cual tuvo que subir varios kilos, o Mad Max: Furia en el camino (Mad Max: Fury Road, 2015), en donde su look rapado se volvió tendencia. Todo el mundo conoce el don camaleónico de Christian Bale (Batman Inicia), pero no podemos obviar que Theron le pisa los talones. Su actuación es brillante, hipnótica y logra manejar la tensión de una forma asombrosa. Estamos en presencia de una estrella que se apodera del proyecto, no le pesa y se lanza a la aventura sin que importe el qué dirán. Nominada en los últimos Premios Oscar a Mejor Actriz por este papel, Theron no es la única que se destaca en la película. Nicole Kidman, personificando a una periodista víctima de acoso sexual, y Margot Robbie, en la piel de la joven que quiere ascender sufriendo la canallada machista, demuestran que cada vez que ellas están en pantalla no hay manera de que puedan pasar desapercibidas. Poderosas, conmovedoras y necesarias, sus interpretaciones nos despiertan un grito de bronca e impotencia. Si bien El escándalo es un drama, el recurso de optimizar el comienzo de la narración tal como si fuera presentado por el personaje principal (en primera persona, hablándole a la cámara), nos invita a pensar que la obra sale de lo común en relación a cualquier historia con tintes biográficos. El vicepresidente: Más allá del poder (Vice, 2018), puede ser una de las películas que se te venga a la cabeza luego de los primeros cinco minutos. Y no es casual. Acá también hay una historia dramática, un caso de alto reconocimiento popular y un director que inició su carrera con las más desopilantes obras cómicas. Es muy curioso: El escándalo está dirigida por Jay Roach, quien comandó los hilos de películas como La familia de mi novia (Meet the Parents, 2000) y Austin Powers (Austin Powers: International Man of Mystery, 1997). Si bien no hay cuestiones humorísticas en este relato (por obvios motivos), el manejo de cada escena, el excelente maquillaje, la caracterización de Roger Ailes como si fuera un monstruo asqueroso que todo lo devora (un soberbio John Lithgow) y la participación de otros/as intérpretes con ductilidad en la comedia (Alisson Janey, Kate McKinnon, Mark Duplass), hacen que estemos en presencia de una deliciosa obra capaz de tener todos los condimentos para entretener y, principalmente, para denunciar. El empoderamiento femenino recién comienza y es fundamental dar a conocer todo tipo de historias que permanecían ocultas. Desde el arte, desde la cinematografía, desde los medios de comunicación, lo mejor que se puede hacer es apoyar y acompañar. Una industria machista, un sistema patriarcal nefasto. Voces que se multiplican para dar a conocer el grito de un nunca más. Un brazo bien en alto que empuña una lucha que cada vez será más fuerte. El cine también nos enseña que es momento de hacer un paso al costado y dar espacio al protagonismo femenino.